CAPÍTULO 48: Un infierno y un día de padres
Lorraine
—¡Suéltame, maldita sea! —grité, desparramando toda mi furia en aquella orden que él obviamente no iba a acatar.
—¡Vas a hacer lo que yo diga, Lorraine! —gruñó, reforzando el agarre que ejercía en mi cabello.
—¡Eso nunca, hijo de puta! —bramé justo antes de impactarle el pecho y el abdomen con dos codazos que hicieron que me soltara—. ¡Vete a la mierda! —gruñí para luego tomar una de las patas de la silla que él previamente había roto y golpearlo con ella.
No le ocasioné demasiado daño con eso y estaba consciente de ello, solo lo hice para hacerlo retroceder, aturdirlo y poder correr hacia la diminuta "habitación de trastes" contigua al mini salón en el que inició esta jodida pelea. Fui lo suficiente rápida como para entrar en ella, cerrar la puerta y ponerle el seguro.
—¡Abre la jodida puerta! —farfulló furioso del otro lado mientras golpeaba con demasiada fuerza la no muy fuerte madera que nos separaba.
Sostuve con ambas manos mi lado de la puerta como si mi fuerza pudiera superar la de él, pero no iba a permitir que entrase, ya había sido suficiente por hoy. No tardó mucho en impacientarse y comenzar a embestirla con su fornido cuerpo, lo cual hacía crujir las bisagras y casi se podía apreciar cómo la madera empezaba a abollarse.
—¡Sal, Lorraine! ¡Maldita sea, sal!
—¡No voy a salir! —rebatí—. ¡Y si quieres que todos los vecinos se enteren de lo que está pasando aquí, sigue gritando! Mejor para mí.
Al darse cuenta de que tenía razón y que, por esta vez, había perdido, emitió un alarido de ira y no tardé en escuchar cómo se alejaba a base de zancadas. Cuando me convencí de que no iba a regresar, dejé escapar un suspiro y me apoyé en la puerta, deslizando mi espalda por esta hasta quedar sentada en el suelo. Flexioné mis piernas hacia arriba y las abracé, enterrando mi cara entre mis rodillas.
Estaba exhausta.
Llevaba poco más de un mes con Roy y cada día era peor que el anterior.
Desde el día uno iniciaron los insultos, los maltratos de todo tipo y los golpes; pero me enorgullecía decir que eran recíprocos. Respondí cada una de sus ofensas, lo he hecho sentir tan miserable como él a mí, nos hemos golpeado el uno al otro hasta el cansancio…. No ha sido fácil. Él sigue siendo más fuerte y experimentado que yo en cuanto abuso físico se trata, pero me he defendido, lo he enfrentado y nunca más me he visto tendida en el suelo en medio de un charco de mi propia sangre. Me las he ingeniado para no salir demasiado lastimada y para evitar los enfrentamientos en la medida de lo posible sin involucionar en la estúpida sumisa que solía ser.
Tampoco ha vuelto tocarme con otras intenciones nunca más. Primero muerta antes de permitir que me violase como lo solía hacer. Esta tarea no ha sido sencilla. He tenido que pasar noches sin dormir para prevenir que me sometiera en las madrugadas, encerrarme —como ahora— en habitaciones, estar alerta en todo momento y siempre, siempre llevo conmigo un cuchillo que tengo preparado para usarlo en algún momento crítico. Es agotador.
Pero la convivencia no es el peor de mis problemas. Lo es el hecho de que nunca sé dónde estamos.
Cuando accedí a irme con Roy, pensé que nos ocultaríamos en alguna casa aislada de ciudades aledañas como Summer Hills o Emerald Hills, pero no podía estar más equivocada. Hemos viajado de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad durante las últimas semanas, ni siquiera permanecemos más de una semana en el mismo sitio. Pasamos más tiempo en la carretera viajando de un lado a otro a bordo de autos robados que en los hoteles de media estrella, moteles, hostales y apartamentos alquilados como en el que estamos alojados ahora. No hay forma de que alguien nos siga la pista y mucho menos que puedan hallarnos, eso es lo que él quiere, y eso mantendrá a salvo a mi familia.
Mi familia…
No hay día en el que no piense en mi principito, mi castaño raro y mi rubita hermosa. Extraño los chistes de Lily, los celos de Evan, las ocurrencias de Jessie, los consejos de mi tía, la rectitud de Regina y la mirada afable de Eduard. Echo de menos cómo el chef Reginald me llamaba niña, cómo Vivi aparecía cuando la necesitaba tal cual genio de la lámpara y las lamidas que solía darme Brave. Pero todos y cada uno de ellos están a salvo sin mí.
Confío en Garret, sé que él se recuperó y que está cuidando muy bien de nuestros pequeños. Lo sé porque lo conozco y nada ni nadie es más fuerte que su instinto paterno. La familia lo es todo para él, y pondría su mano en el fuego por nosotros, eso lo comprobé esa noche.
Aún podía recordar con lujo de detalles cómo su sangre tibia se escurría entre mis dedos mientras intentaba mantenerse despierto. Se arriesgó por mí. Fue apuñalado por mí. Y yo me fui para protegerlo a él.
De pronto me abordaron unas incontenibles ganas de llorar. Mateo no salía de mi mente. «¿Cómo está?» «¿Cómo se debe estar tomando mi ausencia?» «¿Estará yendo a terapia tras lo que ocurrió?» «¿Me extraña?» Esas eran las preguntas que me han atormentado desde esa noche en la que lo dejé. Me arrepentía una y mil veces de haber sido tan ruda con él, de haberlo abandonado de forma tan desnaturalizada. Pero está bien, al menos físicamente hablando, sé que no estará en peligro mientras me mantenga lejos.
Y Marjie. Ay, mi Marjie. Sin mí no se podrá llevar a cabo la adopción y asumo que Garret no le contó de nuestros planes de hacerlo. Me partía el alma solo imaginarla llorando en más ocasiones por creer que nadie querrá adoptarla. Y sí, soy consciente de que esas lágrimas las estará derramando por mi causa, pero prefiero que derrame lágrimas antes que sangre.
Perdí la noción del tiempo mientras lloraba. Solo escuchaba los descuidados pasos de Roy afuera y el ruido molesto que provocaba. Presumí que ya se había hecho de noche y mi estómago demandó comida. Debido a la ansiedad constante que vivía junto a Roy y los largos viajes en carretera, mi apetito estaba muy irregular. Habían días en los que, cansada de tanto pelear, simplemente me daba igual probar bocado o no. Otros, justo por la fatiga y el ayuno de días anteriores, me atacaba un hambre voraz que a duras penas podía saciar con los insulsos fideos instantáneos que comprábamos en tiendas de suministros en medio de la nada.
Dejé escapar un suspiro y me levanté, apoyándome en mi brazo derecho que se encontraba amoratado por la presión que los dedos de mi verdugo ejercieron en dicha zona. Una vez en pie, llevé mi mano a la zona baja de mi espalda, en el lado derecho, para comprobar que mi arma de defensa más peligrosa aún permanecía allí. Al percatarme de que sí lo estaba, giré sobre mis pies y giré el pomo de la puerta. Nada. Estaba atascado. Verifiqué el seguro y no tardé en llegar a la conclusión de que estaba cerrada desde fuera. ¡El muy hijo de puta me encerró!
—Roy, ¡ábreme, carajo! —bramé mientras aporreaba la puerta con una mano y giraba inútilmente el pomo de la misma con la otra—. ¡Ábreme, maldita sea!
Escuché cómo sus pasos apresurados se abrían paso a través de la habitación contigua hasta aproximarse lo suficiente como para que lo escuchara sin que nuestros gritos pudieran alertar a alguien más.
—¿No te gusta tanto encerrarte? —rió con sarcasmo—. Pues tienes lo que querías. Encierro.
—No es gracioso, ¡sácame de aquí!
—Quizás necesites un par de horas a solas para reflexionar sobre lo que hiciste y aprenderás a no seguir desafiándome.
Y eso fue todo lo que dijo antes de marcharse.
Gruñí con frustración y golpeé la puerta con ira. Odiaba cuando adoptaba esta conducta infantil.
Las horas siguientes las pasé intentando quebrar la cerradura con mi cuchillo y otros diez malos planes más para salir de ahí, pero no surtió efecto. Cuando sentí la necesidad de ir al baño, tuve que orinar en una pequeña lata de pintura, ya que era lo único que tenía a mano que pudiera servir como inodoro de emergencia.
Seguía corriendo el tiempo y cada vez el hambre era más insoportable. Durante la última semana solo había comido esos fideos instantáneos, papas fritas y hamburguesas que, a juzgar por su aspecto, bien podían haberme transmitido hepatitis A. Con la alimentación también me torturaba. En público no podía desafiarlo ni llamar la atención, y por lo mismo no podía objetar ni quejarme cuando pedía menús completos para él y a mí prácticamente me hacía comer sobras. Incluso les decía a las camareras que yo "estaba a dieta" y que por eso no comía en exceso. Gracias a eso mi peso había disminuido lo suficiente como para que en varias zonas mis huesos estuviesen casi expuestos, lucía como si estuviese padeciendo anorexia o alguna enfermedad terminal.
Desprendiéndome de mi orgullo y presa de la necesidad de engullir algo, lo que sea, me acerqué de nuevo a la puerta para suplicar por comida. Si había algo que yo odiaba y él disfrutaba, era que le suplicara. No quería darle el gusto de humillarme, pero la fatiga ya estaba ocasionando que me temblaran las manos, que mi vista se nublara y que una pesada debilidad reinara en mi cuerpo.
—Roy —jadeé, tenía la garganta seca—, sé que me escuchas. Sé que estás detrás de la puerta disfrutando cómo me debilito porque eso es lo que tú haces, te nutres del miedo y la desesperación de los demás como un puto vampiro.
—Insultándome no vas a salir de ahí pronto —su tono calmado y acústicamente tan cercano me demostró que, en efecto, estuvo posicionado del otro lado de la puerta todo el tiempo.
—Déjame encerrada si así lo quieres, pero, por favor, dame algo de comer.
—¿Tienes hambre, Lorraine? —escuché el crujir de una papa frita o de la tortilla de un taco o lo que sea, pero estaba segura de que era comida y él la estaba masticando—. Pero qué cosas digo, claro que debes tenerla —rió con cinismo, aún tenía la boca llena—. ¿Qué fue lo que dijiste antes? ¿Fue un…por favor?
—Sí, por favor. Estoy muy hambrienta, no seas cruel.
—Cruel eres tú, Lorraine. Despreciándome, retándome, peleando conmigo a toda hora. Tú solita te buscaste esto y lo sabes. Así que ese es tu castigo. Vas a quedarte ahí dentro, pasando hambre y escuchando cómo como hasta que a mí me dé la gana.
—Roy, por favor —descubrí mi voz rota y vergonzosamente suplicante—. Te lo suplico, dame algo de comer.
No me dijo nada más, solo se limitó a burlarse de mí con jocosas carcajadas y a masticar de forma ruidosa para torturarme más. Me senté en el suelo con la espalda apoyada en la puerta, justo como cuando me encerré, llorando e implorando por alimento hasta que no pude soportar más y me desmayé.
(…)
Estuve encerrada en esa habitación durante tres días más.
No me dio comida, pero al parecer aprovechó algún momento en el que dormía para abrir la puerta y dejar al lado de esta un plato para perros con algo de agua. Era denigrante y bajo, solo quería humillarme y no quería darle más motivos para hacerlo, pero permanecer sin comer ya era lo bastante jodido como para darme el lujo de no hidratarme.
Para cuando me dejó salir, me encontraba débil y me urgía un baño con urgencia. Creí que en ese estado tan deplorable sería una presa muy fácil y haría de mí lo que se le antojase, pero no lo hizo, al parecer humillarme le divertía más que golpearme o violarme. No sé de dónde sacó un espejo de cuerpo entero, pero lo colocó en una esquina de la pequeña sala de estar y depositó frente a este dos platos para perros, uno con agua y el otro con bistec que me pareció en ese momento la obra culinaria más apetecible del mundo. Me arrastré como pude para alcanzar los cuentos y le hinqué el diente a ese bistec con unas ansias desmesuradas. También bebía agua a la vez y volvía al bistec sin siquiera masticar, solo quería saciar mi hambruna.
Ya estaba terminando cuando me topé con mi reflejo en el espejo. Lucía desaliñada, sucia y comía como una auténtica muerta de hambre. En ese momento me di cuenta de lo bajo que había caído y de que ese imbécil me convirtió en una vagabunda para luego echármelo en cara. Paré de comer y de beber y comencé a llorar. Lo que veía en el espejo no era a la sumisa de hace un año ni a la mujer poderosa en la creí convertirme con el paso de los meses. Estaba viendo a la peor versión de mí misma. La más mediocre, mísera y digna de lástima.
Roy se agachó a mi lado y su reflejo le sonrió al mío.
—¿No te gusta lo que ves? Esto es lo que siempre has sido, querida Lori. Una perra asquerosa.
Quería tomar ambos cuencos y lanzárselos a su estúpida cara para borrar esa maldita sonrisa de su rostro, pero no tenía fuerzas para hacerlo. Además, a pesar de que me había humillado, ya no era la Lorraine cuya autoestima pendía de sus palabras e insultos. Sí, caí bajo, dejé pisotear mi orgullo y mi dignidad por un plato de comida, pero no porque fuera una perra asquerosa sino a causa de la desesperación que sentí tras cuatro días de ayuno y poca hidratación, eso era todo.
—Púdrete —mascullé a duras penas.
—Yo que tú guardaría energía para el viaje —se reincorporó—. Nos vamos dentro de quince minutos.
—¿Ya nos vamos de aquí? ¿Tan pronto?
—Sabes que no podemos hacer estancia por mucho tiempo en un mismo lugar. Además, en este barrio son muy chismosos y ya los vecinos están comentando que nos oyeron pelear y hace días no te ven. No nos conviene que la policía venga a hacernos una "visita de cortesía".
—Estoy muy débil aún. Vayámonos mañana.
—Tan inútil como siempre —rió sin gracia—. Tus debilidades me importan un carajo. Vamos a ir en auto, así que no gastarás mucha energía.
—No estoy en condiciones de correr ni de robar otro auto.
—Iremos en el que vinimos y lo cambiaremos por otro en la gasolinera más cercana. ¡Ahora deja el drama y mueve el culo! No tenemos todo el día.
Tras rodar los ojos con fastidio, hice un esfuerzo sobrehumano para levantarme del suelo. Me costó más de un intento, ya que no tenía suficientes fuerzas como para mantenerme en pie, no podía. Para cuando lo logré, Roy me lanzó una mirada de asco y una muda de ropa que a duras penas conseguí atrapar.
—Ve a darte un baño —ordenó con hastío—, apestas.
A regañadientes, acaté su orden. No porque él me lo ordenase, sino porque llevaba cuatro días sin bañarme y el hedor que manaba de mí me daba náuseas incluso a mí. Con pasos temblorosos y titubeantes llegué al diminuto cuarto de baño y le puse el seguro a la puerta, estaba débil y por lo mismo no me arriesgaría a que ese bastardo me violase cuando no tenía fuerzas para defenderme.
Deposité la ropa sobre la tapa del inodoro e ingresé a la ducha, ya que tina no había. Afortunadamente había un bote de gel de baño y desodorante. Lo que no había era agua caliente y de eso me percaté cuando el chorro helado me cubrió por completo. No tardé en acostumbrarme a la temperatura e incluso bebí un poco, aún estaba sedienta.
Culminé mi baño sin contratiempos y, tras secarme, me coloqué la ropa que Roy me lanzó: unos jeans desgastados que me quedaban algo grandes por todo el peso que he perdido en el último mes y una sencilla blusa blanca de tirantes que realzaba mis pechos. Volví a colocarme las zapatillas Converse que han sido mi único calzado durante semanas y observé mi reflejo en un espejo de cuerpo entero lleno de manchas de humedad que había a un costado.
Quedé helada ante lo diferente que lucía.
Mi rostro estaba pálido y demacrado, como si poco a poco la piel estuviese cediendo para dejar ver la composición de mi cráneo; tenía grandes ojeras, mis pómulos se habían hundido… Mi cuerpo lucía como un costal de huesos. Mis clavículas estaban casi expuestas, al igual que mis muñecas y descubrí que mis costillas también cuando alcé la blusa a la altura de mis pechos, que al parecer eran lo único en mi cuerpo que aún mantenía algo de forma.
No veía un cuerpo así de desnutrido desde la universidad. Cuando las bailarinas, en especial las de ballet, tenían que cumplir con ciertos regímenes alimenticios para mantener el peso requerido, muchas acababan cayendo en el oscuro mundo de las enfermedades como la anorexia y la bulimia. Yo lucía como ellas. Y ya que tenía algo de conocimiento sobre los síntomas de estas enfermedades y de las consecuencias de la desnutrición en general, hallé una explicación a mi ausencia de menstruación, era por esto. Y, de seguir así, pronto perdería algo más que eso.
Debo hallar la forma de alimentarme mejor.
Solté un suspiro lastimero y me reacomodé la blusa. Até mi cabello en un moño desarreglado y salí del baño. Roy ya me estaba esperando afuera, en la calle, apoyado al viejo auto gris que le robó a un pobre anciano en el pueblo anterior. Salí y, sin mediar palabra con ese idiota, abordé el vehículo. No tardó mucho en incorporarse y lanzarme una diminuta bolsa de Cheetos, pero, aunque fuera tan poco, agradecía internamente el alimento.
Devoré los Cheetos como si mi vida dependiera de ello y luego continuamos el trayecto en absoluto silencio. No era un silencio cómodo como el que solía compartir con Garret, pero sencillamente adoraba no tener que escuchar la maldita voz de mi acompañante.
Perdí la cuenta de cuánto tiempo permanecimos en carretera. Alcancé a leer algunas señalizaciones de tránsito que indicaban el camino a pueblos cercanos, pero eran pueblitos conocidos a los que visitaban muchos turistas durante esta época del año y el objetivo de Roy era que mantuviésemos un bajo perfil, así que no haríamos estancia en esos lugares.
Ya era casi de noche cuando llegamos a una gasolinera. Compramos un par de cosas en una tienda de suministros, solo un par de alimentos envasados para continuar con el viaje. Noté otra vez que Roy llevaba consigo una gran cantidad de efectivo y ese siempre era su modo de pago, las tarjetas de crédito serían una pista para que nos rastrearan.
Una vez realizada la compra, nos las ingeniamos para robar un auto amarillo mostaza que lucía como uno de los ochentas. Cada vez que hurtábamos un auto, rezaba porque alguien nos viera y nos impidiera escapar, pero el muy hijo de puta era hábil para robarlos y siempre salíamos airosos. Cuando estuvimos lo suficientemente lejos de la gasolinera, tomó la mochila donde siempre guardaba el dinero y sacó de ella una peluca negra y unas lentillas marrones. Me obligó a colocarme ambas y también tuve que agregar a mi look una chaqueta de mezclilla a juego con los jeans.
Pasamos cerca de tres días más en carretera hasta que llegamos a una vieja fonda que, si desde fuera parecía que estaba a punto de caerse a pedazos, no quería imaginármela por dentro. Pero ya era mediodía y moría de hambre, así que no objeté cuando Roy me ordenó bajar del auto para sentarnos a almorzar allí.
El sitio por dentro lucía más como un bar de mala muerte que como un restaurante. Las paredes estaban pintadas de un marrón que parecía más obra de la inmundicia y la grasa que de la pintura. La mitad de las mesas del establecimiento estaban sucias y rodeadas por moscas. Alrededor de la barra estaban sentados un montón de borrachos escandalosos. El ambiente olía a cigarrillos, alcohol y colonia barata. En fin, un asco.
Me dieron arcadas con tan solo permanecer un minuto en la entrada, pero me contuve para no expulsar lo poco que había comido ayer, no podía darme ese lujo.
Roy examinó el lugar con la vista durante un breve instante para luego tomarme del brazo y conducirme a una de las pocas mesas libres y limpias que habían. Nos sentamos uno frente al otro y esperamos a que alguna camarera se dignara a atendernos, no habían muchas y quizás eso explicaba la falta de higiene de las mesas.
Para distraerme del nauseabundo olor que cubría el local, me dediqué a observar alrededor. Todo me seguía pareciendo asqueroso, pero lo más sucio no era eso. Había una chica. Una chica tan pelinegra como mi peluca. Era joven, calculaba que no sobrepasaba los 22 años. Vestía un uniforme rosa pálido y tomaba varios pedidos de diferentes mesas a la vez. Descubrí que su nombre era Salette porque tanto los clientes como el chef que preparaba las órdenes la llamaban a gritos. Lo malo no era esto, sino que todos los presentes se sobrepasaban con ella. Varios de esos mugrientos borrachos le pegaron nalgadas en más de una ocasión, algunos incluso intentaron tocarle los senos y, cuando intentaba protestar, un señor corpulento que parecía ser el dueño del negocio la reprendía. También la insultaban y le decían todo tipo de cosas denigrantes. Entonces entendí que Salette no era más que una mercancía más en este sitio y me sentí profundamente mal por ella.
Cuando vino a tomar nuestra orden, venía algo descolocada porque uno de los tantos borrachos había intentado besarla antes de irse y en el forcejeo la zarandeó un poco y se deshizo un tanto el moño en el que tenía atado el cabello.
—Buenas tardes —dijo en un tono de voz dulce y amable—, ¿qué desean?
—Para empezar, que dejes de ser una zorra y trabajes, que para eso se te paga —respondió bruscamente Roy, tan misógino y machista como siempre.
Salette ensanchó los ojos con sorpresa, pero no tardó en recuperarse, como si ya estuviese acostumbrada a comentarios hirientes como ese.
—Voy al baño —me informó mi carcelero—. No hagas nada estúpido y pide lo que quieras, voy a darte el gusto esta vez.
Dicho esto, abandonó su asiento y se dirigió hacia un pasillo al fondo del local.
—Perdón por él —me disculpé con la chica—. Es un bastardo.
—No se preocupe, estoy acostumbrada a lidiar con idiotas como él, es mi día a día —sacó una pequeña libreta del bolsillo de su delantal y apoyó el bolígrafo en su mano sobre esta—. ¿Qué va a ordenar?
—¿Por qué dejas que te traten así?
No sé si era mi necesidad de hablar con alguien después de más de un mes de cautiverio o si se trataba de simple curiosidad, pero quería entender por qué una chica joven y guapa como ella se sometía a tanta mierda por un trabajo de mala muerte cuyo salario de seguro no le alcanzaba ni para pagar la renta de un apartamento. Fui abusada y entendía perfectamente las razones por las que las mujeres no huyen, no reaccionan y no escapan, pero en su caso no me parecía que fuera golpeada por una pareja ni por un familiar. Sencillamente me parecía una chica que canjeó su autoestima por un trabajo.
—Eso no está en el menú —se aclaró la garganta—. ¿Qué va a ordenar?
—No ordenaré hasta que me contestes y tu jefe no estará contento si te sigues tardando aquí.
Exhaló con hastío, rodó los ojos, empuñó ambas manos —estrujando entre ellas la libretita y el bolígrafo— y la apoyó en la mesa.
—Porque no tengo más remedio que aceptarlo. Esto es lo que le puede pasar a una niña huérfana a la que nunca adoptan y el orfanato la echa a patadas en cuanto cumple 18 años. Esto es lo que ocurre cuando intentas ahorrar para ir a la universidad en un pueblucho machista y asqueroso como al que va a entrar en cuanto salga de aquí. Así que, si no quiero acabar como una prostituta, tengo que mantener el único trabajo que he conseguido en mi vida. ¿Contenta? —se reincorporó y volvió a su postura anterior, reflejando una sonrisa artificial en su rostro—. ¿Qué va a ordenar?
Había quedado en shock ante su declaración. Esperaba algo como eso, pero no con tanta intensidad. Salette quizás haya perdido algo de orgullo en lugar de perder el trabajo, pero tiene carácter y fortaleza. No es una mujer abusada, solo es otra víctima de las circunstancias.
Iba a decirle algo cuando el volumen de la vieja televisión del negocio aumentó y escuché mi nombre en las noticias. Volteé y casi me desplomo al ver una imagen mía en un noticiero nacional.
—A poco más de un mes de su secuestro, Lorraine Moon, prometida del joven magnate Garret Harriet sigue sin dar señales de vida. Los departamentos policiales de Heaven Gold City y sus alrededores continúan la búsqueda, mientras que la familia Harriet adoptó sus propias medidas de rastreo, ofreciendo un millón de dólares a quien dé información verídica del paradero de la desaparecida. Dicha suma no será entregada a menos que Moon sea encontrada, con vida o sin ella.
¿Ofrecieron un millón de dólares por mí?
—Garret Harriet ha adjuntado a la información un audio que a continuación escucharán con la premisa de: "Lori, si escuchas esto, vuelve a casa".
Pasaron unos segundos antes de que pasaran el audio y…
—Bueno, estamos aquí para enviarle un mensaje a mi Vainilla preciosa porque sus niños la extrañan mucho —¡Garret!—. Campeón, ¿qué te gustaría decirle?
—Mami, te extraño mucho y estoy ansioso porque vuelvas a casa. Nada es igual sin ti.
¡Mi principito!
—Marjie, ¿qué te gustaría decirle a Lori? —de nuevo Garret.
—Que la quiero y la extraño mucho, mucho, mucho. Ya puedo mover los pies y quiero que lo veas. No tardes mucho en regresar.
Mi hadita…
—Te queremos.
Lo próximo que dijo el locutor no fui capaz de escucharlo. Tenía los ojos, el alma y el corazón hundido en lágrimas. Para el resto del país solo fue un simple audio de dos niños, pero para mí lo significaba todo. Mis hijos. Mis niños. Me necesitan. Me extrañan.
—Eres tú, ¿verdad?
Volví a la realidad ante el cuestionamiento de Salette y descubrí mucha compasión en sus ojos marrones. No tenía cabeza para fingir, actuar o negar lo obvio, ningún disfraz podía ocultar mi dolor. Asentí levemente y me reacomodé en mi asiento, no quería llamar más la atención.
—¿Son tus niños?
—Sí —tragué saliva—. Y debo volver con ellos —desvié la mirada hacia ella—. Tú quieres ir a la universidad y yo necesito regresar con mi familia, así que el millón de dólares que te van a dar por informar dónde estoy te vendrán bien. Será un dando y dando.
—Pero yo no…
—Pero nada —la interrumpí—. No deberías estar en este sitio y eres mi única oportunidad, así que escúchame atentamente antes de que Roy regrese. Nosotros estamos de turistas en este pueblo y no sabemos dónde pasar la noche, así que cuando él vuelva, seguro comentará algo al respecto y nos recomendarás algún sitio al que la policía pueda llegar con facilidad. Ahora anota lo que te voy a decir como si fuera nuestra orden.
Asintió y se dispuso a escribir.
—Vas a llamar a policía del pueblo para que te comuniquen con quienes están a cargo de encontrarme. De seguro muchos han llamado ya, así que, para que no crean que mientes, diles que Vainilla está en este pueblo y que vio en las noticias el mensaje que le dejaron su Expreso, su campeón y su hadita. Son nuestros apodos y nadie más los conoce.
—Anotado.
—Ahora escribe la orden real. Tres chuletas de cerdo para Roy y una gaseosa, a mí tráeme una hamburguesa o lo que sea, muero de hambre.
—Listo.
Vi que Roy regresaba por el pasillo por el que se esfumó antes y le hice una seña a Salette para que se marchara, sería sospechoso que hubiese permanecido tanto tiempo solo tomando una orden y no quería que el plan se estropeara.
—¿Aún no han traído la comida? —preguntó mientras ocupaba su asiento.
—No, esa chica es lenta, al parecer la maltratan con razón —dije con fingido desinterés—. ¿Y tú por qué te tardaste tanto en el baño?
—¿Acaso no puedo cagar en paz? —gruñó—. Estaba recopilando información sobre el pueblo. Es un sitio tranquilo. Aquí la gente se escandaliza más por la muerte de una vaca que por la de una persona. No reciben turistas a menudo. Quizás podamos quedarnos aquí.
—¿A vivir? ¿Permanentemente?
—Digamos que será una estancia de largo plazo. Si te portas bien y no me causas problemas, podremos quedarnos.
Si Salette hace las cosas bien, no. No nos quedaremos mucho tiempo.
Garret
—Vamos, vamos, Robin. ¿No puedes conducir más rápido?
Robin nos echó una ojeada a través del espejo retrovisor y rió por lo bajo antes las demandas de mi hijo.
—Mat, no puede ir más rápido. Sería ilegal.
El niño se limitó en refunfuñar algo por lo bajo, hizo un puchero y se cruzó de brazos demostrando su inconformidad. Por un momento me recordó a cuando recién lo conocí y admito que una parte de mí extrañó al Mateo gruñón.
—Vamos, no te enojes —le sobé la espalda—. Ya estamos llegando.
—Pero vamos tarde —rebatió—. Hace una semana que no veo a mi hermana y hoy a Miss Abigail se le olvidó avisarnos a tiempo. ¡Encima Robin maneja como abuelita con problemas de la vista!
Arnold, que iba en el asiento del copiloto, no pudo contener una carcajada y por lo mismo se ganó una mala mirada de su compañero.
—¡Mateo!
—Lo siento, Robin —masculló por lo bajo.
—No pasa nada —dijo el aludido, negando con la cabeza.
—Hey, Mat —lo abordé—. Sé que tienes muchas ganas de ver a tu hermana, y lo harás, no te preocupes.
—Pero sabes que es un tiempo muy corto porque tiene que hacer sus ejercicios, no es como en las ferias de adopción.
—Lo sé, pero es el poquito tiempo que tenemos y debemos conformarnos.
—Si mamá estuviese aquí todo sería diferente.
Y de nuevo, directo a la yugular.
Ya ha pasado más de un mes desde que Lori se fue y Mateo ha aprendido a lidiar mejor con ello. Sigue triste, por supuesto, pero ya no está tan encerrado en sí mismo, en su lugar elije apoyarse en mí y así lo prefiero. Si quiere llorar, me busca, y si quiere jugar, también. Pero todo este gran cambio vino a raíz del comienzo de sus visitas a Marjorie, ella lo anima y lo hace sentir mejor; y a mí también. El problema surge en que Mat odia mentirle y ya la ha visto triste porque cree que nadie la adoptará, y tiene toda la razón en lo que acaba de decir, todo sería diferente si Lorraine estuviese aquí.
Su búsqueda continúa, ahora a nivel nacional. Yo por mi parte ya estoy completamente recuperado y la he buscado por mi cuenta, acompañado de mi séquito de guardaespaldas y con ayuda policial, claro. Sin embargo, mis esfuerzos resultan inútiles. Lorraine no ha aparecido, ni viva ni muerta. Y me niego a acostumbrarme a su ausencia. No voy a acostumbrarme a su ausencia. Por ella y por nuestros niños debo seguir buscando.
—Lo sé, campeón —suspiré—. Si ella estuviese aquí, no estaríamos tristes, ya estaríamos procesando la adopción de tu hermana y ella estuviera regañándonos por cualquier tontería. Pero aún no la hallamos y debemos hacer lo mejor que podamos hasta que regrese, eso incluye no frustrarnos por ir atrasados a una visita.
—Está bien, papá —hizo una mueca y se movió hacia mí para abrazarme—. Lo siento por ser tan pesado.
—No eres pesado. ¿No ves que te cargo a todas partes? —bromeé.
—Qué mal chiste —se burló.
—Pero te estás riendo.
—De lo malo que es tu chiste.
Y así, entre risas, llegamos al centro de rehabilitación física. Me llamó la atención que la entrada estaba custodiada por un séquito más aparte del de Marjorie, el de mi madre. Descendimos del auto y, en efecto, allí estaba la distinguida señora Harriet esperándonos.
—¡Abuela! —chilló Mat mientras corría a abrazarla.
—Es increíble cómo amo y odio esa palabra a partes iguales —dijo ella al devolverle el abrazo al niño.
—Ya te extrañaba. ¿Viniste a ver a mi hermana también?
—Claro, llevo semanas sin verla. Y también te extrañé mucho.
Mamá llevaba una semana en otra ciudad ya que fue a seguir una posible pista del paradero de Lorraine sin consultármelo de antemano. Se ha mostrado muy arrepentida por lo que pasó en el hospital cuando me apuñalaron y ha admitido que, de no haber culpado a Lori esa noche, quizás ella no hubiese tomado la decisión de irse de esa forma. Así que está tan o más comprometida con la investigación que la propia policía. La pista resultó ser falsa, de modo que anoche regresó a la ciudad.
—Creí que no tendrías tiempo de llegar —me inmiscuí en la conversación.
—No me gusta decepcionar a mis nietos.
—Lo sé —le sonreí—. Entremos, ya vamos tarde.
Ingresamos al establecimiento y nos dirigimos directamente al salón en el que Marjorie suele practicar sus ejercicios. Allí, la divisamos acomodada en su silla sin portar la expresión entusiasta que por lo general lleva cuando viene. A su lado estaba Abigail, quien se percató de nuestra presencia y dejó a la niña a cargo de una enfermera para acercarse a nosotros primero, de seguro para hablar a solas.
—Hola, Miss Abigail —fui el primero en saludarla, y conmigo mi hijo y mi madre.
—Hola a todos.
—¿Todo en orden con Marjorie? No luce bien.
—Verán —hizo una mueca—. Este centro realiza días especiales para que sus pacientes se sientan más a gusto, acompañados y apoyados. Entre ellos está el día de padres y…bueno, ya podrán imaginarse cómo se lo ha tomado.
—O sea que hoy es un día en el que sus padres los asisten en los ejercicios y demás, ¿estoy en lo cierto? —cuestionó mi mamá.
—Exacto.
Suspiré y abordé a la trabajadora social.
—Sé que Marjorie aún no sabe de mi intención de adoptarla, pero es muy unida a mí y…quizás…solo por hoy…
—Adelante —me dio luz verde—. Usted es su papá, aunque ella no lo sepa. La animará a hacer sus ejercicios.
—Gracias —sonreí.
Acompañando a Abigail, fuimos a donde se encontraba mi hadita y fue increíble ver cómo se le iluminó la carita, no por mí, sino por Mat. Ella me adora, pero cuando Mateo entra en la ecuación paso olímpicamente a segundo plano. Morimos de ternura cuando se saludaron con un abrazo.
—¡Me alegra que hayan venido! —chilló al ver que esta vez vino una Harriet más a verla, aunque desde hace un tiempo, en cada visita que podíamos hacerle, llevaba a algún miembro de la familia para que la vieran.
—Y a mí lo que no me alegra es que no quieras hacer tus ejercicios, pequeña —comentó mamá, cruzándose de brazos y con su mirada regañona 2.0.
Marjie se encogió en su silla y comenzó a jugar con sus manitas antes de decir:
—Es que hoy hay que hacer los ejercicios con los padres y yo no tengo.
—Tú sí tienes —rebatió su hermano y se volteó hacia mí—. Mi papá puede ser tu papá.
Por un momento esa frase me teletransportó a cuando lo conocí, a cuando Jessie dijo "El tío Garret puede ser tu papá". Todo lo bueno y bonito en esta historia inicia con esa frase.
—Es cierto —dije y me arrodillé sobre una pierna frente a mi hija—. Durante hoy, solo hoy, yo soy tu papá, Marjorie.
Los ojitos avellana de mi niña se iluminaron con un destello especial, como si hubiese acabado de escuchar las palabras más divinas de su vida. Sabía lo mucho que significaba para ella y que, en algún momento, de seguro me consideró su padre o quiso que lo fuera, por lo tanto era obvio que iba a acabar lagrimeando un poco. Justo como ahora.
—¿De verdad? —musitó, haciendo un puchero involuntario.
—De verdad —reafirmé, acariciando su carita—. Hoy soy tu papá.
—Y yo tu hermano mayor —añadió mi campeón.
—Y yo tu abuela —dijo mamá justo antes de estremecerse.
—Gracias por ser tan lindos conmigo —lloriqueó mi niña, empuñando sus manitas para tallar sus ojitos, era adorable, parecía una bebé.
—No llores, Marjie.
—Es que estoy feliz —sollozó.
—¿Llora de felicidad? —preguntó mi madre.
—Algunas veces —respondió Abigail, sonriente.
Nos costó un par de minutos y un par de abrazos hacer que la niña parara de llorar, luego, dio inicio la sesión de ejercicios. Había notado a lo largo de las semanas que cuanto mayor era el progreso de la hadita, más ejercicios se sumaban a la sesión. Anteriormente solo me presentaba como un espectador, pero poder participar de forma directa fue asombroso. Su fisioterapeuta me guiaba en algunos ejercicios simples como masajear sus piernitas, flexionárselas y demás. Pero esos solo fueron un calentamiento para los que vinieron más tarde, de los cuales muchos tuvo que realizar por su cuenta en vista de que eran un entrenamiento para que desarrollara más autonomía a la hora de realizar esos nuevos movimientos que es capaz de hacer.
Me sorprendí de sobremanera cuando el instructor anunció que ya estaba lista para empezar a sostenerse en pie, lo cual ejecutaría con la ayuda de unas barras. Debía sujetarse de cada barra —las cuales se encontraban a su lado derecho e izquierdo respectivamente— para mantenerse parada y con el avance de las terapias también caminar. Al ser su primera vez en esta actividad, no logró levantarse por su cuenta y requirió la ayuda del fisioterapeuta, quien la acomodó en uno de los extremos de las barras y la sujetó ya que sus piernas aún no estaban aptas para hacerlo.
Sonreí de forma gigantesca cuando la vi de pie. No estaba del todo erguida ni podría practicar ese ejercicio hoy, pero solo con ver esa antesala de lo que vivirá dentro de unas semanas más fue increíble. Por obvias razones lucía más alta, de hecho, solo era un par de centímetros más baja que Mat. Y lucía tan feliz que no quería que dejara de sonreír nunca.
—Papá, ¿le gustaría sostener a su hija? —preguntó el fisioterapeuta en tono afable.
—Sí, por favor —sonreír y me abrí paso entre ambas barras para agacharme frente a mi hadita.
El instructor me indicó que la sostuviera con cuidado de la cintura y que no permitiera que ella soltase las barras. Al percatarse de que nuestras posturas eran correctas, soltó a la niña y nos dejó disfrutar del momento.
—¿Así se siente estar parada? —me preguntó, llorosa.
—Sí, cariño. Así se siente. Y pronto sabrás también cómo se siente caminar.
—Estoy feliz —chilló entre lágrimas.
Me causaba ternura que su máxima expresión de felicidad fuera el llanto. Al instante su naricita se ponía roja y formaba un pucherito. Además, decía "Estoy feliz" muy rápido y alargaba la I.
—Yo también lo estoy —deposité un beso en su frente—. Estoy orgulloso de ti.
—Ojalá fueras mi papá de verdad —admitió, haciendo un mohín.
Esa sencilla declaración me hizo el corazón añicos. Ella no tenía idea de lo mucho que la amo ni de que, si por mí fuera, me la llevaría a casa hoy mismo. Pero el proceso de adopción ni siquiera inició a raíz de la desaparición de Lori.
—No soy tu papá de verdad, pero soy tu papá hoy —le sonreí.
Estaba a punto de decirme algo más cuando se acercaron mi madre, mi hijo y la trabajadora social para felicitar a Marjie por su progreso. No permanecimos mucho tiempo más en esa postura porque ella comenzó a quejarse de un dolor de espalda y el fisioterapeuta dio por concluida la sesión de hoy.
Como ya había culminado la terapia, le pedí a Abigail más tiempo para poder ir con Marjie a algún sitio para pasar juntos lo que quedaba de tarde, pero el permiso me fue denegado debido a que ya la veo en más ocasiones de las establecidas y se supone que no es apropiado que quiera exceder el tiempo que se me da cuando no soy su padre de acogida ni estoy tramitando una adopción.
Derrotado, solicité al menos acompañarlas hasta el orfanato y así lo hicimos. Al llegar a la institución mis pequeños se despidieron en la entrada —ya que Mateo no podía ingresar— y dejé al niño bajo el entero cuidado de su guardaespaldas. Mi madre por su parte insistió en acompañarnos. No sería una visita larga porque, por lo general, Marjie se toma una siesta al regresar de su rehabilitación. La acompañamos hasta su habitación y Abigail nos dio unos minutos para despedirnos.
—Fue un gusto verte hoy, mi niña —le sonrió mi madre con una dulzura no propia de ella—. Verás que antes de que te des cuenta estarás caminando, trotando, corriendo…incluso volando si quieres.
—Tal vez, porque soy una hadita, así me llama Garret.
Ternurita.
—Gracias por ser mi abuelita hoy.
Ahogué una carcajada ante la reacción horrorizada de mi madre. Si solo "abuela" la escandaliza, me imagino que "abuelita" debió darle pavor.
—Dejémoslo en abuela, ¿sí? Ya abuelita es más de lo que puedo soportar.
—Está bien —asintió la niña—. Abuela.
Mamá se inclinó para besar la frente de su nieta, se despidió de ella y me dijo que me esperaría afuera.
—Gracias a ti también, Gary —me sonrió cuando me senté frente a ella—. Por ser mi papito.
—Amé serlo.
—No quiero que el día se acabe, porque dejarás de ser mi papá —se encogió en su silla.
—Pero no voy a dejar de quererte, nunca, y eso es más valioso.
—¿Cuándo vendrás a verme de nuevo?
—La próxima visita es la semana que viene, pero sabes que, si hay alguna actividad que hagas en la que me pueda colar, ahí estaré.
—Entonces, ¿hasta la próxima? —ladeó la cabecita.
—Hasta la próxima, cariño —imité su acción y procedí a llenar su carita de besitos de despedida.
Me incorporé para marcharme y ya me estaba a punto de abrir la puerta cuando un llamado de mi rubita de hizo girar sobre mis pies como acto reflejo.
—¿Qué pasa?
—Quiero mostrarte algo antes de que te vayas.
—Ok.
Creí que buscaría a sus hadas de peluche para mostrarme algún nuevo show que se le hubiese ocurrido o algo parecido, pero me llevé una sorpresa cuando tomó sus piernitas para colocarlas en el suelo. Luego, se apoyó en el posabrazos de su silla para impulsarse hacia arriba y…¡lo logró! ¡Logró ponerse de pie por su cuenta!
Me quedé estático y maravillado por lo que acababa de presenciar y ella solo me sonreía orgullosa de su hazaña. En un acto de osadía trató de dar un paso y casi cae al suelo, pero mis reflejos fueron más rápidos y logré evitarlo sosteniéndola como en las barras.
—¡Lo lograste, Marjie! —le sonreí y la abracé—. ¡Lo hiciste solita, mi vida!
—Tú me animaste, papá.
Y en ese instante el mundo entero se detuvo, justo como cuando Mat también me llamó papá por primera vez. Sigo sin ser capaz de describirlo. Es un sentimiento tan puro y bonito que te arrasa el alma y te hace sentir el ser más especial sobre la faz de la tierra. Es un regalo del cielo.
—Y yo estoy orgullosísimo de ti, hija.
Permanecimos así, abrazados y algo sollozantes durante un buen rato, tanto que Abigail tuvo que interrumpirnos. Esta vez despedirme me costó mucho más. No quería irme. Quería que mi princesa siguiera llamándome papá hasta que me hartara de oírlo. Pero Marjorie tenía un baño y una siesta que tomar y unas enfermeras se la llevaron. Ya no tenía nada más que hacer allí, así que me dispuse a caminar hacia la salida, pero Abigail me abordó.
—Sr. Garret, sé que el tema de Miss Lorraine es complicado y quizás no sea el mejor momento para hablar de esto, pero…si ella no apareciera…
—Va a aparecer —la interrumpí, sonando casi brusco.
—Le estoy planteando una hipótesis —aclaró—. En caso de que ocurriera lo peor y ella…no volviera…¿qué hará usted con respecto a Marjorie?
Exhalé con pesadez, como si con esa acción pudiese liberar toda la tensión acumulada.
—Lorraine va a volver, Miss Abigail. Pero, en el hipotético caso de que no lo haga, puede estar tranquila, voy a adoptar a Marjorie así tenga que hacerlo como padre soltero.
—Gracias —asintió—, era justo lo que necesitaba escuchar. Que tenga buen día.
—Lo propio para usted.
Y dicho esto, continué mi camino. En la salida me reuní con mi madre, quien al parecer también quería hablar conmigo a solas, lo deduje por su expresión.
—¿Qué ocurre, mamá?
—Nada…solo me duele que tengas que ver a tu hija una o dos veces por semana y que Lorraine se lo esté perdiendo, no es justo.
—No tienes idea de lo mucho que me gustaría regresar el tiempo, volver a esa noche y haber podido hacer más para mantenerla a salvo —confesé, comenzando a caminar hacia nuestros autos.
—Hiciste todo lo que pudiste, Garret. Saliste herido tratando de protegerla a ella y Mateo, y gracias a ti salieron ilesos. Ella también hizo más de lo necesario y ahora mira, está en quién sabe dónde con ese psicópata —suspiró—. Si se pudiera regresar el tiempo, creo que la única que debería volver a esa noche sería yo para no decirle todas las cosas horribles que le dije.
—Ya tendrás la oportunidad de disculparte —suspiré yo también—. Solo espero que no siga pasando más tiempo antes.
Y, como si fuera un mensaje divino, mi teléfono comenzó a sonar en el bolsillo de mi chaqueta. Lo saqué de ahí, contesté la llamada sin siquiera ver quién la efectuaba y me llevé el teléfono a la oreja. La información que me dio mi interlocutor del otro lado de la línea la recibí fragmentada ya que los latidos de mi corazón eran tan acelerados que por momentos era todo lo que podía escuchar, pero capté lo necesario, hallaron a Lori.
—Garret, ¿qué pasa? —indagó mi mamá, preocupada.
—Ve preparando tus disculpas, mamá —una lágrima se deslizó por mi mejilla—. Encontraron a Lorraine.
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Nuevo capítuloooo!!!
Sí, lo sé, me tardé. Es que pasó mi cumpleaños, estuve enferma durante semanas y en fin, me atrasé. De hecho, este cap iba a publicarlo mañana porque es mi aniversario aquí en Wattpad, pero ustedes merecían leer esto.
Lorraine está viva, aunque no esté bien. ¿Qué opinan de su situación?
Marjorie ya se sostiene en pie solita. ¿Qué les pareció?
Al parecer Salette cumplió la misión con éxito. ¿Qué creen que ocurra ahora?
Cap dedicado a: EstefaniaMenescal , lenard_rose y AlisCitlali1203
Besos de Karina Klove 😉
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