CAPÍTULO 35: Momentos en familia

Lorraine

—¡Muy bien, niños! —aplaudí al culminar con la primera sesión de la lección de hoy—. Suficiente por ahora, vayan a beber agua y tomen un descanso.

—Síii —dijeron, o más bien jadearon, a coro; los dejé cansados.

Todos se dirigieron hacia la esquina en la que cuelgan sus respectivos bolsos para buscar sus botellas de agua y posteriormente sentarse juntos a descansar.

—¿Qué hay de ti, Marjorie? —me volteé hacia ella quien se encontraba a mi lado—. ¿No quieres ir con tus compañeros?

—Yo no me canso tanto como ellos, ¿recuerdas? —musitó, sobándose sus piernitas.

—Pero no solo fueron a descansar, también están charlando y jugando. ¿Por qué no te sumas?

—No quiero —negó con la cabeza para luego agacharla.

Sabía lo que significaba ese gesto. Marjorie lleva una semana asistiendo a mis clases y gracias a ello he logrado acercarme ella, ganarme su confianza y aprender a leer su lenguaje corporal. Normalmente cuando huye de la mirada de los demás y se centra en sus manitas o en sus piernas, es por timidez o para evitar hablar de algún tema que la entristezca.

Me senté en el suelo frente a ella, anivelando nuestras alturas. Busqué su mirada y establecí contacto visual.

—¿Confías en mí, pequeña?

—Sí —asintió levemente.

—¿Y me tienes suficiente confianza como para decirme por qué no quieres ir a pasar el rato con tus amigos?

—Ellos no son mis amigos —aclaró—. Yo no tengo amigos, Miss Lorraine.

—¿Y eso por qué?

—Porque cada vez que me hago amiga de alguien, lo adoptan y nunca más lo vuelvo a ver. Eso me pone muy triste.

—Ay, cariño —acaricié su mejilla, he descubierto que amo hacerlo y que ella ama que lo haga—. Escucha, en la vida conocerás a muchas personas que querrás mucho y no podrán quedarse para siempre, pero no por eso vas a negarle la entrada a tu vida a nuevas personas que también te querrán.

—No creo que alguien quiera a una niña en silla de ruedas.

Esa oración me rompió el corazón en mil pedazos. Por un instante me recordó a mi yo de hace unos meses; también creía que nadie sería capaz de amarme, incluyéndome. Si lo cambiaba de perspectiva, llegaba a la conclusión de lo mucho que Marjorie y yo nos parecíamos. Su discapacidad es la causante de su tristeza, es el motivo principal por el cual no es adoptada y no puede disfrutar de una infancia normal; yo por mi parte tenía a Roy quien había convertido mi vida en un auténtico infierno. Por suerte logré escapar y hallé a personas maravillosas que me ayudaron a superarlo todo, Marjorie por otro lado no puede huir de la silla de ruedas, pero puedo ayudarla a sentirse como nunca se ha sentido: amada.

—Yo te quiero.

Mi declaración la hizo agrandar sus ojitos por la sorpresa, un segundo después se empañaron.

—¿Lo dices en serio? —sollozó.

—Claro que lo digo en serio, mi niña.

—¿Y por qué me quieres?

—¿Cómo que por qué? ¿Acaso no sabes que eres la pequeña más increíble que he conocido? —sequé una lagrimilla que se le escapó—. Eres tierna, dulce, inteligente, educada...eres un amor, Marjorie. Y es imposible no quererte.

Sin que me lo esperara se inclinó hacia mí y me envolvió entre sus delgados bracitos. Le devolví el abrazo con la misma ternura que ella me proporcionó a mí. Sentía tanta necesidad de hacerla sentir querida.

—Hagamos algo —propuse al separarnos—. A partir de hoy no soy solamente tu instructora de danza, también soy tu amiga, y ten por seguro que te quiero.

—¿De verdad? —inspiró por la nariz.

—De verdad, bonita —le sonreí—. Ahora quiero que me prometas que vas a hacer un esfuerzo por socializar y hacer amigos.

—Pero yo no...

—Pero tú no puedes seguir encerrada en tu habitación sin compartir con el resto de los niños —terminé por ella—. Abigail me ha contado que no sales nunca de ahí, como si estuvieses presa.

—Porque los otros niños sales a jugar y hay muchas cosas que yo no puedo hacer —hizo una mueca—. Eso me hace sentir mal.

—Puedo imaginarlo, cariño —repetí su acción—. Pero también están los juegos de mesa, pueden ver dibujos animados juntos, hacer manualidades o incluso un show de marionetas.

—Nunca lo había pensado —ladeó la cabeza.

—Pues ahora ya sabes que tienes más opciones. ¿Lo intentarás?

—Lo intentaré —asintió.

—Esa es mi niña —alcé mi mano indicándole que chocáramos los cinco y lo hizo con una bonita sonrisa adornando su rostro—. Me gusta verte sonreír así.

—Usted me hace sonreír, Miss Lorraine. Por eso me gusta venir a clases de baile.

—Y a mí me gusta que vengas —acaricié su cabello—. Ahora ve a charlar con los otros niños antes de que termine el descanso.

—Ok, lo haré —asintió levemente.

Posó sus manitas sobre las ruedas de su silla para así hacerlas rodar. Me ha llamado la atención que la maneja a la perfección y que en ese y otros aspectos es muy independiente para solo tener 5 años. En eso me recuerda a Mateo, ambos son pequeños muy maduros para sus edades. Observé cómo la rubita, tímidamente, hacía su esfuerzo por socializar con el resto de los niños. Añadí un par de minutos más al descanso para darle la oportunidad de congeniar con ellos un poco más.

Reanudé la clase más tarde, aunque no me quedó mucho tiempo en vista al extenso descanso que les concedí a los pequeños. Divisé a una Marjorie más relajada en cuanto al entorno grupal y eso me llenó de satisfacción. Me había autodeclarado su madrina y mientras hallara a unos padres que quisieran adoptarla, yo estaría aquí para ella.

Al culminar la clase, los acompañé junto a Abigail a la salida. Los despedí a cada uno con un beso y un caluroso abrazo, en verdad me he encariñado bastante con esos niños y deseaba con todo mi corazón que los adoptasen a todos. Al llegar el turno de Marjorie, alargué el abrazo un poco más y le susurré al oído:

—Recuerda lo que te dije —susurré en su oído.

—Lo haré, Miss Lorraine. Se lo prometo.

—Así me gusta, pequeña.

Nos separamos y me dispuse a despedirme también de Abigail. Iba a acompañarlos hasta el autobús, pero el llamado de mi jefe me lo impidió. Siempre procuraba mantener el menor contacto con él, con el pasar de las semanas comprobé que no tiene ningún valor como persona, no muestra ni la más mínima empatía por mí ni por mis compañeras y se expresa con desdén hacia todos aquellos a los que considera ''inútiles''.

Lo seguí hasta su oficina. Tomó asiento tras su buró e hizo un ademán para que me sentara frente a este. Eran raras las ocasiones en las que demostraba tanta amabilidad, así que algo debía traerse entre manos.

—Iré al grano, Lorraine —se recargó hacia atrás en su asiento—. Estoy muy contento con tu trabajo.

—Gracias —asentí.

—El punto es que me parece un total desperdicio que alguien con tu talento y capacidad para instruir pierda su tiempo con unos grupos de viejos y huérfanos —otra vez, ese estúpido desagrado con el que se refiere a los demás—. Pronto un grupo exclusivo de señoras de la más alta de las esferas de la sociedad vendrán y, si les gusta, comprarán una membresía de un año que puede beneficiar mucho a la academia. Quiero que tú y Amanda sean quienes impartan las clases y, si a las clientas les gusta, ustedes serán sus instructoras oficiales, les subiré el sueldo y sus horarios se centrarán solo en ellas.

—O sea, que seríamos instructoras solo para ellas y eso nos daría horarios más flexibles y aumento de sueldo.

—Toda una ganga, ¿no crees? Amanda ya aceptó, me falta tu confirmación.

—Me encantaría, pero...¿qué ocurrirá con mis alumnos?

—Se los asignaré a otra instructora, no te preocupes por la caridad.

—Pero son mis alumnos, me siento a gusto con ellos y quiero seguir siendo su instructora.

—Bueno, si quieres atarte a esos inútiles, adelante. Pero si te conviertes en intructora oficial de estas nuevas clientas, ellas serán tu prioridad.

—Comprendo.

—Entonces, ¿aceptas?

—Por supuesto. Gracias por la oportunidad.

—Perfecto. Te tendré al tanto para cuando las condiciones estén creadas para nuestras clientas VIP. Tu turno con los mocosos ya acabó, ¿cierto?

—Anjá.

—Pues ya terminaste por hoy, puedes irte.

—¿Tan temprano? —inquirí, sorprendida.

—Pues sí. Te necesito lo menos cansada posible, así que a partir de hoy tendrás horarios menos ocupados. Puedes retirarte.

—Gracias —sonreí y salí casi corriendo del despacho temiendo que cambiara de opinión.

Mientras me dirigía hacia mi estudio para buscar mis cosas, me encontré con Amanda en el pasillo. Sonreía y supuse el porqué.

—¿Fue a ti a quien le propuso instruir a las nuevas clientas? —preguntó, emocionada.

—Pues sí.

—¡Sí! —chilló para luego abrazarme, sorprendiéndome—. Me encanta que seamos compañeras en esto —se separó de mí—. ¿Sabes lo que significa? ¡Aumento de sueldo y más tiempo con nuestros hijos! Es una gran oportunidad, no podemos cagarla, rubia.

—Y no lo haremos, morena —le sonreí—. Ahora te dejo, muero por llegar a casa y ver a mi principito.

—Y yo por ver a mis ositos.

Nos despedimos y corrí hacia mi estudio. Rápidamente me cambié de ropa, tomé mis cosas y a la salida abordé el primer taxi que encontré. Estaba contenta. Si todo salía bien, podría volver a pasar tiempo con mi familia y tener un horario que no me dejase medio moribunda todos los días. Llegando a casa, le pagué al taxista y corrí al interior de mi hogar. ¡Qué bien se sentía llegar temprano y con fuerzas para variar!

Se me hizo raro llegar a la sala de estar y no ver ni rastro de mis chicos, ni de Vivi y tampoco de los gritos del chef. Fui a las habitaciones y también a la cocina, pero no los hallé, así que supuse que debían estar en el jardín jugando fútbol para que Mat practicase, pronto comenzarán sus partidos. Atravesé todo el jardín buscándolos, pero nada.

Entonces escuché chapoteos cercanos que obviamente debían provenir de la piscina. Me dirigí hacia allí casi corriendo, pero paré en seco al ver a mi hijo en medio de la gran masa de agua boca abajo y sin moverse.

Entré en pánico en un microsegundo.

—¡MATEO! —grité desesperada mientras corría a toda velocidad en dirección a mi niño.

No era muy buena nadadora, pero eso era lo de menos, la prioridad era rescatar a mi hijo. No me molesté en deshacerse de la ropa ni del calzado, solo me lancé sin pensarlo dos veces, pero algo me atrapó antes de que me zambullera.

Algo no. Alguien.

—¿A dónde vas, mi amor? —escuchar su voz relajada casi logra calmarme. Tiró de mi hacia atrás, alejándome del borde de la piscina—. Tranquila.

—¿¡Cómo quieres que me tranquilice si Mateo...!? —no culminé la frase, porque al desviar la vista hacia mi hijo lo vi nadando tranquilamente y sonriéndome—. Rubito, ¿¡estás bien!?

—Sí, mami —rió, nadando tan rápido como sus pequeños bracitos se lo permitieron hasta llegar a donde nos encontrábamos.

—¿Desde cuándo sabes nadar? —lo abordé tan pronto salió de la piscina y Garret me libró de su agarre.

—Hace un tiempo. Gary me enseñó.

—¿Ah sí? —me volteé hacia mi novio.

—Se lo prometí al niño desde que fuimos a California, ¿recuerdas? —le agitó el cabello mojado al pequeño y justo en ese instante fue que noté que el castaño también se encontraba a en traje de baño—. Y bueno, has estado mucho tiempo trabajando y nosotros lo aprovechamos para hacer cosas juntos. Mat aprendió muy rápido.

En ese momento me sentí culpable por no estar pasando tiempo con ellos. Amo que su relación se haya vuelto tan estrecha, pero no habérmelo perdido. Independizarme laboralmente no es más valioso que pasar tiempo de calidad con mi familia.

Mat me lanzó una mirada, de esas con las que nos comprendemos el uno al otro sin expresar mucho más, y dio un paso más cerca de mí para tomar mi mano.

—Mami, ¿quieres nadar con nosotros? —me invitó con su mejor sonrisa, en la cual ya estaba apareciendo el sustituto de su diente faltante.

Le sonreí de vuelta y asentí como respuesta.

—Iré a ponerme mi traje de baño y regreso.

—Yo creo que así estás perfecta —el tono malicioso con el que Garret lo dijo me pareció suspechoso, y no sospeché mal, porque de la nada me cargó y antes de que reaccionara ya me había lanzado al agua.

Emergí aún sorprendida y tras tomar aire, divisé a mi novio e hijo burlándose a carcajadas de mí. A mí no me hacía gracia, en lo absoluto.

—Muy gracioso, Gary —lo miré mal antes de nadar hasta el borde de la piscina.

—Lo siento, Vainilla —rió un poco más para luego agacharse frente a mí y tenderme su mano para ayudarme a salir.

Tomé su mano, pero no me impulsé para salir, sino que tiré de él para que también disfrutara de un chapuzón. Esta vez fue mi turno de reírme a carcajadas y Mat me acompañó en eso. Garret emergió y nos lanzó una mirada aniquiladora a ambos, pero acabó dirigiéndola solamente al niño al cual agarró y también tiró al agua.

—¡Gary! —se quejó mi rubito tras salir a la superficie y escupir un chorrito de agua.

—Eso les pasa por burlarse de mí —les saqué la lengua—. Ahora los tres estamos empapados.

—Entonces aprovechemos eso —nos sonrió Garret—. Mamá llegó temprano hoy, campeón. Disfrutémoslo.

Y sí, eso hicimos el resto de la tarde. No me sentía muy cómoda que digamos nadando con tanta ropa encima, pero eso pasó a segundo plano porque estaba pasando un buen rato con los hombres de mi vida. Lo extrañaba tanto, hacer cosas los tres juntos.

Nos estuvimos divirtiendo hasta que aparecieron Vivi y el chef Reginald regañándonos por haberme bañado en la piscina con tanta ropa y sin haber merendado nada luego del trabajo. Literalmente me exigieron salir de ahí y que fuera a cambiarme, también extrañé que ellos me regañasen como si fueran mis padres. Seguí sus órdenes y al cabo de unos quince minutos me encontraba en el comedor, seca y degustando una rica macedonia de frutas.

—Eché tanto de menos verte degustar mis refrigerios, niña —lloriqueó el chef mientras yo comía.

—Yo también lo eché mucho en falta, chef —le sonreí.

¡Largar esse trabalho idiota! —me gritó.

—¿Qué idioma es ese? —le pregunté a Garret que estaba sentado a mi lado—. ¿Portugués?

—Anjá. Acaba de decirte que dejes ese estúpido trabajo —le lancé una mala mirada porque se suponía que no discutiríamos más el tema—. ¿Qué? Lo dijo él, no yo.

—Bueno, hablando de mi trabajo. Dentro de poco, si todo sale bien, puede que mis horarios cambien.

—¿Ah sí? —preguntaron todos al unísono.

—Pues sí. Vendrán unas nuevas clientas a la academia de muy buena posición social y, si compran la membresía y les gusta mi trabajo, me quedaré como su instructora oficial.

—¿Y eso no significa más trabajo? —inquirió Garret.

—Al contrario, significa que todo mi trabajo se centrará solo en esas alumnas y mi horario será mucho menos ocupado. Además, mi jefe va a restarme horas de trabajo a partir de hoy para que no esté tan cansada para esas nuevas alumnas, así que me verán así de temprano por aquí más seguido.

—¿¡En serio, mami!? —chilló mi niño a lo cual asentí sonriente—. ¡Sí! ¡Volverás a estar con nosotros!

—Lo haré lo mejor que pueda para que así sea, mi niño.

—Sé que les encantarás —me animó Garret—. Pero recuerda que si son clientas de buena posición, puede que te conozcan.

—Ya había pensado en eso. En caso de que así sea, disimularé frente a mi jefe y luego llegaré a un acuerdo con las clientas, nadie en la academia tiene que enterarse de que soy una Harriet.

—Ok, confío en que puedes manejarlo —me sonrió—. Ahora termina tu macedonia y prepárate para una tarde en familia que Mat y yo preparamos para ti.

—Entonces comeré rápido.

Culminé mi merienda tranquilamente antes de ser arrastrada por ambos hacia la sala de cine. Cuando llegamos, ya los botes repletos de palomitas y los refrescos se encontraban ubicados en los portavasos de los cómodos muebles de cuero, y en la pantalla figuraba mi película favorita la cual estaba pausada justo en la presentación del nombre.

—¿¡Cómo supiste que esa es mi película favorita!? —le chillé a mi novio.

—Un pajarito me lo dijo —se encogió de hombros.

—El parajito soy yo —intervino Mateo, haciéndonos reír.

—Lo supuse, principito —le agité el cabello tal cual lo hace Garret—. Ahora vamos a verla.

Tomamos asiento cada uno en un mueble, conmigo en medio de ellos dos. Sonreí ante sus constantes gestos y mimos para hacerme sentir cómoda, desde acercarme las palomitas hasta ofrecerse a hacerme un masaje. Les hice saber que tantas atenciones no eran necesarias, con poder pasar tan buen rato junto a ellos estaba más que feliz.

(...)

—¿Abigail? —pronuncié tan pronto acepté la llamada telefónica, era muy raro que la trabajadora social me llamase un domingo en la mañana.

—No, Miss Lorraine. Soy Marjorie.

Una parte de mí se llenó de ternura al escuchar su vocesita, pero otra se alarmó ante el tono triste con el que me hablaba. Algo andaba mal.

—Hola, Marjorie. ¿Cómo estás, linda?

—Triste.

Ay no, mi niña.

—¿Por qué estás triste? —abandoné el balcón de mi habitación para tomar asiento sobre mi cama.

—Hoy es uno de esos días de feria de adopción y... —escuché su voz quebrarse y al fondo la de Abigail pidiéndole el teléfono.

—Hola, Miss Lorraine —me saludó.

—Hola, Miss Abigail —le devolví el saludo—. ¿Qué ocurre con Marjorie? ¿Qué es eso de la feria de adopción? Creí que eso solo era con mascotas.

—Verá, las ferias de adopción de niños se celebran dos veces al mes por el orfanato. Elegimos espacios públicos y amplios como parques donde posibles padres de acogida o adoptivos conozcan y jueguen con los niños. Es más informal que otros procedimientos para que los pequeños tengan la oportunidad de ganarse el corazón de personas que quizás los quieran adoptar.

—Es una muy buena iniciativa, pero...¿por qué a Marjorie le entristece que las celebren?

—Porque estamos en el Coney Park con muchas parejas jugando con la mayoría de los niños y...nadie voltea a mirarla siquiera, no hace falta que le diga el porqué, ¿verdad?

Un enorme sentimiento de impotencia me invadió. Solo de imaginar a Marjorie en ese parque, rodeada de niños con los cuales las parejas sí interactúan y recordando que con ella no lo hacen por su discapacidad, se me encogió el corazón.

—Sí, comprendo. ¿Me puede pasar a la niña, por favor?

—Claro.

Escuché de fondo a Abigail regresándole el teléfono a la pequeña y pidiéndole que no llorase más.

—Hola de nuevo, princesita —murmuré—. Ya Miss Abigail me explicó. No llores, te lo ruego.

—Es que me siento muy mal, Miss Lorraine —sollozó—. No me gusta venir a estas ferias, de todas formas nadie me adoptará.

—Mi niña...

—La llamé porque usted siempre me anima y me hace sentir bien. Quería charlar un ratito. ¿Puede?

—Sí, sí puedo —contuve un sollozo—. Pero haré algo mejor. Dile a Abigail que me envíe la ubicación exacta en la que están y en un par de minutos estaré ahí contigo.

—¿De verdad? —musitó.

—De verdad. Haz lo que te pedí y te veré en un rato, princesa.

—Ok, hasta luego. Y gracias, Miss Lorraine.

Al finalizar la llamada corrí hacia mi clóset para cambiarme. No me coloqué nada muy formal, solo una blusa rosa con una falda asimétrica suelta color blanco y tacones bajos del mismo color. Peiné mi cabello, me maquillé y tomé mi bolso. Corrí a toda velocidad escaleras abajo y al mismo ritmo me dirigí luego hacia la salida.

—Mi amor, ¿a dónde vas?

El llamado de Garret hizo que me detuviera en seco cuando me encontraba en medio de la sala de estar. Había olvidado por completo que, aprovechando que era mi único día libre y que Mat estaba en una excursión escolar, me había pedido una cita. Giré sobre mis pies para encararlo y fruncí los labios, sintiéndome culpable.

—¿Podemos posponer nuestra cita para la tarde, cariño?

—Supongo que sí, pero...¿por qué?

—Una de mis alumnas me necesita con urgencia.

—Lori —exhaló con pesadez—. Trabajas más de ocho horas, seis días a la semana y el domingo es el único día en que podemos estar juntos. Sé que ahora tienes horarios más libres y que estás muy apegada a tus alumnos, pero no me parece justo que solo te dediques a ellos.

—¿Estás celoso? —sonreí.

—Sabes que no es eso —se cruzó de brazos.

—Sí, lo sé —suspiré—. Si fuera cualquier otro alumno, quizás me lo pensaría. Pero es Marjorie y me necesita.

—¿Quién es Marjorie?

—¿No te he contado de Marjorie?

—No tienes tiempo suficiente como para contarme muchas cosas, Vainilla —descruzó sus brazos—. ¿Quién es Marjorie?

—Marjorie es una de las niñas huérfanas a las que instruyo. Tiene una discapacidad y por lo mismo es muy poco probable que llegue a ser adoptada. Ahora mismo está en el Coney Park en una feria de adopción que organiza el orfanato y está hecha un mar de llanto porque ni siquiera la miran. Necesito ir a consolarla.

—¿Cuál es su discapacidad?

—Está en silla de ruedas.

La expresión de Garret se transformó en pura empatía en un segundo.

—Tú y yo también fuimos niños huérfanos, Garret. ¿No te gustaría que hubiese llegado alguien para hacerte sentir querido cuando el resto de los niños pasaban un buen rato con sus padres?

—De hecho, sí tuve a alguien —sonrió a medias, como si acabara de reproducir un buen recuerdo en su cabeza—. Y también me gustaría ser ese alguien para Marjorie. Te acompaño.

—¿¡En serio!? —chillé antes de que asistiera y de que, ante su afirmación, me lanzara a sus brazos.

—Tienes razón. Nuestra cita puede esperar —tomó mi mano—. Andando.

A bordo del auto de Garret, nos dirigimos al parque. Por suerte no quedaba demasiado lejos de casa, así que en cuestión de pocos minutos estábamos allí. Mi novio notó que la ubicación que me envió Abigail coincidía con la zona en la que él suele ir a practicar fútbol con Mateo y me guió hacia allí a través de un atajo.

Al instante nos percatamos de un enorme cartel con la inscripción ''Feria de adopción'' y de la gran cantidad de infantes que correteaban y jugaban por la zona. Contrario a lo que creí en un principio, había una gran cantidad de adultos interactuando con los pequeños, de hecho, habían suficientes como para que por cada niño hubiese tres parejas; y aun así nadie se acercó a Marjorie.

Comencé a buscar visualmente a la rubita y a la trabajadora social, pero no las hallé, por lo tanto debía atravesar la feria para dar con ellas. Al traspasar el gran cartel, dos señoras nos abordaron, entregándonos folletos y dispuestas a darnos una introducción con el propósito por el cual se organizó el evento.

—En realidad vinimos buscando una niña en específico —aclaró Garret.

—Se llama Marjorie y ahora mismo está con la trabajadora social Abigail Tomlinson.

—Oh, la pequeña Marjorie —sonrió la señora más canosa—. Sí, está junto a Abigail al final de la feria.

—Supongo que usted es Lorraine Moon —me sonrió también la segunda—. Marjorie no para de hablar de usted desde que comenzó a asistir a las clases de danza.

—¿En serio? —esta vez fue mi turno de sonreír.

—Sí, he visto crecer a esa niña y no recuerdo haberla visto tan contenta como cuando regresa de la academia de danza.

Marjorie...

—Me alegra escuchar eso.

—Bueno, no los retenemos más —la primera señora hizo ademán indicándonos pasar—. Adelante.

Ambos agradecimos tanto la información como el recibimiento y nos encaminamos al interior de la feria.

—Felicidades —me detuve en seco al escuchar dicha felicitación proveniente de Garret y sin motivo aparente.

—¿Felicidades por qué?

—Por el trabajo que has hecho con Marjorie. Me imagino que si es paralítica, debiste ingeniártelas de cientos de formas para hacerla sentir cómoda en tus clases y, no conforme con eso, has convertido esa actividad en una de las pocas cosas que hace feliz a esa niña —me sonrió—. Incluso viniste corriendo hacia aquí para hacerla sentir mejor. Así que, felicidades, Miss Lorraine. Eres la mejor instructora de danza de Heaven Gold City, y lo sabes.

—Adulador —reí por lo bajo y lo tomé de la mano—. Vamos por Marjorie.

Continuamos nuestro recorrido por toda el gigantesco jardín. Desde la distancia parecía un espacio pequeño, pero resultó ser más amplio de lo que creí. Me llamaron la atención el gran número de niños de todas las edades, etnias, estaturas y carácteres. Muchas personas no saben de la gran cantidad de infantes que residen en orfanatos, deseando día a día que alguien los adopte. Ojalá cada pareja deseosa de formar una familia tuviera en cuenta adoptar, independientemente de que sean capaces de tener hijos biológicos o no.

Finalmente llegamos al extremo opuesto a la entrada de la feria, donde apenas había rastro de niños ni de futuros padres. Cerca de unos arbustos, en una zona apartada, se encontraba Marjorie con Abigail agachada a su lado, consolándola.

Pequeña...

Tiré de la mano de Garret, para aproximarnos a ellas. Tan pronto se percataron de mi presencia, ambas sonrieron, la trabajadora social con más amplitud que la niña, esta última lucía sorprendida, somo si no se creyese que yo estaba ahí a pesar de que le dije que vendría.

—Hola —saludé agitando mi mano, Garret copió mi acción.

—¡Hola! —la castaña oscura se levantó y caminó hacia mí—. Me alegra tanto que estés aquí.

—No podía dejar a mi alumna favorita triste —desvié un momento la mirada hacia la peque antes de devolver la atención a mi interlocutora—. Por cierto, te presento a mi novio Garret —me giré hacia él—. Expreso, ella es Abigail Tomlinson, la trabajadora social que se ocupa de mis alumnos del orfanato.

—Un placer —dijeron los dos al unísono mientras se estrechaban las manos.

—¿Por qué usted me resulta tan familiar? —preguntó ella, entornando los ojos en dirección a mi novio.

Oh no.

—Es que fue modelo —respondí rápidamente, enganchándome al brazo del castaño raro—. Su carrera no duró mucho, pero apareció en un par de comerciales de televisión y quizás por eso lo reconociste.

—Me pasa seguido —secundó Gary, intentando contener la risa ante mi improvisada mentira.

—Bueno, en ese caso dejo a Marjorie en buenas manos. Yo tengo que ir a supervisar a otros niños.

—Ve tranquila, Garret y yo nos quedaremos con Marjorie para hacerla olvidar que está triste.

—Gracias por venir —nos sonrió—, a ambos.

Abigail se retiró, dejándonos a solas con una nerviosa y tímida Marjorie, lo supe porque he notado que cuando está así, se encoge en su silla como si intentase hacerse más pequeñita de lo que es. Garret y yo nos agachamos frente a la pequeña, quien desvió la mirada a sus manitas como suele hacer.

—Hola, pequeña —llevé mi mano a su mejilla para acariciarla, ya casi se ha convertido en una costumbre.

—Gracias por venir —dijo básicamente en un susurro.

—Oye, quiero presentarte a Garret, pero no creo que él pueda conocerte si no le muestras tu linda carita.

En respuesta solo se encogió un poco más, pero no apartó la vista de sus manitos.

—¿Sabes? Él y tú tienes el mismo color de ojos. ¿Qué tal si nos lo muestras? Por favor.

Poco a poco alzó la cabecita dejándonos ver esa mirada avellana y ese pequeño rostro inocente que tanto adoro. Frunció los labios con timidez al alzar la vista por completo, al parecer la presencia de él la intimidaba.

—Hola, princesita —la saludó—. Soy Garret.

—Yo soy Marjorie —murmuró y luego se dirigió a mí—. Está guapo.

Ambos reímos ante su comentario, ninguno de los dos lo vio venir.

—Eres una ternura, bonita —le sonrió Gary—. Y Lori tenía razón, tienes unos ojos muy bonitos.

—Los tuyos también —ella le sonrió de vuelta.

—Es que los ojos avellana no tienen comparación, ¿no crees? —''presumió'' él, parpadeando repetidamente para centrar nuestra atención en sus ojazos.

—Sí —asintió la niña, batiendo sus pestañas igualmente.

Acabas de ganarte su simpatía en dos minutos, Gary.

—Lori me contó que estabas triste.

—Sí, es que no me gustan estas ferias —frunció sus pequeños labios.

—¿Por qué?

—Miren —señaló hacia atrás de nosotros, donde se encontraban el resto de los pequeños jugando—. Todos tienen a gente que quieren ser sus papás o al menos juegan con ellos aunque no los vayan a adoptar. A mí nadie me quiere. No me miran y tampoco juegan conmigo.

—Y eso te hace sentir muy mal, ¿verdad? —dedujo Garret con sus ojos cargados de empatía, la rubita solo asintió—. Bueno, pero ahora Lorraine y yo estamos aquí. No somos posibles padres adoptivos, pero vamos a pasar toda la mañana jugando contigo. ¿Te parece bien?

—¿De verdad harán eso por mí? —sus ojitos adoptaron un brillo especial, como si nunca hubiese recibido una muestra de cariño como esa.

—Claro que sí, mi niña —acaricié su carita de nuevo—. A eso vivnimos, por ti.

Las siguientes tres horas transcurrieron con los tres jugando a todo tipo de juegos que Marjorie pudiera practicar. Jugamos con pelotas de plástico —Garret luce adorablemente ridículo haciendo malabares—, hicimos una obra de teatro improvisada con títeres, intentamos hacer origami y decubrimos a que a los tres se nos da fatal, contamos chistes de toc toc y, tras descubrir que la niña ama a las hadas, nos aventuramos a buscar unas cuantas en el parque.

Durante todo ese tiempo, la sonrisa no abandonó ni por un momento la carita de la rubita. Me di cuenta de que ella nunca se había divertido tanto, nunca tuvo la oportunidad. O no, nadie le dio la oportunidad. Y me dolía tanto por ella.

Cuando Abigail fue a buscarla y nos dijo que la feria había concluido, no nos creíamos que el tiempo hubiese pasado tan rápido. Marjorie no quería despedirse, yo menos y Garret por lo que noté tampoco.

—Nos vemos en clases, Miss Lorraine —me sonrió la niña, estaban esperando por nuestras despedidas para que la niña abordara el autobús y pudieran regresar al orfanato.

—Allí nos veremos, mi niña —acaricié su cabello.

—Me gustó mucho conocerte y jugar contigo, Garret —le sonrió también a mi novio.

—Lo mismo digo, pequeña. Y te prometo que se va a repetir.

—Muchas gracias a los dos. Hicieron que dejara de estar triste y ahora entiendo porqué mis compañeros dicen que las ferias son divertidas, sí lo son cuando alguien juega contigo.

—Puedes llamarnos siempre que se celebre una —propuse, observando también a Abigail para que se comunicara conmigo—. Y si estamos libres, vendremos.

—Eso me gustaría mucho —asintió, animada.

—Aunque, si siempre venimos a las ferias, vamos a ahuyentar a los posibles padres que estén interesados en ti —intervino Garret—. Pensarán que Lori y yo ya te ''atrapamos''.

—No importa lo que piensen, de todas formas nadie querrá adoptarme nunca.

—No digas eso, Marjie —dijo Abigail—. Sé que algún día alguien verá lo que nosotros tres vemos, que eres una niña extraordinaria —terminando de decir esto, el chofer del autobús hizo sonar el claxon—. Y ahora, niña extraordinaria, debemos irnos porque al parecer alguien está muy apurado.

—La ayudo a subir Marjorie al autobús —se ofreció mi castaño raro.

No le costó mucho subir a la niña con silla incluida, hasta pareciera que estaba sosteniendo una plumita. Abigail solo me sonrió y le agradeció a Garret por su ayuda antes de abordar el autobús. Luego de que se marcharon, lo hicimos nosotros también. Íbamos caminando por el parque cuando decidí romper el silencio para debatir cierto tema con él.

—¿Crees que haya alguien que la ame lo suficiente como para adoptarla?

—Yo digo que sí.

—¿Por qué estás tan seguro? —inquirí.

—¿Frank nunca te habló de su hermana Farah?

—Sí, me dijo que sufrió violencia doméstica igual que yo y por eso él ayuda a las mujeres.

—Pues verás, años después de deshacerse de su golpeador, ella encontró a un hombre que sí la amó y trató como lo merecía. Tuvieron dos hijos, Edgar y Paulette, y cuando iban a tener a su tercera hija, la bebé falleció en el vientre.

¡Dios!

—¡Qué horrible!

—Farah cayó en depresión como era de esperarse y los doctores no le recomendaran intentar embarazarse de nuevo, para preservar su salud. Ella y Víctor decidieron adoptar, a una niña específicamente, y lo hicieron. Adoptaron a Lacey, una niña especial.

—¿A qué te refieres con especial?

—Me refiero a que es síndrome de Down.

—¿En serio? Creí que...

—Que nadie adoptaría a un niño con esa condición —terminó por mí—. Pues no, hay personas que sí. Son pocos, pero los hay. Según Farah y Víctor, simplemente la vieron y supieron que era su hija. Edgar y Paulette también sintieron que esa pequeña especial era su hermanita. Y hasta hoy siguen siendo una de las familias más sólidas y unidas que he visto.

—Qué bonita historia —sonreí inconscientemente.

—Sí que lo es. A lo que quise llegar con esto es que los niños con discapacidades o necesidades especiales sí pueden llegar a ser adoptados, solo tienen que dar con las personas indicadas.

—¿Y si esas personas indicadas no llegan para ella?

—Entonces las buscaré —se detuvo frente al auto, ya habíamos llegado a donde lo dejamos aparcado.

—¿Qué quieres decir? —me giré hacia él.

—Que tal vez los padres ideales estén a la vuelta de la esquina y los voy a encontrar para ella —sonrió—. Es una niña encantadora y merece todo el amor de este mundo.

—¿Sabes quién más es encantador? —sonreí.

—¿Quién?

Di un paso más cerca de él, rodeé su cuello con mis brazos y procedí a darle el beso que se merecía por ser tan maravilloso en todos los sentidos.

—Tú, mi amor —rocé nuestras narices con cariño—. Ahora vamos a esa cita.






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Nuevo capítuloooo!!!

Pues, les cuento que tardé un par de días más de lo previsto por un bloqueo de escritor que enfrenté debido a los tiempos en los que ocurrieron y ocurrirán un par de eventos.

*Alerta Spoiler*: el cap que viene ocurrirán varias cosas interesantes...

¡LLEGAMOS A LOS 91K LECTURAS! ¿¡EN QUÉ MOMENTO MI BEBÉ CRECIÓ TANTO!? NO LO SÉ, PERO LOS AMO A USTEDES POR HACERLO POSIBLE.

Lori tiene una gran oportunidad en sus manos. ¿Creen que las cosas salgan bien?

Garret conoció a Marjorie, ¿qué les pareció?

Capítulo dedicado a: ValeryBarajas2 belen_25_06 y Kelyanne_

Besos de Karina Klove 😉

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