CAPÍTULO 33: Por mi cuenta

Lorraine

Hoy es mi primer día de trabajo.

Repito, ¡hoy es mi primer día de trabajo!

Pareciera que uno de los deseos de cumpleaños de Mat fue que su mami al fin encontrara trabajo, porque justo un día después me contrataron en una academia de danza en el centro de la ciudad. Casualmente justo ayer recibí mi carnet de conducir, según Garret ya era hora de que me sometiera al exámen de conducción y para mi sorpresa me fue de maravilla, así que me encontraba conduciendo hacia la academia a bordo del auto en el que aprendí a manejar y el cual mi novio me obsequió.

Es impresionante cómo mi vida y mi forma de verla ha cambiado en cuestión de meses.

Hace un año me creía incapaz de trabajar, tenía miedo de volver a bailar y no saber conducir le sumaba puntos a mis sentimientos de inutilidad. Ahora todo es diferente. Nunca me había sentido tan capaz, plena y feliz conmigo misma como ahora. Le debo mucho a las personas que me ayudaron durante todo el proceso, pero, por primera vez, quiero agradecerme a mí misma por haberme dado una segunda oportunidad. Cada vez que negué una realidad falsa de las que me había creado, cada vez que accedí a retomar los gustos y pasiones que amaba, cada vez que reuní valor y me dije ''Yo puedo'' me estaba dando la oportunidad de volver a ser yo, de volver a ser la Lorraine de antes en una versión mucho más fuerte. Estoy orgullosa de mí.

Aparqué mi auto en una de las plazas libres del estacionamiento y al descender de él me dirigí hacia la entrada del local. Sonreí ampliamente al ingresar y observar a mi alrededor toda la decoración y ambiente típico de una academia de danza. Me teletransporté a la primera vez que pisé una, mi padre había decidido inscribirme porque con solo 5 años ya era evidente que había nacido para bailar. Prácticamente me crié en estudios de danza, rodeada de espejos y con los pies sobre el liso suelo de madera.

Con una sonrisa en labios, me encaminé hacia la chica encargada en la recepción. Ella parecía estar ocupada tecleando algo en su laptop, seguramente verificando horarios, por lo que ni siquiera se percató de mi presencia.

—Buenos días —capté su atención con ese simple saludo—. Soy Lorraine Moon, la nueva instructora de baile.

—Oh, sí. Buenos días —me brindó una sonrisa amable—. Ve a la oficina del jefe, él te pondrá al tanto de tus horarios, clases y demás.

—De acuerdo, muchas gracias.

—Bienvenida y... —frunció levemente los labios— mucha suerte.

—Gracias.

Seguí mi camino en dirección a la oficina de mi actual jefe, ya había estado allí el día de mi entrevista de trabajo así que tenía conocimiento de la ubicación. Di dos toques a la puerta y la abrí al escuchar un ''Adelante'' desde el interior.

—Oh, eres tú —dijo mi jefe antes de devolver su vista a unos documentos que estaba revisando—. Muy puntual, eso me agrada —hizo un ademán indicando que me sentara frente a él del otro lado de su escritorio—. Toma asiento.

Obedecí y me quedé esperando a que me asignara mis tareas correspondientes. Emitió un suspiro de cansancio y dejó los documentos a un lado para dedicarme toda su atención.

—Seré sincero contigo —se inclinó hacia adelante y entrecruzó sus dedos sobre el escritorio—. Te contraté porque necesitaba una nueva empleada que cubriera el horario benéfico.

—¿Horario benéfico? —pregunté, sonriente. En la fundación he estado rodeada de todo tipo de ayuda de caridad y admiro cuando los dueños de negocios como este ofrecen servicios gratuitos a aquellos que lo necesitan.

—Sí —emitió casi en un gruñido a la vez que se echaba hacia atrás nuevamente—. Es una estrategia estúpida que sugirió mi socio. Se trata de brindarles clases gratis a ancianos que viven en asilos y a niños de orfanatos —manifestó una mueca que casi clasificaría como de asco—. Era eso o contratar a vagabundos que llenarían mi academia de piojos y madres solteras con montones de hijos que siempre tendrían una excusa para no hacer bien su trabajo.

Tragué saliva al escucharlo hablar con semejante desdén de personas desamparadas que lo que más necesitan son oportunidades. Los ancianos solitarios y niños huérfanos merecen actividades recreacionales como el baile, y las personas sin hogar y las madres solteras también necesitan que alguien les tienda una mano. Lily y yo en algún momento fuimos unas de esas madres solteras, y por lo mismo me incomodó tanto ese comentario; pero me limité a apretar mis puños sin dar a demostrar mi molestia, era mi primer día, no me podía permitir una discusión con el jefe.

—Comprendo —asentí.

—Entonces tendrás que cubrir de 9:30 a.m. hasta las 11:30 a.m. los lunes, miércoles y viernes con los viejos; y de 4:00 p.m. a 6:00 p.m. los martes y jueves con los mocosos. Fuera de estos horarios necesito que permanezcas aquí por si te necesito para cubrir alguna clase por la que sí entre dinero a este negocio. También debes estar aquí los sábados, misma jornada laboral.

—Espere —hablé al notar algo—. De 9:30 a.m. a 6:00 p.m. excede en media hora a la jornada laboral máxima que es de ocho horas y se supone que debo trabajar seis días a la semana.

—¿Y qué esperabas, linda? Esto es Heaven Gold City. Aquí trabajas o te mueres de hambre —volvió a inclinarse sobre su buró—. Y ya que te estás quejando tanto, debes estar aquí a las 9:00 a.m., disfruta tus nueve horas de jornada laboral.

Esa actitud tan hostil me puso los pelos de punta y, para qué negarlo, me hizo sentir mal. Quizás sea que me acostumbré a que desde mi regreso a esta ciudad todos me dieran un trato amable y cordial, y por ello olvidé que aún existen personas déspotas y crueles que maltratan a otros como si esa fuera su forma de desquitarse del mundo.

—Entendido —asentí.

—Ve al estudio contiguo, allí te darán las indicaciones básicas que necesitas saber —devolvió la vista a sus documentos—. Ahora largo de aquí.

Aún con un horrendo sabor de boca, me levanté y me dirigí hacia la salida, compartir oxígeno con ser tan detestable era insoportable. Caminé hacia el estudio que me ordenó, quedé deslumbrada con lo que vi al ingresar. Una mujer, aproximadamente de mi edad, de tez color canela y exuberante cabello rizado, bailaba al ritmo de una pieza musical clásica. Era tan grácil y precisa en sus movimientos que por un instante me pregunté qué hacía trabajando en una academia en lugar de estar protagonizando un ballet en el Anfiteatro Vetrov.

La música concluyó y con ello la maravillosa actuación de la morena. Por inercia me adentré más en la estancia, aplaudiendo tan majestuoso show. Sus ojos color miel recayeron en mí, sorprendidos, pero esa expresión no perduró por mucho tiempo en su rostro.

—¿Llevas mucho ahí? —preguntó, casi diría que a la defensiva.

—No mucho, pero lo suficiente como para saber que eres una excelente bailarina.

—Gracias por el cumplido —me sonrió a medias—. Solo estaba calentando.

—Wow, si así calientas, no me imagino lo que harías sobre un escenario.

—Pues imagínalo, porque solo ahí lo verás, en tu imaginación. Los escenarios ya no son mi sitio —caminó hacia mí y extendió su mano—. Un placer, soy Amanda. La instructora de las señoras de clase media-alta que solo asisten para tener una nueva habilidad que presumir.

Acepté su mano, estrechándola con amabilidad.

—Un gusto, soy Lorraine. La instructora de... —carraspeé— el jefe los llama viejos y mocosos.

—A las mías las llama vacas gordas. Ya sabes, porque gana mucho dinero con ellas.

—La verdad es que me incomodó muchísimo como se refirió a las personas. Fue...muy despectivo.

—Él es así —negó con la cabeza—. Solo piensa en dinero y los conceptos de empatía y humanidad no los conoce. Le da igual si tienes un asunto familiar que resolver, si te atrasaste porque había tráfico o si tu hijo está enfermo y necesitas el día libre para cuidarlo; eso es problema tuyo, no suyo.

—¿Eres madre?

—Anjá —asintió—. Y mis hijos son el único motivo por el que trabajo para ese cabrón. Esto es casi explotación laboral, pero la paga es muy buena teniendo en cuenta que vivimos en la ciudad de los millones.

—Eres madre soltera, ¿cierto?

—¿Qué crees? —rió sin gracia—. Pero no creas que es la gran tragedia como la mayoría piensa, mis ositos son mi vida.

—Te entiendo muy bien, durante una etapa de mi vida también fuimos solo mi hijo y yo. Desearía haber permanecido así en lugar de dejarme endulzar el oído por...olvídalo.

—Así que también eres madre soltera, ¿eh?

—En términos legales, sí. Pero tengo a alguien que me ama y a mi hijo también.

—¿Esos hombres existen? —rió—. Pues tienes suerte entonces.

—Mucha —sonreí al recordar todo lo que Garret hizo por Mat para su cumpleaños.

—Bueno, la pequeña plática fue muy amena, pero es hora de trabajar —volteó en dirección a un reloj de pared que se encontraba al otro lado del salón—. Dentro de quince minutos llegan tus alumnos —devolvió su vista a mí—, así que te dejo en tu estudio. Siéntete como en casa.

—¿Este es mi estudio?

—Anjá —asintió—. Al fondo hay una puerta que lleva a la zona de las taquillas, allí podrás cambiarte. Para el resto no tengo que darte instrucciones. La dinámica de las clases y el tipo de danza que impartirás la eliges tú, al jefe le importa un bledo qué le enseñes a los ''viejos'' y a los ''mocosos''.

—Perfecto.

Me agradaba tener esa libertad. A decir verdad no me molesta enseñar cualquier estilo danzario, pero no me gustaría que alguien que no sean mis alumnos me impongan qué enseñar. A fin de cuentas busqué este trabajo para sentirme útil haciendo lo que me gusta y para ayudar a personas que están pasando por momentos difíciles a través del baile, que mi jefe —a pesar de su actitud detestable— me haya asignado justo a los ancianos y a los niños huérfanos me vino como anillo al dedo.

—Estaré en el estudio contiguo, por si necesitas ayuda con algo —me informó la morena mientras caminaba hacia la salida—. Buena suerte en tu primer día.

—Gracias, por todo.

Me miró por encima del hombro con una cálida sonrisa.

—Un gusto —y dicho esto la perdí de vista.

Solté un suspiro antes de aventurarme a recorrer todo el salón. Extrañaba tanto los estudios de baile. El suelo de madera perfectamente pulido, los espejos mostrando mi reflejo y el de las barandas junto a estos, ese aroma característico que me vuelve tan nostálgica...en serio no tenía idea de lo mucho que había extrañado este ambiente.

Decidí abandonar mi estado embelesado para ingresar a la pequeña sala que Amanda me había indicado. En efecto, se trataba de una pequeña habitación, con taquillas y un vestidor. Una de las taquillas estaba abierta y dentro de la misma encontré un cambio de ropa muy apropiado para mi nuevo trabajo. Entré al vestidor para cambiarme, faltaba poco para que mis alumnos llegasen. Una vez lista, recogí mi largo cabello en una coleta alta, me coloqué unas zapatillas que también me habían proporcionado —que por suerte eran de mi talla exacta—, guardé mi ropa en la taquilla junto a mi celular y el resto de mis pertenencias, y volví al salón principal.

Observé la hora en el reloj de pared, percatándome de que aún disponía de unos pocos minutos antes de que la clase diera inicio. Miré mi reflejo en uno de los tanto espejos y sonreí al verme vistiendo ese leotardo color negro de mangas largas acompañado de unas lindas mallas rosas. Amé tanto volver a estar vestida como una auténtica bailarina.

Aún me quedan un par de minutos...

Me encaminé hacia el espejo que tenía enfrente, me detuve al alcanzar la baranda y empuñar mis manos alrededor de la misma. Me encontré con mis propios ojos y, una vez más, sonreí.

—¿Qué ves en el espejo? —susurré, para a continuación darme la respuesta—. Veo a una bailarina muy guapa. Una que no creía que el sueño de volver a pisar un estudio como este fuera posible. Una que extrañó durante tanto tiempo dejarse llevar por la música como si no hubiese mañana. Una que sabe muy bien que vino al mundo a bailar y nunca más volverá a dudarlo —presioné mis labios entré sí, me estaba poniedo sentimental y no era el lugar para llorar—. Estoy tan orgullosa de ella por estar aquí, demostrando por partida doble no, sino triple, que todo aquello que ese monstruo le gritaba mientras la golpeaba no eran más que mentiras y manipulación. Veo a una mujer fuerte, independiente, capaz de trabajar para salir adelante por su cuenta y sobre todo una excelente bailarina que jamás debió dejar que nadie le hiciera creer lo contrario. Así que... —hice una corta reverencia digna del cierre de un ballet— que comience el show.

Como si el tiempo estuviese hoy confabulando a mi favor, tan pronto terminé mi corto discurso el salón comenzó a ser ocupado por personas de la tercera edad, los divisé a través del espejo. Sonreí al ver que de a poco se iban incorporando, llenando así el estudio. Tras el último señor, apareció Amanda, quien caminó hasta posicionarse frente a mí.

—Pues, instructora Moon, le presento a los señores del asilo ''Pacific Garden''. Serán uno de tus grupos de alumnos. Siéntete cómoda de manejar la clase a tu antojo, es lo único en este sitio que puedes hacer de esa forma —esto último lo susurró—. Buena suerte.

Giró sobre sus pies y salió de la estancia tan rápido que apenas tuve tiempo de gritarle un ''Gracias'' por ser tan linda conmigo.

Volteé hacia mis nuevos alumnos para encontrármelos formando filas perfectas con las mujeres delante y los hombres detrás. Por un instante me recordaron a Evan, cuando vivía en su casa nos formaba de la misma forma para ejecutar misiones de gran importancia. Con misiones de gran importancia me refiero a evitar que Lily y Jessie sospecharan de las sorpresas que preparaba para ellas.

—Creo que están muy rígidos —adopté una postura más relajada para darles a entender que podían hacer lo mismo—. Vamos, no estamos en el ejército.

—Señorita, agradezca que estamos en pie —bromeó uno de los señores de la tercera fila, haciéndonos reír a todos.

—Ya veo que este grupo será entretenido —sonreí—. Pero hablo en serio. Estas clases son para que se diviertan y lo pasen bien, así que no quiero posturas rígidas ni incómodas.

Con esto todos, o al menos la mayoría, adoptaron posturas más cómodas. Y, en efecto, lucían menos tensos.

—Así me gusta. Me presento, soy Lorraine Moon y seré su instructora de danza de hoy en adelante.

—¿Qué estilo de baile nos enseñarás, linda? —preguntó una señora de cabello corto y esponjoso color rojo escarlata con algunas canas.

—El que ustedes gusten. Sean libres de pedirme el que deseen que imparta y yo lo haré.

—Esta chica es un encanto —comentó otra señora que se encontraba en el lado contrario a la anterior—. Cuando al asilo iba algún bailarín a impartir clases ya tenía el estilo danzario incluido.

—Sí —secundó otro señor—. Venían y nos decían: ''Conseguimos a alguien que les va a dar clases de tango, ¿quién quiere apuntarse?'' y listo. Si te inscribías o no, ya era asunto tuyo.

—Pero, si están hartos de no poder elegir lo que van a bailar, ¿por qué todos están aquí? —inquirí.

—Cuando llegas a cierta edad y tu familia te envía a un asilo porque no pueden o no quieren cuidarte, todo lo que implique salir un rato y hacer una actividad que te canse lo suficiente como para que al regresar vayas directo a dormir la siesta y no tener que ver los aburridos shows de televisión que nos ponen es una buena opción.

Todos asintieron de acuerdo y eso me hizo sentir tan mal. Muchos no lo saben o simplemente prefieren ignorar este hecho, pero las personas mayores lo que más aprecian es tener a alguien con quien hablar y que les haga compañía. Comprendo a las familias que optan por internarlos en asilos porque no cuentan con el tiempo o los recursos para cuidar de ellos, pero otras lo hacen por el simple hecho de deshacerse de a quienes, tristemente, consideran una carga. Estas salidas, clases, prácticas nuevas que los ayudan tanto en físico como en espíritu son muy valiosas para ellos; y me alegra poder contribuir para hacer de su día a día algo más interesante, que lo disfruten.

—Pues se toparon con la instructora correcta. Quiero que entre todos deliberen y elijan el tipo de baile que desean aprender. Estas clases son por y para ustedes, quiero que lo pasen lo mejor posible.

—No hay mucho que deliberar —volvió a hablar la sonriente señora de cabellera escarlata—. Hicimos una cadena de oración de camino aquí para fueran clases de salsa.

—Así que salsa, eh —me llevé ambas manos a la cintura mientras ellos asentían a la vez—. Entonces salsa será.

(...)

—Mi amor, te tardaste —fue lo primero que dijo mi novio cuando subí a su coche.

—Lo siento —dejé un fugaz beso en sus labios para luego proceder a abrocharme el cinturón de seguridad—. Estaba guardando mis cosas cuando llamaste avisándome que estabas aquí afuera.

En realidad le estaba mintiendo. Tardé porque estuve a punto de discutir con mi jefe para que me dejara salir antes, alegando que, al tratarse hoy de mi primer día y de que no me había puesto al tanto de antemano sobre mi horario, debía dejar que me fuera antes.

—No te preocupes —le restó importancia mientras el vehículo comenzaba a moverse—. Entonces, ¿sales a esta hora todos los días? Si es así puedo venir a buscarte seguido para que vayamos juntos a buscar a Mat como ahora.

Ay no.

—Cariño, verás... —suspiré—. Hay algo de lo que tenemos que hablar.

—¿Te pasó algo malo en el trabajo? —preguntó, levemente alarmado.

—No, es que... Sé que por el trabajo se te dificulta, pero...¿podrías encargarte de buscar a Mateo al colegio permanentemente?

—¿Qué? —me miró, confuso.

—Es que mi turno termina a las 6:00 p.m. y trabajo de lunes a sábado.

—Espera, ¿no se supone que tu turno comienza a las 9:30 a.m.?

—Tengo que estar ahí a las 9:00 a.m. para ser exacta.

—Un momento, ¿me estás diciendo que vas a trabajar nueve horas diarias seis días a la semana?

—Sí —musité, encogiéndome en mi asiento.

—¿¡Y en serio aceptaste eso, Lorraine!? —se exaltó aún más cuando asentí—. Sabes que la jornada laboral estipulada es de ocho horas, ¿verdad? En mi empresa ningún trabajador excede esa cantidad y si lo hacen, ya sea porque se le exija o porque así lo desee, se le paga las horas extras.

—Ya lo dijiste, eso es en tu empresa —enfaticé—. Garret, esta ciudad es muy exigente en cuanto a trabajo, tú mismo viste lo mucho que me costó conseguir empleo y la paga es realmente buena.

—No utilices la excusa de que el trabajo aquí es difícil y hay que esforzarse para mantenerlo, eso no justifica lo mucho que te están exigiendo. El sueldo que te ofrecieron no lo vale, ni siquiera es tanto, así que...

—Tú eres el menos indicado para hablar de sueldos justos o no —lo interrumpí—. Naciste en cuna de oro y trabajas porque te gusta, no porque en realidad lo necesites para subsistir.

—Que yo haya nacido con privilegios no significa que no sepa diferenciar entre un salario justo y uno que no lo es —alzó un tanto más la voz.

—¿Ah no? —también alcé la mía—. Cuando me ofreciste el contrato, dijiste que me pagarías seiscientos mil, me impresioné y preguntaste si era muy poco —reí sin gracia.

—Porque nunca había contratado a dos actores y la situación era delicada y distinta a esta —nos detuvimos en un semáforo en rojo y aprovechó para voltearse hacia mí—. Pero sí sé cuánto deben pagarle a una instructora de baile en una academia como esa, me informé para que no te estafaran cuando consiguieras trabajo. Y sí, la paga es buena, pero si trabajaras solo cinco días a la semana y fueran ocho horas o menos. ¡Lo que quieren hacer contigo se llama explotación laboral!

—¿¡Y qué quieres que haga!?

—¡Renuncia! No has firmado ningún contrato aún, estás a prueba por un mes.

—¡No! Quiero trabajar, en lo que me gusta, por mis medios y por mis habilidades. Sé que para ti es ridículo y descabellado, pero para mí es la primera oportunidad que se me presenta de demostrarme que soy capaz de lograr lo que me proponga por mi cuenta.

—Y te apoyo en eso, pero puedes demostrarlo sin que te sometas a explotación laboral.

—Si renuncio, ¿cuánto tardaré en encontrar otro trabajo tan bueno como ese? Y eso es en el remoto caso de que vuelva a encontrar algo así.

—Hay docenas de academias como esas por toda la ciudad y ya te dije que tengo contactos que pueden...

—¡No quiero ayuda de tus jodidos contactos! —esta vez alcé bastante la voz, eso lo descolocó un poco—. Te lo agradezco y no sabes cuánto, ¡pero no quiero depender de ti en todo! No quiero renunciar a un buen trabajo como si no fuera la gran cosa solo porque daría igual y mi novio rico que me puede mantener. No quiero tus palancas para empleos donde me van a dar un trato especial por ser tu novia. No quiero ser dependiente de ti ni del apellido Harriet. Lo que quiero es tener la facultad de poder valerme por mí misma en todos los sentidos, estando contigo o no. Y si resulta que tenías razón y al cabo de ese mes de prueba decido no firmar el contrato de empleo, eres libre de decirme ''Te lo dije'' y echármelo en cara. Pero déjame tropezar con la piedra y caerme, sola.

Su mirada aún estaba fija sobre la mía, pero ya no era tan tajante como al principio. Por un momento me asusté al pensar en la posibilidad de haberlo herido con mis comentarios, pero no me arrepentía de lo que había dicho. Amo a Garret y amo todo lo que hace por mí y por Mateo para que estemos bien, pero necesito que me deje volar. Necesito sentir que estoy en una relación en la que no dependo de mi pareja. Y sí, mi salario por muy bueno que sea sigue siendo una miseria en comparación con sus millones, pero al menos voy a ganarlo con mi trabajo y mi esfuerzo. Por mí.

Creí que me diría algo cuando sonaron varias bocinas de autos avisándonos que el semáforo ya estaba en verde y estábamos obstruyendo el paso. Nos pusimos en marcha, ninguno de los dos pronunció palabra alguna. Por primera vez desde que estamos juntos el silencio era malditamente incómodo, insoportable. Comencé a cuestionarme si había sido muy dura con él y si este asunto a la larga se convertiría en un problema. Odiaba que estuviésemos enojados.

Dejé de darle vueltas al tema cuando noté que nos habíamos detenido de nuevo.

—Genial, otro semáforo en rojo —ironizó, recargándose bruscamente sobre el respaldo de su asiento.

—No puedo creer que acabemos de pelear —murmuré—. Nosotros nunca peleamos.

—Todas las parejas pelean, ¿no? —comentó, sin mirarme, pero en un timbre de voz mucho más bajo y calmado.

Dios, qué mal me sentía. Nunca habíamos discutido así, al punto de ni siquiera mirarnos a los ojos. Si me ponía en su lugar, lo entendía. Él quiere lo mejor para mí, que sea feliz trabajando en lo que me gusta y no puedo negar que mi horario laboral es injusto. Es solo que esta es la primera vez en años en la que me siento tan útil y suficientemente buena que quiero enfrentarme a lo que me tenga que enfrentar yo sola. Esa es la prueba que necesito pasar para demostrarme que no necesito que estén cuidando de mí, que esa tarea puedo llevarla a cabo por mi cuenta.

Pero no puedo culparlo tampoco por querer cuidarme...

—Lo siento —sonreí al escucharlo decir esas dos palabras al mismo tiempo que yo.

—Tienes razón —hizo una mueca—. Aunque no me guste la idea, eres libre de tomar tus propias decisiones y si esta es tu forma de demostrarle al mundo que eres capaz de sobrevivir a lo que venga, te apoyo. Solo... —suspiró—. Solo me estoy preocupando por ti, porque sigo pensando que ese horario es jodidamente...

—Ok, ok, entendí —lo corté—. También tienes razón. No es un horario de ensueño y quizás el sueldo no lo valga tanto como creo, pero me gusta este trabajo y necesito que confíes en mí.

—Confío en ti —extendió su mano para alcanzar la mía y tomarla con suavidad—. No voy a presionarte con el tema, pero si en algún momento quieres renunciar...

—Ya sé, hay docenas de academias iguales en la ciudad y tienes contactos.

—No —entrelazó nuestros dedos—. Voy a ir a recorrer toda la ciudad, buscando academia por academia, contigo.

Ese es mi Garret.

—Gracias —le sonreí.

—No me gusta pelear contigo. Lo siento de nuevo.

—Está bien —negué con la cabeza—. Fue raro verte enojado. Creí que situaciones como esta no te sacaban de tus casillas.

—Te dije que una de las pocas cosas que me enojan es que se metan con mi familia y si le imponen a la mujer que amo trabajar nueve horas diarias seis días a la semana, me voy a enojar.

—Entiendo —llevé nuestras manos aún juntas a mis labios y besé la de él—. ¿Puedes ayudarme con Mat entonces?

—Claro que sí —me sonrió a medias—. El día que no pueda ir yo, le pediré a Vivi que vaya por él. O cuando Lily vaya por Jessie que también se lleve a Mat y luego voy a su casa a buscarlo.

—Excelente.

De nuevo un claxon nos avisó que la luz ya estaba en verde, haciendo que mi novio rodara los ojos y se dispusiera a manejar.

—Ya uno no puede reconciliarse con su futura esposa en paz —se quejó por lo bajo.

—Creo que tenemos el récord de la reconciliación más rápida de la historia —reí y centré en mi vista en nuestras manos que en ningún momento se separaron.

—Lo ideal sería que no peléasemos más, fueron los cinco minutos más tortuosos de mi vida.

No sé si eso fue una broma o no, pero ambos estallamos en risas y así nos mantuvimos hasta que llegamos al colegio. Al aparcar, se deshizo del cinturón para inclinarse y besarme. Sí, yo también me había quedado con las ganas de oficializar la reconciliación de ese modo.

—Te amo —susurró sobre mis labios cuando nos separamos para tomar aire.

—Y yo a ti, mi amor.

—Ahora sí, vamos por nuestro pequeño.

Abandonamos el auto y nos llevamos una grata sorpresa al ver que justo detrás de nosotros habían aparcado Lily y Evan. Eran pocas las veces en las que coincidíamos los cuatro al buscar a los niños —era más común encontrarnos en la mañana cuando los dejábamos—, así que nos saludamos como si llevásemos siglos sin vernos.

—Esto es un condimento histórico, como dice Jessie —bromeó Lils.

—Ya veremos con qué nos salen ese par hoy —comentó Evan.

—¿Por qué lo dices en ese tono? —pregunté.

—¿Nunca han notado que siempre que venimos los cuatro a buscarlos, los niños hacen cosas raras o alocadas?

—Como el día de las pegatinas en la cara —dijo Garret.

—Exacto —respondió el pelinegro, señalando a su hermano.

—Son un par de exagerados —bufó Lily—. Los niños no son tan...

No terminó la frase ya que, al igual que el resto de nosotros, se alarmó con lo que vio. Ambos peques venían en dirección a nosotros, tomados de las manos, pero esta vez no llevaban pegatinas en sus caritas. Jessie estaba llorando desconsoladamente y Mateo parecía estar calmándola.

—Princesa, ¿qué pasó? —preguntó Evan, preocupado, mientras se agachaba para quedar a la altura de los pequeños.

—Papi, ocurrió una tragedia —lloriqueó mi sobrina.

—No es una tragedia —objetó su primo.

—Sí lo es —aseguró ella, aumentando su llanto.

—Cariño, pero necesitamos que te calmes y nos digas qué pasó —le dijo su madre con su tono más dulce.

—Es que... —sollozó—. Es que...¡Mat está herido!

—¿¡Qué!? —gritamos a la vez Garret y yo, imitando la acción de Evan.

—No estoy herido —rebatió el rubito con una tranquilidad que Jess no tenía.

—A ver, me van a volver loco —suspiró mi novio—. ¿Pueden decirnos qué pasó?

—¡Mat se cayó en la cancha jugando fútbol y perdió un diente! —lloriqueó la mini castaña y al fin pudimos respirar—. Mat, muéstrales.

Mi hijo sonrió y alzó un poco su labio superior en el lado derecho para dejar al descubierto el hueco donde antes se encontraba su colmillo.

—¿Ven? No es para tanto —alegó mi niño, calmándonos a todos. A todos menos a Jessie.

—¿¡Cómo que no es para tanto!? ¡Te falta un diente, Mat! ¿¡Cómo se supone que vas a comer si te falta un diente!?

Ok, está mal que me ría, pero en mi defensa diré que no soy la única que lo está haciendo disimuladamente.

—Jessie, cariño —la abordó su mamá—, Mateo puede comer sin un diente. De hecho, puede hacer todo lo que hace normalmente sin ese diente.

—No es cierto —refunfuñó la niña—. Los dientes son muy importantes, nos lo enseñaron en clases.

—Sí, lo son. Pero...

—Tío Garret —lo llamó sin dejar a Lils terminar de hablar—, dónale un diente a Mat.

Me cubrí la boca con la palma de mi mano para ocultar mi risa mientras me levantaba. Evan hizo lo mismo y lanzaba miradas que decían ''No te rías, no te rías''.

—Jess, no puedo donarle un diente —le explicó el castaño raro.

—¿¡Cómo que no!? Mi papá sacrificó su vida para donarme un riñón, todavía tiene la cicatriz, ¿¡y tú no puedes donarle un simple diente a Mat!? ¿¡Qué clase de padre eres tú!?

Para estas alturas ya Evan y yo nos encontrábamos destornillándonos de la risa, mientras que Lily estaba apoyada en su auto riendo como foca con retraso.

—Princesa —la llamó Ev, secándose las lágrimas producto de la risa—, los dientes no se donan. Cuando se te cae alguno, al tiempo te crece uno nuevo.

—Y ese que se te cayó lo colocas debajo de tu almohada y el ratón de los dientes te trae un regalo —secundó Garret creyendo que con eso ya lo tenía todo bajo control, pero surtió el efecto contrario...

—¿¡Un ratón!? —gritó horrorizada la niña—. ¿¡Acaso no era un hada!?

—Son los dos —aclaré, tratando de calmar la situación.

—Esperen, ¿¡va a venir un ratón a meterse debajo de mi almohada!? —esta vez quien gritó horrorizado fue mi hijo.

—Pero no es un ratón sucio de alcantarilla —intervino mi cuñada—. Es uno lindo y amigable, como Mickey Mouse.

—Ah, bueno. Si es como Mickey Mouse está bien —asintió mi sobrina sin llorar por primera vez desde que llegó.

—Campeón, ¿dónde está el diente? —preguntó Garret.

—Aquí —respondió el niño mientras rebuscaba en el interior de uno de los de los bolsillos de su pantalón—. Ay no, no lo encuentro —se lamentó.

—Ay no, Mat —se lamentó Jess también casi al borde de las lágrimas otra vez—. Ahora Mickey Mouse no te traerá un regalo.

Mi pequeño lucía angustiado mientras su manito se movía sin parar dentro de su bolsillo, pero en el último momento se le ocurrió buscar en el otro y...

—¡Lo encontré! —chilló, mostrándonos su colmillito.

—Bien, han sido demasiadas emociones en tan pocos minutos —suspiró Evan—. ¿Qué tal si vamos todos juntos al Sweet Paradise a tomarnos unas malteadas?

Los niños ni se molestaron en contestarle, ambos ya estaban abriendo la puerta del asiento trasero de su respectivo auto.

—¿Ven lo que les dije? —inquirió el pelinegro, recordándonos lo que había dicho antes de que nuestros hijos llegaran.

Nos limitamos a reír e ir por esas malteadas.

(...)

Abrí la puerta de casa con la poca fuerza que me quedaba en los brazos y con la poca que me quedaba en los pies los arrastré hasta llegar a la sala de estar. Me senté en el primer sofá que divisé y lancé las llaves hacia la mesita de centro, no me molesté en verificar si cayeron ahí o no.

Estaba exhausta.

Acababa de culminar mi quinto día de trabajo y a decir verdad no sabía con qué energía iría a trabajar el día siguiente ni cómo me las arreglaría para reponer fuerzas el domingo y de nuevo regresar el lunes. Mi jefe, en efecto, sí era un explotador. No solo me encargaba a mis grupos asignados, sino que me exigía que sirviera de apoyo a otras instructoras en otros horarios ya que ''mis alumnos no le generan ganancias y si quería cobrar mi sueldo, debía impartir clases a personas que sí se las produjeran''; palabras dichas por él.

También descubrí que el ambiente laboral no es el más cordial ni amable. Aparte de Amanda y de otras dos chicas el resto de las instructoras son unas arpías. Se pelean entre ellas para ganarse a los clientes de mejor posición económica y una en especial se cree la segunda al mando en la academia, nos trata al resto como si fuéramos inferiores y su hobbie preferido es ir a contarle al jefe qué hacemos mal.

Lo único positivo es que en serio lo estoy pasando bien con mis alumnos.

Los ancianos son un encanto. La mayoría podrían ser mis abuelos, pero puedo asegurar que tienen más vitalidad y juventud que yo. Con ellos nunca faltan las bromas, las anécdotas y las risas. En especial Gloria, Milo, Elena y Wilber —los primeros que hablaron el primer día— me han transmitido la creencia de que la vejez es mental y nunca es demasiado tarde para disfrutar de la vida. Solo necesité tres clases para ello.

Por otro lado están los niños, ellos son un amor. En la segunda lección me trajeron rosas de papel y, a pesar de que en ocasiones son demasiado enérgicos, adoro enseñarles, me recuerdan a cuando empecé a mostrarle pasos a Mateo cuando era más pequeño. Ellos también están necesitados de mucho amor y deseo con toda mi alma que pronto los adopten.

Fuera de estas dos grandes experiencias, mi trabajo da asco. Mi jefe cada día me agrada menos. No es despectivo solamente con las personas necesitadas, lo es en sentido general, con todos. Nos trata a las instructoras como si fuéramos animales en lugar de personas, le importan muy poco los problemas personales que puedas estar enfrentando, amenaza constantemente con las rebajas de sueldo cuando nos quejamos, nos interrumpe en nuestro horario de almuerzo y estará sobre ti todo el día si osas llegar tarde.

Solté un suspiro no de cansacio, sino de agotamiento. Me despojé de mis tacones para descubrir mis pies rojos e hinchados, amo bailar, pero casi nueve horas seguidas es demasiado para mí. Estaba pensando seriamente en acostarme en ese mismo sofá para dormir una siesta reparadora cuando escuché pasos acercándose y poco después irrumpió en la sala mi amado novio.

—Hola, Vainilla —me sonrió mientras se sentaba sobre la mesita de centro y tomaba mis pies entre sus manos.

—Hola, Expreso —solté un jadeo mezcla de dolor y satisfacción cuando sus hábiles manos comenzaron a administrarme un muy merecido masaje—. ¿Recién llegas de la empresa?

—No, fui a dejar a Mat en casa de mi hermano.

—¿Tan tarde? —enarqué una ceja.

—Sí, recuerda que pasará allí el fin de semana. ¿Olvidaste lo de la pijamada?

¡Cierto! Mateo estaba muy emocionado porque sería su primera pijamada con Jessie y Joey.

—Lo olvidé por completo —me lamenté.

—No pasa nada, todos olvidamos ciertas cosas cuando estamos sobrecargados de trabajo.

—Pero yo nunca olvido nada, en especial cuando se trata de cosas que emocionan tanto a Mat.

—Amor, pasas prácticamente todo el día en el trabajo. Llegas tan cansada que te limitas a cenar, ducharte y caes rendida con solo tocar la cama. Y esta es solo la primera semana.

—Y aún no termina —suspiré.

—Sé que prometí no entrometerme más en este asunto y no quiero volver a discutir por lo mismo, pero estoy preocupado por ti.

—Pues deja de preocuparte. Esto es como...cuando te compras un par de zapatos nuevos y los usas por primera vez. Pueden llegar a ser incómodos cuando caminas mucho e incluso te pueden provocar ampollas, pero tarde o temprano se suavisan. Lo mismo pasa con el trabajo, mi cuerpo se adaptará con el tiempo.

—Quiero creer que sí, porque ahora mismo luces como si estuvieses a punto de fallecer.

—Exagerado —reí—. Y hablando de exageración, ¿dónde está el chef?

—En serio estás perdida en el espacio —rió—. El chef fue a una convención de comida japonesa, no regresa hasta el lunes. Y antes de que preguntes, Vivi tampoco está, es su fin de semana libre. Ni siquiera Brave está aquí, Mat quiso llevárselo y Lily y Evan lo aceptaron.

Dios, ¿en qué momento me desvinculé de lo que ocurre en mi propia casa?

—Soy un desastre.

—No, no lo eres. ¿Te llevo a nuestra habitación para que descanses?

—Por favor.

No tardó mucho en tomarme entre sus brazos y cargarme tal cual princesa. Me acurruqué en su pecho, aspirando su aroma varonil y casi quedándome dormida sin haber llegado aún al piso de arriba. En verdad estaba muy cansada. Escuché una puerta abriéndose y cerrándose poco después y esperé ansiosa el momento en el que mis cansados músculos tocasen la suavidad de mi cama, pero eso nunca pasó, así que abrí los ojos y me encontré a un risueño Garret admirándome.

—¿Dónde está mi camita? —reclamé como toda una niña pequeña.

—¿No quieres echar un vistazo alrededor primero?

Confundida, desvié la mirada hacia el lado contrario a su rostro y me topé con el regalo más bonito que pudo haberme hecho. Piso de madera oscura, dos paredes paralelas cubiertas por espejos, barandas doradas, un ventanal enorme paralelo a la entrada, bocinas instaladas, un clóset donde supuse estaría mi ropa de baile...

No podía creerlo.

Volteé nuevamente hacia él, con lágrimas empañando mi vista.

—¿Construíste un estudio de danza personal para mí?

—Mhm... —me depositó suavemente en el suelo y tomó mi mano—. Hace semanas que los trabajadores están aquí, entrando a hurtadillas a la casa para que ni tú ni Mat los descubrieran. Cuando se me ocurrió la idea aún no habías renunciado al Sweet Paradise, sabía que extrañabas muchísimo bailar y qué mejor manera de traer la danza a casa que diseñando un estudio para ti.

Quería decirle un montón de cosas. Que lo amaba, que es el mejor regalo que he recibido en mi vida, que aún no me creía que tenía mi propio estudio en casa...pero nada me salía. Las lágrimas seguían brotando sin control y no podía parar de sonreír. ¿Qué habré hecho tan bien en mi vida anterior para que me premiaran con esta maravilla de hombre?

—Mi amor, gracias —sollocé mientras lo abrazaba con todas mis fuerzas.

—¿Eso significa que te gusta? —hizo esa estúpida pregunta a la vez que me devolvía el abrazo.

—¿Cómo no me va a gustar, tonto? Nunca habían hecho algo tan lindo para mí.

—Entonces di en el clavo.

—Siempre das en el clavo —nos separamos—. Muero de ganas por estrenarlo, pero...

—Pero tus pies no dan para más y quieres ir a tu camita —terminó por mí—. Lo sé, cariño.

Sin previo aviso volvió a tomarme entre sus brazos y esta vez sí me cercioré de que me llevase a nuestra habitación. Cuando me depositó tierna y suavemente sobre esa nube de algodón que tenemos por cama, sonreí satisfecha. Nunca había apreciado lo suficiente lo cómoda y confortable que es mi camita.

—Gary, duerme conmigo —murmuré contra las almohadas.

—No puedo, amor. El chef no está, así que tengo que cocinar.

¿¡Garret!? ¿¡Cocinar!? ¿¡Garret cocinando!?

—¡NO! —me senté de golpe—. No estoy cansada. No lo estoy para nada. Puedo cocinar. Duerme tú, cariño. Yo me encargo.

Él aún estaba sentado a mi lado y noté al instante que se había tratado de una broma por la forma en la que se estaba retorciendo de la risa.

Golpe bajo, Harriet.

—El chef nos dejó la comida lista. Preparó suficiente como para una semana porque, ya sabes, es un exagerado. Puedes dormir tranquila, no voy a pisar la cocina.

Muy gracioso.

—Te regañaría, pero estoy muy cansada como para hacerlo —ronroneé mientras volvía a acomodarme sobre el colchón.

Sentí cómo se inclinó para posar un dulce beso en mi mejilla y susurró:

—Dulces sueños, ballerina.

(...)

—¿Qué se supone que hagamos teniendo la casa para nosotros solos? —esa había sido mi pregunta recurrente desde el viernes en la noche y ya era domingo en la mañana.

Quería tomarme libre el día de hoy para descansar, ha sido una semana agotadora. Pero son muy pocas las veces en las que los planetas se alinean y tenemos toda la casa para nosotros solos, puede que un acontecimiento como este no se vuelva a dar en un buen tiempo y, a pesar de que estoy muerta de cansancio aún, Garret también se merece que pase tiempo con él.

—El día está bastante soleado —dijo, admirando una de las ventanas de nuestra habitación—. ¿Qué tal si vamos a la piscina para refrescarnos un poco?

—¿Quieres refrescarte o solo es una excusa para verme en traje de baño?

—Para qué vamos a engañarnos, sabes que es la segunda.

Entre risas, abandonamos la comodidad de nuestra cama para dirigirnos a nuestro clóset. Tenía toda una colección de trajes de baño —cortesía de él— que no había estrenado ya que no teníamos tiempo para pasarlo juntos en la piscina ni mucho menos para ir a la playa. Opté por un lindo bikini azul marino que captó mi atención. Recogí mi cabello en un moño sin forma y procedí a cambiarme mientras disfrutaba de las buenas vistas que me brindaba mi novio que hacía lo mismo. Reímos al percatarnos de que nos estábamos comiendo con la mirada mutuamente.

—Nunca voy a superar lo sexy que te ves con poca ropa —dijo con ese aire seductor, acercándose a mí.

—Lo mismo digo —enredé mis brazos alrededor de su cuello—. Aún estoy cansada, ¿me llevas a la piscinita? —hice un puchero para ganar puntos de convencimiento.

—Como guste la princesa —sonrió para luego cargarme.

Disfruté del cómodo viaje, repartiendo besitos en su pecho a modo de agradecimiento por sus atenciones. Bueno, no solo estaba dando las gracias, es imposible ver su torso desnudo tan de cerca y contener las ganas de besarlo. Estaba tan concentrada en mi tarea que cuando llegamos a la piscina me di cuenta únicamente porque me recostó sobre una tumbona y se acostó en la de al lado. Le envié una mala mirada, yo quería seguir con mis besitos.

—¿No íbamos al agua? —disimulé.

—Creí que querrías descansar un poco, tomando el sol.

—Vinimos a ''refrescarnos'', Sr. Harriet. No a broncearnos —me levanté de un salto, lo cual fue mala idea porque aún me dolían los pies, y le tendí una mano—. Vamos al agua.

Sonrió, aceptando mi mano. Me posicioné en el borde de la piscina y verifiqué la temperatura del agua introduciendo mi pie, por suerte estaba perfecta. Bajé por la pequeña escalera seguida por mi novio y caminé un par de pasos hasta que el agua me llegó hasta los hombros. Me exalté cuando sentí algo raro entre mis piernas y seguidamente me encontré sentada sobre los hombros de Garret, es tan alto que el agua apenas me llegaba a las pantorrillas en esa posición.

—¿Te asusté? —río.

—Muy chistoso —ironicé—. Bájame.

—Tus deseos son órdenes.

Descendió lo suficiente como para que el agua volviera a cubrir gran parte de mi cuerpo y luego se apartó dejando que mis pies tocaran el suelo de nuevo. Aproveché para deshacer mi moño y sumergirme, no era precisamente una gran nadadora, pero no puedo negar que nadar solo un par de segundos bastó para que olvidase todas mis preocupaciones. Garret no se encontraba muy lejos, nadaba como si así estuviese escapando de sus problemas y caí en cuenta de que incluso nadando me resulta tan atractivo.

Emergí por la falta de aire dejando mi cabello peinado hacia atrás. Mi compañero de natación no tardó en venir a acompañarme.

—Esto fue muy buena idea —sonrió antes de besarme.

Me dejé llevar sin pensarlo demasiado. Amo cuando me besa con tanta intensidad y deseo, como si mis besos fueran limitados y quisiera disfrutar de ellos al máximo. Nos tomamos un buen rato así, solo besándonos, saboreando los labios del otro como nunca.

Necesito más días para ''refrescarme'' así.

No sé en qué momento lo hicimos, pero cuando nos detuvimos notamos que nos habíamos movido de lugar. Pasamos de estar en el centro de la piscina a arriconarnos en una esquina de la misma. No le prestamos mucha atención a ello, envolví mis piernas alrededor de su cadera y me incliné hacia atrás extendiendo ambos brazos sobre la superficie del agua, dejando la mitad de mi cuerpo flotando.

—¿Sabes? Amo que tengamos todo este tiempo para nosotros solos, pero no tener a nadie más en casa es...

—Aburrido, lo sé —terminó por mí—. Así era mi vida antes de conocerlos a ustedes.

Eso llamó mi atención, por lo que, haciendo uso del agarre con mis piernas, me levanté y llevé mis manos a sus hombros.

—¿A qué te refieres con vida aburrida?

—A que lo era —llevó sus manos a mi espalda, para sostenerme mejor—. Siempre estaba trabajando, horas y horas, llegaba a casa tan cansado que no me importaba que siempre estaba solo en la mesa y que tampoco tenía con quien compartir la cama. Mi mayor anhelo era que mi familia fuera más unida en algo no relacionado al trabajo, quería que mi hermano me aceptara y cuando eso al fin sucedió comencé a darme cuenta de lo vacía que era mi vida. No tenía a alguien a quien amar ni una familia, nada interesante que hacer en mi tiempo libre; nada especial.

—No tenía idea de que fuera así, cariño —acaricié sus hombros.

—Pero de pronto llegaron ustedes. Era divertido planear una forma nueva de que te acercaras a mí sin que me esquivaras y Mateo me hacía reír muchísimo con sus advertencias de que no me quería cerca de ti. Luego vinieron a vivir aquí y cada día se convirtió en una aventura. Comencé a acercarme a ti y a Mateo, luego descubrí las partes dolorosas y me prometí a mí mismo que los haría felices a ambos. Y para cuando me di cuenta, ya el vacío no existía, ya la casa no era aburrida.

—Eso es precioso —le sonreí y seguidamente atrapé sus labios en un beso.

Otra vez de ese primer beso partió toda una sesión de muchos más. En esta ocasión eran más rápidos, más necesitados e intensos. Si seguíamos así, no iba a ser capaz de contenerme.

Y no, no fui capaz.

—Mi amor —conseguí decir al separarnos—. Ya que estamos solos y no hay nadie que nos interrumpa, ¿qué tal si...?

No me dejó terminar y atacó mi boca de nueva mientras sus ágiles manos desabrochaban el cierre de la parte superior del bikini, lanzándolo lejos después de quitármelo.

—He querido hacértelo en una piscina desde que te vi en bikini por primera vez en el cumpleaños de Jessie.

No sé qué me impresionó más, si su confesión, lo seductoramente ronca que sonaba su voz o la erección que comenzaba a rozar mi zona íntima. Iba a responderle cuando de la nada hizo de cambiáramos de posición siendo yo la que tenía la espalda apoyada al borde de la piscina ahora. En cuestión de segundos se deshizo de la poca ropa que nos quedaba, dejándonos a ambos desnudos y deseosos por continuar.

Lo besé con ansias mientras él llevaba su mano a mi sexo, masajéandolo suave y deliciosamente. Dejé escapar cortos jadeos sobre sus labios por el placer que me estaba produciendo, mi excitación no era perceptible debido al agua, pero sin dudas estaba muy mojada. Dejó mis labios para concentrarse en mi cuello, me mordí el labio inferior por las maravillas y los estragos que estaba provocando en mi cuerpo.

Cesó con las caricias en mi zona íntima para agarrar mis nalgas y levantarme un poco, de modo que mis pechos estuviesen fuera del agua y pudiera besarlos a su antojo. Mientras tanto yo no paraba de soltar gemiditos porque en esa nueva posición su erección hacía fricción con mi intimidad y eso me estaba volviendo loca.

—Garret, por favor... —supliqué, no podía creer que estaba suplicando, pero el deseo estaba nublando mi vista.

—¿Por favor qué, amor? —murmuró en ese tono lascivo mientras abadonaba mi seno derecho para darle atención al izquierdo.

—Te necesito.

—¿Me necesitas a mí o... —se movió de forma tal que todo su miembro se deslizó sobre mi hendidura, sacándome un gemido de satisfacción— necesitas esto?

—Deja de jugar.

—No estoy jugando —susurró antes de mordisquear levemente mi cuello.

—Si no lo haces tú, lo haré yo. Y ya sabes lo loco te vuelvo cuando soy yo la que está al mando.

—¿Es una amenaza? —sonrió, divertido.

—Es una advertencia.

Rió por lo bajo y me tomó de las piernas, por inercia las crucé alrededor de su cadera. Apoyé mis codos sobre el borde y eché la cabeza hacia atrás cuando sentí toda su longitud entrando lenta y deliciosamente en mí.

—¿Contenta? —esa pregunta ya se había vuelto habitual cuando hacíamos el amor y por fin me daba lo que quería.

—Bastante —jadeé, lo tenía todo dentro, pero él no se movía aún.

—Bien, entonces... —salió de mí casi por completo para luego entrar con una intensa estocada.

Ok, va a ser intenso esta vez.

Repitió esa intensa acción al menos una cinco veces más hasta que comenzó a embestirme a un ritmo constate y tortuosamente lento. No sé cómo se las ingeniaba, pero siempre lograba hacerme tocar el cielo con esa intensidad. Comencé a gemir deliberadamente, después de todo nadie me escucharía.

Concentré mi vista en el hombre que me estaba haciendo ver las estrellas. Sus ojos miraban fijamente los míos, con un deseo que de seguro yo también reflejaba. Sus labios estaban hinchados por los besos previos, hacía muecas demostrando que estaba disfrutando de esto tanto como yo y soltaba uno que otro jadeo.

Dejé de apoyarme en el borde para abarazarme a él cuando aumentó el ritmo de sus embestidas. Lo hacía tan bien y llegaba a terminaciones nerviosas que al estimularlas me llevaban al paraíso. Nadie me había hecho sentir tanto placer como él.

—¡Dios, así! —casi chillé cuando sus arremetidas ganaron más velocidad, para estas alturas parar de gemir no era una opción ni aunque quisiera—. ¡Joder, mi amor, no pares!

—Me mata escucharte gemir así —jadeó.

Sus manos viajaron a mi cintura y se valió de ese agarre para moverme y entrar aún más profundo de lo que creía posible. Deduje que no me faltaba mucho para llegar cuando sentí una corriente viajar por mi vientre. Él tampoco aguantaría mucho más, la rapidez de sus embestidas lo demostraba.

—¡Garret! —gemí sonoramente cuando un delicioso orgasmo arrasó con mi cuerpo.

Él continuó embistiéndome un rato más para alcanzar su propio éxtasis y alargar el mío. Sonreí satisfecha cuando emitió un leve gruñido y, espasmo tras espasmo, liberó su orgasmo tibio dentro de mí. Aún estábamos agitados e intentábamos recuperar la compostura cuando nos besamos, esa es la mejor manera de terminar de hacer el amor.

—Nunca había disfrutado tanto cumplir una fantasía —murmuró sobre mis labios.

—¿Y si repetimos? —propuse, mirándolo con picardía.

—Tus deseos son órdenes.





▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪
Nuevo capítulooo!!!

¡Casi 9000 palabras, gente!

Sabía que me había quedado largo, pero cuando vi que eran más de 8700 quedé helada. Iba a dejar las últimas escenas para el cap que viene, pero preferí dejarlo así.

¿Qué les pareció?

Lori más empoderada que nunca, ¿qué opinan?

Nuestra parejita discutió por primera vez, hasta a mí me impresionó y fui yo quien lo escribió.

Escena hot ;)

Este cap está dedicado a cncogene , Male71 y GalileaRubi .
Y con esto les aviso que desde aquí hasta el final de la novela le estaré dedicando un cap a tres lectores diferentes de los que más me han apoyado.

Besos de Karina K.love 😉

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top