CAPÍTULO 23: Yo te cuido
Garret
Sabía desde que la dejé en la fundación con esos estornudos y tos repentina que algo no estaba bien con ella, pero no imaginé que se pondría así de mal. Estaba recostada sobre su cama, con la nariz y los pómulos rojos, los ojos entrecerrados y tiritando un poco. Una excesiva cantidad de pañuelos desechables usados yacían a su alrededor y uno más fue añadido a la lista tras un reciente estornudo.
—Mami, ¿estás bien? —preguntó el rubito, sonaba tan preocupado como yo.
—Sí, mi amor. Solo es... —un corto ataque de tos interrumpió sus palabras— un resfriado.
—¿Resfriado? —cuestioné, simultáneamente dejando a Mat en el suelo—. Esto parece una gripe, y de las malas.
—No es para tanto —ese tono de voz tan nasal y alejado del habitual decía todo lo contrario.
Me acerqué a la cama y me senté a su lado. De cerca lucía aún peor, se notaba el cansancio y malestar en su rostro. Llevé mi mano a su frente, como sospeché, estaba ardiendo en fiebre.
—Campeón, ¿puedes ir a tu habitación a buscar tu walkie-talkie y comunicarte con Vivi para que venga de inmediato con su botiquín médico? —se lo pedí en un tono sereno, no quería preocuparlo más—. Ella puede ayudarnos para que tu mami se sienta mejor.
—Ok —asintió con rapidez y con la misma velocidad salió corriendo.
—Estás hirviendo, cariño —susurré, acomodándola—. ¿Quieres ir al hospital?
—No hace falta —se aclaró la garganta—. No estoy tan mal como se ve, créeme.
—Lo que creo es que estás tratando de minimizar la situación para no preocuparnos, pero es obvio que te sientes muy mal.
—Los resfriados tienden a postrarme en la cama, pero mañana estaré como nueva, ya verás.
—No, porque en la tarde me dijiste que no era nada y mira cómo estás ahora. No estaré tranquilo hasta que vea la mejoría por mí mismo.
Mateo irrumpió en la habitación de repente, con walkie-talkie en mano.
—Ya Vivi viene en camino —nos miró, preocupado—. ¿Te sientes muy mal, mami?
—No, rubito —logró decir tras toser un poco—. Pero no te acerques mucho, no quiero contagiarte.
—Pero Garret sí está cerca —se cruzó de brazos, frunciendo el ceño.
Ok, regresó el Mateo de siempre.
Abandoné la cama, caminé hacia él y me agaché quedando a su altura. Hoy avanzamos mucho y descubrimos que tenemos varias cosas en común, no quiero que eso se estropée.
—Escucha, campeón. Sé que no me quieres cerca de tu mami, pero está enferma y debo cuidar de ella. No te enojes conmigo.
—Pero si tú estás cerca de ella, te contagiarás, ¿entonces quién cuidará de mí?
Sonreí al instante.
—Incluso si me estuviese muriendo, cuidaría de ti. De ambos.
—¡Ya estoy aquí! —anunció Vivi irrumpiendo en la habitación y dirigiéndose hacia Lori como toda una enfermera.
Reocupé mi lugar en la cama mientras la castaña me pasaba el termómetro, tras un par de segundos comprobamos que sí tenía fiebre, treinta y ocho y medio para ser exactos.
—Iré a preparar unas compresas de agua fría para colocárselas sobre la frente y le pediré al chef que le prepare una sopa de pollo, eso la ayudará —me pasó un frasco con pastillas—. Dale una de estas para ayudarla a bajar la fiebre.
Dicho esto, tomó su botiquín y le pidió a Mat que la acompañara, al parecer ella también estaba de acuerdo con que lo mejor sería que el niño no viera a su madre en ese estado.
Aunque la ha visto peor, me recordó mi subconsciente. Pero ese asunto no venía al caso en este momento.
Me percaté de que Vivi dejó un vaso con agua reposando sobre la mesita de noche, lo tomé y ayudé a Lori a sentarse, por los quejidos que emitió daba la impresión de que también presentaba dolor muscular. Hizo uso del medicamento sin necesidad de que insistiera, al menos no era una de esas personas que se tornan insoportables cuando se enferman.
—Qué ironía —reí sin gracia mientras la ayudaba a recostarse de nuevo y la arropaba—, tú siempre insistes en que debemos abrigarnos bien y nos obligas a ponernos cuanta indumentaria de invierno encuentras, y resulta que acabas con una gripe.
—Ni siquiera sé el porqué la agarré —expresó con la voz rasposa.
Era cierto. Lori suele permanecer muy bien abrigada en todo momento, incluso dentro de casa donde la calefacción es lo suficientemente agradable como para no tener que llevar más que un simple suéter de lana. Así que...¡claro!
—Te resfriaste porque sales a ver el amanecer al balcón en pijama. A esa hora hace más frío, sumado al rocío de la mañana y al hecho de que tu camisón no abriga casi nada...
—Claro —asintió—, fue por eso.
—Bueno, eso ya no importa —me recosté a su lado y comencé a acariciar su cabello—. Ahora concentrémonos en hacerte sentir mejor.
Me quedé así un rato, abrazándola, hasta que Vivi regresó con las compresas. Colocamos una sobre su frente y otra alrededor de su nuca, se quejó de los frías que estaban, pero tampoco tardó mucho en acostumbrarse. Vivi me dejó a cargo de cambiar las compresas cada cierto periodo de tiempo mientras ella se encargaba de cuidar a Mateo.
Pasada al menos una hora su temperatura había bajado a treinta y siete, seguía estando alta, pero al menos ya no tanto. El chef Reginald apareció con su famosa sopa y me informó que dentro de veinte minutos la cena estaría lista para mí y para Mat.
—Ok, Vainilla —anuncié una vez estuvo sentada—. Hora de comer.
—¿Me vas a alimentar como si fuera tu hija? —sonrió al notar que sostenía el gran tazón de humeante sopa.
—Anjá —llevé la cuchara a su boca—. Buen provecho, Moon.
Tras tragar esa primera cucharada, su rostro adoptó una mueca de desagrado. Lo vi venir.
—Tiene...¿limón?
—Anjá, el chef Reginald lo agrega para aliviar la gripe, más otros ingredientes especiales que también ayudan. Te va a raspar un poco la garganta, pero mañana te sentirás mucho mejor.
—Esta no es mi receta favorita —se lamentó antes de probar la segunda cucharada, y la tercera, y así hasta que se acabó todo el contenido.
Si hay algo que puedo decir con certeza es que detesto verla enferma, pero a la vez adoro mimarla. He prometido de todas las formas posibles que la cuidaré y protegeré, pero, a pesar de que nunca ha sido de dientes para afuera, son solo palabras; haciendo esto lo estoy demostrando con acciones.
—¿Qué tal si descansas un rato? —propuse mientras cambiaba las compresas.
—Ok —murmuró—. Y ve a cenar, debes estar hambriento.
—No lo estoy.
Y no mentía. Verla en ese estado y no poder hacer más que verificar su temperatura y darle la sopa, me hacía sentir un tanto inútil. Además, estaba cien por ciento concentrado en ayudarla a recuperarse, así que no estaba al pendiente de si tenía hambre o no, quizás mi cuerpo requería alimento pero mi cerebro lo obvió, no lo sé.
—Debes estarlo, y tampoco quiero que Mat coma solo.
Cierto, Mat.
—Está bien, iré a cenar. Pero tan pronto termine, regresaré contigo, ¿ok?
—Ok, mi amor —susurró, cerrando los ojos.
<Mi amor>
No tengo palabras para describir la revolución de sentimientos que experimento cada vez que me llama así. No lo hace todo el tiempo. Algunas veces lo dice durante nuestros momentos tiernos, otras veces se le escapa de forma inconsciente y se sonroja, pero de cualquier forma soy su amor; y ella es el mío.
Destapé por un breve instante su frente para depositar un beso sobre la misma.
—Dulces sueños, mi amor.
Procedí a asegurarme de que todo estuviese en orden con ella antes de ir al comedor a cenar. Ahí estaba Mat, mirando el contenido de su plato sin ánimo aparente y moviendo su tenedor de un lado a otro. Vivi lo animaba a que probara bocado, sin obtener grandes resultados.
—Yo me encargo de él —murmuré en el oído de mi mano derecha—. Tú también ve a cenar.
Ella solo asintió y acarició el cabello de mi pequeño antes de abandonar la estancia. Tomé asiento en mi lugar, el niño quedaba a mi derecha y ni siquiera alzó la vista para mirarme.
—¿No tienes hambre? —cuestioné en un tono dulce, él solo negó con la cabeza—. Debes comer, campeón. Al menos un poco.
—¿Cómo está mi mamá?
Ok, lo más inteligente será que la conversación siga el curso que él quiere si pretendo que coma.
—Se siente mejor. Bebió toda su sopa y ya no tiene tanta fiebre.
—Si te dice que se siente bien, no le creas —me advirtió, esta vez sí me miró.
—¿Por qué?
Noté cómo tragó saliva con dificultad y sus ojos viajaron durante breves segundos al suelo para luego volver a mí.
—Cuando vivíamos con mi padrastro y él le hacía daño, ella me mentía diciendo que estaba bien —relató casi en un hilo de voz—. Nunca vi cómo la golpeaba porque ella me ordenaba encerrarme en mi cuarto, pero no siempre me ponía los audífonos porque quería escuchar cuando se fuera a su habitación. Luego iba a verla sin que lo notara y... —sus ojitos se inundaron— veía cómo... —su vocesita se quebró— cómo se curaba las heridas y después las maquillaba para que pareciera que su piel estaba bien —sollozó—, pero no lo estaba.
Joder, ¿cómo un niño puede ser tan fuerte?
—Pero ella siempre decía que estaba bien, porque no quería verme triste. Por eso sé que cuando está enferma nunca dice que se siente tan mal, no le gusta que la gente que quiere se preocupe, así que cuídala mucho, ¿sí?
Ok, no puedo más.
Me levanté de mi silla y me abalancé sobre él para abrazarlo. De algún modo tenía que consolarlo, de alguna manera tenía que representar un tipo de apoyo para él. No sé en qué momento exacto las lágrimas comenzaron a mojar mi rostro, pero aquellas que necesitaban ser secadas eran las suyas, así que me separé y me dediqué a hacerlo.
—Eres tan fuerte, campeón. Tan fuerte.
—¿Me haces un favor?
—El que quieras.
—No le digas que me molestan en la escuela, yo tampoco quiero ponerla triste.
—Tranquilo, será un secreto entre nosotros. Lo prometo. Y también prometo cuidar mucho de tu mami.
—Más te vale —me apuntó con su pequeño dedo índice—. Y deja llorar, te ves muy feo haciéndolo.
Reí ante su comentario. Solo Mat tiene ese poder, el de lograr emocionarme y un instante más tarde hacerme reír.
—Ven aquí —lo cargué, regresé a mi asiento y lo coloqué sobre mis piernas—. Tienes que comer.
Acerqué su plato y cambié las posiciones sobre la mesa de tal modo que ambos pudiésemos comer desde ahí. Me costó un poco convercerlo, pero finalmente logré que degustara su cena mientras yo hacía lo mismo con la mía. Por la posición en la que nos encontrábamos fue difícil no acabar con restos de comida dispersos por nuestros rostros, el rubito no perdió la oportunidad de burlarse de mí por eso, pero yo igualmente me burlé de él.
Al acabar nuestra cena, lucía un poco más animado. Vivi se lo llevó a la sala de cine para que viera una película, hoy jugamos demasiado y por lo mismo estaba muy cansado como para hacer algo más. Aproveché para subir a mi habitación y bañarme antes de regresar con Lori.
Llegando a su cuarto me percaté de que continuaba en la misma posición en la que la dejé, pensé que estaba dormida y por ello me acerqué con cuidado, pero al tocar sus brazos y frente noté que estaba aún más caliente que hace un par de horas. Tomé el termómetro con rapidez y tras unos segundos arrojó el resultado. Treinta y nueve grados.
—Cariño, despierta —la llamé a la vez que la movía para que despertara, su rostro lucía mucho peor que hace un par de horas—. Lori, no me hagas esto, creí que estabas bien.
No me respondió, solo se dedicó a emitir quejidos y balbuceos sin sentido, temí que estuviera delirando a causa de lo elevado de su fiebre. Consideré seriamente llevarla al hospital hasta que recordé algo, ella mencionó que cada vez que tiene gripe le ocurre esto, por lo tanto solo hay una persona que sabe qué es lo mejor que puedo hacer en estos casos. Busqué mi celular y un segundo después ya estaba llamando a Margarita, contestó al segundo tono.
—Hola, Garret —su tono dulce habitual me recibió del otro lado de la línea.
—Hola, madrina. Escucha, necesito tu ayuda urgente con algo.
—¿Algo anda mal? Te escucho un poco tenso.
—Lori agarró una gripe. Llevo horas haciendo de todo para que le baje la fiebre y se sienta mejor, pero ahora está peor y no sé si debo llevarla al hospital o...
—Ey, ey, más despacio, correcaminos —me interrumpió—. Me dices que mi sobrina agarró una gripe y su fiebre es muy alta, ¿no?
—Anjá.
—Esto suele ocurrirle desde pequeña, sus gripes son terribles. Presta atención, lo único que puedes hacer para que mejore es darle un baño de agua helada, hacer que deba miel y té de menta con limón. Esto último lo detesta, tendrás que obligarla.
—Espera, ¿me estás diciendo que la sumerja en un baño de agua helada con el frío que hace? ¿Eso no la hará empeorar?
—No hay compresa ni medicamento que le baje la fiebre a Lorraine, es la única forma. Además, apuesto a que parece un zombie ahora, eso la despabilará.
Miré a mi rubia que lucía como si un edificio se hubiese derrumbado encima de ella. Aún no estaba muy convencido con respecto a bañarla en agua helada, pero si Margarita decía que era la mejor opción...
—De acuerdo, lo haré.
—Mantenme informada de cómo va su mejoría.
—Tranquila, te mantendré al tanto.
Tras finalizar la llamada hice un intento sobrehumano para hacer que mi novia se levantara, pero de nada sirvió, ella no tenía fuerzas suficientes. La cargué como una princesa y me dirigí hacia su baño, tuve que dejarla descansando sobre el inodoro mientras llenaba la bañera con agua fría. Mientras lo hacía caí en cuenta del detalle de que ella no se encontraba en condiciones para bañarse por su cuenta y por lo tanto tendría que hacerlo yo, pero el problema no era ese, el problema era que debía desnudarla.
Cuando la tina estuvo llena, me agaché frente a ella e intenté despabilarla, pero no lo logré, solo me pedía entre balbuceos regresar a la cama.
—Mi amor, necesito bañarte. ¿Me ayudas un poco?
La tomé de la cintura e hice que se levantara, pero no pudo mantenerse en pie, al contrario, casi cae al suelo. La senté nuevamente sobre el inodoro e inhalé profundo antes de hacer lo que debía hacer.
Bueno, cuando me imaginaba la primera vez que la vería desnuda, no me vino a la cabeza algo como esto.
Primero le quité su suéter dejando al descubierto su sostén negro, luego le quité con suavidad su pantalón de chandal y quedaron a la vista sus panties a juego. Decidí, por mi bien mental, dejarla en ropa interior. Volví a cargarla con cuidado para sumergirla en la bañera, como esperaba, se estremeció y comenzó a temblar, pero como Margarita dijo al cabo de unos minutos se le notaba más despierta y activa. Se ató el cabello en un moño alto y luego se refrescó un tanto más mojándose el rostro.
Casi inconscientemente llevé mis manos a su cuerpo, acariciando sus brazos y piernas. No pasé por alto algunas pequeñas cicatrices dispersas por esas áreas que la ropa oculta a simple vista, traté de no pensar en cómo ese cabrón se las había provocado, más aún después de escuchar cómo el propio Mateo la vio curando y maquillando sus heridas. Pero por otro lado no pude evitar deleitarme con la increíble imagen que tenía frente a mí. Es hermosa, de todas las formas y en todo sentido de la palabra, no hay mejor definición que esa.
—Mi amor —me llamó, su voz sonaba un poco mejor—. ¿Podrías buscar un cambio de ropa en mi clóset? Creo que ya fue suficiente baño por hoy.
—Ok, ya vuelvo.
Corrí hacia su clóset en busca de la indumentaria que mejor la abrigase. Opté por unos pantalones de algodón, calcatines, dos blusas y un suéter de lana bastante grande, quizás estaba exagerando pero después de verla así no la quería desabrigada nunca más. Mi conflicto interno vino a la hora de buscar su ropa interior, habían algunas prendas muy sexys y otras menos provocativas, pero aun así pensamientos sucios venían a mi mente de todas formas. Sacudí la cabeza intentando apartar mis perversiones mentales y regresé al baño.
—Qué eficiente, Expreso —me sonrió débilmente.
—Siempre a la orden cuando se trata de ti —le sonreí de vuelta—. ¿Puedes salir sola?
—Ya lo intenté, no puedo.
—Bueno, para eso me tienes a mí.
Dejé su ropa sobre un pequeño mueble a mi derecha y procedí a sacarla de la bañera. Sin duda lucía bastante mejor que antes, incluso pudo mantenerse en pie esta vez, así que me giré para darle privacidad y que pudiera cambiarse sin que el pervertido de su novio se la comiera con la mirada. Una vez estuvo lista, la llevé de regreso a su cama.
—Sé sincera —pedí mientras la arropaba—, ¿cómo te sientes?
—Bien, papá —rodó los ojos.
—Eso lo comprobaremos ahora.
Tomé el termómetro para comprobar su temperatura y solté un suspiro de alivio al ver que había descendido a los treinta y seis grados. Bye, fiebre.
—¿Ves? Ya estoy bien.
—Que ya no tengas fiebre no quiere decir que estés recuperada. Prepárete para mi faceta de enfermero, estaré al pendiente de ti hasta que estés como nueva.
—Lo admito, no me molesta para nada ser tu paciente —sonrió—. Te besaría, pero no quiero contagiarte.
—Tranquila, reclamaré mis besos de atraso cuando superes esta gripe espantosa —besé su frente con delicadeza.
Alguien tocó a la puerta y sospeché de quién se trataba, así que me apresuré en abirirla. En efecto, mi gruñoncito se encontraba del otro lado con su pijama de carritos ya puesto y no tardó en correr hacia su madre para verificar que se encontrase mejor y para desearle buenas noches. Mientras ellos conversaban le pedí a Vivi que me consiguiera la miel y el té que Margarita me indicó que le administrara.
—¿Entonces ya te sientes mejor? —le preguntó el rubito mientras acariciaba su mano.
—Sí, cariño. Garret ha cuidado muy bien de mí.
—Así me gusta, tú —me felicitó Mat, alzando su pulgar.
—Siento no poder hacer tu rutina de antes dormir hoy contigo —se disculpó mi rubia, acariciando el cabello del niño.
—Yo puedo hacerla por ti —me ofrecí voluntario.
—¿En serio? —cuestionaron al unísono, a lo que asentí en respuesta—. ¿Seguro?
—Que sí.
El niño se acercó para susurrar algo en el oído de su mamá a lo que ella solo rió y negó con la cabeza. Iniciaron una conversación a base de miradas que me fue imposible descifrar, es algo muy de ellos, simplemente se entienden. Al acabar su charla visual, Mateo se encogió de hombros, me tomó de la mano y tiró de mí.
Al llegar a su cuarto, se trepó en su cama, se cubrió con el edredón y me hizo una seña como animándome a iniciar la famosa rutina nocturna la cual no tenía idea de en qué consistía.
—Emm...¿qué se supone que deba hacer? ¿Acariciarte el cabello como hace tu mamá? ¿Leerte un cuento? ¿Cantarte una canción de cuna?
—¿Canción de cuna? —frunció el ceño—. ¿Qué edad crees que tengo? No soy un bebé.
—Lo siento... —caminé unos pasos más cerca de su cama—. ¿Entonces cuál es la rutina?
—Es sencillo, me acaricias el cabello mientras me lees mis cómics de Spiderman.
—¿Cómics de Spiderman?
—Mhm —asintió—. Es mi superhéroe favorito.
Me causó ternura ver cómo le brillaban los ojitos al decir esto último. Creo que acabo de encontrar algo más para acercarme a él.
—¿Dónde están tus cómics?
—Allí —señaló una cómoda sobre la que se encontraban los mismos—. Ten cuidado, están un poquito viejos. Si rompes alguno, no te vuelvo a hablar en la vida.
Reí por lo bajo y me encaminé a tomar el primer cómic que figuraba sobre la cómoda. La verdad sí, estaba un tanto desmejorado, la carátula estaba desprendida en la parte de abajo así como también algunas páginas. Vi que el resto de los cómics —que solo eran siete— también se encontraban en el mismo estado.
—¿Puedo saber por qué están así? —pregunté mientras me sentaba a su lado.
—Bueno, mi mami no tenía dinero para comprarmelos y los pocos que pudo conseguir eran de segunda mano. Roy también me rompió algunos cuando se enojaba conmigo.
Ese imbécil cada día se gana más mi odio.
—Tranquilo, campeón. Trataré tus cómics con cuidado.
Él se acurrucó mientras observaba las páginas de la historieta. Es muy diferente contarle un cuento a un niño que narrarle un cómic, en especial porque Mat admiraba con atención cada cuadrante, incluso temía que no se durmiera, pero al comenzar a aplicarle las caricias en el cabello y después de la cuarta página, cayó rendido.
Sabía que tenía que regresar con Lorraine, pero algo me impulsaba a quedarme un rato más con él. Nunca me había permitido permanecer cerca suyo, hoy lo hizo, y una parte de mí tenía miedo de que el hechizo se rompiera mañana. Me recosté a su lado y comencé a detallar su bonito rostro. Me descubrí a mí mismo delineando su naricita y sus mejillas con mis dedos, de vez en cuando fruncía un poco sus labios, al parecer mi tacto le hacía cosquillas.
—Por favor —susurré—, mañana déjame estar cerca de ti, mi niño.
Me incliné un poco para besar su frente, lo arropé y apagué la luz de su lámpara de noche. Devolví el cómic a su lugar con sumo cuidado para luego salir en silencio de allí y volver a la habitación de mi novia. Cuando llegué, vi a Vivi saliendo con una bandeja en la que se encontraba un frasco con miel y una taza de té vacía.
—Me costó, pero lo logré —esas fueron sus heróicas palabras antes de hacer su salida triunfal.
—¿Qué ocurrió? —pregunté burlón al ver a la rubia cruzada de brazos y con una expresión que denotaba enojo.
—Vivi me dio los remedios de la tía Margarita. Los odio.
—No actúes como una niña pequeña —reí, acercándome a la cama—. Sabes que debes tomarlos si quieres mejorarte.
No contestó, solo rodó los ojos y evitó mirarme. Negué con la cabeza y me acosté a su lado, acomodándome como si de mi cama se tratase. Ella me miró con los ojos bien abiertos y luego se sonrojó.
—¿Va-vas...a dormir...conmigo?
—No es la primera vez. ¿Por qué tan nerviosa?
—Pero y-y si te contagio...o-o no sé...emm...
—Tu cara va a explotar —me burlé, literal su rostro estaba rojo escarlata—. Anda —estiré mi brazo sobre las almohadas—, ven aquí.
Me obedeció y se acomodó posando su cabeza sobre mi brazo. Se acostó de lado y a medio metro de mí, y tuve que hacer algo al respecto. La tomé de la cintura y la arrastré hasta pegarla a mí, sentí lo nerviosa que estaba, pero eso no fue impedimento para que rodeara mi torso con su brazo y se acurrucara contra mí.
—Me gusta esto —murmuré mientras nos cubría a ambos con el edredón.
—Y a mí.
—¿Me permites un comentario pervertido que arruinará por completo la atmósfera tierna pero no podré dormir si no lo suelto?
—Anjá.
—Qué buena estás.
—¡Garret! —me miró ''horrorizadamente'' divertida—. Bueno, ya que nos estamos confesando, tú también estás muy bueno.
Iba a preguntar cuándo me vio semidesnudo, pero recordé su primer día aquí, cuando me vio en toalla y casi me provoca una erección.
—Estamos a mano.
Me abrazó un poco más, enredando sus piernas entre las mías.
—¿Cómo te fue hoy con Mat? No me contaron.
—Tú tampoco has podido contarme cómo te fue en la fundación, pero ya tendremos tiempo mañana —besé su frente una vez más—. Descansa, Vainilla.
(...)
—¿¡En serio!? —chilló Ariadna al terminar de contarle cómo me fue hace unos días con Mat—. Eso quiere decir que tu pequeño dolor de cabeza te está aceptando al fin.
—Exacto —sonreí.
Ari llevaba cerca de diez minutos en mi oficina escuchando mis anécdotas con Mateo. Ella y Corina son las únicas amigas cercanas con las que puedo hablar sobre esto, también están mi hermano y mi cuñada, pero ellos se la pasan pidiendo fechas de boda.
—¡Buenas... —entró Evan gritando y alargando esa primera palabra hasta que se posicionó frente a mi escritorio y dejó caer sobre este un bulto de carpetas— ...tardes!
—¿Qué mierda es esto? —pregunté alternando la mirada entre el pelinegro y las carpetas.
—Informes que debes revisar, documentos que tienes que firmar, posibles contratos que esperan tu visto bueno...lo común.
—Espera, espera —me presioné el puente de la nariz—. Quedamos en que yo me encargaba del balance mensual y me iba a casa.
—Garret, cada día ''estamos quedando'' en algo diferente y dejas todo tu trabajo a medias. Tenemos febrero a la vuelta de la esquina, un mes de consumismo, no podemos iniciar con pendientes atrasados.
—Solo me estoy atrasando un poco, pero no es nada con lo que no pueda ponerme al día.
—¿Ah sí? —un bufido de incredulidad nos hizo mirar hacia la puerta, mi madre ingresó a la escena—. Yo no opino igual.
¿Por qué todos ingresan a mi oficina como si de su casa se tratase?
—Escuchen —suspiré—, sé que he estado aplazando un par de pendientes...
—Muchos —rectificó mi madre.
—Ok, muchos pendientes. Pero necesito salir antes y desde casa no me alcanza el tiempo para adelantar mucho tampoco.
—¿Qué es lo que te tiene tan ocupado? —cuestionó la señora de acero.
—Lorraine lleva un par de días enferma, estoy cuidando de ella. Además, estoy al pendiente de Mat, debo llevarlo y buscarlo a la escuela, jugar con él, preocuparme porque se coma toda la cena, leerle sus cómics antes de dormir y...
—Suena como que llevar la vida de papá tú solo te está pasando factura —sonrió mi hermano.
—Pues sí, un poco, pero estoy cuidando de ellos y no me molesta en lo absoluto. Solo necesito tiempo para balancear mi tiempo hasta que Lori se recupere.
—Lo hubieses dicho desde el principio —intervino Ariadna tomando parte de las carpetas—, yo me encargo de esto por ti.
—Yo puedo hacer un poco de tiempo extra para ayudarte con esto —dijo Ev tomando otras.
—Y yo puedo tomar estas —concluyó mi madre tomando otras, pero las restantes me las entregó autoritariamente—, pero nadie te va a librar de estas. Tus responsabilidades son tuyas —hizo énfasis en esa última frase.
—No lo he olvidado, mamá. Y gracias por la ayuda —les sonreí.
Evan miró la hora en su reloj y alzó las cejas en mi dirección.
—Creo que se te hace tarde para ir a buscar a tu hijo —me avisó, mostrándome la hora, ¡joder!
—¡Mierda!
Tomé las carpetas y otros documentos referentes al balance mensual, lo introduje todo en un maletín y salí a toda velocidad de la oficina sin siquiera despedirme. Corrí como loco entre los pisos y pasillos de la empresa hasta salir al exterior y llegar a mi auto. Conduje entre las avenidas como un prófugo de la justicia en una persecución con la policía. ¿Por qué estaba tan apurado? No solo porque no quería hacer esperar a mi campeón, sino además porque no le daría de qué hablar a esos niños mezquinos que lo molestan.
Llegué a la escuela y aparqué justo frente a la entrada en plan Rápidos y Furiosos. Mat estaba en la entrada, agarrando las correas de su mochila y mirando a su alrededor cómo los otros niños se marchaban en compañía de sus padres.
Garret, llegó tu momento.
—¡Hey, campeón! —mi grito hizo que todas las miradas de los presentes se posaran sobre mí, pero solo una me interesaba, la suya.
Sus ojitos centellearon, mirándome. Soltó las correas de su mochila para correr despavorido en mi dirección. Me agaché y extendí ambos brazos para recibirlo; no hay duda, sus abrazos son mágicos.
—¿Por qué te tardaste? —me reclamó al separarnos, pero no lucía tan disgustado.
—Lo siento. En mi defensa diré que seguramente infringí un par de normas de tránsito mientras venía.
—Bueno, te perdonaré con una condición —se cruzó de brazos.
—¿Qué tengo que hacer para ganarme vuestro perdón, mi lord? —dramaticé.
—¿Me compras un hot-dog?
—Te compro dos —le sonreí.
—Eres el mejor novio falso de mi mamá que un niño pueda tener —sonrió, extendiendo sus bracitos.
—Puedo ser el novio real de tu mamá si me dejas.
—Nop.
Reí—. Algún día me darás permiso.
—No cuentes con eso.
Me limité a cargarlo y abrí la puerta trasera de mi auto para depositarlo dentro. Rodeé el auto y ocupé mi asiento, admirando por el espejo retrovisor la gigantesca sonrisa del rubito ante el regalo que dejé ahí para él.
—¿¡Qué es esto!? —chilló, inclinándose hacia mí y mostrándome el peluche.
—Es un Spiderman —le sonreí—, para ti.
—¡Es fabuloso!
—Y tiene el tamaño justo para que lo lleves contigo a todas partes. Incluso puedes dormir con él como hace tu prima con Donald y Algodón.
—Gracias, Garret —sonrió, observando embelesado su muñeco.
—Abróchate el cinturón, campeón —le guiñé un ojo—. Vayamos por nuestros hot-dogs.
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Nuevo capítulooo!!!
Tarde, tarde, super tarde, pero aquí tienen su cap como regalo de Navidad. Lo sé, ya es de madrugada y técnicamente ya Navidad pasó, pero me pasé toda la noche escribiendo para tenerlo hoy, eso cuenta, ¿no? ¡Feliz Navidad!
Lori solo estaba enferma. ¿Vieron? Se preocuparon sin motivo.
Confesión: lloré escribiendo la escena de Mateo contando que Lori ocultaba sus heridas.
Garret en modo novio/enfermero, papá presente y hombre de familia. El pobre, se está volviendo loco.
Besos de Karina K.love 😉
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