CAPÍTULO 17: ¿Qué te gusta?

Garret

No hay mejor forma de iniciar el día que sabiendo que en la habitación de al lado está durmiendo la mujer de mis sueños.

Lorraine y Mateo llevan sólo dos días aquí y puedo decir sin temor a equivocarme que me siento como si siempre hubiesen vivido conmigo. Ambos se pierden aún y por lo que veo les va a costar mínimo un mes ubicarse y memorizar todas las áreas de la casa. Amo que ella recurra a mí cada vez que necesite ayuda para llegar a alguna parte, y también adoro que Mateo aparezca detrás de ella amenazándome con la mirada.

Aún sin despertarme del todo, salté de la cama y salí al balcón, con suerte Lori ya estaría despierta. Algo que he notado es que le encanta salir a su balcón a observar al amanecer, no entiendo por qué despierta tan temprano, quizá sólo es costumbre. El punto es que si la primera imagen que voy a ver en las mañanas es a ella observando distraídamente el cielo, no volveré a despertar de mal humor nunca más.

Para mi buena suerte, allí estaba. A pesar de ser tan temprano ya estaba perfectamente arreglada. Llevaba un suéter de lana junto a unos jeans holgados y calzaba unas pantuflas, esto último me pareció tierno. Sus antebrazos estaban apoyados al barandal del pequeño balcón y sus orbes azules vislumbraban con fascinación el cielo que ya había adoptado su característico color celeste.

Hermosa.

—¿Qué tal estuvo el amanecer? —mi pregunta hizo que diera un saltito del susto, no habría notado mi presencia si no hubiese interrumpido su silencio.

—Me asustaste —musitó, llevando una mano a su pecho.

—Lo siento. No fue mi intención.

—Tranquilo —me sonrió—. Y contestando a tu pregunta, estuvo increíble. Amo los amaneceres, me recuerdan que de la penumbra puede nacer la luz —suspiró—, que no todo está perdido.

Algo en mí, emociones que no sabía que tenía, se removieron al escucharla. Estaba consciente de que desconocía muchos aspectos con respecto a su pasado y tenía el presentimiento de que algunos de ellos no me los contaría hasta sentirse cien por ciento cómoda a mi alrededor, pero eso era lo de menos, Lorraine Moon estaba haciendo lo que mejor se le da después de huir de mí: cautivarme.

—¿Por qué me sonríes así? —preguntó, bajándome de mi nube.

—Sonrío porque, en base a esa definición, supongo que tú eres mi amanecer.

—Claro, tu penumbra era el malentendido con los Ackerman y yo te estoy ayudando con ese problema.

—No.

—¿No? —frunció los labios.

—Mi penumbra fue haber vivido hasta ahora sin conocerte.

Como de costumbre, sus mejillas adoptaron esa tonalidad rojiza que la hace ver así de tierna. Evitó mi mirada para concentrarse en los primeros rayos del sol que se asomaban por el horizonte. Decidí no indagar más en el tema, nunca logro nada productivo presionándola. Cuando me tenga suficiente confianza, dejará de esquivarme; o al menos eso espero.

Me mantuve en silencio, limitándome a ser un simple espectador de dos bellezas: la salida del sol y ella. Lo admito, no tengo suficiente autocontrol como para cumplir con la bendita cláusula que prohíbe los sentimientos, de hecho, la incumplí antes de que se estipulara. No sé a ciencia cierta qué es lo que siento, pero es puro, cálido y me hace feliz; y sólo necesito tenerla cerca para sentirlo.

Estuve a punto de decir algo para romper el hielo, cuando un pequeño y despeinado rubio apareció en el balcón frente al mío. Tallaba sus ojitos con pereza y bostezó un par de veces, era de esperar teniendo en cuenta lo temprano que era.

Supongo que los Moon son madrugadores.

—Buenos días, cariño —le sonrió Lorraine, él le devolvió la sonrisa pero con los ojos entreabiertos, apenas estaba terminando de despertar del todo.

—Buenos días, mami —bostezó, estirando sus pequeñas extremidades, el chico es muy tierno.

—Hola, campeón.

Su mirada azul se centró en mí y, como por arte de magia, todo rastro de expresión de recién levantado fue sustituida en un segundo por un ceño fruncido acompañado de un puchero de enojo.

—Arg, sigues vivo —rodó los ojos.

Joder, amo a este niño.

—Mateo, ¿cuántas veces debo decirte que no seas grosero con Garret? —lo reprendió su madre.

—Tengo que fingir que me agrada todo el tiempo, entonces, ¿no puedo decirle que quiero que Santa se lo lleve al Polo Norte como regalo de Navidad cuando no hay nadie escuchando?

—¡Mateo!

No pude contenerme por más tiempo y comencé carcajearme, apoyándome en el barandal. Adoro que no tiene filtros ni se molesta en lo más mínimo en disimular que me detesta, me recuerda un poco a Evan de pequeño.

—¿Qué tal si vamos a desayunar ya? —propuse tras recuperar el aliento.

—Por fin dices algo que valga la pena —celebró Mat, alzando ambos brazos.

—¡Mat! —gritó Lori.

Pasados al menos un veinte minutos, nos encontrábamos en el comedor. El desayuno era bastante variado ya que aún no estaba al tanto de los gustos de ninguno de mis dos inquilinos. Según Vivi y el chef Reginald, Lorraine y Mateo en escasas ocasiones van a la cocina en busca de algún aperitivo y en lugar de pedir algo en específico que gusten comer, preguntan qué hay disponible y se conforman con ello. Eso me pareció un tanto raro ya que pareciera que viven en un refugio donde no se puede exigir más de lo que te ofrecen en vez de en una mansión donde tienen de todo a su disposición. Pero acabé atribuyéndoselo al hecho de que sólo llevan dos días aquí y quizá se apenan al no tener confianza.

Por eso pedí que para hoy prepararan un gran festín para averiguar qué les gustaba a este par. Teníamos tostadas con todo tipo de agregos para untarle, panqueques acompañados de una variedad de condimentos, ensaladas de frutas, omelettes, leche chocolatada, jugos; en fin, de todo un poco.

Me causó gracia la expresión de sorpresa plasmada en los rostros de los rubios. Alternaban sus miradas entre ellos, la comida y yo en varias ocasiones hasta que Lorraine decidió hablar por fin.

—¿A qué se debe este exceso de comida?

—¿A qué se debe que ustedes no ordenen aquello que les gusta ni aclaren lo que no? —inquirí de vuelta.

Mateo hizo una mueca y su madre evitó mirarme a toda costa.

—Ok, es un empate —musitó—. Digamos que...aún nos está costando adaptarnos al cambio de ambiente y tampoco queremos abusar.

—No abusan en lo absoluto —me apresuré a aclarar—. Ustedes son mis invitados y, aunque sea fingido, son mi familia ahora y durante los próximos seis meses ésta es su casa. Siéntanse libres de pedir u ordenar lo que quieran y cuando quieran, ¿ok?

—¿Y por eso hay tanta comida? —preguntó Mateo.

—Anjá —le sonreí—. No sé qué les gusta y que no. Quiero saber.

—¿Y a ti qué te importa? —frunció el ceño a lo que su madre le lanzó una mirada de advertencia.

—Me importa porque quiero que se sientan lo más cómodos posible aquí. No quiero hacer algo que les incomode, por ejemplo que en el desayuno se sirvan platos que no les gusten.

—Eso es...muy considerado de tu parte —Vainilla me regaló una de sus tímidas sonrisas—. Gracias.

—No es nada —me volteé hacia el niño quien ocupaba el asiento a mi derecha y frente a su madre—. Mateo, de todo esto, ¿qué te gusta y qué no?

El rubito repasó visualmente todos alimentos que ocupaban la mesa hasta acabar frente al plato de omelettes. Frunció el ceño en esa dirección —mucho más que como lo hace cuando me mira— y alejó el plato de él.

—No me gustan los omelettes.

—¿Por qué tanto odio? —reí por lo bajo.

—Cuando vivíamos con mi padrastro, ése era el desayuno todos los días —se cruzó de brazos.

Me llamó la atención el modo en el que lo dijo, como si detestase a ese hombre cien veces más que a mí; como si algo tan simple como desayunar omelettes le provocara muchos sentimientos negativos.

Miré a Lorraine que a su vez observaba a su hijo con una expresión de...¿disculpa? Sólo agachó la cabeza y frunció los labios, parecía que quería decir mucho, pero no le salía nada.

El ambiente se había tornado tan pesado que incluso comencé a sentirme un poco incómodo. ¿Qué ocurría? ¿Por qué ambos cambiaron tan radicalmente de actitud con solo mencionar al ex-esposo de Lorraine?

—Bueno, omelettes no —hablé, apartando aún más el plato—. ¿Qué te gusta, campeón?

Me miró, o más bien me escaneó, con cierta duda. No estaba seguro de querer compartir sus gustos conmigo. Finalmente, descruzó sus bracitos y señaló en dirección a las tostadas.

—Bien, tostadas —sonreí—. ¿Con qué las quieres? Tenemos mantequilla, jalea, mermelada...

—Mantequilla de maní —me cortó—. Es mi favorita.

Asentí, tomé una tostada y comencé a untar mantequilla de maní sobre una de las caras de esta.

—¿Así está bien? —se la tendí.

—Sí —respondió, tomándola. Lori le lanzó una mirada rápida que hizo que me mirara con una expresión apenada—. Lo olvidé, gracias.

Punto para ti, Garret.

Llevé una mano a su cabello y lo agité un poco—. De nada, campeón.

—¿Qué más te apetece, principito? —le sonrió mi rubia.

Él lo pensó por unos segundos mientras repasaba visualmente todos los alimentos disponibles. Sus ojitos centellearon antes de señalar lo que quería.

—Los waffles lucen bien.

Sonreí, acercando el plato que contenía la montaña de waffles hacia él.

—Todo tuyos.

—¿Todos para mí? —su pequeño rostro se iluminó.

—Ni se te ocurra —objetó Lorraine—. ¿Acaso no dejarás para mí?

—Claro, mami.

El resto del desayuno transcurrió con las risas y balbuceos gustosos de mi ''familia''. Me aseguré de no perderme ni el más mínimo detalle de los gustos de ambos y me sorprendí al notar que en ciertas cosas guardamos similitud mientras que en otras somos totalmente opuestos.

Al culminar, me complací al notar que Vainilla llamó a Viviane —muy tímidamente, dicho sea de paso— para que los guiara de regreso a sus habitaciones, debían preparar a Mateo para ir al colegio. Aproveché la ausencia para ingresar a la cocina. Allí estaba, mi queridísimo y amargadísimo chef Reginald, seguramente pensando en qué prepararía para el almuerzo. Sí, así de perfeccionista —y algo paranoico— puede llegar a ser.

—Buen día, chef —le sonreí a lo que en respuesta emitió un ''arg'' de desagrado.

—¿Qué haces aquí, niño?

Sí, el chef me trata como si el jefe aquí no fuera yo sino a la inversa. Él fue un gran amigo de mi padre y el único motivo por el cual cocina para mí y no para docenas de personas en uno de los tantos restaurantes que posee es porque le prometió que siempre estaría conmigo, cuidándome. Es malhumorado, gruñón, a veces grosero cuando está enojado y quizás tenga una pizca de neurótico, pero no lo cambiaría por nada del mundo.

—Toma nota —fue todo lo que tuve que decir para que a la velocidad de un rayo abriera una de sus gavetas y sacara de la misma un pequeño blog de notas y un bolígrafo—. A Mateo le gustan las cosas dulces.

Paró de escribir y me miró por encima del blog.

—A todos los niños les gusta lo dulce —resopló con fastidio—, necesito que seas un poco más específico.

—Mantequilla de maní, waffles, yogurt natural y sospecho que el chocolate también le agrada.

—Oh, mamma mía, qué gran descubrimiento —dijo con marcado sarcasmo, haciéndome reír—. Eres el rey de lo obvio. Ahora dime qué le gusta a tu novia.

—La ensalada de frutas, de hecho, creo que todo lo que sea tropical le encanta. También el queso y los panqueques.

—De acuerdo —terminó de anotar—. ¿Algo que eliminar del menú?

—Los omelettes. No les agradan mucho que digamos.

—Entendido —devolvió el blog y el bolígrafo a su lugar—. Si eso era todo, ¡get out of my kitchen, kid!

Oh, otra cosa, es fanático a soltar expresiones en otros idiomas en dependencia de su estado de ánimo y lo que esté cocinando. Una vez le pedí que cocinara sushi y me mandó al diablo en japonés.

—¡Ah! —dije antes de salir de la cocina, recordé algo que había pasado por alto de la cena navideña—. Prepara pavo asado para la cena, les gusta.

(...)

—Espero que te vaya increíble, mi amor —le sonrió Lori a Mat mientras acunaba su pequeño rostro con sus manos.

Estábamos fuera de la escuela, justo como el día en que nos conocimos. Mi rubia se encargaba todo el tiempo de que el niño estuviese bien abrigado y a gusto, es un poco mamá oso, pero supongo que todas las madres lo son.

Cuando el sonido de la campana nos alertó de que ya era hora de dejar ir al rubito, di un paso más cerca de él y lo despojé de su gorro de lana. Antes de que se quejara, le agité el cabello y volví a colocárselo.

—Que tengas un buen día, campeón.

—¿Tenías que despeinarme para desearme un buen día? —se quejó mientras se reacomodaba el gorro.

—Lo siento —me encogí de hombros—. Así se despedía mi padre biológico de mí.

La mirada empática de Lori recayó sobre mí al instante. Articuló un ''lo siento'' sin voz a lo que negué con la cabeza, no soy fan de atribuirle una atmósfera triste al recuerdo de papá, prefiero quedarme con lo bueno.

—Pero si te molesta —me giré hacia el niño—, puedo dejar de hacerlo.

—No —negó con la cabeza—. Está bien para mí, pero ponme bien el gorro la próxima vez.

¿¡Mateo siendo medianamente amable conmigo!? ¿Dónde está la cámara oculta?

Dio un paso hacia adelante y abrazó las piernas de su madre.

—Nos vemos luego, mami —se volteó hacia mí, extendiendo su puño—. Adiós, tú.

Sonreí ante la imagen, ese diminuto puño extendido a modo de saludo era mucho más de lo que esperaba avanzar con él en tres días. Choqué mi puño con el suyo —que lucía graciosamente pequeño en comparación con el mío— y procedió a salir corriendo hasta que lo perdimos de vista.

—¿Es idea mía o me lo estoy ganando? —le pregunté.

—Yo que tú no cantaría victoria. Sólo está de buen humor por los waffles.

—Gracias por lo ánimos, Vainilla —exageré con sarcasmo logrando que riera.

Música para mis oídos.

La tomé de la cintura sin previo aviso, pegándola a mi cuerpo. Como siempre, sus manos viajaron a mis hombros y sus ojos a los míos. Amo que esto ya se haya convertido en algo natural y casi en costumbre.

—¿Lista para irnos de citas?

—¿Qué? No puedo. Hoy tengo que trabajar en la cafetería.

—Tienes el día libre.

—Mi jefa es Lily, no tú. No puedes darme ''días libres''.

—Sí puedo, además, ya hablé con Lily y dijo que no hay problema.

—¿Esto de tenerlo todo fríamente calculado es una característica de los Harriet o sólo es cosa tuya?

—De todos los Harriet —sonreí seductoramente y me acerqué a su oreja—, así que ve practicando para cuando seas una oficial.

Sabía que eso la había hecho sonrojar y que no sabría cómo cotestarme, así que tomé su mano y tiré de ella para caminar en dirección a mi auto. Abrí la puerta del lado del copiloto para ella y una vez entró, rodeé el vehículo y ocupé mi lugar.

—¿A dónde iremos esta vez? —preguntó a la vez que se colocaba el cinturón de seguridad.

—Me gustaría dejarte elegir, pero ya tengo lugares específicos a los que debemos ir para darnos a conocer como pareja.

—¿Darnos a conocer como pareja?

—Anjá —tomé una de sus manos y deposité un beso sobre sus nudillos, presiento que haré eso muy seguido—. Hoy todo Heaven Gold City sabrá que estamos juntos.

Y, sin más que agregar, puse en marcha el coche.

El camino hacia el primer lugar de citas se resumió a las constantes preguntas de mi novia sobre cómo actuar, qué decir y sus inquietudes con respecto a meter la pata. Me limité a contestar a todo diciendo que con que fuera ella misma era más que suficiente, tiene el don de cautivar a quien sea.

Aparqué fuera del Sky Blue, un bar-restaurante al aire libre que se ubica en la última planta de un edificio de diecisiete pisos. Es un sitio muy exclusivo, no cualquiera accede sin pases VIP o reservaciones sacadas de antemano, yo no tenía ninguna de las dos, pero contaba con mi apellido y esa era la llave que abría todas las puertas.

—Wow —pronunció ella por lo bajo tan pronto el ascensor nos dejó en la última planta.

Cabe recalcar que la vista de la ciudad desde aquí arriba era todo un espectáculo teniendo en cuenta que estábamos en pleno invierno. Eso sin contar el entorno: suelo de apariencia de cristal al igual que la barra, sofás para mayor comodidad de los clientes y un escaso número de mesas disponibles demostrando una vez más la exclusividad del lugar.

—¿Mesa o sofá?

—¡Mesa! —se apresuró a contestar al ver a una melosa pareja intercambiando saliva en uno de los sofás.

Parejita, eso es tan antiguo Evan de su parte.

Ocupamos una de las mesas más cercanas al barandal que nos separaba del vacío. Mientras una camarera nos tomaba la orden —a lo que pedimos unos simples cócteles—, noté que Alita O., una de las paparazzis más reconocidas y entrometidas de toda la ciudad, nos estaba echando el ojo.

Perfecto.

—Me gusta la vista —comentó mi novia mientras obseravaba el horizonte, con la misma distracción con la que lo hacía esta mañana.

—No está nada mal.

—¿Por qué un sitio tan privado y exclusivo para mostrar algo que quieres que sea público? —preguntó en tono bajo, evitando que nos escucharan.

—Este lugar es un nido de paparazzis y periodistas chismosos que no tienen nada mejor que hacer que divulgar noticias irrelevantes acerca de los excesos de los ricos y los famosos. Encima tienen un gran público.

—Claro, entiendo a dónde quieres llegar.

La camarera regresó con nuestros cócteles y después de recibir nuestro agradecimiento, se marchó. Me incliné hacia adelante y susurré:

—Démosle a esos chismosos algo jugoso de lo que hablar.

Tomé mi copa y me levanté. Le tendí mi mano, no dudó en tomarla e imitó mi acción. Nos posicionamos junto al barandal y alcé mi copa, ella hizo lo mismo.

—Brindo por nuestro noviazgo.

Sonrió—. Salud.

Hicimos chocar nuestras copas para proceder a beber del contenido. Tras el un par de sorbos, le quité su copa y la deposité junto a la mía sobre la mesa que estábamos ocupando hasta hace unos segundos. No le di tiempo a preguntarme por qué había hecho eso, me dediqué robarle ese beso que he querido darle desde que desperté hoy.

Creí que me detendría, se asustaría o le molestaría, pero no, ninguna de esas reacciones se hizo presente. Me siguió el beso. Con ternura y...hasta me gustaría decir deseo. Nunca me voy a hartar de besar a esta mujer.

—Muy bien, Expreso —confesó al separarnos, sus mejillas estaban tan rojas que parecían estar a punto de estallar.

—Siempre es un placer besarte, Vainilla.

(...)

—Estoy exhausta —suspiró de pronto, nos dirigíamos hacia la escuela para buscar a Mateo.

—Siento haber abusado de ti hoy.

No era broma, la había arrastrado por toda la ciudad. Fuimos a restaurantes, galerías de arte, tiendas conocidas y todos esos lugares céntricos que nos ayudarían a respaldar la teoría de que estamos juntos. Y, por supuesto, no perdí la oportunidad de besarla en cada locación.

—Tú no abusas de mí, créeme —dijo en un tono un tanto apagado.

Otra vez, esa sensación de que hay un asunto grande oculto del cual no sé. Fue una simple frase, no debería estarle tomando tanta importancia, pero...¿por qué sospecho que algo anda mal cuando usa ese tono?

—¿Por qué tan pensativo? —su voz me apartó de mis pensamientos.

—Nada, cosas mías. Tranquila —le sonreí para despreocuparla.

—Claro, seguro estás planeando tu próxima estrategia, ¿no es así?

—De hecho, dentro de un par de días se celebrará una fiesta a la que los Ackerman y toda alta sociedad de la ciudad asistirá. No podemos faltar.

—¿Tendré que...interactuar mucho con esas personas?

—No más de lo necesario. Además, estaré contigo todo el tiempo.

—No quiero menospreciarte, pero eso no me calma mucho que digamos.

—Bueno, quizás sí te calme saber que allí estarán Lily, Evan, los Stone, Corina y el resto de nuestro círculo cercano. Ellos harán que te sientas cómoda.

—Eso suena mejor —admitió en voz baja.

Con la mano que no tenía ocupada al volante alcancé una de las suyas y le di un ligero apretón.

—Sé que es difícil para ti. No es tu ambiente, no es tu zona de confort...ni siquiera es real. Pero quiero que sepas lo agradecido que estoy contigo por ayudarme y te prometo que haré hasta lo imposible por hacerte sentir bien.

—Ya lo haces —murmuró y me sorprendió recibir un apretón de su parte esta vez.

—Me gusta ser tu novio falso por contrato, ¿sabes?

—Se nota por cómo me besas —rió por lo bajo.

—Oh, entonces se puede presumir que a ti te gusta tanto como a mí. Respondes muy bien a mis besos.

—Sí —admitió, para mi sorpresa—. También me gusta.

El resto del trayecto —que no fue mucho— transcurrió en silencio, acariciando nuestras manos entre sí. Es inexplicable lo mucho que disfruto de su compañía. Podemos hablar de cualquier tema o permanecer en completo silencio, y de ambas formas está perfecto para mí, sólo la necesito a ella.

Al llegar a la institución, nos percatamos de que no éramos los únicos esperando a nuestro pequeño. Lori se sonrojó en cuanto esos dos pares de ojos verdes se posaron sobre nuestras manos unidas.

—Cuñado —sonrió pícaramente Lily.

—Cuñada —sonrió aún más Evan haciendo que Lori se removiera con incomodidad, aún no se acostumbra al título.

—¿Quieres dejar de incomodar a mi novia, molesto hermano menor?

—Sólo la llamo por lo que es, querido hermano mayor.

No voy a negar que adoraba este ambiente. Mis padres y yo nos hemos acercado muchísimo a Evan y él a nosotros que es la mejor parte. Esas memorias de cuando apenas podíamos entablar una conversación tranquila con él quedaron en el olvido. Incluso amo más que en este nuevo esquema familiar están incluidos Lorraine y Mateo; mataría porque fuera real.

—En teoría no lo es hasta que se casen, amor —abogó Lils—. Por cierto, ¿para cuándo es la boda?

Casi me atraganto con mi propia saliva al escuchar eso, Lori por su parte no tenía idea de dónde meter la cara. A veces no sé quién es más indiscreto, si Ev o Lily, o Jessie.

Por suerte —y literalmente— nos salvó la campana. Una manada de niños comenzaron a correr despavoridos del interior del edificio, parecían búfalos en estampida. No tardamos demasiado en vislumbrar dos cabezas, rubia y castaña respectivamente pertenecientes a nuestros niños. Jess y Mat venían tomados de la mano y nos llamó la atención que sus caritas estaban repletas de pegatinas.

¿Qué mierda les pasó?

—¡Hola! —chillaron al unísono al llegar hasta nosotros.

—Hola, amores míos —los saludó mi cuñada—. ¿Por qué sus caras parecen furgonetas hippies?

—En clase nos dijeron que tomáramos las calcomanías de lo que queríamos ser de grandes —explicó mi sobrinita—. Por eso escogí la corona de princesa, el maletín de empresaria y las letras de pandachina.

—¿Y tenían que pegárselas en la cara? —cuestionó Lori mientras le quitaba una a Mateo.

—Nop, pero me pareció divertido —respondió Jessie, encogiéndose de hombros.

—Dios santísimo, ampárame con esta niña —dijo mi hermano por lo bajo mientras negaba con la cabeza.

Detallé el rostro de Mat y noté que sus stickers eran de un perrito, un auto, un Superman y un balón de fútbol. Perfecto, ya tenía más cosas con las cuales acercarme a él.

—¿Qué tal si vamos al Sweet Paradise a pasar la tarde los seis juntos? —propuse.

—¿Habrán malteadas de chocolate? —preguntó Mateo.

¡Sabía que le fascinaba el chocolate!

—Claro —le sonrió Lils.

—¿Y a qué esperan? Vámonos —dijo el niño antes de irse caminando hacia el auto.

—¡Eso! —apoyó mi sobrinita antes de hacer lo mismo pero hacia el auto de sus padres.

—Estos niños van a matarme —rió Evan.

—Y a mí —secundaron Lils y Lori al unísono.

Sonreí—. Y a mí no me importaría unirme también.




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Nuevo capítulooo!!!

Recién salido del horno.

¿Qué les parece cómo Garret está haciendo sentir cómodos a Lori y a Mat?

¿Algún pronóstico para el cap que viene?

¡Ah! Llegamos a los 10k hace ya un tiempo y no me había tomado el tiempo de decirles LO AGRADECIDA QUE ESTOY CON USTEDES. Los amo. Sus comentarios, votos, su apoyo en general.

Besos de Karina K.love 😉

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