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Dedicado a: kth_120

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***

El silencio que siguió fue ensordecedor. Yoongi respiró profundamente, sus puños apretados, pero finalmente retrocedió, como si las palabras de Woozi hubieran sido un golpe más fuerte que cualquiera que pudiera dar. 

—Haz lo que quieras. —murmuró Yoongi con frialdad antes de salir de la habitación, dejando a Jimin y Woozi solos en el eco de su ira. 

Jimin se acercó a su hijo, colocándole una mano temblorosa en el hombro.

—Woozi… —comenzó, pero no encontró las palabras. 

—No me digas que todo estará bien, papá, porque no lo está. —Woozi simplemente se apartó, sacudiendo la cabeza. —Y nunca lo estará mientras él esté aquí. 

Jimin lo dejó ir, su mirada siguiendo a su hijo mientras se alejaba hacia su habitación. Las palabras de Woozi eran un reflejo de sus propios pensamientos, aquellos que nunca había tenido el valor de decir.

Woozi solo podía abrazar a su padre mientras dormían, Jimin a media noche se levantó para ir al baño a vomitar, sabía lo que significaba, él apretó su vientre mientras lloraba. Miró su caja secreta y la abrió mientras lágrimas resbalaban por sus ojos.

Dentro de la caja, los recuerdos dormían, pero al ser expuestos, cobraron vida como fantasmas de un pasado que Jimin había intentado enterrar. Fotografías arrugadas, una carta jamás enviada, y una pequeña prenda tejida a mano, demasiado pequeña para cualquier adulto. Su mano temblorosa rozó la tela, y un sollozo desgarrador escapó de sus labios.

Sabía lo que significaba. Lo había sabido desde el primer síntoma, pero se negaba a aceptarlo. No ahora. No con Woozi y Yoongi enfrentándose como si el mundo dependiera de ello. Con su propio corazón desmoronándose bajo el peso de secretos que nunca tuvo el valor de compartir.

El sonido de pasos lo sobresaltó, y rápidamente cerró la caja, ocultándola de nuevo. Woozi estaba allí, de pie en la puerta del baño, mirándolo con una mezcla de confusión y preocupación. 

—¿Estás bien? —preguntó el chico, aunque la respuesta era obvia.

Jimin se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y forzó una sonrisa, débil y quebrada.

—Estoy bien, cariño. —le dijo. —Solo… solo un malestar. 

Woozi no pareció convencido, pero tampoco presionó. Sus ojos se desviaron hacia la caja, apenas visible bajo el lavabo. Jimin siguió su mirada y sintió cómo el miedo lo invadía.

—¿Qué es eso? —preguntó Woozi, su voz suave pero firme. 

Jimin tragó saliva, no podía dejar que supiera, no ahora… No aún. 

—Nada importante. —respondió apresuradamente, tratando de sonar despreocupado.

Pero Woozi no era un niño, y Jimin lo sabía. 

—¿Nada relevante? —repitió Woozi, cruzando los brazos, su mirada era tan intensa que Jimin sintió que lo atravesaba. —Papá, dime la verdad. 

El silencio volvió, esta vez más pesado, más opresivo. Jimin cerró los ojos, como si eso pudiera protegerlo del juicio en los ojos de su hijo. Pero la verdad tenía una forma cruel de abrirse paso, sin importar cuán profundo intentará esconderla.

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