Capítulo 23: Cómplices
En cuanto Orpheo desapareció de su vista, Karen perdió todo rastro de valentía y deterimnación. Se quedé cinco largos minutos esperando a Gioia, meditando. ¿Realmente podría cumplir su promesa? Rogó que su alumna hablara en serio sobre ayudarlos. Parecía demasiado bueno para ser verdad.
Concluyó la clase un poco antes de lo usual, para pedirle verla de nuevo en su casa y accedió. Así que, ahí estaba ella, atravesando la ciudad para volver a su paraíso botánico. Si Katia se enteraba que usaba tiempo de clase para asuntos personales, estaría en problemas. Sin embargo, necesitaba con urgencia sacarse lo que tenía adentro.
Fuera de Gioia y Lili, no contaba con amistades lo suficientemente profundas como para sacar a relucir ciertos temas. Además, su actuar con Orpheo era controversial para la mayoría de la gente. Hablar de más podía significar problemas para ambos y un pase de ida al Basurero también, quizá.
Karen atravesó la puerta del vivero y tomó una respiración profunda. Dejó que el aroma de las flores inundara sus fosas nasales y la calmara. Había una especie de energía positiva ahí adentro, una sensación de bienestar flotando en el aire. No sabía si era el verde, el olor de la tierra mojada, el silencio que reinaba dentro como si se tratara de un mundo paralelo o que la esencia de su dueña inundaba cada rincón. Lo que sí sabía era que entrar ahí era de por sí terapéutico.
Gioia la recibió con los brazos abiertos y volvió a guiarla dentro de su casa. Hachi estaba igual de eufórico que la primera vez que se habían visto, pero Karen ya estaba preparada para su derroche de energía, por lo que logró mantenerse de pie con la dignidad intacta.
Le rascó el cuello en cuanto lo vio tirarse panza arriba. Era como acariciar un muñeco de peluche gigante.
—Le agradas mucho —comentó Gioia, con una sonrisa.
Le alcanzó una taza de té humeante que olía a distintas hierbas.
—Yo misma seleccioné las hojas —le contó, con orgullo—. Es mi mezcla especial, directo de mi huerta personal. Verás cómo te levanta el ánimo.
Le sonrió agradecida y se instaló en el sillón. El perro corrió a echarse a su lado, esperando otra ración de mimos. Karen cerró los ojos para degustar la infusión. Era deliciosa. Tenía un sabor particular que no podía definir del todo. Solo podía asegurar que tenía algo de menta entre otra cositas. Suspiró y se hundió un poco más en el sillón.
—Gioia, disculpa que venga a molestarte de nuevo... —comenzó a decir.
—Tú nunca me molestas, linda —le dijo—. ¿Qué sucede?
—Es Orpheo. Me ha contado algo bastante delicado.
Le explicó a grandes rasgos lo que había pasado. Nunca la había visto tan seria. Gioia frunció el ceño, mientras la invadía una sensación de rechazo total. No podía creer cómo se rebajaba a esos pobres hombres, con total impunidad.
—Esa mujer tiene que desaparecer de una buena vez —se quejó, refiriéndose a Monique—. No puedo creer que sea tan insensible.
—Pienso lo mismo... —acordó, torciendo el gesto— En fin, quiero saber más de tu propuesta.
La miró con una mezcla de miedo e ilusión. Su amiga relajó la expresión enseguida.
—¿Lo de escapar? Tenemos que hablar con Chiara. Ella es la que sabe —respondió.
—¿Tú crees que querrá ayudarme? Si no me conoce de nada... No creo que se arriesgue —argumentó, decepcionada.
—Ella es muy sensible respecto a las injusticias. De todas maneras, no lo hará por ti, lo hará por él —se sinceró—. Y tú entras en el paquete, siempre y cuando estés dispuesta a dejar todo atrás. Por lo general, ella ayuda a hombres en situaciones delicadas, pero sé que una vez ha ayudado a una pareja también.
—¿Y qué tal les ha ido? —preguntó temerosa.
—Creo que bien. Si no tienes en cuenta que no pueden volver a entrar al país. No con este gobierno, al menos —le explicó—. Pero ellos no tenían nada que los atara aquí, así que dudo que sean infelices.
Se quedamos en silencio, a solas con sus pensamientos. ¿Quería dejar todo atrás? ¿Abandonar su trabajo, sus amigas, la casa que tanto le costó conseguir? ¿Lo que sentía por él era lo suficientemente fuerte? Jamás habían convivido más que un rato, una vez por semana. ¿Y si dejaba todo atrás por un hombre y al final no funcionaba como creía?
—Karen, nadie te obliga a ir detrás de él. —Gioia posó sus manos frías sobre las de Karen.
—Lo sé —suspiró, con un nudo en el estómago.
—Que quieras hacer algo para frenar su sufrimiento es un gesto muy noble. Ya de por sí, mejorarás su calidad de vida. No hace falta que vayas con él, en serio. Ellos son tan capaces de cuidar de sí mismos como nosotras.
—No es eso... —dijo—. Es que... No sé si quiero dejarlo ir. Tengo miedo. Y me siento egoísta porque una parte de mí no lo quiere soltar, pero sé que la prioridad es que él sea libre. Estoy hecha un desastre.
Gioia le dio uno de sus abrazos llenos de calidez maternal. La inundaba de paz sin siquiera hablar. Ese gesto terminó de desarmarla y se puso a llorar. Gioia le acarició la espalda hasta que se calmó un poco.
—Vamos a buscar más té —la invitó.
Le tendió su mano para ayudarla a levantarse. Karen se limpió el rastro de lágrimas con el dorso de la mano y la siguió a la cocina. La observó con curiosidad mientras echaba distintas cosas al filtro de té.
—¿Qué es todo eso? —le pregunté.
—Un poco de menta, cedrón, manzanilla... Mmm... Tilo y algunas cosas más —respondió sin mirarla—. Fui probando distintas combinaciones y esta es la que más me ha gustado para relajar.
—Necesitaría un par de litros, entonces —rio.
Karen tomó una servilleta de papel para limpiarse la nariz. Gioia empezó a contarle todo el proceso para elegir las hojas para el té y logró distraerla por un rato.
Un ruido de llaves las sobresaltó, y Hachi empezó a ladrar. Ya eran las nueve de la noche y ni se habían dado cuenta.
Chiara apareció en la cocina. Se puso seria al ver a la visita allí. Saludó a su hermana con un beso en cada mejilla y estrechó la mano de Karen.
—Buenas noches —la saludó—. No sabía que vendrías a cenar.
—Yo tampoco lo sabía... —se sinceró.
La mirada penetrante de la periodista era intimidante. De repente, pedirle ayuda ya no parecía tan buena idea. Gioia comenzó a trajinar en la cocina para preparar la comida y Chiara salió de la habitación.
—Creo que mejor me voy —susurró la invitada, apenas se fue.
—Para nada, te quedas —la retuvo—. Hablaremos con ella después de comer. No le tengas miedo. Solo es cálida con un puñado de gente, pero es buena. Verás que sí.
El timbre sonó y Gioia la miró extrañada.
—Eso sí que es inesperado —dijo, dirigiéndose al portero—. ¿Hola? ¡Qué sorpresa! Ya voy.
La cara se le iluminó y fue a buscar a su hermana. No pasaron dos minutos, que pasó Chiara a toda velocidad, acomodándose el cabello en el camino.
—¡Estás hermosa como siempre! —la animó su hermana, con una sonrisa conocedora.
Karen no entendía nada. La periodista parecía otra persona. No sabía quién estaba del otro lado de la puerta, pero de seguro era muy especial para ella.
—No te asustes y trata de actuar normal —le pidió Gioia, con una risita.
El rumor de una voz masculina llegó desde la puerta abriéndose. Karen asumió que esperaban un matrimonio, por lo que ella salía sobrando. Se sintió avergonzada por ir sobre la hora y arruinarles la velada.
Grande fue su sorpresa al descubrir que no era un matrimonio, sino un hombre de mediana edad. Solo.
—¡Hola, Elliot! —saludó su alumna.
Lo abrazó y le besó ambas mejillas. Karen no sabía cómo reaccionar frente a esa muestra de afecto. Sobre todo, teniendo en cuenta que ella estaba siendo testigo de todo.
—Supongo que me malcriarás con algo delicioso, ¿no? —le preguntó el desconocido, con una sonrisa matadora.
—Pues, tienes suerte de que siempre cocine de más, porque aquella —señaló a su hermana— no me ha dicho nada sobre tu visita. Ven, te presento a Karen, mi profesora de canto.
Entonces, él reparó en la morena que tenía enfrente. La alegría de sus ojos se esfumó y karen se sintió todavía más incómoda. Levantó su mano con timidez y fracasó en su intento de sonreír.
—Hola —lo saludó, a media voz.
—Buenas noches, Karen —le respondió, tendiendo su mano y estrechándola con fuerza—. Soy Elliot Rider.
Lo vio alejarse con Chiara a la sala de estar y se acercó rápidamente a la dueña de casa. Quería salir de allí lo antes posible.
—¿Segura que me puedo quedar? A tu hermana y a su amigo parece que no les gusta la idea —le consultó.
—Te quedas —le ordenó—. De hecho, es un golpe de suerte que Elliot esté aquí también.
—Oye, pero ¿no se enfadará su esposa si está aquí solo con tres mujeres? —le preguntó, preocupada.
—Elliot está soltero —le confió.
—¿Pero cómo? —exclamó, sorprendida.
—Es un azul. El director de los azules, de hecho —le explicó, entre risas.
—¿Un azul? —preguntó, más confundida.
Gioia olvidaba que ese término no era muy común fuera de la Escuela de Hombres y el círculo íntimo de sus integrantes. Sabía que ver a Elliot caminando a su antojo era un shock para cualquier mujer. Quizá sí, tendría que haberle explicado antes a Karen y no ser tan confiada.
—Digamos que es un genio. Coordina el pabellón de hombres libres de la Escuela de Hombres —le aclaró—. Es un edificio lleno de cerebritos que han eludido el mercado de maridos por sus talentos.
—No tenía idea de que eso existiera. Me parece genial —le dijo, admirada—. ¿Y es amigo de Chiara? ¡Guau!
—Yo creo que es algo más, pero ninguno de los dos lo admite.
Le guiñó el ojo y le hizo seña para que la ayudara con la ensalada. Le contó en líneas generales cómo se habían conocido. Ella estaba en plena investigación y fue a entrevistarlo.
—Al principio, se odiaban. Chiara es demasiado curiosa y él no quería dar información. Pero le ha ganado por cansancio. Y ahora, hasta viene a visitarla —le contó.
—Es increíble. No sabía que los hombres podían salir de la Escuela sin estar casados.
—No, solo él puede hacerlo, porque es el director. Los otros azules tienen que justificar sus salidas y siempre son por trabajo. No es que puedan visitar a su familia, por ejemplo. Son libres hasta cierto punto. De todas maneras, ya que puedan prescindir de casarse es un gran logro, ¿no crees?
—Totalmente —respondió—. Es algo, aunque podría hacerse más por ellos.
—Hasta que no cambien las que están a la cabeza de todo, es difícil —opinó—. Mientras tanto, nos queda a nosotras hacer pequeñas acciones con los hombres que tenemos a nuestro alrededor.
Siguieron cocinando a la par, mientras hablaban de temas más felices, como obras clásicas que les gustaban a ambas. El cambio de tema ayudó a Karen a olvidar a las dos eminencias que charlaban de sus cosas en la habitación de al lado. A su lado, se sentía insignificante.
—¡"O fortuna"! Es sublime —opinó sobre ese fragmento del Carmina Burana—. Tiene una energía que te traspasa. ¿Lo has cantado alguna vez?
—Algo así. —Gioia sonrió— Pero la pronunciación te la debo. Sin embargo, tienes razón, tiene mucha fuerza. Me gustaría poder cantarla en un coro algún día.
—Puedo ayudarte. Así estás preparada para cuando se te presente la oportunidad. ¿Qué dices? —propuso, sonriendo.
—Me encanta la idea, profe. Solo espero me tengas paciencia —rogó, con una risa.
—Pierde cuidado. Seré buena contigo porque me caes muy bien y preparas un té riquísimo.
La charla fue interrumpida por Chiara, que tenía una sonrisa culpable. Karen reafirmó que era increíble el cambio en ella luego de la llegada de su amigo.
—Tengo hambre... ¿Falta mucho? —preguntó.
—Ayúdame a poner la mesa y comerás más rápido.
Se dirigió rauda a las alacenas y sacó todo lo necesario. Mientras tanto, Gioia y su invitada de honor llevaron las fuentes con la comida hasta el comedor. El aroma le hizo rugir el estómago de forma poco decorosa y se sonrojó. Esperaba que nadie la hubiese escuchado.
Elliot se unió a ellas y apartó las sillas para que se sentaran. Él fue el último en hacerlo. Había reglas de etiqueta que, por más que fuera un hombre libre, quedaban. Las hermanas ocuparon las puntas, por ser las anfitrionas. Gioia sirvió la carne asada al horno con distintos vegetales. Tenía muy buena pinta y sabía aún mejor.
En un primer momento, halagaron con pasión a la cocinera y dejaron que sea ella quien condujera la conversación. Gioia era una gran anfitriona. Le preguntó a Elliot por unos asuntos referidos a sus alumnos y a Chiara por su día en el trabajo.
—Hoy me ha tocado hacer la investigación desde la oficina —le contaba—. Lo cual me ha venido muy bien, porque me llamaron un par de mujeres para reportar lugares sospechosos. Organizaré otro viaje este fin de semana.
—Genial —dijo Gioia—. Aunque espero que sean falsas alarmas... Y que no haya más hombres sufriendo.
—Mientras haya mujeres que consuman, seguirán existiendo estos lugares —sentenció Elliot—. No les alcanza con vendernos como mercancía.
—Es así —acordó Chiara—. Pero si ven que se desmantelan, quizás se desmotiven algunas clientes. Para no exponerse, digo.
—Tiene sentido —dijo Gioia.
Karen seguía comiendo, mientras los escuchaba con atención. No tenía nada que aportar y, si bien se había relajado el ambiente, se seguía sintiendo poca cosa frente a esos tres.
—Chiara... —Elliot llamó su atención y señaló a Karen con un gesto discreto—. Creo que...
—No tengo nada que ocultar, Elliot —lo desafió, sonriendo—. Si es amiga de Gioia, entonces confío en ella.
La aludida la miró con sorpresa y luego a su hermana, quien le guiñó el ojo. No se esperaba eso. Bajó la vista, al tiempo que sonrió. Ese pequeño gesto le había bajado sus nervios a un nivel más tolerable.
—Y ya que hablamos de confianza... —comenzó a decir Gioia, arrastrando las palabras—. Tenemos que pedirles un favor.
Karen mudó su expresión a una de angustia, mientras ambos amigos la escudriñaban con la mirada. Pensaba que Gioia esperaría a terminar de cenar para tocar el tema. Parecía que se había equivocado. No estaba todo bien con ella y quería desaparecer de ahí cuanto antes. Se sintió intimidada de nuevo.
—¿Ah, sí? —preguntó ella.
—Quizás, no es el mejor momento para... —intentó escaparse.
—Es el momento perfecto —contradijo rápidamente.
Elliot miraba a Karen con molestia. Adiós, buen clima.
—Cara, ¿qué has estado hablando con Karen? —preguntó Chiara, con el enojo a raya—. Con confianza, no me refería a revelar vida y obra de tu hermana. Sé que ella está de acuerdo con nosotras, pero...
—Te lo diré yo, porque ella no se atreverá jamás —la cortó, tranquila y sonriente—. No tienes nada que temer. ¿Recuerdas ese muchacho que te conté? ¿Ese que canta bonito y se ve aún mejor?
Chiara sonrió a su pesar y suspiró, adivinando por dónde venía la cosa. Gioia le había hablado de él. Varias veces, de hecho, aunque no pudiera retener ese nombre extraño que tenía. Elliot frunció aún más el ceño.
—El de nombre raro, sí —reconoció—. ¿Quieres traerlo a casa, o qué?
—Ya quisiera... Pero tiene ojos para otra persona —convino con picardía.
—¿Su esposa? —preguntó Elliot con sarcasmo.
—Sí, claro, su esposa —respondió Gioia—. No, se ha fijado en esta muchacha talentosa que nos acompaña hoy.
—Gracias —musitó, sonrojada.
—¿Pretendes que lo secuestremos y se lo enviemos por correo a su casa? —sugirió Chiara, riendo.
—Gioia, no puedes ir por ahí ofreciendo servicios que no puedes realizar —se quejó el hombre.
—Ya lo sé, pero esta situación es especial.
—Si quiere una pareja, que se la compre como todas las demás. No hacemos caridad —alegó Chiara—. Y meternos en un matrimonio es delicado. Una cosa es rescatar trabajadores sexuales de cuevas clandestinas y otra muy diferente es invadir...
—¡Es un gigoló! —exclamó Karen, para que dejara de suponer cosas que no eran.
Quedó flotando un silencio sepulcral luego de semejante declaración. Suspiró, mirando el techo, antes de fijar la vista en Chiara.
—No lo quiero para mí, lo quiero libre —confesó—. Antes de que se contagie algo peligroso como lo hizo uno de sus colegas. No soportaría que él... Que él...
Bajó la cabeza y sintió a Gioia pasar un brazo por sus hombros.
—Lo siento —se disculpó la periodista—. Eso ya es otra cosa.
—El príncipe necesita ser rescatado —expresó su hermana.
—¿Y dices que toma clases contigo? —le preguntó— Eso es nuevo.
—Por lo general, no los dejan salir —amplió Elliot.
—Eso es porque trabaja en un bar elegante —explicó—. Lo de gigoló es su "otro" trabajo. Además, su esposa paga muy bien por el silencio de todo el instituto. ¿Qué les puedo decir? Todo el mundo es cómplice y me asco. Pero sola no puedo hacer nada por él.
—¿Dónde trabaja? ¿Tienes idea?
—En Eva & Lilith —respondió.
Chiara y Elliot se miraron. Ella levantó una ceja, con el orgullo de haber ganado un debate que ambos tenían hacia rato. Gioia se levantó de la mesa y comenzó a recoger los platos, asumiendo que ya no comerían más.
—Te lo dije —comentó Chiara—. Tienen un sistema extraño para entrar.
—Lo sé —aceptó él—. Pero ahí ya va a ser más difícil que te escabullas. Te lo dije mil veces. Ahí van los peces gordos.
—Pero ahora tenemos a alguien que sabe cómo funciona desde adentro. Y muero de ganas por exponer a esos pececitos.
—Es muy riesgoso —alegó él y volteando hacia Karen, agregó—. Lo siento, pero no podremos ayudarla.
Karen sintió sudor frío bajar por la espalda. Sabía que no debía ilusionarse. Gioia apretó su hombro, antes de ir para la cocina con los platos sucios.
—No seas así, Elliot. Creo que planificando bien, podemos tener suerte.
—¡¿Acaso quieres que te maten?! —exclamó Elliot.
No sería la primera vez que arriesgaría su cuello por una de sus cruzadas. Ya lo había asustado demasiado en otras ocasiones al poner su vida en peligro. No quería que volvieran a hacerle tanto daño.
—Somos más inteligentes que ellos. — puntualizó orgullosa.
Él la miró con preocupación y no replicó nada más. Se cruzó de brazos, con la certeza de que no podría hacerla cambiar de opinión.
—¿Cómo se llama ese hombre, Karen? Siempre se me olvida —quiso saber ella.
—Orpheo —le contestó.
—¿Ves que es un nombre raro, Elliot? Cualquiera diría que su madre no lo quería.
—No podría estar más de acuerdo —acotó Karen—, pero déjame decirte que le queda como anillo al dedo.
—¿Qué edad tiene? —preguntó él con curiosidad.
—Veintiséis, creo —respondió.
—Increíble —se rio, y se dirigió a Chiara—. ¿Sabes quién es, querida amiga?
Ella se encogió de hombros, confundida. Karen tampoco entendía mucho. Aquel hombre parecía bipolar, cambiando de un estado de ánimo a otro sin aviso.
—Había un solo Orpheo en la Escuela. Es más, dudo que haya habido otro en el pasado —les contó, reforzando la idea al levantar su dedo—. No muy brillante, si me preguntan. Era más bien del montón. Pero su hermano, es tema aparte. Por eso es que lo tengo presente. Si me habrá hablado de su hermano mayor...
—¿Y eso qué? —preguntó Chiara.
—Es hermano de Diógenes Sterling, una de las jóvenes promesas de mi Pabellón. Entró para ser físico, pero terminó inclinándose por la medicina luego de la aventura que tuvo el año pasado
—Pues, bien por él —dijo Karen, sin entusiasmo.
—No te sigo, querido —dijo Chiara.
—Diógenes fue uno de nuestros infiltrados en el Basurero, ¿no lo recuerdas?
—¿Cómo voy a recordar con esos nombres tan extraños? —se rio— Pero, te creo.
—Su misión también fue especial —continuó—. Seguramente, tampoco recuerdes su nombre, pero él entró al Basurero para ayudar a Galathea.
Un destello de reconocimiento destelló en los ojos de la periodista. karen seguía sin entender de de qué demonios hablaban. Chiara empezó a reír, negando con la cabeza. Karen los miró alternadamente, buscando respuestas. Pero aquello parecía un chiste interno y ella no tenía nada que ver.
—¡La pareja del año pasado! —exclamó —. Casi perdemos a Derek por culpa de ellos.
—Parece que los problemas vienen de familia —concluyó él.
—Tal cual —concordó—. Más te vale que cuides a Diógenes, Elliot. No quiero que él también tenga problemas.
—¿Me pueden explicar de qué hablan? —preguntó Karen, molesta.
—El año pasado hicimos salir del país a una pareja. Él estaba casado con una sádica y ella era su amante —le explicó Elliot.
—Una historia digna de novela, te digo —dijo ella, emocionada.
—Tampoco para tanto, Chiara —se burló—. La cuestión es que ella es la hermana de este chico que usted quiere sacar del bar, profesora.
—¡Qué pequeño es el mundo! —exclamó Gioia, volviendo a la mesa.
—Los Sterling no dejan de meterse en problemas —comentó su hermana.
—Así es —dijo Elliot—. Aunque la situación de Orpheo es mucho más compleja. Yo no sé si tendremos éxito esta vez.
La seriedad volvió al ambiente. Con tanto entusiasmo, las ilusiones habían vuelto a Karen. Esa montaña rusa de emociones la estaba matando. Quería que le definieran de una vez si la podían ayudar o no.
—Tengo que intentarlo —resolvió Chiara—. Y para eso, Karen, vas a tener que ensuciarte las manos como nosotros.
—Gracias —asintió, emocionada.
****************
¡He vuelto! Después de la locura que fue el 2021, voy retomando la escritura. Intentaré actualizar todo lo que pueda en enero y febrero, lo prometo.
¡Muchas gracias por seguir apoyándome a pesar de que actualizo con tan poca frecuencia!
Un abrazo fuerte para todos <3
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