Capítulo 20: Entre el querer y el deber
"Yo me quería ir, te querías quedar
Y no sé cómo hacer para no caer
Tan fácil..."
"Tan fácil", Kevin Johansen + The Nada
Monique se acercó a Orpheo apenas cruzaron sus miradas. Ni lenta, ni perezosa, se había aparecido en el fondo del bar y había observado sin disimulo alguno el intercambio que había tenido su esposo con esa mujer.
—¿Qué hace aquí? —inquirió cuando lo tuvo cerca.
No estaba contenta, pero tampoco iba a hacer una escena de celos, ni nada por el estilo. Se le pegó al cuerpo, pasando sus brazos por detrás del cuello de su esposo. Orpheo optó por hacerse el tonto.
—¿Quién? —le preguntó, fingiendo inocencia.
Su esposa le sonrió con malicia. Él sabía muy bien que ella no era ninguna tonta, pero no quería admitir nada. Además, tampoco estaba haciendo nada malo. Conversar con alguien no era pecado, hasta donde sabía. Siempre deambulaba por las mesas para aumentar las ventas.
—Tu profesora, ¿quién va a ser? —le explicó al oído, con falsa paciencia.
—Ah, ella. Nada, vino a ver si había hecho los deberes —le explicó, con indiferencia.
—Pero si es tu noche libre, tonto —replicó, recorriendo el pequeño espacio de piel expuesta que dejaba ver Orpheo con el dedo.
Él capturó su mano y se la besó con galantería. Esbozó una sonrisa, agradeciéndole la caricia en silencio, antes de responderle.
—Y eso le he dicho, que por qué no me preguntó y se ahorraba el gasto.
Monique lo miró con ojo crítico. No había mentido del todo, por lo que la excusa le había valido en parte. Era cierto que no habían roto ninguna regla, sin embargo, algo le olía mal a Monique.
Ver a Karen en el bar había alegrado mucho a Orpheo. Había sido una linda sorpresa. Sin embargo, si bien estaba animado con la idea de pasar un rato con ella, sabía que era demasiado arriesgado hacerlo allí, con Monique tan cerca. Con lo juiciosa que parecía, no se esperaba que hubiera cometido un error garrafal como ese.
—¿Y asumo que más tarde va a corregirte los deberes más de cerca? —preguntó su esposa molesta—. Acabo de ver tu lista de reservas.
Orpheo quiso separarse un poco, y ella se lo impidió.
—No voy a acostarme con ella. ¿Cuál es el problema? ¿No era esa la condición? —replicó, tratando de mantenerse indiferente.
Ella se rio de él. Era hora de distraerla, si quería salir ileso de esa situación. Rodeó su cintura con los brazos y le besó la base del cuello. Ella se movió apenas, para darle libertad de acción.
—Pienso cobrarle cada uno de tus movimientos —le dijo con altanería, sin detenerlo—. Y si se acuesta contigo, no la verás más, ¿de acuerdo?
—¿Desde cuándo te molesta quién visita mi cama? —le preguntó, apartándose un poco para ver su rostro—. Además, va a pagarte como todas las demás.
—El trabajo no se mezcla con el placer —sentenció—. Que yo me entere que se ha pasado de lista contigo —lo amenazó.
Si supiera que el que se pasó de listo fue él... Pero eso ya era otra historia. Saber eso la habría enfurecerido el triple, estaba seguro. Eso y que fuera con alguien sin clase y sin chiste como Karen.
—Tranquila, mi amor —le mintió con descaro y añadió—. Espérame despierta hoy.
*********
Orpheo se ocupó de hacer su trabajo en piloto automático, con la cabeza puesta al otro lado del pasillo, junto a la morena que quería hablar con él. Nunca se lo confesaría a nadie, pero era su rostro el que veía en cada una de sus amantes, como hiciera tantas otras noches. Era algo que le hacía la tarea un poco más llevadera. Después de todo, aquello sería lo más cercano al contacto real que tendría con ella porque, conociéndola, jamás pasarían de un beso y un par de caricias. Karen tenía la voluntad en crisis, pero había límites que él estaba seguro de que no pasaría. No le cabía duda de que ya el hecho de haberse besado le estaba carcomiendo la conciencia.
Despidió a la última cliente, Valeria, una mujer de cincuenta que iba regularmente a su habitación. Era una mujer divertida, así que la última hora se le había pasado volando. Incluso, llegó a olvidarse de Karen por un breve momento. Dejó la habitación después que ella para que la limpiaran y se dirigió al baño para refrescarse la cara.
Confianza. Él era el señor de la confianza. Tenía que convencerse de eso para ganarle la batalla a la ansiedad que lo estaba invadiendo. Quería verla y a la vez no, pues tenía miedo de que esa charla significara tomar una decisión difícil.
Respiró hondo para relajar los músculos antes de abrir la puerta. Era increíble que le estuviera pasando eso. No se había sentido así de nervioso ni siquiera cuando estuvo con Monique la primera vez. Eso de la inseguridad era totalmente nuevo para él, como todo lo que venía asociado a Karen.
Al entrar, lo invadió una sensación de deja vú . Allí estaba ella, hermosa y sencilla con su vestido, sentada en una cama que había aguantado muchas hazañas que lo avergonzaban y que no parecía digna de ella. Pero, a diferencia de la vez anterior, sus ojos no lo juzgaban ni se compadecían de él; no tenían pudor, ni vergüenza. Le hablaban de otra cosa, de los mismos miedos que él tenía, de una sintonía que llegó sin querer y que parecía haber estado allí desde siempre.
—Hola de nuevo—la saludó, con una sonrisa.
—Tanto tiempo...—bromeó, levantando apenas una de sus comisuras.
Ella se puso de pie y se detuvo a un par de metros de él. Orpheo cerró la puerta y acortó las distancias. La abrazó y ella le correspondió con fuerza. Inhaló su perfume suave y la paz volvió a él. Casi podría hablar de una sensación de hogar, de oasis. Karen, por su lado, disfrutó del contacto con la sensación agridulce de un adiós.
Se quedaron así unos minutos, sin hablar. No necesitaban más que tenerse cerca, sin pensar en quién podría abrir la puerta. Ella acariciaba su cabello y él, su cintura. Era pequeña en comparación y, sin embargo, se sentía poco a su lado. Se separó de su calor y, sin mediar palabra, la guió al pequeño living del cuarto, a un sillón amplio en el que entraban ambos con comodidad.
—¿Qué tal tu noche? —preguntó Karen sin mirarlo y sin soltar el agarre cálido de su mano.
—Tranquila... —le respondió— ¿Y la tuya?
—Interminable —admitió—. Tu amigo Vladimir es muy simpático, pero se me ha pasado muy lento el tiempo de todas maneras. Si no fueran tan abusivas con los precios, podría haber comido algo, por lo menos.
Orpheo sonrió. Encerrado entre tanto lujo era fácil olvidar que no todos lo tenían todo servido como él. Soltó el agarre para levantarle el rostro. No quería ni un segundo de contemplar sus ojos oscuros.
—¿Tienes hambre? —le preguntó divertido.
—Que no... —dijo, sonrojada—Pero una así mata el tiempo, ¿sabes?
—¿Algo para beber, entonces?
—Si me lo vas a cobrar, no —respondió contrariada— . Me van a desplumar en este lugar.
Orpheo rio por su indignación. Supuso que tenía razón. Después de todo, el bar era muy exclusivo, y él todavía más. Fue hasta un pequeño armario y sacó una botella de vino.
—Ah, no, muy fino, para mí —lo frenó, con una media sonrisa.
—¿Te traigo agua del grifo? —se burló.
—Es más económico —razonó la mujer.
Se encogió de hombros y Orpheo rio con ganas.
—Oye, Karen, que la Casa invita. Pide lo que quieras —le aseguró y le guiñó el ojo—. Todo lo que quieras.
La cara de Karen quedó más roja que su vestido. La reacción se le hizo muy adorable. Orpheo la acorraló contra el respaldo del sillón.
—La Casa no invita a esas cosas que estás ofreciendo y, de verdad, que no lo puedo afrontar —masculló, encogiéndose.
—¿Segura? —la tentó, susurrándole al oído.
Ella negó con la cabeza y Orpheo le besó la mejilla con ternura. Cuando se apartó, la notó más turbada todavía.
—Eres incorregible —lo reprendió, rehuyendo de su mirada—. ¿Tienes cerveza? Soy mujer de gustos sencillos.
—Creo que sí —respondió, parándose y abriendo el minibar—. Estás de suerte.
—¿Seguro que no tiene cargos extras? —preguntó con desconfianza.
—Bebe en paz, Karen —se rio y le alcanzó la botella destapada.
El rubio se volvió a acomodar a su lado y la observó mientras le daba un buen trago a la botella. Karen agradeció la bebida y trató de calmar su respiración. Por un instante, creyó que él iba a avanzar por otros rumbos. Lo peor era que estaba segura de que no iba a durar mucho su resistencia si lo intentaba.
—Está buena —opinó, sin mirarlo.
Se la sacó de las manos con suavidad y bebió otro poco él también. El líquido amargo bajó por su garganta y la refrescó.
—¡Ey! —protestó Karen.
—¿No te han enseñado que hay que compartir? —la pinchó.
—Serás... —comenzó a decir.
La calló con un beso breve en los labios que la agarró totalmente desprevenida. Lo miraba con los ojos muy abiertos y la boca entreabierta. Le sonrió, mientras la admiraba de cerca. Era irresistible y lo tenía loco.
—La Casa invita, antes de que digas nada —soltó, antes de que dijera nada.
Karen negó con la cabeza y sonrió. Dio otro trago, miró su reloj y le dijo:
—Tenemos que hablar y nos quedan cuarenta y cinco minutos.
—Tienes un don para romper momentos, Karen —se quejó.
La diversión los abandonó a ambos. Los hombros del cantante cayeron un poco y apoyó su espalda sobre el respaldo mullido, mirando el techo. Los nervios volvieron y, extraño en él, se quedó sin palabras que decir.
Volvió la vista a ella. La notó angustiada, abandonado el juego de hacía unos instantes. Guardó las distancias, por prudencia. No quería hablar, quería aprovechar el tiempo de otra manera. Sin embargo, sabía que era imposible. Si intentaba avanzar de nuevo, no hablarían jamás. Y, por mucho que se resistiera, sabía que era necesario.
—Orpheo... —susurró— He estado pensando mucho, ¿sabes? De hecho, es lo único que hago desde hace varios días.
—Yo también he pensado mucho, Karen —admitió.
—Entonces, vas a comprenderme, espero —continuó—. Creo que tenemos que dejar de jugar. Limitarnos a hacer nuestro trabajo y nada más. Te aprecio mucho, de verdad. Aunque al principio no haya sido tan así, terminé encariñándome contigo. Demasiado, ¿para qué negarlo? Y eso es algo que me ha impedido ver más allá. Pero he tomado conciencia. He meditado mucho... Y, siendo objetiva, creo que lo mejor es que dejemos de arriesgarnos.
Lo miró a los ojos, entonces. Él vio el esfuerzo que estaba haciendo para decirle esas cosas y el dolor que le causaba. Algo se congeló dentro de él. Sabía que iba por ese lado, lo sabía desde que la había descubierto en el bar esa noche. Pero no quería oírlo.
Karen notó su angustia y le partía el corazón tener que decirle esas cosas. Ella también se moría de ganas de darle rienda suelta a lo que él le hacía sentir, pero ¿qué más podían hacer? Estaban queriendo tener una relación destinada a morir en la clandestinidad.
—Vivimos en un mundo que no tiene lugar para que pasen estas cosas —siguió, atropelladamente—. Me gustas, no te lo voy a negar. Y no sé cómo manejarlo. Has sacudido mi mundo, mis convicciones. Antes de conocerte, jamás se me hubiera cruzado por la cabeza pasar por algo así. ¡Ni siquiera quería casarme! Y míranos ahora, ¡es tan incorrecto! No puedo... Es... agradable estar contigo. No sé... Se siente bonito... Pero, no puedo. Me pesa mucho. En serio. Estamos arriesgando mucho los dos. No quiero que te envíen al Basurero por desobedecer...
Su voz se quebró y Orpheo la atrajo hacia él. La subió a su regazo y ella se aferró a su cuello. Sintió sus lágrimas mojar su camisa y algo se rompió dentro de él también. La estrechó entre sus brazos, sin saber qué decir. Besó su cabello y le acarició la espalda.
—Tranquila, hermosa —intentó consolarla—. No te angusties. Creo que estás haciendo de esto algo más grande de lo que es.
—¿Cómo puedes decir eso? —le preguntó, con la voz ahogada contra su pecho.
—¿Por qué no? Esto no es diferente a lo que hago con otras mujeres —argumentó, ganándose un empujón.
Karen se apartó iracunda y se puso de pie. Lo iba a matar.
—¿Así que eso soy para ti? ¿Una cliente más? —exclamó—. Todo esto debe ser muy divertido para ti, ¿verdad?
Se paró frente a ella y trató de contenerla, pero solo logró que se apartara de él.
—No, espera —rogó—. Lo has entendido mal.
Karen le dio una mirada cargada de furia y se sintió pequeño. Se cruzó de brazos aguardando la explicación.
—No eres un trabajo para mí. Creía que eso estaba claro, Karen —razonó—. ¿Qué más da que esté con una mujer porque yo quiero hacerlo, por una sola vez? Me refiero a que Monique debería tragarse sus objeciones, que para otras no tiene problemas en alquilarme, ¿no? ¿Te sientes culpable por unos besos? No es como si me fueran a desechar por algo así. A mi mujer, no le importa la infidelidad. ¡Por Diosa! ¡Si hasta lucra con eso! Le importa el dinero, nada más. ¿Y yo que soy? Una máquina de dinero. Y no veo un solo centavo por eso. Siempre que quiero algo, tengo que mendigárselo. ¿Tienes idea de lo que es tener que pagar con tu cuerpo cada vez que quieres algo? Es humillante.
—Lo siento... —susurró, sintiéndose mal por haberlo juzgado mal.
—No tienes que sentir nada, mi cielo. No es tu culpa —le aseguró.
Se acercó otra vez a ella y tomó su rostro. La piel suave de sus mejillas era un mimo para sus dedos.
—Me niego a creer que esto está mal y que tengo que sentirme culpable —añadió, antes de saborear sus labios una vez más.
La besó con toda la suavidad que pudo y ella lo dejó. No quería que se apartara, ni mucho menos que llorara por su culpa. Cuando sintió la humedad que corría por su rostro, se apresuró a secarle las lágrimas y le suplicó que no llorara. Limpió el maquillaje corrido de esos ojos que tanto adoraba. ¿Por qué algo tan hermoso tenía que parecer una tragedia?
—Encontraremos una solución —le prometió Orpheo, aunque no tuviera idea de lo que estaba diciendo.
—No la hay, Orpheo. Estamos condenados a vernos a escondidas —lo contradijo—. Y no quiero volver a pagar por tu compañía. Ni mi bolsillo, ni mis principios me lo permiten. No debo contribuir a que tu esposa siga llenándose los bolsillos a costa tuya. Hoy ha sido una excepción... Ya te he dicho por qué.
La guió de nuevo al sofá y ella se acurrucó a su lado. Él se aferraba a su cuerpo como si de un salvavidas se tratase.
—Pues, el problema es otro —confesó—. Yo no quiero dejarte ir.
—Es lo mejor... No quiero arrepentirme después —volvió a decir, con voz insegura.
—Ya es tarde —le dijo y acercándose a su oído, susurró—. Te he dicho que te has metido en un lugar del que no te puedo sacar así como así. No hay retorno.
—Pero...
Él estrechó el abrazo.
—Estar así, me basta. Y si Monique me desecha por eso, no me importa —declaró—. Habrá valido la pena. Ahora, si de verdad no me quieres tanto, te dejaré ir.
—Yo...
Levantó su rostro.
—Mírame a los ojos y dime que no me quieres cerca tuyo —la desafió.
Le sostuvo la mirada por un segundo, para bajarla, derrotada.
—Eso pensé. —Sonrió— Soy irresistible.
Se ganó un golpe en el pecho y una risita mínima que le alivió el corazón.
—Somos tan débiles —soltó, mortificada.
— Lo somos —respondió—. Y no está mal. Prométeme que vas a pensarlo.
Un asentimiento de cabeza fue toda la respuesta que obtuvo. No necesitaba más.
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