Capítulo 18: Ella no es de piedra
—¡Último momento! —anunció la radio del coche—. Se han reportado desapariciones en el barrio de contención masculino, popularmente llamado Basurero. Se están realizando las investigaciones pertinentes para dar con el paradero de, por lo menos, ciento cincuenta fugitivos de los que no se tiene noticias desde hace semanas. Supervisores de distintos campos de trabajo se desligan de la responsabilidad de dichas personas y colaboran arduamente en la búsqueda. Los hombres desaparecidos tienen edades que oscilan entre los veinticinco y los cuarenta años, mayormente de complexión grande. Rogamos a la población que esté atenta a cualquier actividad sospechosa y que se extremen las precauciones. La PoliFem afirma que estos son hombres peligrosos, y que podrían estar armados. Ampliaremos.
Orpheo y Nuria cruzaron miradas.
—¿Crees que sea cierto? —le preguntó a Nuria, con una sonrisa torcida.
—Supongo... Es un rumor demasiado jugoso para inventárselo —respondió, indiferente.
Aquello le olía raro. Se suponía que los lugares con mayor seguridad de la ciudad eran la Escuela de Hombres y el Basurero, justamente para detener cualquier tipo de fuga. Ciento cincuenta personas eran demasiadas. Orpheo no podía concebir que lo hubieran hecho solos. Además, ¿a dónde correrían? ¿A los barrios bajos? Aquello era como la boca del lobo también.
Él sabía de familias enteras que hacían de la procreación un negocio. Mujeres que compraban un esposo y lo compartían entre varias para quedar embarazadas, y así cobrar por sus hijos. Allí no se pedían papeles antes de entregar a los niños, solo una buena cantidad de dinero por ellos. Él había conocido a algunos de ellos en la Escuela. Chicos que hacían ver su cautiverio como una cuna de oro, al lado de lo que habían padecido ellos. Un hombre solo dando vueltas por allí era un regalo para los buitres de aquellos barrios.
"¿Entonces, dónde?", siguió meditando. Centauria era mítica e inaccesible. Las montañas al oeste, demasiado lejanas. Los campos del sur, también. Podían infiltrarse dos o tres. Poco probable, pero no imposible. Pero, ¿ciento cincuenta? ¡Por Diosa! Era un número demasiado grande. Se perdió pensando sobre el tema hasta que llegaron a su casa.
Nuria lo miraba de tanto en tanto, decepcionada por lo que percibía su nariz. No podía entender cómo alguien con tanta experiencia se pudiera descuidar tanto. Una vez más, se preguntó qué tendría de especial esa mujer que lo ponía así.
Cuando el ascensor cerró sus puertas, el perfume ya era demasiado fuerte.
—Orpheo —llamó su atención—, ¿no aprendes, verdad? Date un baño antes de que te pesque Monique.
—¿Se nota mucho? —preguntó con sorpresa genuina.
Ya se había resignado a que no podía esconderle nada. Nuria alzó una ceja como única respuesta. Él suspiró y torció el gesto.
—De acuerdo, lo haré. Hoy hizo mucho calor, es una buena excusa para tomar un baño.
—Podrías ser más precavido, en lugar de andar inventándote excusas. Serás bobo —se quejó, antes de bajar del ascensor.
—Oye —la llamó y se volteó a verlo—. Gracias por tu silencio.
Se encogió de hombros y se dirigió a su habitación. Orpheo se apresuró a llegar a la suya para asearse y no levantar sospechas.
*****
Cuando terminó, se recostó unos minutos para descansar un poco. Había tenido una noche agitada y apenas había dormido. Lo que se suponía que fueran minutos se transformaron en un par horas. Y hubiera dormido más, si no hubiera sido por el escándalo que se colaba por la puerta cerrada.
Se vistió a toda velocidad, alarmado. Al abrir la puerta, el ruido le llegó con más intensidad. Provenía del bar, que a esas horas servía como sala de estar para los empleados de allí.
—¡Vuelve a hablar así de mi familia, desgraciado! —gritaba una mujer— ¡Vamos! ¡Atrévete! ¿Quién te crees que eres, eh?
Era Nuria. Furiosa como jamás la había visto. Sacudía el cuerpo delgado de Elijah con mucha violencia. Él solo se limitaba a sonreírle con descaro y a susurrarle cosas que solo ella escuchaba. Nuria era el doble de corpulenta que él. Si quisiera, podría romperlo en pedazos sin esfuerzos. Y el muy idiota parecía seguir provocándola.
A su alrededor, estaban casi todos los matrimonios que vivían allí. Era raro verlos a todos al mismo tiempo fuera del horario de trabajo. De seguro, habían sido atraídos por el ruido. Nadie hacía nada, se limitaban a observar. Quizás Orpheo también hubiera estado igual, pero era Nuria y le daba mucha rabia que estuviera en esa situación.
Sabía que Elijah era demasiado irrespetuoso para una persona como ella. Siempre le había dado la sensación de que aquella relación era una bomba de tiempo. Por eso, se había alegrado cuando Vladimir se había casado con ella. Había creído que con él bastaría para que su guardaespaldas siguiera buscando a ese hombre tan insoportable.
—¿Qué es todo ese escándalo? —preguntó Vladimir.
Había aparecido a su lado de repente y lo había sobresaltado. Tenía una expresión entre el enfado y la sorpresa al reparar quiénes protagonizaban el espectáculo.
Apretó los puños. Había hablado hasta el cansancio con su esposa para que se alejara de Elijah. Los había llegado a conocer lo suficiente a ambos como para saber que su relación no podía ser más tóxica.
—¿Dónde demonios te habías metido? —le reclamó Orpheo—Ayúdame a separarlos.
Sin embargo, no hizo falta. Llegaron a tiempo para ver en primer plano el puñetazo que la guardaespaldas le propinó a Elijah en pleno rostro. Orpheo y Vladimir se apresuraron a cubrir la distancia que les quedaba. Entre los dos, hicieron un esfuerzo sobrehumano para contenerla. Era mucho más fuerte de lo que creían.
—¡Suéltenme! —gritaba ella.
—¡Me has roto la nariz, animal! —le reclamó Elijah, indignado— ¡Digno de una persona con tu sangre! ¡Eres una salvaje!
Se incorporó con dificultad, con la mano en la nariz. Un pequeño hilo de sangre le corría por el rostro. Nadie quiso ayudarlo. Aquellas palabras provocaron un nuevo forcejeo de Nuria, que apenas pudieron contener. Y no la culpaban.
—¿Qué es todo esto?
Monique apareció frente a ellos, con la ira contenida en los ojos. Se iba a poner peor. Vladimir y Orpheo se pusieron delante de Nuria, dispuestos a interceder por ella. Monique los miró con el ceño fruncido, antes de reparar en el rostro magullado de Elijah. Orpheo observó cómo se tensó su mandíbula cuando se acercó a él. Le levantó el mentón con brusquedad para examinar mejor el desastre.
Elijah balbuceó un lamento que solo ella pudo escuchar. Se hizo el inocente frente a su jefa, pero su actuación no tuvo el efecto que esperaba. Monique no se molestó en ocultar su desprecio, antes de tomar acción.
—Julieta y Belén, vengan aquí —llamó a dos mujeres encargadas de la seguridad del bar — Busquen a Mirna y acompáñenlos al hospital.
Mirna era la esposa de Elijah, una de las cocineras. Cuando se enterara de lo que le habían hecho a su chico, se enfurecería.
—Nuria, a mi oficina —le ordenó, con voz gélida—. El resto puede irse. Se acabó la función y hay trabajo que hacer.
—Sí, señora —respondió ella, más sosegada.
Vladimir tomó su mano y entrelazó sus dedos con los de ella. Un gesto de cariño que Orpheo jamás les había visto. Creía que ella retiraría su mano, pero se la apretó, agradeciendo su apoyo. Caminó detrás de ellos, rogando a Diosa que Monique no fuera muy dura con ella. Nadie habló hasta que llegaron a su oficina.
—Yo estaré contigo —le escuchó susurrar a Vladimir, a lo que Nuria asintió en silencio sin mirarlo.
A pesar de la situación que acababa de presenciar, Orpheo se alegró al ver la cercanía que habían ganado ambos.
—Pasen todos —ordenó Monique, abriendo la puerta y cerrándola tras de sí con llave.
Se sentó en su sillón y Nuria hizo lo mismo, delante de ella. Ambos hombres se quedaron de pie, un poco alejados. Orpheo creyó que su esposa los echaría, pero no puso objeciones a su presencia.
—Has servido bien a Eva & Lilith por quince años, Nuria —dijo—. Solo por eso, te daré el beneficio de la duda y te permitiré explicarte. Pero no creas que esto quedará impune.
Nuria jugó con sus manos, nerviosa. Ver a una persona tan controlada, alterada de esa manera le chocó un poco a Orpheo. No obstante, era lo más lógico. Lo más probable era que la despidiera. Abrió y cerró la boca varias veces, antes de lograr articular su discurso.
—Verá, señora Mont Blanc. He sido insultada sin razón por uno de sus hombres —explicó—. No es la primera vez que sucede y hoy he dicho basta.
—Ese chico te ha brindado sus servicios más veces de las que pueda contar. Ya sabes cómo es —argumentó—. Te he comprado un esposo. ¿Acaso él no es suficiente?
Miraron al aludido, que bajó la vista de inmediato. Ponerlo en duda era humillante.
—Porque si no te complace a ti, que eres su esposa, quizás no cumpla con su trabajo fuera, tampoco —siguió, volviendo su atención a ella.
La pareja la miró con angustia. Ya tenían bastante con el incidente como para que encima se pusiera en tela de duda la performance de Vladimir.
—Me complace, señora. No tengo ninguna queja sobre él —respondió—. Es muy servicial y me ha demostrado sus habilidades amatorias muchas veces. No dudo de que complace de igual manera a sus clientes.
—Pero no te es suficiente, si aún después de casada, sigues pagando por la compañía de otro hombre —sentenció—. Dame una razón de peso para no despedirte por haber dañado a uno de mis chicos. Te creía más centrada.
—Disculpa que me entrometa, cariño —interrumpió Orpheo—. Pero, tú misma buscas la variedad de vez en cuando. Es algo natural, supongo.
—Puede que tengas un punto —acordó, para su sorpresa.
—Y no te ha robado —alegó—. Que yo sepa, aquí todas pagan por usar hombres ajenos.
—Sí... —Monique sonrió— No sabía que tenías un abogado defensor, Nuria.
—Yo... —Lo miró con confusión.
—Es la mejor en su trabajo, Monique —aseguró, con una sonrisa—. Comparto el suficiente tiempo con ella como para poder afirmar que es una mujer que siempre sabe controlarse y ser discreta. Esto que sucedió es una excepción. Una muy penosa.
—¿Y bien? —preguntó, ignorando el último comentario— ¿Qué fue tan grave como para justificar semejante comportamiento?
—Me ha insultado, como ya le he dicho. Se ha metido con mi madre, señora Mont Blanc —explicó, con gesto duro y la voz un poco ahogada— y con mis orígenes. Como si él fuera más digno por ser de cuna más elevada que la mía. Yo he trabajado duro para llegar hasta aquí. Sí, mi madre era una simple costurera. ¿Y qué? ¿Eso la hace menos? ¿Acaso no pagó ya suficiente como para que yo también tenga que cargar con su cruz?
Su esposo se acercó a ella y tomó asiento a su lado. Agarró su mano y la acarició con el pulgar. Monique lo dejó hacer. La actitud de él hizo sonreír a su compañero. No era un secreto que él la quería mucho.
—Entiendo tu enojo, Nuria —dijo Monique—. Sin embargo, me sorprende que te hayas puesto a su altura. Te ha quebrado así. —Chasqueó sus dedos.
—En otro momento, quizás no lo hubiera hecho—reconoció—. Pero he perdido a mi padre. Y por mucho que lo parezca, yo no soy de piedra, ¿sabe?
Orpheo la miró apenado y se sintió un poco culpable por no haberse dado cuenta de ello. Él se quejaba mucho de que no lo veían como algo más que un objeto, una mascota. Y sin embargo, estaba haciendo lo mismo con ella, sin siquiera notarlo. Se dio cuenta de lo poco que la conocía, a pesar de compartir tantas horas juntos.
—No me habías notificado de ello, Nuria —exclamó su esposa, con sorpresa—. ¿Por qué?
—Coincidió con mis días de franco, señora. No hizo falta —contestó—. Le pido que me comprenda, por favor. He tratado de hacer mi duelo en silencio y sin molestar a nadie. Él único que lo sabía era Vladimir.
—¿Y dices que ese chico te atacó así de la nada? —le preguntó, incrédula.
—Él siempre suelta comentarios hirientes, haciéndose el gracioso. Por lo general, no me molestan, pero hoy pasó la línea. Le pedí que parara y no lo hizo. Y luego, me dejó con la palabra en la boca y se fue. Me dijo que yo era "poca mujer" para él. Lo seguí para que se disculpara, pero insistió con su prepotencia. Y todo eso parecía divertirle, sobre todo cuando comenzamos a tener público. Quiso hacerme explotar y lo logró.
—¿Cómo puedes dejarte pisotear así, Nuria? —le preguntó Orpheo, metiéndose en la conversación—. Elijah es... una rata de alcantarilla que no se merece que lo mires dos veces.
—Te advertí que no te encariñaras con nadie —dijo Monique—. Tu amor por ese chico te encegueció.
—Yo no...
—Me dices que estuviste soportando su desprecio mucho tiempo. Eso les da lugar a que se crean estar por encima de una, ¿sabes? —le explicó—. El error fue tuyo por darle ese lugar. Y pagarás por ello. No voy a despedirte, porque entiendo tus razones. Pero exijo un resarcimiento por el dinero que perderé hasta que ese chico se cure. Y ruega que no tenga que operarse la nariz, porque correrá por cuenta tuya también.
Aquello indignó a Orpheo. ¿Elijah se portaba como un cretino con Nuria, y salía pagando ella los platos rotos?
—Sí, señora —aceptó, contrariada.
—Vladimir cubrirá las citas de Elijah hasta que se recupere.
—Pero él... Es demasiado trabajo —balbuceó.
—Lo hubieras pensado cuando golpeaste al esposo de Mirna. Pueden retirarse.
—Señora Mont Blanc, disculpe que me entrometa —saltó Vladimir—. Elijah ha sido muy hiriente, varias veces. Doy fe de ello. No solo con Nuria, si no con muchos de nosotros y algunas mujeres de aquí también. ¿Acaso no debería pagar su parte también?
—¿Me estás cuestionando, niño? —se indignó Monique.
—No, señora, para nada. Yo lo cubriré, si así lo requiere —se disculpó—. Responderé por ella, si hace falta. Es mi esposa y es mi deber hacerlo. A lo que voy es a que, si él no aprende la lección, podría cometer el mismo error con sus preciadas clientes. Sé que usted cuida mucho su relación con ellas. Elijah podría hacerla quedar mal con ellas.
Orpheo lo miró con orgullo. Ese chico era valiente y tenía mucha razón. Esperaba que Monique se diera cuenta de ello también.
—Lo pensaré —se limitó a decir—. Ahora, fuera de mi vista.
Salieron los tres en silencio. Cuando Monique volvió a cerrar la puerta, el joven abrazó a su esposa y besó su frente. Nuria se refugió en su hombro y cerró los ojos. Verlos así enterneció a Orpheo.
—Lo siento mucho —murmuró Nuria—. No quería meterte en esto.
—No pasa nada, en serio —suavizó él—. Lo importante es que tú estés bien.
—Ey, Nuria —la llamó Orpheo—. Vamos al bar, yo invito. Lo necesitas.
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