Capítulo 17: Una propuesta inesperada
En algún lugar del Basurero
—Te lo digo, Dante —susurró Derek, durante un descanso en la construcción—. Ya van varios que se esfumaron sin más.
Dante posó sus ojos verdes en su mejor amigo. La frente se le arrugó por un instante, antes de relajarla para no llamar la atención. Se habían conocido allí hacía bastante tiempo, cuando ambos vagaban con sus tristezas en aquel lugar poco amigable. Desde entonces, a pesar de estar uno en los treinta y el otro pisando los cincuenta, parecían de más edad, debido a las condiciones de vida de los divorciados.
—¿Y ustedes no tienen nada que ver? —le preguntó, con el mismo volumen de voz.
—Para nada. Hacemos pocos movimientos. No queremos llamar la atención —le explicó —. Además, la vida por aquí no está tan mal como para hacer un éxodo masivo. Aquí hay algo raro, ya te digo.
Dante se quedó pensativo unos segundos, mirando hacia la estructura que estaban construyendo. Era bastante grande, como para albergar al menos a veinte personas. Últimamente, estaban construyendo mucho. Semana a semana, era increíble la cantidad de hombres que entraban, despreciados por mujeres que parecían cada vez más difíciles de complacer. Y cada vez, con menor tiempo de casados. Se estaban convirtiendo en seres descartables.
—¿Se lo has comentado a Juan Manuel?
El joven se rio con amargura. Juan Manuel era el supervisor general de su área. Un tipo bonachón que disfrutaba dándole la bienvenida a nuevos inquilinos. Se suponía que era quien los cuidaba y recibía sus peticiones, además de administrar los recursos y comunicarse con los proveedores del Basurero. En resumen, el hombre detrás del escritorio que solo se encargaba del papeleo.
—A ese, solo le importa su propio pellejo —masculló—. Hace dos meses que le vengo insistiendo en que lo reporte con la PoliFem, pero no me hace mucho caso que digamos. Y ellas no me creerán, ya sabes cómo son.
La policía que, como Juan Manuel, también se encargaba de tener un ojo puesto en ellos. Sin embargo, las mujeres que iban a parar al Basurero no eran precisamente las más comprometidas con la causa. Había varios puntos ciegos por los que no circulaba nadie y, después del toque de queda, solo quedaban las que vigilaban la frontera.
—¿Y Elliot? —preguntó Dante, refiriéndose a su contacto con la ciudad—. Quizás, él pueda hacer algo desde allí.
—No quería molestarlo, pero puede que sea buena idea. Nos están borrando del mapa, amigo. Ten cuidado —le pidió, antes de volver a su rutina.
Dante suspiró. Parecía que ni siquiera en aquel lugar olvidado de Diosa podían dormir tranquilos.
*****
En la Ciudad de Palas
Aquella era una de las pocas veces que Karen se permitía un encuentro con una alumna fuera de clase. Lo cierto era que Gioia, con todo su cariño y calidez de siempre, era una buena opción para romper su regla.
Karen no tenía muchas amigas, a decir verdad. A sus compañeras del conservatorio o de la escuela, las veía con suerte una vez cada un par de meses. Salvo Lili, no tenía a nadie más. Sin embargo, no podía charlar sobre su problema con ella. Dudaba de que la comprendiera del todo. En cambio Gioia, una Freeman que apoyaba a su hermana en lugar de burlarse de ella, le parecía alguien con una mente un poco más abierta.
Con el estómago revuelto por los nervios, se acercó al vivero donde ella trabajaba. Abrió la puerta pesada de vidrio con algo de dificultad, porque se trababa un poco en el suelo. El aire húmedo estaba cargado de olor a tierra mojada y la transportó un poco a esas vacaciones familiares que pasaba en el campo. Aquello la relajó un poco.
El local era profundo, con varias filas de plantas. Había algunas mujeres comprando, pero no se la veía a su alumna por ningún lado. No le quedó más remedio que adentrarse en ese bosque en miniatura, lleno de colores. Paseó mi vista por las diferentes flores, algo distraída por tanta belleza.
Al fondo, divisó un mostrador amplio, con macetas de distintos tamaños alrededor, y a su alumna detrás de él.
—¡Gioia! —la llamó, mientras se acercaba sonriente.
Ella levantó la vista, sonriendo a su vez. Le hizo un gesto para que pasara para el lado que estaba ella y le dio un beso en cada mejilla.
—¿Cómo estás, cara? Cansada, me imagino. ¿Quieres un poco de agua? En unos minutos, ya cerraré la tienda y podré convidarte con algo más consistente.
—Estoy bien, gracias. Esperaré —respondió—. Este lugar es precioso.
—Lo es —suspiró—. Es mi vida, ¿sabes? Llevo el negocio desde muy joven. Es una herencia familiar.
La mujer miró con orgullo sus dominios. Después de todo lo que había pasado a lo largo de su vida, aquel lugar se había convertido en su templo. En medio de todo ese verde, podía encontrar la paz cuando su corazón se encontraba turbado. El milagro de la vida que presenciaba todos los días era algo que la maravillaba siempre y la hacía muy feliz.
—¿Ah, sí?
—Hace tres generaciones que las Freeman se hacen cargo. Chiara no quería saber nada, por supuesto —le confió—. Pero al menos, estoy yo para hacerme cargo.
—¿Son ustedes dos, nada más?
—Sí... Y ninguna tuvo hijas —se lamentó—, ni las tendremos, a estas alturas. Así que habrá que buscar sucesora en otro lugar.
Gioia le hizo señas a una mujer con un delantal rojo, para que despachara a las dos señoras mayores que quedaban en el local.
—Son capaces de quedarse a vivir, algunas —comentó divertida.
—No las culpo —se rio—. Este lugar es increíble.
—Gracias, Karen.
Media hora después, con el local cerrado, Gioia la guió hasta una puerta a la derecha, que daba a un pasillo sin techo que, metros más adelante, llevaba a su casa. Karen se sorprendió de lo grande que era ese terreno. Parecía que los Freeman eran una familia pudiente.
La vivienda era amplia, cargada de fotos y adornos por todos lados. Un Golden Retriever las fue a saludar, moviendo su cola con frenesí. Casi tira a Gioia al piso, con tanto cariño.
—Hachi, tranquilo —le pidió, rascando su cabeza.
—Qué nombre curioso —comentó Karen, enternecida con ambos.
—Es el nombre del perro de una leyenda japonesa —le contó—. De la época anterior a la Revolución... Es una historia muy bonita.
Hachi reparó en la invitada, que no tuvo tanta habilidad como Gioia para atajarlo. Cayó al suelo sentada, y fue aplastada por él. Le lamió la cara y ella miró a su amiga pidiendo ayuda. Le gustaban los animales, así que eso le daba más risa que enojo. Pero no podía quitárselo de encima ella sola. Gioia lo agarró del collar y Karen pudo incorporarse.
Se sacudió los pelos de perro, pero sabía que era imposible sacarlos todos. Hizo lo que pudo y se acomodó la ropa.
—¿Tienes perro, Karen? —le preguntó Gioia, luego de llevar a Hachi afuera.
—Tenía cuando era pequeña —le contó—. Pero en mi apartamento no nos permiten tener mascotas.
—Qué pena. ¿Quieres tomar un té? —ofreció, y Karen asintió en silencio.
La acompañó a la cocina y hablaron un poco de todo. Era muy fácil conversar con Gioia. Para todo tenía una opinión, un chiste o alguna anécdota para contar. Se fueron a la sala de estar, con sus tazas y un budín de limón casero, hecho por ella, para acompañar. Se acomodaron en el sofá para seguir conversando.
—Y, bien, Karen —la abordó—. ¿De qué querías hablar?
De repente, los nervios volvieron a ella. ¿Por dónde empezar? Incluso, se estaba arrepintiendo de haberle pedido que hablaran. Incluso, se le cruzó por la cabeza la posibilidad de inventarse alguna excusa y así evitar esa conversación.
Revolvió el contenido de su taza en silencio. Tenía que ser valiente. Gioia la observaba, dándose cuenta de que se venía algo complicado y le dio su tiempo. Posó su mano en el hombro y la miró.
—¿Estás bien?
—Sí —le dijo con la voz ronca.
Karen suspiró y tomó una bocanada de aire. Juntó coraje y le dijo:
—Tengo un problema con uno de mis alumnos.
Gioia le sonrió con ternura y asintió. Se imaginaba que era por ahí y hasta tenía el rostro del cómplice grabado en su memoria.
—Digamos que hemos cometido un error —confesó.
Bajó la vista, con vergüenza. Gioia le respondió acercándola a ella. A pesar de ser su alumna, Karen despertaba en ella un instinto maternal.
—¿Qué clase de error, linda?
—Hemos cruzado la línea... Yo... —balbuceó— Yo creo que albergo sentimientos que... No debo. Un cariño que excede...
Se le hizo un nudo en la garganta que le impidió continuar. Gioia la abrazó, comprendiendo la angustia que la embargaba en ese momento. El amor en el mundo que les tocaba vivir era como una flor queriendo crecer en medio del asfalto. Era dificultoso por donde se lo mirara.
—Sospechaba que vendría por ahí el problema. Es difícil ser fuerte cuando reprimimos tanto. Vivimos en tiempos complicados, ¿sabes? —le dijo— Hay cosas que no se permite que se den naturalmente. Y es muy triste, porque por mucho que ambos lo disimulen, alguien con buen ojo puede ver lo que provocan en el otro cuando se encuentran.
Karen se llevó las manos a la cara, angustiada. Si ella se había dado cuenta sin que le hubiera dado nombres, seguramente alguien más lo había advertido también.
—Yo no quería... —se excusó— Juro que no. Me resistí...
Le contó entonces su historia con Orpheo desde que lo había conocido: la noche en el bar, las primeras clases y cómo poco a poco sus defensas se fueron derrumbando.
—Shhh. Tranquila. Convengamos que no vive en un hogar normal —sentenció—. Entiendo por qué se rindió ante ti. Vive en un mundo de apariencias y egoísmo, y tú eres todo lo contrario a eso. Suéltalo, Kari.
Karen le devolvió el abrazo y se terminó de quebrar. Las lágrimas bajaron sin parar de sus mejillas, mientras los recuerdos volvían a inundarla.
—Cuando me besó, fue tan mágico —se lamentó—. No me di cuenta, hasta ese momento, de cuánto lo anhelaba. Y me siento mal por desearlo. Yo no debo... Él tampoco. ¡Diosa! Todo esto en un error.
—Amar no es un error, mi cielo —la consoló—. Nuestro mundo es un error. Todo esto que hemos construido con odio es un error. Y está todo tan podrido que, cuando surge algo que debería ser natural, parece el pecado más grande del mundo.
—Lo es... Estamos condenados los dos —murmuró.
—Pero qué condena más dulce, Karen. —Sonrió— Muy pocas mujeres podemos decir que hemos probado el cariño auténtico de un hombre.
Karen se separó de ella con gesto extrañado.
—¿Tú has estado casada? —le preguntó, temiendo la respuesta.
—Así es —dijo con tristeza—. Fueron los mejores siete años de mi vida. Hasta que alguien decidió que la vida de Tobías no era tan valiosa y me lo arrebató.
De pronto, todos sus problemas parecieron reducirse a la nada. Gioia había enviudado y allí estaba ella, lloriqueando por un par de besos. Se sentía una estúpida.
Gioia se levantó y fue a buscar un portarretrato con una foto. Volvió a sentarse y se la enseñó. Se veía un paisaje de montañas nevadas y una pareja sonriente mirando a la cámara: una Gioia más joven, abrazada a un hombre moreno un poco más alto que ella. Estaban felices los dos. Karen se encontró a sí misma añorando tener ese tipo de felicidad. Cuando levantó la vista, la descubrió mirando el cuadro con ternura.
—Ese viaje lo hicimos en nuestro quinto aniversario. Tobías soñaba con conocer la nieve, así que ahorré para poder cumplir su deseo. ¡Si hubieras visto la felicidad de ese hombre! —Sus ojos brillaban con el recuerdo— Valió cada centavo invertido en ese viaje.
El amor podía palparse en cada una de sus palabras y se sintió terrible por ella. Una mujer con tanta luz no merecía un destino así.
—¿Qué sucedió? —se atrevió a preguntar.
—Una noche volvíamos de una cena. Era tarde —le contó—. Nos asaltaron dos mujeres con armas. Como no les alcanzó con llevarse nuestras cosas, quisieron llevárselo a él. Y se resistió. Pero no hay pecho que resista a la balas.
—Lo siento mucho, Gioia.
—Quiero pensar que él está en un lugar mejor. Uno sin prejuicios estúpidos... —Suspiró e hizo un breve silencio antes de continuar— Volviendo a ti, querida. Si fuera políticamente correcta, debería decirte que cortes la relación, que le pidas a tu jefa un cambio de profesora y que ahorres para comprarte a tu propio hombre.
La miró contrariada. Sí, eso era lo que debía hacer. Sabía que si hablaba con cualquiera, le diría exactamente lo mismo.
—Pero —siguió—, no soy esa clase de gente, gracias a Diosa. Yo creo que si el amor surge, hay que dejarlo ser. Es algo demasiado raro como para dejarlo escapar.
—¿Y qué puedo hacer? —le preguntó, sin saber si albergar esperanzas o no.
—Eso depende de qué tanto lo quieras y cuánto estás dispuesta a sacrificar.
—¿De qué estás hablando?
Aquello le olía raro. De hecho, estaba dudando un poco de la cordura de esa mujer. ¿Había ido al lugar correcto?
—¿Has oído hablar de Centauria?
Esa ciudad estaba del otro lado de la frontera de la ciudad. Funcionaba casi como un estado independiente. Allí no regían las mujeres y los hombres eran tan libres como ellas. Un paraíso para las pobres como ella, que no tenían dinero para comprar un hombre. Conseguir el permiso para pisar ese estado era muy difícil. Además de costoso. Y era lógico. De lo contrario, muchos emigrarían hacia allí.
—Claro que sí. Nunca me dio el presupuesto para ir a vacacionar allí —respondió.
Su hermana la mataría por lo que estaba a punto de hacer. Sin embargo, confiaba en su intuición y en su habilidad para leer a las personas. Karen le parecía alguien de confianza y sus sentimientos parecían ir más allá de un simple capricho.
—¿Y si te dijera que es posible que se fueran los dos? —la tentó.
"Sí, definitivamente, esta mujer no está bien de la cabeza", pensó Karen, tratando de disimular lo que estaba pensando.
—¿Me estás sugiriendo que secuestre a un hombre casado y que cruce la frontera con él ilegalmente? —inquirió, incrédula.
—Sí.
—Debe ser una broma —negó con vehemencia.
Gioia se encogió de hombros. Le había abierto su corazón y su alumna le había salido con aquello.
—Hablas en serio —aventuró.
—Sí.
—Por Diosa... —suspiró.
Se hizo hacia atrás en el respaldo del sillón y miró el techo, en blanco. No podía dar crédito a sus oídos.
—Es arriesgado —le dijo—. Por eso, te dije que dependía de qué tanto lo querías. Puedes seguir mi consejo políticamente correcto, o aceptar mi propuesta.
—¿Pero cómo...
—Una maga nunca revela sus secretos —respondió misteriosa.
Quiso preguntar algo más, pero el ruido de las llaves la interrumpió.
—¡Gioia! —se escuchó la voz de una mujer— ¡No te vas a creer de lo que me acabo de enterar! ¡Tengo una historia muy jugosa que...
Chiara Freeman estaba frente a ellas, mudando su expresión eufórica por una de cautela. Era muy recelosa con las visitas, por eso siempre le pedía a su hermana que consultara con ella antes de llevar a nadie a su casa. No podía exponerse a cualquiera, dada su reputación.
—Hola, Karen —la saludó, componiendo una sonrisa—. No sabía que vendrías.
Pero la sonrisa no le llegó a los ojos. El hielo de esa mirada incomodó mucho a Karen.
—Sí... — respondió, sintiéndose fuera de lugar— De todos modos, ya me iba.
**************
¡Hola! Lamento la tardanza. Llevo un par de semanas de locura y no pude sentarme a escribir. Espero poder acomodarme pronto.
¡Muchas gracias por su apoyo! Leerlos me hace muy feliz :)
¡Nos leemos pronto!
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