Capítulo 15: Lascia ch'io pianga

"Lascia ch'io pianga

Mia cruda sorte

E che sospiri la libertá"

(Deja que llore / Mi cruel suerte / Y que suspire la libertad)

—"Lascia ch'io pianga", aria de la ópera Rinaldo, de Handel.


Orpheo salió del instituto lo más inexpresivo que pudo. Ya no era el joven que salía sonriendo como bobo luego de las clases de amatoria en la Escuela, con las hormonas a flor de piel y la ansiedad satisfecha. Si había algo en lo que se había vuelto experto gracias a trabajar en el bar, era saber disimular lo que de verdad se cruzaba por su mente. Nadie se imaginaría que su corazón latía a toda velocidad por la adrenalina y la felicidad por lo que acababa de hacer. Esbozó su sonrisa de galán y le guiñó un ojo a la recepcionista.

—Hasta la semana que viene —la saludó.

—Adiós —respondió con un suspiro, sonriendo como boba enamorada.

Al menos, había logrado dejar de balbucear cada vez que lo veía. A pesar de ser del sexo menos favorecido en la jerarquía de su ciudad, Orpheo era consciente de que provocaba algo en muchas mujeres que le daba una sensación de falso poder.

Con la frente en alto, buscó a Nuria con la mirada. Ella le frunció el ceño, pues supo leer en su mirada que algo había pasado. Con Nuria, no funcionaban los engaños. Lo conocía demasiado bien.

La guardaespaldas esperó a que salieran a la calle para encararlo.

—¿Qué has hecho ahora, bribón? —inquirió, muy seria—. Te has tardado más de la cuenta.

Él se mantuvo impasible, en un duelo de miradas hasta que llegó su vehículo. Evaluó sus alternativas. Confiaba en Nuria y su silencio, ya que varias veces lo había cubierto en diversas situaciones. Sin embargo, nunca había sido algo tan delicado como lo que acababa de hacer. No iba a confesar su secreto. Era demasiado arriesgado.

—¿Y bien? —insistió.

La actitud de Nuria le recordaba demasiado a sus peores profesoras de la Escuela. Esas que nada más verlo podían saberlo todo, como si tuvieran un super poder para leer la mente.

—Estaba atascado con una canción —mintió—. Me duele admitirlo, pero no soy tan perfecto como creía.

—Ya era hora de que te dieras cuenta —murmuró Nuria, un poco más relajada y con un atisbo de sonrisa—. ¿Y por qué tanto secreto?

—No quiero arruinar mi imagen de estrella perfecta —se defendió, sonriendo de lado.

—De acuerdo... —se rindió, dejando que sus comisuras se elevaran.

Una vez dentro del ascensor del edificio, Nuria volvió al ataque. No podía dejarle pasar las cosas. Era preferible que lo regañara ella a que Monique tomara cartas en el asunto. Como todos los que trabajaban allí, Orpheo le había demostrado que podía ser discreto y controlarse para que las cosas no se salieran de control. Sin embargo, le resultaba demasiado obvio el cambio que había obrado en él desde hacía varias semanas. Era cierto que su sonrisa se había vuelto más genuina y que su mirada se había suavizado, pero lo notaba descuidado, en las nubes. Eso no podía traer nada bueno. Monique sumaría dos más dos y lo echaría a la calle, sin miramientos.

—Desconozco los métodos de tu profesora, Orpheo —le dijo—. Pero, déjame advertirte que no soy ninguna tonta. Sabes muy bien que a mí no me importa lo que hagas con tu vida privada, solo cuido que no te hagan daño. Ni te juzgo ni voy a delatarte.

Orpheo sintió cómo el color abandonaba su rostro, mientras su mente iba a toda velocidad buscando formas para justificarse.

—Hoy apestas a perfume. Haz algo o ella también se dará cuenta.

—Yo no...—quiso excusarse.

Nuria detuvo el ascensor a medio camino para ganar tiempo.

—No me mientas —lo cortó con autoridad—. Te conozco lo suficiente como para saber que algo hiciste ahí adentro que no estaba dentro de las prestaciones de la mujer esa. ¿Quieres regalar tus servicios? Hazlo, es tu cuerpo después de todo. Me parece bien que, por una vez, hagas las cosas porque quieres y no porque te pagan. Pero es peligroso y lo sabes. Tienes que saber encontrar el momento, sin levantar sospechas y sin riesgos innecesarios. Yo estoy aquí desde antes que tú. Monique no es ninguna estúpida y, créeme, no quieres tenerla en tu contra.

—Lo sé.

—Entonces, no seas idiota —lo regañó—. Me caes bien y casi que puedo decir que te quiero un poco. No me gustaría que te mande al Basurero, o peor...

—¿Hay algo peor?—preguntó confundido.

—Por supuesto que sí —sentenció, poniendo en marcha el aparato, de nuevo.

********

Orpheo quería darse el tiempo de disfrutar con el recuerdo de lo que había hecho momentos antes. Sin embargo, no tuvo ni un solo instante para meditarlo. No sabía exactamente desde cuándo, pero besar a Karen era algo que hacía mucho que deseaba hacer. Y valió cada segundo de espera. Se sentía muy bien entregar algo de uno por voluntad propia, sin contratos de por medio, ni dinero. Y, maldita su suerte, no podía siquiera regodearse en el recuerdo todavía.

—Ey, colega, estás cometiendo muchos errores —observó Vladimir, preocupado.

Le puso pausa a la pista de la canción que estaban ensayando. Sí, estaba distraído, enojado con el mundo. Desde pequeño había aprendido a resignarse con la vida que le había tocado. ¡Por Diosa! Si hasta había tenido que vivir escondido en un altillo cuando era un niño por un capricho de su madre. Ya no quería resignarse más.

Con ella, había encontrado la humanidad debajo de su coraza de hastío y máscaras alegres y seductoras. No solo con su beso, sino con todo lo que venía dándole. Ella supo ver a la persona más allá de lo superficial, más allá de lo sexual, más allá del uso que ella pudiera darle.

No quería perder eso, al contrario, estaba hambriento de ese sentimiento que ella despertaba en él. Necesitaba verla de nuevo, pero en otro espacio. Verla sin un reloj que los apurara, sin tener que esconderse tras una puerta. Pero no, por el momento era un imposible. Para eso, ya era mejor nacer de nuevo, en otro lugar, en otra época, en otras circunstancias.

Quizás, era mejor no sentir. ¿Cuál era el sentido, si no podía darle rienda suelta; si no podía disfrutarlo, ni recordarlo sin sentir un estúpido sentimiento de culpa?

—Orpheo.

Vladimir tocó su hombro y lo sacudió un poco, lo que le provocó un sobresalto.

—¿Qué? —le preguntó molesto.

—¿Qué te pasa? Estás completamente ido.

Sus ojos oscuros lo escudriñaban, buscando esas respuestas que él no pensaba darle. Podía parecer un niñato ingenuo, pero no era ningún tonto. Si bien se conocía hacía relativamente poco, pasaban mucho tiempo juntos. El necesario para conocerlo bien, si prestaba suficiente atención. Y sí, Vlad era tan buen observador como su esposa.

—No me pasa nada —le aseguró, tratando de componer el semblante—. Estoy aburrido de cantar siempre lo mismo. ¿No te pasa?

—No hace tanto que estoy aquí —se rio—. Y cualquier cosa es más divertida que estar haciendo de compañía de alguna loca con dinero.

—Tienes razón. —Orpheo sonrió— No es agradable, pero es lo que nos toca. Ya te lo había dicho. ¿Cómo lo estás llevando?

El chico se quedó con la mirada clavada en el suelo. Seguía siendo de sonrisa fácil, pero un par de semanas de trabajo pesado habían ensombrecido su mirada un poco. Suspiró antes de seguir hablando.

—Hay días mejores que otros. La música es mi refugio —le confió—. Me recuerda a casa, a mi familia. Si cierro los ojos, casi que puedo volver a sentirme ese niño libre y amado. Por eso, quiero hacerlo lo mejor posible. Pienso que estos momentos que tenemos ensayando o en el escenario son un regalo que se nos da. Y, a pesar de que todos los días le entrego mi cuerpo a una mujer distinta, me siento privilegiado. Hay hombres que sufren como nosotros, pero no tienen nada propio. Nosotros tenemos la música. No puedo aburrirme de esto. Es más... Creo que es lo único que me mantiene cuerdo.

Orpheo se lo quedó mirando, sorprendido por sus palabras. ¿Qué podía saber él? Apenas empezaba su carrera de gigoló. Le hubiera gustado saber su opinión después de un par de años de trabajo duro. ¿Qué quedaría de él?

No, no quería que pasara el mismo infierno que él. No soportaba la idea de que una persona con tanta luz se pudriera por culpa de la lujuria de las mujeres. No era justo.

Por otro lado, Vladimir tenía razón. Había hombres que la pasaban peor. Odiaba tener que admitirlo, pero tenía que sentirse un poco agradecido con la esposa que le había tocado en suerte.

—Estuve escuchando un poco de música clásica antigua —le contó, cambiando de tema—. De antes de, tú sabes, la Revolución.

Lo miró con sorpresa. No quedaban muchas obras de aquellos años. Al menos, no al alcance del ciudadano común. La Revolución Feminista, esa que trajo muchas cosas buenas para ellas y los condenó a ellos, tuvo que sacrificar, entre otras cosas, todo el arte que iba en contra de sus ideales.

La ópera tenía muchas cosas que ellas consideraban violentas hacia las mujeres, por lo que "desaparecieron" muchas piezas musicalmente hermosas, a causa de las letras. Pocas se habían salvado de ese destino, como las que habían interpretado en el concierto de Karen.

—¿Dónde...—preguntó.

—Una clienta —respondió, con una sonrisa—. No todo es sexo, gracias a Diosa. Ella solo quería alguien que entretuviera a sus amigas durante la hora del té.

Su compañero se sorprendió al descubrir que Monique ofrecía un abanico de servicios más amplio de lo que le había informado. Admitió que se sintió algo celoso de él. A Orpheo, no lo alquilaban para cantar fuera del bar. Y se consideraba mejor cantante que Vladimir.

—Cuestión que hubo una obra que me llamó la atención —siguió, ignorando lo que se le cruzaba por la cabeza a Orpheo—. Estaba en italiano. La verdad es que no sé nada del idioma, pero la partitura tenía la traducción debajo de la letra, así que pude entender todo lo que debía transmitir. Hablaba de dolor y libertad. Era bellísima y tan... vigente. Podría cantarla cualquiera de nosotros, ¿sabes?

Procedió a cantársela y no hizo falta conocer el idioma para dejarse traspasar por el sentimiento de esa melodía. Era un llanto hermoso, como el del ruiseñor del cuento de Oscar Wilde*, un lamento manso y resignado. Vladimir despedía magia sin siquiera buscarla, con su mirada tímida y su postura algo encorvada. Casi diría que le avergonzaba todavía cantar delante de él. No obstante, ¡por Diosa! era increíble. Orpheo se sintió mal por haberlo envidiado momentos antes.

—Se llama "Lascia ch'io pianga", "Deja que llore".

Se la tradujo brevemente, pero no hacía falta. Había entendido todo.

—Tienes razón. Parece escrita para nosotros. Es... bella. Podrías enseñármela algún día —le sugirió.

Sabía que a Karen le gustaría, sin dudas. Aunque de seguro, no le resultaría ninguna novedad. Siempre que podía, le nombraba alguna que otra obra en las clases. Se notaba que aquel era su género musical favorito.

—Sería un honor —le respondió con una gran sonrisa, dejando de lado la melancolía de la canción.

**********

Esa noche, lo esperaban más sorpresas. De esas que Orpheo odiaba más.

Por el bar, circulaban todo tipo de mujeres, pero las clientas fijas eran aquellas de un poder adquisitivo alto. Las de esa clase eran las peores porque, si bien dejaban buenas propinas y demás, eran bastante desagradables con los chicos del bar. Todas se creían con el derecho de tratarlos como trapos, en pos de su propio placer. Beatriz no era la excepción.

Una jueza poderosa, bastante promiscua y engreída, que ya rondaba los 60 años. Su cabello negro y lacio enmarcaba un rostro anguloso de tez trigueña. Sus ojos eran oscuros como la noche, totalmente opuestos a los de Karen, a pesar de ser del mismo color. Esa noche, los deleitaba con su presencia, como casi todas las semanas.

El show de ese día estaba a cargo de Orpheo y Vladimir. Se trataba de un repertorio de canciones de rock 'n roll que combinaban sensualidad tanto en la voz como el movimiento del cuerpo. Era uno de los repertorios más exitosos que tenían, ya que no solo era alegre para los oídos, si no también para la vista. Vladimir le daba un toque a su baile que no tenía igual en el plantel de bar. Eso sumado a los dotes de showman de su colega los volvía una dupla perfecta.

Tan perfecta, que cuando Beatriz los vio a ambos, quiso llevarse el combo a su casa. Los citó a su mesa y, ante su inesperada propuesta, se negaron rotundamente.

—Ya veremos qué dice Madame —replicó, desdeñosa—. Dile que venga.

—Enseguida, señorita —accedió Orpheo, ocultando su desagrado—. Vamos, Vlad.

—No, él se quedará a hacerme compañía —lo frenó—. Esta noche, mis amigas me fallaron y me aburro aquí sola.

Su compañero se sentó con resignación frente a ella, y le sirvió vino con una sonrisa. No se había alejado mucho de ellos, cuando lo escuchó iniciar una conversación sobre alguna banalidad para entretenerla.

—Oye, Sam, ¿has visto a Monique? —le preguntó Orpheo, apoyándose en la barra.

El bartender le hizo una seña para que se acercara, luego de afirmar con la cabeza.

—En su oficina, supongo. Creo que está probando mercadería. Golpea antes de entrar.

—De acuerdo. Gracias.

Se dirigió al piso de arriba, donde se suponía que estaba su esposa. Estaba seguro de que la suposición de Sam era correcta. Los ruidos que hacían eco en el pasillo se lo confirmaron. Años antes, ese tipo de cosas le molestaba porque quería que ella estuviera solo con él. Luego, sintió una leve incomodidad. Y como el tiempo desdibuja todo, en ese momento, ya ni le importaba.

Esperó pacientemente en el pasillo hasta que un ruborizado Felipe salió de ahí. Bajó la vista apenas lo divisó. Ese pelirrojo era uno de los favoritos de Monique. Muy creativo, según ella. Los demás hombres del bar se preguntaban dónde escondía eso, porque era vergonzoso a más no poder con ellos, sus compañeros.

Golpeó la puerta y aguardó con paciencia hasta que su esposa salió. Se arreglaba el cabello, mientras lo miraba con superioridad y una sonrisa satisfecha. Le limpió con el pulgar el labial que se le había corrido un poco.

—¿Te alcanzó? ¿O quieres un segundo asalto conmigo? —se ofreció.

Se dejó acorralar por ella contra la pared del pasillo. Evaluó la posibilidad con una sonrisa libidinosa y capturó sus labios con un beso agresivo. Sentimientos aparte, ambos disfrutaron el intercambio.

—Más tarde, corazón. Tengo trabajo.

Volvió a entrar en su oficina y la siguió. Lo miró sobre el hombro con sorpresa cuando escuchó que cerró la puerta. Se sentó detrás del escritorio, que estaba algo revuelto. Su esposo tomó asiento frente a ella y se dispuso a acomodarle los papeles. La escena era tan normal, que parecía que no había pasado nada fuera de lugar minutos antes.

—Tenemos un problema —le informó sin mirarla —. Beatriz vino hoy y quiere hablar contigo.

Su semblante mostró fastidio instantáneamente. Monique no la soportaba. Siempre que se cruzaban se podían ver las chispas de odio entre las dos abejas reina. Incluso un par de veces tuvo vetada la entrada al bar, luego de discutir con ella.

—¿Qué quiere?

—¿Puedo? —le preguntó él, señalando su copa de vino

Necesitaba un poco de alcohol para calmar su indignación. Ella asintió y tomó un trago, antes de responder:

—Quiere un trío —respondió, inexpresivo.

—¿Un trío con quiénes?

—Con Vladimir y conmigo. —El solo hecho de decirlo ya lo asqueaba.

Monique se acomodó en su sillón, que crujió con el movimiento. Clavó sus ojos claros en Orpheo y se quedó pensativa. Lo que dijo a continuación lo sorprendió.

—¿Y tú cómo te sientes al respecto? —preguntó.

—¿Importa? —replicó con asombro.

—Sí.

—Creo que es algo obvio... No quiero. Mucho menos con él.

—Eso pensé. ¿Y él está dispuesto?

—Lo dudo mucho. Todo esto le está costando bastante, según me ha confiado —se sinceró.

—Es lo que les toca vivir. Hay que ganarse el pan y tener todo esto tiene un precio.

Orpheo se mordió la lengua a tiempo, pero se moría de ganas de responderle a eso. Tenía que callarse. Más, sabiendo que quizás las cosas saldrían a su favor.

—Tienes razón, cariño —murmuró.

—Hay límites para todo. Para esto, también —le dijo.

—¿De verdad?

—No soy tan desalmada como crees, mi querido bombón —se rio —. Dile que no aceptamos ese tipo de contrataciones.

—Ya se lo dije. Disculpa el atrevimiento —se apresuró a decir.

—Has hecho lo correcto. —Sacudió la mano, restándole importancia.

—Quiere hablar contigo —continuó.

—Esa víbora no logrará convencerme —se jactó, con una sonrisa un poco macabra—. Menos tratándose de ti. Dile que venga aquí y me haré cargo de ella.

Volvió al bullicio del bar y se encontró con Beatriz muy cerca de su compañero. Nuria salió al encuentro de Orpheo y le preguntó en voz baja:

—¿No era que ya no ofrecían sus servicios aquí?

La escena la había indignado. No iba a permitir que esa mujer se propasara con su esposo. Orpheo notó un poco de veneno en su voz. Quizás su amigo le importaba a Nuria un poco más de lo que dejaba ver. Sonrió con el pensamiento. Ambos se merecían ser amados.

—Se supone. Pero a esa no le importa —respondió.

Caminó unos pasos por delante de él y levantó a su esposo del brazo, con un ademán brusco. Beatriz la miró con desagrado.

—El caballero estaba hablando conmigo, querida —la reprendió Beatriz —. Tendrás que esperar tu turno.

—El caballero es mi esposo —replicó mordazmente—. Y yo decido con quién habla. Buenas noches.

Beatriz y Orpheo se quedaron en el molde viendo a la pareja alejarse hacia la zona de dormitorios. Nuria le dio un beso bastante entusiasta antes de perderse de vista por el pasillo. Orpheo jamás se imaginó que la vería marcando su territorio de esa manera. Disimuló su sonrisa, mientras vitoreaba la valentía de su guardaespaldas.

—Señorita, Madame la espera en su oficina.

—Ya era hora.

Tomó su brazo y la guió hasta destino. Beatriz estaba que echaba humo por la humillación que acababa de sufrir. Monique la iba a escuchar.

—Vuelve al bar, Orpheo —le ordenó su esposa con clama, antes de cerrarle la puerta en la cara.




*"El Ruiseñor y la Rosa". Se los recomiendo ;)

*********

Beatriz hizo su aparición. #Teman

¡Nos leemos la semana que viene!

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