Capítulo 13: El concierto
—Le encontré la vuelta a nuestra veda de sexo —soltó Monique, como si nada, mientras almorzaba con Orpheo.
Estaban en el VIP del bar, degustando varias delicias. Había una cocinera nueva y Monique le pidió que los agasajara con lo mejor. Orpheo casi se atragantó cuando escuchó el comentario de su esposa. Apuró el contenido de su copa y cerró fuerte los ojos, que le lagrimearon. Aquello no era un arranque repentino de pudor, pero fue algo inesperado. No era un tema que acostumbraran a hablar en la mesa.
—¿Estás bien, corazón? —le preguntó preocupada.
Le ofreció su copa y él la aceptó con gusto. Ya podía sentir las molestias en su garganta a causa de la tos.
—Sí —dijo, luego de carraspear, y mintió—. Se me fue una hojita de orégano a la garganta. ¿En qué has pensado?
Lo miró con una sonrisa calculadora. Él sabía que esa expresión no anticipaba nada bueno. Se miraron a los ojos unos segundos y ella disfrutó de ver la ansiedad en los ojos de su esposo. El poder que ejercía sobre él se le hacía delicioso.
—Delivery —contestó.
—Delivery... Ajá. —Él estrechó los ojos—. No te sigo.
No quería, mejor dicho. Supo que Monique estaba a punto de escalar otro nivel más de maldad, si se refería a lo que él estaba pensando.
—Ellas llaman, y ustedes van a domicilio. Es mucho más discreto. Tengo que pensar en una forma de promocionarlo sin levantar sospechas, pero estoy segura de que tendremos éxito. ¿Verdad que soy astuta? —se rio.
—Brillante, cariño. —Forzó la sonrisa y metió un bocado de carne a su boca— ¿Y yo entro en el servicio?
—Por supuesto, después de cómo las dejas en cada show, es lo menos que puedo hacer por ellas.
Por supuesto, ¡qué egoísta que era por pensar que podía escaparse de ese servicio! ¿Cómo iba a calentar mujeres sin darles nada a cambio después? Otra vez, logró hacerlo sentir como un trozo de carne. La verdad era que con la suspensión del servicio ya había perdido la costumbre de sentirse así. Esa era una rutina a la que no le gustaba volver.
—No creo que entre en una caja de pizza —bromeó para aliviar la tensión.
Monique le respondió con una carcajada y no agregó nada más del asunto. Tampoco era que quisiera ahondar en el tema. ¿Podía influir acaso su opinión? Claro que no.
Orpheo la veía relajada, así que aprovechó para mencionarle sobre la invitación que le había hecho Karen. Sobre ese tema, sí que prefería hablar.
—Cariño, nos han hecho una invitación.
Ella lo miró con suspicacia y dejó la copa de vino sobre la mesa.
—No me digas. ¿Y desde cuándo manejas mi agenda?
—No quiero manejarte. Eso no tiene ni pies ni cabeza, Monique —replicó riendo, descolocado por el comentario.
A veces, Monique se ponía difícil y a él le molestaba. Sin embargo, no lo dejaría traslucir. Puso su mejor cara de inocencia. "¿Yo, manejándola a ella?", pensó, "¡Ridículo!".
—La academia de la señora Meyer participará de un concierto benéfico.
—Ajá —dijo, mirando qué se comería a continuación.
—Estaba pensando que puede ser bueno para tu imagen que te des una vuelta por allí.
Después de la investigación de Freeman, más de una curiosa se había aparecido por el bar. Incluso hubo un par de allanamientos por culpa de denuncias anónimas. Sin embargo, no habñia nada que temer, pues unos cuantos billetes cayeron misteriosamente en los bolsillos de algunas y todo quedó olvidado para la autoridad. Sin embargo, la gente hablaba, y el chisme era algo difícil de borrar. Monique se había ganado mala fama en ciertos sectores por explotar hombres y por arruinarles el negocio del mercado de maridos.
—Puede ser. —respondió y Orpheo festejó internamente con su respuesta—¿Cuándo es?
—El 27.
—Viernes —meditó—. Lo veo difícil. ¿A qué hora es?
—Creo que a las 19.
—Tienes show ese día —le advirtió.
—Con Vladimir, podría abrirlo él —puntualizó—. Y es a las 22. Tengo tiempo.
—Has pensado en todo —dijo con suspicacia —. ¿Te hace ilusión ir?
—Nunca te pido nada —respondió, evadiendo la pregunta.
—Me pides que te pague las clases. —Levantó una ceja.
Su esposo respiró profundo. No la dejaría alterarlo. Se convenció de que podía lograr convencerla, si mantenía la calma.
—Te pido permiso, pero se paga con mi trabajo —replicó tranquilo.
—Es mi dinero, no el tuyo. Lo sabes—aclaró, con una sonrisa triunfante.
Orpheo decidió encararlo por otro lado, con la humildad ante todo. Era difícil para alguien como él, pero podía lograrlo.
—Las clases, a la larga, son para tu beneficio, Monique. Si le saco brillo a mi voz, haré mejores shows y estará saludable por mucho tiempo. Así tendrás Orpheo para rato, a sala llena. Ganamos todos —argumentó.
—Te equivocas, cariño. Eres tan prescindible como el resto. Si un día dejas de cantar, te mando al Basurero y me compro otro. No pierdas de vista cuál es tu lugar, cariño.
—Conozco mi lugar, mi señora. —Bajó la cabeza— No te estoy pidiendo faltar a mis obligaciones.
—Pero me exiges cosas que no corresponden —lo reprendió, un poco alterada.
—Quiero salir de vez en cuando —se defendió—. ¿Es malo querer salir a dar un paseo con mi esposa?
Aquello la tomó por sorpresa y se enterneció.
—Oh, hubieras empezado por ahí. Ven aquí.
Tomó su rostro para besarle los labios fugazmente. Había ganado, con esfuerzo, pero lo había logrado.
—Hace mucho que no salimos porque sí —continuó.
—Tienes razón. Me vendrá bien relajarme y cambiar de aires.
—¿Quieres que te ayude a relajarte ahora mismo? —la invitó, seduciéndola como a ella le gustaba.
—Ahora sí, nos estamos entendiendo.
******
—¿Ansiosa? —le preguntó Orpheo a Karen, días después.
Una sonrisa gigante se escapó de sus labios y sus ojos tomaron un brillo adorable.
—¡Sí! No caigo... Quiero que suceda y a la vez no. Por cierto, no sabes lo mal que la he pasado en el ensayo de la semana pasada. Esa directora es... una arpía. Pero Katia me ayudó y me sentí mejor —le contó de forma atropellada—. Y después, lo pude disfrutar. Y hoy tengo de nuevo ensayo y ya estamos a nada. La semana que viene y ya. Así que voy a disfrutarlo al máximo.
Parecía una niña ansiosa por la llegada de su fiesta de cumpleaños. En momentos así, a él le parecía todavía más hermosa. El pensamiento lo asaltó por sorpresa y no quiso detenerse a pensar en ello. Disfrutaría de la vista, lo que durara el momento.
Se detuvo a tomar aire y se acomodó frente al piano.
—Lo siento, no quiero aburrirte. Es que...—Siguió hablando, mirando las teclas.
—Estás emocionada. Lo puedo ver. —Le sonrió.
—Hace tanto que no lo hago. En el ensayo, pude recordar lo bien que se sentía. Es algo por lo que todo cantante debería pasar. Ojalá a ti te lo permitan alguna vez.
Lo miró a los ojos, con restos de su alegría flotando en el rostro y contagiándole la sonrisa. Por un momento, ambos se sintieron atrapados en la mirada del otro. Orpheo se aclaró la garganta apenas lo notó.
—Lo dudo —se rio.
—Tengo un miedo terrible a equivocarme. Es tanta presión...
Él se acercó a ella, que seguía de espaldas distraída con el piano, colocó sus manos sobre sus hombros y besó su mejilla.
—Lo harás bien.
Karen sintió una agradable calidez en el pecho y, sin detenerse a pensarlo, acarició una de sus manos. Él no esperaba que le correspondiera el gesto, pero lo agradeció. Ambos se sorprendieron de cómo estaba cambiando su relación.
—¿Te dejará venir? —le preguntó, menguando la sonrisa.
—Sí, iremos los dos.
La mención de Monique le dio un pequeño pinchazo de envidia, pero sabía que ella estaba en todo su derecho de acompañar a su esposo.
—¡Genial! —celebró, levantando sus comisuras de nuevo—. Por las dudas, no le digas quién soy.
—¿Le tienes miedo?
—Un poco —confesó.
—Quiere conocerte. Apenas, sabe tu nombre y le das curiosidad.
—A mí, no. Temo que me traicione el inconsciente y haga algo que no deba —le dijo.
Orpheo frunció el ceño. Karen estaba muy seria. ¿Sería capaz de hacer algún comentario fuera de lugar? Esperaba que no, porque tiraría todo su esfuerzo por continuar en el instituto por la borda.
Por otro lado, su arrebato lo alegró. Hacía falta más mujeres así, con los ojos abiertos frente a las injusticias a las que los sometían. Era un pilar fundamental para salir de la situación en la que estaban, porque los hombres, siendo minoría, no tenían oportunidad. Al menos, en aquel entonces.
—No la tengo entre mis personas favoritas, es obvio —aclaró—. Te hace miserable. A todos ustedes, de hecho. Y eso me molesta, lo sabes.
—Lo sé —dijo—. Te vas a arrugar.
Puso su dedo en su frente fruncida por el recuerdo de Monique. Ella apartó su mano como quien espanta una mosca, con una media sonrisa.
—¿Qué importa si me arrugo? No es que quiera ganar un concurso de belleza —se burló, con una media sonrisa.
—Aburrida —la molestó.
—Es lo que hay —zanjó, tocando el primer ejercicio.
******
Los días se sucedieron veloces y el 27 llegó. Lo cierto era que los conciertos sinfónicos no eran algo que llamara mucho la atención de Orpheo. Pero nunca había ido a uno en vivo, así que tampoco era que su opinión tuviera mucho fundamento.
Monique estaba espectacular con su vestido de seda azul, que resaltaba sus ojos y delineaba su figura a la perfección. Se había puesto unos tacones que la hacían casi igualar la altura de su esposo. Sin dudas, se robaba la mirada de todo el mundo al pasar. Orpheo, por su parte, se puso su mejor smoking, para no desentonar con ella. Una pareja perfecta. Estaba seguro de que tanto hombres como mujeres envidiaban su enlace. Aunque, si supieran lo que se escondía detrás de sus rostros perfectos, de seguro, voltearían asqueados.
El auditorio Verona, que debía su nombre a un escenario muy popular de Europa, estaba a rebosar de gente. Una alfombra roja indicaba el camino hacia la sala, que ya estaba abierta. Exhibieron sus entradas y una acomodadora les indicó sus asientos.
Como llegaron con el tiempo justo, no tuvieron que esperar mucho a que el espectáculo diera comienzo. Las luces se atenuaron y apareció la directora, quien fue recibida con aplausos.
—Miriam Tesone —le susurró al oído su esposa—. ¿La recuerdas? Tuvo una época en la que frecuentaba el bar.
Él volvió a mirarla, con su traje negro, su peinado severo y sus anteojos. Toda ella gritaba sobriedad y corrección. No podía imaginársela con las mejillas rosadas por el alcohol, ni gritándole a alguno de los chicos, mucho menos haciendo gala del menú especial.
—Que no te engañe su disfraz —continuó Monique—. ¿De verdad, no la recuerdas? Fue una de tus clientas... Varias veces.
—Pasaron tantas por mi cama, cariño... —se jactó—. Es imposible recordarlas a todas.
Una risa discreta escapó de los labios de su esposa. Orpheo se sintió algo incómodo cuando una de sus manos subió por su pierna. Monique no tenía ningún tipo de pudor por estar en un lugar público.
—Mientras no me olvides a mí, el resto me trae sin cuidado —dijo, mordiéndole el lóbulo de la oreja.
Orpheo tomó un poco de distancia para besarla como ella esperaba que hiciera. Era casi como poner piloto automático. La mano de ella siguió un recorrido que se le hizo muy placentero, pero totalmente fuera de lugar allí. Alguien cerca de ellos carraspeó con indignación. Cuando él localizó a la mujer que los miraba mal, le guiñó el ojo. Le respondió entrecerrando los ojos y volviendo la mirada al frente.
—Nos miran mal —le comentó.
—¿Y? Debe ser la envidia.
Lo que dijo después quedó apagado por la música que provenía de la orquesta. Entonces, Orpheo fue poseído al instante.
Su pecho retumbó y sus oídos se deleitaron como nunca antes. Sus prejuicios quedaron sepultados debajo de semejante belleza. Estaba respirando música. Era impresionante. No tenía palabras para describir lo que estaba sintiendo en ese momento.
Se olvidó de todo. Ya no existía Monique con sus caprichos y tiranía; ni la presión para ser siempre impecable; ni su inconformismo con su situación actual. Nada más tenía lugar en su mente, nada, salvo la maravilla que sonaba frente a él.
Casi que apenas estaba respirando en aquel momento. Se sentía en un trance placentero, hasta que su desubicada esposa le sacudió el brazo. Se sobresaltó al notarlo.
—Te estoy hablando, Orpheo —lo regañó entre dientes.
—¿Qué sucede? —le preguntó sin mirarla.
—Estaba contándote algo —respondió molesta—. No me ignores.
—¿No puede esperar? —le rogó— Lo siento, es que es la primera vez que paso por esto y es increíble.
—Sí, ya hablaremos después —le concedió, enfurruñada.
—Gracias, hermosa. —La besó fugazmente, antes de perderse de nuevo en la música.
Se acomodó en su asiento, pasando el brazo alrededor de sus hombros y atrayéndola hacia él. Así la tendría contenta y lo dejaría tranquilo.
La siguiente media hora se pasó volando y, entonces, el tiempo se detuvo para él. Anunciaron a dos cantantes. No necesitaba que se las presentaran, pues ya las conocía a ambas. Por fin, escucharía a su profesora en acción.
Se colocaron ambas delante de la orquesta, impecables con sus vestidos negros. Se miraron un instante. Karen parecía a punto de desmayarse. Katia apretó su mano y le dijo algo al oído. Karen asintió con un sonrisa trémula y se colocó en su lugar.
—Le va a dar algo a esa chica. Cero presencia ahí arriba —opinó su esposa—. ¿Es ella?
Él torció el gesto antes de decirle que sí.
—Veremos qué es lo que la hace tan especial. Eso si no se desmaya antes de abrir la boca —sentenció, ocultando la sonrisa con una mano.
Optó por callarse. Quería defenderla, pero no quería que Monique pensara cosas que no eran. Sonrió a su comentario y se centró en el espectáculo.
Al estar en las primeras filas, podía verla de cerca. Fue testigo privilegiado de su transformación. Aquella no era la chica retraída que había ido al bar en su cumpleaños y se había rehusado a tocarlo. Tampoco era la chica triste que había llorado en su hombro. Mucho menos, la seria profesora que le enseñaba a cantar. Esa era otra mujer. Era luz y era magia, y lo tenía completamente preso de su embrujo.
Cantaba en un idioma que él no hablaba, y sin embargo logró entender los sentimientos que quería transmitir. Su energía lo envolvía y se perdió del mundo, secuestrado por su voz. Estaba aturdido por su belleza. Una belleza que iba más allá de lo superficial y le llegaba hasta lo más profundo del pecho.
Cuando la canción terminó, tardó un segundo de más en aplaudir. Advertió demasiado tarde la mirada de enfado de su dueña. Monique se había dado cuenta y no estaba nada contenta con el descubrimiento.
—Cierra la boca, que pareces idiota, Orpheo —le espetó—. Y deja de ignorarme.
—Lo siento. Es que todo esto es nuevo para mí. Gracias, de verdad, por permitirme venir.
Besó sus labios para reforzar su frase, aunque no fueran los que quería besar en aquel momento.
—Pues, es una salida de pareja. Me debes un poco más de respeto.
Alguien la calló. El espectáculo no había terminado. Ella fulminó con la mirada a la atrevida, antes de volver su atención a él.
—Lo siento —susurró.
Así que lo que restaba del concierto, se esforzó por seguirle la conversación. Solo la dejaba un poco de lado cada vez que Karen salía a escena. Le resultaba inevitable. Rogaba que no se hubiera dado cuenta.
A pesar de haberle dedicado la mitad de su atención, disfrutó de todo lo que había escuchado. Karen tenía razón con eso de que él solo cantaba bonito. El coro fue espectacular y la impronta que le daban los hombres era imponente. A él le faltaba mucho camino por recorrer para llegar a ese nivel. Sin embargo, no sintió el orgullo herido ni envidia alguna, sino hambre de conocimiento. Él también quería hacer eso que hacían ellos. Ya hablaría con Karen al respecto.
—Vamos, que tienes que trabajar.
Monique le ordenó que se pusiera de pie apenas terminó el espectáculo. Él quería saludar a Karen y a su jefa, pero no le sería posible. Tendría que esperar a la próxima clase. Si llegaba a sugerirle a su esposa que se quedaran un poco más, le cortaría la cabeza. Ya bastante enojada estaba con él por su comportamiento durante el concierto.
Echó un último vistazo al escenario. Estaban saludando de nuevo. Divisó a Karen y sus miradas se cruzaron. Compartieron una sonrisa breve y con un guiño se despidió de ella.
Que Monique hiciera lo que quisiera. Aquella noche la atesoraría como una de las más maravillosas de su vida.
*********
¡Espero que les haya gustado!
Gracias por leerme :)
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