Capítulo 11.2: Una nueva adquisición
El día que Vladimir llegó a Eva & Lilith llovía a cántaros. La fachada gris del edificio lucía deprimente y sombría.
—¿Ansioso, Vladimir? —le preguntó la agente de paz que lo acompañaba.
—Sí —respondió con una sonrisa sincera.
Bajó la vista hacia el código de barras en el interior de su muñeca. Ya no era más propiedad del Estado y eso lo llenaba de alivio. Le había dolido dejar a sus amigos atrás, pero su nueva situación le permitiría ver el exterior una vez más. Ampliaría su horizonte más allá de los muros de la Escuela de Hombres.
—Me han dicho que tus últimas pruebas fueron un éxito —le comentó la agente—. Tu esposa estará más que complacida.
—Eso espero, señora —respondió.
Su estómago estaba hecho un nudo. No sabía qué esperar exactamente, pero se moría de ganas por descubrirlo. Tenía la corazonada de que su esposa sería muy buena con él.
Entraron al edificio con prisa para no mojarse demasiado. Los recibió un hombre de traje, alto y delgado, que miró a Vladimir con soberbia, antes de inclinarse un poco hacia la agente que lo acompañaba.
—Buenas tardes, Elijah —lo saludó ella.
No era la primera vez que pisaba Eva & Lilith. De hecho, también había sido ella quien había llevado ahí a Elijah y a algunos más. Si bien estaba al tanto de los shows de los hombres que iban a parar allí, desconocía el resto de actividades que se desarrollaban allí. De haberlo sabido, quizás no les sonreiría tanto a sus habitantes.
—Edith, un placer verla de nuevo —le respondió, con una leve sonrisa—. Síganme, por favor.
El hombre los condujo al primer piso, hacia la oficina de Monique. Allí ya los esperaban ella y Nuria. Elijah los despidió en la puerta. Antes de desaparecer, miró a Nuria con una sonrisa pícara y le guiñó el ojo. Ella se limitó a mirarlo inexpresiva, mientras en su interior se sentía revolucionada por su sola presencia.
En cuanto dejó de verlo, posó sus ojos en el hombre que había elegido como su esposo. En lo único que se parecía a Elijah era en los rizos negros. Todo lo demás era la antítesis del que se había robado su corazón. Vladimir tenía un aire de inocencia que le causaba más ternura que deseo. Además, era más bajo que ella, lo cual era nuevo también.
Observarlo frente a ella, fuera del mercado de maridos era diferente. Ya no le parecía tan atractivo como bajo los reflectores de la exposición. Sin embargo, se resignó. No lo había elegido para ella, sino para Monique. Esperaba que al menos pudiera cumplir con sus obligaciones y estuviera a la altura de los demás.
Se casaron con celeridad. Firmaron los papeles y despidieron a Edith luego de un brindis simbólico, sugerido por Monique. Sellaron el trato con un beso casto en los labios y terminó el trámite.
—Nuria, ya puedes estrenarlo —le indicó Monique, con una sonrisa conocedora—. Luego, me cuentas. Cuando termines, llámalo a Felipe para que le muestre todo lo necesario. Adiós, Vladimir, y bienvenido a nuestra casa.
Monique los dejó solos y sumidos en un silencio incómodo. Vladimir advirtió enseguida que su flamante esposa no era del tipo conversador.
—Ven conmigo, te mostraré nuestro departamento —le indicó Nuria con más brusquedad de la que pretendía.
La siguió a través de pasillos y escaleras, preocupado al notar que aquel lugar parecía un laberinto. Sin embargo, Nuria lo tenía agarrado de la mano con firmeza, dándoles un poco de seguridad.
—Te acostumbrarás —le dijo ella, adivinando sus pensamientos—. Con saber dónde están algunas cosas, será suficiente.
Nuria se detuvo frente a la puerta 402 y sacó su llave. El hogar de Nuria consistía en dos ambientes y un baño pequeño. Estaba bien equipado por lo que, si quisieran, podrían arreglarse solo con lo que había allí.
—Ser la guardaespaldas del esposo de la dueña tiene sus ventajas —le contó—. La mayoría aquí tiene una habitación nada más. Tienen que compartir hasta el baño con el resto.
—Tengo suerte, entonces —comentó él, sonriendo.
Nuria se dirigió a la habitación y le hizo señas para que se acercara.
—Puedes descansar un rato, si quieres —le ofreció—. Yo iré...
—¿No te quedarás conmigo? —le preguntó él, desilusionado.
Vladimir la observó confundido. Creyó que ella estaría ansiosa por conocerlo de una u otra manera, pero le estaba demostrando todo lo contrario.
—¿No te gusto? —le preguntó, con temor.
—No es eso... —respondió—. Es solo que me parece un poco violento invadirte apenas llegar.
Lo cual era mitad verdad. Ya bastante tendría el pobre para aclimatarse a su nueva situación. Era mejor si descansaba mientras pudiera. Por otro lado, no sentía el mínimo deseo hacia él en ese momento. Menos, después de haberlo visto al lado de Elijah.
—Comprendo —dijo él, bajando la vista.
Nuria sintió pena por él, por lo que acortó la distancia entre ellos. Levantó su rostro con suavidad, obligándolo a mirarla a los ojos. Observó su rostro con detenimiento, repasando cada detalle y se detuvo en su boca generosa. Le pasó el pulgar por los labios y luego lo besó. Pretendió que fuera breve, pero Vladimir la aferró de la cintura para prolongarlo.
Nuria tenía que admitir que besaba muy bien. Aquella jugada del chico le había despertado la curiosidad de cómo sería su desempeño en otras cuestiones. Tal vez había sido una buena compra, después de todo.
—Te ayudaré a desempacar —le sugirió, cuando se separaron.
******
—¿Y? ¿Qué tal? —quiso saber Orpheo, mientras esperaban que lo atendieran en un centro médico privado.
Hacía diez días que Vladimir había llegado a sus vidas. Nuria lo había podido explorar a gusto, ya que el servicio especial seguía suspendido.
—Nada mal —respondió, encogiéndose de hombros—. Es solo que...
Vladimir se desvivía por ella, pero le daba la sensación de que se esforzaba demasiado. No le gustaba que fuera tan complaciente. Prefería a alguien con un carácter más desafiante...
—No es Elijah —completó por ella.
La mujer lo miró sorprendida. El corazón se le aceleró, asustada por haber sido descubierta. Orpheo se rio al verla tan abochornada.
—No... yo... ¿d-de dónde sacas esas ideas? —tartamudeó.
—Por favor, Nuria... Lo saben todos los chicos —le confesó, riendo—. Pero no te preocupes. No eres la única que lo contrata seguido...
—Lo sé —murmuró.
—Deberías olvidarte de él —le aconsejó—. Ahora tienes a un hombre para ti. Te puedes ahorrar mucho dinero.
—Lo sé, pero es que yo prefiero...
—Ten un poco más de fe en él —le dijo—. Enséñale qué es lo que te gusta y ya. Además, tampoco es que Elijah sea la gran cosa.
—¿Y eso cómo lo sabes? ¿Lo has contratado también? —se burló.
Orpheo soltó una carcajada.
—Pfff ya quisiera él —respondió—, pero yo estoy fuera de su presupuesto. Del tuyo también, pero puedo darte un descuento porque eres mi niñera.
—Eres imposible —le dijo, con una media sonrisa—. No podría acostarme contigo, ni por todo el dinero del mundo.
—Me hieres. —Orpheo se llevó la mano al pecho—. Monique comparte su información conmigo. Y es quien pone los precios —le explicó—. Los que están más baratos son los que menos le gustaron. Y Elijah es... accesible. Puedes deducir el resto.
—Pues a mí me gusta —acotó, cruzándose de brazos.
—Mira, como te dije, Vladimir puede darte lo mismo y más. Y, aunque no lo creas, te adora —le contó—. Dale una oportunidad y ya deja de inflarle el ego a Elijah.
—¿Tú, hablando de ego? —Nuria se rio con ganas.
—Soy un experto en el tema —se defendió.
**********
—Cada día mejor, amigo. Nadie te sacará el puesto.
Vladimir se acercó a Orpheo, palmeando su hombro, luego de su última presentación. Monique le había contado que había decidido comprarlo para enriquecer el show, que suponía ahora la mayor fuente de ingresos del bar.
Le parecía un muchacho interesante, muy conversador y con gran carisma. Pasaban mucho tiempo juntos, porque Monique decidió que compartieran uno de los shows de la semana y había que ensayar. Eran una dupla de contrastes: barítono y tenor; rubio y moreno; el día y la noche. Como si fueran figuritas para recortar, ella buscó una buena composición visual y auditiva. El resultado fue un incremento en la venta de entradas, por supuesto. Todos contentos.
—Extrañaba este tipo de música, ¿sabes? —le confió Vlad.
—La Escuela no te da mucho lugar en ese sentido. Al menos, no cuando yo estaba allí —respondió.
—La asignatura de música es muy buena, pero estructurada. No te da pie para experimentar —reflexionó.
—¿Y dónde cantabas esta música? ¿Con tu madre?
—Mi abuela. —Sonrió, con la mirada perdida.
Orpheo supuso había tenido una infancia mucho más feliz que la suya y lo envidió un poco. Ese chico tenía la frescura de quien no había sufrido en su vida. Se alegró de que la carta especial hubiera desaparecido antes de su llegada. Era bueno ver a alguien más inocente, para variar.
—Tenía muchos discos. Mamá y papá trabajaban todo el día, así que yo me quedaba con ella —continuó—. Siempre escuchábamos uno distinto, mientras le ayudaba con sus tareas en la casa.
—Adorable —terció Elijah, con sarcasmo, sumándose a la conversación—. ¿Qué diría ella, si te viera aquí?
—Estaría orgullosa porque hago lo que me gusta, sin restricciones —se defendió.
Elijah soltó una risotada, mientras negaba con la cabeza, haciendo que sus rizos bailaran con el movimiento. Vladimir frunció el ceño, molesto. Orpheo se limitó a sonreír. Supuso que nadie le había dicho qué era lo que se hacía allí, además de cantar y servir tragos. Monique aún no lo había probado tampoco, así que no tenía ni una pista de dónde se había metido.
—Déjalo en paz —le pidió, sin menguar la sonrisa.
—No, quiero saber qué es lo que les causa tanta gracia.
Elijah se levantó de su asiento, apurando el contenido de su copa, y se fue a buscar algo detrás de la barra. Volvió con una copia del menú "especial" bastante manoseada. Ya con verla de lejos, a Orpheo le daba repulsión. Le sorprendió que estuviera tan a mano. De hecho, si estado en los zapatos de Monique, las hubiera prendido fuego para que no las encontraran.
—Mira, cachorrito —dijo Elijah.
Abrió la carta donde aparecía su perfil y la apoyó en el mostrador, delante del chico nuevo. Fotos de Elijah con poca ropa, en poses provocativas, con una lista de servicios y sus respectivos aranceles, se desplegó ante sus ojos. Vladimir hojeó el resto, hasta llegar a Orpheo.
—Debe ser una broma —se asqueó.
—Ojalá —murmuró Elijah.
—La carta especial era el motivo por el que esto se llenaba todas las noches —completó Orpheo.
—Tienes suerte de no haber llegado antes aquí —comentó Elijah—. Si no, te aseguro que tu foto estaría aquí también.
—Yo no me prestaría a eso, ni aunque me pagaran —dijo con repulsión.
—Pues, se pagaba muy bien, cachorrito. Pero no a nosotros, a la reina del paraíso —le explicó, refiriéndose a Monique—. Ni siquiera a él le pagaban, y eso que se supone que es el rey.
—En ese sentido, soy uno más de ustedes —acotó.
—Al menos, no limpias los baños —se rio su compañero—. Pero tienes mi bendición para hacerlo.
—Retiro lo dicho —concluyó, sirviéndose más vino.
—¿De verdad, no les molestaba hacer esa cosas con cualquiera? —Vlad los miraba entre sorprendido y asqueado.
—Te acostumbras y llegas a un punto en el que te da igual —respondió Elijah.
—Te resignas. Era eso o el Basurero.
Orpheo no tenía la confianza con ninguno de los dos como para explayarse sobre lo que opinaba de su esposa y sus negocios.
—Además —siguió Elijah—, no es como si no hubieras probado a varias en le Escuela.
—No es lo mismo. Allí era una obligación. No me gustaba pasar por tantas manos.
No lo diría abiertamente, pero la realidad era que había reducido sus prácticas a lo mínimo e indispensable para aprobarlas.
—Aquí también era una obligación —le dijo Orpheo con lástima.
—Y no te sorprendas si Monique nos obliga de nuevo. Ahora se detuvo todo para no levantar sospechas nada más. Solo espera a que se relaje, ya lo verás.
—Mientras tanto, disfruta la paz, muchacho. —Orpheo le sonrió y lo dejó solo.
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¡Lamento la tardanza! Nos leemos el domingo :)
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