Extra 1
Parker se colocó la chaqueta hecha a la medida y reacomodó pequeños detalles mientras se miraba al espejo para que todo estuviera en orden.
—¡Por las patitas del gallo! —dijo Hurs entrando a la habitación—. Ya estás guapa, princesa. Deja de modelar, que nadie debe brillar más está tarde que la novia.
Parker sonrió y se giró hacia la entrada donde todos sus amigos esperaban por él junto a su hermano.
Los hombres aparecieron todos vestidos con el mismo modelo de esmoquin y el mismo color mientras Melina lucía un atuendo espectacular de color dorado como todas las damas de honor.
Habían pasado apenas una semana desde el nacimiento de la pequeña Tahira, pero debía admitir que se sentía muy bien, aún se cuidaba un poco, solo por mera vanidad, pero físicamente estaba en perfectas condiciones.
—Todos se ven guapísimos —dijo Melina—, pero sin duda el novio se lleva los laureles en su día.
Un resoplido salió de la boca de Maddox.
—Siempre queriendo humillar a uno —dijo con su característico mal humor.
—Esa cosa no es guapo —dijo Max—. Es un producto de mercadotecnia barata.
—Concuerdo —dijo Chris—. Ahora cualquier cosa es bonita porque si no, lo toman como discriminación.
—Parker es igual de guapo que yo —dijo Alfred con una sonrisa débil.
—Ya llegó don comedias —dijo Andrew—. Mira nada más, si se están clonando.
—Yo solo quiero saber una cosa —dijo Hurs—. Si ya estás casado y esto es una ceremonia representativa, ¿significa que van a servir la cena pronto? Mi esposa me dejó cuidando a los bebés mientras ella se ponía más preciosa que siempre y solo comí unas galletitas.
Su semblante mortificado hizo reír a todos.
—Pobre de ti —dijo Melina.
—Lo peor es que en todo el camino me estuvo regañando —dijo Hurs.
—¿Por qué? —dijo un intrigado Maddox.
—Porque solo les di galletas y leche a mis bebés.
—Pobre Hurs —dijo Chris—. Ojalá te hubieran pegado con el cinto.
—Ojala sirvan la cena a medianoche —dijo Andrew sabiendo que apenas eran las cinco de la tarde.
—Debí aceptar hospedarme en el palacio —dijo Hurs—. Aquí al menos me darían comida a cada rato.
Parker estalló en carcajadas mientras veía de uno a otro a sus amigos compartir un día que años atrás no creyó posible.
Miró a Melina que recién había tenido un nuevo bebé y que parecía tener una vida diferente ahora. Pasaba más tiempo con sus hijos y disfrutaba aquello que dejó de lado un día por el odio y la venganza.
Ella se acercó y tomó la mano de Parker.
—Yo iré a buscar mujeres, vuelvo en unos minutos —dijo Maddox.
—¿Para qué quieres mujeres si no puedes ni controlar a tu gusanito? —dijo Hurs—. Estos niños de hoy son unos atascados.
Salió detrás de Maddox junto a Max quien iba envuelto en carcajadas.
Peyton llegó con sus hijos en la pequeña carriola y miró a Chris antes de darle una sonrisa que hizo a todos enarcar una ceja al verlo ir detrás de Peyton sin rechistar.
—Parece que debemos ir ahorrando para un nuevo traje de bodas —dijo Alfred.
—Max dirá que usará el mismo, como cuando Maddox —dijo Melina.
—Es un bastardo tacaño —dijo un divertido Alfred que cada vez se integraba más.
—¡Por los clavos de Cristo! Las bodas son contagiosas, voy a irme durante la madrugada y espero cuando vuelva no encontrar a Christopher casado y espero tampoco recibir la invitación de Melina a su boda.
La chica se acercó y abrazó a Andrew.
—¿Estarás bien? —preguntó sabiendo el momento que pasaba.
—Lo estaré, vuelvo a ser el Espectro para no perder la costumbre —dijo divertido.
Sonrió mostrando estar contento pero ella sabía que no era así.
—No tienes que irte —dijo Melina.
—Sí, tengo qué. Si sigo aquí voy a enloquecer —dijo suspirando—. En fin, no hablemos de mí, porque voy a ver a esta preciosa rubia casarse de nuevo esta tarde. Sigo sin entender cuál es el afán por amarrarse dos veces.
—Bueno, yo me amarro mil veces si es a Perséfone —dijo Parker dando un guiño—. Ella lo es todo en esta maldita vida. Como lo es para ti la tuya aunque no lo digas. Yo sé que sí, lo transpiras, bebé.
Andrew lo miró unos segundos en los que lució incómodo ante el escrutinio de su amigo pero que al final solo sonrió.
—Ve a casarte y a reproducirte como conejo con la mujer que amas —dijo justo cuando todos volvían.
—Ya está lista la novia —dijo Maddox—. Alguien le ofreció huir con todas las joyas que pudiera colgarse en el cuerpo, pero se niega.
—Es el síndrome de Estocolmo —dijo Andrew—. Ya saben, siempre romantizando todo.
—Lo mejor será que ya que estamos de esmoquin aprovechemos para hacerla de hombres de negro y la saquemos de aquí junto a sus crías —dijo Max—. Solo hay que fingir que somos el servicio de inteligencia.
—No pues bueno, si estás en el servicio de inteligencia ya empezamos mal —dijo Chris.
—Si Max es su líder ya fracasaron. Bye —dijo Parker—. Por cierto, ¿donde está rambo?
—Debe estar asaltando la cocina —dijo Maddox.
—¡Ya llegó su macho, puercas! —dijo Hurs aún con un bocadillo en la mano.
—Dios mío —dijo Parker—. ¿Por qué no escuchas mis súplicas y envías el rayo que pedí hace mucho para mis amigos?
—Porque Diosito es amor —dijo Hurs subiendo y bajando las cejas—. No lo digo yo, lo dice el evangelio de San Marcos, o de Mateo; o lo dice Moisés o alguien lo debe decir porque es lo único que recuerdo de la catequesis.
—Y la parábola del tuerto —dijo Maddox.
—¿Qué no era ciego? —dijo Max mientras Andrew reía.
—¿Qué más da si era ciego, mudo, cojo, tuerto o manco? —dijo Andrew—. Lo que importa es que la enseñanza es la misma.
—¿Y cuál es esa enseñanza? —preguntó Chris.
—¿Qué sé yo? Aquí los aleluyos son ustedes. —Se defendió.
—Que religiosos están hoy —dijo Melina en medio de risas—. En fin, yo los dejo, bebés, debo ir a ver a mis hijos y luego ir por la novia —dijo mientras enfilaba a la entrada.
—Hace mucho nosotros éramos tus hijos —dijo Hurs quien sonrió al escuchar la risa de Melina en el pasillo.
—Y tú cometías incesto con ella —dijo Andrew.
Max comenzó a reír.
—Eso sí lo entendí —dijo en medio de risas.
—Valió la pena que le regalara un rompecabeza de foami —dijo Parker—. Está dando frutos.
Andrew comenzó a reír.
—Pero yo le regalé una revista de sudoku —dijo Andrew—. Contribuí a su evolución.
—Eso lo llenó Margot —dijo Max—. Me dejó solo dos a medias porque ya había hecho el trabajo difícil, eso dijo ella.
—Olvídalo Max —dijo Andrew.
—Por qué son así —dijo enojado—. Cuando me muera me van a extrañar.
La mirada de todos sobre él hizo estallar en carcajadas a Max.
—A todo esto, ¿quién es la chica castaña que hoy será tu acompañante? —preguntó Hurs mirando a Alfred.
—Es una amiga —dijo y estalló en risas al ver las cejas alzadas de todos y solo Hurs había cruzado los brazos al pecho.
—Hay un poco de comentario en tus mentiras —dijo Maddox.
Alfred sonrió.
—Es la verdad, no hay nada entre nosotros, solo somos amigos —dijo divertido.
—No lo parece por como te mira —dijo Max.
La sonrisa se borró del rostro de Alfred.
—Entonces es su problema no el mío —dijo cambiando su humor y encogiéndose de hombros.
Todos se quedaron callados sabiendo que no había superado nada y que era demasiado pronto pero de igual forma nadie dijo más.
—Vamos —dijo Parker para quitar la tensión.
—Espera, voy a lavarme las manos —dijo Hurs—. Comí unos pequeños aperitivos y mi mano huele a pollo.
Parker rodó los ojos y salió de la habitación con el traje color azul que resaltaba sus ojos. Detrás de él, Hurs, Maddox, Max, Chris, Andrew y su hermano caminaban como sus padrinos y acompañantes en la boda que siempre había querido darle a su esposa.
Avanzaron hasta el jardín principal donde personas importantes para ellos y algunos mandatarios estaban presentes, entre ellos Ahmed y Amy Hâbbar junto a sus hijos. Los Petrov, los Wendell, Cooper, Hasbún y por supuesto la familia de Amber; todas aquellas personas que de alguna manera conocían a la pareja y que habían formado un lazo.
La prensa no podría estar presente en el enlace, pero sí en la fiesta.
Parker se acercó al altar donde sus amigos tomaron su lugar y poco después la novia apareció.
Perséfone enfundada con un vestido marfil hecho a su medida y que resaltaba su piel de alabastro apareció frente a los ojos de Parker que solo sonrió al verla pero que aunque no lo admitiría estaba nervioso y con el corazón latiendo de forma descontrolada.
A pesar de los años con ella, de que vivían juntos, de que la adoraba, seguía pensando que le debía más felicidad; no obstante, se sentía tan egoísta que deseaba quedarse con ella toda la vida.
Perséfone arribó del brazo de su madre y de Sam quienes la acercaron hasta donde Parker estaba y la entregaron.
El rey tomó la mano de su esposa quien no llevaba un velo enorme pero su cabello estaba adornado por la corona que la convertía en la máxima autoridad.
Le sonrió a Parker quien sin más se acercó a besarla pasándose por alto el protocolo.
Perséfone sonrió y abrazó a su esposo antes de separarse y mirarlo.
Se dieron la vuelta ante un incómodo juez que solo carraspeó y comenzó la ceremonia aguantando de forma estoica las miradas que la pareja se daba, los pequeños toques y en algún punto de tuvo que apurar al ver la desesperación de ambos.
Finalmente tras lo que pareció una larga e interminable ceremonia para Parker el juez llamó a su esposa: su majestad, Perséfone Walsh Welshmen y fue mejor aún cuando los presentó como el matrimonio real cuyo apellido volvía tras años de vivir en la sombra.
La pareja se dio la vuelta frente a toda la gente que aplaudió y pronto se vieron agobiados de abrazos y besos de felicidad por parte de sus amigos.
Andrew, Hurs, Maddox, Chris, Alfred y Max tomaron a Parker para lanzarlo al aire varias veces en medio de gritos y aplausos.
—La foto —dijo Sam quien llevaba de la mano a su mejor amigo Max.
Parker tomó a Perséfone de la cintura y dejó que les tomaran fotos. Después de tomo junto a Sam, Alfred y la mamá de Perséfone, una más con sus hijos y su esposa y finalmente llamó a sus amigos.
—Vayan por sus parejas —dijo riendo—. En esta foto solo tiene que haber amor.
Melina lo abrazó tan fuerte que creyó que algo andaba mal, pero cuando se miraron ella tenía los ojos llorosos.
—¿Qué pasa? —dijo mirando a Melina.
—Que llegó la hora de dejar ir a mi hermano mayor —dijo abanicándose el rostro—. Me alegra tanto verte por fin tan feliz, aunque me da nostalgia ya no tener a quien fastidiar con mis traumas.
—Bueno, voy a seguir viviendo en el mismo lugar —dijo Parker—. Siempre estaré para ti.
—Solo me faltan Chris y Andrew —dijo en medio de una risilla—. Aunque Alfred también.
—Deja de estar de Celestina —dijo escuchando la risilla de su esposa.
—Nunca —dijo antes de abrazar a Perséfone y darle un beso—. Maltrátalo hasta que se quiera suicidar.
Perséfone sonrió.
—No lo dudes —dijo mirándola—. Ya sabe lo que tiene que hacer o hay tabla y con púas. A estos hombres se les trata con mano dura, en una mano en cinturón y en la otra la tabla por si quieren escapar.
Los tres comenzaron a reír y vieron a Maddox, Hurs, Max acercarse con sus parejas.
Alfred, Andrew, Chris y Melina se acercaron para la foto.
—Ve por tu horrible princeso y tráelo aquí —dijo Parker—. Solo espero que curiosamente la foto se dañe sobre su cara.
Melina sonrió y extendió la mano hacia Ibrahim que de inmediato se puso de pie dando la bebé a su madre para ir por ella.
Volvieron a acomodarse pero vieron a Andrew hacer una locura momento antes de que el flash de la cámara los sorprendiera.
Parker sonrió y al empezar la música anunciando el primer baile de los reyes tomó a su mujer y la llevó al centro de la pista.
—Gracias —dijo Perséfone abrazando a su esposo y moviéndose al sonido de los violines.
—¿Por qué? —inquirió Parker frunciendo el ceño.
—Por elegirme a mí de nuevo —susurró.
Parker se quedó callado unos segundos.
—No tenía otra opción —dijo y ella enarcó una ceja—. Jamás podría, me dejaste inservible para otra mujer desde la primera vez que me llamaste princeso. No hay opción porque pusiste la maldita banderilla hasta el cielo.
La tomó de la cintura y la apegó a su cuerpo.
—Nunca ni en esta vida ni en la otra Hades dejará ir a su Perséfone —dijo observando a su esposa sonreír.
Ella se separó ante la vista de todos que observaban sus movimientos y se acercó a los músicos. Pidió un violín y con las manos temblorosas observó a su esposo antes de colocar el instrumento a su hombro.
La melodía de Frank Pourcel: morir de amor comenzó a resonar, esa misma que durante años fue la melodía de ambos, la que ella tocaba cada día para su hijo en el vientre y la que dejó de tocar cuando todo se había vuelto dolor.
Parker la observó desde su sitio y sonrió al verla llorar pero dejar atrás esa etapa de sufrimiento. Volver a tocar era el aviso de que cerraba su propia caja de Pandora.
Caminó hacia su esposa y miró a los músicos antes de tomar también un violín, mirarla y comenzar a tocar con ella que sin más comenzó a llorar más fuerte y cuando finalizó la melodía entregó el violín y se lanzó sobre él para abrazarlo.
Pocos entendían el significado de aquello para la pareja, pero sus amigos estuvieron felices de verlos quererse y apoyarse siempre.
—Ni en esta vida ni en la otra Perséfone abandonará a su Hades —dijo acariciando su rostro—. Siempre iría una y otra vez al Inframundo si es por él.
Parker sonrió y la abrazó con fuerza antes de besarla.
—Vayamos juntos a dónde tengamos que ir —dijo. Si vamos a deshacer al mundo que sea juntos.
—Si deshice al ángel que no deshaga el mundo por él —respondió uniendo sus labios en un beso que sellaba no solo un matrimonio sino el amor de una pareja que estaban seguros sería eterno...
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