Capítulo 6

Ibrahim se despidió de su amigo Ralph un tanto pensativo, este le seguiría al hotel donde estaba para seguir la charla; abordó la camioneta que le llevaría al hotel propiedad de su familia. 

    Se subió a la camioneta mientras por alguna razón sentía la opresión en el pecho sin poder identificar cuál. 

    Esperó algunos minutos antes de que su jefe de seguridad abordara y pudieran partir. 

—Alteza…

—Consigue el número de la mujer con la que hablaba —dijo y vio al hombre suspirar. 

—Mi señor, yo creo que lo mejor es que deje a esa mujer en paz —dijo con la seguridad que siempre le caracterizaba—. Hay algo en ella que no me gustó. 

—Es una suerte que no haya pedido tu opinión —dijo con ese tono altanero que solía sacar a relucir cuando pretendía echar atrás a alguien—. No olvides que no eres ni mi consejero, ni mi nana. Soy mi propio hombre y mi propio maestro, pareces siempre querer tomar decisiones por mí. 

—Tal vez sea porque me toca limpiar el desastre que hace —dijo molesto. 

—Creo que recibes un sueldo más que generoso por eso —acotó con los dientes apretados—. Si por mierda te refieres a mis amoríos, yo no tengo problema en que se sepan. No estoy haciendo daño. 

—No se trata de eso, sino de que se la pasa relacionándose con señoritas que no hacen bien a su imagen —declaró. 

—Ilústrame —replicó aún más molesto. 

—La modelo italiana, la señorita del periódico, la chocolatera, la muchachita aquella que nada tenía que ver —dijo mirando directamente los ojos del joven—. Bien sabe que ninguna de ellas era una buena candidata, algún día será rey y tiene una imagen que cuidar. 

—De eso se encarga mi estilista y diseñador —dijo Ibrahim—. Te recuerdo que la chocolatera, como la llamas, es hoy una de las mujeres de mayor influencia, esposa de un rey que parece volar en los escalones y que sin duda a solo meses de su coronación no hay un solo sitio donde su nombre no resuene, esa chocolatera paraliza el tiempo cuando entra algún lugar porque de sobra su esposo ha dejado claro que ella es intocable, que dejara suelta su ira si la lastiman. Hoy esa chocolatera ha puesto en jaque a muchos que son leales a mi madre pero que también temen a un rey joven que está más que dispuesto a hacer pedazos el mundo por su reina tanto como lo haría mi padre por la suya. Dime si hay un requisito para ser reina, lo único que esas dos mujeres han necesitado ha sido hacer felices a sus esposos. No te atrevas a decir que alguien que no es nobleza no merece ser la reina de alguien porque estoy seguro de que a mi padre le ofendería mucho que se desprecie a mi madre. 

     El silencio que siguió a su declaración dejó al hombre en silencio y a Ibrahim profundamente ofendido. 

—Nunca he querido ofender a la reina —dijo justificándose—. Guardo un profundo respeto por ella, no así por la reina de otro y mucho menos espero que usted tome por esposa a cualquiera. 

—A mi esposa, la elijo yo y solo yo —dijo Ibrahim con los dientes apretados—. Ni siquiera mi padre se mete en mis asuntos y estoy completamente seguro de que no le importaría jamás la nacionalidad o estatus de mi esposa. Ahora haz lo que te pedí, quiero el número de Melina Hadworf ya mismo. 

    El auto se detuvo en ese momento antes de que la puerta fuera abierta y él bajara rumbo a la entrada del hotel donde vio a sus padres.

    El rey le saludó con amabilidad y su madre de dio un beso. 

—¿Qué hacen despiertos tan tarde? —preguntó mientras su madre le miraba—. No es normal verlos a esta hora. 

—Tu madre estaba con el pendiente de tu llegada —dijo el rey rodando los ojos—. Cree que eres su bebé. 

    Ibrahim hizo un amago de sonrisa al ver a su madre mirar a su papá con mirada atronadora. 

—Me gustaría hablar contigo… Con ustedes —dijo a su padre—. Si es posible hoy mismo. 

    Lo vio fruncir el ceño y este asintió. 

—Te esperamos en la habitación —dijo su padre.  

    Ambos se dieron la vuelta después de decir algo a Hassan quien a pesar de ya no ser el guardaespaldas de su padre seguía siendo uno de los mejores amigos de este y a quien más confianza le tenía. 

    Vio a sus padres caminar por el pasillo seguido de su seguridad mientras él iba detrás después de enviar un mensaje a su amigo para que le esperara unos minutos en su habitación en lo que hablaba con sus padres.   

     Siguió su camino a un lado de Hassan que en silencio caminó. 

    Ibrahim se giró de pronto para ver a su guardaespaldas. 

—Voy a ir solo —dijo mirándolo—. Permanece aquí. 

—Pero debo ir a su…

—El príncipe ha dado una orden —dijo Hassan—. Y sus órdenes se atienden de inmediato. 

    Ambos hombres vieron al sujeto tensar la mandíbula pero obedecer y después cada uno tomó un rumbo diferente. 

    Ibrahim estuvo en un abrir y cerrar de ojos frente a sus padres.

    Tenía una tregua con su padre, quien cansado de sus andanzas lo había amenazado pero también le seguía preocupando el hecho de que si lo enojaba probablemente terminaría presionando de nuevo. 

     El rey abrió la puerta dando paso a su primogénito y este le miró y después a su madre que permanecía sentada en la cama. 

—Y bien —dijo su padre. 

—Quiero que me quiten a Crowell de jefe de seguridad —dijo con resolución. 

    Su padre frunció el ceño pero él no pensaba dar marcha atrás. 

—¿Y cuál es la razón? —preguntó.

—No confío en él —dijo con seguridad—. Constantemente se mete en mis asuntos personales y toma decisiones sin consultarme. 

—Bueno, Hassan era así —dijo su padre—. Se sienten niñeros. 

    Vio al rey sentarse a un costado de su madre. 

—¿Cuántas veces Hassan te dijo que mi madre no debía ser reina? —preguntó y de inmediato su padre se puso de pie. 

—¿Lo ha dicho? —preguntó. 

—Ha dicho que una modelo, una periodista, una chocolatera no son dignas de ser reina —dijo apretando los labios—. No es que tenga alguien pero me desagrada que toda la vida esté sobre mí y que además se tome atribuciones que no le corresponden. 

—Bien —dijo su padre—. Yo no voy a meterme en tus asuntos por ahora puesto que pareces haber cambiado y madurado un poco. No me molesta que te cases con quien te dé la gana siempre que sea buena chica. Eso solo vas a decidirlo tú. 

    Por primera vez en mucho tiempo Ibrahim sintió el respaldo de su padre. Siempre había creído que su padre no lo respaldaba pero desde hacía tiempo, con la madurez y cuando dejó sus berrinches, se dio cuenta de que su padre siempre estuvo de su lado. 

—¿Vas a cambiarme al custodio? —preguntó. 

—Eso lo puedes hacer tú —dijo él—. En dos meses serás el rey. 

—Papá —dijo Ibrahim—. No quiero casarme. 

—Dije que serás rey, no esposo —dijo mirándole—. Como tú, un día no quise ser rey, no quise casarme, no quise hijos, pero llegó esa mujer que hoy es tu madre. Si no quieres boda pues serás rey solo sin consorte y punto, si no hay herederos tus hermanos pueden hacerlo, no sé por qué te complicas la vida. 

    Ibrahim se acercó a su padre para darle un abrazo, de esos que hacía tantos años no le daba en agradecimiento. 

    Le dio un beso a su madre y salió de ahí encontrando a Hassan, este le dio un papel, cuando lo abrió supo que era el número de ella. Le dio la orden a Hassan de remover a su custodio y sin más fue a su habitación donde aún no encontró a su amigo. 

    Se quitó la chaqueta y la pajarita antes de mirar el número telefónico y agregarlo. 

    Le escribió un mensaje tratando de conseguir una cita con ella al día siguiente, si bien necesitaba conocerla un poco, debía admitir que la chica le intrigaba y mucho.

    Envió el mensaje con la invitación y después se dejó caer en la cama.

    Después de muchos años a su mente llegó el rostro de Elnaz. 

    Dio un suspiro sin entender por qué ahora, tanto años después la recordaba, porque Melina se la había traído de vuelta. 

    Se puso de pie y sacó su billetera abriéndola de inmediato. 

    Detrás de la foto de sus padres aún conservaba la vieja foto de ellos juntos en algún paseo a escondidas. Se acercó a la ventanilla y miró hacia afuera, preguntándose si ella ya se habría casado, si tendría hijos, se vio preguntándose qué hubiera pasado si hubiera vuelto. 

—Veo que estás muy ocupado —dijo la voz de su amigo y de inmediato se vio guardando la foto—. ¿En qué o en quien piensas?

     Hubo un silencio prolongado antes de que hablara. 

—Recordaba a Elnaz —dijo y su amigo rodó los ojos—. Me preguntaba, si ya se casaría, cuánto podría haber cambiado. 

—Que importa lo que haya sido de ella —dijo su amigo—. No olvides que nunca quisiste nada serio con ella y perdóname que te lo diga pero nunca me pareció tan bonita, transpiraba pobreza y su rostro no era tan bello, siendo honesto creo que hiciste bien en abandonarla, en tu país, en el de tus tíos hay chicas lindas, muy lindas. 

—Tienes razón, no sé ni porque estoy lamentándome por ella —dijo Ibrahim—. Fue hace mucho, seguramente ahora ya es una mujer casada y ni siquiera se debe acordar de mí. No voy a negar que hay momentos en que me remuerde un poco la conciencia por haberla dejado sin explicación pero también he pensado que fue mejor así, ella debe ser feliz ahora. 

—Así se habla —dijo Ralph—. Eres mi amigo y no me gustaría verte recordar tonterías de juventud. 

    El príncipe se quedó callado unos segundos antes de recordar las veces que había hablado con ella, lo que habían compartido juntos, por alguna razón después de tanto años ella estaba ahí en su memoria. Sentía incluso una molestia en el pecho que no sabía a qué atribuirlo. 

—Esa mujer, Melina, la castaña —dijo mientras Ralph asentía—. Me hizo recordarla. 

—¿En serio? —preguntó—. Yo no hablé con ella pero debo admitir que al final de la noche quise hacerlo, no lo hice porque esas mujeres como ella me dan un poco de flojera, ya sabes, van con la bandera de intocables y me aburren un poco. 

—Mas te vale que no te acerques, repito, no me gustaría pelear contigo —dijo Ibrahim haciendo reír a su amigo—. Eres como mi hermano, pero la acabo de invitar a salir, mejor aléjate. 

    Su amigo sonrió y se acercó a la pequeña cava dentro de la habitación para servirse un trago. 

—¿Qué harás con Zohre? —preguntó—. Creí que tenían una relación. 

—Creíste mal —dijo Ibrahim—. Salimos una que otra vez pero nada más, no ha pasado nada, me aburrí. 

—Como siempre —dijo su amigo—. Aunque no te culpo, esa mujer es capaz de aburrir a un país entero. 

     El príncipe pensaba responder pero la puerta fue abierta de golpe por sus padres que le miraron ofendidos y conmocionados. 

—Me puedes explicar, ¿qué demonios es esto? —dijo el rey lanzando el celular sobre su hijo. 

    En él había fotos de esa misma noche con Melina en el balcón. 

—Lo de siempre, me ven con una mujer y ya asumen que estoy a un pie del altar —dijo Ibrahim. 

—¿Y esto? —dijo su madre pasando las fotos mientras él miraba a Melina abrazando a un niño con el encabezado de la revista digital que lo involucraba...

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