Capítulo 59
Con el pasar de los días Ibrahim se vio cada vez más acorralado, en primera por los proveedores quienes estaban asfixiándolo tras la evidente bancarrota.
Llamaban a todas horas exigiendo el pago y aunque su madre estaba aportando todo su dinero, resultaba insuficiente.
Eran sus tíos quienes ayudaban poniendo su palabra y bienes para ganar prórrogas; no obstante, cada vez se le cerraban más las puertas, aunado a que recibía amenazas de muerte todo el tiempo. Más de una vez se vio agobiado por esas mujeres que habían sido expuestas por su culpa.
Incluso se vio seguro de que ahora la madre de su hijo lo odiaba más, una de esas infidelidades había ocurrido en las fechas en que él era su novio, por supuesto ocurrió al principio cuando aún no estaba enamorado de ella pero sabía que Elnaz no lo vería así; al contrario, estaba segura de que le odiaba aún más.
Nadie quería invertir en el rescate de sus hoteles, más de uno le había retirado su apoyo, perdía el control de su propio parlamento y poco a poco se sentía sin salida.
Dejó caer la cabeza sobre el escritorio y suspiró cansado.
Llevaba días sin dormir, sin comer bien y sentía que no podía más.
La soledad y el agobio lo estaba llevando al límite. Más aún cuando no sabía nada de ella ni de su hijo.
Miles de cosas ocurrían a su alrededor, sus tíos buscaban a Izad y Ava de quién ya le habían contado, al menos a él, porque el rey seguía ignorante.
No estaba tan al tanto de eso puesto que se estaba enfocando en sus negocios, el país, encontrar a su hijo y a Elnaz. Tenía tantas cosas que prefería que sus tíos se ocuparan de esos dos y Ralph.
Por su parte había vuelto a su país donde tenía que tomar el rol de su padre mientras estaba en cama, aún así seguía perseguido por proveedores quienes interpretaban su salida como una negativa de pago, tenía que lidiar con las amenazas, con las mujeres tratando de ventilar cualquier cosa si él no reparaba el daño.
El acoso de todo mundo incluso de la prensa y de sus enemigos lo tenía al borde del colapso.
Miró el vaso de cristal con el líquido ámbar y lo bebió de golpe al mismo tiempo que Hassan entraba al despacho.
—Un rey no bebe antes de ver a su pueblo —dijo e Ibrahim levantó la vista.
—Yo no soy rey —dijo y Hassan sonrió.
—Es hora de salir —dijo el hombre—. Es hora de abrir las festividades. Un mundo de gente espera afuera por su gobernante, solo sal y dales la seguridad de que todo estará bien.
Se levantó y se colocó la corona antes de salir con Hassan detrás de él.
Ambos caminaron por el pasillo del palacio frente a la vista del servicio que se inclinó y frente a sus hermanos que hicieron la venia.
Salieron al jardín y respiró cuando las puertas fueron abiertas para iniciar su camino a la explanada.
El auto descubierto estaba ahí, por lo que se montó y tomó su lugar no sin antes mirar al palacio donde sus hermanos le despedían.
Estaba nervioso, aquel acontecimiento era propio de cada año, pero eran sus padres quienes lo presidían, eran ellos quienes enfrentaban los kilómetros rodeados de gente esperando ver a la pareja real.
No había salido desde que todo el escándalo se había desatado pero esperaba librar bien aquella ceremonia.
—Tranquilo —dijo su guardaespaldas—. Es tu pueblo, no temas.
El sendero adornado empezaba, lo que significaba que la gente empezaría, así que respiró, se ajustó la corona y sin más, avanzó.
Compuso una sonrisa que se borró cuando la gente empezó los abucheos, insultos y los gritos de «¡Fuera!»
Hassan tomó su auricular y alertó a seguridad estar al pendiente por la vida del príncipe.
La gente gritaba e intentaba saltar las vallas abucheando y mostrando su repudio al heredero y próximo rey.
Aquello supuso un golpe al corazón de Ibrahim quien estaba acostumbrado a las muestras de amor a sus padres, a la familia real.
Avanzó hasta el estrado dónde la gente gritaba aún más fuerte sus consignas. Frases como: «¡no eres mi rey!» «¡fuera!» llenaban el espacio asestando un duro golpe a Ibrahim que jamás creyó que aquellos a los que un día debía gobernar mostrarán su repudio.
—Buenas tardes —dijo pero solo recibió gritos e insultos.
La gente comenzó a lanzar cualquier cosa para evitar que siguiera ahí parado y para que se fuera.
Los dejó gritar y finalmente bajó las escaleras y subió al auto.
—Ibrahim, no puedes hacer eso —dijo Hassan—. ¡Vuelve arriba!
—A casa —dijo mientras recibía la mirada de su guardaespaldas—. ¿¡No me has escuchado!? ¡Dije que a casa!
Las emociones lo rebasaron y mientras se sentó en el auto llevando sus manos a la cabeza en frustración.
Todo el camino fue seguido de cerca por la prensa y apenas cruzó la puerta de palacio pidió que detuvieran el auto y fue dentro de su casa.
Encontró a sus hermanos sentados mirando la televisión donde en vivo podía verse el repudio de la gente, los destrozos por una tradición tan bella tras su partida del lugar.
Ibrahim sintió las miradas de lástima y fue hasta su estudio dónde permaneció encerrado.
Estaba a punto del colapso, las llamadas, las amenazas de esposos ofendidos, las mujeres despechadas, Elnaz, su hijo y el repudio de su gente lo hizo tocar fondo.
Abrió el cajón que tenía a su lado derecho y sacó la pistola que su padre guardaba dentro.
Revisó que estuviera cargada y miró al frente.
Estaba en un punto donde no podía más, donde el agobio era tal que ni siquiera dormía ni tenía paz. Se sentía en un punto donde no valía nada.
Llevó el arma a su boca y quitó el seguro mientras pensaba en que la que más sufriría era su madre.
—¿Qué haces? ¿Así es como te rindes? —dijo su tío Vlad desde la entrada.
—No puedo más —confesó rendido—. Ya no puedo.
Soltó a llorar mientras pensaba en todos sus problemas.
Vladimir se acercó y arrebató el arma de un solo tirón mientras se sentaba frente a él.
—Los problemas económicos se resolverán tarde o temprano —dijo con seguridad—. El escándalo pasará cuando haya uno nuevo. Tu hijo crecerá y eventualmente podrás verlo, de lejos o de cerca, el pueblo se calmará, pero si te vas, te llevarás a tu familia contigo. Mi hermana no podrá con eso, tú padre no podrá soportarlo.
Ibrahim levantó la vista con los ojos llorosos y miró a su tío
—No sé qué me tiene así —dijo mirando a su padre—. Creo que ni siquiera es todo esto.
—Es por ella —dijo con una media sonrisa.
—Llevo días pensando en esto —dijo Ibrahim—. No sé cómo acercarme, qué decirle, cómo expresar que estoy arrepentido; no sé qué hacer para redimirme frente a una mujer que me odia.
—Ella no te odia —dijo Vlad—. Te quiere tanto y le duele tanto que solo sabe sacar su dolor así. No sé si algún día pueda perdonarte, no sé si ella te deje acercarte una vez más, lo que sí sé es cómo te sientes, conozco la sensación de estar muerto en vida, de saber que perdiste aquello que adoraban, sé lo que se siente saber que no hay más después de ella.
Ibrahim miró a su tío que tenía los ojos llorosos.
—Lo intenté tres veces —dijo con una sonrisa triste—. Lo hice porque creí que nunca dejaría de doler, porque creí que Angeline nunca sería para mí y la sola idea dolía mucho, tanto que uno simplemente no quiere sentirlo más, un día sentí tanto dolor que dejó de importarme todo, incluso mis hermanos.
—Así me siento —confesó—. Siento que no voy a tenerla nunca más.
—No sé si lo logres, pero quedándote aquí no vas a lograrlo —dijo Vlad—. Ve a demostrarle cuánto la quieres. No sé lo digas, tal vez sí, pero demuéstrale por qué debe elegirte una tercera vez, por qué eres tú el hombre que necesita. No importa cuántas veces lo intentes, si toca arrastrarte, es lo que toca. Si crees que ella lo vale. Melina es muy rencorosa y no la culpo, pero debes saber que si crees que lo vale, entonces hay que luchar. Una pistola, una bala en tu boca, no borrará el dolor. Piénsalo.
Se puso de pie llevando el arma con él mientras Ibrahim se quedaba pensando largo rato para finalmente levantarse y salir del despacho a gritos pidiendo su equipaje.
*****
—¿Cómo te sientes? —preguntó Melina a su hijo.
—¿Cómo te sientes tú? —preguntó el niño.
—Me siento bien —dijo ella.
—Aún tengo miedo —confesó el niño—. Me da miedo que él venga por mí. No quiero que él venga por mí.
—No lo hará —dijo tranquilizándolo—. Somos tú y yo como siempre.
El pequeño Will sonrió y miró a su madre con agradecimiento.
—Yo debo salir unos instantes ahora, pero tal vez podamos ir por la tarde al cine —dijo alegrando los ojos de su hijo.
Lo vio aplaudir y sonreír emocionado.
—¿Puedo ir con Peyton a la farmacia? —preguntó—. ¿Puedo comprar algo?
—Tal vez se lo dejas encargar —respondió.
—Bien —dijo compungido.
Melina le dio un beso y salió de ahí hacia la planta baja seguida de un Will que vio a Sam y la tomó de la mano.
Los vio ir al jardín mientras Parker entraba a la casa.
—¿Cómo estás? —preguntó.
—Estoy bien —dijo con una media sonrisa.
—Te quiero —dijo Parker—. ¿Has visto a mi esposa?
—No, no la he visto —dijo divertida—. Debe andar por ahí buscando un amante.
—Le he escrito, no me ha respondido pero vio el mensaje —dijo con el ceño fruncido.
—¿Quieres que la busque? —preguntó.
—¡Amor! —dijo Perséfone desde la entrada con una sonrisa.
—¿Dónde estabas? —inquirió.
—Con Travis —dijo con una sonrisa—. Tenía cólicos y estuvo llorando toda la mañana.
—Ya, me había preocupado —confesó—. Siempre respondes.
—Lo siento, es que no dejaba de llorar —dijo Perse.
Fue abrazada por su esposo que parecía recuperar el semblante al verla. Melina se dio cuenta de que toda su cordura pendía de la seguridad de ella.
Los vio irse olvidando que ella estaba ahí y mientras caminó a la entrada donde de inmediato lo vio.
En la entrada, Ibrahim Hâbbar esperaba para hablar con ella e intentaba pasar la seguridad.
Se acercó e hizo una seña para que lo dejarán pasar, así que lo vio correr desde la reja a la entrada.
Atravesó la puerta que Parker había dejado abierta y la miró.
A Melina no le pasó desapercibido el aspecto descuidado, más flaco, las ojeras y la barba poco cuidada.
—¿Ya te sientes mejor? —preguntó tratando de que no sonará a reclamo—. Lo has logrado. Estoy arruinado, con un sin fin de problemas en los que no puedo ni ayudar a mi padre porque mi propio pueblo me odia, tengo esposos molestos, mujeres ofendidas. En fin, todo, pero no me importa nada de eso. Solo quiero que me digas si eso te dio paz.
Ella se quedó callada, observando al hombre que quería y odiaba a partes iguales.
—Me dolió perder mi dinero, el trabajo de años, me dolió que se expusiera a gente que prometí guardar el secreto, me dolió saber que me he granjeado amigos, me dolió el rechazo de mi gente —dijo e hizo una pausa—, pero me está matando no verlos a ustedes. Me tiene enfermo pensar que nunca más voy a poder estar contigo. Me tiene muy mal imaginar que mi hijo me odie toda la vida. No puedo más con eso.
Se acercó hasta ella que solo le miraba...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top