Capítulo 3
Melina sonrió al recordar a Parker, preguntándose qué hubiera sido de ella si esa noche él no hubiera llegado en su rescate.
Ella le amaba por eso y porque tenía un instinto sobreprotector que era admirable. Confiaba en la lealtad de los que amaba y ella jamás le iba a defraudar, estaba completamente segura.
Recordó sus palabras aquella noche después de verla con el bebé.
«El chico bastante joven aunque mayor que ella se acercó hasta donde estaba y Elnaz terminó retrocediendo de miedo.
—No te haré daño —dijo con una media sonrisa antes de ver al pequeño.
Se acercó pero Elnaz se apresuró a proteger a su hijo.
—¿Quieres venir conmigo? —preguntó mirándola—. Al menos habrá comida y un lugar seguro donde podrás dormir y atender a tu bebé
—Me harás daño —dijo con los ojos llorosos —dijo ella insegura.
—No —dijo él con una sonrisa—. Vivo con amigos, son buenos y nos ayudamos con las cosas y los alimentos.
Ella le observó, no estaba mal vestido, más bien, se veía decente así que con riesgo a que algo saliera mal tomó su mano y dejó que la guiara.
—Me llamo Parker —dijo él.
—Yo me llamo Elnaz —dijo y él frunció el ceño.
—¿Eres musulmana? —preguntó y ella asintió—. Hablas mi idioma.
—Lo aprendí hace mucho —dijo y él movió la cabeza afirmando.
—¿Qué edad tienes? —preguntó mientras caminaba a su lado y se quitaba la chaqueta para dársela.
—Diecisiete —respondió.
Hubo un silencio en el que él solo la miro.
—Yo tengo casi 20 —dijo y ella sonrió—. Vamos a darnos prisa, seguro Hurs ya hizo la cena».
Melina sonrió al recordar el encuentro de los ases, tal como ella los llamó. El as de picas, el as de corazones, el as de trébol y el as de diamantes.
«—Pasa —dijo Parker—. No tengas miedo, son feos pero de buen corazón.
Ella sonrió y más a ver a tres tipos enormes mirarla con atención.
—Ella es Elnaz —dijo Parker—. Nuestra chica, no se pasen de listos, se quedará con nosotros y ese es su bebé. ¿Cómo se llama?
—No lo sé —dijo ella—. No lo he registrado.
Los cuatro abrieron los ojos.
—Por Dios, eres una niña —dijo uno de ellos—. ¿Qué edad tienes?
—Diecisiete —dijo y los tres abrieron los ojos.
—Bueno, luces más pequeña —dijo el de los ojos color verde—. Yo soy Maddox. Esta cosa se llama Maximilian y esa mole de allá es Hurs.
—¡Por los ojitos del borrego! —dijo el de los tatuajes—. Bienvenida reina. Es pequeño pero cabemos y es lo que podemos pagar de momento. Todos ayudamos aquí, limpiamos, cocinamos, ya sabes, trabajamos y hacemos de todo.
—Gracias —dijo apretando a su hijo—. Voy a ayudar en todo.
—¿Sabes cocinar? —preguntó Maddox y ella afirmó.
—Gracias al cielo —dijo mientras Hurs hacía un gesto de desagrado—. Hurs va a envenenarme un día con sus guisos. ¿Puedes encargarte de eso? Hagamos un trato, apiadate de un hombre que va a morir a manos de su amigo. Si tú te quedas aquí, podrás cuidar de tu hijo, nosotros traemos dinero y nos ayudas con la casa.
—Está bien —dijo ella completamente agradecida.
—No se diga más, así es como se hacen los negocios —dijo Maddox.
—Solo hay tres habitaciones —dijo Hurs—. Puedes dormir en una, ahí donde Parker duerme.
Ella se tensó al escucharle.
—Sí —dijo Parker—. Yo puedo ir a dormir con Hurs, para que tú y tu hijo estén cómodos.
De nuevo agradeció y se dejó guiar a la mesa donde le sirvieron algo de cenar.
Sabía raro pero a nada, se dijo. Recibió la leche y bebió.
Se alimentó bien y después recibió un poco de ropa.
—Es nuestra pero no hay chicas aquí, de algo te servirá —dijo Max—. Puedes bañarte allá, hay agua caliente, no hay calentador pero la estufa hace lo suyo en este frío.
—Gracias —dijo de nuevo.
Obedeció y se metió a la habitación desvistiendo a su bebé y llevándolo con ella al baño».
Ella sonrió recordando que a partir de ahí no hubo vuelta atrás con ellos, eran graciosos y buenos chicos.
Solían llevar juguetes a veces para el bebé, biberones y cualquier cosa para su hijo.
Era como si tuviera cuatro padres. Ella limpiaba y administraba cada moneda que le daban para comprar e invertir en la casa.
Les contó su historia con Ralph, lo que le había pasado en su intento de huir y cada cosa que había vivido.
Ellos contaron su historia a excepción de Max que solo dio pequeños bosquejos.
Pronto entre ellos se hijo la amistad que hoy prevalecía y fue así como ellos le llamaron Melina, Meli la reina y consiguieron sus documentos para que pudiera registrar a su hijo.
Escuchó el anuncio para abordar el avión y así lo hizo. El corazón le latía fuerte de recordar con rabia todo.
Se acomodó en el asiento y después se durmió.
Cuando despertó ya estaba ahí con el sol en todo su esplendor, dispuesta a iniciar su venganza.
Miró la invitación falsa que llevaba y en cuanto bajó del avión y fue hacia el hotel donde debía hospedarse supo que no había vuelta atrás.
Pasó el día mirándose al espejo. Ya no era Elnaz y esa noche también era la noche de Yalda, la misma que inició todo. Esa noche era especial para ella.
Abrió su maleta y miró un libro de poemas, así que solicitó la sandía y granadas a la recepción para comer como cada año. El ritual que sus amigos respetaban.
Pasó el día encerrada y envío mensajes a sus amigos para reportarse y en la noche se vio festejando sola, atrás quedaron las noches en familia. Quizás sus padres la extrañaban, se dijo, quería pensar eso, pero a la vez temía tanto estar tan cerca del país que la vio nacer y donde aún quedaban muchas cosas que avanzar en materia de equidad.
Se durmió cuando vio el alba despuntar sabiendo que había llegado el gran día.
Ella solo debía verlo dijo, tantear el terreno que pisaba y más aún ahora que sabía todo, quería saber si la reconocía.
Se bañó, preparó el mejor maquillaje, el mejor vestuario, todo, absolutamente todo para salir de ahí en punto a la hora y llegar al evento.
Tomó el servicio de llevadas del hotel y cuando estuvo frente al majestuoso imperio se bajó con la seguridad de una reina.
Caminó por la alfombra y fue hacia la entrada con la seguridad que no sentía.
Entregó la invitación y después de que la revisaran con ojo crítico finalmente la dejaron pasar.
Dentro se fijó en toda la gente que había, sin duda se rodeaba de los mejores, pero ella estaba ahí para encontrarlo. Ralph Sorel tenía que estar en ese sitio, después de todo había leído su nombre en la lista como anfitrión.
Ibrahim Hâbbar atendía con fastidio a la gente que se acercaba a saludarlo como si él fuera el anfitrión del evento.
—Hombre que aburrido eres —dijo su amigo Ralph—. Debería darte vergüenza que un príncipe que está a nada de ser rey parezca aburrido de su vida.
—Es porque estoy aburrido de la vida —respondió con seguridad—. ¿Los Sorel no se aburren? ¿Son tan perfectos?
Ralph Sorel sonrió divertido.
—No, no nos aburrimos —dijo con una sonrisa.
—¿Conoces a la chica que acaba de llegar? —inquirió Ibrahim.
—¿Es que no vas a cambiar nunca? —preguntó.
—No —dijo divertido—. No soy el mocoso de antes, pero tampoco soy ciego, la chica es preciosa.
Ralph Sorel miró a la entrada donde una castaña preciosa entraba sosteniendo su bolso y mirando alrededor.
—No —dijo frunciendo el ceño—. No la conozco o tal vez sí pero no la recuerdo. Voy a preguntar.
Se desapareció unos instantes para poder estar al tanto.
Fue hacia su seguridad y pidió que investigaran quién era.
Volvió junto a su amigo.
—En un momento me tiene la información —dijo divertido al ver que su amigo no apartaba la vista de ella.
—Es hermosa —dijo Ibrahim.
—No es tanto mi tipo —dijo él—. Demasiado altiva, soy un chico tradicional, me gustan las chicas que no replican.
—Ya no hay de esas —dijo Ibrahim.
—No pierdo la esperanza —respondió—. Hemos sido amigos desde hace muchos años y siempre hemos tenido gustos parecidos pero con ella difiero.
—No tiene que gustarnos a ambos —dijo su amigo—. No me gustaría tener una pelea contigo por una mujer. Eres mi mejor amigo.
Ralph sonrió.
—Por cierto, ¿dónde están Radar y Hammid? —preguntó.
—Mis hermanos deben andar por ahí dando vida de príncipes —dijo con fastidio.
—Bueno, desventajas de ser el mayor —dijo Ralph.
—No empieces, no quiero pelear contigo —dijo Ibrahim.
—Dijiste que no pelearías conmigo —replicó.
—Por una chica —añadió el príncipe.
Ralph soltó una carcajada mientras lo veía seguir con la vista a la mujer que parecía buscar a alguien.
Uno de sus elementos de seguridad se acercó entregando un documento.
—Melina Hadworf —dijo Ralph frunciendo el ceño—. Carajo, no la recuerdo, debe ser amiga de mi madre.
—¿No es de por aquí? —preguntó Ibrahim con la vista clavada en ella.
—No —respondió su amigo—. Según mis fuentes, inglesa, soltera, sin novio, dueña de una estética, hija de Donald y Lucinda Hadworf. Hija única, heredera de algunas estéticas incluyendo una aquí en la ciudad, una en tu país, entre otras y con buena fortuna acumulada.
Ibrahim le miró con el ceño fruncido.
—¿Qué diablos hace una estilista en este lugar? —preguntó con intriga.
—No lo sé —dijo él—. No me interesa tampoco, seguro fue mi madre quien la invitó. Yo no la recuerdo, es obvio que no voy a su salón. Repito debe ser obra de mi madre.
Ibrahim enarcó una ceja.
—Parece buscar a alguien —dijo observándola rechazar a un sujeto que dijo algo.
—Quizás a mi madre —dijo Ralph—. No voy a dejar que ella haga la lista nunca más—. Aunque debo admitir que ya viéndola bien, sí es guapísima. Quizás te la robé. En fin te dejo, busca a tus hermanos.
Ibrahim sonrió y siguió esperando pero antes lanzó un resoplido.
Melina miraba alrededor del lugar pero entre tanta gente le resultaba difícil mirarlo.
Se había movido con sigilo por el salón y de pronto se escabulló hasta el comedor.
Recorrió discretamente fingiendo interés en la cubertería buscando su nombre entre los asientos.
Finalmente como era de esperarse estaba a la cabeza, lo que significaba que sí estaba ahí y no había enviado a un representante.
Se salió del comedor y volvió al salón con rapidez.
Se alejó en medio de la gente y buscó un lugar donde acomodarse para ver mejor.
Fue cerca de los templetes, buscando entre la gente y recibiendo una que otra copa mientras discretamente le buscaba.
Finalmente lo vio. Ralph cruzaba el salón y se había detenido a decirle algo a una mujer antes de que la viera sonreír.
Supuso que esa mujer era su madre.
En medio de aquel tumulto de gente vio a Ryan, el guardaespaldas y perro fiel de Ralph, estaba ahí acercándose a su Amo y diciendo algo, al final también tenía algo preparado para él.
El estómago se le revolvió recordando que esas sonrisas antes la deshacían.
Ryan estaba más viejo, se veía el paso de los años por su cuerpo, su rostro y la maldad que rezumaba.
A Melina se le antojo sacar su arma y dispararles a quemarropa como los malditos que eran.
Se contuvo y relajó la mandíbula que le dolía ante la fuerza.
Lo vio ir por uno de los pasillos y no dudó moverse con tranquilidad y el porte de una reina para ir tras él, quería verlo cara a cara, quería saber cuánto recordaba de ella.
No lo encontró y se decidió a relajarse en el balcón y respirar.
—No te dejes llevar por el odio —dijo ella entre dientes—. Todo a su tiempo, Elnaz.
Pronto salió de ahí y siguió su camino hasta que lo vio en uno de los balcones mirando hacia afuera.
Se acercó hacia él.
—Buenas noches —dijo desde la entrada con el tono seguro que tanto practicó
Él se giró con calma y entonces ella le miró. Tenía frente a frente a Ralph Sorel, por fin...
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