Capítulo Único


Y esa tarde comprendí lo que mi padre me dijo una vez:

"Nadie te quiere por lo que eres, sino por lo que puedes darle."

Esas palabras resonaron en mi interior como una cacofonía dolorosamente cierta, carcomiéndome, cancerándome, destrozándome, porque la verdad dura de la realidad es aún más hiriente.

Me mire una vez más al espejo sin creer del todo que aquel que me devolvía la mirada era yo. El traje blanco lucia impecable, sin duda madre se esforzó en su elección. La emblemática espada de la Casa Bielefeld descansaba en mi costado izquierdo como muestra de mi linaje, no era la misma que me acompañaba en cada aventura, no, mi inseparable amiga seguramente ahora se encontraba resguardada en algún baúl que igual a muchas de mis pertenencias serían enviadas conmigo. Esta que ahora sujeto con fuerza intentando suprimir parte de mi coraje y dolencia es la misma que porto mi padre el día de su ascensión como cabeza de los Bielefeld, la que porto antes que él mi abuelo y bisabuelo en cada evento diplomático. Una espada sin filo, un arma decorativa que al igual que yo solo tiene un propósito, dejar ver el estatus de quien la lleva.

Quiero creer que hay un mejor futuro, que cuanto ocurre es para bien de todos, sin embargo, es difícil aceptarlo como cierto cuando te separan de aquellos a los que amas. Cuando eres arrancado por la fuerza y sin miramientos de la tierra en donde has echado raíces.

El tiempo ha sido malo, al menos con migo.

Cuando mi progenitor estaba aún vivo siempre tenía una palabra hiriente, un deseo malsano para mi persona, las marcas en mi alma, que son en muchos sentidos más profunas que las del cuerpo, así lo confirman. Ahora con más sabiduría que sólo los años pueden traer, veo su intención de hacerme ver que la vida es cruel y dolorosa. Si no tienes sueños o esperanzas nadie podrá lastimarte al truncarlos o pisotearlos. Tan tonto de mí, que en mi inexperiencia y necedad me deje embaucar por un par de ojos negros, esos ópalos que tan vehementemente deseaba me miraran a mí a pesar de saber que nunca seria. Enarbole ideales de poseer aquello que desde siempre se me negó; una familia.

Tocan suavemente a la puerta y tan metido como estaba en mis pensamientos apenas logro dejar salir un le consentimiento de entrada, de antemano se de quien se trata.

Conrad me mira con algo de lastima. Sé que esta apesadumbrado y se siente culpable. No tiene porque, nada de lo que está por ocurrir es su culpa. Le sonrió y por primera vez en décadas le regalo un abrazo al tiempo en que le aseguro que estaré bien. El solo asiente e intenta tranquilizar su respiración antes de doblegarse y empezar a llorar, no es escandaloso, ni siquiera notorio. Su dolor es igual a todo en él, tan sutil y disimulado. Las gotas saladas que ruedan por su rostro lo hacen despacio, como si temieran asomarse al mundo solo para recorrer el camino que la tristeza le marca al olvido. Mis pulgares las limpian antes de girar rumbo a la puerta. Es hora. Los dos salimos de la habitación. Gwenldal que espera al final del pasillo me mira de reojo. No lo demostrara tan abiertamente como Coni-chan, pero también está triste y sufre por la impotencia y el coraje.

-Esto no es una sentencia de muerte, el que este un poco lejos no significa que no podamos vernos -digo mientras de forma juguetona me cuelgo de su musculoso brazo; décadas han pasado desde la última vez que desvergonzadamente me columpie de esa manera.

Salimos del Pacto de Sangre con el sol pasando casi el cenit. Los caballos en el patio están dispuestos y cada uno de mis hermanos apenas montar toma su lugar a mis costados. El trayecto es tan corto, ¿siempre fue tan corto?

En cada ocasión que recorrí ese mismo sendero pareció tan largo, tan extenuante. Hoy que parece ser la única excusa para retrasar lo inevitable se siente como apenas un suspiro, porque en menos de lo deseado estoy a las puertas de mi ruina.

-Si yo hubiera elegido esposo... -levanto un poco la nariz en forma altanera, ellos deben saber el gran esfuerzo de poner frente a mi dolor esta mascara de arrogancia. -Sería tan fuerte y gallardo como mi hermano mayor, y noble y dulce como mi Coni-chan.

Los dos me miran sorprendidos, luego esa mueca se trasforma en una leve sonrisa resignada. Ahora las cosas están bien, la tención ha desaparecido y los puedo abrazar en la forma correcta, la de una despedida.

Ellos se quedan a la puerta del templo de Shinou, me miran y suspiran, en sus miradas noto el anhelo de decir algo más, de no dejarme ir sin antes gritar todos los sentimientos que guardan, les regalo la última sonrisa y ellos me devuelven el gesto; parecen entender que no hay arrepentimientos, entre Conrad, Gwenldal y Wolfram están demás el gracias y lo siento, después de todo somos hermanos.

Con forme paso el vestíbulo y la gran cámara ceremonial se abre ante mí, siento las piernas temblarme, pero llegado el momento camino sin titubear hacia el altar.

Él, quien será mi esposo, me está mirando, en sus ojos puedo notar ese brillo que en antaño tanto desprecie, ese que me hace sentir como un trofeo, un ornamento el cual lucir a la vista de todos, igual a la espada enjoyada sujeta al cinto de mi cintura.

Los sacerdotes de ambas naciones se miran, Ulrike cede el turno al visitante, no sin antes lanzarme una mirada culposa al no poder ayudarme a escapar. El sacerdote por otro lado me sonríe, como si frente a él hubiera sido colocada la perla más brillante, el diamante más raro. Una tras otra las palabras que conforman la liturgia de unión hacen eco en mis oídos y por un instante vacilo en responder cuando llega mi turno de consentir este matrimonio.

Por instinto me giro en busca de apoyo. Mi tío observa desde uno de los puestos más cercanos, menea la cabeza en forma afirmativa y yo hago lo mismo imitándolo, con un quedo. -Sí - selló mi destino.

Bajo la cabeza, ya no estoy seguro de aguantar más tiempo. Mi adorada niña, Greta, se acerca con flores en las manos y llanto amargo en los ojos. No pude, ni está en la obligación de disimular sus sentimientos. Aun así, lo que ella dice me sorprende.

-Que seas muy feliz Wolf. Siempre serás mi adorado padre.

Me abraza con cariño y sentimiento, le correspondo deseando alargar el momento lo más posible, nunca la volveré a ver. La he perdido, igual a todo lo que una vez conocí y llamé hogar.

-Es hora. Te están esperando. -El hermano de mi padre, Waltorana me observa escrutador, sé que me quiere, que me protege, pero duele sentirse usado.

-Voy... - creo que conteste de mala forma porque él entrecierra los ojos en advertencia, aun así no me lo reprocha. No hoy, cuando a costa de mi propia existencia he logrado ganar un aliado poderoso y fiel a nuestro favor.

Suelto a mi pequeña, sus bracitos se aferran a mí y yo deseo tanto poder quedarme, me mira suplicante, no puedo hacer nada, no puedo quedarme, la suelto.

-No me voy para siempre, te prometo... -murmuró con la intención de consolarla.

-No hagas promesas que no cumplirás, -me interrumpe ella. Tiene razón, sólo sería una promesa vaga que a la larga terminará lastimando a ambos.

Ya sin nada que alegar me yergo mirando a la salida, hacia mi futuro. La luz del día se ha vuelto naranja, el final del día llega como mi vida en este hermoso reino.

Por entre la gente logro vislumbrar una mata de cabello negro que lucha por llegar hasta donde me encuentro, no le tomo importancia y sigo avanzando. El carruaje espera y él, mi conyugue, está ya con un pie dentro, me tiende la mano invitándome a tomarla y entrar de una vez. La acepto e inclino la cabeza para entrar.

-Wolfram... -lo escucho gritar, pero no quiero verlo. -Wolfram... espera no te vayas. Wolfram... -insiste.

La mirada colérica de mí ahora esposo me dice que mis deducciones no están erradas y que quien se encuentra detrás mío no es otro que el gran vigésimo séptimo Maou.

-Esto está mal, lo sabes. Podemos arreglar las cosas de otro modo, no es necesario que tú... -ahí termino el discurso de Yuuri. Mi marido, el dueño de mi ser, ha desenfundado su espada presto a degollar al enclenque rey de Shin Maokoku.

-Majestad. -Logro decir mientras una de mis manos intenta contener el arma blanca de mi conyugue. -Le ruego que no haga las cosas más difíciles. Los tratados de paz y los acuerdo de comercio ya han sido firmados y yo...

Una fuerte bofetada me ha volteado el rostro. Mi mano por instinto cubre la parte dolorida; el hilo de sangre que asoma por mis labios demuestra la fuerza del golpe que arranca una exclamación a casi todos los presentes. Gwenldal y Conrd con las manos aferradas al mago de las espadas apenas se contienen, mi madre ha desviado la mirada y mi tío parece no creer lo que ha visto.

-Maldito hijo de... -escucho decir a Yuuri con furia casi desatada, los mechones largos y esos ojos rasgados propios del Maou asoman, pero lo que más me sorprende es la mirada asesina en su gesto casi colérico.

-Rey Yuuri, ¡ESTO! -dijo mi marido tomando mi cara magullada para mostrársela a mi ex prometido. -Es culpa suya. Quiero que lo entienda bien; de ahora en adelante, él me pertenece.

La última frase la remarco con ojos entrecerrados y tono desafiante, casi denigrante.

-Les he concedido lo que han pedido; tienen en mí un amigo en caso de desastres, un buen colaborador en rutas comerciantes, y un excelente aliado en cuestiones velicas, pero eso se terminara si lo vuelvo a ver remotamente cerca de mi esposo, ¿ha entendido? -lo estaba diciendo muy enserio. -Ahora si me lo permite lo que más anhelo es volver a mi país-. Y yo temblé cuando se inclinó levemente hacia el Maou para susurrarle. - Después de todo tengo un flamante esposo nuevo del cual disfrutar.

Humillado, era poco a comparación de la vorágine que asaltaba mi alma, dañándome y abriendo laceraciones nuevas, pero debía acostumbrarme porque esta era mi nueva vida, la realidad de mi día a día a partir de hoy.

Un empujón algo brusco me introdujo de un sólo movimiento al carruaje. No quise ver la cara de lástima que Yuuri me estaría regalando y aunque odiara admitirlo, mi garganta reprimió un grito de auxilio.

Una vez dentro y con delicada elegancia limpie la sangre de mi rostro, si no podía oponerme a él, al menos no le daría el gusto de verme sometido.

Los caballos se pusieron en marcha, apreté los puños, no duraría vivo ni un mes si este era el trato que me esperaba en su compañía, sin embargo, soportaría con la mayor dignidad posible.

La noche con sus estelas ya caían, bellas y esplendorosas cual manto celestial. Él en ningún momento cambio de posición, se mantenía mirando por la ventana desde nuestra salida, ecuánime e imperturbable.

-¿Aun te duele? -pregunta con aire taciturno después de horas de silencio.

Levante una ceja antes de contestar. -¿y no debería? -sabía a lo que me exponía, sin embargo, mi orgullo era más fuerte.

-Lo siento. -Esta vez al disculparse sí me miraba.

Baje la cabeza al comprender, esto sería uno de esos círculos viciosos, te golpean, te lastima, luego se arrepienten, te piden disculpas, tú los perdonas, están bien por algún tiempo antes de repetir el ciclo.

-No importa -dije porque ya estaba harto, sería mejor si me acostumbraba rápido a la situación.

-¡Claro que importa! -grito dolido. -En serio, lo siento. Te prometo no volver a tocarte. De ninguna forma.

Lo mire con dureza, era claro que no le creía.

-Yo sólo... lo hice para que él sufriera.

Eso me dejo sorprendido y descolocado.

-El Maou. Él te ama. -me aseguró al tiempo en que acortaba distancias, se colocó justo a mi lado pero teniendo cuidado de no rozarme siquiera. - El día de la fiesta, cuando anulo el compromiso.

No entendía la relación entre el día de mi desgracia y el golpe en mi rostro, aun así suavice mi gesto darle confianza y que continuara.

-Yo estaba presente, observe todo, las reacciones de los demás, las de él mismo. Tú no eras feliz con él, y él aun sabiendo que tú eras la suya se rehusaba a decirlo. Alguien así no merece ser amado. Cuando supe que Lord Von Bielefeld anunciaba tu soltería y entrevistaba posibles candidatos no dude en postularme. Sé que no podré hacerte olvidar todo aquello que te ha dañado, pero si puedo ofrecerte la revancha, -y guardo silencio por unos minutos como si deseara darme tiempo a asimilar sus palabras, sus intenciones. - Hoy cuando se dio cuenta de su error quiso remediarlo. Lo odie. Su egoísmo no tiene límites, desea encadenarte a él sin una sola esperanza ni ilusión. Pero fue grandioso ver cómo, cuándo abordaste, cayó en la desesperación. Wolfram, tal vez no fue lo que deseabas, no es lo que tú querías, pero quiero que lo disfrutes, tu hija podrá verte siempre que lo desees al igual que tus hermanos, sin embargo tu tío y el rey...

No sabía que decir, sin duda era una muestra de afecto algo extraña, y en efecto algo dentro de mí se removió al ver el rostro de desesperación y dolor de Yuuri, pero, nunca podría disfrutar del sufrimiento de a quien ame.

La venganza es un plato que se sirve frio y a mí me lo habían dado caliente. Demasiado pronto para poder degustarlo con agrado. Aun así, sentía un suave calorcito reconfortante al saber que mis manos estaban limpias al igual que mi conciencia. Este hombre junto a mí, por voluntad propia estaba cargando con mi tormento y haciéndolo propio.

-Le escribiré a Greta dos veces por semana sin falta, continuare siendo un militar, porque ni loco me voy a quedar como princesa en un castillo sin hacer nada. Quiero una habitación propia hasta que me sienta cómodo con tu presencia y...

Enumere demandas esperando por ver su reacción, un sólo gesto que me dijera que mentía. El simplemente asintió a todo como un niño que sabe que ha hecho algo mal y busca ser perdonado.

-Espero que la próxima vez que decidas hacer algo tan estúpido como, torturar a alguien psicológicamente, esto no incluya un moretón en mi lindo rostro.

Él sonrió, sonrió de forma sincera al tiempo en que asentía con mayor vigor.

Yo aleje la mirada de su persona, estaba seguro que nunca llegaría a marlo, pero tal vez como amigo podía ser el primero en mi vida.

El destino era extraño e ínfimamente regular, igual que ese camino por el cual transitábamos, pero parecía que de alguna forma llegaría a un lugar cálido, y quien sabe, tal vez a un hogar.


Fin.

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