Un abrazo para el alma
Parpadeó intentando mirar hacia el frente, todo lo que veía estaba cubierto de negro, arrugó su ceño mientras intentaba entender lo que sucedía. Trató de dar un paso, pero, seguía en el mismo lugar, desconcertada intentó otra vez, mas sus piernas no obedecían, manteniendo su lugar.
Se estaba desesperando por cada segundo que pasaba, quería gritar, pero en el momento de abrir su boca para soltar la queja se dio cuenta de que no podía escuchar su voz. Ensanchó los ojos con temor, trató de sacudir sus brazos pero fue en vano cuando las extremidades superiores seguían flácidas en sus costados.
Parecía que había pasado horas en aquel lugar oscuro, el silencio y la calma solo provocaban que la sensación de pavor aumentara hasta sentir que estaba siendo asfixiada, sin embargo no había manos que estuvieran apretando su cuello, ni soga que obstruyera su respiración, la cual. se volvió errática.
Intentó cerrar los ojos y regular su respiración, en vano si el hecho de que su falta de aire se iba agravando con cada segundo.
Algo la obligó a abrir sus párpados.
Pero era mejor haber quedado ciega
Imágenes aparecieron en su panorama. Su confusión hizo presencia al ver destello de una infancia plagada de risas, de ser testigo del cariño de su padre y de las palabras de aliento y también bromas y abrazos. Por un momento pensó que su malestar anterior desaparecería mientras observaba aquellos momentos con cariño.
Que equivocada estuvo
Así como la felicidad llegó el ambiente se congeló.
Ya no era aquella casa en Siberia donde había sentido aquel sentimiento de amor fraternal.
Fragmentos efímeros comenzaron a surgir en su visión. Recuerdos de como vio morir ante ella a decenas de personas, de como la sangre caía sin cesar por la superficie rocosa como agua que desemboca en un río. Vio como eran empalados o incluso comidos sin poder hacer algún cambio.
No queriendo presenciar más aquellas escenas apartó la vista hacia el suelo, pero sus pupilas se ensancharon con gran fuerza ante lo que vio.
Sus propias manos cubiertas de aquel líquido carmesí
Dio dos pasos hacia atrás, si su mente registro el hecho de que podía mover su cuerpo no lo mostró, solo quería ahogar aquellos gritos de dolor que la atacaron de repente, sin embargo sus manos en sus oídos no hicieron mucho para aplacar su tormento.
"¡Asesina!"
"¡¿Por qué siquiera sigues viva?!"
"¡Alguien ayudame!"
"N-no quiero morir..."
—(Silencio...)—rechinó los dientes, las voces como si se burlaran de ella aumentaron en vez de detenerse. Kiana se estaba cansando, no creería poder resistir más tiempo aquel tormento.
Pero para alguien como Kiana lo que vería a continuación destruyó cualquier pensamiento de fuerza en ella.
—Kiana...—giró su cabeza hacia arriba, las lágrimas salieron sin poder controlarlas.
Frente a ella estaba llena de heridas y magulladuras su amada Raiden Mei, una sonrisa que hizo que su corazón se apretara con más dolor. Su cabello azabache y que llevaba de forma orgullosa en una cola de caballo estaba libre, el uniforme destrozado. En el centro de su torso una herida que abarcaba desde su hombro derecho hasta el costado izquierdo. La sangre no dejaba de escapar de ella.
—M-mei...—la sonrisa se amplió con mayor fuerza pero Kiana lo sabía mejor.
Ella no merecía aquel gesto de bondad.
La tensión se volvía cada vez más dolorosa, ojos azules miraron con culpa a aquellos amatistas
Cuando la albina iba a hablar no tuvo tiempo, a unos metros de Mei una sombra mayor se acercaba de forma peligrosa. Sintiendo las alarmas en su propia mente trató de obligar a su cuerpo a reaccionar e ir a salvarla. Pero su velocidad era deficiente, ni aún tratando de correr con todas sus fuerzas pudo alcanzarla. Portales con varias lanzas aparecieron a varios lados de la pelinegra, la ansiedad aumentó más en Kiana
—¡Meiiiii!—gritó impotente, la distancia aunque más corta no evitó que las lanzas se alinearan apuntando a la chica. Una sonrisa triste adornó el rostro de Mei.
—Lo siento Kiana...—y como el final de una obra cruel su cuerpo fue atravesado por la primera lanza delante de ella, y como si un interruptor hubiera sido encendido su cuerpo se convirtió en un alfiletero, el brillo en los orbes amatistas se perdió para siempre.
Kiana se congeló, las rodillas flaquearon, no sabía cuándo fue que sus hombros comenzaron a temblar, pero el movimiento mientras la antigua sensación de asfixia la volvió a invadir.
—Mei...—no escuchó respuesta, las lágrimas se intensificaron.
—Patetico, pero no esperaba mucho de mi vasija
Pasos resonaron en el lugar, su vista anteriormente en el cuerpo de Mei fue alzada donde vislumbró la figura de una mujer acercándose a ellas dos, era como ver una copia exacta de Kiana pero con los ojos dorados, ojos que miraban con fríaldad. La Kaslana entrecerró los ojos con furia.
Zafiro miró a dorado, la tensión entre los dos se volvía cada vez más agobiante.
Hasta que el dorado rompió el hielo al darle a los azules una mirada burlesca.
—No me mires de esa forma...cosechas lo que siembras.
Sus labios se curvearon en una sonrisa llena de crueldad.
—Después de todo tú fuiste la que la mataste.
De repente la visión se cortó, ojos azules se abrieron con fuerza. La mitad superior de su cuerpo se alzó donde podía sentir los latidos de su corazón errático, el aire abandonó sus pulmones mientras su boca se abría y cerraba tratando de conseguir un poco de la energía vital.
Pero todo fue en vano, todavía podía ver aquel rostro mirándola fijamente junto a aquella sonrisa enfermiza. Los cientos de cuerpos rodeando el panorama...
Y el cuerpo sin vida de Mei en el suelo
Sus hombros fueron tomados donde sintió el apretón fuerte en ellos. Ojos cyan la miraron con preocupación hacia ella.
—¡Kiana reacciona!
Pero aún con esto todavía seguía atrapada en el "sueño", reproduciendo como un disco rayado aquella escena trágica.
Su cuerpo fue inclinado hacia delante, brazos rodearon sus hombros para acercarla más, sus oídos captaron los latidos del corazón de la contraria.
—Todo ya pasó...—percibió los dedos acariciar lentamente y con suavidad las hebras blancas de su pelo, la acción ayudó a qué su respiración volviera a la normalidad—Ya no hay nada que temer...
Las lágrimas volvieron a salir de sus orbes azules, ocultó su cara en su pecho.
Fu Hua suspiró pero solo afianzó más su agarre mientras seguía acariciando su cabeza, en espera que los temblores se calmaran.
No tuvo que esperar mucho. Luego de cinco minutos los sollozos terminaron, ahora solo veía el suave y lento subir y bajar de pecho, indicando que se había dormido. Miró con suavidad a la chica menor al lado de ella.
Sabía el dolor que le había provocado la muerte de Raiden Mei a la siempre alegre Kiana Kaslana, de como su mundo se había derrumbado como una casa de naipe. Ella también le había dolido pero su dolor era minúsculo en comparación al de la albina.
Esta no era la primera vez que tenía terrores nocturnos relacionados con Mei, la primera vez en en el ala del hospital había dejado inconsciente a varios doctores mientras seguía atrapada en su pesadilla.
Afortunadamente Fu Hua parecía ser de las pocas sino la única que podía calmarla lo suficiente como para volver a dormir.
Acarició su mejilla derecha donde la menor de las dos ronroneó, una risa salió de Fu Hua. Le había hecho una promesa a Mei de proteger a Kiana, no importa si fuera algo mundano o algo tonto, ella estaría para Kiana así como lo estuvo Mei.
Sería un proceso largo para que la Kaslana se recupere de su profundo dolor. Pero ella esperaría.
Después de todo la paciencia es su mayor virtud.
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