Capítulo 4: Tinder

En el mundo en el que vivíamos, convivir y conocer personas era muy difícil. Si, de por sí, me complicaba socializar con las personas, en un tiempo en el que la gente se la pasaba pegada a un celular y sus redes sociales, todo se me hacía más complejo.

Podía ser que yo aun fuera joven, pero el mundo tecnológico no era lo mío. Si no eran aplicaciones para diseño de planos o cosas por el estilo, significaba que no las manejaba con gran habilidad, por lo que no se me ocurrió una mejor idea que ir con alguien más joven y que fuera de mi confianza.

—¿Nunca has usado Tinder? —me preguntó Emily.

—No, se me hace un poco raro conseguir una pareja así...

—¿Por qué? —cuestionó—. Es mucho más simple que andarlas buscando en la vida real.

Tal vez, en ese sentido, tenía algo de razón. Si no hubiera sido por la existencia de las aplicaciones de citas, hubiera perdido la esperanza de encontrar a una pareja para la boda en el momento en que me había llegado la invitación.

—Bueno, sí, pero le quita la emoción a conocerse... ¿no? —pregunté.

La verdad era que tampoco estaba muy segura de la gracia de la fase de conocer a una persona. Yo solo había tenido una relación romántica como tal y como había sido con un amigo que luego del tiempo comenzó a gustarme, había sido distinto a eso. Nunca había pasado por la fase de conocer a alguien para luego entablar una relación amorosa seria.

—No lo creo, todo lo contrario —respondió—. Te ayuda a no perder el tiempo. Si la persona simplemente no te agrada a través de internet, pues te evitas una cita en persona que podría salir muy mal.

—Si lo pones así...

—Bien, dame tu celular, Line.

En ese momento, Emily comenzó a mostrarme cómo funcionaba Tinder y resultó no ser tan terrible como pensé, pues tenía un diseño simple y funcional.

¿Qué tan difícil sería encontrar a un acompañante decente en todo ese tiempo?

[...]

—Dios, todos son unos cerdos —murmuré, mientras revisaba mis mensajes de Tinder.

Todos los hombres con los que me había puesto en contacto buscaban una mujer para coger y nada más y lo peor era que su forma de insinuarse era terriblemente desagradable.

—¿Qué haces perdiendo el tiempo, Blanc?

Me sobresalté al oír la voz de Nicholas atrás mío.

—¡Wilson! —exclamé, bloqueando la pantalla de mi teléfono—. ¿Qué haces aquí?

Ese día no lo había visto por ahí, solo había estado con los arquitectos, diseñando unos planos digitales. Aunque Nicholas andaba por ahí seguido, no iba todos los días y hacía casi una semana que no me lo topaba.

—Vine porque John me pidió ayuda con unos asuntos.

John era el arquitecto mayor y quien lideraba el proyecto.

—Ah, pues ve con él, debe estar en el estudio —le dije.

Yo estaba en mi momento de descanso, por lo que estaba en el comedor, comiendo un bocadillo y tomando un café para darme un poco de ánimo.

—Ya hablamos y resolvimos el problema —me dijo—. ¿Tú que haces?

—N-nada... solo reviso cosas.

—¿Tinder?

El desgraciado había logrado ver lo que estaba haciendo, solo esperaba que no se burlara de mí.

—No, claro que no —mentí—. Yo no uso esas cosas.

Nicholas soltó una pequeña risa y corrió una de las sillas para poder sentarse a mi lado.

—¿Te interesas tanto por la vida privada de todos?

—Sí, a veces —confirmó—. Mi vida es un tanto aburrida, soy hijo único, mis padres viven en otra ciudad, mis amigos trabajan tanto como yo y, por lo tanto, mi vida se reduce a ir a casa y al trabajo... o a trabajar en casa.

Yo lo miré con algo de lastima.

—Eso es triste —dije con sinceridad—. ¿No tienes pareja?

Realmente nunca había pensado que tuviera novio o novia, por más que luciera bien de apariencia, ya que no era una persona muy agradable. Por más bonitas facciones que tuviera y el que se viera limpio y ordenado, su actitud debía alejar a un noventa por ciento de la gente que se le acercaba.

—No, tenía hace unos meses, ya no... —me dijo.

Yo entreabrí la boca algo sorprendida. La verdad, no sabía que me sorprendía más, si el que hubiera tenido una novia o si el que su relación se hubiera terminado hacía tan poco tiempo.

—¿En serio?

Él asintió.

—¿Y qué pasó?

—Te contaré si me cuentas en que andas —condicionó.

Maldito desgraciado, sabía cómo chantajear.

Pensé un momento en lo que podría pasar si le comentaba cosas de mi vida. Quizás, lo más terrible sería que se lo comentara a alguien más de la empresa, pero Nicholas no era muy comunicativo tampoco, era poco probable que se dedicara a comentar vidas ajenas con compañeros de trabajo. En ese sentido, lo peor sería que se burlara y eso ya lo hacía yo misma y mi conciencia.

—Bien, te contaré...

Nicholas se acomodó en su silla con una sonrisa de satisfacción y yo solté un suspiro.

—Todo empezó cuando tenía doce y me hice amiga de un chico llamado Nathan o Nate, como le decíamos todos —comencé—. A los quince nos hicimos novios y en las vacaciones antes del último año de escuela me fue infiel con una chica que conoció en una fiesta en la playa y se la estuvo cogiendo por unos meses. Yo no me hubiera enterado si no hubiera sido porque un día se embriago, la culpa lo carcomió y terminó por decírmelo.

—Dios, que imbécil...

—Sí, bastante... aunque decidí seguir siendo su amiga porque, bueno... —dudé si decir lo siguiente.

—¿Lo amabas?

Yo asentí, algo avergonzada. La verdad era que aun hasta ese momento me sentía patética por las decisiones que había tomado y como había seguido amando a un idiota infiel.

—Tranquila, es entendible. ¿Fue tu primer novio? —yo asentí—. Entonces con mayor razón... ¿y que tiene que ver esta historia con Tinder?

—A eso voy —le dije—. El punto es que mi ida a Alemania fue para evitar volverlo a ver e intentar olvidarlo y entonces, cuando volví, me lo encontré... y él y su prometida me invitaron a su boda en julio.

—¿Y vas a ir? —me preguntó con sorpresa.

—Ya me comprometí... y con pareja.

—Oh, ¿por eso lo de Tinder?

—Exacto. Solo estoy buscando una pareja para la boda, nada más.

Nicholas asintió y entonces me extendió su palma abierta.

—Dame tu celular, te voy a ayudar —me dijo.

—¿Qué? —le pregunté, confundida.

—Que te voy a ayudar.

Yo lo dudé un momento, pero decidí entregarle mi celular con la aplicación abierta.

—Bien, lo primero será que seas sincera —me dijo—. Solo pon que buscas pareja para una boda y ya.

—¿No es muy frio?

—Por lo que veo, todos te han hablado por sexo —dijo, revisando los mensajes de la aplicación—. ¿Qué importa sonar fría?

—Bien, tienes un punto...

—Segundo... ¿de cuándo es esa foto? —me preguntó, refiriéndose a mi foto de perfil.

—No lo sé... de hace un par de años.

Era una foto que me había tomado en el Jardín Inglés de Múnich, cuando eran vacaciones de verano de mi primer año allá y había decidido pasear por Alemania.

—Necesitas algo más actual, ahí tenías flequillo y usabas gafas —me dijo.

—Sigo usando, bueno, uso lentes de contacto —le informé—. Soy bastante ciega, de hecho.

Tenía una miopía relativamente alta, así que prefería usar los lentes de contactos antes que unos gruesos lentes ópticos. De todas formas, los lentes de contacto no se podían usar por tantas horas, así que debía tener unos lentes ópticos que usaba en casa normalmente.

—Pues en esta foto no estas con lentes de contacto, necesitas una nueva.

Entonces, Nicholas comenzó a husmear por mi celular, hasta que abrió la cámara y comenzó a apuntarme.

—No, me veo horrible... —le dije, cubriéndome el rostro con las manos—. No me maquillé y tengo ojeras.

Debido a que mi piel era muy blanca, las ojeras se me marcaban horriblemente, había veces que se veían tan oscuras como mi cabello... al menos combinaban.

—Está bien... —Nicholas dejó de apuntarme con la cámara y hubo un silencio de unos segundos, hasta que el volvió a hablar—: ¡Tengo una idea!

Yo lo miré algo temerosa.

—¿Qué idea?

[...]

Esa era la idea más estúpida que Nicholas había podido tener.

—¿Por qué vinimos a la obra a sacar fotos? Ni siquiera están construyendo aun —le reclamé.

—Eso no interesa —me dijo—. Si quieres que te tomen en serio, entonces debes poner fotos de ti trabajando. Verán que eres una mujer segura e independiente a la que no deben molestar.

Nicholas me puso un casco en la cabeza y me entregó unos planos.

—Ahora, finge que trabajas.

—¿Cómo hago eso? —le pregunté confundida.

—Solo mira los planos o el terreno con los planos abiertos —me dijo, casi como una orden.

Yo suspiré y comencé a fingir que trabajaba, siendo que aun esos planos no estaban listos y faltaban meses para que la construcción comenzara. Por el momento, lo único que habían hecho era limpiar un poco el terreno, quitando las piedras y malezas.

Me sentía tan estúpida haciendo eso, pero suponía que, quizás, Nicholas tenía razón.

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