Capítulo 3: El Ingeniero Fastidioso

—¿Se va a casar? —preguntó mi hermana—. ¿Y no es contigo?

Yo rodé los ojos ante su comentario fuera de lugar.

Los seis estábamos cenando en el comedor, pues ese día mi hermano había decidido ir a visitarnos con su esposa, con la cual ya llevaba cuatro años casado. Yo la conocía porque habían sido compañeros y amigos en la escuela y había convivido con ella en una de mis pequeñas visitas. Lamentablemente, no había podido asistir a su boda.

—Lo nuestro pasó hace diez años —le recordé—. Ya es asunto superado y, además, parece muy feliz con su futura esposa.

Mi familia no sabía los detalles de mi rompimiento con Nate, ellos solo pensaban que habíamos tenido problemas que no pudimos solucionar en ese tiempo.

Sabía que, si les decía a mis padres que él me había sido infiel, se armaría un gran lio y me creerían una idiota por seguir manteniendo una amistad con él. Además, no dudaba que mi madre pudiera criticarme por alguna otra cosa, como si yo hubiera tenido parte de la culpa porque ella amaba criticarme.

—¿Irás sola? —me preguntó mi madre—. Te pondrán en la mesa de las solteras...

—Eso no es algo terrible.

—Sí cuando tienes casi treinta años, Line —me dijo mi madre—. El último novio que te conocimos fue Nathan, me preocupa que te quedes sola... ya sabes, como tu tía Adela, ella se murió sola y loca. No quieres terminar así, Caroline.

—Mamá, claro que no me conociste ningún novio, yo estaba a más de seis mil kilómetros de aquí —le dije.

—¿O sea que si tuviste un novio en Alemania? —me preguntó mi padre.

—¿Un nazi?

Yo miré a mi hermana con los ojos muy abiertos.

—El nazismo allá se considera una incitación al odio racial —les aclaré—. La mayoría del país se avergüenza de eso y si algún día viajan a Alemania, por favor eviten esos comentarios.

—Sí, Emily, además tu hermana tiene valores, no estaría con esa clase de personas —le dijo mi madre, para luego mirarme a mí—. ¿Entonces tuviste un novio?

Yo bajé la mirada a mi plato de comida, para comenzar a jugar con el tenedor.

—Bueno, así como novio no...

Lo único que había tenido eran relaciones sexuales o citas aisladas. La relación más larga había sido con un chico que estudiaba en la misma universidad y también era extranjero, proveniente de Nigeria. Habíamos sido una clase de amigos con derechos, aunque nos habíamos llevado bastante bien, ambos disfrutábamos conocer de la cultura y costumbres del otro y jamás nos quedábamos sin tema de conversación. Luego de años en esa clase de relación, habíamos decidido seguir como simples amigos.

Mi madre soltó un suspiro.

—Por Dios, Line, fuiste a otro país y no conseguiste ni un novio en todos esos años.

—Bueno, quizás los alemanes no son lo mío...

—Nadie que no sea Nate parece serlo —comentó Liam.

Yo me giré a verlo de golpe y fruncí mi ceño.

—No, idiota, Nathan ya no es mi tipo —aseguré—. Mis gustos desde la adolescencia han cambiado.

No sabía que tanto realmente, pues, quizás, si Nathan no hubiera resultado un mentiros infiel, era muy probable que me hubiera mantenido a su lado sin problemas.

—Ahora, ¿podemos cambiar de tema? —pregunté.

—Bueno —dijo mi madre—, mejor hablemos del siguiente partido de Emily...

Quizás ese no era uno de mis temas favoritos para conversar, pero era mejor que discutir sobre mi desastrosa vida amorosa.

[...]

—Tienen que priorizar lo funcional, no lo bonito —me dijo Nicholas—. Es un aeropuerto, Blanc, no un museo o un hotel cinco estrellas. Lo más importante es que sea funcional y no supere el presupuesto.

Yo tragué lo que tenía en la boca y me quedé mirándolo.

—Ya me parecía raro que te hubieras sentado a almorzar conmigo —le dije.

Nicholas, aunque fastidiaba a todos los arquitectos del proyecto, parecía tener una predilección por molestarme a mí, siendo que yo no era la que más llevaba las riendas del diseño.

—Bueno, creo que es un buen momento para hablar un poco más relajados.

—¿Relajados? Esa palabra no va contigo —le dije—. Empezando porque me sigues llamando Blanc.

—Así te llamas.

—No, me llamo Caroline —le recordé—. Blanc es mi apellido y solo tú, en toda la empresa, me llama así.

Nicholas se quedó pensando, mientras comía su almuerzo.

—Caroline es muy largo —me dijo, una vez que tragó.

Puse los ojos en blanco, me cansaba lo difícil que era tratar con él y llegar a un consenso de algo.

—Bien, sigue llamándome Blanc si quieres —le dije—, pero entonces yo no te llamaré Nicholas, ahora serás Wilson.

—No, suena horrible —se quejó.

—Pues también es horrible que me llames Blanc.

—Es un apellido especial, no tiene nada de malo... ¿es francés?

—Eso creo, mis abuelos nacieron en Francia y luego se fueron a Quebec.

Nicholas pareció interesado en eso.

—¿O sea que eres una canadiense francesa alemana? Es una mezcla muy rara.

—Que no soy alemana —le recordé—. Solo hablo alemán y viví allá.

—Como sea, algo debiste adquirir de Alemania además del idioma, después de tantos años allá...

Yo me encogí de hombros y luego sonreí al recordar algo.

—Bueno, si extraño mucho la comida de allá, como el knödel. Me gusta más la comida alemana que la canadiense...

Él me miró sin entender.

—Son bollos de patatas con otros ingredientes... me encantaban.

—Suena bien —comentó.

Esa era la primera vez que hablaba con un compañero de trabajo de esa empresa de otra cosa además de trabajo.

Seguimos hablando sobre algunas cosas, hasta que vi que tenía un correo en mi correo personal y, cuando lo abrí, mi rostro cambió drásticamente.

—¿Qué pasó, Blanc? —me preguntó Nicholas.

Era la invitación a la boda de Nathan y Diane, para el día veinte de julio del próximo año. Cuanta anticipación...

—Eh... no, nada.

Para cuando reaccioné, me di cuenta de que Nicholas estaba con la vista pegada en la pantalla de mi celular.

—¿Una boda?

—Oye, no te di permiso de leer mis cosas.

—Estoy sentado a tu lado, puedo ver toda tu pantalla —se excusó—. ¿Y de quien es la boda?

Yo lo miré con fastidio.

—De un amigo —mentí.

Nicholas me miró algo incrédulo y se recargó en el respaldo con los brazos cruzados.

—No pareces la clase de persona que tiene muchos amigos —comentó.

—Pues tú tampoco —le dije con sinceridad—. ¿Hay alguien en este mundo que te soporta?

Él asintió.

—Tengo unos amigos, no son muchos, pero así es mejor —aseguró—. Mientras un círculo de amistades es más pequeño, hay más confianza y menos problemas.

—Lamentablemente, en eso debo concordar contigo —confesé.

Yo tampoco disfrutaba de los grupos de amistades extensos, no podías mantenerte tan bien con un grupo tan grande, en especial cuando tenías un carácter pesado como el mío. Para alguien como yo era fácil tener conflictos con las demás personas, y tenía total claridad de que yo era el problema, por eso, prefería evitarlos.

En ese momento, el constructor civil del proyecto apareció en el comedor que teníamos en la oficina, lo que significaba que debía haber ido a revisar los planos que estábamos haciendo.

Normalmente los constructores civiles pasaban más tiempo en las obras, pero si tenían experiencia en programas de diseño y planos, podían ayudar con las correcciones, igual que los ingenieros.

Lo más probable era que pensara de la misma forma que Nicholas respecto a cómo debían ser los planos, pues los constructores se parecían mucho más a los ingenieros que a los arquitectos y, por lo tanto, sabía que corregiría más de una cosa.

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