Capítulo 18: La No Cita
—¡¿Qué?! —grité para poder oír entre el ruido de las maquinarias moviéndose.
—¡Hay un retraso con unas toneladas de cimiento! —me dijo Nicholas—. ¡Oscar está discutiendo con los proveedores!
Oscar era el constructor civil y en ese momento estábamos con él en la obra vigilando el proceso de cimentación del terreno.
El que faltara material y hubiera un retraso, aunque fuera de dos días, no era bueno. La obra era un aeropuerto que seguía funcionando, de donde aún salían aviones y por el que la gente andaba moviéndose. La idea era tener todo en el plazo estimado y así evitar estorbar en el funcionamiento normal del aeropuerto.
Oscar tuvo una no tan pequeña discusión con los proveedores, aunque sabía que eso no serviría de nada, no por reprenderlos se iban a apurar los cimientos.
Cuando llegó la tarde, comencé a prepararme para irme. Estaba guardando mis cosas en la sala que habían instalado para que tuviéramos reuniones y comiéramos, cuando Nicholas apareció por ahí.
—Oye, Blanc, ¿qué vas a hacer el fin de semana?
Yo lo miré extrañado, mientras metía mi laptop dentro de mi mochila. Por suerte, mi mano ya estaba sana, igual que mi tobillo, y me podía mover con normalidad o me hubiera costado más forcejear con la laptop para que entrara.
—¿Por qué te interesa?
Nicholas se sentó en la silla que tenía al lado.
—Bueno, sé que tú y yo no somos amigos, pero ya que nos conocemos mejor y hemos salido a hacer cosas interesantes de vez en cuando... te tengo una propuesta, claro, si estás libre.
Me pareció algo tierno el que intentara disimular su nerviosismo, el que de todas formas se notaba por como daba vueltas para llegar a algo y también por como movía uno de sus pies.
—Ah, bueno, tú sabes que soy una persona que no tiene amigos y que evita a su familia, por lo que no tengo muchos planes —le dije—. ¿Qué día en específico y que planes son?
—El sábado y el plan es sorpresa —me dijo—. Solo te diré que es un plan que había hecho con Susan y ya compré las entradas, así que creo que hay que aprovecharlas.
Yo fruncí mi ceño.
—¿Con tu ex?
—Es la única Susan de mi vida.
O sea que yo era el remplazo de último minuto de la ex.
—No creo que pueda.
Nicholas mi miró un momento, algo sorprendido.
—¿Qué? Pero si dijiste que no tenías nada que...
—Pues ahora lo tengo —cerré mi mochila y me la puse al hombro—. Y no implica ser el remplazo barato y de último momento de alguien.
Nicholas se levantó de su silla y se puso frente a mí para impedir que pudiera salir de la sala.
—No me digas que te hirió esa tontería.
No sabía si herir era la palabra, pero definitivamente no me había gustado.
—Hazte a un lado y déjame salir.
—Vamos, Blanc, no seas sensible.
—Ay, discúlpame —le dije con ironía—. Perdón por tener sentimientos.
—Blanc...
—¿Por qué no mejor te consigues una novia nueva simplemente?
—Blanc, yo...
—O vuelves con la tal Susan y la llevas a lo que sea que quieras llevarla.
—Caroline.
—Porque yo no... —cerré la boca en el momento en que procesé que me había llamado por mi nombre.
En esos cinco meses que llevábamos trabajando juntos, jamás me había llamado por mi nombre. Era la única persona que no me llamaba "Caroline" o "Line".
—Me dijiste Caroline...
—Sí, ese es tu nombre, ¿no?
—Sí, pero tú jamás me llamas Caroline...
—Ah, ¿no?
—Sabes que no.
Nicholas se encogió de hombros, restándole importancia.
—Como sea, ¿vas a ir conmigo o no?
Yo lo miré con seriedad.
—No.
Entonces lo hice a un lado y por fin llegué frente a la puerta para abrirla y salir.
Yo no era reemplazo de nadie, tampoco la opción de último momento, y menos de alguien que ni siquiera me agradaba del todo. Si bien, Nicholas era lo más cercano a un amigo que tenía en Toronto, no estaba dispuesta a caer tan bajo.
—¡Blanc!
Nicholas me alcanzó unos metros más allá, seguramente se había tardado un momento porque había tomado su mochila con sus cosas antes.
Yo fingí no escucharlo y seguí caminando con la mirada puesta al frente, mientras él iba a mi lado.
—Caroline, por favor... deja de ser tan orgullosa y terca.
—No te desgastes, muchos han intentado eso mismo, incluso mis papás —le dije—. Y ya tengo casi treinta años, no voy a cambiar.
—Si consideramos que la esperanza de vida de las mujeres es de ochenta y cuatro años en este país y el que tú no tienes ninguna enfermedad crónica... no la tienes, ¿verdad?
Yo negué. Por lo menos, hasta hacía un año, no tenía ninguna enfermedad como diabetes o artritis.
—Bueno, considerando eso y dejando de lado las variables de accidentes mortales, aun no estás a la mitad de tu vida —me dijo—. Aun puedes mejorar y cambiar cosas insoportables de tu personalidad como tu orgullo y terquedad.
Me detuve de golpe y lo miré casi sintiendo que me salía fuego de los ojos.
—¿Me acabas de llamar insoportable? ¿Cuándo estas intentando que acepte una salida contigo? —cuestioné—. ¿Dónde se metió tu inteligencia emocional? ¿En el culo?
Nicholas pareció un poco asombrado por la grosería que había salido de mi boca. Yo no era alguien muy grosera, a menos de que estuviera molesta y en ese momento lo estaba, aunque definitivamente no era uno de los momentos en los que más me había enojado en la vida. Estaba segura de que costaría superar el momento en que me había enterado de que Nate me había sido infiel.
Como en el tiempo de mi historia con Nathan era una adolescente un tanto impulsiva y que no sabía manejar muy bien sus emociones, había llegado a mi cuarto a destruirlo, técnicamente. Luego les había dicho a mis padres que me había molestado con unos compañeros de un trabajo grupal porque no estaban aportando mucho. Una mentira muy creíble, considerando que yo me convertía en un monstruo cuando se trataba de trabajos grupales con gente inútil.
Por suerte, el que mis padres me enviaran a terapia por mi depresión también me había ayudado a aprender un poco mejor a canalizar mi ira y en diez años no había vuelto a destruir mi cuarto como forma de desquite.
—Soy una persona de números, mi inteligencia emocional nunca existió —me dijo, en parte, como broma—. Pero no dije que eras insoportable, dije que tu terquedad y orgullo lo eran.
—Esas son la mitad de mis cualidades.
—No diría que esas sean cualidades...
—Lo son cuando un tipo te invita a salir para llenar el espacio de exnovia —dije.
Ya estábamos saliendo del sector donde estaba la obra y yo tenía que ir a tomar el transporte público. Mi mejor opción era tomar el tren hasta la estación Union Station en el centro de Toronto, ya que el trayecto solo demoraba veinticinco minutos y, aunque era un poco más caro que tomar buses, lo podía pagar sin problemas.
—No es como tú piensas, yo...
—Bueno, me voy —lo interrumpí—. Nos vemos la próxima semana.
Aun molesta, decidí tomar su mano y darle un apretón, pero cuando intenté soltarlo, Nicholas me apretó e impidió que me separara.
—Te mentí... No iba a llevar a Susan a ningún lado, ella vive aquí, no creo que le interese una excursión por las cataratas del Niágara —dijo.
Yo lo miré un momento, para intentar saber si me estaba diciendo la verdad con eso y, por lo que podía notar, lo estaba haciendo.
—Entonces...
—Entonces no sabía cómo explicarte que quería invitarte a salir cuando apenas nos soportamos —me dijo—. Es algo raro.
Y lo era, en especial cuando aún no me soltaba la mano.
—Así que te pareció mejor idea decirme que...
—¿Se te ocurre una mejor?
Yo lo pensé un momento.
—Me gané unas entradas en un concurso y ya que tu odias Canadá, pensé que sería una buena idea para que dejes de quejarte... eso no suena tan mal.
Nicholas se quedó procesando lo que había dicho.
—¿Y ya no puedo usarla?
—No, ya dijiste la versión rara —contesté.
—¿Y no puedes fingir que...?
—No, ya no —hice una pausa—. Pero al menos ahora puedo aceptar tu propuesta porque definitivamente yo no soy la más humillada de los dos...
Una pequeña sonrisa se formó en el rostro de Nicholas, aunque pareció intentar reprimirla.
—¿Y cuánto te salieron esas entradas a...?
—Nos vemos mañana, Blanc.
Nicholas casi salió corriendo lejos de mí, pero era un idiota si creía que yo, una mujer inteligente y trabajadora no podía descubrir por si sola cuando salían unas entradas para una excursión.
[...]
—¿Setenta y siete dólares? ¿Estás loco?
—Oye, era uno de los más baratos. No me iba a arriesgar comprando el de ciento cincuenta dólares existiendo la opción de que me rechazaras.
Estábamos en el bus que nos llevaría a las cataratas para luego hacer la excursión en el barco.
—¿A todas las chicas las llevas a una primera cita que cuesta tanto?
—Blanc, creí que habíamos dejado en claro que esto no era una cita y si fuera así, no sería nuestra primera cita —me dijo—. Esa sería la del museo.
—Sí, bueno..., pero yo...
—Ya, Blanc, dedícate a disfrutar y deja de estresarte, para eso tienes el trabajo y el retraso de materiales —me recordó.
—Gracias, que amable de tu parte traer eso en mi fin de semana —le dije con ironía.
El viaje en bus no fue la gran cosa, claramente, pero cuando llegamos al mirador, comencé a sentirme bastante emocionada. La vista era muy bonita, el agua tenía un color verde agua muy hermoso y todo estaba rodeado de árboles frondosos y pastos muy verdes. Además, en el aire se podía percibir una mezcla de olor a vegetación y a humedad que me parecía bastante agradable.
Debía admitir que esa parte de Toronto tenía su encanto.
Cuando subimos al barco, por uno de los bordes del rio, y nos comenzamos a acercar a las caídas de agua, todo fue incluso mejor. Me encantaba la sensación de las gotas de agua salpicando y el sonido del agua revolviéndose. Sí, era muy ruidoso, pero no era un ruido molesto, todo lo contrario.
En un momento pudimos ver como se formaba un arcoíris entre medio del vapor de agua. Ese era la clase de paisaje que a veces costaba creer que eran reales.
—Berlín no tenía algo tan bonito e icónico.
—¿Conoces algo llamado "el muro de Berlín"? —pregunté, sin mirarlo.
—Por Dios, icónico quizás sea, pero bonito no —me reclamó—. Ese muro separó familias...
—Bueno, quizás el muro no sea bonito —acepté—, pero sí es más icónico.
—Bien, estamos uno a uno.
Después de eso seguimos con la excursión por otras caídas de agua y cuando terminamos, nos llevaron de vuelta a donde nos habían recogido.
—¿Quieres comprar algo para comer? —me preguntó Nicholas—. Si quieres podemos comer en algún lugar o ir a mi departamento y después te llevo a tu casa.
—Ya estoy algo cansada, vamos a tu departamento —le dije.
Nicholas asintió y nos pusimos en marcha.
Pasamos a comprar algo de comida en el camino, la que yo pagué porque no me parecía justo que él invitara todo cuando ambos trabajábamos. Sí, obviamente él ganaba más que yo por temas de experiencia, tiempo en la empresa y puesto de trabajo, pero tampoco era una diferencia excesiva. De hecho, no tenía nada que ver con la diferencia de profesión, ya que John, al ser el arquitecto que lideraba el proyecto, ganaba más dinero que Nicholas y quizás que todos los demás en el equipo.
Mientras estábamos comiendo, esta vez sentados en la sala porque ambos estábamos cansados, me llegó un mensaje a mi teléfono.
—Grandioso —susurré.
—¿Qué pasó?
—Nada importante —bloqueé la pantalla de mi celular y lo dejé sobre la mesa de centro de nuevo—. Mi mamá me pidió que fuera a cenar a la casa... y prefiero no decirle que no porque me lo cobrará en un futuro.
Nicholas soltó una risa.
—¿Es tan cruel?
—¿Conmigo? No tienes idea —le dije—. Le molesta no vivir su vida a través de mí... aunque tiene a mis hermanos para eso, así que no sé de qué se queja.
—¿Nunca te interesó un deporte? ¿Ni siquiera un poco?
Yo negué.
—No era tan mala en la clase de gimnasia, pero no es lo mío, no para dedicar parte de mi vida en ello como lo hacen mis hermanos —aclaré—. Jamás hubiera querido entrar en una liga y tener aspiraciones de ser profesional algún día.
—¿Y de donde salió la arquitectura?
—Bueno, creo que mi padre influyó en algo —le expliqué—. Aunque él es mucho más artista que yo y a mí me gustan los números.
—Y, aun así, no podrías poner en pie lo diseñas ni en mil años... a menos de que le agregues más columnas.
—Esas horribles columnas...
—Es difícil parar algo sin columnas.
—Dejemos este increíble debate para cuando estemos en la obra, ¿quieres?
—Sí, claro.
En realidad, esperaba nunca tener esa conversación otra vez, pues nunca llegábamos a una conclusión. Al ingeniero civil le gustaban las columnas para mantener todo firme y al arquitecto le gustaban los diseños con curvas y casi imposibles de mantener de pie... por algo trabajábamos juntos la mayoría del tiempo: para llegar a un punto medio.
Luego de comer, convencí a Nicholas de que viéramos una película para pasar el rato, ya que no quería llegar a la casa de mis padres tan temprano. Mientras más pudiera alargar la espera, más lo haría.
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