Capítulo 17: Billetera

Me estaba preparando para salir del trabajo. Parecía ser la última que quedaba de nuestro equipo, ya que todo estaba muy silencioso.

En los últimos días lo hacía todo más lento gracias a mis lesiones. Tenía que caminar despacio y con cuidado de no presionar demasiado mi tobillo para que no fuera a empeorar y, ya que era diestra, hacer las cosas con mi mano derecha teniendo una movilidad reducida no era fácil y era bastante incómodo también.

Estaba revisando que todas mis cosas estuvieran en mi bolsa, cuando me di cuenta de que había una billetera en el suelo, debajo de uno de los escritorios de las pantallas.

Me agaché para recoger el objeto y para saber de quién era, comencé a revisarlo. Lo primero que vi fue una tarjeta de débito a nombre de Nicholas Cassius Wilson.

—Por Dios, ¿qué nombre es ese?

Obviamente esa billetera era de mi no tan querido compañero, Nicholas Wilson, de quien ahora sabía un dato nuevo: tenía un segundo nombre horrible.

Solté un suspiro y tomé mi celular para llamarlo, pero no contestó. Intenté unas tres veces y nunca contestó.

Miré la billetera un momento. Tenía cosas bastante importantes ahí dentro, por lo que decidí que lo mejor era que se la devolviera, de todas maneras, ya sabía dónde vivía.

Tomé un taxi a la salida del edificio, vigilando mis alrededores para que no volvieran a atropellarme, y me dirigí al departamento de mi compañero.

Una vez que estuve frete a su puerta, toqué el timbre y esperé.

En no más de diez segundos, la puerta comenzó a abrirse.

—Eres un idiota, ¿cómo puedes tirar tu...? —cerré la boca al ver que no era Nicholas quien estaba parado frente a mí.

—¿Disculpa?

La señora mayor pareció quedar bastante sorprendida por mi forma de hablar.

—Eh, yo... ¿es este el departamento de Nicholas Wilson?

Estaba segura de que el número era el correcto y, hasta donde yo sabía, no se había mudado.

—Sí, ¿quién es usted?

Yo la miré nerviosa.

—Primero, ¿quién es usted y dónde está Nicholas?

La señora volvió a quedar sorprendida, quizás porque le había parecido insolente, pero lo cierto era que no le daría mi nombre a una extraña que estaba en el departamento de un compañero.

—Mamá, ¿quién...? —Nicholas apareció ahí—. ¿Blanc?

Incluso ahí me tenía que llamar por mi apellido.

—Hola. sí... yo venía a...

—¿La conoces? —le preguntó la señora a Nicholas.

—Sí, lamentablemente...

Yo fruncí mi ceño.

—Eh, digo, mamá —miró a la señora—. Ella es una compañera de trabajo, Blanc.

—Caroline —dije.

—Sí, como sea —le restó importancia—. Es un de los arquitectos con los que trabajo.

—¿Y es mujer?

Oh, no... lo que me faltaba. Ya tenía suficiente con que su hijo cuestionara mi trabajo por su superioridad ingenieristica, no necesitaba una señora que cuestionara mi profesión por ser mujer.

—Sí, soy mujer —confirmé—. Y soy una arquitecta.

—Me imagino que los ingenieros son todos hombres porque...

—Mamá, ¿por qué no vas a ayudar a papá? —le preguntó Nicholas—. Creo que aún no puede encontrar el sacacorchos.

Su madre no pareció contenta con la orden, pero se marchó, sin siquiera despedirse de mí.

—Un gusto —dije con ironía, cuando ella ya no estaba a la vista.

—¿Qué demonios haces aquí, Blanc?

Levanté la mano con la billetera a la atura de mi rostro.

—¿No la extrañabas?

—Ay, mierda... creí que se me había perdido —dijo, para luego quitármela—. ¿Dónde estaba?

—En el estudio... de nada —dije con una sonrisa—. Bueno, ya me voy.

Antes de que pudiera dar una media vuelta y retirarme, un señor mayor apareció junto a Nicholas.

—Dios, Nicholas, no seas mal educado, invítala a cenar —le dijo—. Casi lloras por esa billetera.

Bueno, eso significaba que el señor estaba escuchando nuestra conversación.

—No, bueno, yo se lo debía —aclaré—. El otro día el me ayudo con algo, así que no es necesario que me quede...

Y por más que intenté negarme, con la ayuda de Nicholas, no funcionó. La familia Wilson sabían cómo insistir hasta que no pudiera seguir negándome.

Los cuatro estábamos sentados en la mesa del comedor. Yo apenas había tocado mi comida, más que nada me dedicaba a jugar con ella, ya que podía decir que esa era una de las situaciones más incómodas de mi vida.

Yo no estaba acostumbrada a conocer a los padres de mis compañeros, menos a cenar con ellos y menos cuando era un compañero con el que no tenía la relación más cordial.

—Y Caroline, ¿hace cuánto trabajas en la empresa? —me preguntó el señor Wilson.

—Eh, desde hace unos meses —respondí, un poco cortante.

—¿Y dónde trabajabas antes?

Esa conversación parecía más una interrogación policial por un presunto homicidio que una conversación para conocer a una persona. En parte, yo tampoco ayudaba a que todo fuera más natural con mis respuestas cortas y frías, pero, en mi defensa, no me sentía cómoda.

—En una empresa de arquitectura e ingeniería alemana —dije—. Allá en Berlín.

—¿Eres alemana? —preguntó el señor con sorpresa.

—Oh, no —negué con la cabeza—. Solo estudié allá y me quedé por varios años, pero nací aquí en Toronto y viví aquí hasta mis dieciocho.

—Que interesante —dijo para luego mirar a Nicholas—. Es bueno que te rodees de personas con tanto mundo.

Nicholas rodó los ojos.

—Solo conoció otro país, no es la gran...

—Ay, Nicholas, desde Alemania puedes llegar a cualquier parte de Europa e incluso viaje a Marruecos desde España una vez —conté.

Nicholas abrió la boca con algo de sorpresa. Nunca le había contado de mis viajes, pero creí que era lógico que al menos debía haber conocido parte de Europa después de vivir tanto tiempo en Alemania. Todo el mundo sabía que vivir o viajar a un país de Europa significaba poder llegar a casi todos lados del continente en tren. Cruzar fronteras por allá no era tan difícil, todo era muy pequeño y compacto.

—B-bueno, pero conocer Europa no es tener mundo —dijo—. Ni que conocieras Somalia.

—¿Somalia? ¿Dónde trafican mujeres? —pregunté—. Eh, no, no me dan muchas ganas de conocer allá.

—No seas exagerada, en casi todos los países trafican mujeres.

—Sí, pero no en todos hay una anarquía, militares islamistas y piratas —dije.

Nicholas rodó los ojos.

—Como sea —dijo.

—No sea grosero con...

—¿Entonces eres arquitecta? —la señora interrumpió a su marido solo para preguntar algo que ya sabía.

—Sí...

—No es una profesión que se les dé mucho a las mujeres —comentó—. Me imagino que no eres la única arquitecta del proyecto, ¿no? Porque en ese caso, creo que ese edificio no va...

—Mamá, ella es una muy buena arquitecta —le aclaró Nicholas—. Está al mismo nivel que los otros dos, siendo que ella es varios años más joven.

Por un momento olvidé a la señora sexista y me concentré en que Nicholas Wilson acaba de decir que yo era tan buena como los otros dos arquitectos, quienes tenían varios años más de experiencia que yo y a quienes Nicholas no molestaba constantemente como a mí. Entonces, si no creía que fuese la arquitecta más débil del grupo, ¿por qué me molestaba tanto? ¿Estaba probando mi paciencia? ¿Era por qué era la nueva?

El resto de la conversación siguió siendo bastante incómoda, aunque al menos la señora no había vuelto a preguntarme algo de forma irrespetuosa con la intención de cuestionar mis capacidades por ser mujer. Me costaba entender cómo podía ser así ella, siendo que era mujer, mientras su marido parecía ser más tolerante y abierto de mente. El señor Wilson parecía más interesado en preguntarme de lo que había conocido en los países que había visitado que en mi trabajo y como lo desempeñaba.

Una hora después de cenar, los señores Wilson se despidieron y se marcharon del departamento. Por lo que habían comentado, ellos vivían en Mississauga, una ciudad dentro de Ontario como Toronto, y que solo quedaba a media hora.

—Qué simpáticos —dije, cuando se marcharon.

—Blanc, no necesitas mentirme, conozco a mis padres —me dijo—. Mi madre es terrible y mi papá no parece tan malo, pero no lo quisieras de padre.

—¿Por qué? —pregunté—. No me pareció tan malo, es incluso agradable... lo de tu madre no lo niego, agradecería no volvérmela a topar jamás en la vida.

—Bueno, respecto a mi papá, por si no lo notaste, eso de alabarte tantas cosas de tu vida va con el propósito oculto de hacerme sentir menos —me dijo, comenzando a levantar la mesa—. Mi padre disfruta rebajándome.

¿De dónde me sonaba esa clase de padre? Ah, claro, de mi propia vida. Mi mamá era la misma clase de padre, aunque estaba siendo aún peor desde que había vuelto.

—Ah, sí, entiendo eso.

—¿Quieres que te lleve a tu casa? —me preguntó.

—No, no te preocupes... —le dije.

—Perdón, no debí preguntarlo. Te voy a llevar a tu casa —sentenció, yendo a la cocina.

Yo lo seguí, llevando algunas cosas en mis manos también para ayudarlo.

—No, en serio, yo...

—Blanc, estás aun herida y es de noche.

—¿No que Canadá era tan seguro? —me burlé.

—Sí, muy seguro, pero no completamente —respondió—. Siempre hay un loco como Pickton o Bernardo en las calles.

—Sí, pero...

—Te voy a llevar, dije.

No reclamé más, ya me quedaba claro que no ganaría nada con eso. Nicholas podía ser incluso más terco que yo.

—Bien, lo acepto, pero tienes que responderme una pregunta.

Nicholas me miró.

—¿Cuál pregunta?

—¿Por qué te gusta fastidiarme a mí más que a los demás arquitectos? —pregunté—. Porque pensaba que lo hacías porque creías que era incompetente, pero veo que no... A menos de que le mintieras a tus padres solo para no parecer un idiota.

—Si hubiera dicho que eras incompetente, mi mamá me hubiera creído y mi papá solo me hubiera dicho que no lo dijera frente a ti —me dijo—. Y tampoco lo hice para evitar herir tus sentimientos, cuando hablamos de trabajo, priorizo la verdad antes que los sentimientos.

—¿Entonces? Si no crees que soy incompetente, ¿por qué te dedicas a destruir mi trabajo?

Si no era por ser mujer o por ser incompetente, entonces ya no me quedaban muchas opciones.

—Bueno... para probar tu resistencia —contestó—. Eres joven y nueva, quería ver que tan bien tomabas las criticas porque, bueno, la gente demasiado terca y la que no tiene confianza en su trabajo, pues si me parece incompetente.

—Yo soy terca.

—Sí, pero no en tu trabajo. Reconoces perfectamente cuando cometes un error en el área que yo me manejo mejor, pero defiendes tu trabajo y tus diseños —me dijo—. Si yo te dijera que cambies algo porque es feo...

—No lo haría, ni muerta. No confío en el sentido estético de un ingeniero —dije con una sonrisa.

Nicholas asintió.

—Lo entiendo perfectamente... como tú también entiendes que yo manejo mejor los cálculos estructurales.

Bueno, al menos me alegraba saber que un engreído ingeniero civil consideraba que hacía bien mi trabajo, era un evento que no debía pasar muy seguido.

[...]

Decidí que era hora de ir a una terapia. El estar tan sola en Toronto no me estaba ayudando y, aunque estaba llevando las cosas un poco mejor, aun había asuntos que me estaban sobrepasando, como mi madre.

Necesitaba hablar con alguien y que me ayudara a poder lidiar con eso, por lo que había decidido tomar una hora con una psicóloga para que me evaluara.

Al principio había estado un poco nerviosa, la última vez que había ido a terapia había sido cuando Nathan y yo habíamos terminado, ya que mis papás habían notado que estaba demasiado deprimida y aún más retraída que antes. Lo bueno era que, esa vez, me había hecho muy bien.

Luego de pasar a la consulta y que la psicóloga me hiciera algunas preguntas, comencé a sentirme más en confianza. Era una mujer dulce y su voz me daba paz y tranquilidad, por lo que no me demoré mucho en sentirme cómoda.

—Es normal que te sientas fuera de lugar en esta situación, no tienes que alterarte por eso —me dijo cuando la sesión estaba por terminar—. Para ti, Alemania se volvió tu hogar y te adaptaste a su cultura, por lo que es normal que al volver a Canadá te sientas incomprendida o que te cause ansiedad.

—Pero eso no me pasó en Alemania —le dije—. Y aunque me dio algo de ansiedad el cambio, me adapté rápido.

—Es probable que e ir a estudiar te diera una motivación más fuerte que los problemas por el choque cultural. Además, esa vez tú lo decidiste por razones propias, esta vez te viste un poco más forzada a hacerlo, aunque tu no querías —me dijo.

Yo asentí. Eso tenía mucho sentido. Yo jamás me hubiera devuelto de Alemania si no hubiera sido porque mi madre necesitaba ayuda y ahora que ya no la necesitaba, lo único que quería era devolverme, pero cosas como el trabajo se interponían en mis deseos.

Esa sesión me había dado algo de esperanza y tranquilidad. Quizás podría mantenerme en Canadá los años que llevara la obra sin sentirme tan destruida mentalmente.

¡Holis!

Disculpen la tardanza del capítulo de hoy, no lo tenía listo aquí en Wattpad y estoy muy enferma, así que me costó hacerme un tiempo para revisarlo y ponerlo aquí.

Espero que estén bien y que hayan tenido un lindo día. ¡Besitos!


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