Capítulo 15: Cumpleaños

Estábamos comiendo en silencio, hasta que Nicholas dijo algo:

—¿Así que ahora soy tu pareja para la boda de tu ex?

Oh, no... Había olvidado que había dicho tal cosa.

—Ah... sí... bueno, olvídate de eso —le dije, restándole importancia—. Ya veré como arreglo eso, quizás ni siquiera esté aquí para ese entonces. La boda es en julio, quedan bastantes meses.

—Cierto, quizás para ese entonces tú estes en Alemania —me dijo.

Obviamente me lo había dicho con algo de molestia, pero decidí ignorarlo y quedarme en silencio.

—¿Y qué vas a hacer si estás acá?

Me encogí de hombros.

—No sé...

—En ese caso, te puedo acompañar, no tengo problemas... bueno, supongo que tendría que verlo más adelante, pero estoy seguro de que me puedo hacer un tiempo para un matrimonio —me dijo.

Yo le di una sonrisa.

—Muchas gracias.

En realidad, que Nicholas me acompañara me facilitaba muchas cosas, ya que Tinder no estaba funcionando y aunque podía conocer a alguien en algún club, no estaba segura de si alguien a quien conocía de esa forma sería la mejor pareja para llevar a una boda.

Por lo menos, sabía que Nicholas era un tipo educado y decente que no me dejaría en vergüenza frente a un montón de personas desconocidas. Sí, quizás sería mi mejor opción en caso de que necesitara opciones.

[...]

Cuando llegué el lunes en la mañana me llevé una gran sorpresa. El equipo me tenía un pastel y unas decoraciones para felicitarme por mi cumpleaños.

—No era necesario —dije, con una gran sonrisa.

Todos me dieron un abrazo y un regalo. Para ser canadienses desabridos eran bastante dulces.

De todas formas, en Alemania también eran bastante fríos y distantes, de hecho, mis mejores amigos en Berlín eran de otras nacionalidades y la única alemana, había comenzado a adaptarse a la cultura y forma de ser de los otros.

Luego de recibir los saludos y los regalos, partimos en pedazos el pastel y cada uno fue por su lado a su sector de trabajo.

Nicholas se sentó a mi lado, frente a una pantalla, mientras ambos comíamos nuestros trozos de pastel.

—Ya casi treinta —me dijo—. ¿Cómo va tu crisis?

Yo rodé los ojos.

—Estoy bastante bien —aseguré.

Quizás sí estaba pasando por una crisis, pero no por estar tan cerca de cumplir treinta años, más bien era porque estaba en un lugar en el que ya no me sentía cómoda, por más que fuera el lugar que me había visto nacer.

—Me alegro —dijo—. ¿Y qué vas a hacer hoy?

—Bueno, mi papá me dijo que fuera a casa a cenar, aunque no estoy muy segura de ir —confesé.

—¿Por qué? Es tu familia.

—Sí, pero es que... mi familia es un poco complicada, mejor dicho, mi mamá —expliqué—. Mi relación con ella no es tan buena como quisiera.

—Creo que lo entiendo.

Después de eso nos concentramos en nuestro trabajo con los planos hasta la hora del almuerzo.

Cuando estaba en la sala abriendo mi almuerzo, Nicholas apareció por atrás de mi silla y sin ningún aviso me pasó el dedo índice por la nariz, dejándomela llena de mantequilla.

—¡Iugh! —me quejé.

—Estamos en Canadá —me recordó.

—Ya sé, había olvidado esa costumbre tan asquerosa e infantil... —dije, buscando algo en mi bolso para poder limpiarme.

Nicholas se sentó a mi lado, riéndose.

—Oye, necesitas buena suerte más que nunca —me dijo—. Así que agradéceme.

Yo rodé los ojos y comencé a limpiarme la mantequilla de la nariz. Yo no creía en esas cosas, pero tal vez no estaba demás asegurarse.

[...]

Tomé aire y luego exhalé. No podía ser tan malo si era mi cumpleaños.

Mi mamá tenía que ser amable conmigo ese día, era el día en que yo debía sentirme bien y en el que los demás debían ser amables conmigo.

Luego de sentirme preparada, caminé hacía la puerta de la casa y toqué el timbre. Mi papá no tardó en abrirme con una sonrisa en el rostro.

—Mi dulce Caroline, feliz cumpleaños —me dijo para luego abrazarme—. Te amo tanto y cada día estoy más orgulloso de que seas mi hija.

—Gracias, papá. Yo también te amo.

Luego del abrazo, entré a la casa y caminamos hacía el comedor, donde las cosas ya estaban puestas y estaban sentados mis hermanos y cuñada.

Los tres me saludaron y entonces, mi mamá apareció en el comedor.

—Feliz cumpleaños, hija —mi mamá me dio un abrazo y un beso en la frente.

—Gracias, mamá.

Definitivamente el saludo de mi mamá había sido mucho más frio que el de mi padre, pero eso no era raro. Mi papá era mucho más dulce y expresivo que mi mamá, eso no tenía nada que ver conmigo.

Entre mi mamá y mi papá comenzaron a traer la comida a la mesa, y todos nos sentamos a comer. Efectivamente, esa vez mi madre se había comportado mucho mejor que de costumbre y se había ahorrado todas sus críticas.

Luego de unas cuantas horas, me devolví a mi departamento y lo primero que hice fue comenzar a guardar los regalos.

No había visto todos los regalos con detención, por lo que me puse a revisarlos bien. Todas eran cosas muy bonitas, pero había uno en particular que me había encantado.

Recordaba que era uno de los que me habían dado en el trabajo, pero no tenía ninguna tarjeta, por lo que no supe de quien era, al menos hasta que noté que había algo más adentro que el bonito collar.

Tomé la bola de nieve y la sacudí para quedarme viéndola. No tardé en darme cuenta de que era Toronto, ya que la CN Tower era bastante reconocible, incluso en versión miniatura.

—No me va a gustar más Canadá porque me regales una bolita de nieve —dije como si Nicholas estuviera por ahí para oírme.

[...]

Era el día de la presentación de los planos del proyecto, los que esperábamos que el ministerio aprobara y ya pudiéramos comenzar a pensar en poner en marcha la obra.

Por suerte, el ministerio quedó satisfecho con los planos y el diseño, lo que significaba que sería hora de conseguir el documento que certificaba que todo estaba hecho según los permisos de edificación aprobados para comenzar la obra.

Lo que venía después sería principal trabajo del constructor civil, con ayuda de los ingenieros. En cuanto a los arquitectos, nosotros deberíamos asegurarnos de que la obra siguiera de forma correcta los planos.

Hasta ese momento yo había trabajado más que nada con los ingenieros civiles y los otros arquitectos, pero el equipo de trabajo era mucho más grande que eso, también había ingenieros electricistas, ingenieros de instalaciones hidráulicas y otros. Todos ellos trabajaban en conjunto con los ingenieros civiles.

—Mañana vamos a revisar los materiales para la obra con todo el equipo —me dijo John, una vez que terminó el día—. Y también hay que ver los problemas que pueden aparecer.

—Perfecto... nos vemos mañana.

Nos despedimos con un apretón de manos y yo salí de la oficina.

Debía admitir que estaba emocionada por empezar la obra, era divertido ver como lo que habíamos planeado comenzaba a tomar forma.

Estaba saliendo por la puerta principal del edificio para poder tomar un taxi, ya que era tarde y estaba cansada, lo único que quería era llegar a mi casa y tirarme en la cama un momento. Todo iba muy normal, hasta que sentí un grito y antes de poder reaccionar, una bicicleta chocó conmigo.

Caí al suelo, tirando mi celular, y la persona de la bicicleta salió disparada, cayendo un par de metros más allá de mí. La bicicleta había quedado sobre mí y, por lo que pude ver, algunas partes ya no estaban unidas.

—¡Blanc! —oí decir a alguien. Obviamente, ese alguien solo podía ser la única persona que me llamaba por mi apellido en el mundo: Nicholas.

De pronto, vi su rostro sobre mí. Estaba agachado a mi lado, mirándome.

—¿No te habías ido ya? —le pregunté.

—Me quedé hablando con Max un momento en la sala de descanso —me explicó—. ¿Cómo estás? ¿Te duele algo?

Comenzó a quitarme las partes de la bicicleta de encima y al mismo tiempo, pude notar que un par de personas miraban la escena a lo lejos.

—Mi muñeca derecha...

Nicholas tomó mi mano derecha con cuidado y comenzó a analizarla. En eso, pude ver como otras personas se acercaban al ciclista y en unos minutos, una ambulancia apareció en la calle.

Por lo que pude ver, el ciclista había tenido un problema más grave, ya que pude ver algo de sangre en su rostro. Bueno, eso le pasaba por no usar un casco.

También pude notar que había sangre en una de mis rodillas y que mis medias se habían roto, al parecer por el roce contra el cemento. El dolor de mi muñeca había atraído toda mi atención, por lo que no había notado que tenía otras heridas repartidas por el cuerpo. Lo bueno del frio de esa época era que tenía que usar suficiente ropa que había amortiguado mi caída.

—Creo que vas a tener que ir a un hospital...

—Bien, pero no iré en una ambulancia, eso es demasiado ostentoso —le dije.

—Peor sería una carrosa fúnebre.

Yo solté una risa y me senté, mientras Nicholas me sostenía del brazo con cuidado.

—Yo te llevo.

—¿En serio? —pregunté—. No es necesario...

—Estás loca si crees que te voy a dejar ir en un taxi o en el transporte público —me dijo—. Puede que te hayas golpeado la cabeza o algo y que te desmayes o convulsiones.

—Creo que estás exagerando, definitivamente al ciclista le fue el peor —le dije.

—Solo vamos, ¿ya?

Nicholas me ayudó a levantarme, jalándome del brazo con cuidado para no lastimarme más, y en el momento en que presioné mi pie izquierdo contra el suelo sentí un dolor intenso que me recorrió el tobillo.

—¡Auch! —me quejé y levanté el pie, quedando de pie solo en mi pie derecho.

—¿Qué te duele? —me preguntó Nicholas.

—El tobillo... Maldición, ni siquiera fue una moto, ¿cómo puede hacer tanto daño una bicicleta?

—Bueno, por lo que vi, iba bastante rápido y no alcanzó a siquiera ir más despacio antes de chocarte —me dijo.

Yo iba a decirle algo más, pero entonces pasó uno de sus brazos por detrás de mis piernas y me levantó del suelo, sosteniéndome al estilo princesa, lo que me dejó en una clase de trance. Ni siquiera me pude mover con normalidad, simplemente me quedé congelada, con los brazos pegados a mi cuerpo y las piernas bastante tensas.

—Relájate un poco y afírmate.

No dije nada e hice lo que me dijo. Me relajé, pasé mi brazo izquierdo alrededor de su cuello para poder afirmarme y dejé mi mano derecha descansando sobre mi abdomen.

Mientras íbamos en el ascensor en dirección al estacionamiento, me quedé mirando a Nicholas un momento. Se veía algo preocupado, lo que me pareció un tanto tierno considerando que nuestra relación no era de las mejores, de hecho, era bastante mala para ser simples compañeros de trabajo que no se conocían de hacía más de unos meses.

—¿Sabes que es bueno de Canadá? —preguntó, de pronto.

—¿Qué? —pregunté, algo fastidiada, en el momento en que la puerta se abrió.

—Salud gratis.

—Impuestos salvajes.

—Sí, pero en Alemania cobran aún más impuestos...

—Sí y es terrible —dije.

—Sí, ¿pero has visto como es en Estados Unidos? —me preguntó—. Sin un seguro, mejor te mueres.

Bueno, tenía un punto, pero tampoco era feliz pagando impuestos asquerosos por cada cosa que consumía.

—Como sea, ya estoy aquí, así que vamos a disfrutar de mi salud gratis... que se sostiene gracias a mis impuestos —dije.

Nicholas rio y, como pudo, sacó las llaves de su auto del bolsillo de su pantalón para poder abrirlo e ir al hospital.

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