Capítulo 1: Nuevamente en Toronto
Caroline
—Mamá, por favor, no te levantes... —le rogué.
Nunca pensé que sería tan difícil mantener quieta a una deportista innata, pero no sabía la razón, al fin y al cabo, sonaba como algo lógico.
—Tranquila, puedo hacerlo yo.
Recién había podido sostener su peso sobre su cadera sin perder el equilibrio y en unos días comenzaría su terapia de ejercicios para llevar su vida normal, pero ella ya creía poder hacer todo... excepto subir escaleras. Era bruta, pero sabía sus límites y, hasta que los ejercicios para que lograra usar las escaleras no comenzaran, no se atrevería a usarlas.
La casa era bastante grande y cómoda, pues mis padres siempre habían tenido una buena situación económica, lo que había facilitado las cosas en ese momento.
Para que mamá no debiera usar el segundo piso, le habíamos instalado sus cosas en el cuarto de invitados del primer piso, el cual tenía incluido un baño. Todo eso hacía que debiera moverse menos y ayudaba a que no saliera lastimada.
En ese momento, mamá estaba metida en la cocina, intentando meterse en lo que yo cocinaba y, en parte, la comprendía. Yo era la peor cocinera de la familia, ni siquiera yo disfrutaba comiendo mis platos.
—Échale más sal, todo te queda desabrido.
—Pero es más sano —me excusé.
En realidad, no era que quisiera que mi comida fuera más sana, pero prefería que ella lo creyera para que no me criticara tanto.
Mi madre rodó los ojos.
—Exageradamente sano, Caroline.
Dejé el cucharon de madera con el que revolvía la sopa a un lado y me rendí, después de todo, no tenía problemas en las manos.
—¿Ya estás buscando trabajo? —me preguntó cuando me senté en la isla de la cocina.
—Sí, de hecho, ya me llamaron de una empresa de arquitectura e ingeniería que está buscando personal —le conté.
—Bueno, espero que te vaya bien —me dijo, con un poco de frialdad.
—Gracias.
Mamá, en esencia, era una persona un tanto fría, pero conmigo tenía una especial frialdad y parecía haber empeorado desde que había vuelto de Berlín.
A diferencia de mis hermanos, yo no había congeniado con ningún deporte o actividad física, simplemente no era lo mío. Yo había tomado el camino del arte y el diseño, como mi padre.
Mi padre era un conocido decorador de interiores que solía trabajar para gente muy adinerada a lo largo de todo el país, los que solicitaban su trabajo cada cierto tiempo. No tenía un horario explotador, pero trabajaba casi todos los días en algo.
Quizás, mi mamá sentía algo de recelo porque yo era la única de los tres que no había practicado un deporte, ni siquiera como pasatiempo, y el que hubiera frustrado todos sus intentos de entrometerme en alguna actividad deportiva, le había creado una clase de molestia conmigo. Por otro lado, estaban mi hermano mayor, Liam, y mi hermana pequeña, Emily; quienes habían practicado hockey en hielo desde que eran niños.
Aunque ninguno de mis hermanos se hubiera dedicado a ser hockista profesional, ella se había sentido conforme con tener que ir a sus partidos en la escuela y luego en la universidad. Igual, a los míos no hubiera podido ir sin tener que viajar en avión hasta Alemania.
Una vez que mamá terminó la sopa, ambas nos sentamos en el comedor, donde las sillas eran adecuadas para su cadera, y almorzamos, la mayoría del tiempo, sumidas en un silencio.
[...]
La última vez que había trabajado con un equipo que hablara ingles había sido en... jamás, en Alemania solo trabajaba con gente que se comunicaba en alemán, por lo que todo eso era muy raro.
Después de todo, a la empresa le había interesado mucho mi experiencia en el extranjero y no habían dudado en incluirme en su equipo. Rápidamente me habían asignado en un proyecto para la ampliación del aeropuerto internacional de Toronto Pearson, conformado por dos arquitectos más, dos ingenieros y un constructor civil que ya eran parte de la empresa.
En ese momento, el equipo estaba siendo presentado y, de inmediato, supe que yo y los ingenieros no seriamos precisamente amigos.
El gran problema que había entre arquitectos e ingenieros era que los arquitectos se preocupaban más de un diseño creativo y bonito que de lo fácil de construir, y eso, les complicaba la vida a los ingenieros a la hora de planear como concretar la construcción.
Lo peor de todo era que la única mujer sería yo. No era extraño, en realidad, pues todo el rubro de la construcción era muy masculino, incluso en ese entonces.
Entre ingeniería civil, construcción civil y arquitectura, la que tenía un mayor porcentaje de profesionales femeninos era arquitectura, aunque tampoco era una gran cantidad. En mi generación de estudiantes, solo el veinte por ciento habían sido mujeres.
—¿Así que eres alemana? —me preguntó uno de los ingenieros.
Yo negué.
—Viví diez años allá, desde los dieciocho —expliqué—, pero nací aquí.
—Ah... te ves menor —me dijo, dándome una mirada de pies a cabeza—. Parece que recién saliste de la universidad.
Aunque, para muchas personas eso podía sonar como un cumplido, en ese contexto era un claro insulto. Estaba llamándome inexperta y criticando mi trabajo sin siquiera aun haberlo visto.
—Ya llevo cinco años trabajando en esto, salí hace bastante de la universidad... en Alemania —le dejé en claro—. ¿Y tú? ¿Dónde estudiaste?
—En la universidad de Stanford, en Estados Unidos —dijo, sonando lo más engreído posible.
Lamentablemente, no podía competir con él en eso. Mi universidad en Alemania no estaba cerca de estar tan alto en el ranking mundial como Stanford.
—Ah, que bien —me limité a comentar.
Ambos apartamos las miradas del otro en un silencio incómodo, aunque aún seguimos uno al lado del otro, ya que los demás estaban conversando entre ellos.
Por suerte, no pasó mucho tiempo para que uno de los arquitectos se me acercara a hablar y comenzamos a comentar los proyectos en los que habíamos trabajado antes. Él era el mayor de todo el equipo, y suponía que sería el arquitecto que lideraría el proyecto por su gran experiencia.
Si bien, la mayoría del equipo parecía agradable, tenía algo de temor. No dudaba que, por ser mujer o la más joven, me vieran en menos.
—Bueno, ahora les mostraremos las oficinas y los materiales a su disposición para comenzar con los planos lo antes posible —nos dijo el director operativo de la empresa.
Todos lo seguimos hacia el estudio de arquitectura, donde se encontraban los típicos elementos que utilizábamos para trabajar: un tablero, reglas, compases, plumones y ordenadores que tenían los programas informáticos necesarios.
Era un estudio muy bonito y moderno. Todos los muebles eran de madera de arce, la cual tenía un color muy claro; había una pared de solo ventanales que permitían una muy buena iluminación; y las demás paredes eran de color rojo con varios cuadros coloridos para darle más vida a la sala.
Yo estaba muy maravillada con todo lo que veía, pues esa debía ser uno de los estudios arquitectónicos más bellos y alegres en los que había trabajado, lo que me hizo sentir más animada de tener que trabajar ahí y, tal vez, me sentiría tan cómoda como en Berlín.
[...]
La última vez que había visto un juego de hockey había sido a los quince años, por el equipo de la escuela, y tal como en ese momento, no podía encontrarle la gracia.
Mamá había insistido en ir al partido de la liga para la que jugaba mi hermana Emily, aun cuando su cadera aun no estaba totalmente lista para tanto movimiento. Por suerte, habíamos conseguido espacios en las primeras butacas para que no debiera subir o bajar.
—¡Vamos, Emily! ¡Más rápido!
—Grita más que el mismo entrenador —comentó mi padre en susurro.
Yo reí en mi interior porque no había ninguna mentira en eso.
—¿Y cómo te has sentido? —me preguntó mi padre, de pronto—. Ya sabes, con todo el cambio.
Suponía que, al igual que yo, no estaba tan interesado en el partido. Si bien, no se perdía los partidos de hockey de su equipo preferido, un partido de una liga de jóvenes no le interesaba realmente, incluso cuando su hija estaba ahí.
—Eh... bien, sí.
—Eso no me suena tan bien.
—Bueno, el clima de este país ya no es lo mío, realmente, y eso que aun no es invierno —le dije—. Y aun pienso en alemán algunas veces... también me ha pasado con el francés, pero con el alemán me pasa mucho más seguido.
La familia de mi padre hablaba francés y, por lo tanto, él también.
En Quebec, su ciudad natal, el francés era el idioma predominante, pero cuando se había mudado para estudiar decoración de interiores y había conocido a mi madre, se había acostumbrado al inglés. Solo hablaba francés cuando veía a su familia, quien aborrecía la cultura anglosajona canadiense y no eran capaces de comunicarse en otro idioma solo porque no se les daba la gana.
Gracias a que yo había tenido que conocer e incluso vacacionar con mis abuelos, había tenido que aprender francés desde niña.
Mi padre soltó una pequeña risa.
—Bueno, durante diez años hablaste más alemán que inglés, es normal que aun pienses en ese idioma a veces... y en cuanto al clima —se quedó pensando—. Bueno, es complicado, pero créeme que el invierno ha sido una bendición en estos últimos años. Las olas de calor del último tiempo han sido terribles, es como estar en Emiratos Árabes.
—Debieron ser horribles, supe que incluso murieron personas —comenté.
En Alemania también habían ocurrido olas de calor, pero en Canadá habían alcanzado unas temperaturas a las que los canadienses jamás en su vida habían estado acostumbrados.
—Aun así, Toronto tiene sus cosas buenas —me dijo—. Es tranquilo y la gente es amable... y nadie está traumado por culpa de una guerra.
Yo asentí.
Mi padre era una persona un tanto exagerada a veces, por lo que se había espantado mucho cuando le había dicho que me iría a Alemania, casi como si creyera que en cualquier momento podía aparecer un Hitler contemporáneo y comenzar una nueva guerra mundial.
—Es mejor que hayas vuelto a casa, este es un país tranquilo, seguro y de poca densidad poblacional... es perfecto.
—Papá, Karla Homolka nació y vive en este país, por si lo olvidas... También Paul Bernardo, aunque al menos ese estará en prisión de por vida —le recordé—. En todos los países hay desquiciados.
Papá fingió un escalofrío.
—No me recuerdes a esas porquerías —me pidió.
Homolka y Bernardo, más conocidos como "Barbie y Ken asesinos", fueron unos terribles asesinos en serie canadienses que habían conmovido al país en los noventa, pues esa clase de personas no eran comunes por ahí. Incluso, debido a la inexperiencia canadiense en cuanto a asesinos y violadores en serie, habían tenido que solicitar ayuda al FBI para hacer un perfil psicológico de quien, mucho tiempo después, resultaría ser Paul Bernardo.
—Solo te digo que en todos los países hay peligros... al menos no me mudé a Estados Unidos.
Eso sí que le hubiera causado un infarto y, quizás, hubiera hecho cualquier cosa para impedir que me marchara.
—Por suerte.
En ese momento terminó el partido, con el equipo de mi hermana llevándose la victoria y, por consecuente, supe que se vendría un festejo.
¡Holis!
Este primer capítulo lo tenía planeado para la semana pasada, luego de revisar unos detalles de la historia, pero he estado un poco enferma y mis ánimos no daban para eso, así que discúlpenme.
Por suerte, en este momento me siento un poco mejor y pude traerlo a ustedes sjsjsj
ADVERTENCIA: Quiero aclarar que, como muchos saben, yo estudio geografía y, por lo tanto, de construcciones yo no sé nada. No sé matemáticas (a veces olvido dividir números de dos dígitos incluso), no sé de materiales y no sé como se relacionan los profesionales del área. Por esto, espero que comprendan que pueden haber muchos errores o inconsecuencias en la historia porque mi investigación solo fue con cosas que pude encontrar en internet, y me disculpo de antemano por esto. Lamentablemente, intenté buscar algún profesional del área que me ayudara, pero yo soy humanista y mis contactos no suelen salir de esa área, así que no lo logré :(
Espero que les haya gustado este capitulo y que les interese seguir la historia. ¡Besitos!
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