8. Caer en la trampa

Apenas había pisado un centímetro fuera de mi cuarto y ya había una horda de personas solicitando hablar conmigo. Maureen, Clara, y cinco delegados estaban de pie allí con la preocupación pintada en sus rostros, lo que indicaba con claridad que empecé el día con el pie izquierdo.

Karma, mi gato, emergió del cuarto y se desplazó por su cuenta por la academia como si fuera el dueño del lugar. Carecía de preocupaciones.

—Si piensan que voy a responder más rápido porque hablan todos juntos, están muy equivocados —expuse, acomodando los extremos de mi flequillo con mis dedos índice para tirar mi cabello suelto hacia atrás, y ellos silenciaron sus palabras—. Gracias por entender. Ahora, si no es tan difícil, hablen uno por uno. Clara, tú primero.

Ella me miró amedrentada.

—Prefiero ir segunda.

Maureen aclaró su garganta, dispuesta a ser la primera.

—Me han encargado que le informara que algunos de sus territorios del Reino Unido han sido invadidos.

Fue como si hubiera perdido todo con una oración.

Mi postura que ya de por sí era más que recta se tornó tensa. Los pretendientes recién vinieron anoche y ya lidiaba con una crisis. No podía ser posible bajo ninguna circunstancia.

—Estas son las misivas de los actuales delegados. Llegaron hace unos minutos y es posible que vengan más en camino —se adelantó a decir Clara, sosteniendo una pila de papeles.

—¿Qué? —se escapó con escepticismo. Activé mi modo amenazante—. Si esto es una broma, voy a enseñarle lo divertida que puedo ser a quien sea que se le ocurrió esta idea.

—No es una broma en absoluto. Es cierto —refutó uno de mis pretendientes y tuve que apretar mis labios para que no se separaran más.

Mi presión arterial subió de golpe a causa del shock. Sufrí de cierta dificultad para respirar con propiedad. No fui capaz de pensar en nada por un segundo, algo inusual para mí. Instintivamente, rasqué las cutículas de mis uñas por los nervios. Nada salía como lo predecía por más que lo intentara.

Aunque mi padre fuera legalmente el concejal y el líder del clan, mis territorios eran míos. Antes habían sido divididos entre William y yo. Cuando murió, todos pasaron a estar bajo mi cuidado y mis responsabilidades incrementaron sin piedad. Por ende, mi trabajo era administrarlos y defenderlos de amenazas así. Los delegados me ayudaban, sin embargo, yo tenía la decisión final. En definitiva, esa no era mi mejor mañana.

—Aparentemente, sucedió anoche durante la fiesta de bienvenida. La usaron como distracción, ya que todos los delegados estamos aquí. No lo vimos venir. Los ataques fueron sincronizados y estratégicos. El atacante espera una respuesta de su parte y nosotros también.

—¿Quién fue? —me limité a preguntar.

—Stone —reveló otro de los delegados.

Una ola de rabia vengativa peregrinó por los recovecos de mi mente. Estuve a punto de reír de incredulidad porque no me salió otra reacción. Mientras los dos estuvimos conversando anoche y bromeando, él estaba ejerciendo su plan en segundo plano. Qué astuto. Pudo haber sido una jugada inteligente, pero quería matarlo. Iba a matarlo. De verdad y no iba a ser para nada bonito.

—¿Dónde está?

—No creo que ir a verlo en este estado sea lo más conveniente —sugirió Clara detrás de Maureen.

—Lo más conveniente es que me digas dónde está —dije, fingiendo serenidad al estar en presencia de un par de delegados.

Si yo me alteraba, ellos lo harían y los políticos jamás tenían permitido mostrar que algo les afectaba.

—Él está en el comedor —reveló Maureen.

Me estaba tomando el pelo.

¿El maldito hizo eso y estaba comiendo sus jodidas tostadas tranquilamente?

No tardé en ponerme en marcha, dejando a los demás sin esperar a que hicieran sus reverencias. Como cada mañana, el comedor yacía lleno de comida y los únicos disfrutándola por ahora eran Emery y Cedric. Los perdí de vista.

—Hola, señorita... —empezó a saludar Cedric y se calló de golpe cuando fui a la mesa y agarré un cuchillo durante un impulso.

—Oh, esto no puede ser bueno —comentó Emery, adivinando lo que pasaría.

—No —concordó Cedric, entusiasmándose—. Escuchemos.

Mi corazón despegó. Diego se encontraba en el anexo sentado en el sofá con los pies descansando cómodamente sobre la mesa ratona a la vez que leía unos documentos con un aspecto burlón. Me aventuré a caminar rápido en su dirección, apunté a su cabeza y le lancé el arma, cortando el aire.

Él la esquivó, corriéndose un poco a la derecha como si nada, ocasionando que se escuchara el ruido metálico de la caída del cuchillo. Luego se enderezó para depositar los papeles en la mesa. Debería estar huyendo, no leyendo.

—Buenos días a usted también —saludó Diego, disimulando su sonrisa socarrona. Me hablaba con liviandad y amabilidad—. Supongo que ha oído las noticias.

—Supongo que sabe que esta vez voy a asesinarlo en serio.

Mi enemigo negó con la cabeza, reprobando mi conducta, y me invitó a tomar asiento para conversar conmigo.

—Oh, no hay necesidad de recurrir a la violencia.

Parpadeé repetidas veces con dramatismo.

—¿Hostilidad? Usted es algo que no puedo ni empezar a describir.

—Sé lo que hice. Nadie salió herido. Y tuve mis razones.

—¿Cuáles? —Me crucé de brazos, sentándome en el sillón individual frente a él luego de recuperar el cuchillo—. ¿Comprobar mi teoría de que es un patán?

—No, usted no necesita mi ayuda para apoyar fielmente esa teoría —dijo en un tono bromista—. Quería hacer negocios con usted.

—¿Y por eso me ha declarado la guerra?

Obtuve un encogimiento de hombros y una cita de su parte.

"Si vis pacem, para bellum."

"Si quieres la paz, prepárate para la guerra."

—¿De verdad pensó que ese sería el método más convencional para hacerme una propuesta de negocios?

—Bueno, elijo lo creativo antes que lo convencional y no creí que usted sería el tipo que vendría solo porque simplemente le envié una canasta de manzanas.

Tenía un punto. No lo habría tomado en serio.

—¿Cómo lo sabe? En realidad, me gustan las manzanas.

A causa de que estaba molesta, todo lo que salía de mi boca sonaba como un ultimátum.

—Bueno, no es una guerra. Tómelo como algo para equilibrar la balanza, teniendo en cuenta la gigantesca cantidad de veces que usted me ha amenazado.

—Para ser justos, supuse que estábamos a mano, considerando que no lo maté de verdad, aunque realmente quería hacerlo. Ahora que ha hecho esto ya no le puedo garantizar eso.

—¿Está segura de que no quería asesinarme? —cuestionó Diego, sorprendido por aquel pequeño detalle—. Me lo ha dicho textualmente en múltiples ocasiones.

No quería repetir la historia de nuestros padres. La guerra que tuvieron arrastró a cada uno de los clanes a elegir un bando, se llevó más vidas de las que salvó, y todo para calmar sus orgullos. Si yo iba a gobernar, no sería solo para satisfacer mis deseos personales.

—Vine aquí por una competencia, no por una guerra.

—Entiende mi punto.

—No, no lo comprendo. Tiene un minuto antes de que vaya por usted con este cuchillo y terminé de hacer lo que empecé porque no erré por accidente. Yo nunca lo hago —señalé, dispuesta a controlar mis instintos por el bien común y para no pudiera decir que yo no actuaba con diplomacia.

—Y yo jamás creería lo contrario.

Fingí que no me agradó que, pese a que era mi rival, aceptara sin problemas estábamos iguales en cuanto a habilidades.

—¿Y qué quiere? ¿Más territorios? ¿O más motivos para que lo odie?

—No, confío en que los últimos le sobran. Y, para que quede claro, no es la única con la que he negociado hoy.

Seguí el hilo de su mirada a nuestros compañeros, quienes nos habían estado oyendo todo este tiempo y se dieron vuelta rápidamente para pretender que no. Les gustaba el drama y no lo ocultaban.

Regresé con Diego. Clanes, le gustaba tomar riesgos. Estaba más que tranquilo en un edificio lleno de personas que deseaban matarlo.

No podía ser exclusivamente por los territorios. Quería algo más. No se me ocurrió nada que valiera la pena tantos daños colaterales.

—¿Y se supone que eso lo compensará?

—No, pero asumí que le interesaría ese dato. Casi tanto como me interesa hacer un convenio con usted.

—El único trato que podría interesarme sería uno en el que usted desaparezca de la faz de la Tierra.

—¿Y dejar que el ecosistema entero muera de zozobra sin mí? Usted no sería tan cruel... —bromeó, siendo lo más egocéntrico que alguien podía ser, y volteé los ojos—. En fin, yendo a lo que vinimos, además de expresar nuestros deseos asesinos, el convenio que le propongo es muy sencillo. Quiero que a partir de ahora toda negociación que su clan deba llevar a cabo sea conmigo.

No fue lo que esperaba. Nunca lo era con él.

—¿Qué hay de su padre y Dimitri? ¿Y qué tiene que ver con lo que hizo?

Le proporcionó solaz. Sus labios se tensaron hacia arriba y me recordó a la forma en la que disparó las flechas anoche. Eran diferentes acciones, no obstante, ambas se sentían como si estuviera sosteniendo un arsenal.

—¿No quiere adivinar?

Sus amenazas eran tácitas. Las mías no.

—No, primero usted trate de adivinar qué vestido me pondré para ir a su funeral.

Diego simuló estar conmovido.

—Qué encantadora. ¿Irá?

—Sí, para bailar en su tumba.

—Es un lindo detalle. Al menos alguien vendrá a visitarme.

Moví mis piernas para cruzarlas sin problemas al portar el uniforme negro de entrenamiento.

—Bueno, decidí que si yo iba a ser quien lo liquidará, debería ir.

—Mm, ir al funeral de su víctima. Eso es retorcido. Le queda bien.

—¿Sabe qué le quedaría bien a usted? La muerte.

Tomándolo con arrogancia, Diego se inclinó, apoyó los codos sobre sus piernas y entrelazó sus manos. Aquel gesto no debería haber hecho que se viera atractivo. No debería haberlo hecho.

—Es inevitable. Hago que todo luzca bien. Es un verdadero don.

—Sí, junto con hacerme la vida imposible.

—Entonces, también opina que luzco bien —dedujo él tras contemplar mi reacción con atención.

—No es lo que dije.

—Pero es lo que piensa, ¿no?

Seguí jugando con el cuchillo en mis manos.

—Eso no es importante.

—Para mí lo es.

Su confesión sincera me sacó de mis casillas.

—¿Por qué?

—Usted ya me detesta públicamente, así que, ¿por qué me mentiría en eso?

—Bueno punto. Y luce bien muerto para mí.

—Y así acaba de comprobar mi teoría.

Me mordí la lengua, finiquitando nuestro intercambio de recriminaciones.

—Su minuto se está terminando. ¿Qué quiere?

—Gracias a que lo mencionó antes, quiero una manzana.

—Eso no es divertido —me quejé ante su miserable broma. Disfrutaba de la tensión de la continua pelea que teníamos.

—Disculpe, una persona puede desear dos cosas a la vez.

—Claro. Por ejemplo, yo quiero un café y que esta conversación termine lo más pronto posible.

—Bien, belicosa —se rindió Diego, instalando su típica mezcla entre solemnidad y diversión—. Respecto al convenio, piense en mí como una entidad separada a los demás miembros de mi clan. La propuesta que le haré no es tan complicada. La división de nuestros territorios no es equitativa y nuestros delegados han entrado en conflicto más veces de las que debería ser en estos últimos años. No tiene que seguir siendo así. Podemos llegar a un acuerdo que anule los anteriores, debatir qué sector le correspondería a quién y listo. Estaríamos en igualdad de condiciones.

—Déjeme entender lo que dijo en palabras tan falsamente agradables, ¿quiere tirar a la basura todo y empezar de cero? Es una locura.

Rio. Detrás de esa fachada arrogante y divertida, había un militar entrenado para eso.

—Es política. Es solo un juego.

En partes, él estaba en lo cierto. En la mayoría, sonaba como un disparate. Hacer eso iba en contra de muchas de las cosas que nos inculcaron nuestros entrenadores. Sería desechar lo que nuestros antepasados reglamentaron. Los delegados cambiarían y se quejarían. Mi padre no lo aprobaría y mi madre enloquecería. Desde afuera, se vería como una alianza entre enemigos. No podría funcionar. Más bien, no habría funcionado dos décadas atrás.

La actualidad era diferente. La gente estaba harta de conflictos innecesarios. Costear otra batalla no sería fácil. Los sectores sí tendían a enfrentarse por innumerables motivos y a veces la situación se hacía insostenible. Además, la idea de repartirlos con ese método era tentadora. Por todos los clanes, resultaba imposible analizarlo por completo en tan poco tiempo.

—Incluso si accediera a este plan de locos, ¿qué me aseguraría que va a cumplir su palabra? Usted no es la persona más confiable. Hizo esto.

—Los eventos recientes prueban que puedo tomar los territorios si me lo propongo, pero no tengo ningún interés en entrar en conflicto con los otros clanes. Lo único que me interesa es mejorar el mío y yo pienso a largo plazo, no de acá a tres años.

Quizás habría estado más intrigada con la proposición si no hubiera dicho que fácilmente podría ganar la competencia.

A pesar de que Diego tenía un ejército y yo una simple multitud de médicos, no significaba que aceptaría con facilidad.

Si él había comenzado a jugar, yo comenzaría a cazar. La venganza era lo que me quedaba mejor.

—La decisión es suya —añadió Diego, potentado—. ¿Qué dice?

—Eso puede ser lo que usted quiere. —Procedí a depositar el cuchillo en la mesa ratona para ponerme de pie y él me rastreó con la mirada—. Pero ahora lo que yo quiero es muy distinto porque si me propongo algo, no solo puedo tomarlo, puedo destruirlo.

Diego se levantó debido a mi advertencia.

—Eso es un no, ¿verdad?

—¿Qué cree, Stone? ¡Sí, es un no!

Me fui alejando de allí, teniendo que atravesar el comedor entero, y no miré atrás.

—¿Cómo dice que le fue? —le oí murmurar a Cedric, curioso.

—Algo que me dice que acabamos de presenciar el inicio de una guerra —le contestó Emery en voz baja.

—Aquí les doy un dato, queridos compañeros, si ustedes pueden oírnos, implica que nosotros también a ustedes —notifiqué, parándome en el umbral y evitando hacer contacto visual con mi enemigo número uno.

—Lo siento —se disculpó Cedric, arrugando la cara con culpabilidad.

—¿Está bien? —preguntó Emery con suavidad.

—No, como usted murmuró tan discretamente. ¡Son las seis de la mañana y ya estoy en guerra! —respondí, deseando que mi enojo bajara.

Diego mencionó que realizó varios intercambios y ellos no estaban tan molestos, incluso para habitar un reino que prohibía las emociones. Me perdí de algo.

—Sí, esa no es la mejor manera de despertar.

Me vi obligada a interrumpirlos.

—La pregunta por qué ustedes parecen tan tranquilos. ¿No le hizo una oferta igual de disparatada?

Los ojos risueños de Cedric apuntaron a Emery, quien forzó una sonrisa culpable, sugiriendo que sí.

—Bueno...

Entreabrí la boca, decepcionada. Aun así, lo comprendí. Las alianzas entre clanes llegaban hasta cierto punto y, después de todo, eran negocios. No todos reaccionarían como yo.

—No me diga que acepto.

—En mi defensa, a la única que invadió es a usted. Con el resto no fue tan extremista —declaró ella, probando que Diego sí me odiaba de verdad—. Mi intercambio no fue tan dramático. Solo quería información a cambio de cierta cantidad de guardias.

La transacción cobró sentido. Los miembros del clan azul tendían a convertir a esos guardias rojos en espías y Emery adoraba tener unos cuantos a su disposición.

—¿Qué clase de información?

—No puedo decirlo. Es parte del convenio. Lo que sí sé es que sea lo que sea que esté planeando, aquí no termina. Tal vez Lockwood sepa más al respecto.

—Emy —suspiró Cedric, desilusionado al ser delatado, y ella se encogió de hombros.

Ahogué un suspiro.

—Vamos, todos saben que está aliado con él.

Cedric se adelantó a corregirme.

—Prefiero el término amistad que alianza.

—Es una de las pocas cosas en la que concordamos —denotó Emery, guiñándome un ojo.

—Solo se lo diré porque parece que está de mal humor y necesita algo alegre —alegó Cedric—. Yo estoy bien. Elijo creer que tengo descuento de amigo o algo por el estilo, aunque se lo pregunté a Stone y dijo que no. No fue necesario acudir a estrategias maquiavélicas. Solamente hice una considerable inversión.

Necesitaba paciencia y no sabía de dónde extraerla.

—Su clan entero se dedica a hacer inversiones. Eso no es una novedad.

—Dije que sería alegre, no novedoso.

—Bueno, estoy feliz por usted.

—Gracias —expresó Cedric, genuinamente conmovido al no detectar mi sarcasmo.

Era difícil mantenerse enojada frente a la actitud inocente de Cedric. No lo odiaba como a Diego pese a su alianza con él. Aun así, eso sí marcaba un límite en nuestras interacciones.

Planeaba marcharme. No lo hice. Algo interesante pasó. Dimitri, el hermano de Diego, se presentó en nuestro comedor con el disgusto marcado en sus facciones, nos ignoró sin más y se encaminó hacia él. Al parecer había una fila entera de personas con ganas de aniquilarlo. Fue inevitable escucharlos.

—¿Realmente pensaste que podías hacer esto por tu cuenta? —bramó Dimitri, furibundo.

—¿Qué cosa? ¿Caminar? Sí —articuló Diego, agarrando sus papeles para venir aquí.

Dimitri no se rindió y lo persiguió.

—¿Cómo pudiste hacer esto sin informarnos de nada?

A Diego ni siquiera le llamó la atención.

—No perderé tiempo explicándote lo que es ser independiente, hermano. A diferencia de ti, tengo mis propios planes.

Si eso significaba lo que aparentaba, era algo nunca antes visto. Diego Stone competía con nosotros y su propia dinastía porque no solo estaba atacando a otros clanes, sino que pretendía ir contra el suyo.

—Vas a meterte en muchos problemas —le advirtió Dimitri con seriedad.

—Eso espero —formuló Diego como si eso hiciera que valiera la pena, observándome al cruzar la puerta, y desapareció del lugar.

Maldito Stone, bufé en mi mente.

La discusión entre los hermanos prosiguió afuera. Yo estaba atónita. Cedric y Emery cuchichearon de inmediato. Debido a que carecía de más minutos, salí sin desayunar. Mis tres damas aguardaban en el pasillo. Calificaba como una emergencia.

Dividí mi concentración. Leí las misivas a medida que caminaba por los corredores ahora repletos de estudiantes y mis damas me llenaban con la información que obtuvieron para mí. La situación era mala. Podía ser peor. No había heridos, como Diego juró, y los nacionalistas en los territorios afectados continuaban con sus vidas normalmente, mas los soldados invasores tenían rodeados a los delegados y sus hijos aquí esperaban indicaciones pronto. Fue difícil mantenerme inexpresiva. Si los demás veían debilidad, estaba más que acabada.

Mis pies se congelaron al toparme con una carta por parte de mi padre, provocando que las tres mujeres que me acompañaban frenaran con torpeza.

Apreté la mandíbula, rompiendo el sello.

En pocas palabras, expresaba cómo fui una clara decepción y que quería manejar el problema personalmente, jactándose de ser el actual concejal.

El nudo en mi estómago se agrandó al igual que el vacío que tenía en vez de un corazón.

El cansancio generado por las actividades de la academia, la nueva presión con la llegada de los pretendientes, vivir el principio de esta batalla de poder, y leer eso fueron como puños que me golpearon igual que a un saco de boxeo.

Ya había perdido para ellos. Nadie creía en mí. A veces ni siquiera yo lo hacía. Así que debía dar una prueba irrefutable para que lo hicieran.

Le ordené a Clara que escribiera una carta, solicitándole a mi padre que me concediera unos días para resolver el conflicto, y yo redacté con rapidez las que iban dirigidas a los delegados con órdenes estrictas y discretas. Luego debatiría los detalles con los pretendientes que residían en Londres. Un plan no tardó en armarse en mi interior.

—Todo va a estar bien —aseguró Clara, animándome como cada día.

—¿En serio? Parece lo contrario para mí —le respondí en cuanto mis otras damas se marchaban.

Ella insistió.

—Estoy segura de que se te ocurrirá algo.

Estando ahogada en mis penas, pregunté:

—¿Y dónde viene esa seguridad?

Pude ver la dulzura en su voz y fui traspasada por sus ojos color caramelo.

—De ti.

La confusión se reflejó en mí.

—¿De mí?

—Estoy contigo cuando estudias. No entiendo ni la mitad de las cosas que hay en tus libros, pero sé que tienes que ser muy inteligente para resolverlas —expuso, tranquila— Así que, por eso te digo que estarás bien.

Su ánimo fue lo que necesité en ese momento.

A continuación, dado que no disponía de libertad, tuve que ir al entrenamiento físico. Las clases no se cancelaron. A los profesores no les interesaba que los alumnos tuvieran vidas fuera del itinerario.

Los Construidos entrenábamos entre nosotros, en cambio, los delegados gozaban de sus lecciones aparte. Aquello no nos regalaba privacidad. Vigilaban cada uno de nuestros movimientos, transformándonos en un espectáculo andante para ellos.

Cuando llegué al campo de entrenamiento, Ivette, Finley y Prudence ya estaban allí con sus uniformes, esperando afuera las instrucciones de Aspen Kyle, el instructor. Siendo honesta, deseé con todo mi ser que la clase de ese día fuera de combate cuerpo a cuerpo para poder descargar la tensión y hacer polvo a Diego, quien por cierto vino en soledad después de Cedric y Emery.

—Usted es muy valiente para venir aquí así —comentó Ivette mientras yo descansaba cerca de una columna al estar apartada del grupo.

—Le digo lo mismo —respondí, amenazante, adivinando su objetivo por el tono falso con el que me habló.

Ivette gesticuló «uh» con la boca y terminó sonriendo.

Según mi breve investigación y las cosas que se hicieron de conocimiento público, el convenio que hizo con Diego era similar al que realizó con Emery. La diferencia era que Ivette solicitó más seguridad privada a cambio algunos artículos importantes de la época preguerra.

—Suena un poco molesta. ¿Pasó algo? O, mejor dicho, ¿perdió algo?

—Sí, perdí mi habilidad para simular que me interesa algo de lo que usted diga —contesté a sabiendas de que ella se refería a mis territorios.

—Le perdonaré eso porque sé que usted está pasando por un momento difícil —dijo Ivette, entretenida con mis errores.

No podía permitir que me vieran desanimada, por ende, debía responder igual de mordaz que siempre. Todos éramos rivales. Con los únicos que debíamos ser amables eran nuestros pretendientes.

—Gracias, no suele ser un buen momento si usted viene a decirme algo.

La siguiente respuesta de la heredera del clan Gray fue mucho más directa.

—Han pasado un par de días y su clan ya ha sufrido pérdidas significativas. En tres años no le quedará nada.

—Bueno, al menos alguien desea lo que yo tengo.

Di en un punto débil. Se notó.

—Le confesaré algo. Usted tenía razón antes. Cuando vine aquí, pensé que sería difícil vencerlos a todos, principalmente a la hija del concejal, sin embargo, solo tenía que sentarme y esperar —reconoció Ivette con soberbia.

Enderecé mi postura, reparando en que el instructor se acercaba desde las profundidades del bosque que rodeaba a la academia, y volteé para encarar una última vez a mi compañera.

—Y yo le confesaré algo también. No debería amenazar a alguien que cree que está en su peor momento.

—¿No? ¿Por qué?

—Eventualmente se vengarán.

Por eso yo amenazaba a quienes estaban más que bien.

Dicho eso, nos reagrupamos para el inicio de la clase.

Tuve que esforzarme para no asfixiar a Diego al estar a menos de un metro de distancia.

—Buenos días a mi clase favorita —saludó Aspen, agitado por el trayecto.

¿Qué tan lejos había ido?

—¿Somos su clase favorita? —consultó Cedric, emocionado.

—Él no lo decía en serio —le aclaró Prudence, percatándose de la rara muestra de ironía que dio Aspen.

En el resumen, Prudence accedió a entregarle más armamento a los miembros del clan que apoyaban a Diego y obtuvo seguridad extra en sus fábricas. No fue inesperado.

—¿Por qué nadie en esta academia dice nada en serio? —se quejó Cedric, hastiado.

—No lo sé, no me molesta —murmuró Finley, observando al instructor con discreción y fue suficiente para captar la atención del mismo.

Emery y yo intercambiamos miradas, sospechando del doble significado de eso.

Por otro lado, Finley prometió primero informarle a Diego lo que ocurría en los Territorios Blancos de Idrysa y luego a los demás. En tiempos como ese, la información era un tesoro vital.

¿Qué carajos tramaba Diego Stone?

Esa pregunta rondaba en mi mente.

—Hoy vamos a hacer algo especial —notificó Aspen, instaurando una barrera a pesar de ser unos pocos años mayor que nosotros.

—¿Descansaremos y nos permitirá dormir hasta las diez? —bromeó Cedric, recargando sus ánimos.

—Siga soñando, señor Lockwood —dijo él y Cedric cerró la boca con dramatismo—. En esta ocasión, no utilizaremos la sala de armas ni practicaremos en el campo de entrenamiento, sino que usaremos eso.

Todos buscamos lo que fuera a lo que Aspen apuntó con el brazo. Fue en vano.

—¿Qué cosa? ¿El aire? ¿La energía del universo? —bromeé, confundida.

El instructor negó con la cabeza.

—No, el muro. Hoy aprenderán a escalarlo.

Mierda, maldije internamente alucinando con que el muro se hacía más grande de lo que ya era.

Mi pecho subió y bajó al respirar entrecortado por un segundo al sucumbir a los nervios.

Un dato fugaz sobre mí: yo les temía a las alturas.

—¿Por qué? —solté, simulando no estar afligida.

—Digamos que la directora pensó que sería buena idea que les enseñaran sus destrezas a los delegados de una forma sutil —respondió Aspen, colocando los brazos detrás de su espalda para lucir más intimidante.

Inconscientemente, Finley hizo lo mismo.

—¿Escalar un muro de más de diez metros es algo sutil? —masculló Prudence, conflictuada.

—Según ella, sí. Ahora, si no les falta ninguna broma por decir, vengan conmigo —masculló el instructor, poniéndose en marcha.

Acto seguido, acatamos su orden en silencio, atravesando metros y metros del bosque que había empezado a crecer después del fin del antiguo mundo. Fue un calentamiento. Dejando de lado mis pensamientos violentos y los eventos recientes, me fijé en que los grandes árboles se cernían sobre nosotros, limitando la luz que entraba y dando la impresión de que estábamos a kilómetros del internado. Por más que debíamos tener cuidado con las malezas y sortear las rocas, las hojas secas y los troncos caídos, el lugar no tenía una apariencia descuidada, solo silvestre. Sería fácil perderte aquí o, bueno, esconderte.

El ambiente era diferente. El plan de Diego nos había tomado por sorpresa. Lo peor era que lo que fuera que ideó parecía estar funcionando. Sus convenios se sellaron. Básicamente, se encargó de apaciguar de una forma ingeniosa a sus rivales. Pero me declaró la guerra a mí y a su propia dinastía. Aquello decía tres cosas: uno, quería ser el líder de su clan a toda costa, dos, no confiaba en sus familiares, y tres, la tradición en la que nuestras familias se detestaban se fortaleció con nosotros. Todo eso solo me había dado una excusa para odiarlo más.

Tras llegar al límite, el nudo en mi estómago se agrandó. El instructor se distanció con la intención de comunicarle algo a los ayudantes que ya estaban allí para preparar las cosas. Nosotros le dimos la espalda al bosque y permanecimos obnubilados por el muro de cemento sólido. Desde mi perspectiva, era imposible de escalar y mis compañeros aparentaban pensar lo mismo.

—¿Qué le pasa? —preguntó Diego, aproximándose hacia mí al fijarse en mi estado—. No me dirá que le asustan las alturas.

—No, no se lo diré —repliqué sin mentir o ser honesta. Admitir que les temía sería como decir que era culpable en un juicio. Iría directo a prisión—. Pero usted será quien les temerá luego de que lo empuje desde allí arriba.

—Bueno, para eso tiene que llegar hasta ahí.

—Lo lograré, exactamente como usted está consiguiendo agotar mi paciencia.

Él optó por el sarcasmo.

—Claro, porque usted se destaca por ser paciente.

Tenía que admitirlo. Él no mintió en eso.

Yo opté por coquetear falsamente.

—Yo destaco por muchas cosas. ¿Quiere verlas?

—¿Todas son extremadamente letales? —preguntó Diego como si eso lo incitara más a decir que sí.

—Sabe que sí.

—Tal vez más tarde.

—¿Qué sucederá más tarde?

—Si le digo, no sería sorpresa.

—No, gracias. Ya tuve suficiente de sus "sorpresas".

—Oh, pero recién estoy empezando.

Miré con desdén el destello de malicia en sus ojos diferentes.

—Y yo voy a terminar lo que sea que es esto.

—Yo solo vine a preguntarle si se encontraba bien —confesó Diego como si eso fuera posible en nuestra realidad.

—Qué amable de su parte decir eso cuando hace minutos era la causa de mi miseria y lo sigue siendo.

—Créame que esa no fue mi intención.

—¿Y cuál era su intención, Stone? —quise saber harta de tantos rodeos.

—Ganarme su respeto.

—Eso no tiene ningún sentido.

—Para algunos, no. Se suele suponer que una persona no puede inspirar odio y respeto en igual cantidades. Yo opino diferente. Jamás podría odiar a alguien que no admire terrible y radicalmente. Por eso, creí que debía hacerlo digno de la admiración de mi adorable adversaria.

Clanes, él lo estaba diciendo en serio.

—Usted tiene una forma muy extraña de odiar. ¿Se lo han dicho?

—No, usted es la primera —decretó Diego, dándome a entender que era a la primera persona que detestaba de ese modo.

—Eso sí es sorprendente. ¿Y se puede saber si yo me he ganado su respeto?

—Lo tiene desde hace bastante tiempo.

Entonces, recordé todos los años en los que veníamos compitiendo. Todas las cartas oficiales que intercambiamos por asuntos de los clanes, las batallas legales en las que nos metimos, y las provocaciones mutuas que nos arrastraron hasta ese momento. No éramos enemigos desde hacía cinco minutos, sino hacía más de una década. Qué cosa más extraña.

—Nada de eso cambia que lo haré trizas por lo que hizo —le advertí con mi plan en marcha.

Él se acercó a mí antes de alejarse.

—Esperaré el momento con ansias. Me gustaría ver que lo intente.

Aspen regresó a impartir la clase y nos concentramos en él.

—Todos ustedes ya conocen lo básico sobre la escalada clásica y hoy es su oportunidad de demostrar que pueden llegar a la cima.

—¿Eso fue una broma, instructor? —cuestionó Finley, divertido con ello.

—Lo dejo a su interpretación —rebatió Aspen, aclarándose la garganta, generando un entorno más relajado que de costumbre—. Ya sé que esto no es un rocódromo. Habrá dificultades dada la estructura del muro, no les mentiré. Si bien es probable que no tengamos una clase similar a esta en un tiempo, es importante que den lo mejor de ustedes. Hoy no se trata solo de sus calificaciones, sino también de impresionar a sus pretendientes. Además, la persona que sea la primera en subir y bajar ganará un premio.

—¿Cuál? —interpeló Cedric, entusiasmado.

—Ser la primera persona en subir y bajar.

La expresión de alegría de Cedric se esfumó y reflejó su decepción.

Aspen se preparó con rapidez, poniéndose los elementos necesarios para escalar, y dijo:

—Y, si necesitan asistencia de algún tipo, estaré allí arriba y mis ayudantes aguardarán aquí en caso de urgencia.

—¿A qué se refiere cuando dice "caso de urgencia"? —curioseó Finley, trémulo.

No imaginé que diría lo siguiente hasta que lo hizo y fue como una sentencia de muerte.

—Está permitido atacar a sus rivales.

Hubo fallas en mi desdichado corazón. Los presentes murmuraron entre sí, sorprendidos.

—¿Qué?

—No deben hacer nada letal, por supuesto. Nadie morirá o perderá un brazo hoy. Aunque es una competencia, traten de evitar accidentes indeseados. Pero sí pueden retrasarse entre sí o bloquearse el camino. Todo bajo las reglas de combate que tenemos en las clases habituales. Cuidado, su reputación está en juego —avisó el instructor, subiendo para tener ventaja.

—Siempre lo está —murmuré para mis adentros.

Los ayudantes vinieron sosteniendo su mutismo incluso a la hora de colocarnos un arnés que nos conectaba individualmente a las cuerdas de escalada de las poleas que supuse que nos ayudarían a escalar junto con el resto del equipo ya instalado.

—Hola —saludó Emery a la chica que le estaba ajustando el casco de seguridad. Los demás nos pusimos los nuestros por nuestra cuenta y cada uno era del color de nuestro respectivo clan—. ¿Cómo estás?

Eso bastó para hacer que ella se sonrojara.

—Bien, gracias —respondió la chica con una risita y sus mejillas se tornaron de un intenso color rosa antes de irse con los demás.

Ivette puso los ojos en blanco, observando la escena con incredulidad.

Me estaba acomodando los guantes de protección cuando me percaté de algo al reparar en cómo estábamos ordenados.

A mi izquierda se hallaba Ivette y a mi derecha, Diego.

Maldije y quedé boquiabierta.

Era una oportunidad de oro.

Uno de los dos iba a asesinarme y lo haría parecer un accidente, no cabía duda alguna.

—¡Quiero cambiar de lugar, por favor! —solicité a nadie en particular.

—Lo siento, todos ya están listos. Me temo que eso es imposible —denegó uno de los ayudantes.

Lo que sí era muy posible era que terminara muerta a manos de mis compañeros.

Tragué grueso, yendo a ponerme en posición como ellos.

Mi aversión a las alturas sumada a lo que serían capaces de hacer ellos por ganar un desafío como este no tendría un buen resultado final. Temí por lo que sería de mí en los próximos instantes.

—En sus marcas, listos... —empezó a decir un ayudante baladí—. ¡Fuera!

Y ese momento fue cuando empezó la verdadera competencia. 

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