Capítulo 28 - Pasado

Capítulo dedicado a los que algunas vez se sintieron indeseados. 

Anthony.


AÑOS ATRÁS.

—Niños, alístense y bajen a desayunar —la voz de la señorita Wallace fue lo que me despertó de mi profundo y placentero sueño —. Hoy llegarán muchas familias y estoy segura de que alguno de ustedes será el afortunado.

Ninguno de los niños, incluso adolescentes, se atrevieron a replicarle. Todos sabíamos la verdad una vez que comenzábamos a analizar las situaciones. De aquí solo salían los bebés y eso era con mucha suerte. Las familias no adoptaban niños grandes.

Con mis siete años había aprendido a sobrevivir por mi cuenta en medio de tanta soledad. Solo tenía un amigo de catorce años que se la pasaba escapando del orfanato y volvía con olor a cigarrillo. De resto, siempre estaba solo, callado y explorando los alrededores del orfanato.

Un gran edificio de cuatro pisos, ochenta habitaciones, ochenta literas, cuatro baños, (uno fuera de servicio), una cocina, un gran comedor... Conocía al polvoroso lugar como la palma de mi mano y estaba extremadamente seguro de que así sería siempre; yo nunca saldría de aquí.

Mejor dicho, nunca me sacarían de aquí. Las familias solo adoptaban a los bebés, a los niños menores de cinco y a las niñas menores de siete. Pocas veces pasaban de esos límites y si lo hacían, era por tres cosas.

1. Necesitaban ayuda económica en casa.

2. Necesitaban a alguien para atender en.

3. Necesitaba algo mucho peor que todo eso.

Junior, quien era mi único amigo, me había contado que muchas organizaciones buscaban niños para infiltrarlos desde pequeños en el mundo bajo. Siempre era entre diez a catorce, así que por el momento yo me encontraba a "salvo", de cualquiera de esas situaciones.

Lo que complicaba todo era mi estatura. Era un chico alto para mi edad y un poco –bastante-, agresivo cuando alguien se metía conmigo o me hacía la mínima cosa. Era muy susceptible y desconfiado con todos a mí alrededor. Ya no podía confiar en nadie después de todo lo vivido, eso sería imposible.

Lo que más odio del "día afortunado" —como a la señorita Wallace le gusta llamarlo —, es que te sientes de todo menos afortunado. Al principio sí, no miento. Al principio, cuando era más pequeño y me ilusionaba cuando una pareja se me acercaba y me trataba como a un cachorro abandonado. Yo intentaba comportarme de la mejor forma, incluso sonreía para que todos vieran que era un buen niño, pero después de tres ilusiones dejé de creer.

Después de que tres familias hablaran con la señorita Wallace sobre mí y después de que no volvieran más, dejé de creer. Dejé de comportarme de la mejor manera, dejé de sonreír, dejé de fingir que era un buen niño. Yo solo quería ser mayor y salir de aquí, era todo lo que deseaba. Y al ver a mí alrededor, a tantos niños con mis pensamientos, con mis deseos, con la misma falta de esperanza, sé que es algo que no solo me pasa a mí. Todos compartimos el mismo caos interior y todos sabemos que el único día afortunado es cuando se cumple la mayoría de edad y te puedes ir muy lejos de estas cuatro paredes.

Para este día la señorita Wallace siempre guarda un álbum y un papelito para que cada niño deje una nota al afortunado. Lo hace para que al crecer, el niño sepa que vino de un lugar en el que muchos lo querían y valoraban. Sé que son los padres los que se quedan con el álbum y sé por pura intuición que son pocos los que se los entregan en la adultez.

Ahora mismo me encuentro escribiendo mi nota en el álbum. Nunca sabemos a quién se la escribimos, nosotros solo ponemos el papel dentro del álbum y nos despedimos del niño que es adoptado. Es lo único sincero que hago en este lugar porque no deseo que ninguno de ellos se quede aquí. Todos merecen una familia.

"Las cosas se pueden poner difíciles, pero recuerda sonreír siempre y comer todos los dulces posibles". Esa es mi nota. Mi letra no es bonita y creo que tengo errores ortográficos, pero me da igual. La intención es lo que cuenta.

Se la doy a la señorita para que la revise y ella sonríe antes de asentir poniendo su delicada mano sobre mi espalda. Ella no me cae mal, tampoco nos llevamos mal y mucho menos me comporto mal con ella, pero con las demás personas sí y eso me hace tener constantes visitas a la oficina. Tenemos una relación algo cercana por eso mismo, creo que ella a veces entiende el por qué de mis acciones.

Caminamos en filas hasta el patio trasero y me alejo de mi grupo sentándome en las pequeñas escaleras que están frente a la puerta. Los niños corren de un lado a otro y los adolescentes juegan futbol con una pelota más desinflada que rodante. El sol está comenzando a intensificarse y el aire está subiendo su temperatura, lo que quiere decir que son las diez o un poco más de la mañana.

— ¡Oh, cariño, míralos! —una voz masculina me saca de mis pensamientos y sonrío al ver que es Junior. Está fingiendo voz de mujer y su expresión irritante solo me hace recordar a las muchas familias que vienen fingiendo querer llevarnos a todos. Odio a esas personas porque sin darse cuenta son las que terminan yéndose y dejando a niños con esperanzas rotas.

—Tardaste mucho —ignoro su olor a cigarrillo y cubro mis ojos con mi mano intentando que el sol no me fastidie tanto.

—Salí por esto —él me pasa una figurilla coleccionable de mi serie favorita. Se ve que no es completamente nueva pero está intacta y está increíble. Muchas veces le dije que deseaba con locura toda la colección y esto es perfecto.

— ¿Para mí? —trago grueso y alzo la mirada encontrándome con su sonrisa divertida.

—Claro que sí, enano —lo abrazo con fuerza y me separo para volver a detallar la figurilla.

— ¿Cómo la conseguiste?

Una idea pasa rápidamente por mi cabeza y lo observo atentamente esperando su explicación. Espero que no sea lo que estoy pensando porque no me gustaría para nada saber que se está metiendo en problemas. Sé que fuma porque tiene amigos cerca de aquí que lo hacen, pero robar está mucho más allá de lo que la señorita Wallace nos ha enseñado. Robar es malo. Tomar cosas que no son de nosotros, es malo. Pedir prestado algo y no devolverlo, es malo.

—Quita esa cara, enano —él revuelve mi cabello y sonríe como descifrando mis paranoicos pensamientos —. Ayudé al señor de la tienda de antigüedades a cargar unas cajas y como recompensa me dejó escoger lo que quisiera del lugar. Recordé que te gustaba esa serie en cuanto vi la figurilla. Te prometo que fue legal y no iré a la cárcel —suspiro aliviado y vuelvo a sonreír completamente feliz.

—Gracias, está genial —lo abrazo y observo a la distancia notando que ya llegaron varias familias.

Hay una mujer muy alta junto a un hombre más bajo que parece estar siguiéndola como una obediente mascota. Ambos se ven muy odiosos y noto como hacen una mueca de desagrado al encontrarse con la cara pecosa de una niña de tres años. Está claro que están buscando a alguien más grande. Ayuda económica.

La segunda familia viene acompañada de una mujer y un hombre que parecen buscar a los bebés más pequeños. Hacen muecas de ternura cada vez que se detienen frente a los mocosos y no dudan en cargar a uno que otro niño que parece disfrutar de la atención familiar.

El resto es algo de ambos. Observan, conversan, sonríen, hacen muecas extrañas y se van a hablar con la señorita Wallace. Puedo notar el nerviosismo de todos los niños y suspiro un poco afectado porque no quiero que pasen por lo que inevitablemente pasará.

Un golpe en mi espalda me saca de mis pensamientos y me giro con rapidez encontrándome con unos penetrantes ojos negros. El hombre me observa tan fijamente como yo a él y algo en su mirada me hace dar varios pasos hacia atrás, intimidado.

— ¡Oh, cariño! Lo siento —una mujer se acerca preocupada y yo me encojo cuando intenta tocarme con una extraña preocupación. Me sorprende y no es por su gesto, es por lo real que parece —. ¿Estás bien? —me pregunta un tanto extrañada y yo asiento repetidas veces detallando sus bonitos ojos. Son de color avellanas y su cabello color chocolate combinan con su personalidad. Dulce.

—Sí, estoy bien —respondo sin intenciones de socializar con ninguno de ellos.

La mano de Junior se apoya sobre mi hombro con una actitud protectora. Así siempre es él, me trata como a un hermano pequeño y sería tonto decir que no lo veo como un hermano mayor. Nos cuidamos y nos protegemos mutuamente.

—Vamos, Anthony —me motiva a caminar y yo asiento siguiéndolo sin chistar.

Le lanzo una última mirada a la extraña pareja y vuelvo mi atención hacia el frente cuando noto que ellos me están observando a mí.

Los días después de eso pasan volando. Tengo tareas que entregar así que eso me distrae del resto de mis pensamientos. No es que me dejen tarea difícil, pero hay algunas que me parecen innecesarias y me da flojera hacerlas.

Termino de colorear la bandera de los Estados Unidos y pongo la hoja sobre los otros dibujos ya coloreados y listos para entregar. Por suerte era lo último que me faltaba y ya podré salir al patio para estar con Junior.

Bajo los escalones de dos en dos y sin poder evitarlo me tropiezo con fuerza cuando un cuerpo femenino interrumpe inesperadamente mi camino. Alzo la mirada de golpe y observo confundido a la señorita Wallace cuando ella pone sus manos en mis hombros y me sonríe como si estuviera escondiendo un secreto conmigo.

—Justo a ti te estaba buscando, jovencito —su voz alegre me confunde mucho más y frunzo el ceño caminando con pasos pequeños a la dirección.

Intento recordar qué fue lo malo que hice para que me castigaran pero nada viene a mi mente. Recuerdo entonces lo bueno pero tampoco tengo ninguna explicación. ¿Por qué parece feliz y por qué estoy involucrado en su felicidad? No me gusta para nada esto. Algo no va bien y quiero salir corriendo muy lejos de aquí.

La mirada de Junior se encuentra con la mía y noto como sus puños se aprietan justo cuando la puerta de la dirección se cierra. ¿Qué está pasando? ¿Ahora qué harán conmigo?

Me remuevo nervioso y alzo la mirada encontrándome con dos figuras conocidas. Los conozco, claro que sí. Es la mujer dulce y el hombre intimidante que me chocaron el otro día. Están aquí y parecen tan nerviosos y ansiosos como yo.

Esto no me gusta nada.

—Anthony, cariño, siéntate —la señorita Wallace me motiva poniendo una mano en mi hombro y yo respiro hondo sentándome frente a una de las sillas del escritorio. La mujer dulce me sonríe y el hombre solo me observa antes de centrarse en la cara de la directora. Todo luce muy sospechoso —. Veo que estás nervioso así que debo aclarar que no es nada malo, puedes relajarte —su comentario me alivia un poco pero no me hace sentir relajado. ¿Entonces qué es lo que ocurre? —. La señora Cassy y el señor Carlos están aquí porque te quieren decir algo importante, Anthony —muevo mi pie con nerviosismo y observo a la pareja esperando que hablen.

No sé por qué tengo miedo, pero lo tengo. Ya he vivido esto antes y no quiero que se repita. No caeré. No me volveré a hacer ilusiones y tampoco me comportaré como un niño encantador para que sientan lástima. Que se vayan, no me importa lo que me quieran decir.

—Mucho gusto, Anthony —la mujer se levanta y me sonríe con emoción agachándose frente a mí. Observo su mano extendida y segundos después de una larga batalla mental, la estrecho sintiendo un extraño apretón al tocarla —. Ahora tú —observa al hombre a su lado y este suspira extendiéndome con lentitud la suya.

—Carlos. Carlos Soublette —trago grueso y le doy un apretón a su gran mano que parece el triple de grande que la mía. Si antes me intimidaba, ahora siento que podría aplastarme con un golpe de su meñique.

—Estamos encantados de conocerte, cariño —la mujer sonríe y junta sus manos intentando contener su emoción. Por alguna extraña razón sus ojos parecen estar llenos de lágrimas.

Observo a la señorita Wallace esperando una explicación y ella suspira acomodándose mejor en su asiento. La primera sensación que me embarga cuando comienza a hablar, es sorpresa. Observo a la pareja sin poder articular palabra y vuelvo mi atención a ella escuchando con dificultad lo que tiene por decir.

Pero dejo de escuchar en un determinado momento. En mi mente los recuerdos de las pasadas visitas, familias y decepciones me embargan y solo tengo deseos de gritar y correr lejos de allí. ¿Por qué de nuevo? Yo ni siquiera estaba pidiendo una familia, yo no estaba pidiendo nada. Lo único que quería era paz y llegaron ellos de nuevo a fingir deseos de adoptar a un niño indeseado.

¿Por qué están aquí? ¿Por qué lo hacen? ¿Con qué propósito? ¿Por qué la mujer me observa como si fuera algo valioso? ¿Qué quieren de mí?

No lo acepto. No me quiero quedar a ver como ellos también se van. No quiero sufrir otro abandono.

—... No sabes lo feliz que estoy con esta noticia, Anthony —la señorita Wallace termina de hablar y abre mucho los ojos al notar que hay lágrimas bajando por mis mejillas. Lágrimas que no son de emoción sino de rabia. Un inmenso odio por ella, por esa pareja y por el mundo por haberme traído a sufrir todo esto.

Se supone que solo soy un niño, ¿por qué tengo que sufrir todo esto? No se lo deseo a nadie. Yo solo quiero estar en paz y siempre terminan dejándome peor. Siempre me abandonan y siempre me dejan con menos ganas de continuar existiendo.

—No quiero... —es lo primero que sale de mis labios y noto como la cara de la mujer dulce se contrae por el asombro.

—Anthony, sé que seguro estás impactado pero...

— ¡No! ¡No estoy impactado! ¡No quiero que ellos hagan lo mismo! —Interrumpo a la señorita Wallace y me levanto intentando que mi voz no se rompa más — ¡Ellos se van a ir! ¡Usted lo sabe! Ellos... Ellos solo estarán aquí hoy y luego no aparecerán más... —lloro un poco más y niego cuando ella me intenta tocar sin éxito —. No quiero, señorita... Yo no quiero que me vuelvan a lastimar...

Intento parar de llorar y seco mis estúpidas lágrimas de mala manera. Ninguno de los tres dice nada, solo me observan en silencio y procesan todas las palabras que acaban de salir de un niño de siete años. Las palabras que un niño de siete años no debería tener en su vocabulario porque un niño jamás debería pasar por esto. Es inhumano y no está bien. Es horrible.

Un pañuelo se detiene sobre mi cara y respiro hondo cuando una gran mano comienza a secar con torpeza mis lágrimas. Lo observo mejor, es el señor que parece más intimidante de pie que sentado. Él no dice nada, solo seca sin delicadeza mi cara y luego me entrega en pañuelo con una mueca de desagrado.

—Lo llenaste de mocos, te lo regalo.

—Gracias —balbuceo y observo a la mujer cuando se agacha frente a mí quedando a mi misma estatura. Su mano derecha acaricia delicadamente mi mejilla y respiro hondo intentando demostrar que eso no me afecta y agrada en lo absoluto. Me molesta el contacto físico con extraños pero ella no me molesta. Es raro.

—Escucha, hay algo dentro de mí que no me permite hacer lo que otras mujeres pueden hacer —toca su vientre y observo este antes de volver mi atención a su cara —. Siempre he deseado tener un bebé pero no puedo, por eso decidí buscar a mi propio bebé —vuelve a acariciar mi mejilla y la observo fijamente sin entender lo que quiere decir —. Cuando te conocí sentí algo especial contigo, Anthony. No sé si lo notaste, pero no te pude dejar de ver desde que llegué. Eres un niño inolvidable, ¿lo sabías? —Mi labio inferior tiembla pero lo disimulo mordiéndolo ligeramente —... Eres un niño hermoso y también inteligente, por eso quiero que sepas que yo no me iré si tú no quieres —su mano se aleja de mi cara y se posiciona sobre su pierna —. Estamos dispuestos a irnos si tú no deseas venir con nosotros, pero nosotros sí te queremos, Anthony. Nosotros no nos iremos porque en ti encontramos a nuestro bebé. Eres el bebé que siempre deseé. Deseamos.

Observo a la señorita Wallace en busca de respuestas pero ruedo los ojos al ver que ella está llorando peor que yo. Guardo el pañuelo de Carlos en mi bolsillo y observo a la mujer intentando aclarar todas las palabras en mi mente. Tengo muchísimas preguntas y la más importante aún está rondando por mi cabeza.

— ¿Cuándo...? ¿Cuándo me adoptarán? —trago grueso y los observo esperando que digan una falsa fecha. Las otras familias daban la respuesta pero nunca regresaban. Ellos nunca cumplían sus promesas.

—Bueno... —la señorita Wallace aclara su garganta y me sonríen poniendo su mano sobre mi hombro —. Ellos ya te adoptaron, Anthony. Solo necesitaban tu aprobación para poder irse contigo. Todos estos días han estado haciendo los trámites y la evaluación... —dejo de escuchar y observo a la pareja que en este momento se supone que son mi familia. Familia...

¿Familia? ¿Me adoptaron? ¿No se irán? ¿No es una falsa promesa? ¿Ellos en serio me quieren?

— ¿Me adoptaron? —pregunto sin creerlo del todo y observo fijamente a la señorita Wallace esperando que me despierte del sueño. Tengo que despertar; esto no puede ser real.

Miro a la mujer dulce y luego a Carlos. Los miro por mucho tiempo y sucesivamente sin poder creérmelo. ¿Me adoptaron?

—Cariño, no... —Cassy me abraza cuando cubro mi cara y yo lloro durante largos minutos sin poder creer lo que me está pasando.

Me adoptaron. Soy un niño adoptado. Alguien me adoptó. No es un sueño. Alguien me quiere.

Lentamente le correspondo su abrazo y respiro hondo inundándome de su perfume tan dulce como su personalidad. No me parece real. Nada de esto me parece real.

Me logro calmar por completo después de media hora y salgo con todos de la oficina aún pensando que en cualquier momento ellos se irán y no regresarán.

Todo mi cuerpo está temblando de una manera inexplicable y sé que me veo patético porque otros niños se me quedan viendo mientras suben las escaleras para ir a cambiarse y bajar a comer.

Me cruzo con varios chicos de etapa adolescente y dejo de pensar en mi reciente adopción cuando la cara de Junior se encuentra con la mía. Está sentado en las escaleras y luce como si hubiera estado llorando por mucho tiempo. Sus ojos están rojos y su expresión no demuestra nada bueno.

—Hola, enano —me sonríe aparentando que todo está bien pero yo no lo hago, solo lo observo esperando que me diga qué le pasó —. Escuché las buenas nuevas —revuelve mi cabello y trago grueso notando que ya se enteró. Aquí los rumores corren muy rápido y más cuando se trata de una adopción —. Estoy muy feliz por ti, lo sabes, ¿no?

— ¿En serio? —mi voz suena casi como un susurro y él sonríe aún más asintiendo varias veces.

—Claro que sí, enano. Esto es lo que te mereces y más, eres un chico increíble y ellos son afortunados de tenerte —lo abrazo con fuerza y segundos después sus brazos me corresponden con la misma fuerza —. Si no era yo, sería alguien más. Tú eres alguien por el que vale la pena vivir.

En ese momento no entendí lo que quiso decir, pero después de ese día lo comencé a visitar cada semana.

Me quedé con el álbum de despedida que me dio la señorita Wallace. Me encargué de no incomodar a Cassy y a Carlos con mi presencia y siempre intenté hacer el menos ruido y desorden posible en su gran casa. Ambos vivían bien, ella era veterinaria y él chef en su propio restaurante. Yo tenía mi habitación y me la pasaba encerrado en ella sin hacer absolutamente nada, solo esperar y esperar la próxima tragedia en mi vida.

Intenté mostrarme desinteresado de todo lo que hiciera o dijera Cassy pero no lo logré, a las pocas semanas comencé a hablar un poco más con ella y sin poder evitarlo reía de sus chistes y sus anécdotas trágicas que mayormente venían de su trabajo con los animales. Carlos siempre me miraba como si tuviera muchas cosas que decirme, pero siempre se quedaba en silencio y cocinaba los mejores platillos que en mi vida llegué siquiera a imaginar.

Siempre intentaba llevarle de todo un poco a Junior y con gusto escuchaba las actualizaciones del orfanato. Todo seguía casi igual, aunque poco a poco él se ponía más delgado pero se excusaba diciendo que tenía falta de apetito porque la comida de Carlos estaba afinando su gusto.

La primera vez que le dije mamá a Cassy fue en la salida de mi primer día de clases. Estaba contento porque había hecho dos nuevos amigos y al presentarlos no se me pasó por la cabeza decirle Cassy o llamarla señora. Dije mamá, lo que la puso un tanto extraña pero en la noche descubrí que fue por felicidad contenida. Ella lloró hasta dormirse entre los brazos de Carlos.

La primera vez que llamé papá a Carlos, fue cuando unos compañeros de clases se burlaron a mis espaldas por tener un papá obeso. Les partí la cara y les dije que ser obeso no tenía nada de malo, que malo sería tener a un papá que no les enseñara a respetar a las personas. Me llevaron a dirección y le dije sin problemas al director que los chicos se estaban metiendo con mi papá y Carlos solo se quedó ahí, viéndome en silencio, como si estuviera procesando con dificultad mi comportamiento.

En la noche me esperé un regaño o un castigo, pero me sorprendí al ver que Junior estaba invitado a la cena e iban a hacer nuestros platillos favoritos. Cenamos, reímos, hablamos y luego lo invitaron a quedarse a dormir. Pusimos mi serie favorita y me dormí abrazado a la estatuilla que me regaló mi hermano mayor.

Esa noche recordé y agradecí todo lo que tenía en mi vida. Recordé que antes no tenía nada y que ahora tenía todo lo necesario. Pero lo más importante: recordé que aunque las cosas se pusieran difíciles, solo debía sonreír y comer todos los dulces posibles.

...

Años después de eso me entró la curiosidad popular por conocer a mis padres biológicos. Cuando se lo comenté a mi mamá, casi se pone a llorar pensando que no me sentía bien o cómodo con ellos, pero le aseguré que solamente era curiosidad, que no tenía que preocuparse porque para mí, mis únicos padres eran ellos.

Ella fue la que me ayudó a investigar en el orfanato los pocos registros que dejaron. Mi apellido real era Meyer, hijo de Hailee Galang y Aran Meyer. Fui encontrado en condiciones deplorables junto a dos adolescentes consumidos por las drogas y la desnutrición. Yo solo tenía dos años y ellos diecisiete y diecinueve. Se supone que los llevaron a un centro de rehabilitación, pero aunque no se informó más de la mujer que me trajo al mundo, se registró que el hombre salió a las calles tres años después y más nunca se le volvió a ver. Ninguno fue a buscarme, cosa que al principio me dolió pero luego agradecí porque no me veía en otra familia que no fuera la Soublette.

Mi mamá me acompañó a la casa en la que se vivía mi progenitor y al llegar ambos nos quedamos con el mal presentimiento que se convirtió en realidad. Él no continuó con su vida.

Paredes sucias, botellas regadas por cada rincón, ratas, mugre. Mi madre no dejaba de apretar con fuerza mi camisa y pude notar como su mirada recorría con temor la cara del hombre que nos abrió la puerta. Ahí estaba. Mi progenitor y el hombre que me abandonó para poder continuar con su porquería de vicio.

— ¿Se les ofrece algo? —espetó con desagrado y no pude evitar apretar mis puños con ganas de estampárselos con fuerza en la cara. Tenía quince años, pero sabía defenderme perfectamente bien y ganas no me faltaban de provocarle un mínimo de dolor que él me provocó a mí.

— ¿Es usted Aran Meyer? —mi mamá fue la primera en hablar apretando mi brazo izquierdo con fuerza. Podía sentir que me decía con eso, "cálmate", pero se me hacía difícil. Tenía demasiado rencor acumulado como para actuar como si nada.

—Sí, ¿quién lo busca? —la mirada del hombre se encontró con la mía y por breves segundos, él me observó sorprendido antes de mover la cabeza perturbado.

Y ahí lo supe, él me había reconocido y no había vuelta atrás. Ahora tenía que continuar con la charla.

—Solo quería conocerte, ya veo que de nada sirvió haberte deshecho de mí, ¿no? Supongo que yo no era el problema —humedecí mis labios y negué cuando mi mamá intentó jalarme sin éxito —. ¿Sabes algo de Hailee? No se reportó más nada de ella desde que me entregaron. ¿Murió? ¿Se fue del país? ¿Está compartiendo tu estilo de vida? —el profundo odio comenzó a brotar de mí y pude notar como el hombre se encogía con cada palabra salida de mi boca —... ¿Cómo pudieron hacerme eso? Hubiera preferido que no me dejaran nacer...

—Anthony —mi mamá toca mi mano y yo la observo pidiéndole perdón con la mirada.

—Es la verdad, mamá. Ellos me hicieron pasar por un infierno y no se les pasó por la cabeza siquiera ir a pedirme disculpas o darme una explicación... —niego y observo al hombre frente a mí soltando el aire contenido —. Espero que en tu maldita vida tengas la oportunidad de engendrar a otro ser humano. Nadie merece a una porquería de padre como tú.

Luego de eso no lo volví a ver. No obtuve información de Hailee por parte de él pero luego descubrí por mí mismo que sus padres se la llevaron a otro país luego de encontrarla en ese centro de rehabilitación. Ella solo era una niña cuando quedó embarazada y Aran la convenció de huir para que pudieran estar juntos. Los planes salieron mal, sus padres pensaron que yo sería una mancha en su impecable reputación y decidieron dejarme abandonado a mi suerte. Tengo ascendencia filipina, una madre que se olvidó de mi existencia y un padre que prefirió su porquería. Bueno, ni madre ni padre; progenitores.

Mis únicos padres son Cassy y Carlos Soublette y eso jamás lo olvidaría. Estaba agradecido con ellos, con lo que me dieron y con lo que me enseñaron. Fui el único chico que mi generación que fue adoptado entre mis compañeros, nunca olvidaría eso. ¿Los demás? Salieron adelante, se hundieron, formaron una familia o desaparecieron de la faz de la tierra. Pero yo los tuve a ellos. Yo tuve todo lo que un niño pudo haber deseado en la vida y tuve la vida más perfecta después de pasar por cosas increíblemente dolorosas.

(...)

— ¿Hijo?

La voz, la pregunta, la persona. Todo eso hace que mi sangre hierva y no dudo en estampar mi puño en su cara lanzándolo con fuerza al suelo.

— ¡Yo no soy hijo tuyo! —escupo con molestia y camino de un lado a otro —. Tú no tienes ningún derecho de llamarme así y mucho menos de aparecerte en este lugar. Lárgate si no quieres que llame a la policía —observo a Alec con preocupación y noto entonces que su mirada no se ha despegado ni un segundo de mi cara. Parece sorprendido por mi comportamiento.

—Pero... —él intenta hablar pero mi mirada asesina lo hace retroceder.

Alec se levanta con dificultad y niega cuando Aran lo invita a marcharse también. ¿Se conocen? ¿De dónde se conocen? ¿Por qué carajos de tantos lugares tuvo que aparecerse en este?

Mis puños tiemblan cuando su figura desaparece de mi vista y me giro de inmediato enfocándome en la cara de Sarah. Está pálida y sus ojos abiertos de par en par me indican que no se esperaba la noticia. Ni yo me la esperaba, qué puedo decir.

— ¿Podemos irnos? —pregunto un tanto afectado por los recuerdos y el momento.

Sarah asiente y observa a Amparo diciéndole algo que no logro escuchar. Él asiente y se despide con un beso en su mejilla asintiendo, amistoso, en mi dirección.

Durante el camino no digo nada. Tampoco cuando dejamos al bebé dormido en la cuna que le compró mi mamá ni cuando Sarah se sienta a mi lado en la cama.

Sé que su mirada preocupada viaja por toda mi cara y me sorprendo cuando en un movimiento rápido de su mano, noto que hay varias lágrimas corriendo por mis mejillas. Lágrimas de rabia, de impotencia y de nostalgia. Mucha nostalgia —. ¿Quieres hablar de eso? —su pregunta llega acompañada de otra caricia y la observo fijamente cuando se sienta en mis piernas secando con delicadeza el resto de mi cara.

— ¿Estás segura de que quieres conocer mi trágica infancia? —sus besos sobre mi cara no tardan en llegar.

—Estoy segura de que quiero conocer todo de ti. 

...

¡El último capítulo por hoy! 

Espero que les haya gustado este maratón de capítulos, lo hice con mucho amor y flojera <3

¿Cuál fue su parte favorita? 

Me duele Anthony chiquis</3

Con mucho amor y un beso en la boca. 

—Nepasavoir. 



















Puto el que lo lea. 

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