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— ¿Lista? — preguntó Shawn mientras nos disponíamos a abordar el avión privado. Asentí nerviosa.
Nos dirigimos a Hawaii para pasar unos días juntos, manteniendo en secreto nuestro viaje ante todos.
Una vez dentro del avión, despegamos en cuestión de minutos.
— ¿Qué estamos haciendo, Shawn? — pregunté, con miedo evidente en mi voz.
—Una locura — respondió él, mientras yo mordía nerviosamente una uña. — Pero no hay vuelta atrás — añadió, y negué con la cabeza.
Shawn había mentido a su familia y a su novia, diciendo que tenía asuntos pendientes en Los Ángeles, mientras que yo le había mentido a todos, incluido mi comprometido, diciendo que iría a mi país a ver a mi padre.
—No, ya no hay vuelta atrás — dije finalmente.
Él sirvió un poco de vino en una copa y me la entregó.
No sé en qué momento me enamoré de Shawn; solo recuerdo que un día sonrió y me sentí completamente suya.
Horas más tarde, llegamos a Hawaii, donde un auto nos esperaba en la pista. Salimos discretamente y nos dirigimos a la cabaña que Shawn había alquilado, ubicada un poco alejada del centro, con una parte de la playa para nosotros.
La cabaña contaba con dos habitaciones, comedor, cocina, sala de estar y dos baños. Afuera, una encantadora terraza ofrecía una vista al mar, con arena blanca y brillante sol. Era el paraíso.
— ¿Te gusta? — dijo Shawn, apareciendo a mis espaldas, rodeando mi cintura con sus brazos y atrayéndome hacia él.
—Sí, es bellísimo — sonreí, sintiendo cómo depositaba un beso en mi cabeza.
Me dio la vuelta, quedando frente a frente.
—Hemos cometido una estupidez — jadeó, mordisqueando mi barbilla—. Pero no me importa armar una guerra por ti.
Mi corazón latía a mil por segundo mientras nuestras respiraciones se entrecortaban. A empujones torpes, nos adentramos en la casa.
Entre besos y pasos vacilantes, caímos en el sofá, entregándonos a besos apasionados. Torpemente, le quité la camisa, pero él me detuvo para observarme.
—Tina, no aquí —dijo, mirándome con confusión.
—¿Por qué? —pregunté, con la respiración agitada.
—No quiero solo sexo. No soy así —se relamió los labios—. Quiero hacerte el amor.
Sonreí como una tonta al oír eso y lo besé, pero esta vez con ternura. Él tomó mis muslos y me llevó al cuarto.
Empezó a besarme el cuello mientras con una mano me acariciaba.
—Te quiero, Tina —susurró, y una lágrima rebelde cayó por mi mejilla.
(***)
—Tina, despierta —dijo Shawn, acariciando mi cabello. Sonreí y abrí los ojos. —Ven a cenar. Traje sushi.
—Está bien —respondí con una sonrisa.
Me puse unos shorts y una de sus camisetas.
Nos sentamos a la mesa y disfrutamos de la cena mientras conversábamos animadamente.
—Pedí algunos víveres por internet para los días que estemos aquí —mencionó él.
—Genial —respondí sonriendo, mientras saboreaba un rollo de sushi.
—Después de cenar, vamos a la playa —sugirió, sosteniendo mi mano. —No debe haber mucha gente ahora y nadie nos reconocerá —asentí, disfrutando de la idea, y de él.
Recogimos los platos sucios y los llevamos al fregadero, desechando lo desechable. Me ayudó a limpiar la mesa.
—Voy a ponerme el bikini —anuncié, y él asintió. De mi maleta, saqué un bikini negro y me lo coloqué en el baño. Cuando estuve lista, salí y él ya estaba vestido con su bañador azul.
Me tomó de la mano y caminamos hacia la orilla del mar.
—Joder, está helada —exclamé al sentir el frío del agua, y él sonrió.
Sin pensarlo dos veces, ambos nos adentramos en el agua y solté un grito al sentir el frío golpear mi piel.
—El frío es psicológico —dijo riendo.
—Ajá —respondí, tiritando de frío.
Él se acercó y me abrazó, enrolle mis piernas en su cintura y quedamos pegados.
—¿Tienes frío ahora? —preguntó, a lo que negué.
Sonrió.
—Quiero quedarme así para siempre —admití, y él se acercó aún más, rozando sus labios contra los míos, haciendo que sufriera unos segundos antes de finalmente besarnos.
Nos besábamos en el mar, bajo la luz de la luna en Hawaii. Esto era un sueño.
—¿Sabes una cosa? —preguntó él cuando nos separamos.
—¿Qué cosa? —inquirí, curiosa.
—Por la noche, el mar se agita y hace que los tiburones y otros animales extraños se acerquen a la orilla.
Enrollé mis piernas con más fuerza alrededor de su cadera y lo miré con temor.
—¿Es una broma? —él negó—. Vámonos de aquí ya —exclamé, pero él soltó una carcajada, lo cual no me hizo gracia—. Ya, Mendes —grité.
—Está bien, está bien, gritona —respondió él y comenzó a caminar hacia la arena conmigo a cuestas—. Eres tan tierna —comentó, lo que me ruborizó—. No te cases, Tina, por favor.
No supe qué decir. No sabía qué debía hacer.
—No lo sé, Shawn —suspiré.
—Hazlo por mí —me miró apenado.
Qué difícil decisión tengo que tomar.
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