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CONFRONTACIÓN O HUÍDA
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Capítulo 8
Observación.

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[ Kuro ]

Existen personas observadoras, personas que tienen una sensibilidad cognoscitiva escalofriante. Nada se escapa de su vista, lo comprenden a la perfección o no descansan hasta descubrirlo. Desmenuzar cada pequeña cosa a su alrededor, nutriendo su conocimiento, sus ideas y su curiosidad.

Espeluznante.

No obstante, yo solía ser una de esas aterradoras personas.

En mi caso, jamás hice alarde de ello. Porque no veía la necesidad de revelarlo, porque me hacía sentir incómodo, porque yo no quería ser así. Mi familia contaba con tres miembros con inteligencia envidiable y cada uno de ellos tenía ya un futuro marcado con el fin de atraer la buena aceptación del apellido, la envidia de la sociedad e incrementar nuestra fortuna. Serían cuatro, si yo hubiese respondido bien a los exámenes mentales a los que nos sometían desde pequeños, pero veía a mi hermana mayor amargándose cada día y ser testigo de aquello no me otorgaba una buena referencia a ser el nuevo cerebrito en mi hipotético hogar.

Principalmente, mi padre era el origen y el núcleo de la familia. Un científico honorable, capaz, inteligente, astuto, importante y admirable por todos sus logros. Seguido por mi hermana mayor, Ira.

La primera hija de los cuatro niños que procreó el Doctor Servamp en su primer matrimonio. Dotada de belleza, perspicacia, impetuosa seriedad y una escondida amabilidad, espléndida y con toda la actitud de una hermana con tendencias maternas, Freya Ira Servamp es la directora del hospital que nuestro padre instaló en Tokio. Una doctora modelo.

En tercer lugar está el hijo menor. Hugh Pride Servamp. Con doce años se perfila como un experto en tecnología. Un niño admirable, pues sin importar las presiones que nuestra madre ponga en él y deba cargar con ese peso en sus delgados hombros, Hugh se ríe como cualquier niño y siempre encuentra la forma de divertirse aún en soledad, porque sus hermanos mayores rara vez visitan la casa principal una vez que consiguen abandonar el nido familiar. Freya ha mostrado su interés de sacarlo de Londres y rescatar a nuestro hermano menor de las garras de mi madre, pero no es tan fácil, no cuando esa mujer sabe lo mucho que perdería al dejar ir al único retoño que no la esquiva en cada oportunidad.

En mi caso, mi capacidad de observación era lo único con lo que yo contaba o utilizaba con mayor precisión. Más que sacar buenas notas sin la necesidad de estudiar porque a mí cerebro le bastaba con prestar mínima atención en clases para memorizar las lecciones, más que comprender a Marx o aprender un libro de memoria leyéndolo sólo una vez, yo era un silencioso espectador. Y eso no hacía más que provocarme dolor, una molestia innecesaria que no podía evitar.

No hay nada más acojonante que ser testigo de los problemas a tu alrededor, comprender lo que está sucediendo, y no poder hacer nada.

Veía a mis hermanos mayores irse de casa al cumplir la mayoría de edad, porque estaban cansados de ser tratados con fría indiferencia por parte de mis padres. No podía ayudar a Ira cada vez que la veía fatigada por la carrera médica ante las exigencias de nuestro padre. No detuve a JeJe cuando reveló, con un pie fuera de casa y maletas en manos, que era gay y se iría de viaje por el mundo con su novio. No le dije a Wor que Hyde y yo lo extrañaríamos porque eso lo haría quedarse y renunciaría a su sueño de estudiar gastronomía en Italia. No interviene cuando se enteraron de la homosexualidad de Lilly y lo echaron de casa.

Fui testigo de la debilidad de mis hermanos menores y su miedo a fracasar en esa casa y que fuesen igual de utilizados o degradados. Intenté, de alguna manera, ser fuerte por ellos. Deseaba ser un héroe para ellos, su apoyo, su guía, un buen hermano mayor.

Y fue esa decisión lo que me llevó a reclamar y enfrentar a mi padre, en el peor momento, en el peor lugar, para posteriormente perderlo todo.

Rompiendo con mis acciones el núcleo de nuestra desigual familia. Ganándome el rechazo de algunos, el miedo de otros, la lástima de un par y llenando mi propio ser de odio, vergüenza y desprecio.

Dejé de observar lo que me rodeaba. Me aterraba ver los ojos de las personas y encontrar en ellos mi reflejo. No quería ver mi rostro, tan parecido al de mi progenitor. No quería escuchar mi voz y por ello dejé de hablar, de opinar, de decidir. Detestaba ser reconocido como alguien inteligente cuando no pude hacer nada, equivocándome en lo único que creí que podría llevar a cabo con eficacia. Odiaba llegar a casa y comprender que si para algo sirvió mi error fue para que mi madre permaneciera más tiempo bajo ese techo, aunque fuese solamente para recriminar mis acciones a cada momento. Odiaba estar ahí y ver la cólera en los ojos azules de Tsubaki, el miedo en los verdes de Hugh y los esfuerzos que Hyde hacía por acercarse a mí sin rencores.

No recuerdo muy bien cómo, pero de repente pasaba el tiempo en lugares de mala muerte, antros oscuros y llenos de podredumbre humana, gente tan dañada como yo o incluso más, pero ellos habían encontrado las formas de escapar de la realidad, por momentos fugaces.

Y era en busca de esos efímeros momentos lejos del dolor, huyendo de la realidad, escapando de los fantasmas de mis errores y odiando la idea de volver con la familia que arruiné, que probé las drogas.

Yo era bueno con el alcohol y el cigarro no era mucho de mí agrado, pero fumaba de vez en cuando. No obstante, por mucho que probase, sin importar la gama de alucinógenos que saboreara mi lengua, aquel mundo de ensueño se abrió para mí en la más indecente de las propuestas cuando compré mis primeros gramos de heroína y la observaba esperarme paciente junto a mí en la cama, mientras yo me recordaba que tenía poco que perder ya.

La primera vez fue un completo desastre. Entendía el proceso, pero llevarlo a cabo no era tan simple si el poco raciocinio que me quedaba me pedía a gritos que no lo hiciera, pero esa voz era opacada por otra más grave, exigente y manipuladora. Literalmente era como tener al demonio dentro de mí susurrado y exigiendo mi derrota bañaba en sangre y desesperación. Esa ocasión tarde más en encontrar la vena adecuada y el valor necesario para enterrar la aguja en mi piel, que el tiempo que me llevó llegar al baño e intentar vomitar mi estómago.

Las ocasiones que le siguieron a esa fue más sencillo, una tras otra, cada vez más frecuente, cada vez más dosis, cada vez más perdido. Ya no recordaba ni por qué lo hacía, solamente estaba la necesidad de sentir el caballo blanco galopando en mis venas. El éxtasis del momento, la algarabía en mi cerebro, la sensación de paz y el olvido. Todo eso duraba un par de horas, pero era suficiente para seguir con mi patético intento de vida.

Fue así durante un año.

Exactamente el día del aniversario de la muerte de mi padre, Lawless recibió una llamada desde el hospital central de Londres, otro de los centros médicos de nuestra familia. Acababan de regresar del cementerio, todos se habían encerrado en sus habitaciones, pero él esperaba en la sala a que Ira llegase desde Japón.

Aún me pregunto qué le habrán dicho a Lawless en esa llamada. Qué siente alguien al escuchar que su hermano mayor fue encontrado tirado en un callejón, con una herida de bala en el estómago y una sobredosis de heroína. Que está internado en el hospital, que apenas respira. ¿Cómo manejó Lawless aquello? ¿Cómo decidió a quienes avisarles cuando él más que nadie sabía que en esa casa ya a nadie le importaba lo que pudiera sucederme? A excepción de él. Y los hermanos que aún se podían llegar a preocupar por mí estaban lejos.

Cuando desperté, Ira acariciaba mi cabello, sentada junto a mí. Y Lawless dormitaba en el pequeño sofá de la habitación blanca. El brazo con mi colección de picaduras amoratadas estaba cubierto por vendas al igual que mi vientre. Me sentía tan cansado, tan débil y tan frustrado conmigo mismo que no dije nada, no abrí la boca siquiera para decirles a mis hermanos que dejaran de llorar.

Fue extraño. En un momento me encontraba en un callejón, pagando la papeleta que contenía la nieve mágica que mi cuerpo tembloroso exigía, entonces el camello sacó el arma y apuntó en mi dirección. Y después de un año mire atentamente a mi alrededor; el arma era un revólver pequeño, plateado y café, los ojos de mi vendedor brillaban viendo el bolsillo donde guardaba mi billetera y un segundo después de que el sonido detonante del disparo retumbara, la explosión llegó a mi estómago y yo caí al suelo. No sabía si el dolor se debía a la herida o a la abstinencia. Intentando hallar una distracción a mi inminente muerte, me dediqué a observar el charco de sangre formándose bajo mi cuerpo. Los segundos pasaban, los minutos transcurrían, y yo pensaba en que el color de mi sangre se veía más como el vino tinto que el rojo carmesí que siempre describía al líquido vital. Nadie pasaba por ese lugar, por eso era la mejor zona de cambio para los camellos, zonas de distribución, nadie me vería en un buen rato.

Nadie sabe lo que las personas piensan antes de morir. Normalmente uno se imaginaria, que por instinto o dolor, las personas no desean la muerte y lloran o gritan exigiendo más tiempo de vida. También existe la creencia de que la experiencia y los recuerdos de toda una vida fluyen en la mente, pasando como una película, una autobiografía con imágenes precisas.

En lo que refiere a mí, lo describiría como una epifanía.

Estaba ahí, tirado en la fría nieve de invierno, días antes de finalizar el año, recordando que el día que mi padre murió también había nieve. La misma nieve, que al igual que en ese momento, se tiñó de rojo con la sangre de él, de Tsubaki y la mía.

Mis ojos no dejaban de observar el líquido vital que escapaba por la herida de bala que atravesó mi cuerpo, la escarcha absorbiendo el calor que me quedaba, el vaho de mi aliento saliendo con más lentitud. Entonces pensé «Qué fastidio. Voy a morir».

Una parte de mi estaba resignada a esa idea. Por lógica, todo el mundo muere en algún momento y yo sabía que mi turno llegaría pronto, teniendo en cuenta mi estilo de vida ese año. Y fue al rememorar ese supuesto "estilo de vida", que mi epifanía llegó.

¿Qué había hecho yo toda mi vida? No solamente desde la muerte de mi padre, ¿qué hice con mis veinte años en el mundo? Complacer a mis padres, tratar de ser un hijo ejemplar, intentar cuidar de mis hermanos, privarme de gustos y diversión, fingir no ver los problemas a mí alrededor, no ayudar por miedo a complicar las cosas, asesinar a mi padre y dañar permanentemente a uno de mis hermanos, consumir drogas, vivir como vago y arrastrarme si era necesario con tal de conseguir más del mágico polvo que me hacía feliz en medio de mi mierda.

Con ello, surgió una nueva incógnita. La única pregunta de importancia al estar ante las puertas de la muerte: ¿qué no había hecho aún? No desobedecí a mis padres, no jugué adecuadamente con mis hermanos, no me divertí, no aprendí lo que me llamaba la atención, no escribí un libro, no le dediqué una canción a nadie, no completé mis videojuegos favoritos, aún no probaba algún platillo preparado por Wor, aún no le agradecía a Ira por llamar siempre y preguntar cómo me sentía aunque yo no le respondía, aún no le decía a Lilly que lo apoyaba y que estaba bien tal y como era, todavía no reía adecuadamente junto a Lawless, nunca fui a alguna exposición de ciencias con Hugh, tampoco respondía las llamadas de Jeje, y mucho menos le había dicho a Tsubaki que tenía todo el derecho a odiarme. Jamás pedí disculpas porque no quería ser perdonado. Aún no me había enamorado.

De pronto lo supe. Yo sí quería morir y creía merecer la muerte. Pero no así, no ahí, y absolutamente no siendo quien era en ese momento.

Con la poca fuerza que me quedaba, alcancé en el bolsillo de mi chaqueta el teléfono que el estúpido del vendedor ladrón asesino no me quitó. Marqué el número de emergencias y cuando la operadora respondió le dije que estaba muriendo.

Antes de cerrar los ojos, me dije a mí mismo que de sobrevivir a esa noche, dejaría las drogas y no volvería a tomar una decisión. No ayudaría a nadie a no ser que me lo pidieran, no haría cosas problemáticas para no causar molestias, respondería a preguntas directas y no me esforzaría en nada, porque me aterraba equivocarme de nuevo.

Pero, sobre todo, rompería mis sentimientos. Los desintegraría hasta hacerlos polvo, echaría los restos en una caja y guardaría la caja fuerte en algún lugar donde nadie pudiera encontrarla. Así, ni siquiera yo jugaría con ellos, sólo así nadie me mentiría, nadie tomaría esos sentimientos ni huirían con lo único que me quedaba de humanidad.

Claramente, resulta más sencillo pensar las cosas que llevarlas a cabo.

Es imposible no sentir el daño que les haces a los que se quedan a tu lado pese a las adversidades. Vi los rostros de Lawless e Ira durante mi abstinencia, mientras mi sangre se limpiaba con el tiempo, el mono arañaba mi ser desde adentro, rugiendo por la sustancia a la que mi cuerpo estaba acostumbrada. En una ocasión, desde la pequeña ventana de la habitación donde me tenían recluido, vi a Lawless cubrirse los oídos mientras yo le gritaba. Mis gritos de dolor, de chantaje y de furia. Le decía que me ayudara, que estaba muriendo porque yo así lo sentía en plana abstinencia. Lo culpaba, porque necesitaba un culpable al desgarro de mis entrañas, "si me muero será tu culpa". También le pedía que me matará él si no planeaba darme lo que quería.

Es imposible no tener sentimientos por las únicas personas que se quedan a tu lado pese al daño que les has hecho. Lawless e Ira no me reclamaron nunca, por el contrario, me abrazan cada que tienen la oportunidad. Es como si quisieran comprobar que sigo ahí, que no me iré a ninguna parte.

La readaptación en sociedad es algo con lo que no puedo lidiar, pese a los intentos que mis hermanos han hecho. No puedo ver las cucharas sin pensar en el ritual que ejercía antes de clavar una jeringa en mi brazo. No puedo subir a transportes vehiculares particulares sin sentir que vomitaré al pensar en mi padre. No puedo tomar decisiones.

No obstante, en el último mes he recuperado parte de mi oxidada capacidad de observación. No porque yo lo quisiera, sino porque últimamente mi entorno ha permanecido con un poco de iluminación. La es tan cegadora como hipnótica.

Ser testigo del andar por la vida de Shirota Mahiru se ha convertido en un pasatiempo realmente entretenido.

Jugar al acosador se volvió la peor molestia de todas. Pero ya no podía evitarlo.

De repente me convertí en un inútil si de Mahiru se trataba. Simplemente me veía en la inutilidad de dejarlo solo, siguiendo sus pasos a cada momento posible. Como un mosquito siguiendo la luz.

En el poco tiempo que llevo de conocerlo, he aprendido distintas cosas. La diferencia en la tonalidad de sus ojos dependiendo de sus emociones, el brillo que toman sus orbes cuando está feliz o distraído; en un momento su iris es de color chocolate, si se ríe son del color del caramelo derretido, y a veces toma un ligero tono dorado. Siempre se está moviendo, y si bien yo me fatigo con sólo verlo, es entretenido; Mahiru mueve mucho las manos cuando hablamos, le gusta correr, de vez en cuando da saltitos, canta sin pudor a todo pulmón. Absolutamente todo lo que piensa se plasma en su rostro; no sabe mentir, no puede ocultar nada, es un libro abierto y un alma bondadosa.

Existen peculiaridades, como el puchero que crean sus labios cuando se le contradice; sus manos forman puños cuando está molesto, se muerde el labio cuando está pensando demasiado y se distrae con facilidad.

Evidentemente existe mucho que aún no se de Mahiru. Y he de admitir mi locura al comprender que deseo saber más de él. Quiero observarlo más pese a prometerme que no me volvería a interesar en algo.

Ver a Mahiru mientras trabaja, cuando cocina, al estudiar, divirtiéndose, tocando el violín, bailotear mientras canta, anhelo ver todo eso y más del Mahiru que todavía no conozco.

Cegarme con su luz.

Porque pareciera que con la luz que a Mahiru le sobra yo podría encender un día o dos en mi vida, y si continúo a su lado tal vez sea más tiempo.

El problema radicaba en que él lo permitiera. Y dado el hecho de que no parecía especialmente incómodo a mi lado, no quedaba más que admitir que Mahiru es un reverendo tonto.

Si fuese un chico inteligente, se alejaría de mí ahora. Ahora que estamos a tiempo, ahora que no saldríamos heridos.

Y tendría que alejarse él primero y darme la orden de no acercarme más, porque yo ya no puedo detenerme. No después de ver la fragilidad bajo su inquebrantable fuerza y desear ser testigo de su valor pese a las adversidades de su pasado.

Por supuesto, yo no le convengo y debe darse cuenta de ello para obligarme a dejarlo.

No creí ver jamás a Shirota Mahiru ebrio y debía admitir que era divertido. Molesto y fastidioso, pero gracioso.

Todo comenzó el mismo día que intercambiamos celulares.

En el tren, camino a casa, me dediqué a fisgonear en las listas de reproducción de Mahiru, resistiendo la tentación de husmear en su galería de imágenes. Mientras más canciones escuchaba, más sorprendido y estafado me sentía. No porque no me gustase la música que escuchaba, sino porque de hecho me agradaba bastante.

La mayoría de las canciones estaban, obviamente, en japonés. Pero el ritmo, el estilo de música y las letras en sí eran algo que no imaginé entre los gustos del castaño. Creía que escucharía más baladas pop o música clásica, teniendo en cuenta que su mejor amigo es un pianista.

Sonaba Black Memory cuando el celular vibró en mi mano y entré en pánico. Me limité a ver fijamente el aparato hasta que el nombre de un tal Misono se borrara de la pantalla junto a la foto de un chico con peinado gracioso e impresionantes ojos furiosos de color morado. Pero la llamada se repitió cinco veces más.

Bajé en la estación que me correspondía cuando un sonido ascendiendo surgió del celular de Mahiru, anunciando un mensaje.

Era el tal Misono y el mensaje tenía muchas blasfemias entre las cuales traslucía un poco de preocupación, en caso de que «Dime que no te has muerto, Shirota» cuente como tal.

Cansado de que las llamadas interrumpieran la música, respondí la décima llamada en el elevador que subía a mi departamento.

— ¡Finalmente te dignas a contestar, bastardo! ¿Por qué no respondías? Licht dice que a él tampoco le respondes y que va camino a tu casa. Tienes que dejar de ser tan imprudente y...

— Eh... —Interrumpí, alejando la bocina de mi oído. De paso me recordé preguntarle a Mahiru por qué se conseguía amigos tan violentos. Pero entonces recordé las cicatrices de su brazo y estuve de acuerdo en que lo mejor es que se rodeara de personas fuertes. —El número que usted marco está ocupado...

— ¿Quién diablos eres y por qué respondes el celular de otra persona?

Aunque era obvia la necesidad de explicar aquel mal entendido, me daba pereza contar toda la historia. Y más aún, no deseaba dar explicaciones sobre lo que Mahiru y yo hacíamos.

— Mahiru y yo cometimos un error y confundimos teléfonos. —Mentí.

— ¿Cómo conoces a Shirota?

— De la universidad. Además, mi hermano está saliendo con Licht y gracias a ello nos topamos de vez en cuando. —Eso no era del todo una mentira.

El sujeto siguió preguntando sobre mi existencia y por qué era cercano a su amigo sin que él estuviera enterado. Ignorándolo la mayor parte de la conversación, entré a mi casa, me quité las botas, tomé a mi gato con la mano libre cuando él vino en mi búsqueda al escucharme llegar y me encaminé a la cocina.

Por culpa de un examen no me fue posible ir a la cafetería a ver a Mahiru. Por ende, nada me había obligado a depositar algo en mi estómago por la mañana, por la tarde lo olvidé y después de todo un día de inanición mi estómago rugía por alimento o amenazaba con desangrarme con úlceras. Y si yo volvía al hospital por una alimentación deficiente, mi hermana metería un tubo por mi garganta y me obligaría a comer de ser necesario.

Saber que debía comer era un punto y aparte al hecho de que en las alacenas de la casa únicamente coexistían cosas que la gente transformaba en comida digna, sin que yo terminara de comprender la mágica o hechicería que llevaban a cabo. Evitando los riesgos que me llevarían a incendiar todo el departamento y de paso el edificio, además de buscar un alivio al ardor que provocaban mis jugos gástricos abrí la nevera en cuanto dejé al gato en el suelo y serví su alimento.

— ¿Cómo te llamas, bastardo?

De verdad los amigos de Mahiru tenían una peculiar forma de expresarse. Perdí la cuenta de las veces que el tal Misono dijo "bastardo" en tres minutos de llamada. Igualmente eso hablaba de lo buena persona que era Mahiru al soportar eso sin fastidiarse...

... A no ser que Mahiru tuviera su propio repertorio de malas palabras oculto.

Hundiéndome contra el congelador abierto y un par de segundos antes de poder concentrarme a plenitud en la mina de oro de Breyers, Ben&Jerry's, Häagen-Dazs y Klondikes con las que Lawless y yo llenábamos la nevera cada semana, respondí a medias al chico en la línea con la esperanza de terminar la llamada de una vez por todas, porque encontré el último botecito de Cookies&Cream tras el Napolitano y limón.

— Mahiru me llama "Kuro".

"Kisama-chan" guardó silencio durante el tiempo que utilicé en extraer mi helado favorito y rebuscar un tenedor.

El primer bocado se deshizo en mi lengua y cerré los ojos en concentración del placer estallando en mis papilas gustativas, no se comparaba a otros éxtasis que mi cerebro experimentó con anterioridad, pero bastaba.

— Entonces eres tú...

El susurro me causó escalofríos. No lo dijo en tono molesto ni con repudio, la sorpresa era sincera y todo rastro de agresividad se esfumó. Como si ya supiera quien soy, pero calibraba lo que le contaron de mí con la remota información que yo le di.

— Oye, me gustaría conocerlos. A tu hermano y a ti.

— ¿Por qué?

— Porque tu hermano es novio de uno de mis amigos. Y Shirota no ha hecho otra cosa que hablar de ti en los últimos días.

Fue así como al día siguiente un nuevo mensaje de Kisama-chan llegó. El contenido se limitaba a las indicaciones de una dirección y obligando a Lawless que investigara un poco en Google maps, descubrimos que habíamos sido invitados a un Onsen.

Seguí hablando con Mahiru, pero no hice mención de la peculiar llamada de su amigo. Sin embargo, decidí no responder más llamadas hasta devolverle su teléfono.

El sábado por la tarde me reuní con Lawless en la estación de trenes, a todas luces él mostraba una singular alegría. Y debía admitir que era un poco emocionante, en lo que se refería a mí, ésta sería mi primera vez en las aguas termales.

Pero no íbamos ahí por gusto.

— ¿No te intriga saber por qué quiere vernos? Podría ser un asesino.

— ¡Estas siendo exagerando, hermano, y eso no te va para nada! —Lawless entró al vagón y encontró asientos disponibles. —No creo que sea una mala persona si quiere conocer a los novios de sus amigos.

—El único novio aquí eres tú. Y eso es lo extraño, ¿por qué el ángel violento no te lo presentó antes y Mahiru no me habló de él? Tal vez sólo quiere torturarnos para que nos alejemos de ellos.

—Pues que saque su mejor arma, pero no voy a dejar a Lichttan. En todo caso es mejor ir ahora y que la batalla termine rápido.

—Ah, esto va a matarme...

Al llegar a nuestro destino, la estructura del lugar se alzó majestuosa frente a nosotros, el lugar daba toda la pinta de casa oriental y el logo del Onsen se plasman en banderines y demás.

El circo inició en el segundo exacto que pusimos un pie en la recepción.

Un chico alto, rubio y de apariencia fuerte nos dio la bienvenida, parado a mitad del lugar y con las manos ocupadas con vasos de agua. Se presentó como Sendagaya Tetsu y mostró una moderada sorpresa cuando Lawless prácticamente gritó nuestros nombres.

— Oh, sí. Los estábamos esperando. —Aunque lo dijo de forma educada, lo único que se me vino a la mente fue una de esas películas Yakuzas y me pregunté cuándo saldría alguien a amordazarnos y qué pensaría Freya al encontrar nuestros cuerpos flotando en un rio. —Por favor, síganme.

— ¿Eres el dueño de éste lugar? —Lawless no perdía entusiasmo y siguió al rubio prácticamente a saltitos a lo largo de un pasillo, el lugar mostraba clara falta de clientes y eso bastaba para que yo buscará con la mirada cualquier ruta de escape.

— Es de mis padres y yo ayudo con el negocio. Supongo que me haré cargo en cuanto termine el instituto.

— ¿Eh? —Lawless y yo nos detuvimos al instante, como si un rayo nos hubiera alcanzado y petrificado ahí mismo. Nos miramos entre nosotros, de pies a cabeza, viendo que no pasábamos del metro setenta y tantos, delgados promedio... Y el chico frente a nosotros se proclamaba un estudiante de instituto, sacándonos una cabeza de altura y con la misma masa muscular que un modelo de gimnasio.

— ¿Cuántos años tienes? —Pregunté, porque alguien debía hacerlo.

—17.

— ¡Los esteroides son malos para tu cuerpo, niño! —Exclamó Lawless aunque él era sólo cuatro años mayor.

— Lo sé, nunca los he tomado...

— ¿Entonces cómo...?

— ¡Sendagaya, rápido, ayúdame! —Un gritó interrumpió las quejas de mi hermano y antes de que pudiera parpadear el fortachón salió corriendo al auxilio de la voz.

Deslizó la puerta que estaba a la vuelta de la esquina y relajó los hombros en cuanto fue testigo de lo que sucedía.

— Misono...

— ¡No te quedes ahí parado y quítame a Shirota de encima! —Los gritos seguían y al escuchar ese apellido apresuré mis pasos. — ¡Mahiru, suéltame, bastardo! ¡Licht, deja la botella!

Y ante ese nombre Lawless pasó cómo una ráfaga a mi lado y se quedó en el mismo lugar que Tetsu, con la boca abierta por la sorpresa.

— ¡Lichttan!

Les di alcance en el momento exacto que los tres chicos dentro de la sala alzaban la mirada para encontrarnos ahí, un chico resignado y dos confundidos.

En una esquina del lugar, junto a una pila de futones habían tres mochilas y reconocí una como la de Mahiru. En medio del cuarto se instaló una mesa, que rebosaba con bolsas de papas fritas, platos con fruta picada, y más chucherías junto a un par de botellas de sake.

Pero el verdadero espectáculo lo montaban los tres amigos. Mahiru estaba prácticamente aplastando a un tipo bajito de ojos violeta, que reconocí como Misono, mientras lo tomaba de las manos para inmovilizarlo. Aliado a Mahiru, Licht obligaba al más bajo a abrir la boca, con una de las botellas en la mano.

La escena era graciosa en sí. No obstante, el rostro sonrojado de Mahiru y su mirada nublada eran pruebas contundentes de su participación al vaciado de alguna de esas botellas. El ángel violento no estaba en mejor estado que el solecito borracho junto a él.

— ¿Kuro? —No existen las palabras correctas que describan lo que provocó en mí la voz adormilada y ligeramente ronca de Mahiru, acompañada de la mirada brillante de sus grandes ojos ambarinos y el tono rosa en sus mejillas. Quería salir corriendo.

— Justo a tiempo, Hyde. —Licht interrumpió mis ganas de huir, llamando la atención de todos. —Agarra al enano, debemos hacer que tome un poco de esto. —Dijo alzando la mano con la que agarraba el sake.

— ¡Lo que tú quieras, Lichttan!

— ¡Aléjense de mí, bastardos! ¡Los mataré a todos! ¡Sendagaya, ayúdame!

El chico Onsen, fue directo a la ayuda del atacado, tomando a Mahiru y echándoselo al hombro sin problema alguno, liberando al más pequeño de su prisión pese a las quejas de Licht.

— Qué aburridos. —Bufó el pianista e impresionando a los que estábamos conscientes en ese lugar, recargó su peso en Lawless cuando él llegó a abrazarlo.

— Es injusto, Tetsu. Misono nunca bebe con nosotros. —Mahiru pataleaba para soltarse, jugando.

— No es bueno con el alcohol, aniki. Lo sabes.

— Sólo un trago... ¡Ups! —En pleno berrinche, Mahiru hizo un movimiento brusco, provocando que Tetsu perdiera el control y lo soltara.

Me moví tan rápido que el vértigo llegó al mismo tiempo que el impacto del cuerpo de Mahiru cayendo sobre mí. No lo pensé antes de intentar atraparlo, pero no lo hice muy bien puesto que ambos caímos al suelo.

— ¿Mahiru? —Pregunté soportando mi peso con mis antebrazos, sintiendo el peso de Mahiru sobre mí y su cabeza en mi pecho. — ¿Estás bien?

Él alzó la cabeza y sus ojos se encontraron con los míos. El ámbar de su mirada brillaba con tonos dorados, los labios entreabiertos y el sonrojo cálido en sus mejillas. Entonces abrió la boca y dejó salir una de las melodías más bellas del mundo; su risa. La carcajada que soltó resonó en el silencioso que se formó por el miedo a que él hubiera salido herido. El sonido me tranquilizó un poco y me dejé caer en el suelo, recostándome.

Impresionantemente, el primero en contagiarse por la felicidad de Mahiru fue Licht. Riendo mientras se cubría la boca con las manos y después todos los demás rieron con más discreción que el castaño sobre mí.

Sin importar lo que pensaran los demás, abracé a Mahiru, pegando su oreja a mí pecho. Con la esperanza de que escuchara el latir de mi corazón, acompasado al tono de su risa.

El miedo que sentí al pensar que podría lastimarse, fue un sentimiento que creí controlado y dedicado únicamente a los hermanos.

¿Cuánto más cambiaría en mí de seguir junto a Mahiru?

— ¿Puedo pedirte un favor, Kuro?

— No me hagas decidir. Si quieres que haga algo, ordénalo.

— ¿Y si lo que voy a pedirte se trata de algo horrible que tú no quieras hacer?

— El responsable de mis actos serás tú, ¿qué es lo que quieres, Mahiru?

Mahiru se movió y el agua caliente creo pequeñas olas a nuestro alrededor mientras él se acercaba a mí. El tacto de sus dedos sobre mis hombros se sintió más cálido que el agua y cuando pegó su cuerpo desnudo al mío la sangre me ardió igual que toque.

En ningún momento su mirada se despegó de mis ojos. La luz natural de la noche, las luces alrededor de la gran bañera de piedra y el destello del alma de Mahiru, creaban gamas de colores impresionantes en sus orbes, mutando el ámbar a una pintura abstracta y atrayente.

Aunque el alcohol seguía en su sistema, no parecía tan perdido en el limbo como cuando llegué y gracias al calor del agua su sonrojo permanecía. Sus manos y la piel de mi cuello estaban mojadas, haciendo la caricia más agradable por la sensibilidad de nuestras pieles.

— Bésame, Kuro.

Después de las debidas presentaciones, la velada siguió el rumbo de lo extravagante y curioso. Descubrimos que el pequeño de ojos amatistas era solamente un año menor que Mahiru y su novio era nada más y nada menos que el gigante de 17 años. Al parecer el Onsen era el punto de reunión de Mahiru y sus amigos desde que se mudaron a Tokio.

Fue intrigante ser testigo de un lado de Mahiru que no imaginé siquiera.

Verlo bromear y aun así su lado tierno y preocupado por sus amigos permanecía intacto. Si algo se ensuciaba lo limpiaba enseguida, cuando Licht acaparaba toda la fruta Mahiru le decía que compartiera aunque eso desencadenara una pequeña batalla verbal, se sonrojaba tanto como Misono cuando Tetsu le daba algún cariño ligero frente a todos y regañaba a Licht cuando golpeaba con tanta fuerza a Lawless. Y en todo momento jamás soltó mi mano.

Podía sentir las miradas de todos en esa unión, pero dejaron de ser tan obvios cuando Tetsu preguntó, en total curiosidad e inocencia, si éramos novios.

Ambos respondimos que no, pero no creo que nos creyeran puesto que en algún momento dejé caer la cabeza en el regazo de Mahiru y el acariciaba ni cabello mientras participaba en la conversación de Lawless y Licht.

Mahiru dejó de beber en cuanto me vio y Lawless fue quien lo suplantó como acompañante de Licht. Mi hermano contaba con resistencia al alcohol y Licht no daba la impresión de ser excepcionalmente bueno en ello, pero aún no daba indicios de estar cerca de un coma etílico. Tetsu no bebía por ser un responsable menor de edad y ocupaba su tiempo alimentando a un malhumorado y sonrojado Misono. Yo no planeaba probar un trago en presencia de desconocidos aunque tuvieran buenas intenciones, más que nada porque me preocupaba que Mahiru hiciera alguna locura en el estado excesivamente alegre en el que se encontraba.

Cuando las dos parejitas frente a nosotros comenzaron a ponerse demasiado melosas, ignorándonos, Mahiru me obligó a levantarme y salimos en silencio de la habitación.

Sus deditos entrelazados en los míos hacían presión, como si temiera que me fuera o que dejara de seguirlo. O tal vez aún le faltaba el equilibrio.

Era obvia la familiaridad que tenía Mahiru en ese lugar y la confianza entre todos esos amigos si el Chico Onsen le permitía vagar por ahí como si fuese su casa.

En cuanto llegamos a un pequeño cuarto con casilleros, Mahiru comenzó a quitarse la ropa y yo iba a preguntar qué diablos estaba haciendo de no ser porque algo más llamó mi atención. Lo primero en desaparecer de la indumentaria del castaño fue la fea banda de su muñeca, mostrando las cicatrices que yo ya conocía, lo impresionante vino entonces con la imagen de nuevas marcas cuando Mahiru se desprendió de su playera. En el hombro y algunas más en la espalda, como rasguños de un animal salvaje o que solamente un psicópata de mierda dejaría en una piel tan suave.

Mi valor era algo perdido en batalla hace muchísimo tiempo, pero si lo tuviera le habría preguntado cómo le hicieron esas heridas.

Fingiendo no ver nada, Mahiru también pretendió que ellas no existían.

— Las aguas termales están cruzando estos vestidores. ¿Nunca fuiste a un Onsen, Kuro? —Anunció, recordándome donde estaba. Yo negué a su pregunta. —Bueno, primero debes quitarte la ropa y dejarla en algún casillero.

Con cuidado de no ver la piel que iba dejando expuesta para no seguir enfadándome al ver las marcas que mancillaban su piel, me desnudé con lentitud. Sabía que el acto de estar completamente desnudos en un baño público era algo natural para Mahiru, deshaciéndose de los prejuicios, la lujuria y esas cosas, pero la última vez que yo me bañé con alguien tenía 4 años. Y aún más, ni siquiera las esporádicas personas con las que llegué a intimar me vieron completamente desnudo.

Pensando en nimiedades, no medí mi tiempo y al despertar de mi ensoñación me fijé en que Mahiru había desaparecido y una nueva puerta había sido abierta. Hice una bola con toda mi ropa y la metí revuelta en una pequeña cabina, tomé una de las toallas que se encontraban en un estante y atándola a mi cintura tomé otra más pequeña antes de disponerme a ir en busca de Mahiru.

Al salir, el lugar era más pequeño de lo que había pensado y las únicas personas en ese lugar éramos él y yo. El baño al aire libre era de piedra sólida y del agua se desprendía el vapor del calor. El cielo nocturno estaba ligeramente nublado, pero aún era visible la luna creciente.

— Creí que sería difícil para ti bañarte frente a muchas personas, por eso le pedí a Tetsu dejarnos un baño privado. —Mahiru estaba sentado en un banco pequeño frente a un gran espejo, con una cuneta de agua a un lado. Él enjabonaba su cabello y yo me pregunté en qué momento habló de eso con el Chico Onsen.

Me tragué el agradecimiento que quería darle.

Imitando sus acciones me senté a su lado, sin saber qué diablos debía hacer y de cuál de todos los botecitos frente al espejo debía tomar jabón o shampoo. La risa de Mahiru alivió un poco de ella tensión de mis hombros. Giré a verlo cuando él se quitó la espuma del cabello con el agua que tenía en el balde.

— Déjame ayudarte.

La experiencia de ser enjabonado por Mahiru no fue ni sensual, ni erótica, ni nada referente a la lujuria siempre y cuando yo no viera otra cosa que no fuesen sus ojos. Hincado entre mis piernas, Mahiru creo espuma y talló mi abdomen con una toalla pequeña. Él parecía tranquilo y yo fui relajándome conforme el tiempo transcurría.

— ¿Estás divirtiéndote, Kuro?

— Es entretenido verte. —No mentía, pero tampoco dije la verdad. Después del poco tiempo que llevábamos conociéndonos, convivir con Mahiru se volvía cada vez más sencillo. Pero eso no significaba que me sintiera cómodo conociendo gente nueva. Aunque sus amigos fuesen buenas personas, yo aún rehuía de las personas.

— ¿Estás bien?

La pregunta sonó tan clara y profunda que comprendí al instante que Mahiru no preguntaba por mi actitud en ese momento, sino por mi vida en general.

— Estoy bien. —Dije. —Es lo normal, la vida a veces no parece tener sentido, estoy cansado de todo la mayor parte del tiempo y no hay algo que me importe realmente.

Esperé a que Mahiru lo entendiera y se fuera. Que comprendiera un poco de la oscuridad de mi alma y escapara, porque yo no le convenía. Porque él ya estuvo con alguien dañado y eso no salió bien.

Pero Mahiru no corrió lejos, me sonrió.

— Mentiroso. —Se burló sacando la lengua y siguió con su tarea de enjabonarme. —Tal vez debas aceptar que no estás bien y creo que más que cansado, estás aburrido. Te aburrió luchar contra lo que te molesta, te aburriste de buscarle sentido a los días y perdiste la paciencia para esperar el cachito de felicidad que te corresponde. No sé lo que te pasó, Kuro y no voy a obligarte a decírmelo. —Murmuró acariciando el pliegue interno de mi codo, donde las cicatrices de picaduras me marcarían el resto de mi vida. —Pero yo creo que admitir que no estás bien es el primer paso para mejorar.

— Esas son muchas palabras sólo para declarar lo patético que soy. —Con delicadeza para no ser brusco y lastimarlo, quité mi brazo de su agarre, ocultando en el agua las marcas que yo no quería ver y él tocaba con tanta dulzura.

— No eres patético, eres una persona que ha sufrido y no sabe deshacerse de ese dolor. Nos ha pasado a muchos.

Está claro que se incluía en eso.

Una vez limpios, entramos al agua caliente y suspiré cuando los músculos que tenía tensos se ablandaron. Me recargué en el borde de piedra y pasé el tiempo viendo a Mahiru moverse de un lugar a otro, jugando en el agua.

Entonces pareció perderse en sus pensamientos, y yo lo llamé con la esperanza de hacerlo despertar para que no se ahogara sin darse cuenta.

Fue entonces cuando me pidió que lo besara.

Mahiru sonríe, sonríe mucho y todo el tiempo.

Cualquiera podría pensar que es un gesto algo patético, sólo eso, una mueca que no llegaba nunca a parecer ridícula, porque para bien o para mal, en esa bonita cara había, además, bondad.

Besé esa sonrisa, con la esperanza de absorber de esa manera un poco de lo que lo convertía a él en un ser tan amable y cálido que podía sonreír aún en las adversidades.

Lamento el retraso, otra vez😅

En fin, que en el capítulo anterior mencioné un par de dibujos que les seguiré debiendo, pero dejó una mini lista con las canciones que han ido inspirando los capítulos hasta ahora. La lista seguirá modificándose a lo largo de la historia.

Si gustan buscar las canciones o ya han escuchado alguna, me gustaría saber lo que opinan de ellas.

[ MAHIRU ]
1. Sia — Alive.
2. Sia — Bird ser free.
3. OLDCODEX — Utsukushi sebone.
4. The oral cigarette — Black memory.

[Kuro]
1. Falling un reverse — Broken.
2. The amity affliction — All fucked up.
3. Three days Grace — Painkiller.

Con la ayuda de MoonLight_N_Rain se irán agregando más canciones a la lista de Kuro, puesto que las canciones en japonés son las que más escucho yo, la lista de Mahiru es sensilla para mí. Pero la de Kuro... No sé mucho de bandas inglesas. Así que seguiré molestándote pidiendo tu ayuda, dulzura~

¡Gracias a todos por leer el capítulo!

Un beso.

ByeByeNya~ 🐾

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