✴6
CONFRONTACIÓN O HUÍDA
•~~~~•~~~~•~~✴~~•~~~~•~~~~•
Capítulo 6
La cita ~ Segunda parte.
Mediodía de marcas y besos.
•~~✴~~•
[ "Kuro" ]
Esa mañana de principios de septiembre, cerca del mediodía, con el sol en su punto álgido, coloreando las nubes con tonos amarillos e iluminando los campos de cultivo, besé a Mahiru.
Podría decir que lo hice porque la situación me obligó a hacerlo. Que la atmósfera a nuestro alrededor era tan íntima, que Mahiru se veía repentinamente frágil ante mis ojos y que yo deseaba, de alguna manera incomprensible e inquietante, volver a plasmar una sonrisa en sus labios. Y ya siendo acomedido, de paso buscar la forma de hacer que no la borrase nunca.
Solamente porque es natural verlo feliz. Mahiru es una de esas personas que nació para iluminar todo a su paso. Tal y como Licht lo dijera hace un par de semanas; Mahiru es como el sol. Por ello que alguien quisiera hacerle daño se me antojaba como una idea demencial.
Pero sucedió, lo lastimaron y él tenía marcas de aquella afirmación.
Durante nuestro viaje a Kiyose, iniciamos una jocosa actividad de preguntas y respuestas. Un juego taliónico en el que uno ofrecía información siempre y cuando el otro aportara su parte.
Asustaba, respiraba con el miedo de que Mahiru cuestionase algo que yo no estuviera dispuesto a responder y todo saliera mal, pero él se mostró comprensible a mis silencios, aportando un tanto de los suyos o cambiando de tema. Ninguno de los dos estaba dispuesto a dar más sin recompensa y aquel detalle era la piedra angular del camino. Parecíamos avanzar cinco pasos para tropezar en uno y retroceder dos.
Y aquello no hacía más que acrecentar el miedo, puesto que querer seguir significaba que se deseaba llegar a algún lugar, pero ni Mahiru o yo teníamos claro a dónde nos llevaría esa extraña convivencia y esa peculiar cita.
"The sunflower festival" ofrece una vista majestuosa y panorámica de un amarillo resplandeciente y brillante bajo los rayos solares del verano. Había investigado un poco sobre ello al ver el cartel en la pizarra de información de la universidad. Ciertamente no soy adepto a las multitudes o el ajetreo urbano, así que escalar de vez en cuando a algún sitio tranquilo puede llegar a ser un soplo de aire fresco. Lo descubrí un poco tarde, pero se había convertido en una rutina establecida los últimos meses.
Aunque siendo sincero, mis lugares tranquilos en Tokio se basaban únicamente a las azoteas de algunos edificios, ya sea el complejo de departamentos donde vivo o el hospital de mi hermana.
Lo primero que pensé al ver que el festival sería en el campo y que podría escapar de la vista sin fin de rascacielos y carreteras; fue que no quería ir solo. Cosa sumamente extraña en mí, que soy un lobo solitario o —un león—, y como resultado mi cerebro se iluminó con el rostro de Mahiru Shirota. Clasificándolo como posible único acompañante y guía.
Estar en compañía de un chico con un carácter alegre y esporádico como el de Mahiru, resultó no ser tan intimidante como temía, teniendo en cuenta que yo había crecido con cuatro hermanos con personalidades similares a la suya, pero más demenciales si debía dar una opinión concreta.
Evidentemente Mahiru tiene estipulado en la placa base de su personalidad la curiosidad insana. No se me ocurría otra explicación a su siempre eterno repertorio de preguntas. De paso, escuché del novio de mi hermano —que resultó ser también el mejor amigo de Mahiru— que el castaño había estado en el club de periodismo desde la escuela media, abandonando ese apasionado pasatiempo al terminar el instituto.
De hecho, si no hubiera escuchado de los propios labios rosas de Shirota que su carrera predilecta se basaba en la gastronomía y no en andar incordiando en la vida de los demás, creería que está hecho para la mejor columna de chismes en la revista más famosa del país.
Igualmente sus preguntas no son cosa de otro mundo, sólo las típicas que quieres saber de la persona a la que apenas estás conociendo. No obstante, yo ya había decidido hace mucho tiempo que no me dejaría conocer por nadie. Porque no soy con exactitud la clase de sujeto que las personas agregan a su lista de amigos. A menos que estén dispuestos a tratar con la mierda de mi vida, en caso de que yo deseé compartirla, sus orígenes y las marcas que han dejado mis acciones y remordimientos.
Estaba tan entretenido en ese misterioso juego que formamos, dónde la incógnita de mi vida era la atracción que Shirota parecía seguir, que no esperé terminarlo tan pronto. Mahiru no exigía más que saber mi nombre y eso era justo de lo que yo quería huir todos los días, despertar y no saber quién diablos era yo, ni el pasado arrastrado tras mis pasos.
«Kuro». Realmente me agrada ese apodo. Al conocerlo, en medio de mi mierda personal y en la cima de un hospital, el chico empachado en tranquilizantes y tambaleante me pareció un poco gracioso. Durante la hora que pasé con él viendo las luces fosforescentes y las estrellas descubrí que el castaño era, sin lugar a dudas, la persona más honesta que podría haber conocido. No porque sus respuestas sean siempre reales ya que Mahiru aparentaba tener también cosas que ocultar, sino por todo lo que delataban sus expresiones corporales, las muecas de su rostro y el resplandor de sus profundos pozos de caramelo fundido. No hay lugar para secretos dentro de Mahiru Shirota.
Tampoco es que el chico vaya contándole al mundo su vida en cinco minutos, es más como la clase de persona que te responderá siempre y cuando le preguntes correctamente. Tomándose el derecho a censurar sus respuestas si así lo quiere, pero nunca ocultando información.
Es una molestia admitirlo, pero cabe la posibilidad de que sea eso lo que me fascinó. Desde el primer encuentro.
¿Cuántas personas a mí alrededor mienten? Incluído yo mismo. ¿Cuándo fue la última vez que respondí sin esquivar la verdad? ¿Hace cuánto fue la última reunión de mi familia que no estuvo llena de frases sarcásticas, comentarios mordaces y reclamos? Y las personas de mala muerte con las que llegué a juntarme y dejé atrás después de mi epifanía post peligro de muerte, antes de ellos ¿Cuando tuve amigos reales?
Frente a mí, la vista de un poco más de 100,000 girasoles que entretienen la vista de múltiples espectadores cada año no hacen más que adornar un panorama más interesante para mí.
Mahiru con su overol amarillo se adentra entre los plantíos, camuflándose entre las flores, brillando con ellas, dándole un tono sugestivo a mí mente, haciéndome creer que si existe en el mundo un panorama tan estrambótico y apacible, yo podría encontrar paz en él.
De improviso, Mahiru da vuelta, regalando al azar otra de esas sonrisas suyas tan naturales, iluminando casi tanto como el astro rey sobre nosotros. Tomando una gran bocanada de aire me pregunto, ilusamente, si acaso será él la persona en la que yo podría confiar.
Otorgarle mi nombre real no se sintió tan mal como supuse y comprendí que se debía a que decirle a él quien era yo no equivalía a nada más que ofrecer una identidad para señalar de ahora en adelante, porque con Mahiru sería "de hoy a futuro" y no "de ti a tu pasado". Él no corrió a esconderse, ni me miró con mala cara o lástima al escuchar mi identidad, porque no me conoce. Lo hará a partir de este momento y son las vivencias que tengamos las que marcarán y formarán una impresión mía en él. Importante es que yo supiera tomar la oportunidad de ser alguien bueno para una persona después de tanto tiempo y en caso de que quisiera quedarme con él.
No obstante, decidirlo constituía para mí el dar un paso enorme hacia algo incierto. Porque uno también se cansa de decepcionar a las personas que le importan.
Podría intentarlo, sin embargo. Intentar permanecer con ese curioso chico un poquito más. Y si las cosas comenzaban a ponerse feas podría irme, ¿Cierto?
Suspirando me dejé caer en el césped bajo mis pies, habíamos estado caminando durante casi una hora en silencio, disfrutando de la tranquilidad. Los demás visitantes parecían haberse quedado en los cultivos de la entrada, donde las berenjenas y el pepino se vendían junto a los girasoles cortados. Mahiru ya amenazó con llevarse una gran dotación de todo.
Mahiru tardó un poco en darse cuenta de que ya nadie lo seguía y cuando giró para buscarme se encontró con mi mirada desde el suelo, un poco alejado del camino guía entre los matorrales.
Recostado entre los tallos de las flores y con la vista en el cielo, el manto azul adornado con esponjosas nubes se veía tan lejano y apacible que anhelé una almohada mullida y cinco horas sin que nadie me molestara para tomar una siesta.
De repente la mano de Mahiru, más pequeña que la mía y considerablemente más cálida, encontró mis dedos y aferrándose a ellos se tumbó a mi lado. Había estado tomándome el atrevimiento de tocarlo ligeramente, aferrándome a su meñique o a uno de los tirantes de su overol, lo hacía porque así no me sentía tan extraviado y no me daban ganas de dar media vuelta, regresar a mi habitación y esconderme en la cama bajo seis mantas sin tomarle importancia al calor infernal.
Deduje qué tal vez Mahiru me hacía sentir seguro. Con toda esa aura llena de confianza, sonrisas interminables, mirada amable y el calor que simulaba desprender al moverse, se sentía como estar en casa. Y fue hace muchísimo tiempo la última vez que yo estuve en un verdadero hogar.
Lo cierto es —comienza Mahiru, girando la cabeza para hablarle de frente a mí perfil— que tú tampoco sabes nada sobre mí.
—Eso es lo que tú crees. Yo sí sé un par de cosas. —Susurré, volteando a verlo también, no me había dado cuenta de la cercanía que teníamos, pero con nuestros hombros rozándose el hablar bajo le agregaba a la situación un poco de intimidad. Aproveché eso para revelar un par de secretos. —Sé que eres un buen cocinero y tienes un trabajo parcial como barista de una cafetería. Sé que te gustan las noches despejadas porque puedes ver las estrellas en todo su esplendor. Eres demasiado terco y persistente, pero también muy sensible. Te preocupas por tus personas valiosas y tienes un complejo de madre sobreprotectora aunque no sepas cuidarte a ti mismo. —Tomando un respiro antes de seguir, elevé la mano que no se aferraba a la de Mahiru para acercarla a su rostro, concretamente al labio inferior que sobresalió en forma de puchero. Tocándole. —No soportas los climas fríos, pero adoras tomar mucho chocolate caliente en esas temporadas. Tu sabor de helado favorito es el de vainilla, el olor del cigarrillo te marea y naciste con más mala suerte que el resto del mundo. Excelente en deportes y sabes tocar el violín porque Licht te convenció de aprenderlo para que tocaras a dúo con él. Piensas mucho las cosas buenas y eres bastante impulsivo con las malas. —En algún punto, ambos nos recostamos sobre nuestros costados, acercándonos lo suficiente para juntar las frentes. Teniendo una vista más cercana, descubrí que los orbes de Mahiru resguardaban reflejos dorados bajo el tono acaramelado. —Sonríes siempre, pero es difícil saber si lo haces de corazón o no. Cuándo estás nervioso te muerdes el labio inferior y desvías la mirada, arrugas ligeramente la nariz e inflas las mejillas cuando estás molesto, al sentirte triste se forma una línea entre tus cejas y haces pucheros cuando estás en desacuerdo con algo o te ponen ansioso.
Fui el único testigo del paso de la sangre bajo su piel, coloreando y calentando primero su cuello, subiendo a las mejillas y las puntas de las orejas. Un destello surcó su mirada y la punta rosada de su lengua mojó su labio inferior antes de apresarlo con los dientes. Lindo.
Por supuesto con ello revelaba que le había puesto más atención de lo moralmente necesario a su comportamiento en tan sólo un par de semanas. No se puede evitar ya que fue resultado de mi nueva distracción y aunque nadie lo crea, soy dedicado a las cosas que comienzo. Por ejemplo: autodestruirme. Lo hice tan bien que casi morí.
—Eso... —El tartamudeo tímido que suelta Mahiru suena tan inquieto que me alejé de él, dándole su espacio para tomar oxígeno. —Eso es más que un par de cosas.
Mi lado acosador no está de acuerdo.
— ¿Ah, sí? —Recuperando el dedo que había estado jugueteando con sus labios y quijada, tomé un mechón de mi cabello, recostándome de nuevo sobre mi espalda para escapar de sus inquisitivos ojos. —Algunas las escuché del Ángel.
— ¿Has estado hablando con Licht?
—Un par de palabras y solamente cuando está con Lawless.
—Pero últimamente están juntos todo el tiempo...
—Exacto.
Al parecer Mahiru comenzaba a agarrarle cariño al silencio, porque no agregó nada más. O bien, esperaba a que yo reiniciase la conversación y de esa forma no actuar excesivamente fastidioso.
En ningún momento su mano soltó la mía, así que dándole un ligero apretón a sus dedos llamé su atención, esperando que interpretara aquello como el permiso que parecía necesitar para hablar.
Volteé a verlo justo cuando él bajó su mirada, clavándola en la unión de nuestras manos, tomó un lento respiro, llenando sus pulmones, preparándose y habló.
— ¿Recuerdas que preguntaste sobre mis cien incógnitas diarias? —Preguntó, pero no esperó a que le diera una respuesta —No creo que sea justo que solamente yo exija saber cosas.
— ¿Exijas?
—Sí, exija. Tú no me darás respuestas aun si las pido de buena manera.
Eso me hizo gracia. Mahiru sabía interpretar muy bien mis silencios. Y tenía razón. Contrario a él, que respondía a las cuestiones, yo aún me permito el derecho a permanecer callado, porque después absolutamente todo puede ser usado en mí contra.
—Ojo por ojo. Diente por diente y respuesta por respuesta, ¿qué dices?
Desde luego, yo comprendía las ganas que tenía Mahiru de saber más de mi vida, del mismo modo que yo, posiblemente, quería saber un poquito más de la suya.
—Interesante. —Dije, adoptando una posición defensiva y meticulosa, por si me tocaba detener algún golpe repentino. No muy seguro de darle pase directo a lo que rumiaba en mí, cuestioné: — ¿Qué quieres saber?
El ilícito destello regresó a los ojos de caramelo de Mahiru y se quedó ahí cuando su mirada se desenfocó, reordenando las ideas en su cabeza. Obligándome a mantener la calma, me recordé que ya no podía huir. No con los dedos de Mahiru presionando los míos, impidiendo escape alguno.
— ¿Cuál es tú color favorito?
— ¿Eh?
De pronto me sentí decepcionado. « ¿Es esa la clase de preguntas que hace un ex estudiante de periodismo?» Observando fijamente su rostro, noté que era serio, de verdad quería saber eso. Suspirando me resigné al hecho de que, por mucho que se pueda leer los pensamientos de Shirota en su frente, eso no garantiza que se entiendan.
—Negro.
Shirota asintió sonriendo, probablemente pensando en la ironía con el sobrenombre que me puso sin saber.
—Negro, eh. ¿Algún motivo en especial?
« ¿Tenía algún motivo para que me guste ese color?» No lo había pensado hasta ahora. Y lo cierto es que sí, existía un motivo: mis padres. Mis padres y la elegancia que se necesitaba para caminar tras ellos.
Aún en el presente, sus existencias y sus estrictas enseñanzas permanecían tan arraigadas en mí que no lo había notado. Yo seguía utilizando tonos neutros por ellos.
Bastante sorprendido por ello, reprimí las repentinas ganas que me dieron por incendiar todo mi guardarropa.
—Es un color neutro y va bien con todo. —Gruñí.
Él asintió, para nada afectado por la hostilidad en mí voz.
—Tal vez tengas razón. —Concedió sin borrar su sonrisa. —Aunque yo creo que cualquier color te quedaría bien. ¡Ah, y los colores derivados del azul te favorecerían muchísimo! —Dijo y yo arqueé una ceja al escuchar tremenda afirmación. Lo anoté en las paredes de mi mente. —Mi color favorito es el anaranjado. Ya sabes, ésta gama que toma el cielo durante el amanecer y al anochecer. Es nostálgico y mágico.
Imaginé a Mahiru Shirota en el balcón de mi habitación a las cinco y tantas de la madrugada, con el cabello corto despeinado, con mi manta favorita cubriendo su menudo cuerpo mientras espera ver al astro rey abrirse paso entre los edificios. Un pensamiento peligroso.
— ¿Tú comida favorita?
—Oh, eso es difícil... —Sinceré frunciendo el ceño. Pensándolo, llegué a la conclusión de que no podía escoger una sola cosa. —Ramen, papas fritas, Coca—Cola y helado de Cookies&Crean.
Vi la respingona nariz del castaño arrugarse y de pronto una mueca divertida se formó en su rostro antes de dejar fluir una risa cantarina.
—Eso no es comida, ¡son puras chucherías!
Me llevé la mano libre al pecho y formé una mueca de asombro, fingiendo indignación. —No tengo alternativa. No dejaría jamás que Hyde se acerque a la estufa o arderá mi departamento y el edificio entero. —Me defendí y agregué —Además yo no sé hacer otra cosa que calentar el agua necesaria para el ramen. Y me valgo con el microondas.
Mahiru cubrió su boca con ambas manos en un insulso intento para sofoca su risa. Reprimí la sonrisa que cosquilleaba en mis labios al ver el sonrojo del castaño y elevando la mano libre toqué con un dedo la piel sonrosada de su mejilla.
—Ya sabes que yo puedo cocinar, cuando quieras puedo preparar algo para ti y tu hermano —Ofreció y su boca se movió entonces, buscando atrapar con los dientes el dedo que tenía yo sobre la piel de su cara. Se dio cuenta de lo que hizo después del segundo intento fallido, desviando la mirada y profundizando su sonrojo. —Mi comida favorita son las hamburguesas, cualquiera está bien, pero las prefiero al estilo japonés. Y el helado de vainilla.
— ¿Cocinarás para mí?
El color rojo de su rostro subió hasta la punta de sus orejas y afirmó.
—Aprendí a cocinar cuando era un niño. Siempre ayudaba a mi mamá. Cuando ella murió y comencé a vivir con mi hermano y mi padre cocinaba para ellos y aún ahora lo hago para Tsurugi. —Dijo y su expresión se suavizó. Muchas personas suelen tener una expresión triste al hablar de sus familiares muertos y de las anécdotas que vivieron con ellos, pero Mahiru lo dijo con tranquilidad, como si se concentrara únicamente en los buenos recuerdos para amortiguar el daño. En mi caso, ni siquiera puedo pensar en los que ya no están. —Creo que ese fue otro factor importante para decidir entre el periodismo y la gastronomía.
— ¿Otro?
Mahiru desplegó el poder de su sonrisa, recordándome sin palabras que era mi turno para responder ya que él me había dado cierta información. Pese a ello, efectuó la pregunta en voz alta. — ¿Y tú por qué elegiste estudiar Literatura, Kuro?
Se supone que estábamos basándonos en la Ley del Talión para ser equitativos en lo que uno sabrá del otro, pero todavía me preguntaba qué tanta información debía darle a Mahiru.
¿Por qué Literatura? Por un berrinche. Porque fue mi primer acto de rebelión, la primera vez que desobedecí a mi padre. La primera vez que decidí hacer algo por mí mismo, algo que me gustase y disfrutara. Pero no iba a decirle eso, no por ahora. Mejor decir una verdad a medias que quedarme callado o decir una mentira completa.
— ¿Sabes? Lawless y yo comenzamos a ir a clases de teatro en primaria, sin embargo sólo Law mostró un talento nato para la actuación. No fue una gran sorpresa realmente, él siempre ha sido un sujeto dramático. —Intenté sonreírle, sin un resultado favorable o creíble y Mahiru imitó mi expresión, enseñándome la forma correcta de sonreír. —Así que mientras mis compañeros ensayaban sus papeles sobre las tablas del escenario, yo me sentaba en las bancas del público con algunos libros que tomaba prestados del despacho de nuestro director.
En aquella época yo era un niño más o menos feliz viviendo en mí propia ignorancia. Para mí y mis hermanos lo único que importa eran nuestros caprichos y para que esos caprichos fueran cumplidos debíamos esforzarnos al máximo en todo lo que se nos pedía; excelentes calificaciones, conducta intachable, hacer respetar el apellido de nuestra familia. Llevando a cabo esos sencillos pasos, teníamos juguetes y dinero a raudales. Al ser tan pequeños no le tomamos importancia, pero con forme fuimos creciendo comprendimos, que más que premios, todo lo que se nos daba eran regalos de consolación para disculpar una ausencia, la clara falta de la figura paterna en esa familia y de paso también la materna que se dedicaba a cualquier otra actividad que no fuese estar en su casa. Las clases de Teatro se convirtieron en un escape, un respiro de nuestras perfectamente planeadas vidas. Con todo ello me tendí más por las obras de teatro y los libros que las inspiraban que a la actuación en particular.
— ¿Con qué libros comenzaste? —Mahiru se mostró verdaderamente interesado en mí historia.
—Te diré que con las típicas fábulas infantiles, para que no descubras que mi primer fascinación literaria fue la tragedia griega, ¿Cómo me verías sí admito que un niño de ocho años disfrutaba y comprendía de las obras de Eurípides, Esquilo y Sófocles? Mi favorito desde siempre ha sido Sófocles, por cierto.
— Te vería como a un genio, supongo. ¿Tragedias griegas? ¿Algo como la "deus ex machina"?
Mostrándole una sonrisa genuina, repentinamente compartiendo el entusiasmo que Mahiru mostraba y un tanto feliz por la oportunidad de hablar de mis gustos con alguien, me senté en el césped y él hizo lo mismo.
—Exactamente la Deus ex machina. Sería bueno, ¿no lo crees? Que cuando algo salga mal o estés parado al filo de un puente buscando el valor para saltar, alguien aparezca y te diga qué debes hacer, que resuelva todos los problemas, que aleje el dolor y te lleve por el camino adecuado. Algo como: "Tú vas para allá, tú te quedas aquí. Tú te juntas con aquél, tú te quedas aquí un rato quieto." Todo resuelto.
Sería fantástico que las cosas se resolvieran con tanta facilidad. Yo mismo deseé, más veces de las que puedo recordar, que alguien me dijera qué rayos hacer porque yo no sabía el rumbo a tomar ni si debía seguir siquiera. No tenía la menor idea de qué demonios debía hacer obtener perdón.
Mis intentos de escape se basaron en salir de la realidad y con ello los deseos de una muerte inminente se aglomeraron en mí interior. La ansiedad y el dolor matándome poco a poco y yo permitiéndolo.
Tener problemas graves o experimentar un dolor tan grande como para desear que un Dios señale el rumbo que debe tomar una existencia, sería fantástico contar con esa ayuda.
Ir al festival de girasoles con Mahiru resultó ser un poco chocante. No porque no lo estuviera disfrutando, al contrario, después de lo que parecía mucho tiempo yo encontraba paz en alguna actividad. La sobredosis de brillo amarillo, belleza visual y energía que conjugaban las flores y el castaño eran hipnóticos. Se dice que los refulgentes y alegres girasoles que crecen en línea recta en esos campos, abriéndose camino hacia el sol, prometen compartir su vital y pura energía con sus espectadores. A pesar de ello, nada podría haberme preparado para el goce visual que implicaría agregarle a dicho panorama un acompañante como Mahiru. Con una luz propia natural y cegadora.
La mano de Shirota no soltó la mía en absoluto y yo no encontré mejor actividad para distraer mis pensamientos que dibujar círculos con mi pulgar sobre el dorso de su mano. De improviso el rostro de Mahiru entró en mí campo de visión, justo cuando veía una mariposa sobrevolar un girasol cercano. Alzó la mano y con lentitud la acercó a mí rostro, hice un esfuerzo sobre humano por no cerrar los ojos en el segundo exacto que las puntas de sus dedos entraron en contacto con mi piel. Eran suaves y estaban calentitas. El efecto fue instantáneo, como un embrujo, el calor que enviaba su palma desde mi mejilla hasta el centro mismo de mi ser creó un sopor, una especie de letargo. Daba la impresión de que mi cerebro era arrullado. Y una vez abstraído el animal, el cazador arremetió.
—No puedo imaginar por todo lo que has pasado, Kuro. —La voz de Mahiru, con su tono suave y alegre, caló en mí. —Tampoco voy a pedirte que me lo cuentes si no quieres hacerlo, puedo esperar a que confíes en mí. —Juró. —Infructuoso es pensar en los deus ex machina, porque no lo recibirás, Kuro. No importa cuánto ruegues por él, ni lo mucho que esperes, nadie vendrá a resolver tus problemas. —Apuntó con precisión al centro de mi dolor. —Pero eso no significa que debes sufrir por siempre. Puedes luchar, pelear por cambiar aquello que te molesta, para encontrar un motivo que te impida dar el paso hacia el abismo. No es que nadie vaya a ayudarte, se trata de que tú también te esfuerces.
Todo lo que dijo yo ya lo sabía. Y pensarlo o decirlo es racionalmente más fácil que llevarlo a cabo sin saber por dónde iniciar para encontrar ese supuesto motivo que me inspire a seguir avanzando.
« ¿Tú te convertirás en ese algo, Mahiru? ¿Serás mi luz día a día? » Pensé. Jamás le pediría eso. Porque dudaba mucho que a alguien como él le conviniera estar con alguien como yo.
«Mahiru puede llegar a ser como el sol. Puede iluminar el cielo de una persona, calentar las almas que toca. Pero así como el sol, está ardiendo, puede quemarte si no sabes controlar su fuego. Y pierde calor cuando su cielo se nubla y las nubes lo cubren. » Eso fue lo primero que Licht me dijo acerca del solecito ambulante que tenía frente a mí, acariciando mi frente y sonriendo como si realmente fuese feliz viéndome ahí, todo estúpido por su presencia.
El ángel violento que mi hermano se había conseguido como novio no podría haber dicho algo más cierto. Y yo no quería ser la nube que nublase el cielo de Mahiru. No me lo perdonaría. Pero tampoco tenía la fortaleza necesaria para alejarme, ya lo había intentado la primera mañana que desperté una hora más temprano solamente porque quería ir a la cafetería donde trabaja ese chico de ojos cálidos, con la diminuta llama de esperanza por volver a verlo.
Y fue entonces, pesando en el solecito, cuando lo vi. Cuando algo se fracturó esa mañana de verano.
De reojo percibí la silueta de la banda que adornaba la muñeca derecha de Mahiru, la mano con la que me acariciaba. La portaba todos los días y a mí nadie me quitaba de la cabeza que los colores monocromáticos no iban para nada con el alegre castaño. El horror vino al descubrir lo que ese feo y sencillo trozo de tela ocultaba.
De manera vertical, desde la muñeca hasta el pliegue interno del codo, una línea se vislumbraba. Una cicatriz de un corte tan fino que no dejó una marca tan escandalosa, pero que fuese perceptible decía mucho de la profundidad y fuerza con la que se enterró el filo en la piel, con el propósito de llegar a las venas latentes.
El siseo que silbó entre mis dientes advirtió a Mahiru de mi descubrimiento y de inmediato quiso alejar la diestra de mí. Se lo impedí, tomado su antebrazo quizás con más fuerza de la necesaria.
Mis ojos buscaron vehementes los suyos, intentando hallar una explicación que obviamente no me correspondía, pero algo dentro de mi exigía.
La estupidez no figuraba entre mis rasgos distintivos, así que conjeturar y deducir el origen de esas cicatrices no era gran cosa para personas como yo, que había considerado hacerme exactamente las mismas heridas para romper los delegados y pequeños tubos donde habitaba mi sangre, provocándome una hemorragia fatal para no despertar jamás. En mi caso fue imposible ya que mi cobardía no me permitió infligirme tales heridas y por mucho que quisiera morir no figuraba entre mis planes el sufrimiento físico innecesario, bastante tenía ya con el mental. Mis intentos de suicidio se ampliaban a las pastillas principalmente y en casos más extremos al salto final desde un gran edificio.
Asimismo, no me imaginaba a Mahiru rebanándose las venas por anhelar la muerte.
Y en caso de que así fuera, ¿qué dolor tan grande pudo haber vivido semejante rayo de luz para querer extinguirse practicando tal aberración?
—Mahiru... —Tragué el nudo de emociones que se formó en mí garganta. Sin querer aceptar lo que presenciaban mis ojos, porque si de verdad él se había provocado aquello, yo podría dar por extinta la bondad, la felicidad y la salvación en éste jodido mundo. — ¿Tú te hiciste esto?
— ¡No! —Su respuesta fue inmediata y se manifestó en cada rasgo de su rostro. Sus ojos, aunque avergonzados, estaban libres del velo de la mentira. — ¡Yo no lo hice!
— ¿Entonces quién lo hizo?
Sus ojos perdieron brillo de un momento a otro, y su expresión mutó a una conjunción de dolor y miedo.
Conmocionado, sentí claramente el ardor de la bilis subiendo desde mi esófago hasta amargar el fondo de mi garganta, tuve que apretar los dientes para no dejarlo salir junto con una sarta de blasfemias que danzaba en la punta de mi lengua, esperando por ser escupidas, mi ceño se acentuó y mi visión se tornó borrosa.
Estaba molesto, luego de años sin mostrar alguna emoción derivada de la ira hacia mí mismo, yo estaba genuinamente furioso.
Y no era para menos.
A mí suele importarme una mierda lo que suceda con el resto del mundo, siempre y cuando no me competa o me implique a mí, no me interesa. Suficiente es ya vivir con mis arrepentimientos, rencores y dolor como para querer acarrear con problemas ajenos.
Igualmente, hacia bastante tiempo que no encontraba a una persona como Mahiru, alguien que brillaba con luz propia, que sonreía con bondad y destilaba honestidad por cada uno de sus poros.
¿Qué ser humano demencial sería capaz de dañar a Mahiru Shirota?
Después de lo que pareció una eternidad, Mahiru volvió a moverse. Enderezó la espalda y se soltó de mi agarre para quitarse la molesta banda de la muñeca. Y más marcas hicieron su aparición, horizontales, más feas y gruesas que la vertical, surcando la piel de la muñeca.
—Las hizo mi ex novio. —Sentenció sin darme un nombre en concreto y me pregunté si no lo decía para defender al lunático o porque no estaba listo para pronunciarlo.
De paso, también descubrí que Shirota no era tan inocente como yo creía si ya tuvo un novio con anterioridad.
— ¿Por qué infiernos hizo algo así?
Los ojos de él finalmente se enfrentaron a los míos y en el fondo de sus orbes se habían escondido el miedo y el dolor, ocultándose tras la fortaleza que intentaba mostrar. Incluso sonrió.
—Éstas las hizo la noche que decidí terminar definitivamente con él, había pasado varios años con ese suplicio y me armé de valor para mandarlo al diablo... No creí que fuese sencillo, pero jamás imaginé que llegaría a tanto... Fueron más heridas, me lastimó gravemente y estuve en coma un par de meses...
Mahiru guardó silencio y comprendí que contar eso conllevaba una gran fuerza de voluntad para rememorar ese funesto pasado.
Me gustaría saber cuántos idiotas exigen un milagro y lo reciben si salir a buscarlo siquiera, cuántas de esas pocas personas a las que se les otorga valoran lo que tienen y, por último, cuántos de ellos reniegan de ese favor divino que se les ha agraciado, soberbios y despilfarrando ese regalo. De sobra sabía yo que el mundo estaba lleno de tarados que no apreciamos lo que tenemos hasta que desaparece y ya no podemos lamentar una perdida tan monumental, de la misma manera que sabía que existe la clase sujetos que carecen de humanidad y creen que merecen todo lo que se les da, sin apreciarlo y maltratando la oportunidad que se les da para ser felices.
La persona que dañó a Mahiru no podría ser nada más que un imbécil por dañar la única luz que pudo iluminar su camino, porque el simple hecho de llevar a cabo una acción de tal calibre hablaba mucho de la clase de psicópata que era.
Con tristeza comprendí que Mahiru no resultó el ser humano perfecto que había pensado, que al igual que yo él estaba vulnerable. Fracturado de formas inimaginables y que solamente él sabía, pues él las había vivido y aparentemente sangrado.
Quería preguntarle qué había sucedido y por qué permitió que alguien más lo dañara, porque una cosa es odiarte a ti mismo y maltratarte por ese odio, pero otra muy distinta es dejarte y permitir que alguien más te destroce. El pasado y las vivencias que Mahiru pudo haber tenido con su agresor también influían en ello: quizás Mahiru lo amaba y ese amor enfermizo resultó más de lo que podía soportar; quizá creía merecer las bajezas a las que era sometido; o tal vez entró ahí sin darse cuenta y cuando quiso salir ya se encontraba maniatado con grilletes y cadenas. Sea como fuere, Mahiru sufrió.
No pregunté porque comprendía el mutismo de sus labios, yo también callaba para no hablar de las cosas que me pesaban y de las heridas que apenas cerraban.
De repente el chico castaño ante mí se veía más pequeño, más frágil y cristalino. Como si saber que él también contaba con fisuras lo hiciera más real y se me permitiera tocarlo. Porque yo ya estaba destrozado y le faltaban pedazos a mi alma, tan roto que me quedaba únicamente una forma abstracta con puntas afiladas y estructura tambaleante, próxima a caer pero aguantando. Y de pronto Mahiru se parecía más a mí que a una deidad que yo pudiera corromper si me acercaba demás, siendo así ya no asustaba tanto la idea de romperlo, él estaba tan maltrecho como yo.
Importante aquí era decidir si seguir con lo que sea que habíamos iniciado, decidirnos a chocar entre nosotros, en una colisión que terminase de rompernos y posteriormente, juntos, recoger los pedazos para crear algo nuevo, más fuerte y hecho de ambos.
Me negaba a tomar esa decisión y a pesar de ello tampoco tenía la voluntad de dejarlo tirado ahora que conocía parte de sus cicatrices.
«Parte... »
— ¿Hay más de donde vinieron éstas, Mahiru? —Mi voz sonó tan clara que me sorprendió ser capaz de mantener la calma frente a él aunque por dentro las ideas y emociones zumbaban en mí cabeza.
Si el dolor de Mahiru podía percibirse con tal magnitud en su rostro, eso significa que, o bien las malas experiencias las vivió no hace mucho tiempo, o fue sometido a suficiente tortura como para no olvidarlo nunca.
«Los papeles se han invertido» pensé, tomando de nuevo la muñeca marcada, acariciándole con la yema de los dedos, tirando lejos la fea banda bicolor. «Me toca a mí hacer las preguntas».
— Si, hay más. —Susurró y fue al ver como sus labios formaban una sonrisa triste que perdí un poco mis estribos. —Pero ya no duelen.
—Mentiroso.
— ¿Eh?
Y lo besé.
Ni siquiera me detuve a pensar en lo que estaba haciendo hasta que ya tenía mi lengua delineando su boca, probablemente no hubiera usado la cabeza de haber podido activar la racionalidad en mí cerebro. Lo que me movió a actuar fue esa estúpida sonrisa triste, ese amago de brillo en sus ojos y que él le restara sentimiento a su dolor.
«Si sientes que vas a llorar, rompe en llanto. Si te duele, grita. Si quieres un abrazo, pídelo. Pero no te tragues esas oscuras emociones, o te ahogarás.»
Los labios rosas de Shirota, suaves y húmedos, se abrieron dóciles en medio de un suspiro, aceptando mi implacable reclamo de su sabor.
Contrario a las quejas y los reclamos que esperaba, Mahiru se dejó hacer. Dándome dominio total sobre él. Sin embargo, que permitiera el beso no lo hacía partícipe de la acción. Movía sus labios con miedo, como si temiera enfadarme y cuando alzaba las manos para abrazarme de la misma forma posesiva que yo apresaba su cintura, se detenía y bajada los brazos. Me detuve.
Me separé de él con lentitud, absorbiendo su imagen mientras trataba de comprender qué demonios había hecho. Iba a disculparme, pero no lo hice. La disculpa nunca salió de mi boca y mi completa atención se dedicó a observar a Mahiru tan en paz consigo mismo, con los ojos aún cerrados, las mejillas sonrojadas y una sutil sonrisa en los labios rojos por mis besos.
—Mahiru... —Llamé y él abrió los párpados, revelando el caramelo derretido en sus ojos, resplandeciente.
—Eres la segunda persona que beso, Kuro. —Reveló tranquilo, casi somnoliento, tocándose los labios con el dedo índice de la mano marcada. —En los últimos años creí que me disgustaría volver a besar a alguien, pero se sintió muy bien que tú lo hicieras...
—De hecho parecías asustado.
Él mordió el interior de su mejilla, dudando en responderme y yo dediqué ese tiempo a tocarlo. Llevando ambas manos a su carita de niño, hice un recorrido con mis pulgares desde su quijada, pasando por sus labios, y tomando su rostro acaricié sus pómulos. Mahiru me observó sorprendido antes de cerrar los ojos nuevamente, disfrutando de mi tacto.
Su boca dijo en voz alta lo que yo ya había considerado: —Mi ex novio me obligaba a tocarlo y cuando él simplemente quería tocarme yo tenía prohibido moverme. No sé realmente cómo reaccionar y no quise hacer algo que disgustara. Lo siento, Kuro.
«Existimos cada hijo de perra en este podrido mundo...»
Me pregunté entonces, en qué momento tuve auténticas ganas de involucrarme tan profundamente con alguien. Porque ahí estaba yo, quien aún consideraba la posibilidad de salir corriendo, con un niño tan lastimado como yo, ambos aterrados de lo que pudiera surgir de aquella extraña convivencia, pero quedándonos de igual manera. Esperando un milagro, o que el destino haga de las suyas y nos coloque en la entrada de los senderos, donde deberemos elegir uno y de paso decidir si lo andaremos juntos o no.
Las manos de Mahiru se posaron tímidamente sobre las mías aun tocando la suave piel de su cara, sus dedos me hicieron cosquillas al viajar por toda la extensión de mis brazos, ejerciendo una sutil presión en mis hombros y subiendo por la piel de mi cuello, dejando un rastro tan caliente como el fuego, suspiré cuando sus manos masajearon tras mis orejas, jugando con el soporte de mis gafas y se desplazaron hasta mi cabello, soltado la liga que lo apresaba y enredando los dedos en la maraña de mi cabeza.
—Sería un fastidio que no hagas lo que quieras, porque tendría que hacerlo todo yo y eso es cansado y aburrido... —Respondí acercándome a sus labios y dejado un rápido beso que sonó más fuerte de lo que pretendía, el sonido tronado tuvo el tino de colorear en rojo la cara de ambos.
Imprevistamente él reanudó el beso, torpe y suave, presionando sus labios sobre los míos sin moverse mucho, se sentía como rozar terciopelo. Singularmente divertido por su nerviosismo, afiancé el agarre a su cabeza y lo besé de verdad. Raspando su labio inferior con mis dientes y posteriormente pasando mi lengua para alargar la sensación de cosquilleo, una vez que sentí su cuerpo relajarse, dejé caer mi peso sobre él para lograr recostarlo en el césped, cubriendo su cuerpo con el mío.
Mahiru abrió la boca para dejar salir un tímido gemido y mi lengua aprovechó para hacer su intrusión en buscan de la suya. Casi me reí al sentir la punta húmeda de ese juguetón músculo dar golpecitos a la mía, tan confundido y perdido en sus acciones. Probablemente ya era suficiente, dando por terminado el jocoso beso, volví a morder y lo solté sin alejarme demasiado, sólo lo necesario para frotar su mejilla con mi nariz. Él se rio y en su boca hinchada por el reciente beso se formó una sonrisa grande y genuina, totalmente opuesta a la falsa y agria de minutos atrás.
— ¿Solamente yo pienso que esto es una locura? —Dijo mientras yo secaba las lagrimillas que se habían formado en las esquinas de sus ojos.
Sí tomaba por locura aceptar esto como una clase de premio o la mejor broma que el destino me había jugado y disfrutarlo como me gustase hasta que él decidiera que ya no me quería cerca o fuese yo el que huyera, estábamos de acuerdo.
—Lamento decirte esto, Mahiru —le dije—, pero yo no estoy en mis cabales.
Su sonrisa se amplió, cegándome y sus ojos brillaron fijamente en mí mirada hasta que desvío la suya hacía el cielo detrás de mí.
— ¡Oh, mira! —Soltó una de sus manos del agarre a mí cabello para señalar sobre nuestras cabezas. — ¡Esa nube tiene forma de gato!
Soportando mi peso sobre uno de los antebrazos, sin alejarme de Mahiru, elevé la mirada al cielo. Por más que busqué entre un dinosaurio, una tortuga, algo similar a un árbol y más formas amorfas que creaban las esponjosas masas de aire, vapor y agua no pude encontrar el dichoso gato que Mahiru veía.
—Los doctores se burlarían de tus resultados al Test de Rorschach.
—Ya lo hicieron.
Luego de lo que se sintió como una eternidad vagando entre la oscura y fría soledad, rogando a todos y a nadie por un perdón que no me creía merecer o por lo menos un poco de compasión falsa, un resplandor de luz surcó mi cielo. Un rayo de luz solar se abrió paso entre las pesadas nubes de mi cielo nublado, de mi tormenta. Me aferré a ello, tomándolo como la promesa de una pronta primavera a mí invierno. O por lo menos eso quería creer. Pero fue suficiente para hacerme sentir feliz, en caso de que no haya olvidado cómo se sentía aquello y eso de verdad fuesen indicios de felicidad.
Y reí, no fue una carcajada ni la risa más bulliciosa, pero bastó para sorprenderme después de tanto tiempo sin sonreír siquiera.
«Entonces así se escuchaba mi risa... »
Mahiru me coreó, aferrándose a mí y me pregunté si el temblor de su cuerpo se debía a la risa o al terror que nos invadía a los dos, asustados y horrorizados por los recientes acontecimientos sin explicaciones lógicas.
¿Qué estaba pasando? ¿Quién era él y quién era yo? ¿Qué sucedería una vez que volviéramos al mundo real?
¿Por qué aquello se sentía tan bien?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top