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CONFRONTACIÓN O HUÍDA
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Capítulo 5
La cita ~ Primera parte.

Convivencia retomada.

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[ Mahiru ]

Nunca he estado enamorado.

He sentido amor, por supuesto, sentimientos inconmensurables y fieles hacia personas valiosas. Amo a mi hermano, adoro a mis amigos y atesoro a las amistades que me han mostrado su apoyo a lo largo de mi vida.

Pero jamás he sentido amor romántico por mis parejas. Aunque la verdad solamente he tenido una.

En busca de libertad, Tsurugi y yo nos independizamos de nuestro padre justamente el día que mi hermano cumplió los 18 años. Con una maleta llena de ropa de ambos, papeles de identificación, un poquito de esperanza y el anhelo necesario para lograr tener una existencia normal, nos trasladamos a la casa de nuestra difunta madre. En una ciudad a tres horas de Touma y de su enorme casa llena de frialdad, pero esas tres horas de distancia nos quitaban un gran peso de encima.

En mi primer día de instituto, como estudiante transferido, vi a Sakuya Watanuki almorzando sin compañía en el comedor de la escuela. Mi fijación por él comenzó en gran parte por las habladurías que le seguían a su presencia en las aulas o al escuchar su nombre.

Se decía mucho sobre él y todas las versiones derivaban de la misma historia; El señor Watanuki tenía el título de mal padre, el peor de todos, su furia y tendencia a la violencia conocida por sus vecinos. Pero a los seres humanos nos gusta ser ayudados más que ayudar al prójimo y algunas personas prefieren no interferir para no acarrear problemas que no les corresponden. Ese mal padre mató a su hija, el mundo entero desconocía el motivo de tal aberración, lo único seguro fue que la persona que reportó el delito, llorando al fondo del armario con teléfono en mano mientras la vida se escapaba del cuerpo malherido de su hermana, fue Sakuya.

El hombre malo fue a prisión y la madre de Sakuya nunca pudo reponerse a esa pérdida. No la muerte de su hija, claro que no, eso a ella no le importaba. El hecho de que su amado esposo estuviera en prisión sin poder salir bajo fianza por muchísimos años, la volvió loca de dolor. Ese dolor se derramaba en dolorosa venganza hacia su propio hijo, desquitando su ira en Sakuya.

Nunca supe lo que Sakuya Watanuki sufría dentro de las paredes de su quebrantado hogar, él nunca me permitió acercarme demasiado. En cambio, yo le di entrada libre a mi vida, ofreciéndole mis secretos más profundos.

Quería ayudarle. Aliviar de alguna forma el dolor en las facciones de ese chico que siempre estaba en soledad. Mis buenas intenciones no fueron suficientes, Sakuya no quería la ayuda de nadie.

Quizás todo ese dolor y rencor estaba tan arraigado en sus venas, que no se sentía bien si no pasaba su tiempo arruinado aún más su existencia y de paso la de alguien más. De la misma manera que su padre con su familia, y su madre con él, Sakuya me utilizó a mí como liberación de su sufrimiento.

« ¿Por qué lo permití? ¿Por qué no me fui? ¿Por qué permanecí a su lado?»

A veces, las personas dañadas buscamos estar con personas más quebrantadas que nosotros, porque eso nos da un alivio momentáneo. Convivir con gente muy fracturada y lastimada nos hace pensar «No estoy tan mal». Es egoísta y estúpido, pero creemos que eso nos hace mejores, como si la vida nos aborreciera un poquito menos que a ellos. Y se siente bien.

Con mi madre muerta y huyendo de mi padre, un vendedor de drogas que gozaba maltratar a mi hermano, no sabíamos cómo iniciar una nueva familia y Tsurugi pese a darme lo necesario y quererme, casi no regresaba a casa, evitando verme a la cara porque temía no ser un buen ejemplo para mí. Estaba solo. Yo me sentía tan solitario.

Pensé que tal vez mientras ayudaba a Sakuya con su dolor yo encontraría la forma de pensar en cualquier cosa que no fuese el mío. Me concentré tanto en complacer a ese chico, que olvidarme de mis asuntos fue un completo éxito.

Como resultado me perdí a mí mismo.

Al principio se sentía bien estar a su lado, no pensando en mí y llenando mi cabeza con la situación de él. Entonces, cuando dijo que me amaba, yo creí que él también se sentía solo y probablemente juntando nuestra miseria tendríamos una ligera oportunidad para ser felices. Me equivoqué y ese error me costó más dolor del que invertí en esa relación.

Tan concentrado estaba en mejorar nuestra andrajosa existencia, intentando que él se sintiera querido y así esforzándome para no perder a nadie más, que no me fijé en lo que daba con mi propósito de lograrlo.

En algún momento ya no escuchaba a mi hermano, apenas veía a Misono y hablaba muy poco con Licht. Toda mi existencia giraba en torno a ese novio tan roto y necesitado que me hacía sentir útil.

Un día cerca de nuestro primer aniversario, desperté y me di cuenta de que ya no era el mismo. Ya no reía, me daba miedo salir sin compañía a la calle, ya no tenía amigos que no me vieran con miedo y terror por mi cercanía con Watanuki. Ya no hablaba si él no me lo permitía. Estaba encerrado en la burbuja que yo creé, en una habitación alejada del mundo y mi captor había obtenido la llave porque yo mismo se la había entregado.

Fue intentando romper mis ataduras, que obtuve cadenas reforzadas con mi sangre. Comprendí que dediqué mi total atención en la persona errónea, que aspiraba hacer feliz a un psicópata que no deseaba esa felicidad, sino que anhelaba arrastrarme a mí en su horrible martirio.

En mis tres años de relación, uno constó de bellas mentiras, palabras de afecto y chantaje emocional. Los otros dos que le siguieron a ese fueron una tortura en mi carne, derramé tantas lágrimas como sangre, asustado siempre que llegaba la noche y un nuevo día daba inicio.

Por todo ello, pasé la mayor parte de la noche anterior pensando en cómo se supone que una persona normal actúa frente a sus acompañantes y con ello venía la incógnita de por qué yo quería darle una buena impresión a Kuro. Intenté convencerme de que lo hacía para redimir nuestro fatídico primer encuentro, aquél en el hospital y con sedantes adormeciendo mis venas.

Pero lo cierto es que me preocupaba más no poder comunicarme adecuadamente con gente nueva.

Siendo novio de Sakuya, en mi lista de contactos solamente figuraba el nombre de mi novio y hermano, tenía estrictamente prohibido ponerle contraseña al móvil y no salía a pasear sin que Sakuya caminara a mi lado. No me percaté hasta que fue demasiado tarde, no fui consciente del momento en que él se había convertido en todo lo que yo conocía, no quise verlo hasta que fue asfixiante su compañía. Las únicas personas con las que aún hablaba y sin que Sakuya se enterara eran Misono y Licht. Porque a Misono lo veía en la escuela y cuando Mikuni visitaba a Tsurugi; en cuanto a Licht su personalidad lo obligaba a mandar a la mierda a Sakuya cuando se ponía posesivo en su presencia, sin mencionar que Todoroki llegaba de visita dos veces al año.

Simplemente hacia mucho que no tenía una conversación decente con una persona nueva. Hablar de verdad, no solamente palabras de educación o saludos esporádicos.

El domingo llegó y yo tenía un curioso fulgor cálido llenando mi pecho, el tímido presentimiento de que sería un buen día. Equivalente a ello, estaba la sensación de que, si jugaba con precaución mis cartas, nadie allí saldría herido; ni Kuro, yo o mucho menos mis sentimientos. Para cuando arribé a la estación de Ikebukuro, los nervios previos a la primera cita se disiparon un poco.

Hacía mucho que no salía con alguien fuera del círculo social en el que suelo moverme y dónde no había incluido a nadie en varios años.

Después de dos años de recuperación mental, estaba intentando seguir adelante con mi vida. Esperaba que Kuro fuese amable y comprensivo si yo cometía alguna equivocación actuando de manera extraña. Lo esperaba porque, en el poco tiempo viéndolo, Kuro tampoco parecía una persona precisamente normal.

La estación Ikebukuro es grande y cuenta con lugares de entretenimiento y comida bastante buenos. Hice una nota mental para dar una vuelta por todo el lugar en nuestro regreso.

Hallé a Kuro junto a la entrada principal, recargándose de forma casual en una pared lateral, ojos cerrados y audífonos en los oídos. Me tomé unos diez segundos para inspeccionarlo con la misma embelesada mirada que las personas le dedicaban al pasar junto a él.

El tono pálido de su piel resaltaba gracias a la ropa oscura y las facciones de su rostro apreciándose con más facilidad al tener el cabello azabache amarrado en una coleta baja. Los mechones que se escapaban de su prisión caían descuidados en su frente, otorgándole un aire más fresco y desinteresado. Un chico atractivo y frío, con ojeras bajo el cristal de las gafas.

- ¡Kuro! -Llamé después de un suspiro y una vez obtenida la voluntad necesaria.

Él no me escuchó. Suspirando para esconder la vergüenza a causa de mi dignidad pérdida al ser ignorado, recorrí a paso veloz los metros que nos separaban mientras me preguntaba a qué edad Kuro se quedaría sordo por someter sus tímpanos al ruido alto y estridente de los auriculares.

Parado frente a él y con la repentina curiosidad por el tipo de música que podría estar escuchando, Kuro abrió los ojos de improviso, atrapándome in fraganti con la mano elevada hacia su rostro en completa intención por quitarle un audífono.

- ¡Hola! -Saludé, recreando mis movimientos y regresando a mi posición inicial. Un metro separado de él y con las manos tras la espalda.

-Hey...

- ¡Hoy hace un buen clima! ¡Es perfecto para el festival!

Kuro no respondió con palabras. Asintió a mi pobre intento al cambio de tema y guardó, lenta y ceremonialmente, su móvil en el bolsillo de su pantalón, tras enredar los auriculares a su alrededor.

-Te ves lindo. -Dijo sin pena y su voz perezosa destilando sinceridad. Ojos grises viendo fijamente el overol amarillo sobre mi playera gris. Lo cierto es que Tsurugi acababa de comprarme un par de tenis de color plateado que me recordaban a los ojos de Kuro y no tenía mucha ropa con la cual combinarlos.

Mi hermano odia gastar dinero innecesariamente, no obstante la costumbre de comprar algo que le gustase se quedó arraigada en él después de dos años saliendo con gastando-dinero-a-lo-loco-porque-tengo-y-puedo-Mikuni. Y aunque con buen gusto en ropa, la mayoría de las cosas que Tsurugi compraba siempre venían en tonos oscuros.

Agradeciéndole el cumplido, agregué en voz baja: -Es lindo, ¿no?

- ¿Por qué amarillo?

«Porque era éste o el rosa». Entre la gama de colores fosforescentes de los que Licht me obligó a escoger en el centro comercial, porque mi amigo compró uno azul y le gusta tener cosas a juego. Por supuesto, me ahorré esa información.

Kuro no agregó nada a mi silencio, limitándose a despegar la espalda de la pared.

- ¿Hacia dónde vamos ahora?

-Dijiste que querías ver el festival de girasoles.

-Eso dije, pero no sé cómo llegar ahí.

Lejos de sentirme ofendido al descubrirme utilizado como guía turístico, una pequeña llama de calidez surcó mi cuerpo, como un rayo. Muy probablemente Kuro no contaba con conocidos en Tokio, pero de las pocas o muchas personas que pudiera conocer, me había pedido a mí que lo acompañara.

Envalentonado por esa sutil insinuación que bien podría ser una fantasía mía, estiré la mano para alcanzar la manga de su jersey negro, jalando para guiarlo.

- ¿Quieres que comamos algo antes de irnos? Cerca de aquí están los almacenes de comida. ¡Ah! Aunque también traigo el almuerzo en la mochila, tenía pensado comerlo en los campos, pero si tú quieres...

-Respira. -Interrumpió mi letanía. -No tengo hambre...

Me asustó un poco llegar a hostigarlo, sin embargo su rostro no mostraba signo alguno de fastidio cuando giré a verlo. Por el contrario, sus ojos inspeccionaban todo el camino alrededor y mantenía más su atención cuando pasábamos frente a las tiendas de Ramen, de productos de anime y manga e incluso se detuvo un par de segundos frente al local de videojuegos.

A la nota mental que hice para tomarnos nuestro tiempo en el camino de regreso, le agregué todos estos puntos, pues aunque el rostro de Kuro no parecía entusiasta, sus ojos sí adquirieron un resplandor suave.

Estoy acostumbrado al contacto corporal cuando tengo extrema confianza con la persona a mi lado. En gran parte gracias a que Tsurugi es más dado a demostrar sus sentimientos siendo un tanto encimoso, ya sea por felicidad o tristeza. Misono no tiene reparos en el contacto físico, de hecho hace muchísimo más escándalo cuando se le dice algo a lo que no sabe cómo reaccionar. Y Licht es violento, pero acepta de buen agrado tenerme pegado a él.

Pero que ahora yo sea así con mis conocidos, puede ser originario de las ganas que tengo para sentirme aceptado y desvanecer ese pensamiento de «nadie más que yo puede tolerar a alguien como tú» que Sakuya se encargó de grabarme en la mente.

Pese a esto, mi reacción al sentir que Kuro se soltaba de mi agarre consistió en sentir la fría decepción bajando presurosa desde mi garganta hasta la base del estómago, mas fue reemplazada al instante por una cosquilleante caricia ejecutando el mismo camino de manera inversa. El calor naciendo en la boca del estómago, subiendo como dulces burbujas hasta mi corazón en ebullición y explotándome en la lengua obligando a mi boca a soltar una risilla apenada en consecuencia de sentir las yemas de sus dedos buscando mi mano y enganchando su dedo meñique al mío.

Los rostros de las personas que nos topábamos a nuestro paso variaban entre algunos sonrojos hasta el desconcierto y el disgusto. Algunas miradas incluso no se retenían al momento de mostrar claramente su desprecio y asco.

Comprendía que para Kuro esto no significaba el fin del mundo, puesto que en su país de origen no era realmente mal visto, pero aquí en Japón bien podrían estar pensando en nuestras muertes y en las maneras de hacer que parezcan un accidente.

En lo personal no le daba importancia. Bastante acostumbrado a las relaciones homosexuales a mi alrededor.

Y una parte de mí, pequeñita y profundamente resguardada detrás de un montón de precaución, inseguridad, miedo, soledad, mentiras, tristeza, e inestabilidad; quería aquello. Olvidar por lo menos durante unas cuantas horas, olvidar el peso del pasado y actuar como un chico cualquiera que tiene una cita con el tipo bueno y misterioso que encontró por allí.

Llenando mis pulmones dejé salir un profundo suspiro, sacando las preocupaciones que pudiese tener mi ser, aunque sea por un día.

Haciendo caso omiso a la gente mal intencionada que no dejaba de mirar a la mínima unión de nuestras manos, concentré por completo mi atención en sentir a Kuro junto a mí.

Sentirlo de verdad. No solamente su presencia a mi lado, sino todo lo que era él y su compañía. El sonido de sus pasos y la suela de las botas arrastrándose por el suelo; sus ojos inspeccionando el camino; el balanceo leve de sus hombros; las hebras de su desordenado cabello negro que escapaba de la coleta meciéndose. También, su piel tocando la mía.

Lejos de la frialdad emocional y carácter estoico que podía percibirse en Kuro, su piel tenía una temperatura agradable. No caliente, no helada; simplemente tibia, cálida, y un poco dura. Cerré el puño, afirmando ese agarre.

No queriendo interrumpir la paz y armonía que flotaba sobre nosotros, guardé tortuoso silencio hasta que llegamos a la salida norte de la estación. Compré los boletos de autobús con el dinero que Kuro deslizó previamente en mi mano, lo cual me pareció algo galante y tierno al mismo tiempo y de una forma extraña. Como un caballero tímido, pero responsable. Curioso el muchacho.

Con frecuencia Licht suele quejarse por mi molesta manía de ser entrometido. Y debía admitir que si yo estuviera bajo el escrutinio que suelo darles a las personas, también me intimidaría. Además me es inevitable. Por algo era el mejor en el club de periodismo cuando iba al instituto, igualmente esa atípica habilidad me era útil cuando de ayudar a mis seres queridos se trataba. Si ellos no me decían nada de sus problemas, me bastaba con observarlos por unos cuantos minutos y lograba averiguar qué les afligía.

Evidentemente Kuro no fue la excepción. Después de haber convivido con suficientes fumadores -Mi padre, hermano y novio-, me resultaba sencillo distinguir los síntomas de abstinencia. Inquietud, movimientos seguidos de las manos o piernas, mal humor e incluso algunas personas rechinan los dientes, esos son signos claros del ataque de el "mono".

Ciertamente la segunda vez que vi a Kuro un cigarrillo era apresado entre sus labios, llenándole de alquitrán los pulmones. Y sin ánimos de pretender sentirme especial, bien podría considerar que Kuro evitaba fumar frente a mí después de haber mentido al decirle que el putrefacto aroma me mareaba.

No era la primera vez y no sería la única persona que tendría ese lindo detalle conmigo, Tsurugi y Yumikage también se privaban de ese asqueroso placer en mi presencia, y siendo así yo contaba con la experiencia y las formas para calmar al demonio interior que ruega por su asesino estimulante. Por supuesto, mi solución distaba dependiendo de la persona, sin embargo usualmente yo terminaba utilizando el mismo: Dulces.

En casa, un enorme frasco de cristal colocado en la barra de la cocina, lleno de golosinas desde chicles hasta chocolates y paletas, esperaba paciente y desbordante a que mis visitantes fumadores entrasen a mi zona contra el humo.

Presuroso, me solté de la mano de Kuro para contar con mayor movilidad y abrir mi mochila en busca de azúcar. Al toparme con una caja plana y roja me di por bien servido.

- ¿Quieres? -Estiré el brazo, ofreciéndole a Kuro la cajita de Pockys.

La duda en su rostro me causó gracia, sus largas pestañas creando sombras sobre sus pómulos aletearon gracias a su parpadeo confundido. El deseo se mostraba descarado en su mirada cuando veía la caja roja y mutaba a un poco de culpabilidad al elevar los ojos buscando toparse con los míos, como si le costase decir los pros y contras de comerse mis golosinas. En el peor de los casos y en su situación abstemia de tabaco, se terminaría el paquete completo.

-Está bien, puedes tenerlo. -Aseguré colocando la caja sobre la banca entre nosotros, más cerca de su pierna. -Ah, pero si no te gusta el chocolate creo que tengo de fresa...

-Me las arreglaré con el chocolate.

Dejé de revolver el contenido de la mochila en busca de la cajita rosa, procurando no mover demasiado la caja del bentō. Kuro había abierto el paquete rojo y su boca ya era ocupada por el palito de galleta y chocolate.

Sonreí al verlo.

Hasta donde se me había permitido conocerlo o teorizar sobre él, comenzaba a crear un listado sobre las curiosidades que distaban a Kuro de cualquier ser humano que yo conociera.

Las primeras líneas relataban su pasatiempo distraído para escribir lo que pensara sin darse cuenta; la manía de tocarse las puntas del cabello que le enmarcaba el rostro del lado contrario a donde las hebras descansaban tras la oreja izquierda; Kuro no tomaba la taza de café desde la agarradera, sino que tomaba la taza con ambas manos; envolvía las cucharas en servilletas y las empujaba hasta el otro lado de la mesa; estando solo, se desconecta del mundo exterior al ponerse los audífonos. Con ayuda de los Pockys, mi descarado acoso visual agregó otro punto a mi lista; Kuro comienza comiendo el Pocky desde el lado donde el chocolate no cubre la galleta, contrario a como lo hacen la mayoría de las personas amantes de la golosina.

-Si me miras tanto voy a desgastarme, Mahiru.

Rara vez utiliza mi nombre y cada que lo hace me entran una ganas casi irrefrenables de aplastarle las mejillas y deslizar mis manos a su cabeza, enredado mis dedos en toda esa maraña de cabello revuelo. Obviamente me quedé con las ganas.

Sonriente, giré para ver a plenitud sus orbes planteados.

- ¡Claro que no! Las personas bellas se hacen más atractivas mientras más las admires.

Su expresión vaga obtuvo una mutación increíble ante mis palabras. Y un sonrojo perfectamente visible sobre la palidez de su tez le calentó las mejillas.

Desconcertado, alargué la mano para tocar su cara, deteniéndome tres centímetros antes de que mi dedo tocase su quijada.

Tarde, como yo en cada aspecto de mi vida, el sonrojo llegó demasiado tarde a mí. Pero una vez que asimilé la situación podría jurar que mi cuerpo ardió en llamas, dejándome más o menos chamuscado en las cenizas de mi vergüenza.

-Ah, no... Lo que dije... Yo no... -Mi tartamudeo sonó patético y no tenía la más mínima idea de cómo diablos apagar el interruptor de mi voz antes de dejarme en evidencia o decir algo realmente estúpido.

¡No fue culpa mía! ¡Yo simplemente dije la verdad!

Tetsu y Licht fueron expuestos al mismo escrutinio al que estaba sometiendo a Kuro. Ellos vivieron en carne propia mi insano interés a sus lindos rostros. Y eran ellos el vivo ejemplo de mi resolución pues, aún ahora, a mis ojos seguían siendo los hombres más guapos. Kuro recién incluido en dicho grupo.

Benditos los que nacen con rostros endemoniadamente bellos.

-Mejor cambiemos de tema.

Asentí y agradecí al cielo por ello. Tomé un respiro para volver a la normalidad una vez que el camión llegó y abordamos. Kuro escogió un asiento de la hilera a la derecha, justo en el centro. No sé por qué, pero casi habría jurado que tomaría los del final. Otro punto a mí lista.

Entonces sucedió algo verdaderamente memorable.

Kuro giró el cuerpo, recargando la espalda en el cristal de la ventanilla y me arrebató la mochila para subir las piernas sobre las mías. Sus botas recargadas en el apoya brazos y mi mochila en su regazo.

No grité porque el alma se me atascó en la garganta.

-Hoy no has hecho tus cien preguntas diarias.

- ¿Las extrañas? -Respondí dos minutos más tarde, cuando recordé como utilizar mí cerebro.

-En absoluto. -Masticó otra galleta y el autobús avanzó.- ¿Estudias periodismo o algo así?

La sorpresa fue tal que creí que la quijada se me desprendería de la cara. Él mismo lo acababa de decir; usualmente era yo quien hacia las cien preguntas, no él. No obstante, era obvio que no dejaría correr una oportunidad así para que se me escapara.

- ¿Eso parece? ¿Está mi "Qué" "Cuándo", "Dónde" y "Por qué" revelándome?

No respondió y supuse que se debía a que yo no lo hice con su primera pregunta. Una respuesta a cambio de otra. Muy sensato.

-Estoy en mi cuarto semestre de Gastronomía.

Sus cejas se elevaron hasta casi rozar el inicio de su cabello. Ya me había acostumbrado a esa reacción, para los que no me conocían yo daba la impresión de ser excesivamente torpe como para tomar un cuchillo.

-Entonces sabes cocinar...

Casi podía ver las posibilidades llenando sus ojos. Sonreí puesto que ya era mi turno.

- ¿Tu estudias o trabajas?

Kuro vio con tristeza la caja de Pocky's. Nada más quedaba uno.

-Curso el sexto semestre de Literatura.

« ¡Lo sabía!»

Bueno, no. Pero lo sospechaba.

- ¿En Tōdai?

-Si.

- ¿¡Cómo es que no te había visto antes?!

- ¿Cómo es que no te había visto yo a ti?

Silencio. Esa era más una pregunta retórica que nada, y seguía siendo su turno así que esperé. Dediqué el minuto que le tomó hacer su siguiente pregunta en hacer y deshacer el nudo de las agujetas de sus botas.

- ¿Te gusta la vainilla?

- ¿Eh?

-Hueles a galletas de vainilla. -Dijo, más para él que para mí pues sus ojos estaban desenfocados. Casi le arrebato mi mochila en busca de pluma y papel para que escribiera una explicación de eso, pero no fue necesario ya que lo dijo en voz alta. -Es nostálgico y hogareño. Como el aroma que permanecía en casa las noches de invierno. Cuándo mamá cocinaba galletas y servía leche tibia para sobrepasar las noches nevadas...

Tragué el nudo de emociones que sus palabras formaron en mi tráquea. Sabía lo que quería decir con eso. Lo entendía y comprendía ese recuerdo.

Sacudí la cabeza, llamando su atención ¡No es momento para la depresión! Ni para ponerme a pensar que era la primera vez que alguien me decía algo tan singular sobre mi olor.

- ¿Qué edad tienes, Kuro? -Iniciábamos con las preguntas generales, las más frecuentes y las que nosotros habíamos estado evitando. Kuro frunció el entrecejo y ese ceño parecía hablar por sí mismo, mostrando su disgusto al rumbo que tomaba la conversación. Llegando a ese punto, yo sabía que habría preguntas que se quedarían sin respuesta. -Siendo honesto, me causa mucha intriga. No hablas como un chico normal.

-Quizá soy tan normal como tú.

Una forma sutil de decir que soy un completo fenómeno. Que ambos lo somos. Y eso me hizo feliz, perturbadora y simplemente feliz, porque teníamos eso en común.

-Tengo 22 años.

- ¡Eres dos años mayor que yo! -Chillé. De repente la distancia mental se agradaba en comparación a la reducción de la muralla de edad física entre los dos.

La nariz de Kuro crujió entonces, una pequeña arruga en el puente, como si reprimiera una gran sonrisa. Una verdadera lástima, me gustaría ver una sonrisa suya a plenitud.

-Eres raro, Mahiru.

-Eres raro, Kuro.

Él dejó caer la cabeza contra el cristal y cerró los ojos. No dormía, pero no parecía cómodo con la posición.

Me pregunté por qué lo hacía si le mareaba tanto. Podía ponerme a hacer conjeturas y descartar la bonita fantasía que se había formado en mi cabeza sobre él queriendo verme y de esa manera conversar conmigo.

Tal vez no quería ver la carretera. Eso explicaría porque no me había quitado la vista de encima desde que abordamos el autobús. Que hablara tanto también podría equivaler a buscar una distracción y la ansiedad le hizo comer los Pockys a gran velocidad por estar privado de cigarrillos.

Quería preguntar. Ansiaba saber.

Sin embargo comenzaba a hacerme a la idea de que Kuro era más del tipo de personas que habla cuando quiere hacerlo. Que es honesto cuando cree que el oyente merece su confianza y la información más resguardada de su vida.

Yo no tenía prisa y Kuro no parecía querer ir a ningún lado. Permanecería ahí, escuchando lo que quisiera compartir conmigo y entregando la misma cantidad a cambio. Un intercambio justo y equitativo. Pagando con la misma moneda de cambio, confesándole un par de cosas, recibiendo más confesiones y respuestas de su parte.

Con algo de suerte y esperanza, él confiaría en mí tanto como yo anhelaba confiar en él.

Pasando la estación Shiki, bajamos en Kiyoto y preparé mentalmente a Kuro para los seis minutos que nos tomaría llegar caminando a nuestro destino.

Con la vista de los plantíos en el horizonte y el dedo de Kuro nuevamente unido al mío, me dije que me merecía respuestas, pues siendo objetivos yo había dado un poquito más que Kuro y de esta manera estaríamos a mano.

- ¿De verdad el nombre de tu hermano es Lawless?

De reojo vi que la comisura del labio que podía ver en su perfil tembló un poco. Su amago de sonrisa.

-Si... "Esa persona" tenía gustos extraños para los nombres.

« ¿"Esa persona"? ¿"Tenía"? »

-Lawless Hyde Servamp.

Él volteó a verme, una ceja elevada en pregunta callada ya que yo parecía estar bien informado.

-Si.

- ¿Tú también tienes un nombre extraño?

-Lo tengo.

Los grandes campos llenos de flores se extendían frente a nosotros, pero yo no les presté atención. Rápido, solté mi meñique para tomar con fuerza la mano completa de Kuro y detener su avance.

Solamente así podríamos avanzar juntos.

Hice que girase a verme y una vez enfrentándonos, con sus ojos grises llenos de brillante confusión y el viento veraniego despeinado su flequillo, deslicé mis dedos entre los suyos. Borré mi mohín al sentir una ligera presión de sus dedos.

- ¿Podrías decirme, por favor, cuál es el nombre de la persona que sostiene mi mano en este momento?

Murmuré quedito y con ojos de cachorro regañado. La misma expresión que utilizaba para convencer a Junichirō a ayudarme en algo que Tsurugi y Yumikage me prohibían o cuando Misono se alteraba demasiado y quería que Licht lo callara ya que no me prestaba atención a mí. Esperé, rogando que tuviera efecto en Kuro.

No obstante, probablemente la forma de pedirle aquello fue exagerada ya que el rostro de Kuro se desfiguró con dolor, como si lo hubiera golpeado.

- ¿Kuro?

De repente, él me recordó a mí. Esa era la misma cara que ponía yo frente al espejo antes de quedar en coma. Preguntándome una y mil veces quién diablos era esa persona con mis ojos en el reflejo.

-Si te respondo eso sin sentirme yo mismo, Mahiru, ¿con quién estarás?

«Está sufriendo»

La sensación de Deja-vu me golpeó y una parte de mi deseó salir corriendo de ahí. Alejarme ahora que aún podía hacerlo.

Pero ese hombre frente a mí no era Sakuya y yo ya no era ese niño frágil y roto que buscaba ayudar a alguien para sentirse útil.

Sin saber que esperar de esa situación. Sin estar completamente seguro de la ayuda que podría darle. Sin querer soltar su mano, respondí:

-Contigo. Estaré contigo.

El apretón en mi mano se hizo más firme, las cigarras cantaban a nuestro alrededor, las flores bailaban en el aire, las gafas de Kuro se resbalaban por su nariz y yo sonreí para demostrar que hablaba enserio. Para darle valor a él.

Cinco minutos ahí, sin quitar la vista del otro y sin soltar nuestras manos, Kuro finalmente se presentó:

-Ashton Sloth Servamp.

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