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CONFRONTACIÓN O HUÍDA
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Capítulo 4
El tiempo, sueños y las pesadillas.
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[ "Kuro" ]
Un conjunto de sesenta segundos crean un minuto, y sesenta minutos llenan una de las 24 horas que complementan un día. Es el orden natural del tiempo. Por supuesto, mi tiempo avanza en un ritmo diferente al de las demás personas.
Esto comenzó un par de años atrás, cuando la culpa era tan grande y los remordimientos tan dolorosos, que busqué por distintos medios una distracción. Ocupar mi mente, mis sentimientos y mi vida en otra cosa que no fuese recordarme una y mil veces, las 24 horas del día, la clase mierda que era yo como ser humano.
Cuándo hallé mi salida paulatina de éste mundo en forma de elixir para mis venas, mi reloj interno se averió. Ya no contaba los días por sus horas, ni las horas por minutos; sino por cuántas pastillas se deslizaban por mi garganta, la cantidad de nieve aspirada por mi nariz o los piquetes que le daba a mis brazos por semana.
Al dejar atrás toda esa porquería, el tiempo intentó fluir nuevamente, junto con mi nueva distracción. Lawless hacia muy bien su trabajo de niñera, alejándome de los fármacos, de los utensilios de la cocina y de los rincones oscuros de la ciudad. Entonces las 24 horas del día se dividían entre las horas que dormía, las cajas de ramen que comía, las cuadras que caminaba desde el departamento a la universidad, los videojuegos que jugaba con mi hermano, otra siesta, los programas de TV por la tarde, los mangas leídos y los dulces que le robaba a Lawless.
Mi tiempo fluye mientras tenga algo o alguien haciendo que avance, cuando estoy solo se estanca, me detengo. Lo comprobé cuando escapé de Londres y busqué refugio en Ira, trasladándome a Japón.
No obstante, mientras mi cerebro más se adaptaba a la realidad, más caía en cuenta de lo perdido que estaba. Que mis horas han fluido lentamente y me he perdido de mucho. He perdido mucho, simplemente.
Después de mi primer mes totalmente limpio, el monstruo dentro de mí pedía aquello que le negaba, que le arrebaté por mi cobardía para morir.
Y de pronto mi hermano ya no estaba y yo no tenía suficiente distracción. En algún momento volví a encerrarme en mi habitación, huyendo de las voces de mi interior que me recordaban la soledad de mi vida, las penas que cargaba, los remordimientos de mi alma; pero sobre todo, declaraban que nadie me perdonaría nunca. Siendo así, ¿por qué debía perdonarme yo y seguir mi vida como si nada hubiese hecho para arruinar vidas ajenas?
Me sacaron de mi confinamiento cuando Lawless llegó desde Londres y me encontró a mitad de mi habitación medio muerto de hambre.
Fue en el hospital, internado gracias a una úlcera estomacal, que conocí a Shirota Mahiru.
De forma brusca, la alarma proveniente del celular tirado en el suelo junto a mi cama se hace escuchar. Su estruendo comparable a una madre gritando que es hora de levantarse para acudir a la escuela, a los gritos de una novia histérica después de la mejor borrachera de tu vida o los rugidos de un león hambriento. Y es al rememorar a los reyes, que pienso en felinos más pequeños y hogareños, como el que me espera cada mañana frente a la puerta de mí recámara, toda mala cara y hambriento.
La rutina desde mi estadía de dos semanas en el hospital se basa en jugar a ser una persona normal: Despertar a las 10 de la madrugada, comer cereal recordando mentir a mis hermanos cuando pregunten si comí algo más nutritivo, caminar las 8 cuadras hasta la universidad, prestar atención a la mitad de mis clases, dormir la otra mitad y regresar a casa caminando de nuevo, comer ramen o pasas fritas con un buen vaso de Coca-Cola y alimentar al gato, esperar a que Lawless llegase para hacer alguna tontería juntos e ir a mi habitación con la intención de hundirme en mi propia miseria hasta que le sueño venciera. De ese modo, el tiempo fluía un poco más.
Sin embargo durante la última semana, este curioso horario que mi mente disfuncional creó, ha cambiado. Trasladé las dos horas que me lleva despabilar del sueño, bañarme, buscar algo decente y limpio en el armario, alimentar a la mascota y andar a la universidad, para comprimir dichas actividades a una sola hora, de esa forma el cereal se sustituía por un licuado de chocolate y una rebanada de tarta de cookies & cream. En la cafetería donde Shirota Mahiru labora.
Con el gato ronroneando más gordo, yo enfundado en ropa limpia y la casa desordenada pero habitable, tomé la mochila que espera por mí en su lugar junto al zapatero, donde es lanzada en mi reingreso al departamento, y luego tomando mis llaves después de calzarme las botas.
Mi viaje en ascensor los días jueves siempre es en compañía, gracias a mi vecina con su sonrisa cansada pero feliz y un niño en sus brazos.
—¡Hola! —Saluda ella. Pese a ser madre siendo tan joven, porque no aparenta más edad que Lawless, siempre muestra su felicidad pese a que el crío apenas y la deja descansar. Ese hecho notable en las marcas amoratadas bajo sus ojos. Aunque sus ojeras sean solamente una pobre imitación de las mías.
Tal vez porque los motivos de nuestros insomnios distaban.
El suyo era más rechoncho y de mejillas sonrojadas.
—Hola—. Susurré y bajé la vista de la sonrisa materna al bebé que me observaba con ojos grandes y castaños. —Hey, Takuto...
Evidentemente el bebé de tres años no me respondió, en cambio fijó su atención en mí durante nuestro descenso de 7 pisos hasta el vestíbulo. Se tiene la creencia que declara a los niños pequeños como seres diminutos capaces de ver más allá del alma de las personas. Como si supieran algo que no sabes de ti mismo, que ellos comprenden menos que tú, pero les llama la atención.
Sea lo que fuese que el hijo de los Kurumamori ve en mí, derivaba en la misma reacción siempre. Me consolaba pensar que él no se veía excepcionalmente aterrado, no lloraba ni pedía a gritos alejarse de mí. Sólo me observa todos los jueves en la mañana, cuando los topo a él y su madre en el ascensor, hasta que nuestros caminos se separan.
—¡Nos vemos después, ten un lindo día! —A Shifumi, Takuto la secundó abriendo y cerrando uno de sus puños, un amago de despedida.
—Sí... —Murmuré quizás un poco tarde, pues ellos ya habían desaparecido de mi vista, doblando en la esquina hacía la parada del autobús.
Reactivando mis funciones motoras, me preparé mentalmente para la caminata de doce cuadras hasta la cafetería, puesto que debía dar un pequeño desvío de mi rutinaria dirección en línea recta hasta la universidad. Podría usar algún transporte como el autobús o tomar el tren, algo que no constituyera en un taxi o sus derivados. No obstante lo que necesitaba era mantener la mente ocupada. Caminar tanto para tener que concentrar todos mis pensamientos al dolor de piernas, la fatiga y con eso controlar las ganas de quedarme tirado en el suelo, realmente no me quedaba una mejor opción.
Rebuscando en los confines de mi mochila, rumiando entre tres libros, un blog, una carpeta, cinco plumas de las que solamente tres tienen tinta, un paquete de kleenex, post-its, mi billetera, el estuche de mis lentes y hojas sueltas entre demás basura; di con los audífonos de repuesto, ya que aparentemente había olvidado los cotidianos en algún lugar del departamento.
Conecté los auriculares a mi celular, maldiciendo mi suerte al darme cuenta del 43% de vida que le quedaba, porque entre todo el montón de cosas que llenaban mi mochila no sentí el cargador.
Explorando entre los playlist que variaban su contenido dependiendo de mi estado mental o de ánimo, decidí dejar que me cantase aleatoriamente, comenzando por una predilección.
La caja musical portátil tuvo la gentileza de susurrarme Broken en los oídos. La voz de Ronnie Radke llenó mi cerebro y me permití desconectar del mundo exterior. No morí cuando quise, no vendría a atropellarme un carro ahora que ya me daba igual. Además, ya estaba aprendiendo el camino. Pronto podría ir con los ojos cerrados.
«Hoping for the best but now I steady watch the hands of time...»
Tiempo. Todo en mi parece reducirse al molesto tiempo que yo no pedí, y pese a ello no se irá.
Si debía seguir su curso, aunque quisiese seguirlo o no, me era imposible negarme o detenerme. Y al ser necesario seguir avanzando, me es indispensable hacerme de un nuevo pasatiempo.
Un conjunto de sesenta segundos crean un minuto, y sesenta minutos llenan una de las 24 horas que complementan un día. Es el orden natural del tiempo. Por supuesto, mi tiempo avanza en un ritmo diferente al del resto del mundo.
Mis arrepentimientos y la culpa con la he vivido el último par de años, me atormentan. Y por mucho que yo crea merecer ese dolor, a veces remotamente en algunas ocasiones, me gustaría olvidarlo todo. Pero lo único que no puedo recordar es cómo era mi vida antes de mi fatídico error, en aquel maldito día.
El tiempo continúa su curso y no espera a nadie, ni mucho menos a los indecisos como yo.
Los segundos que tiene el minuto avanzan y yo pierdo la imagen de lo que fui. El momento, el instante en que me equivoqué marca la línea entre un antes y un después. El recuerdo lastima, las fotografías son pruebas físicas de lo que se ha ido y el tiempo que se suma a la vida se resta de mí.
Intentando olvidar, o mínimo no pensar tanto, duermo largo rato cuando la tristeza me consume. Y despierto, porque se me ha negado dormir eternamente, e inclusive las eventuales pesadillas me traen de vuelta. Intentando pensar en otra cosa que no sea mi realidad me pongo a leer, desde novelas y poesía hasta la etiquetas de la comida, transportándome a otros mundos y otras vidas más interesantes y en ocasiones más felices que la mía —o más desdichada, según el título y personajes de turno—. Para no pensar en nada relacionado conmigo, escucho música; creando fantasías, dándole vida a los individuos que narran las letras y la voces de los cantantes.
Debo hacer esto para encaminarme hacia el flujo normal del tiempo.
Desgraciadamente el pasado no se va a ninguna parte. Al desdichado le gusta esconderse. Juega conmigo, revoloteando entre los libros de novela y poesía, colándose en mis canciones favoritas, viajando hasta mis sueños tomando forma de pesadillas.
Distracciones. Me valía de ellas al no saber qué más hacer para pasar con tranquilidad el día a día. Una afición es lo que yo necesito.
« ¿Cuán patético me hace eso?»
Se sintió como una bofetada con manopla de hierro caliente comprender que no podré depender de mis hermanos durante el resto de mi existencia. Lo supe el pasado domingo, al descubrirme todo el día solo puesto que Lawless había tenido una cita con su atractivo ángel mal hablado.
El descubrimiento del año se basó en el fastidioso hecho de que yo no me había sentido en completa soledad hasta el domingo. Porque ese día Lawless no estaba en casa y yo no debía ir a la universidad, por ende no tendría que salir ni contaba con alguna excusa para pasarme por la cafetería donde Shirota Mahiru trabajaba sin parecer un acosador.
Y probablemente ya lo parecía. Desde que Mahiru me dio su número de celular torpemente garabateado en una tarjeta colorida, no le hablé ni envié un mísero mensaje. No obstante, sí había estado visitando su trabajo. Como quien no quiere la cosa, y ya que me queda de paso hacia la escuela...
No tardé en aprender el horario del castaño.
Los lunes, miércoles y jueves, laboraba en las mañanas, los demás días trabajaba durante las tardes. Los fines de semana su día de descanso era disputado entre el sábado y el domingo.
También descubrí que el chico es famoso por lo que hace. Es constantemente alabado por algún cappuccino con un lindo dibujo o por los postres que entrega y los que él ayuda a preparar.
Los días que fui, o sea toda la semana, no me acerqué a él más de lo estricta y obligatoriamente necesario. Esto quiere decir que las únicas palabras que le dirigí iban citadas del menú de postres.
Él pareció encontrar divertida la situación y mi silencio, pues me sonreía y con la misma sonrisa me entregaba mi pedido antes de dar vuelta y atender a otro cliente con antojo de azúcar.
Asimismo podría ser que no tenía la oportunidad de hablar por estar tan ocupado. Un alivio ya que no soy un buen conversador. Siendo así, me limitaba a observarlo haciendo sus cosas mientras bebía mi licuado o un jugo, incluso me ponía a hacer tarea de último minuto si él debía cambiar con el chico de la caja registradora.
Igual al día de nuestro segundo encuentro, las miradas furtivas detectadas y devueltas se hicieron presentes. A veces, Mahiru me sonreía desde el otro lado de la barra, sacaba la lengua en amago de expresión burlista y seguía limpiando o alineando tazas, copas y vasos.
Era gracioso.
Hacer de acosador de Shirota Mahiru se hizo mi nuevo pasatiempo. Entonces, cuando mi hermano no está en casa y la soledad ataca, yo me convierto en una masa amorfa de emociones auto-destructivas y miseria con salsa inglesa.
Convenciendo a mis alborotados nervios que hago esto por Lawless, para no molestar más a mi hermano y dejarlo tener una relación sin que deba cargar con su desequilibrado hermano mayor, apuesto los retazos de esperanza que tengo porque esto me salga bien.
Al arribar a la cafetería mi celular exhaló su último porcentaje de vida y se despidió hasta que volviese a cargarle la batería. Adiós música por el resto del día, por suerte el viejo y manoseado ejemplar de El lobo estepario aguardaba en mi mochila, este día bien podría darle una leída por milésima vez.
La cafetería "Lead" adquiría su apogeo de clientes temprano en las mañanas y por la tarde, cerca del anochecer. Al mediodía estaba tranquilo, con sólo un par de clientes y una mesa libre junto al ventanal.
No fue hasta tener el trasero en el mullido asiento que inspeccioné el lugar con la mirada, y descubrí que el sol andante no brindaba su luz al lugar.
Intentando que mis ganas de irme cuanto antes no fuesen muy obvias, le pedí al amable mesero un café con leche. De repente ya no quería cosas dulces.
Mientras mi bebida era hecha por un desconocido, desenterré desde el fondo de mi mochila el blog de post-its y un lapicero morado.
Entre garabatos y palabras escritas al azar, mi café llegó. De reojo vi que la persona que lo había dejado sobre la mesa no se iba, de hecho parecía inclinarse sobre mi hombro para tener una vista más detallada del post-it cuadrado y azul.
—Es raro que pidas café —. La persona chismosa habló justo cuando yo estaba por girar y mandarlo al diablo. —Normalmente pides cosas más dulces.
—Pedí que le pusieran leche.
Mahiru estiró los labios, abultado las mejillas y regalándome la primera sonrisa del día.
—Eso significa que no te gustan las cosas amargas.
—Tampoco me gustan mucho las cosas dulces, pero es bueno un poco de azúcar en las mañanas.
—¡Sí, totalmente! —Exclamó, sentándose en el asiento libre frente a mí. Reprimiendo el comentario para nada atinado sobre la mucha azúcar que él parecía echarle al desayuno antes de comenzar su día para mantenerse tan activo, noté un poco tarde que no llevaba puesto el uniforme de barista.
— ¿No trabajas hoy?
Él ladeó la cabeza, confundido. Entendió a qué me refería cuando señalé su playera blanca con el nombre de alguna banda estampado en rojo.
— ¡Oh! Si trabajé, pero mi turno terminó antes. Hoy iré al hospital.
— ¿Te duele algo?
—Para nada, si fuera así mi hermano y Licht ya me hubieran atado a una camilla. Solamente es una revisión de rutina.
—¿Hermano? —Pregunté ante el nuevo descubrimiento.
—Tsurugi. Es seis años mayor que yo.
—Si tu turno ya terminó, ¿por qué sigues aquí?
—Supuse que vendrías y quería verte antes de irme. —Dijo y sonrió como si tal cosa. Como si lo dijera en serio. De pronto tenía ganas de salir corriendo y alejarme de él.
— ¿Estás libre el sábado? —Pero me quedé, porque ya no quiero sentirme solo.
Mahiru tiene todo un repertorio de expresiones divertidas. La empleada en ésta ocasión consistió en tres parpadeos en un segundo y los labios entreabiertos.
— ¿Eh?
—En una de las pizarras informativas de la universidad vi el anuncio sobre un festival de flores y, no sé, pareces la clase de tipo al que le gustan esas cosas.
Corrección; Mahiru tiene pinta de ser exactamente la clase de sujeto al que todo le gusta.
Y lo del anuncio es cierto. Lo vi por casualidad cuando acompañé a Lawless a pegar una pancarta del teatro. Al ver la fotografía del girasol, solamente pude pensar en hacer que Mahiru me llevase, porque yo no tenía idea de dónde diablos era ese festival.
Su cara pasó de la emoción con un ligero sonrojo, a la desilusión y apartó la mirada hacia mi café enfriándose frente a ambos.
—El sábado me es imposible.
—Ah...
—Licht tiene presentación de piano esa tarde. He estado en cada recital de piano suyo desde niños, por eso...
—Entiendo.
El silencio se sobre puso a mis fatídicos y depresivos pensamientos, donde me cuestionaba por qué diantres lo había invitado. Entonces Shirota habló de nuevo y las dudas se desplazaron a un segundo plano.
—La presentación de Licht es la tarde del sábado, trabajaré durante la mañana y el domingo lo tendré libre... Podemos ir ese día, si tú quieres...
El sonrojo intenso de sus mejillas me aturdió casi tanto como sus palabras. Asumí que descansaría el sábado por haber tenido el pasado domingo libre. Asentí sin darme cuenta y sin necesidad de darle vueltas al asunto.
— ¡Lo espero con ansias! —Dijo y le di el beneficio de la duda.
«Menos mal» pensé «, el domingo no estaré solo».
[ Mahiru ]
—Tsurugi comentó que tus pesadillas han disminuido.
Asentí. Solía tener pesadillas bastante reales, me veía a mí y al verdugo de mis sentimientos. Me hallaba incapaz de luchar contra él y él reía, reía mucho. Casi podía sentir la sangre caliente bajo mi cuerpo, mi sangre.
Memorias de lo que había sucedido y que volvían a atormentarme en mis sueños.
Los primeros meses fueron un suplicio. No dormía por miedo a que él volviera por mí y cuando el cansancio vencía y cerraba los ojos, despertaba gritando y llorando. Tsurugi entraba corriendo a mi habitación, me abrazaba y dormía conmigo. Cuando él debía trabajar y Yumikage no estaba en casa, encendía todas las luces y ponía en el televisor alguna película divertida. Incluso llamaba por teléfono a Licht o Misono, ellos nunca se quejaron.
Tsurugi llegó anoche con una pizza grande, cerveza para él y jugó de naranja para mí y al preguntarle por tan repentino derroche respondió con algo de lo que ni siquiera me había percatado.
«—Han pasado dos meses sin que despiertes a mitad de la noche por una pesadilla. ¡Cállate, come y celebra, hermanito!»
—Me sorprendió, ¿sabes? Me había acostumbrado a agradecer mis descansos a los somníferos que casi flipé anoche, al escuchar que Tsurugi había cambiado las pastillas por placebo.
—Él no quiere que te vuelvas dependiente de los medicamentos. —Sonrió, acomodando las gafas que se deslizaban en su nariz. —Sin embargo, la Sertralina es real, seguirás con ella, pero reduciremos la dosis paulatinamente.
Volví a afirmar, preguntándome cuán extraño me sentiría al dejarlas después de dos años tomando las píldoras de la felicidad.
Mi doctor dejó de escribir sobre el preocupantemente grueso expediente de mis avances mentales luego de casi diez minutos de silencio consecutivo.
— ¿Hay algo que te preocupa, Mahiru? Es raro que estés tan callado.
Hay muchas cosas que pueden preocuparme y se supone que el objetivo de estas citas semanales es decirle a mi psiquiatra cada una de ellas. Pero solamente tenemos una hora y estoy seguro de que Junichirou se refería a preocupaciones factibles y no a mis ruegos al cielo porque no llueva antes de que yo llegue a casa porque dejé ropa en el tendedero.
—Conocí a alguien—. Dije, no muy seguro de si esa era una declaración que quería dar, pero sin lugar a dudas es algo que él debería saber para intentar ayudarme a comprender un poco de lo que significa "conocer a alguien".
— ¿Un nuevo amigo?
—No lo creo, es decir, a penas y hablamos.
—Eso no es conocer a una persona, Mahiru.
—Tienes razón. Lo diré de nuevo: quiero conocer a una persona.
No existe verdad más absoluta que esa. La noche que observé la torre de Tokio con Kuro, le di mi número de teléfono con la esperanza de tener un poco de comunicación con él, pero nunca me llamó. En su lugar, acudía a la cafetería todos los días.
Si era coincidencia o no que siempre llegase durante mis horarios laborales, no me interesaba mucho. Me conformaba con verlo, ya que tampoco daba señales de querer entablar una charla conmigo.
Pude percatarme de algunas cosas mientras él se convertía en un cliente regular. Como que los días que se veía menos cansado ordenaba algo con chocolate y cookies & cream, contrario a los días en que sus ojeras eran más perceptibles y solamente pedía jugo o una Coca-Cola.
Calzando siempre botas y aparentemente tenía una curiosa colección de ellas, su guardarropa constaba de jeans, playeras o camisas de manga larga en tonos neutros y un sólo par de lentes con marco turquesa.
De igual manera, había singularidades jocosas y un poco intrigantes. Como el hecho de que es un desastre, siempre arreglándoselas para dejar una pequeña mesa hecha un desastre por beber una bebida y dejando migas de sus alimentos; no obstante, lo curioso eran los tesoros que se encontraban entre toda su basura.
En ocasiones, los ojos de Kuro se desenfocaban, y aunque por fuera no se veía más que un chico flojo que con la cabeza recargada en la mesa sin dejar de mordisquear el popote de su bebida, para mí lucía como si su mente se hubiera ido a algún lugar en el que nadie podría ser capaz de alcanzarlo. Y cuando el brillo de sus ojos volvía, él sacaba un pequeño blog de notas o post-its de diferentes tamaños y colores, y escribía.
No era hasta que Kuro se marchaba, con andar lento y manos en los bolsillos del pantalón, que yo me acercaba a limpiar su desorden y me encontraba por lo menos diez bolitas de papel colorido.
Notas, pensamientos y desvaríos dirigidos a nadie.
«Le falta azúcar»
«Hay un pájaro con pecho rojo en el cableado de la luz, frente a la venta, uno de color entre un par de cuervos»
«Olvidé el reporte de Eurípides sobre el microondas. Debió quedarse ahí cuando calenté el Ramen anoche...»
«Mahiru usa una banda negra y blanca en la muñeca derecha, los colores no le quedan bien»
«Este frappé no va conmigo, tiene un sabor fresco sobre el calor del verano, trae alivio con cada sorbo. Yo no quiero eso, los alivios momentáneos a veces duelen más. Debí haber pedido una Coca-Cola...»
Entre muchas otras cosas redactadas con una pulcra letra manuscrita, en inglés y con tachones alrededor de la hoja.
Metía los que más me gustaban al mandil y los sacaba al llegar a casa, guardándolos en una pequeña caja de madera lacada que pertenecía a mi madre y que yo escondía al fondo de mi armario. Sin darme cuenta, ya tenía toda una colección de cachitos de los pensamientos de Kuro.
En persona él se muestra como un ser silencioso, pero en su mente existe un hervidero de vida y sentimientos. No sabía de qué índole ni que tan buenas podrían ser esas emociones, pero estaban ahí y yo quería llegar a ellas.
— ¿Cómo lo conociste?
—Es hermano del novio de Licht.
Porque oficialmente Licht ya tenía una rata como novio. Fue directamente hasta mi casa el domingo por la noche, alegando que se quedaría a dormir. Cerca de las tres de la mañana, recostado junto a mí, susurró bajito, sabiendo que estaba tan despierto como él:
«—Estoy saliendo con la rata de mierda.»
Lo dijo valiéndose de la oscuridad, lo dijo porque quizás estaba tan feliz que necesitaba compartirlo con alguien. Lo dijo porque somos amigos y confiamos uno en el otro.
— ¿Y qué opinan tus amigos de esto? ¿Ya le dijiste a Tsurugi?
Licht hizo un escándalo la noche que Kuro esperó por mí en la salida del trabajo y estaba a punto de reportar mi desaparición a las autoridades hasta que me vio entrar a mi casa. Entonces las reprimendas llegaron. Interrumpí su letanía sobre el por qué diablos cargaba un celular en la bolsa si no lo utilizaba para avisar dónde me encontraba, y le dije que había estado con el hermano de su Hyde. Ya entrados en detalles le hablé sobre la primera vez que vi a Kuro y el origen del apodo.
Mi mejor amigo me vio con mala cara, pero la preocupación era visible en su mirada. Respondió que yo ya era grande para decidir mis amistades, pese a eso me pidió tener cuidado y avisarle si el hermano de la rata osaba hacerme daño.
«—Lo mataré a patadas si te hace llorar.» Prometió.
Misono amenazó con que tendríamos una larga charla el sábado, después del recital de piano de Licht.
Y por otra parte, la parte más importante, aún no me atrevía a comentarle algo al respecto a mi hermano.
—Tsurugi no lo sabe. Y tú no puedes decirle, Jun. No es ético hablar con alguien más sobre lo que te cuento en calidad de paciente.
—No es ético que atienda al niño que he visto crecer toda su vida. Y henos aquí. —Sonrió.
Junichirou Kurumamori, uno de los mejores amigos de mi hermano. Su amistad es más antigua que yo y crecí viéndolos jugar en mi hogar a ellos dos junto con Yumikage.
Tanto Jun como Yumi han sido un apoyo incondicional para nosotros. Cuándo mis padres se divorciaron y Tsurugi debió quedarse con mi padre, ellos prometieron que lo cuidarían por mí. Tras el fallecimiento de mi madre yo debí regresar a vivir con mi hermano y padre, cuando Touma bebía de más y se ponía violento, Tsurugi me escondía en la habitación, me obligaba a saltar la ventana y correr a la casa de los Tsukimitsu.
Nos mudamos a la casa en la que viví en compañía de mi madre cuando Tsurugi cumplió la mayoría de edad y Yumi vivió con nosotros sin importarle dejar atrás todo junto con su familia.
Yumikage hizo muy bien su rol de padre sobreprotector al descubrir que yo salía con alguien al iniciar el instituto. No creí que sería tan malo, no quise escuchar las advertencias de mis seres queridos y mi enamoramiento terminó conmigo. Jun y Yumi estuvieron junto a Tsurugi, apoyándolo en el mes que estuve en coma.
Ambos también nos ayudaron a seguir avanzando y convencieron a Tsurugi de trasladarnos desde Kioto a Tokio.
Yumikage trabaja como funcionario de gobierno en el distrito Kinki, por ende no puede visitarnos con frecuencia, pero llama todas las noches a casa. Junichirou es psiquiatra y trabaja en el mismo hospital que Tsurugi. Todos somos una familia, algo rara, pero unida.
—Kuro vive en el mismo edificio que tú. —Dije en un intento por cambiar el rumbo de la conversación antes de que se enfocara demasiado en mi deber para decirle a Tsurugi sobre mis intereses.
— ¿Kuro?
« ¡Ay, diablos!»
—Si... Kuro, yo emm, le puse ese sobrenombre.
— ¿Y cómo se llama?
«No lo sé.»
Guardé silencio. Pues lo único que sabía a ciencia cierta era su apellido ya que cuestioné a Todoroki sobre el nombre de su novio. Suponiendo que al ser hermanos, Kuro y Hyde compartan la designación Servamp.
Jun, Yumi y Tsurugi han invertido tiempo, dinero y esfuerzo en mi educación, salud y bienestar mental. Se turnan el papel de madre y padre, pero son sinceros en su preocupación por mí.
Me han visto llorar la muerte de mi madre. Han sido testigos de mi furia al enterarme del maltrato de mi hermano por parte de nuestro padre. Ellos extendieron las manos para sacarme del pozo emocional y psicótico de mi relación, ellos limpiaron mi sangre y ayudaron a sanar mis heridas cuando me rompió ese enfermo amor.
Que yo caiga de nuevo y permita que alguien vuelva a hacerme daño es impensable. No van a consentirlo.
Son sólo unos hermanos mayores preocupados.
—Sé lo que estás pensando. No va a pasar nada malo. Algo me dice que Kuro es una buena persona.
—No sabes lo que pienso—. Refutó. —Y eso no puedes asegurarlo.
—Quiero confiar de nuevo en las personas. ¡Tú dijiste que debía aprender a hacerlo!
—Lo dije y lo sostengo—. Añadió, quitándose las gafas para masajear el puente de su nariz con los dedos índice y pulgar. —Sólo te pido que lo tomes con calma ¿de acuerdo? Eres un chico muy bueno y nosotros te hemos consentido mucho, pese a todo lo que has pasado no eres capaz de desconfiar de las personas.
—Es demasiado complicado. Si me traicionan ya haré algo al respecto cuando suceda.
—Esperemos que ya no suceda y si pasa, que no termines convaleciente de nuevo en el área de cuidados intensivos. —A sus palabras le siguieron un escalofrío por mi espalda, torrentes de malos recuerdos y una mirada intranquila de sus ojos. —Tómalo con calma, no te presiones y recuerda que nadie puede obligarte a hacer algo que no quieras. Vamos a cuidarte siempre, pero debemos aprender a dejarte libre poco a poco. No es bueno mantenerte en una burbuja por miedo a que te lastimen y tú tienes que aprender a defenderte. —Suspiró antes de levantarse y rodear la mesa entre nosotros. Sus largos dedos acariciaron mi cabello. —No te preocupes por Tsurugi, yo hablaré con él y lo prepararé para la bomba que le soltarás.
Se lo agradecí.
— ¿No puedes hablar también con Yumikage?
— ¡Ni hablar! ¡Si ha de asesinar a alguien que sea a tu nuevo amigo, después de enclaustrarte a ti en casa!
Sólo reí ante eso.
¿Comenzamos con las revelaciones?
Poco a poquito~
Kuro y Mahiru tendrán una cita ❤
ByeByeNya~ 🐾
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