El viaje a la revelación
Es hora de cambiar al mundo, de dejar una huella indeleble en el camino de la vida con la que absolutamente todos se encontrarán.
Sobre mis hombros recae el deber de hacerlo. Y confío en que mis pies calcen con la marca que pienso dejar. ¿Quién más lo hará si pocos creen en esta posibilidad y si muchos han dejado de perseguirla?
Los generadores están listos, la computadora está programada, la máquina está arrancando con un suave murmullo y yo ya estoy dentro de ella. Ya soy parte de ella.
¿Qué fecha escogería primero?
Mi respiración se agita pero me obligo a mantener la calma. Es crucial mantener un completo autocontrol y estar sereno hasta que todo termine. Debo concentrarme en otra cosa. Mi vista vaga hasta la mesa sobre la que se encuentran todas mis investigaciones de los últimos años, encuadernadas y organizadas de manera que si algo sale mal alguien pueda acceder a ellas y continuar con mi trabajo. Si alguien lo hace, si llega el caso... Incluso podría traerme de regreso, revirtiendo mi error.
Una pequeña voz en lo recóndito de mi mente, la cual reconozco perfectamente, murmura algo sobre paradojas temporales y cosas parecidas pero no le presto atención a la irritante voz de Philip, mi antiguo ayudante. ¡Ojalá pudiera despedirlo de mi mente como lo hice de este proyecto! Su pesimismo y falta de visión lo hicieron tóxico para mis días de mayor decepción.
Mi mirada pasa de la mesa a la chimenea en la que chisporrotea un alegre fuego, ajeno al evento extraordinario que está por suceder frente a él. De allí paso a otra mesa, sobre la que se encuentra una fila de manzanas. Sonrío. Cada una de las frutas está junto a un papel que indica el día de la semana en el que la puse allí, así sabré cuántos días atrás he viajado en el tiempo; y por su putrefacción sabré si he viajado hacia el futuro. ¡¿No es brillante?!
Un poco más a la derecha está un montón de trece tapas de botella que fui poniendo cada hora a lo largo del día, por si el viaje no resulta ser tan largo. Pensé en comprar arroz en la tienda de enfrente para marcar los minutos, pero el tiempo apremia, el mundo está impaciente por esta rebelión contra las leyes de la naturaleza y el sentido común.
Me encantaría que la máquina fuese llamativa y sencilla, para lucir en los noticieros, pero es una enorme mole de cables y piezas pesadas. Si alguien lo viera ya creería haber viajado en el tiempo al pensar que se encuentra frente a la imprenta de Gutenberg, o a la primera computadora programable, la que ocupaba toda una habitación. También me gustaría que tuviera la opción de elegir exactamente a qué fecha desearía ir, pero eso vendrá después. Primero debo probar que funciona y luego perfeccionaré cada mínimo detalle hasta que sea completamente seguro utilizarla.
La máquina lanza unos cuantos pitidos y mentalmente hago una lista de las cosas que haré cuando pueda moverme a través del tiempo a mi gusto, todo lo que podré cambiar. El reloj colgado de la pared frente a mí marca los segundos que pasan. Tic, tac. Ahora que lo pienso, podría haber utilizado el reloj en lugar de las tapas. Pero da igual.
Lo primero que haré será evitar decirle a Madeleine lo que le dije aquella tarde de noviembre, mientras tomábamos café en el Ap's, y así arreglar las cosas entre ambos.
Observo el anillo que destella en mi dedo, como siempre lo ha hecho y siempre lo hará. Debo admitir que esa fue una de las principales razones que me impulsaron a embarcarme de lleno en esta travesía, a encerrarme en mí mismo hasta lograr lo que me he propuesto.
Claro que luego seguirán cosas de menor urgencia en mi escala personal, pero aún así importantes. Concientizar al mundo sobre el calentamiento global desde muchos años antes, e incluso evitar dos o tres guerras; poner un poco de arsénico en la bebida de Hitler y Stroessner, y tal vez publicar en su tiempo esa foto de Hitler en pantalón corto.
Todo eso estará bien. Pero ¿acaso no podría hacer algunas de esas cosas ahora?
Podría hablar con Madeleine y pedirle perdón por haber sido un completo estúpido aquel día, aceptar mi error y rogarle por una segunda oportunidad.
Y aún no es tarde para hacer algo contra el calentamiento global, e incluso habrá muchas guerras futuras que podrían evitarse. Lo de Hitler y Stroessner... es arena de otro costal, ellos mismos han dejado una gran lección: el poder nunca te dejará la mente intacta.
Pero podría cambiar muchas cosas aquí y ahora, ¿no?
¡¿Qué hago entonces dentro de esta cosa?! ¿Tratar de ganar tiempo perdiendo el tiempo creando una máquina del tiempo?
¿Por qué depender de un montón de cables una vez más?
Desesperadamente desabrocho el cinturón de seguridad pero, antes de que pueda bajarme, la máquina empieza a soltar sonidos estridentes y vaharadas de humo pestilente. Siento un retorcijón en el estómago y al bajar trastabillo hasta estrellarme contra la mesa de las manzanas, frente a las tapas. Un vistazo a ellas me hace dar varios pasos hacia atrás hasta chocar contra la humeante cosa de metal. Once, en lugar de las trece que dejé aquí. Solo están once de ellas.
Esto no puede estar ocurriendo. Dos horas. He viajado dos horas atrás, en el tiempo, a través del tiempo...
En un arrebato tomo las carpetas con todas mis anotaciones y las arrojo al fuego. Mi labio inferior tiembla, pero me contengo. No puedo permitir que llegue a saberse, no debe ocurrir. La máquina ya no se encuentra en un estado funcional, los cables derretidos y el humo son prueba suficiente. Por mi mente pasan todas las consecuencias que podría causar mi descubrimiento, pero de todos modos ya no hay vuelta atrás. Ya solo quedan cenizas.
Antes de que mi determinación flaquee, abandono la habitación. Apoyo la frente contra la pared y un sollozo se me escapa. Respiro hondo y me refriego los ojos para controlarme. Saco mi teléfono con manos temblorosas; haré que mi sacrificio valga la pena.
—¿Madeleine?
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Hola, espero que les haya gustado. Y, si es así, agradeceré sus votos y comentarios.
¿Creen que Madeleine responda?
Tengan en mente que nuestro tiempo es limitado, por lo que es muy valioso. Aprovéchenlo al máximo para dejar una marca sobre la Tierra, una marca de la que puedan estar orgullosos, y tan profunda que ni siquiera siglos de nuevas capas de polvo sobre ella puedan ocultarla y que así quede vigente para las demás generaciones. La vida es muy corta para desperdiciarla.
Gracias por leer. ¡Hasta el próximo párrafo!
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