3. DOBLE RACIÓN

Los efectos de la doble dosis del Elixir de la Clarividencia no se hicieron sentir de inmediato, a lo sumo noté una cantidad de hielo mayor en los huesos, como si éstos se hubieran convertido en cristal congelado. Carolo empezó a encargarse de pequeñas tareas, como prepararme la ropa y el baño. Guio se dedicó a desarrollar el sello de Poder para dibujarlo en tierra. Según ella, se trataba de un paso complejo. Yo le di dos semanas para que lo consiguiera, sin compasión alguna.

Cuando sobrepasé la semana de doble ingesta, una noche solitaria, fría y silenciosa, el hielo de mis huesos se diluyó en mis entrañas, arrastrándome a un infierno glacial de terror, un abismo de horror que ya no me creía capaz de experimentar; repentinamente espantado por el monstruo en el que me estaba convirtiendo. Era como si hubiera recorrido un largo camino lentamente, mirando siempre al frente, y se me hubiera ocurrido volver la vista a mi espalda, encontrando una gran montaña que había salvado sin darme cuenta. Pasé una noche terrible en la que no pegué ojo, con vívidas pesadillas danzando ante mí. Hasta que amaneció, no pude descansar.

Carolo acudió a despertarme y lo despaché de malos modos. Como buen y leal sirviente, consiguió que mis padres no se enteraran y a media mañana fue mi hermana quien me visitó.

–¿Estás enfermo? –me preguntó preocupada.

–No –refunfuñé incorporándome, había descansado lo justo como para ser persona–. He tenido una mala noche.

–Mala noche... ¿Fiebre? –Guiomar rebuscó entre las capas de su falda.

–No. Creo.

–Entonces por si acaso –desprendió un cuadrado de tela con uno de sus sellos bordados y me lo plantó en el pecho–. Esto tendría que hacerte mejorar. ¿Pesadillas?

–Sí –reconocí molestó.

–Esto debería de calmar tu mente –desprendió otro cuadrado y me cubrió la frente con él.

–¿Debería de? –cuestioné escéptico.

–Aún sólo he podido probarlos conmigo y con Carolo, tengo que probar más.

–¿Y cómo va el diseño del sello de Poder para la tierra? –inquirí implacable, aunque mucho más relajado gracias al influjo de los trapos de Guio.

–Estoy en ello. Es complicado, hay que hacer cambios sutiles.

–Si quieres que mejore, hazlo ya y hazlo bien.

–Si no mejoras, padre se enterará y te mandará al alquimista –respondió molesta.

Yo sonreí con sarcasmo, un punto de malicia y orgullo hacia ella.

–Cada día eres más astuta y aguda –aprecié.

–¿Y podrás soportarlo sin enfadarte? –preguntó alejándose de mi lecho–. Le diré a Carolo que te prepare un baño con sus hierbas.

–Tú dedícate a...

–Sí, lo sé. No volveré a verte hasta que lo tenga –declaró saliendo con dignidad.

Yo me quedé mirando la puerta, tan sorprendido como admirado y orgulloso. Mi pequeña, frágil y débil hermana, a quien nadie auguraba un próspero futuro dos años atrás, se estaba convirtiendo en toda una dama, inteligente, segura de sí misma y elegante, a la edad de tan sólo siete. Me fascina el efecto beneficioso que tengo en cierta gente, eso debería compensar el que amedrente, manipule e incluso, aunque en menor medida, mate a otros tantos.

Gracias a los cuidados de Carolo y los trapos de Guiomar, me repuse prontamente, pero en mí quedó la duda de si volvería a suceder. Aquella idea me asaltaba cada noche cuando me quedaba solo, ¿sería aquella otra vigilia atormentada? Tras una semana de incertidumbre, no quise arriesgarme más, ya que el hielo se acumulaba de nuevo en mis huesos, y me acerqué a Guio en el palomar.

–No lo tengo aún –me comunicó nada más verme.

–No vengo por ese sello –respondí acodándome junto a ella.

–Me sorprende. ¿Has venido a darme un abrazo porque soy tu hermana preferida?

–No, tampoco es eso.

–Ya... –suspiró y miró al horizonte.

–Necesitó los sellos sanadores más potentes que tengas.

–No quieres el sello de poder, pero sí mis insignificantes sellos sanadores. Tú que insistes en que trace uno de Muerte.

–Guiomar... –le reproché, si me ponía pegas, ya no era mi hermana preferida.

–O se muere alguien que necesites, o son para ti –me miró de reojo–. Sí, son para ti. Yo te encuentro sano.

–Limítate a dármelos –exigí.

–Es una lástima. El que me tengas dedicada exclusivamente al sello de Poder me impide dedicarme a otros que me gustarían. Pero como no son tan útiles como el sello de Poder...

–¡Ya basta! –bramé y ella se estremeció asustada–. Dedícate a los sanadores y dámelos cuanto antes –ordené sin piedad.

–N–Ni siquiera sé qué tienes –balbuceó.

–Eso no es importante –atajé.

–Sí lo es. Porque si te doy el remedio inadecuado, me acusarás de inútil y no querrás que me dedique más a ello –gimoteó a punto de llorar.

Consideré que no tenía más opción que relatarle lo sucedido. Su preocupación ante mis vívidas pesadillas fue previsible. Me cedió los mejores sellos sanadores con los que contaba y añadió una fina tabletilla de barro cocido con unos trazos grabados.

–Es un sello de alerta. Si vuelve a ocurrir, rómpelo y yo lo sabré. Iré a cuidarte.

Yo asentí, reacio a rogarle en mis horas bajas.

–¿No lamentabas el no tener tiempo para tus ideas por tener que dedicarte a lo que te pido? –pregunté suspicaz.

–Tienes suerte de que no te obedezca en todas tus ocurrencias. Si no, estarías perdido –respondió recuperando la dignidad que había perdido al asustarse.

"Pobre del hombre que se despose contigo", me dije, siempre con un deje de orgullo.

Pudimos trazar el sello de Poder en la tierra justo antes de mi segunda noche de pesadilla. Descartamos la idea de repetirlo en el patio del castillo y tuve que dejar a un lado el verter sangre para reforzarlo, Guiomar insistió mucho en que no era necesario y que envenenaría la tierra. Le concedí el beneficio de la duda. El suelo estaba frío y tuvimos que usar piedras y palos para marcarlo bien en un terreno baldío al norte del castillo. Al terminar, lo observé esperando que ocurriera algo, mi hermana hizo otro tanto. Tras cinco minutos sin que nada sucediera, resoplé decepcionado y me marché sin atender los ruegos de Guiomar para que le diera tiempo.

Mi mal humor se debía más a que la acumulación de Elixir de la Clarividencia había alcanzado su límite que al experimento frustrado, pero igualmente lo pagué con mi hermana. Aquella noche, cuando comenzó el horror, me cubrí con los trapos sanadores de Guiomar y, en un ataque de mudo pánico, pulvericé entre mis dedos la tablilla de barro cocido. A los pocos minutos apareció ella, que se metió en lecho para recordarme que, pese al efecto del Elixir, seguía queriéndome y no me consideraba un monstruo. Veló por mí hasta el amanecer, cuando pude dormir tranquilo.

Carolo se encargó de que nadie me molestara y al despertar me preparó un baño reparador y trajo comida que había mantenido caliente. Cuando pregunté por Guiomar, me comunicó que se encontraba descansando también.

Para agradecerle a mi hermana el que hubiera cuidado de mí, durante un par de días no la presioné con el tema del sello, pero acabé sacando el tema, ya que era muy importante para mis planes futuros. Cuando lo hice, me sorprendió que Guio no trata de excusarse o de pedir más tiempo; en su lugar, me convenció para discutirlo dando un paseo. Era una mañana fría de finales de invierno, pero ya empezaba a notarse la caricia de la primavera. Prontamente me percaté de que me llevaba al terreno baldío donde habíamos dibujado el sello infructuoso.

–Si no te gusta, puedes gritarme como siempre –condicionó ella cuando ya estábamos próximos–. Pero si te gusta, quiero que me des un abrazo.

Asentí desconfiado y ella me guió entre la maleza. Al principio no me apercibí, no había nada extraordinario llamando la atención en aquel terreno despejado. Pero entonces caí en la cuenta de que había un pedazo muy concreto donde la primavera se había adelantado. La hierba crecía más verde y fuerte y ya asomaban tímidas florecillas blancas.

–Las energías de la tierra son lentas, pero muy poderosas –explicó sabia y orgullosa–. Te dije que debíamos darle más tiempo.

Quedé sin palabras. ¡Realmente funcionaba! Sin dejar de mirar el círculo milagroso, agarré a Guio y la estreché entre mis brazos. Ella disfrutó del contacto mientras yo planeaba cómo mejorar aquello. De regreso al castillo, le ordené que encontrara la versión del sello de Poder apto para la piedra, pues quería probarlo ahora en nuestro propio hogar. Mi hermana me sorprendió confiándome que ya había hecho avances al respecto por su cuenta, no sólo en piedra, sino también en madera y barro cocido. Cuando dejó caer que debería desarrollarlo también para metal, volví a estrecharla entre mis brazos, henchido de orgullo porque estuviera resultando ser casi tan inteligente como yo.

Dejé a Guiomar con sus experimentos y le ordené a Carolo que la vigilara, no con objeto de asegurarme de que trabajaba, sino con el de evitar que los criados y familiares la descubrieran realizando lo que ellos considerarían ritos oscuros inspirados por demonios.

Las jornadas transcurrieron para nosotros con calma y satisfacción, ajenos a las absurdas y exasperantes nimiedades que envolvían las vidas del resto de los habitantes del castillo. Desarrollé alguna lógica mejora en las armas y centré toda mi atención en optimizar los canales de irrigación. Hasta que noté el hielo acumulándose de nuevo. Acudí a mi hermana, que me mostró sus avances antes de fijarse en mi aspecto y comprender el por qué de mi visita. Me entregó un taco de cuadrados de tela con sellos sanitarios, una tablilla de madera que me indicó que colocara bajo mi lecho y la consabida tablilla de barro cocido para dar la alarma. Me dio un abrazo, un beso y me aseguró que estaría esperando el momento crítico.

La fatal noche llegó. Dispuse los sellos sobre mí y a mi alrededor, rompí la tablilla de alarma y prontamente tuve allí a Guio. Repitió sus muestras de apoyo y amor, arropándome entre sus bracitos y llegando a dibujar sobre mi piel y con su propia sangre sellos sanitarios y de poder. Inmerso en mi gélido y terrible sufrimiento, fui consciente de que Guio le había dedicado un gran esfuerzo a desarrollar todo aquello que yo no le exigía pero sí necesitaba acuciantemente. Si no hubiera sido por ella, hubiera muerto o manchado mis manos con un burdo crimen.

La noche terminó y pude optar a unas horas de reparador sueño. Carolo fue el primero en aparecer en mi cuarto y se llevó a Guio sin hacer preguntas. Él, silencioso y sabio, estaba al tanto de lo que acontecía y ejercía de astuto guardián.

En aquella ocasión la noche fatal fue resuelta satisfactoriamente, no así la siguiente. Mi agonía fue horrible sin variación, con los incondicionales cuidados de Guio y la oportuna acción de Carolo. Mas la fortuna no nos acompañó cuando en la mañana que sucedió fue la que eligió nuestra madre para buscarle marido a mi hermana. Al encontrarla tan desmejorada, comenzaron a chismorrear sobre que le estuviera dedicando tiempo en exceso a realizar bordados sin sentido alguno y que más de una noche se sospechaba que había salido de su dormitorio. Carolo corrió a avisarme y sacarme de la cama acorazado con sellos energéticos bajo las ropas. Mas llegué tarde y, pese a las hábiles explicaciones de mi hermana, nuestro padre ya había dictaminado sentencia. Si había hallado una solución para enderezar a un hijo, ¿por qué no aplicarlo a cualquier vástago que se saliera de lo que él consideraba normalidad? Dictaminó poción del Buen Hijo para Guio. Doble ración diaria.

Intenté impedirlo, persuadir a mi padre con argucias y me planteé amenazar al charlatán para que le diera a mi hermana una poción inocua de similar apariencia. Mas se tomaron prisas en hacerla tragar el brebaje antes de la comida y la segunda ración aquella misma noche. Yo medité durante las horas de sueño si los nuevos acontecimientos no me supondrían una ventaja. Consideré que tal vez Guio fuera más eficiente en sus trabajos y más astuta en la ocultación de indicios que la hicieran parecer una mala hija. He de reconocer que, pese a la inquebrantable lealtad de mi hermana y sus innegables esfuerzos por satisfacer mis deseos y necesidades, yo ansiaba más, pues siempre había momentos en los que se quejaba, pedía una prolongación de los plazos y me llevaba la contraria.

A la mañana siguiente acudí a visitarla, aparentaba estar serena y sin problema alguno, mas, en cuanto obtuvimos algo de intimidad, se apresuró a hacerme saber lo mal que se sentía consigo misma y el miedo que experimentaba, en la medida que la poción se lo permitía. Traté de convencerla de que podría ser un hecho beneficioso para ella, para nosotros, que nos haría más fuertes y nos permitiría acabar con la tiranía de nuestro padre en más corto plazo. Su respuesta fue que, mientras continuaba considerando importe el desarrollo de sellos energéticos, había perdido buena parte de su motivación con los sanitarios, por no hablar de los de bienestar, que procuraban beneficios intangibles como la alegría, el amor, la paz... Me atreví a considerar que no había ningún problema con ello, pero tuve la decencia de recordar que le debía mucho a Guio precisamente por obviar mis órdenes centradas en el poder, la energía y la muerte.

Entonces opté por instarla a vomitar la poción en el tiempo que yo tardara en manipular o coaccionar al alquimista. La fortuna no estuvo de nuestro lado una vez más, pues no dejaban a Guio a solas tras la ingesta de la ración y ésta era de rápida absorción, por lo que resultaba imposible expulsarla más tarde. Alarmado por el rápido enfriamiento de espíritu de mi hermana, tuve unas serias palabras con el charlatán, que prometió darle un inocuo sucedáneo para no amanecer con una daga clavada en el corazón. He de confesarme nuevamente culpable de que mis preocupaciones no se debieran al instinto fraternal ni mucho menos a la empatía, sino a la comprensión de que el equilibrio era crucial y que necesitaba la calidez de Guio para que mis proyectos no perdieran el rumbo. Aunque no descarto que hubiera cierto instinto de lealtad y, sin duda, uno protector con mis aliados.

El infortunio nos remató cuando nuestro padre, airado por el desastre del intento de organizar la boda de Guio, decidió partir de caza. Hasta ese punto hubiera sido una gran noticia, si no me hubiera incluido en el séquito acompañante y no hubiera sido previsto para más de una semana.

Guio acudió a despedirse de nosotros. Para entonces, sus movimientos eran lentos y calculados, y toda su exuberante alegría se había centrado y endurecido en una penetrante mirada capaz de observar el alma.

–Ahora comprendo lo que te ha ocurrido –me susurró cediéndome unos pocos sellos más–. Yo me encargaré de todo en tu ausencia.

Quedé intrigado por sus últimas palabras, ¿a qué se refería con lo de encargarse de todo? El viaje duró dos días de lo lentos que marchaban nuestros caballos pertrechados de armas, comida, ropas, utilería... Todo aquel tiempo lo pasé sumido en mis cavilaciones de si debería haber sido más persistente en mis planes para apartar a Guio del Elixir de la Clarividencia. No podía evitar caer en el pensamiento de que fuera un avance. Carolo cabalgaba junto a mí, masticando sus hierbas y dejando aflorar su preocupación cuando mi padre y sus fieles no lo miraban.

Nos instalamos en un villorrio cercano a un gran lago, parecía que ansiaban exterminar cualquier ave y gran mamífero que osara migrar, cruzar, beber o simplemente oler aquellas aguas. Yo por mi parte, dejé de lado mis preocupaciones por Guio, pues desde donde me encontraba no me era posible hacer nada, y aproveché que se trataba de la primera vez que viajaba tan lejos para aprender nuevos detalles.

Transcurrieron tres días, tediosos por no tener acceso a mis proyectos pendientes, aunque resultaba curioso contemplar a mi padre y su séquito en un ambiente distinto. Hubo momentos en los que tuve que soportar que mi odiado progenitor me aleccionara sobre cómo cazar cuando yo, para mi edad, ya contaba con una gran destreza con el arco, perfeccionado por mí mismo, además. También escuché retazos de conversaciones sobre un reino cercano que estaba avanzando peligrosamente, ocupando terreno al nuestro. Aquello me interesó.

Al anochecer de la tercera jornada llegó con gran premura un jinete desde el castillo. Le contó a mi padre cómo allí ocurrían hechos extraños que tan sólo podían deberse a espíritus malignos. Recordé el suceso del sello en el patio, junto a los cadáveres de las aves sacrificadas, y pensé inmediatamente en Guio. Mi padre no deseaba volver tan pronto, por lo que desdeñó las advertencias y ordenó que le transmitieran a Abuela Savia que más le valía acabar pronto con aquello si no quería probar los latigazos.

Cuando tuve ocasión, intercepté al agotado mensajero con la ayuda de Carolo y le hicimos preguntas más detalladas sobre lo ocurrido. Esperaba que relatara truculentas historias sobre demonios trazadores de sellos sangrientos, mas habló de simple muerte. Había comenzado con algunas palomas, seguidas de un par de viejos perros de caza de nuestro pare. Aquello podría haber pasado desapercibido si mi madre, inmersa en un profundo pesar por el fracaso de las negociaciones del desposorio de Guio a causa de alboroto que ella misma había propiciado al criticar su aspecto, no hubiera caído gravemente enferma, seguida del alquimista y un par de fieles aduladores de mis progenitores. El espíritu maligno aparentaba ser selectivo en sus ataques, respetando cortésmente al servicio más leal a nosotros.

Me dejó atónito la indiferencia de mi padre frente a la enfermedad de su esposa, mas la duda quedó resuelta al escucharlo afirmar completamente convencido que se debía a las grandes esperanzas que tenía dispuestas en casar a Guio.

Me retiré a meditar qué podía hacer. Veía claramente que mi hermana se estaba deshaciendo de todos los que la molestaban. Asumí que había desarrollado el sello de Muerte que le había exigido meses atrás y que debía de estar probándolo por su cuenta. Le dije a Carolo que teníamos que regresar de inmediato y él me respondió lo evidente: que convencer a mi padre sería complicado.

Efectivamente, mi padre negó la posibilidad de volver a todos excepto al mensajero, que partió con el alba. Yo ya esperaba un día en el que me resultaría duro no escaparme por mi cuenta, cuando, a media mañana, otro mensajero llegó a mata caballo para informar de más espeluznantes sucesos. Parecía ser que el alquimista había huido en plena noche pegando alaridos como si una horda de demonios lo persiguiera, para regresar al alba llorando e implorando piedad a un ser intangible que debía de morar entre los muros del castillo. Mi madre seguía viva, aunque lánguida y sin fuerzas para increpar a las sirvientas. Yo escuchaba fascinado, imaginando a mi hermana manejando la situación desde las sombras, pues no se habían referido a ella en ningún momento.

Finalmente mi padre aceptó regresar antes de tiempo, mas, alegando que ya era tarde para partir, nos retuvo una noche más, aprovechando la tarde para continuar cazando con total impunidad. Al siguiente día tomamos el camino de vuelta prácticamente a la misma escasa velocidad, lo que atacó mis nervios. Deseaba tanto ver con mis propios ojos lo que ocurría en el castillo que no pude cerrarlos cuando tuvimos que hacer noche en mitad del trayecto. Aun así, fui el primero en estar listo. En los últimos kilómetros, no lo soporté más y espoleé a mi caballo, desoyendo los bramidos de mi padre. Carolo vino conmigo y fuimos los primeros en ver el curioso ambiente en el interior de nuestra morada.

A primera vista reinaba la tranquilidad, no había desperfectos, sellos dibujados con sangre en las paredes ni habitantes gritando como endemoniados. A pesar de ello, se percibía un ambiente extrañamente calmado, incluso gélido, como si el efecto del Elixir de la Clarividencia se hubiera extendido como un manto. Exigí conocer dónde estaba mi hermana, mas nadie del servicio pudo decírmelo a ciencia cierta, Guio no se había dejado ver demasiado desde que yo me había marchado.

La busqué en los lugares más comunes y me costó dar con ella, pues finalmente la hallé en el salón principal, entretenida con dos perros de menos de un año, y la lejana compañía de nuestra madre y otras de mis hermanas menos queridas. Capté al instante que nadie prestaba atención a Guio, mas tampoco la echaban de allí con sus juegos. Avancé hacia ella con intención de llevármela aparte e interrogarla por lo sucedido, mas nuestra madre se adelantó.

–Ah, hijo mío, qué bien que hayáis regresado; la situación en esta morada comienza a ser insostenible.

Estaba pálida, lánguida y ojerosa, y necesitaba la ayuda de las criadas y mis otras hermanas para hacer la mayor parte de las cosas. Le respondí que padre y su séquito acudirían pronto y me llevé a Guio para hacerle las preguntas pertinentes.

–Me he encargado del castillo, tal como te prometí. La actividad diaria sigue su curso –me hizo ver.

–¿Y las muertes, enfermedades y endemoniados de los que he escuchado hablar?

–Un espíritu maligno ronda el castillo desde que os fuisteis –contestó sin emoción.

–Carolo, sal –ordené pese a saber que él había sacado las mismas conclusiones que yo.

Esperé a que obedeciera y nos dejara solos para dirigirme de nuevo a mi hermana, que no daba la menor muestra de preocupación.

–¿Qué ha sucedido exactamente? Y quiero la verdad, no me hagas repetírtelo.

–Cada día suceden muchas cosas, especifica –me exigió con un tono de voz suave y frío como nieve recién caída.

–¿Por qué ha enfermado madre? La verdad –insistí.

–Cuando os marchasteis, empezó con los preparativos para otra reunión donde acordar con quién me desposaría. Yo no quiero. Y ahora madre no tiene fuerzas para hacerlo.

–¿Va a morir?

–Estoy procurando que no, pero como todo experimento, no puedo asegurar nada.

–¿Cómo lo haces?

–Sellos. Después de haber hecho tantos buenos, es fácil concebirlos con efectos negativos. Aunque para mí es positivo –esbozó una sonrisa que no dio calor a sus palabras.

–¿Qué le ha ocurrido al alquimista, por qué dicen que huyó del castillo como un endemoniado?

Guio dibujó una sonrisa diabólica en su cara de ángel.

–Me dio una poción asquerosa que no se parecía ni en el color a la del Buen Hijo. No quiso hacerme caso, incluso me amenazó con desvelarlo, de modo que le provoqué pesadillas, dolores horribles e hice que el espíritu maligno lo visitara. Algo que no soportó.

–Mas regresó al castillo con la mañana.

–Parece ser que tiene demasiado miedo como para huir definitivamente –contestó con regocijo.

–¿Continúas tomando la poción?

–Sí, junto con la comida una ración. Antes de marcharme a dormir ahora tomaré una sopa de mejor color y sabor, y que supervisaré para asegurarme de que no echa ninguno de sus ingredientes.

–¿Por qué mantienes una al día?

–Sorprende que tú lo preguntes. Porque, de esta manera, no sufriré las noches terribles que tu soportas.

–En tal caso, consideraré tomar también esa sopa. ¿Y qué fue de los perros?

–Ladraban demasiado en mis andanzas nocturnas, quise dormirlos, mas no despertaron. Estaban viejos –se justificó con un leve encogimiento de hombros.

–No lo pongo en duda. Explícame ahora cómo es que ahora juegues con sus cachorros.

–El amor paternal brillaba por su ausencia, ahora están mucho mejor, y he decidido aleccionarlos para servirme –declaró orgullosa.

–¿Y las palomas?

–¿Incluso eso te han contado? Pensaba que no le habrían dado mayor importancia.

–Han sido varios sucesos acumulándose los que han llamado la atención. ¿Qué ha ocurrido?

–Nada extraño: necesitaba probar mis sellos. Los animales pequeños mueren más fácil que los humanos. La primera noche contaba con que madre no despertara –reconoció con total ausencia de emoción.

Me dispuse a comunicarle los pasos que seguiríamos a partir de entonces, mas nos llegó el alboroto producido por la presencia de nuestro padre al patio exigiendo explicaciones sobre lo acontecido y sobre mi paradero.

–Bajemos –indicó Guio–. Quiero escuchar cómo madre le implora.

Mi hermana se apresuró a emplazarse en un rincón del salón donde poder ser testigo del encuentro. Me posicioné junto a ella, con Carolo mudo a unos metros, sabía bien que bien le valía permanecer así.

Nuestro padre llegó exigiendo explicaciones, mas, como era común en él, no atendió a ninguna.

–Qué bien que ya estés aquí –celebró nuestra madre–. Ahora esta pesadilla acabará.

Observé a Guio de reojo y no la vi reaccionar ni un ápice. Aun así, estuve seguro de que ella tenía la certeza contraria.

–¿No estás exagerando, mujer? –gruñó él dejándose caer en su silla. Ahí sí percibí una efímera, torcida y satisfecha sonrisa en los labios de mi hermana, como un cazador regocijándose al ver caer a su presa en la trampa preparada.

Nuestra madre pasó a relatarle lo sucedido, con gran propensión a la fantasía, incluso dio voz, discurso y forma al espíritu maligno que había acudido a robarle la vida. Y terminó con la súplica ansiada por Guio.

–Creo que deberíamos posponer las negociaciones para los desposorios de nuestra hija.

–¿Posponerlos? –bramó nuestro padre–. Son un buen partido, ¿acaso pretendes que encuentren otra familia a la que unirse?

–No, por supuesto que no, qué tontería más grande. Mas creo que deberíamos aplazarlo a un mejor momento.

–Tú no crees nada. Ahora llamad a la vieja curandera, exijo que saque cualquier espíritu que pueda rondar por este castillo e inculcarle ideas absurdas a mi esposa.

Abuela Savia acudió para dar una versión propia de la historia del espíritu maligno, añadiendo el dato de que pudiera ser el fantasma de un antiguo habitante, muy posiblemente el de una mujer que hubiera sufrido un terrible casamiento muy joven, y que por ello se volcara en frustrar los desposorios de Guiomar. Nuestro padre fue tornando su furibundo rostro en otro de resignada frustración. Guio relajó los párpados ante la charla de Abuela Savia, estaba convenciéndolos justamente como deseaba.

Mi padre resolvió que aplazaría el asunto del casamiento hasta que se solucionara el estado del castillo, y nos echó del salón, aún furibundo por sus días de caza arruinados. Yo me marché por mi cuenta, a escuchar qué tenían que decir del espíritu maligno, recientemente ascendido a fantasma, el resto de habitantes del castillo. La reunión había otorgado material suficiente para que el servicio chismorreara sus opiniones y vivencias. Espiando con discreción pude enterarme de que le tenían un miedo reverencial, no solamente porque administrara muerte, sino también vida. Dos sirvientas habían visto aliviados sus dolores la misma noche que el alquimista había huido pegando alaridos.

Con aquella información en mente, fui a reunirme con Guio, concienciado de que no sería sencillo lo que me proponía. Me la encontré interrogando a Carolo sobre sus lealtades.

–Como ya le dije a tu hermano, contáis con mi lealtad siempre y cuando busquéis lo mejor para las tierras de las que algún día seréis dueños –contestó con gravedad.

Aquella no debía ser la respuesta que ella esperaba, pues se volvió hacia mí para preguntarme qué significaba aquello.

–¿Pretendes obrar contra nuestras tierras? –cuestioné como respuesta.

–Por supuesto que no –declaró airada.

–Entonces ya tienes tu contestación. Ahora querría hablar sobre que tomes la Poción de la Clarividencia. Quiero que la dejes en el acto.

–¿Ya no opinas que pueda ser una gran ventaja para nosotros, para ti?

–Todo plan tiene sus ventajas y desventajas. Y prefiero las del estado anterior.

–Es decir, la desventaja de que me dedicara a asuntos banales como los sellos de curación y bienestar, y la ventaja de que pudieras manejarme a tu antojo.

–Todo lo contrario: la ventaja de que te dedicaras por tu cuenta a asuntos importantes como sellos de curación y bienestar, y la desventaja de que cuentes con escrúpulos que entorpezcan mis planes más despiadados.

–He hecho el sello que me exigías –me echó en cara–. ¿Quieres que vuelva a ser la de antes ahora que podrías acceder a él?

–Quiero que vuelvas a ser la de antes para no seguir con sellos de carácter destructivo. Para eso estoy yo, yo me encargo de las armas.

–Tus armas no son nada frente a mis sellos destructivos. Me tienes miedo –acusó Guiomar envarándose.

–¿Se me permite hablar? –pidió Carolo adelantándoseme–. Señorita Guiomar, le estoy enormemente agradecido por los sellos que me aliviar el dolor de la pierna y la cadera –continuó humilde pero seguro–. Con ellos puedo caminar sin problemas, incluso correr, y ya no dependo tanto de las hierbas de mi abuela. Su efecto me hace mucho más dichoso que el ver agonizar al Señor –terminó con total sinceridad.

–Las sirvientas te veneran –pasé a hablar yo–. Lo he escuchado en las cocinas. Te temen por tus actos crueles y te veneran por los bondadosos.

–Tan sólo porque creen que se trata de un espíritu cruel, se sienten privilegiadas –me contestó sin ceder.

–Y ése es el sentimiento que quiero cultivar en mis súbditos. Mas déjame la crueldad a mí y ocúpate tú de la parte benevolente. Entre los dos...

–¿Por qué has de ser tú el único que se divierta mientras yo paso los días preocupada por los demás?

–No será así, te lo prometo. Tú te preocuparás de los demás tanto como yo. Tú les procurarás bienestar y yo tendré que encontrar el modo de controlar los que nos den problemas, a nosotros y a nuestros fieles –hice un gesto vago hacia Carolo–. Tú te encargarás de los premios y yo de los castigos. Y, si lo que deseas es asistir a los castigos, lo harás siempre que puedas soportarlo.

–¿He de recordarte que puedo robar la vida de quien se me antoje?

–¿Serás capaz de ello cuando dejes la poción?

Guiomar se removió incómoda.

–Dime que en tu fuero interno no estás deseando volver a sentir el amor y la alegría –insistí sin perder la confianza.

–¿Qué hay de ti?

–Me basta con tenerte a ti siendo la llama que ablande el hielo de mi pecho.

–Aunque yo decidiera dejar la poción –empezó tras unos segundos de duda–, eso no cambiaría nada. Me obligan a tomarla sin importarles lo que me provoca realmente.

–¿Cómo puedes decirme eso ahora que tienes subyugado al alquimista? –le hice ver no sin cierta malicia.

–La Poción de la Clarividencia es su gran obsesión, se cree un genio por haberla desarrollado y que llegará lejos si continúa administrándonosla. Habría que destruir su mente para hacerlo cambiar de parecer.

–Si se me permite la sugerencia, mi abuela podría hacer una poción que suplantara a la otra –informó Carolo–. Si no puede producirla ella, al menos podría darle unas pautas a ese estúpido.

–No hará falta –indiqué yo–. Se me acaba de ocurrir una idea.

–¿Deshacernos del alquimista para que Abuela Savia ocupe su lugar? –propuso mi hermana.

Quedé asombrado y admirado de que Guio hubiera tenido la misma idea que yo. Quizás incluso hubiera tenido gestándola desde que empezó a atormentar al charlatán.

–No creo que a mi abuela guste de servir a vuestro padre.

–No tendrá que hacerlo –declaré con convicción–. Porque nos servirá a nosotros.

Lo dispusimos de manera que el alquimista continuara enfermando hasta el punto de no poder cumplir con su trabajo. Hábilmente sugerimos que Abuela Savia podría ocupar su lugar y, pese a las reticencias de ésta, tuvo que ser ella la que nos preparara las pociones. La anciana estuvo encantada de crear un sucedáneo inocuo y bastante sabroso de la Poción de Clarividencia, mas hube de presionarla para que produjera la real.

–Un niño como tú no debería tomar esto –insistió con un susurro.

Me limité a fijar la mirada en ella.

–Pero supongo que ya es tarde –masculló molesta, empezando a mezclar los ingredientes–. Al menos liberas a tu hermana. Me gustaría verla sonreír.

–Ya sonrío –intervino Guio.

–No me refiero a tu regocijo cuando estas pobres gentes se espantan del espíritu maligno. Es una pena, estoy segura de que tenías la misma mirada viva que tu hermano hace unos años.

–¿Acaso tengo la mirada muerta? –cuestioné algo molesto.

–Es aguda y fría como un puñal. No me gustan las miradas así, son peligrosas –reconoció sin dejar de cocinar–. Aunque no puedo decir que más que la de la gente como vuestro padre.

–¿Y qué vas a hacer al respecto? –interrogó Guio.

–Devolverte el calor en la mirada a ti y confiar en que compenses la gelidez de tu hermano.

–Aprovechando que ahora estarás aquí, deseo que le transmitas tu sabiduría a Guio –ordené.

–Sólo si ella se compromete a enseñarme sus sellos. Sabiduría por sabiduría.

Aceptamos y mi hermana comenzó a tomar un reconstituyente dos veces al día, lo que resultaba acertado dada su frágil salud, ya reforzada por su coraza de sellos ocultos bajo las ropas. A los dos días empezó a llorar y a decir que lamentaba lo de las palomas y los perros. Para la tercera jornada ya se arrepentía de haber hecho enfermar a nuestra madre, con el alquimista tuvo mayores reticencias. Tuve que abrazarla mucho para que se calmara, pese a que fuera algo que no terminara de agradarme.

Por mi parte, pasé a tomar una sola ración de Poción de Clarividencia, sustituyendo la de la noche por el revitalizante. No volví a tener una noche terrible como aquellas en las que deseaba morir, mas algunas noches si me sentía solo. En ellas llamaba a Guio o acudía yo mismo a sus aposentos. Era cierto que me proporcionaba el calor que me faltaba.

–Prométeme que no dejarás que me casen –dijo una de aquellas noches en la que estábamos ambos echados en mi lecho.

–Por supuesto que te lo prometo. Mucho menos con el primero que ellos opinen que es un buen partido por tener un puñado de oro y otro de tierras.

–No quiero casarme... No tan pronto. Me da miedo –confesó con su dulce vocecilla ya recuperada–. Las sirvientas hablan de cosas espantosas.

–Tranquila –contesté estrechándola contra mí–. No lo permitiré.

"Porque eres mía", añadí para mis adentros.

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