Bonus: Bienvenido

Garu abrió las puertas del Goh Rong sintiendo el delicioso olor a fideos recibirlo, acariciando sus fosas nasales y tentando sus papilas gustativas. Sonrió.

Estaba en casa.

Había sido una larga y ardua semana de viaje de entrenamiento con cero distracciones, y la había aprovechado bastante bien. No iba a mentir: Disfruto de la paz y tranquilidad del bosque, pero también ya extrañaba el ruido y el alboroto de su querida aldea. En especial a…

― ¡Garu! ¿Ya has vuelto? ― exclamo Dada. Garu se limitó a asentir con la cabeza, reprimiendo pensamientos sarcásticos en su mente. ¿Acaso no era obvio que ya estaba ahí? Pero así era Dada.

Se sentó en su mesa de siempre, mientras el chico rubio le entregaba el largo menú para después dirigirse a atender otras mesas. Aparentemente comenzó a ojearlo, pero en realidad y de forma disimulada escaneaba el lugar, buscando…

¿Dónde estaba?

En eso las puertas del Goh Rong se abrieron de golpe, acompañadas con el sonido de una motoneta. A Garu se le escapo una pequeña sonrisa casi imperceptible, sabiendo de antemano de quien se trataba. Ocultándose tras el menú, la siguió con la mirada. Pucca llegaba después de hacer entrega de sus pedidos, con Mio en su cabeza.

Garu sonrió más. Mio se miraba feliz, sano e incluso más gordo.

Sabía que no podía haberlo dejado en mejores manos.

Ella se metió en la cocina con todo y motoneta, y duro un rato en salir. Momentos después apareció con un pequeño cuadernito y una pluma para tomar ordenes con Mio aun sobre su cabeza.

― Pucca, ¿podrías tomar la orden de la mesa cinco? ― pidió Dada. Era su mesa. Internamente, Garu agradeció al chico pelirrubio por el favor.

Pucca asintió y se acercó a él sin sospechar de quien se trataba, pues su rostro aún estaba siendo ocultado por la larga cartilla de menú, lo que le causo gracia.

Al llegar a su mesa, la chica se aclaró la garganta para hacerse notar y tomar la orden. Exhalando y preparándose mentalmente para lo que sabía vendría después, Garu dejó caer el menú dándose a notar ante la mirada atónita de ella.

Pucca se quedó como piedra mirándolo en shock, tanto sus ojos como su boca abiertos debido a la sorpresa y dejando caer el cuadernito y la pluma por la impresión. Mio también lo miraba con una expresión parecida a la de ella con sus grandes ojos amarillos en él, lo que le pareció extremadamente divertido. ¿Por qué no tenía una cámara justo ahora?

Sin nada de delicadeza, la chica y el gato se le dejaron ir encima, tacleándolo y yendo a dar los tres al suelo. Pucca lo abrazaba con ímpetu mientras le llenaba de besos toda la cara, y Mio se le restregaba en sus ropas ronroneando felizmente.

Garu gruñía frunciendo el rostro ante tantos mimos, pero por dentro se sentía feliz.

Definitivamente, estaba en casa.

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