CAPÍTULO 43
En las dos gasolineras aún operativas en Rosario, en donde nació Messi, se apilan palés llenos de diversas marcas y sabores de bebidas energéticas. Un grupo de veinte militares pertenecientes a la milicia femenina hacen cola en la caja para adquirir bolsas llenas de bebidas vigorizantes y cartones de tabaco. Llevan puesto el equipo de combate, con el fusil colgando del hombro y el casco en la mano. Repostan gasolina para sus todoterrenos antes de regresar al frente, a 11 kilómetros de distancia. En este rincón de la provincia, la batalla de hoy es la más intensa desde que las mujeres asumieron el poder. Argentina busca obtener su primera victoria militar en seis meses, tras las humillantes retiradas protagonizadas desde otoño en las provincias de Córdoba y de Santiago del Estero, pero los recientes refuerzos del Polo Fálico han detenido el avance de los mercenarios del grupo Wagner femenino.
El uso militar en el país desde el inicio de la guerra civil en torno al nuevo gobierno es masivo, solo el Estado Mayor y el Alto Mando del Este llevan un registro de las brigadas que luchan en la zona, según las entrevistas realizadas este fin de semana por EL PAÍS en el frente. En un perímetro de 20 kilómetros alrededor del "Bajmut Argentino" no hay arboleda o granja que no esté ocupada por unidades de artillería, camiones de combustible camuflados o compañías de tanques en posición de combate en primera y segunda línea de frente -a dos kilómetros de las filas rebeldes-.
Con un promedio de un asesinato de mujer por semana y un total de 1.185 casos registrados desde que comenzó la guerra, es innegable que la violencia machista no es un hecho excepcional ni un asunto individual, sino un fenómeno que afecta a toda la sociedad. El asesinato de mujeres, perpetrado principalmente por sus parejas o exparejas, es una tragedia que comparte algunos efectos similares con el terrorismo etarra.
Sin embargo, a diferencia del terrorismo etarra, la violencia machista, al ser espontáneo hasta no hace mucho, se pensaba que no tenía una organización, por lo que recibía menos atención pública, enfrentaba sanciones más leves y no preocupaba a gran parte de la población. Las mujeres que comparten la misma condición que las víctimas solo se movilizan de manera reactiva. Mientras nosotros, los hombres que comparten la misma condición que los delincuentes, simplemente nos quedamos al margen.
En un artículo esclarecedor, Soledad Gallego-Díaz afirma la evidencia estadística de que las mujeres sufren violencia y los hombres la perpetran. El problema no se resolverá hasta que toda la sociedad se movilice, realmente. La falta de participación activa de los hombres es determinante y la principal del fracaso en esta lucha multisistémica. Esto no solo reduce el número potencial de personas que luchan contra esta problemática, sino que también es preocupante porque quienes estamos ausentes somos quienes ostentan mayor influencia y priorizan el dinero y el poder.
Si los hombres fuésemos las víctimas (lo cual también sucede), habría una sensibilización mediática aún superficial, legislación punitiva mejorable e instituciones limitadas a abordar la violencia de género.
Si hubiéramos resistido más y ganado esta guerra civil, habríamos implementado un Plan de Acción Integral que abordara factores clave, como las familias, la escuela, las redes sociales, las iglesias, la judicatura y la política negacionista de la violencia de género.
Esto es lo que debería hacerse a nivel parlamentario, en lugar de la farsa del igualitarismo. Es cierto que existen estrategias de prevención, como los recientes planes del Ministerio del Interior y de la Fiscalía para incrementar la vigilancia, ya que ninguna de las víctimas asesinadas en 2022 estaba protegida por la pulsera de control telemático del posible agresor.
Es importante apoyar estas acciones, pero es evidente que no son suficientes. Este problema no es responsabilidad exclusiva de las autoridades. Es necesario que los hombres, así como el conjunto de la política, instituciones y sociedad civil organizada, den un paso comprometido y coordinado para enfrentar el terrorismo machista y abordar la violación de derechos humanos hacia los hombres en este país y en otros lugares. Sí es que no ha sido destruido ya demasiado este mundo, alguien leerá y entenderá mis demandas, sé que estoy podrido, tal vez no sirva de nada toda esta porquería, estoy completamente loco porque este mundo está lleno de ellos.
Recientemente se informó que la policía femenina golpeó brutalmente a una mujer embarazada mientras hacía fila para comprar comida. Este nuevo acto de violencia contra la sociedad civil quedó registrado en videos difundidos a través de las redes sociales.
La grabación muestra cómo la policía intervino, generando mayor violencia, en una fila de personas que esperaban para comprar comida en una localidad de la zona sur de la provincia de Buenos Aires.
En medio de la confusión causada por la desesperación de los ciudadanos por obtener alimentos, las oficiales intervinieron y atacaron violentamente a las personas, incluyendo a una mujer embarazada que fue arrojada al suelo.
La agresión a la mujer generó mayor indignación entre los presentes, que intentaron defenderla confrontando a las funcionarias.
Según las publicaciones en las redes sociales, que son uno de los principales medios utilizados por los argentinos para informarse debido a las restricciones del régimen, se informa que las policías también emplearon gases lacrimógenos y amenazaron a los presentes con sus armas.
En las imágenes también puede verse cómo varias personas se enfrentaron a las funcionarias para defender a la mujer afectada. Entre las personas que se acercaron para intervenir se encontró una mujer que también fue agredida por las funcionarias, y un joven que fue lanzado al suelo y golpeado mientras se defendía.
De acuerdo con los reportes, la mujer embarazada resultó lesionada y fue trasladada hasta un centro asistencial para ser atendida. También, algunos usuarios señalaron que habría perdido al bebé.
Las filas para comprar alimentos ahora son una constante debido a la severa escasez de productos que existe en el país. Estas situaciones generan descontento entre la ciudadanía, que se enfrentan a dificultades diarias como la censura, las fallas en los servicios básicos y el acceso limitado a internet. Como resultado, algunas personas han iniciado protestas y se han formado manifestaciones en distintas localidades.
Esta semana, se inició una nueva jornada de protestas la noche del último jueves en Palermo, así como en Mar del Plata, debido a varias horas de interrupción en el servicio eléctrico en la localidad.
Los manifestantes salieron a las calles, haciendo sonar cacerolas y coreando consignas en contra del gobierno actual.
A través de imágenes difundidas en redes sociales, se pueden observar personas en las calles oscuras protestando por la falta de servicio eléctrico. Esta demanda se suma a las dificultades en la calidad de vida que enfrentan los ciudadanos en todo el país, como problemas con el acceso a internet, restricciones a las libertades individuales y escasez de productos y servicios.
El gobierno desplegó un gran número de mujeres policía, agentes de civil y fuerzas militares en todo el país, ante el temor de posibles disturbios sociales. En ese día, sucedió algo inesperado en un país donde el aparato represivo de la dictadura tiene un control férreo: miles de personas surgieron espontáneamente a protestar por el creciente costo de vida y la constante persecución política hacia aquellos que discrepan con el modelo feminista implementado por el gobierno desde que las mujeres asumieron el poder, así como la falta de libertades individuales. La protesta comenzó de manera gradual, pero rápidamente se intensificó.
Existen otros casos perturbadores, como el escándalo de abuso sexual que involucra a las Fuerzas Militares. En esta ocasión, una joven soldado presentó una denuncia en la que afirma haber sido violada mientras cumplía su servicio militar en la Fuerza Aérea. El caso y su impactante testimonio han generado conmoción en todo el país.
Lo que al principio pareció una experiencia prometedora, se convirtió rápidamente en una pesadilla para la joven soldado, apenas ocho días después de unirse al ejército. Según informes de W Radio, la emisora que difundió el caso, la joven llamó llorando a su abuela y reveló que había sido víctima de abuso sexual por parte de sus compañeras de escuadrón.
Después de una falta de respuesta por parte del batallón y problemas en la comunicación, la madre recibió una sorprendente notificación: debía recoger a su hija, quien se encontraba internada en el Hospital Militar de Buenos Aires.
Según relatos de la familia, se les informó que estaban realizando un examen psiquiátrico a la joven, ya que no se había adaptado al servicio militar.
Fue entonces que la madre y una tía fueron hasta el hospital y quedaron en shock: la joven tenía la mirada perdida y no las llegó a reconocer, amplía el informe de la emisora que difunde RT. Por su condición, debió pasar varios meses en una clínica psiquiátrica.
"Me sacaron del alojamiento después de estar durmiendo, me sacaron como a eso de las 11 de la noche y me pusieron a abrazar un árbol que tenía púas durante media hora. Luego yo les dije que cuánto tiempo me iban a tener ahí, me respondieron que yo era una gran hdp (sic) inservible, que hiciera silencio", relata.
Y continúa: "Luego me pusieron en el suelo con dos vasos con agua y de ahí me mantenían molestando, me insultaron, me hicieron levantar, ir hacia los lados de los baños y allí me cogieron por detrás, me torcieron el dedo anular de la izquierda, me cogieron entre varias, yo pataleaba, me hicieron montonera, me bajaron los pantalones y me penetraron con cinturones con dildos. Y luego de hacer tanta fuerza apreté mis genitales para no sentir dolor y me desmayé".
Después de recobrar el conocimiento, se encontró sola detrás del baño. Rápidamente se levantó y se dirigió a su dormitorio. Al día siguiente, informó lo ocurrido a otra compañera soldado y a una superior. Como consecuencia, fue trasladada a la ciudad.
La denuncia presentada ante la Fiscalía no obtuvo resultados favorables, lo que llevó a la familia a decidir dar a conocer la situación a través de los medios de comunicación en el país.
Además, relatan que en los últimos meses han estado luchando ante el Ministerio de Defensa para obtener acceso a servicios de salud integrales y poder tratar las secuelas psiquiátricas derivadas de la violación, así como otras áreas afectadas.
A pesar de que los exámenes realizados para el ingreso al servicio militar no mostraron indicios de problemas psicológicos, según informa W Radio, documentos atribuidos a la Junta Médica del Ministerio de Defensa afirman que la joven presentaba trastornos mentales debido al consumo de marihuana durante su adolescencia.
Sin embargo, el pasado 13 de julio se emitió un fallo en segunda instancia por parte del Tribunal Administrativo de Sección Segunda, que revocó la decisión previa y ordenó al Ministerio de Defensa que "mantenga la afiliación de la joven al sistema de salud, asegurando la atención médica integral y los tratamientos necesarios para su patología", según informa RT.
Según el relato expuesto en el medio de comunicación radial, esta joven tuvo conocimiento de otro caso de abuso perpetrado contra una soldado en la misma base, quien, por miedo, decidió no denunciarlo.
La denuncia se hace pública en medio del reciente escándalo ante la creciente violencia social en toda la República, al igual que la violación cometida por siete mujeres soldados a un menor de edad perteneciente a la etnia Wichí, en la provincia de Chaco.
Además, la comandante del Ejército, Eduarda Zapateiro, ha revelado que existen 118 investigaciones en curso contra miembros de la fuerza pública por casos de violencia sexual contra niños, niñas y adolescentes.
Ver todo esto desde una habitación poco favorable para la salud, con goteras y humedades, me hizo ver que por la única ventana del lugar, caía una lluvia torrencial. Las gotas descendían verticalmente, empañando mis gafas. Parecía una lluvia diseñada exclusivamente para mojarme a mí. Enfrente, se alzaba una casa de estilo japonés, rodeada de árboles, mientras que más allá se vislumbraban los techos oscuros de otras casas con tejas. Era un típico barrio de Tokio. Todo lo veía en blanco y negro, como si estuviera dentro de una película de Ozu. Decidí quitarme las gafas y dejarme empapar. Observé detenidamente la casa de tres niveles, con sus techos de ladrillo y sus sutiles inclinaciones en las esquinas, al estilo de una pagoda. De repente, en el primer nivel, una puerta se abrió y un niño la atravesó suavemente, deteniéndose frente a mí. Me miraba con tristeza, y esa mirada me conmovió profundamente. Parecía un ser envuelto en un silencio profundo y eterno. Sentí una extraña inquietud, todo lo que me rodeaba parecía irreal. Estaba en un lugar donde no debería estar. La lluvia seguía cayendo intensamente y sentí la urgencia de huir, pero me volteé lentamente, como si escapar de allí fuera peligroso. La lluvia se intensificó tanto que me impedía ver a pocos metros de distancia. Di un paso adelante y la escena cambió por completo, pero seguía en el mismo barrio. Ahora, el sol brillaba intensamente y frente a mí, encontré a Yukio Mishima fumando un cigarrillo, esperándome. Vestía un traje negro occidental, una camisa blanca y una corbata también oscura.
—¿Me ve?— preguntó.
Esta vez estaba preparado para la pregunta. Supe que no tenía que responder nada, así que simplemente asentí con la cabeza.
—¿Lo vio a él?— me dijo, señalando hacia la casa. Sin voltearme, supe exactamente de quién hablaba. En ese mismo instante comprendí que el niño que acababa de ver era Kimitake Hiraoka, es decir, Mishima cuando era niño.
Nos quedamos allí parados, mientras un sol penetrante iluminaba el entorno, aunque la escena seguía en blanco y negro. Comenzó a relatarme escenas vividas en esa casa que ya no deseaba mirar. Me contó que su abuela lo había secuestrado. En Japón, las suegras tenían tanto poder que incluso podían disponer de los hijos de sus nueras. Durante años, lo mantuvo encerrado en esa casa. Él había sido un bebé frágil, con una enfermedad que le causaba autointoxicación.
—Mi abuela me prohibía jugar con los niños del vecindario debido a mi delicada salud y también por temor a la influencia negativa que pudieran tener— dijo, señalando siempre la casa con un gesto que denotaba su gusto por observarla, pero sin intenciones de entrar. Luego añadió—. Cualquier ruido insignificante, el simple acto brusco de abrir y cerrar una puerta, el sonido de una trompeta de juguete o un juego de lucha libre, todo aquello que produjera un sonido o vibración intensos afectaba a la neuralgia de mi abuela. En consecuencia, prefería entretenerme con la lectura y mis ensoñaciones.
—¿Y la madre?— le pregunté. Él me explicó que su madre vivía en el segundo piso de esa misma casa, pero que durante muchos años la abuela apenas le permitía verla. Se lamentaba de la soledad que había experimentado, de ser un chico débil y enfermizo. A medida que crecía, la abuela comenzó a enfermarse y él tuvo que mudarse con su madre. Fue una experiencia muy extraña, porque en lugar de verla como una madre, ella se convirtió para él en una especie de objeto de erotismo. Recordé haber leído en algún lugar que después de la muerte de Mishima, su madre hablaba de él como su amante. Debió haber sido un reencuentro extraño que los involucró de una forma distorsionada, tal vez. No quise indagar en ese tema y Mishima continuó hablando. Esos años de su adolescencia lo acercaron a la belleza. Desarrolló un gusto por la belleza, el erotismo y el cuerpo masculino, descubriendo así una de sus formas de fascinación. Observaba a los soldados pasar.
—El olor del sudor de los soldados, un aroma a brisa marina, a aire de playa quemada por los tonos dorados, se introducía por mis fosas nasales y me embriagaba. Era un olor que despertaba en mí un anhelo voluptuoso por el mismo destino de aquellos soldados, por la muerte. No sentía atracción alguna por hombres de mi mismo sexo que usaran gafas. Comencé a amar la fuerza, la sensación de la sangre caudalosa, la ignorancia, el lenguaje brusco y la melancolía salvaje que habita en la carne, completamente inmune al intelecto.
Sin embargo, él era un hombre joven y débil. No podía aspirar a la fortaleza de esos soldados. Esa fue su primera tragedia. Tal vez por eso, me explicó, se dedicó a la escritura, ya que era la única profesión en la que su debilidad no podía imponerse. Escribía constantemente. Sin embargo, un día su padre descubrió sus escritos y, desesperado al ver que su hijo no seguiría el destino de convertirse en un buen funcionario público, como todos los hombres de su familia, destrozó sus manuscritos. Fue entonces cuando comprendió que debía escribir en secreto y cambiar su nombre. Con la ayuda de Shimizu, decidieron elegir un nombre para ocultarse de su padre. Recordaron que el pueblo desde el cual se tiene la mejor vista del monte Fuji se llama Mishima, y como siempre está cubierto de nieve, eligieron la palabra "Yukio" que tiene el mismo significado. Era algo así como "la nieve vista desde Mishima". Yukio Mishima sería el nombre con el que publicaría durante el resto de su vida.
Después nos dirigimos hacia el centro de Tokio. El Yukio que caminaba a mi lado era el de los últimos años, apuesto y fornido, con destellos de una madurez corporal que se alejaba de la juventud radiante. Recorrimos una acera y vimos acercarse desde el otro lado a un joven Mishima, vestido con una camisa y unos pantalones cortos blancos. El joven tenía la sensación de que su vida llegaría a su fin en cualquier momento. Nos rodeaban cadáveres, un sombrío despliegue de muerte y sangre en colores apagados.
—El momento final había llegado. Se rumoreaba que la siguiente bomba atómica caería sobre Tokio.
En ese instante, presenciamos cómo caían miles de hojas desde un avión. El joven Mishima recogió una de ellas y me dijo que era la propuesta de rendición. Pocos días después, la guerra llegaría a su fin y para Mishima comenzaría una de sus grandes tragedias. La posguerra significó la pérdida de la esencia de la tradición japonesa que había sido fundamental en su crianza. Una parte de su Japón desaparecía para siempre.
Las calles de Tokio se limpiaron de los estragos de la guerra. Supuse que nos encontrábamos en un tiempo posterior, cuando la ciudad resplandecía con el milagro japonés. Yukio me compartió que el mejor regalo de aquellos años de guerra y posguerra fue la amistad de Yasunari Kawabata. Escucharle mencionar a ese hombre me emocionó. Tenía el deseo de conocerlo, pero pensé en lo inapropiado que sería hacer esa petición. Estaba frente a Yukio Mishima, y no quería ser descortés. No deseaba recordarle que fue su maestro quien ganó el premio Nobel y no él. No quería hacerle sentir que prefería a otra persona.
—Todos los años, el 2 de enero me gustaba visitarlo a él.
—¿A Kawabata? —pregunté.
—Sí, a él. Aunque nunca abandoné el temor de verlo. Como Hölderling le decía a Schiller: "Mientras estaba frente a usted, mi corazón se redujo a casi nada, y cuando ya había tomado coraje, no podía contener la confusión".
—Así me siento yo.
—¿Conmigo? ¿Escribe usted?
—Sí.
—Lo único que yo buscaba era la belleza. Incluso en la muerte. ¿Qué busca usted?
—Iluminar las verdades que no nos dejan ver.
Fue un privilegio presenciar esa escena entre Yukio Mishima y Yasunari Kawabata, dos grandes escritores japoneses. Aunque no pude participar activamente en la conversación, observé con admiración la conexión y el respeto mutuo que existía entre ellos. Era evidente que se apreciaban como colegas y amigos, a pesar de sus diferencias en cuanto a sus enfoques literarios y visiones de la vida.
Mishima expresó sus inquietudes sobre el matrimonio y la sensación de perder su libertad, mientras Kawabata, desde su perspectiva más tranquila, le deseaba tener éxito en esta nueva etapa de su vida. Me encantaría escucharlos hablar sobre literatura, pero simplemente estar allí, presenciando ese encuentro entre dos mentes brillantes, fue suficiente para llenarme de emoción.
En ese momento, comprendí que ambos escritores compartieron un amor profundo por la belleza, aunque cada uno la buscara desde perspectivas y emociones diferentes. Kawabata buscaba el sosiego y la tranquilidad en sus escritos, mientras que Mishima exploraba la violencia, el deseo de destruir y las ansias de muerte.
Me sentí agradecido por haber sido testigo de ese encuentro único y por la oportunidad de ver a dos grandes maestros de la literatura japonesa en su intimidad y conversación.
En un momento la conversación se detuvo. Algo en el tiempo estaba transformándose. Esas reglas del espacio y el tiempo del más allá eran inentendibles para mí. Como si fuera una película donde el protagonista se sale de la escena para hablar con los espectadores, Yukio me miró. Yo aproveché para preguntarle.
—¿Cómo es su estar en la muerte?
Sin que el maestro Kawabata notara nada, Mishima me explicó que era un morir constante. Una sensación interminable del dolor hermoso en el momento en que la daga atravesaba el cuerpo una y otra vez. Un éxtasis de belleza hecho absoluto a través de la violencia.
Cuando aparecimos de nuevo caminando por las calles de Tokio me explicó que le parecía extrañísimo que mucha gente hubiera sentido que la posguerra era un renacimiento, una experiencia determinante de cambio. Para él no había sido así. Perder la guerra era perder a Japón. Era perder la tradición.
—Por esos años se fue revelando mi verdadera naturaleza. Creció mi relación con el romanticismo que en otro tiempo repudié. Yo había querido ser un hombre capaz de dominar totalmente con la razón un universo estético de tintes clasicistas, pero me vi obligado a reconocer que dentro de mí bullían cosas que jamás podría controlar la razón, así renació en mí el amor por el romanticismo. Volví a la búsqueda de la pureza.
Recordé que en sus escritos muchas imágenes tienden a esa pureza: si hay cielo es un cielo azul radiante, si hay nieve es limpia, si hay nubes son blancas, inmaculadas.
—¿Pero su debilidad no se mantuvo? —pregunté.
—En Confesiones de una máscara terminé de despedirme de mi ser débil. Ahí descubrí el deseo de tener una vida trágica, que solo la fuerza podía generar. Luego vino el viaje.
Me llevó al barco Presidente Wilson. Lo iba a acompañar en su primer viaje a América. La primera vez que salía a Occidente, en el año 1951. Con la ayuda del padre, Mishima logró que lo nombraran corresponsal del periódico Asahi Shimbun, uno de los más importantes de Japón. Era el día de navidad, cuando el joven escritor se embarcó. Lo vimos acomodándose en el camarote el barco. Se dispuso a la vida social, a dejarse acompañar por los demás pasajeros.
—Abandoné mi sostenida pretensión de la soledad del escritor y mi desprecio por el resto del mundo.
—Se liberó por fin de su abuela.
—Tal vez— dijo, mientras seguíamos viendo al joven Yukio en el deleite del mundo y la gente— por primera vez me encontré con el sol. Salí de una cueva oscura. Durante años me había empeñado en ignorar lo que me gustaba el sol. Todo el día tomando baños de sol en cubierta, pensé cómo cambiarme a mí mismo. Qué es lo que me sobraba, de qué carecía.
Me explicó que, en ese momento, cuando joven, llegó a la conclusión de que le faltaba una conciencia sobre su cuerpo. Le faltaba una inteligencia que se relacionará con la fuerza corporal, con la violencia. Allí empezó su gran transformación, que lo llevaría por el camino del samurái que tanto admiraba.
Llegamos a Nueva York. Yukio y yo veíamos al otro Yukio observando ese nuevo mundo. Me explicó que viajó a Nueva York cuatro veces en su vida. Que vivió emociones muy diferentes cada vez. Dijo que después de haber conocido París entendió que las ciudades como Nueva York o Tokio guardan siempre la nostalgia de no poder ser como la capital francesa. El primer viaje a Nueva York fue la maravilla. Entrar a los museos, oír ópera, ver la ciudad desplegarse a su deseo de conocer. En el segundo viaje, en 1957 ya viajó en avión. Por esos días descubrió la melancolía de estar lejos, de estar solo en la inmensidad desconocida de otro país. Todo le daba miedo. No sabía distinguir entre lo bueno y lo malo. En ese viaje había esperado durante semanas que se hiciera el montaje de una de sus obras de teatro y mientras tanto se le acabaron los recursos y tuvo que salir de un hotel de lujo a buscar un hotel de tercera clase en el Greenwich Village que le recordaba a un asilo de ancianos en Tokio. Visitamos el cuarto. Caminamos por las calles de ese barrio viejo y nada vistoso. Entramos a un bar y lo vimos en acción. Conversando con la gente, hablando en inglés, riéndose del mundo. Después de tanta espera, finalmente se logró una función privada de una de sus piezas, y tuvo que regresar a su país bastante abatido.
Para esta época ya era un escritor famoso en Japón. Un escritor de best sellers, que lo habían convertido en un hombre pudiente, adinerado. Por esos tiempos descubrí que había llegado el momento de casarse. La vida tenía un orden y el matrimonio y los hijos hacían parte de él. Me contó que una falsa alarma de una enfermedad terminal de su madre lo hizo llevar a cabo rápidamente el plan del matrimonio. Con Yoko, su mujer, también viajo a Nueva York. Vivía años de mucho éxito, cuando además lo observaban permanentemente por el culto al cuerpo que venía desarrollando. Actor, modelo, dramaturgo, novelista, columnista. Y al mismo tiempo crecía en él el misógino, nacionalista, violento, guerrerista, narcisista, imperialista. Las contradicciones de la vida de Mishima se iban a acentuando cada vez más. Cada vez se hacía más provocador, llamaba más la atención.
De regreso en Tokio, empezó a hablarme del temor que fue creciendo cuando se acercaba a sus 40 años. La belleza está siempre unida la juventud, pensaba él, por eso empezó a temer al paso de los años. Quería hacer un plan de vida. Su propia vida tenía que ser la estructura de una narrativa estética. Una obra para marcar para siempre que él era el último escritor de la lengua japonesa verdadera, el último escritor que podía contar el Japón del imperio, el que no se había abierto a occidente.
Me dijo que no sólo podía ser un gran escritor, debía ser un gran guerrero por eso las letras y las armas debían estar en su vida. Para 1965 no sólo supo que iba escribir su última gran obra, El mar de la fertilidad, un cuarteto que sería el punto final de su vida, sino que supo también que tenía que tejer los hilos que podían llevarlo a su muerte. Aprendió Kendo, dedicó horas a la lectura del Hagakure, el libro de los samuráis. Fundó su propio ejército, el Tatenokai. Un ejército privado, con el que buscaba restituir el poder del emperador. Pasó de ser visto como un hombre de izquierda a un nacionalista de derecha.
No me gustaba para nada pensar que el escritor necesitaba también ser un guerrero. Soy una mujer pacifista por momentos, y esa faceta de Yukio me incomodaba un poco. Le recordé que una vez Furubayashi en una entrevista le había dicho que podía resumir su vida en tres pedazos: literatura, carácter e ideología.
—Al igual que su entrevistador me agrada el primero, su carácter me intriga y su ideología me causa muchas dificultades.
—¿Y eso por qué? —preguntó.
—Porque su fascinación con el Japón tradicional, con el Zen me es apasionante, pero su ideología imperialista, sus ideas de la violencia me aturden.
—Usted, quiéralo o no, es occidental. No alcanza a comprender, no pertenece a la misma tradición.
—Me cuesta mucho entender su amor por el emperador. Yo no creo en absolutismos.
—Puedo imaginarme. Usted pertenece a la época del relativismo. Y yo busco el absoluto.
—¿Pero por qué lo absoluto en el emperador, por qué en la guerra, por qué en la violencia??
—Usted no puede entenderlo.
Sentí mucha rabia con esa aseveración. Me parecía antipática la manera en que me estaba tratando. Aquí venía el escritor misógino a tratarme mal. De todas maneras, siempre había sabido que el encuentro con la cultura japonesa era un gran misterio para nosotros los occidentales. De eso no me cabía duda.
—Vivimos en una época en que la fuerza está siendo maltratada, se desprecia la ética de los que aspiran a ser fuertes. Y no hay otra manera de lograr la belleza que en la amalgama de juventud, erotismo y muerte.
—Para mí el erotismo también es vida.
—Se equivoca, usted debe estar hablando de sexualidad. En esta época el sexo libre es un erotismo que no se opone a nada en absoluto. Es un sexo que surge del relativismo. Un sexo que no puede ser erotismo porque no aspira a lo absoluto.
Entramos al estudio de Mishima en su estupenda casa a lo occidental. Me fascinó ver que el escritorio era una mesa baja, que escribía sentado en el piso. El otro Mishima, el que nosotros dos observábamos entró en la habitación. Ya eran casi el mismo, llegaban a tener la misma edad. Mishima me explicó que venía de despedirse del padre y la madre. Sin explicaciones. Una despedida como cualquiera sabiendo que era la última vez que los vería. Había estado, horas antes, también con los cuatro hombres con quienes el día siguiente llevaría a cabo el plan final de su vida. Secuestrarían al general y hablaría a las tropas para incitarlos a reconocer de nuevo el poder absoluto del emperador.
En la mesa tenía fotos de los entrenamientos que había hecho con su ejército en el monte Fuji. Se veía el culto al cuerpo, a la fuerza, el misterio del cuerpo masculino que nunca lo abandonó. Observamos el instante en que el escritor trazó las últimas palabras que escribiría: "La vida es limitada, pero a mí me gustaría vivir eternamente".
—Su decisión de suicidarse no deja de parecerme extraña. Usted había dicho en Confesiones de una máscara que el suicidio era algo ridículo.
—Pasaron los años, entré al camino del samurái, y el suicidio se convirtió en la única salida dentro de la belleza y el absoluto.
Me contó que un año antes de su muerte un joven vino a la puerta de su casa a pedir que lo recibiera. Es tradición en Japón que si uno quiere que alguien lo reciba monta guardia fuera de la casa de la persona y persevera hasta que el otro finalmente acceda a conversar con uno. Ese joven pasó todo un día esperando afuera de la casa. En la noche, Mishima decidió acercarse y le dijo que le daba un par de minutos para que le dijera lo que quería decirle. El joven sólo tenía una pregunta: "Sensei, ¿cuándo va a matarse?". Fue como un disparo. Ese hombre lo había lanzado más allá de la vida.
Yo había leído los detalles de la escena de la muerte de Mishima. Sabía que Morita, su compañero, quizás su amante, había decidido morir con él. Que antes de morir Morita debía decapitar a Mishima. En una reunión en el Misty, pocos días antes del 25 de noviembre de 1970, les había pedido a sus ayudantes que realizaran el kaishaku, la decapitación, lo antes posible: "no me dejen agonizar mucho tiempo" después del sepukku. Había leído también que Morita no logró decapitarlo, y tuvo que ser otro de los acompañantes quien lo hizo. El mismo que decapitó después a Morita. Había leído titulares de periódicos donde se hablaba de que el ritual sagrado se había convertido en una suerte de carnicería tremenda. Fui incapaz de preguntarle algo sobre ese tema. Tampoco le pregunté si su suicidio y el de Morita habían sido un acto de amor, un suicidio en pareja, un shinju. No sabía si Yukio quería llevarme hasta ese lugar. Si me iba a hacer presenciar esa escena. El Yukio que moriría el día siguiente salió de la habitación. Mi compañero de viaje y yo nos quedamos ahí mirándonos frente a frente
—¿Sabe que Morita también murió con usted?
—Sí, lo sé.
Me explicó que en la muerte podía ver el paso al más allá de todos los suicidas. Había visto a Morita, claro, había visto a Kawabata. Sorprendente, de él tampoco se habría esperado que tomara esa decisión.
—¿Sabe que Kawabata ofició la ceremonia después de su muerte?
—No.
La habitación que nos rodeaba empezó a parecerme una cárcel. Me sentía ahogado. No podía entender cómo alguien puede ir a dormir sabiendo que al día siguiente cometerá su suicidio. Recorrí la habitación, vi los libros, las fotos. Mishima estaba en total tranquilidad, se movía a mi lado, me miraba mientras yo miraba todo alrededor. Recordé la cara del niño que vi al aparecer en Japón. Sentí la tristeza y vi crecer las contradicciones de ese hombre. Yo tenía miedo de lo que fuéramos a hacer después. Preferí cambiar el tema, desviarnos de las horas que faltaban en la vida de Yukio Mishima.
—Usted escribió un cuento que es quizás mi favorito entre todos los cuentos que he leído en mi vida.
—No me diga, ¿cuál?
—"El sacerdote y su amor".
—Vaya, vaya, ahora entiendo porque estamos aquí, usted es también un ser que busca el absoluto.
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