CAPÍTULO 34

A estas alturas, es tan predecible como los llamados a la reflexión y las oraciones: un tiroteo masivo deja muchos muertos, y pronto siguen teorías de conspiración descabelladas e información errónea sobre el incidente.

Ocurrió después de Sandy Hook, después de Parkland, después del tiroteo en el club nocturno de Orlando y después del ataque mortal a principios de este mes en una tienda de comestibles de Buffalo. A las pocas horas del tiroteo en la escuela del martes en Uvalde, Texas, comenzó otra erupción cuando los usuarios de Internet difundieron afirmaciones sin fundamento sobre el hombre identificado como el autor de los disparos y sus posibles motivos.

Las afirmaciones infundadas de que el atacante era un inmigrante que vivía ilegalmente en los Estado Unidos, o una persona transgénero, surgieron rápidamente en Twitter, Reddit y otras plataformas de redes sociales. Iban acompañados de conocidas teorías de conspiración que sugerían que todo el tiroteo fue una escenificación de alguna manera.

Los reclamos reflejan problemas más amplios con el racismo y la intolerancia hacia las personas transgénero, y son un esfuerzo por culpar del tiroteo a grupos minoritarios que ya soportan tasas más altas de acoso en línea y crímenes de odio, según el experto en desinformación Jaime Longoria.

"Es una táctica que tiene dos propósitos: evita conversaciones reales sobre el tema (de la violencia con armas) y les da un chivo expiatorio a las personas que no quieren enfrentar la realidad, les da a alguien a quien culpar", dijo Longoria, directora de investigación en Disinfo Defense League, una organización sin fines de lucro que trabaja para combatir la desinformación racista.

En las horas posteriores al tiroteo, las publicaciones que afirmaban falsamente que el pistolero vivía ilegalmente en el país se volvieron virales, y algunos usuarios agregaron adornos, incluido que estaba "huyendo de la Patrulla Fronteriza".

"Era un extranjero ilegal buscado por asesinato en El Salvador", decía un tuit que le gustó y retuiteó cientos de veces. "Esto es sangre en las manos de Biden y nunca debería haber sucedido".

El hombre que, según las autoridades, llevó a cabo el tiroteo, Salvador Ramos, de 18 años, es ciudadano estadounidense, dijo el martes el gobernador de Texas, Greg Abbott, en una conferencia de prensa.

Otros usuarios de las redes sociales aprovecharon imágenes de usuarios inocentes de Internet para identificarlos falsamente como el pistolero y afirmar que era transgénero. En el tablero de mensajes en línea 4Chan, los usuarios compartieron generosamente las fotos y discutieron un plan para etiquetar al pistolero como transgénero, sin ninguna evidencia que lo respalde.

Una publicación en Twitter, que desde entonces ha sido eliminada, mostraba una foto de una mujer trans sosteniendo una botella verde en su boca, mirando a la cámara, con auriculares colgando de una oreja.

"ÚLTIMAS NOTICIAS: LA IDENTIDAD DEL TIRADOR HA SIDO REVELADA", afirmó el usuario, diciendo que el tirador era un "FEMBOY" con un canal en YouTube.

Nada de eso era cierto. La foto en realidad mostraba a una mujer trans de 22 años llamada Sabrina que vive en la ciudad de Nueva York. Sabrina, quien solicitó que no se publicara su apellido por cuestiones de privacidad, confirmó a The Associated Press que la foto era suya y también dijo que no estaba afiliada a la supuesta cuenta de YouTube.

Sabrina dijo que recibió respuestas acosadoras en las redes sociales, en particular mensajes que afirmaban que ella fue la que disparó. Ella respondió a una serie de publicaciones que difundían la imagen con la identificación errónea y pidió que se eliminaran las publicaciones.

"Toda esta terrible experiencia es horrible", dijo Sabrina a la Ap.

Otra foto que circuló ampliamente mostraba a una mujer transgénero con una sudadera de Coca-Cola y una falda negra. Una segunda foto mostraba a la misma mujer vistiendo una camisa negra de la NASA con una falda roja. Estas fotos tampoco mostraban al pistolero: eran de una usuaria de Reddit llamada Sam, quien confirmó su identidad el miércoles. La Ap no está usando el apellido de Sam para proteger su privacidad.

"No soy yo, ni siquiera vivo en Texas", escribió Sam en una publicación de Reddit.

Las autoridades no han publicado información sobre la sexualidad o identificación de género del atacante.

El congresista de Arizona, Paul Gosar, encajó ambas afirmaciones infundadas sobre Ramos en un sólo tuit ahora eliminado que también escribió mal su nombre. "Es un inmigrante ilegal izquierdista transexual llamado Salvatore Ramos", tuiteó Gosar el martes por la noche.

La oficina de Gosar no devolvió un mensaje en busca de comentarios.

En algunos casos, la información errónea sobre tiroteos masivos u otros eventos es difundida por usuarios de redes sociales bien intencionados que intentan ser útiles. En otros casos, puede ser el trabajo de estafadores que buscan iniciar recaudaciones de fondos falsas o llamar la atención sobre su sitio web u organización.

Luego están los trolls que aparentemente lo hacen por diversión.

Las comunidades en línea marginales, incluso en 4chan, a menudo usan tiroteos masivos y otras tragedias como oportunidades para sembrar el caos, engañar al público y promover narrativas dañinas, según Ben Decker, fundador y director ejecutivo de la consultora de investigaciones digitales Memética.

"Es muy intencional y deliberado que ellos celebren este tipo de incidentes para influir también en lo que realmente son las conversaciones principales", dijo Decker. "Hay un deseo nihilista de probarse a uno mismo en este tipo de comunidades troleando con éxito al público. Entonces, si puede encabezar una campaña que conduzca a un resultado como este, está ganando una especie de mayor credibilidad dentro del grupo".

Sin embargo, para las comunidades que son las más afectadas por estos ataques en línea, la culpa falsa despierta temores de más discriminación y violencia.

Algo tan aparentemente inocuo como un comentario transfóbico en las redes sociales puede desencadenar un acto de violencia contra una persona transgénero, dijo Jaden Janak, candidato a doctorado en la Universidad de Texas y miembro junior del Centro de Estudios Transgénero Aplicados.

"Estos niños y adultos que fueron asesinados ayer, simplemente vivían sus vidas", dijo Janak el miércoles. "No sabían que ayer iba a ser su último día. Y de manera similar, como personas trans, ese es un miedo que tenemos todo el tiempo".

El puerto de Buenos Aires siempre ha sido uno de los grandes del continente y por él han entrado y salido trozos auténticos de grandes historias de la Humanidad. Suponemos que en los anales del país estarán para la Historia de Argentina y Latinoamérica grandes momentos. Ahora, "a la vejez viruelas", andan entrando toda clase de tipejos a cuál de ellos más variopintos y con ganas de mover sartenes que nada bueno traen. En las últimas semanas, el consistorio anda poniéndose las botas desde el mundo progre y es posible sea el auténtico "calentar motores" para las fiestas que se avecinan en torno al "Orgullo". Solo falta que aparezca la tiranía WOKE, cada día más presente socialmente. Ella alude entre sus defensores a un necesario "estado de alerta o de despertar ideológico frente a las discriminaciones y prejuicios raciales, que se ha extendido a las cuestiones de género, del colectivo LGTBI, vinculándose a su vez a todos estos temas con una nueva "justicia social".

Pero he aquí que del pasivo "estado de alerta" ha saltado al activismo social y muchas veces radical militar, desde los despachos gubernamentales a la radicalidad de calles o redes sociales. Muchos son los que conocen cómo se las llevan alrededor de la religión laica o laicista, pues también habríamos olvidado las que vienen montando en la esfera pública de los Estados Unidos. Por si faltase poco, llevan consigo un sectarismo-inquisitorial, o fanatismo propio de una "woketopia", donde imponen determinadas ideologías totalitarias desde hace años, justificando sus sacrificios de libertad en aras de nobles ideales como el progreso, justicia o equidad. La cultura de la cancelación la llevan en su ADN. Más de un analista nos viene percibiendo sobre los asuntos morales que existen tras de ellos y el carácter más o menos impositivo con lo que defienden sus formas.

Uno de los ámbitos de las polémicas woke se refiere al revisionismo histórico sobre los colonialismos, o al esclavismo norteamericano, con el consiguiente derribo o ataque a las estatuas de Colón, San Junípero Serra, George Washington o Thomas Jefferson. Por si nos hemos quedado cortos, las grandes obras de cine o literatura han ido a la cancelación total afectando a todo lo que haga referencia a Platón, Aristóteles, Kant, Dante o Shakespeare. Todo un sunami. Las Universidades también están en el ojo del huracán, pues para muchos el caldo de cultivo de esta mentalidad se ha cocinado en las aulas, cursos y publicaciones académicas, con la promoción de teorías posmodernas y de la teoría crítica, primero, y la teoría crítica racial, o del feminismo de tercera ola y la teoría queer, en las últimas décadas. En cualquier caso, son numerosas las polémicas suscitadas a partir de la cancelación de profesores por denuncias de tales sujetos, las cuales van desde un chiste supuestamente misógino, como el que puso al Nobel de Química Tim Hunt en el punto de mira; o el caso del célebre profesor John Finnis de las Universidades de Notre Dame y Oxford.

Las poblaciones americanas y ciertas europeas vienen generando una creciente polarización social, por lo que incluso referentes progresistas negros, como en su caso Barac Obama aducía sus reticencias ante los excesos dogmáticos de tales movimientos. Cómo no, un buen posmodernismo aplicado a la "filosofía wokw" no ha venido mal, nutriéndose de presupuestos existencialistas de Foucault, Derrida y Lyotard, así como otros planteamientos constructivistas desde los cuales se cuestiona la idea de realidad, esencia o naturaleza de las cosas, borrándose las fronteras entre los conceptos y en última instancia la verdad. Todo es objeto de construcción social y por tanto de de-construcción y de re-construcción , haciendo del lenguaje un campo de batalla. También cabría recurrir a la teoría de Scheler sobre el "resentimiento en la moral" , que además no sabe perdonar, como ha señalado Remi Brague. También es posible que dichos personajes tengan origen en un liberalismo progresista, o a en todo caso a un origen híbrido como alianza estratégica entre el liberalismo progresista y el progresismo de izquierdas, para lograr así una mayor "interseccionalidad" en la aplicación de lo que Anthony Gidens llamaría "agenda progresista". No hemos de olvidar que incluso en padres del liberalismo clásico, como John Locke podemos encontrar gotas de intolerancia respecto a determinados grupos sociales que se consideran peligrosos. En su ensayo Sobre la tolerancia, respecto a los católicos, a los que denomina despectivamente "papistas", Locke considera que "no se les debe tolerar que propaguen sus opiniones" para lo cual cabe emplear todos los medios necesarios ya que "como ocurre con las serpientes", nunca puedes prevenirte contra el veneno que esparcen usando medios amables, señalando algo después en alusión al eventual empleo de métodos crueles contra los católicos que "menos que nadie pueden merecer piedad". Un argumento similar de que no cabe tolerancia para ciertos grupos fue aplicado por la teoría crítica de Herbert Marcuse a los movimientos de derecha. Como afirma en su Tolerancia represiva "liberar la tolerancia, en consecuencia, significaría intolerancia contra los movimientos de derecha y tolerancia de los de izquierda".

Pensadores de la tradición de la libertad, como Benjamín Constant, Alexis de Tocqueville, o John Suart Mill, ya nos advirtieron sobre el peligro de la tiranía social de las mayorías, o en este caso, de las minorías y de quienes se erigen en sus representantes y defensores. Cuando el tirano es la sociedad, esta puede ejercer una tiranía más peligrosa contra la libertad que la opresión política porque tal tiranía puede penetrar hasta la médula social y extenderse hasta las ideas, el corazón y el alma de toda la sociedad.

Así que, querido y Excmo. Gobierno de la Nación Transgertina, mucho cuidado con saber lo que dejamos entrar en casa en pro del progresismo. El tiro les puede salir por la culata.

En mi vida, a principios de 2021, empecé a notar que mis redes sociales estaban siendo colonizadas por un nuevo tipo de meme y no eran como ningún otro meme que hubiera visto antes; a primera vista eran ni listas y depresivos, incluso apáticos, pero en el subsuelo escondían un mensaje de esperanza y colaboración radical que tiene que ver el anarquismo y con los hongos, algo que mediante lecciones podemos aprender de estas peculiares criaturas para florecer como especie en las cenizas de una catástrofe ecológica y social que es el anarcofungismo.

Este es un pensamiento que ya ha sido perseguido por todas partes, no por ser un pensamiento más del totalitarismo, sí no porque es un movimiento conforme a la libertad que rectifica a los seres dentro de una idea de que no importa el sexo de uno y otras ideologías similares, como podría ser el pacifismo.

La invasión de Ucrania ha marcado esta censura, algo que en cuyas dimensiones, aún por perfilar, apuntan ya a un acontecimiento de impacto no inferior a los atentados del 11S, la caída del Muro de Berlín y otros que informan el mundo actual y que marcan un antes y un después en la Historia. Ante un evento así, sobrevenido apenas salíamos de la sexta ola de un virus mortal, y en la perspectiva de una crisis climática sin parangón, resulta inevitable preguntarse por las continuidades y discontinuidades que se operan estos días; por su calado y por hasta dónde no habrá que remontar en el tiempo para enmendar esta deriva distópica.

Adelantando ya mi principal argumento: a medida que el neoliberalismo agota su margen de legitimidad, compensar su inercia implosiva requiere cada vez más de una mutación ideológica a la que resulta contingente cualquier logro democrático y ecológico. Si, luego del periodo de Entreguerras, el fracaso del liberalismo condujo al ordoliberalismo; en los 60 y 70, arrinconado por los movimientos antagonistas de los Treinta Gloriosos, el ordoliberalismo se vio forzado a mutar en neoliberalismo.

A diferencia de su variante anterior, la neoliberal supuso una actualización de mayor tolerancia y apariencia democrática. Sin embargo, con la Guerra de Ucrania en marcha (pero también con la pandemia, el cambio climático, etc.) se ve hoy obligada a intensificar su propia variante en otra mutación ideológica capaz de combinar mayor autoritarismo y tolerancia al ecocidio con tal de preservar su lógica de acumulación. Se denomina "necroliberalismo" a esta nueva variante del liberalismo.

A grandes trazos, el necroliberalismo se configura mediante el primado autoritario y ecocida del mercado sobre la democracia, sostenido bajo una amenaza de extinción permanente, como del hombre como tal, por sobre las plantas, los animales, y lo natural, como una especie de ecofeminazismo.

La novedad es menor de lo que parece: el liberalismo no es democrático per se. Ya existía antes de la democracia moderna y de la democratización global del último siglo. Nada le impide existir en un eventual contexto de corte autoritario. Antes bien, en contextos de crisis como el actual, la relación del liberalismo con la democracia se ha guiado más por una "racionalidad instrumental" (Zweckrationalität, según Weber) que no por ser un valor intrínseco.

Por eso hoy, al darse una escalada presupuestaria del gasto militar, combinada con la crisis energética y climática, el recurso a la excepción requerido por la gestión de la pandemia y el desigual reparto de los costes sociales, se precipitan las condiciones de posibilidad para la mutación a este necroliberalismo. Que en toda Europa una extrema derecha neoliberal se esté probando funcional a este contexto es el mejor indicador del avance de la variante necroliberal.

Resulta conveniente no confundir el necroliberalismo con otros dos conceptos que le son familiares: el exterminismo y el ecofascismo. El primero fue acuñado, entre otros, por el historiador E.P. Thompson en ensayos como Exterminism and Cold War (1982) o Star Wars (1985). Su contexto respondía al recrudecimiento de la Guerra Fría a finales de los 70 y primera mitad de los 80.

En el movimiento pacifista se daba entonces un importante debate acerca de cómo responder a la reactivación de la amenaza nuclear. Gracias a los triunfos de Margaret Thatcher (UK) y Ronald Reagan (EEUU), la mutación neoliberal se instalaba en los gobiernos occidentales gracias a la influencia de las Escuelas de Austria y de Chicago.

No obstante, en los términos en que era formulado, el exterminismo dependía en exceso de este mismo contexto. Al caer el Telón de Acero y sedimentarse como sentido común el "realismo capitalista" (la imposibilidad de imaginar como real una alternativa al capitalismo, de acuerdo a Mark Fisher), la idea de exterminismo acabó por perder buena parte de su resonancia y potencial movilizador.

Por su parte, el ecofascismo se remonta a un mismo contexto de contienda cultural en los años 70. El fascismo buscaba actualizarse conectando el ecologismo emergente con su propia matriz ideológica (ahí, por ejemplo, el discurso nazi sobre la naturaleza). El temor de André Gorz a una deriva totalitaria del ecologismo (Ökologie und Politik, 1977) o la crítica a la deep ecology de Murray Bookchin (The Ecology of Freedom, 1982) confrontándola con una ecología social serían aquí referencias obligadas.

El ecofascismo se predicaba como un marco ideológico que requería instaurar alguna modalidad de gobierno autocrático capaz de imponer la preservación de un supuesto conjunto orgánico de la naturaleza. En su lógica no se descartaría las mayores atrocidades, siempre que viniesen a reajustar un equilibrio supremacista entre poblaciones y recursos naturales.

Aunque el exterminismo podría volver a escena con la amenaza del holocausto nuclear, sigue aún muy alejado de su resonancia de otrora. Mientras la guerra se mantenga en los límites de una confrontación indirecta entre Rusia y OTAN no cabe esperar su recuperación.

El necroliberalismo, por el contrario, se vuelve invisible, transversal y compatible en ambos bandos (vale decir, "ideológico"), pues es consustancial a la propia conflagración bélica y sus desastres humanitarios y ecológicos. Por otra parte, a diferencia del ecofascismo (que se afirma en su matriz autocrática), el necroliberalismo aspira a preservar una mínima esfera de autogobierno democrático para las élites.

A la manera de las democracias liberales del pasado, el retorno neoliberal al "minarquismo" hace compatible el liberalismo con una democracia excluyente que, por demás, se desentiende del ecocidio en curso. La pandemia nos ha dado ya una primera muestra de por dónde podría ir la distopía necroliberal.

Desde que saltó la noticia de la invasión de Ucrania, el discurso neoliberal ha buscado relegitimarse en la lectura histórica del acontecimiento. A tal fin se han invocado las guerras mundiales o se ha equiparado la invasión de Ucrania con la de Polonia en 1939 y a Putin con Hitler y Stalin. Por desgracia, no hay motivos para la sorpresa: las operaciones de limpieza étnica en los Balcanes ya fueron el retorno de Auschwitz.

Saddam Hussein, Milosevic o Bin Laden ya ocuparon el rol del tirano enloquecido, origen de todos los males del mundo. Y es que, como la verdad en los medios, la mesura en los paralelismos históricos es de lo primero que la guerra se lleva por delante.

Pero la insistencia en este uso de la Historia no deja de ser sospechosa. Hace apenas un par de años, en la justificación del recurso a la excepción para combatir la pandemia, los medios se inundaron de titulares y declaraciones de líderes que afirmaban estar ante el momento más crucial para la humanidad desde la II Guerra Mundial. No hubo entonces discurso presidencial que, como ahora sucede con la guerra, no buscase resonar con el viejo apotegma de Winston Churchill: "Sangre, sudor y lágrimas".

La reiteración de este recurso discursivo no es en modo alguno casual. Desvela en gran medida el déficit de legitimidad que enfrenta el neoliberalismo ante la ciudadanía cuando se afronta la intervención militar. El siglo XX no pasó en vano y al igual que se puede considerar la historia de una democratización exitosa, en su reverso están las dos mayores masacres que haya conocido la humanidad, ambas con suelo europeo por escenario. La propia forma en que se ha originado la Unión Europea está profundamente arraigada en la crisis democrática de Entreguerras, la reconstrucción de posguerra y el rechazo consiguiente al belicismo.

He ahí, pues, el límite del neoliberalismo: su propia inconsistencia como declinación democrática y sostenible del liberalismo. Arrastrado a su extremo por el presente, solo alcanza a perfilarse como un autoritarismo de mercado.

Por eso, a medida que se desvela su propio límite, requiere de una mutación al necroliberalismo que readapte la matriz ideológica del liberalismo a un horizonte de extinción. El grito impugnatorio punk "No future!" se vuelve ahora la afirmación cínica de unas élites que se creen a salvo en la primera clase del Titanic: "En efecto, no hay futuro... para vosotros".

No es casual que el tema del hundimiento se retome como ironía en la fábula cinematográfica Don't look up!: escapar al ecocidio solo resultaría viable para una ínfima minoría privilegiada previa extinción del resto. No hay botes (ni naves espaciales) de salvamento para todo el mundo.

Desde una perspectiva genealógica, el neoliberalismo se afirmó como la restauración exitosa de un marco hegemónico tras la crisis ordoliberal. Al finalizar la I Guerra Mundial, los regímenes liberales, creyéndose a buen recaudo del sistema-mundo, resolvieron en Versalles un orden que en apenas una década volvió a saltar por los aires. El Crack del 29 dio vía libre al ascenso de los totalitarismos y las economías de guerra desembocaron en lo inevitable: una segunda guerra mundial. Solo después, ante el imperativo de reconstruir un orden duradero bajo la amenaza nuclear, el liberalismo mutó en la variante ordoliberal.

Durante las décadas de posguerra, el ordoliberalismo se probó una solución de éxito en la reconstrucción: ampliación sin precedentes del bienestar; incorporación del trabajo a la dirección de la economía por medio de la acción social concertada; extensión del sufragio, los derechos civiles y el pluralismo de partidos; etc.

La democratización interna de los regímenes liberales asentó (en el tenso, pero previsible contexto de la Guerra Fría) las condiciones para un progreso inédito. Gracias a estos márgenes, conquistados no sin un enorme y desigual sacrificio, emergieron subjetividades que cuestionaban la cultura disciplinaria del ordoliberalismo.

La democratización no careció de costes para las élites liberales. El rígido sistema de valores sobre el que se había erigido el pacto social de posguerra acabó cuestionado por las generaciones siguientes. En los años 60, una ola de movilización global progresó en la disputa por la riqueza generada y el cambio de valores.

Cuando llegaron los 70, la insurgencia metropolitana (de la guerrilla urbana a la contracultura, pasando por los movimientos sociales) era un hecho. El rearme liberal pasó entonces por replegarse sobre su matriz ideológica para reafirmarse acto seguido sobre el axioma minarquista que profesaban algunas de sus escuelas más reputadas (Chicago boys, austríacos, etc.).

A partir de 1973, la crisis del petróleo y el golpe de Pinochet en Chile favorecen el avance de este "nuevo liberalismo", partidario de liquidar los principios rectores de la "economía social de mercado" a favor de una mercantilización ilimitada del mundo de la vida, la privatización de empresas y la desregulación de mercados, etc.

Sin la disección rigurosa y exhaustiva de este punto de inflexión resulta difícil comprender la contundencia y solidez con que, tras el fin del mundo soviético, se consolidó la hegemonía neoliberal.

Con la caída del Muro, el neoliberalismo se hizo hegemonía. El apotegma thatcheriano "no hay alternativa" tardó una década en ser contestado por el "otro mundo es posible" altermundialista. La ufana convicción con que el neoliberalismo festejó la implosión soviética (y la consiguiente subordinación de la democracia al mercado) ha venido adoptando tonalidades cada vez más cínicas y agresivas; desde aquel célebre sarcasmo de Warren Buffet ("La lucha de clases existe y la estamos ganando los ricos") hasta el cinismo de Rodrigo Rato en el Congreso ("Es el mercado, amigo"). Sobre esa tonalidad emocional del discurso avanza hoy la variante necroliberal, sin encontrar freno a su ruptura de todos los consensos.

Con todo, al remitirse a la historia para su legitimación, la pandemia antes y la invasión de Ucrania ahora, desvelan la genealogía y límites del neoliberalismo. En nuestro caso, el paralelismo establecido entre Ucrania y la España republicana necesitada de armas y aliados pero abandonada por las democracias liberales busca una resonancia emocional que legitime el giro del gobierno Sánchez: incremento al 2% del presupuesto de defensa, manos libres a las eléctricas, refuerzo del régimen de frontera en Marruecos y cambio de posición en Sáhara, etc.

El repertorio de medidas que salen del Ejecutivo vuelven una y otra vez sobre el paradigma neoliberal: rebajas fiscales, cheques, etc. Cualquier cosa menos refundar el pacto del bienestar. En vano se evoca un "pacto de rentas", espectro de los Pactos de la Moncloa.

Mientras, el necroliberalismo avanza. Desde la calle, la extrema derecha arrastra al arco parlamentario. Impone su marco necroliberal negando la violencia de género, sembrando odio hacia el ecologismo en el mundo rural, reforzando el racismo con los refugiados de guerra y un largo etcétera de vectores que articulan la ruptura unilateral de las élites en previsión de una sociedad más violenta, polarizada e injusta posible.

Frente a esto, el Gobierno pide sacrificios y cabalgar con ruedas de circo. Argentina hace sombra a la imagen de San Martín en vísperas de la Revolución de 1810, proponiendo mejor ver a heroínas que pasan desapercibidas hoy en día, como a María Remedios del Valle: dormimos sobre un volcán a punto de estallar.

En la Argentina, desde el año 2009, comenzó a viralizarse como una efemérides más, el Día Nacional del Boludo.

Todo se inició a través de una agencia digital con el objetivo de destacar los buenos valores de las personas que quieren hacer las cosas bien sin sacar ventaja.

Así, cada vigésimo séptimo día del mes de junio se convirtió en el Día Nacional del Boludo. La agencia creó en su momento una página web en la que explicaban que “en primer lugar buscamos homenajear a todos nosotros los boludos, que por buscar hacer las cosas bien justamente nos salen mal. Por ser honestos, seguir las normas o buscar el bien común terminamos siendo objeto de burla y desprecio por parte de compatriotas mucho más ‘vivos’ y elocuentes”.

El 27 de junio de 1806 “las autoridades del Virreinato del Río de la Plata, con el ímpetu de hacer bien las cosas y generar diálogo, terminaron entregando Buenos Aires a los británicos. El virrey Sobremonte, nuestro primer boludo patrio importado directamente de España abandonó la capital y se retiró a Córdoba”, aseguraron los fundadores de este día.

También explicaban que querían convertir el día en feriado nacional y pedían que se tomara en cuenta socialmente para elevar el pedido al Congreso. Hoy esa página no funciona, pero quedó instalada la efeméride y como feriado posteriormente.

El término “boludo”, al igual que “pelotudo”, proviene de la época de la guerra de independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata contra las tropas españolas.

Según indican distintos sitios dedicados a la historia, en la primera fila solían tener lugar un grupo de criollos con mucha habilidad para manejar grandes piedras atadas con tiento y boleadoras. A falta de armas de gran porte, utilizaban esas “pelotas” para atacar los caballos de los realistas que, al desestabilizarse, caían al piso y luego eran atacados por las otras filas.

Al principio era sinónimo de alguien con mucha valentía y habilidad pero que luego fue utilizada con el significado de “no seas tonto, no te pongas en la primera fila de batalla para que te maten”. Parecería así que no ha cambiado mucho la cosa después de todo, yo soy un boludo más, al igual que muchos otros.

Hay un idiota importante, uno al que grupos extremistas adoran tanto como sí fuese real, uno al que siempre le celebramos el cumpleaños, para algunos un compañero judío, justicialista de izquierda, nacido en Palestina, y que no tiene piedad o misericordia, al darle a los niños cáncer.

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