CAPÍTULO 27

Las ocho palabras más peligrosas del periodismo han sido siempre decir: "El mundo nunca volverá a ser el mismo". En más de cuatro décadas como periodista, rara vez me he atrevido a usar esa frase. Pero ahora, tras la invasión de Vladimir Putin a Ucrania, la utilizaré.

Nuestro mundo nunca volverá a ser el mismo porque esa misma guerra no tiene ningún paralelo histórico. Es una descarnada toma territorial, estilo siglo XVIII, por parte de una superpotencia, pero en un mundo globalizado del siglo XXI. Esta es la primera guerra que será cubierta en TikTok por personas increíblemente empoderadas, armadas solo con teléfonos inteligentes, por lo que los actos de brutalidad se documentarán y transmitirán por todo el mundo sin editores ni filtros. El primer día de la guerra, he visto cómo los tanques rusos invasores quedaban expuestos de forma inesperada por Google Maps, porque Google quiso alertar a los usuarios conductores que los vehículos blindados rusos estaban provocando atascos de tráfico.

No es sorprendente lo devastador de la guerra, ahora todos podemos ser comensales de guerra, y como tales muchos no hemos visto algo como esto en otros momentos históricos tan de cerca.

Y sí, el intento ruso de apoderarse de Ucrania recuerda a siglos anteriores -antes de las revoluciones democráticas en Estados Unidos y Francia-, cuando un monarca europeo o un zar ruso simplemente podía decidir que quería más territorio, que había llegado el momento de apoderarse de él, y lo hacía. Y todos en la región sabían que devoraría todo lo que pudiera y que no había una comunidad internacional que lo detuviera.

Sin embargo, al actuar de esta manera ahora, Putin no solo se ha dispuesto a reescribir de forma unilateral las reglas del sistema internacional que han estado vigentes desde la Segunda Guerra Mundial -es decir, que ninguna nación puede solo devorar a la nación vecina-, sino que también está tratando de alterar el equilibrio de poder que siente que se le impuso a Rusia después de la Guerra Fría.

Ese equilibrio -o desequilibrio, según Putin- fue el humillante equivalente a las imposiciones del Tratado de Versalles sobre Alemania tras la Primera Guerra Mundial. En el caso de Rusia, significó que Moscú tuviera que tolerar la expansión de la OTAN no solo para incluir a los antiguos países de Europa del Este que habían sido parte de la esfera de influencia de la Unión Soviética, como Polonia, sino incluso, en principio, Estados que formaban parte de la propia Unión Soviética, como Ucrania.

Veo a muchas personas citar el excelente libro de Robert Kagan The Jungle Grows Back como una manera de abreviar el regreso a este estilo cruel y brutal de geopolítica que se manifiesta en la invasión de Putin. Pero esa imagen está incompleta. No estamos en 1945 o 1989. Puede que estemos de regreso en la jungla, pero esa jungla en la actualidad está interconectada de forma más íntima que nunca por las telecomunicaciones, los satélites, el comercio, internet, las redes viales, ferroviarias y aéreas, los mercados financieros y las cadenas de suministro. Así que, si bien el drama de la guerra se está desarrollando dentro de las fronteras de Ucrania, los riesgos y repercusiones de la invasión de Putin se están sintiendo en todo el mundo, incluso en China, que tiene buenos motivos para preocuparse por su amigo en el Kremlin.

Bienvenidos a la Interconectada Guerra Mundial: la primera guerra en un mundo totalmente interconectado, y la más esperada en esta Cold War 2.0. Algo así como si los cosacos se mezclaran con la red informática mundial. Como dije antes, nunca hemos visto algo como esto.

"Han pasado menos de 24 horas desde que Rusia invadió Ucrania, pero ya tenemos más información sobre lo que está pasando allí de lo que tuvimos en una semana durante la guerra de Irak", escribió en Slate Daniel Johnson, quien fue oficial de infantería y periodista con el ejército de Estados Unidos en Irak, el jueves 24 de febrero por la tarde, ahora ya han pasado 6 días desde esa aclaración. "Lo que está saliendo de Ucrania es simplemente imposible de producir a tal escala sin que los ciudadanos y soldados de todo el país tengan fácil acceso a teléfonos móviles, internet y, por extensión, aplicaciones de redes sociales. Una guerra moderna a gran escala se transmitirá en directo, minuto a minuto, batalla por batalla, muerte por muerte, al mundo. Lo que está ocurriendo ya es horrible, según la información publicada tan solo en el primer día".

¿Putin será derribado por un exceso de ambición imperial y las severas sanciones económicas? Es demasiado pronto para decirlo, aunque no muy tarde para predecirlo y acepto que pueda equivocarme en muchas de mis palabras al respecto. Pero estos días recuerdo la reflexión de otro líder retorcido que decidió devorar a sus vecinos en Europa. Su nombre era Adolf Hitler, y dijo: "El comienzo de cada guerra es como abrir la puerta a un cuarto oscuro. Uno nunca sabe lo que está escondido en la oscuridad".

En el caso de Putin, me pregunto: ¿sabe lo que se esconde a plena vista y no solo en la oscuridad? ¿Conoce no solo las fortalezas de Rusia en el nuevo mundo de hoy, sino también sus debilidades? Permítanme enumerarlas.

Rusia está en proceso de apoderarse por la fuerza de un país libre con una población de 44 millones de personas, que es un poco menos de un tercio del tamaño de la población de Rusia. Y la mayoría de estos ucranianos han estado luchando por ser parte del Occidente democrático y de libre mercado durante 30 años y ya han forjado innumerables lazos comerciales, culturales y digitales con empresas, instituciones y medios de comunicación de la Unión Europea.

Sabemos que Putin ha mejorado mucho las fuerzas armadas de Rusia. Les ha agregado de todo, desde misiles hipersónicos hasta herramientas avanzadas para ataques cibernéticos. Tiene la potencia de fuego necesaria para doblegar a Ucrania. Pero en esta era moderna nunca hemos visto a un país no libre, Rusia, tratar de reescribir las reglas del sistema internacional y apoderarse de un país libre tan grande como Ucrania, en especial cuando el país no libre, Rusia, tiene una economía más pequeña que la de Texas.

Luego, pensemos en esto: gracias a la globalización vertiginosa, la UE ya es el mayor socio comercial de Ucrania, no Rusia. En 2012, Rusia era el destino del 25,7 por ciento de las exportaciones ucranianas, en comparación con el 24,9 por ciento destinado a la UE. Solo seis años después, tras la brutal toma de Crimea por Rusia y el apoyo a los rebeldes separatistas en el este de Ucrania, y la creación de vínculos económicos y políticos más estrechos de Ucrania con la UE, "el porcentaje de Rusia en las exportaciones ucranianas ha caído a solo el 7,7 por ciento mientras que el porcentaje de la Unión Europea se disparó al 42,6 por ciento", según un análisis reciente publicado por Bruegel.org.

Si Putin no desenreda esos lazos, Ucrania seguirá acercándose a los brazos de Occidente. Si los logra desenredar, estrangulará la economía de Ucrania. Y si la UE boicotea a una Ucrania controlada por Rusia, Putin tendrá que usar dinero ruso para mantener a flote la economía de Ucrania.

¿Incluyó eso en sus planes de guerra? Pareciera que no. O como me escribió por correo electrónico un diplomático ruso retirado en Moscú: "¿que cómo termina esta guerra? Por desgracia, no hay nadie en ningún lugar a quién preguntarle".

Pero todos en Rusia podrán verlo. A medida que esta guerra se desarrolle en TikTok, Facebook, YouTube y Twitter, Putin no podrá aislar a la población rusa -y mucho menos al resto del mundo- de las horribles imágenes que se produzcan en esta guerra cuando entre en su fase urbana. Tan solo en el primer día de la guerra, más de 1300 manifestantes en toda Rusia -muchos de quienes coreaban "¡no a la guerra!"- fueron detenidos, según informó The New York Times, citando a un grupo de derechos humanos. Esa no es una cantidad pequeña en un país donde Putin tolera muy poca disidencia.

Y quién sabe cómo afectarán esas imágenes a Polonia, particularmente cuando esté desbordada por refugiados ucranianos. Menciono particularmente a Polonia porque es el puente terrestre clave de Rusia hacia Alemania y el resto de Europa Occidental. Como señaló el estratega Edward Luttwak en Twitter, si Polonia simplemente detiene el tráfico de camiones y trenes de Rusia a Alemania, "como debería", crearía un caos inmediato para la economía de Rusia, porque las rutas alternativas son complicadas y tendrían que pasar por una Ucrania recientemente muy peligrosa.

¿Alguien dijo huelga de camioneros anti-Putin que evite que los productos rusos pasen por Europa Occidental a través de Polonia? Vigilemos ese espacio. Algunos ciudadanos polacos superempoderados con unos cuantos controles de caminos, camionetas y cargados con celulares podrían asfixiar a toda la economía de Rusia en este mundo interconectado.

Esta guerra sin paralelo histórico no será una prueba de resistencia solo para Estados Unidos y sus aliados europeos. También lo será para China. En esencia, Putin ha retado a Pekín: "¿vas a apoyar a quienes quieren derrocar el orden liderado por Estados Unidos o vas a unirte a la pandilla del alguacil de Estados Unidos?".

No debería ser -pero lo es- una pregunta complicada para Pekín. "Los intereses de China y Rusia no son idénticos en este momento", me dijo Nader Mousavizadeh, fundador y director ejecutivo de la consultora global Macro Advisory Partners. "China quiere competir con Estados Unidos en el Super Bowl de la economía, la innovación y la tecnología, y cree que puede ganar. Putin está listo para incendiar el estadio y matar a todos los que estén allí con tal de satisfacer sus agravios".

El dilema para los chinos, agregó Mousavizadeh, "es que su preferencia por el tipo de orden, estabilidad y globalización que ha permitido su milagro económico está en fuerte tensión con su autoritarismo renaciente en casa y su ambición de suplantar a Estados Unidos -ya sea por la fuerza de China o la debilidad de Estados Unidos- como la superpotencia dominante del mundo y el impositor de reglas".

Tengo pocas dudas de que, en el fondo, el presidente de China, Xi Jinping, espera que Putin se salga con la suya y logre secuestrar a Ucrania y humillar a Estados Unidos, pues eso ablandaría al mundo ante su deseo de apoderarse de Taiwán y fusionarla de nuevo a China.

Pero Xi no es ningún tonto. He aquí un par de datos interesantes sobre el mundo interconectado: en primer lugar, la economía de China depende más de Ucrania que de Rusia. Según Reuters, "China superó a Rusia para convertirse en el mayor socio comercial individual de Ucrania en 2019, con un comercio total de 18.980 millones de dólares el año pasado, un aumento de casi el 80 por ciento con respecto a 2013. [...] China se convirtió en el mayor importador de cebada ucraniana en el año comercial 2020-2021", y alrededor del 30 por ciento de todas las importaciones de maíz de China el año pasado provinieron de granjas en Ucrania.

En segundo lugar, China superó a Estados Unidos como el mayor socio comercial de la Unión Europea en 2020, y Pekín no puede permitirse que la UE se vea envuelta en un conflicto con una Rusia cada vez más agresiva y un Putin cada vez más inestable. La estabilidad de China -así como la legitimidad del Partido Comunista gobernante- depende de la capacidad de Xi de sostener y hacer crecer su ya inmensa clase media. Y eso depende de una economía mundial estable y en crecimiento.

No creo que China le imponga sanciones a Rusia, y mucho menos que suministre armas para los ucranianos, como Estados Unidos y la Unión Europea. Lo único que Pekín ha hecho hasta el momento es refunfuñar que la invasión de Putin "no fue lo que esperábamos ver", y casi de inmediato dejar implícito que Washington había sido el "culpable" por "avivar las llamas" con la expansión de la OTAN y sus recientes advertencias de una inminente invasión rusa.

Entonces queda claro que China está indecisa, pero, de las tres superpotencias clave con armas nucleares -Estados Unidos, China y Rusia- China, con su postura, tiene un enorme voto decisivo sobre si Putin podrá salirse con la suya en Ucrania o no.

Liderar equivale a tomar decisiones, y si China pretende suplantar a Estados Unidos como líder mundial, tendrá que hacer algo más que hablar entre dientes.

Finalmente, hay algo más que Putin encontrará escondido a plena vista. En el mundo interconectado de hoy, la "esfera de influencia" de un líder ya no es un derecho automático que da la historia y la geografía, sino algo que debe ganarse y volver a ganarse todos los días al inspirar y no obligar a otros a seguirlo.

La cantante y actriz Selena Gomez tiene el doble de seguidores en Instagram (más de 298 millones) que ciudadanos de Rusia. Sí, Vladimir, puedo oír cómo te ríes desde aquí y recordar la broma de Stalin sobre el papa: "¿cuántas divisiones de ejército tiene Selena Gómez?".

No tiene ninguna. Pero ella es una persona influyente con seguidores, y hay miles y miles de Selenas en internet, incluidas celebridades rusas que publican en Instagram sobre su oposición a la guerra. Y si bien no pueden hacer retroceder tus tanques, sí pueden hacer que todos los líderes de Occidente extiendan la alfombra roja para que tú y sus compinches nunca puedan viajar a sus países. Ahora eres oficialmente un paria global. Espero que te guste la comida china y norcoreana.

Por todas estas razones, en esta etapa temprana, me aventuraré a dar solo una predicción sobre Putin: Vladimir, el primer día de esta guerra fue el mejor día del resto de tu vida. No tengo duda alguna de que, en el corto plazo, tus fuerzas militares prevalecerán. Pero, a la larga, a los líderes que tratan de enterrar el futuro con el pasado no les va bien. Con el tiempo, tu nombre terminará viviendo en la infamia.

Ya sé, Vladimir, ya sé: no te importa, no más de lo que te importó comenzar esta guerra en medio de una pandemia virulenta. Y tengo que admitir que eso es lo que más miedo da de esta Interconectada Guerra Mundial. El largo plazo puede ser muy lejano y el resto de nosotros no estamos aislados de tu locura. Es decir, desearía poder predecir alegremente que Ucrania será el Waterloo de Putin, un desastre solo para él. Pero no puedo, porque en nuestro mundo interconectado, lo que pasa en Waterloo no se queda en Waterloo.

De hecho, si me preguntas cuál es el aspecto más peligroso del mundo actual, diría que es el hecho de que Putin tiene más poder sin controles que cualquier otro líder ruso desde Stalin. Y Xi tiene más poder sin controles que cualquier otro líder chino desde Mao. Pero en la época de Stalin, sus excesos se limitaron en gran medida a Rusia y las fronteras que controlaba. Y en la época de Mao, China estaba tan aislada que sus excesos afectaron solo al pueblo chino.

Ya no, el mundo actual se basa en dos extremos simultáneos: los líderes de dos de las tres naciones nucleares más poderosas, Putin y Xi, nunca han tenido más poder sin controles y nunca se ha conectado a más personas de un extremo del mundo al otro al tiempo que cada vez tienen menos amortiguadores. Así que lo que esos dos líderes decidan hacer con su poder sin límites nos tocará prácticamente a todos, directa o indirectamente.

La invasión de Putin a Ucrania es nuestra primera muestra real de lo delirante e inestable que puede llegar a ser este tipo de mundo interconectado. No será el último.

La película bélica que vendría bien para retratar nuestra actualidad que parece rimar con el pasado más provocativo, vendría a ser una producida en los Estados Unidos en 1964, y que fue titulada Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb de Stanley Kubrick. Mucho se ha hablado de la cuestión de si la película es o no una sátira. Stanley Kauffmann dice que Dr. Strangelove no es una sátira, "no espera alterar a los hombres"; sugiere que es una hermosa comedia negra. Por otro lado, Dwight Macdonald dice que la película es un "bombardeo de sátira", y John Simon también la clasifica como sátira. Simon dice que Dr. Strangelove es para algo, "es para la humanidad". Kubrick declaró en su vida que le hubiese gustado ver la mayor prominencia dada a la reseña escrita por Robert Brustein en la New York Review of Books.; Brustein interpretó el efecto de la película como una purga.

En toda la variada opinión crítica, mucho se ha dicho sobre los propósitos de Dr. Strangelove, pero se ha ignorado un tema dominante que impregna la película de principio a fin, y que conecta desde mi opinión muy bien con el conflicto moderno. Me gustaría señalar cómo Dr. Strangelove es una alegoría del sexo y la guerra: del juego previo a la explosión en el mundo mecanizado en el que vivimos.

La imagen introductoria comienza con dos aviones repostando en el cielo en un gran coito de metal mientras la banda sonora canta Try A Little Tenderness. La película termina con las nubes en forma de hongo de la destrucción orgiástica del mundo mientras la canción canta We'll Meet Again. La purgación es completa y devastadora.

Cuando Kubrick comenzó a adaptar la novela seria de Peter George Red Alert. en una continuidad cortante, se dice que varias escenas se volvieron ridículas; tenían una nota de humor natural en ellos. Kubrick inclinó su enfoque y orquestó estas notas en una película escandalosamente cómica sobre un tema escandalosamente serio. Parte del efecto cómico está en los nombres de los personajes. Peter Sellers interpreta a tres de estos personajes: el presidente Muffley, el capitán Mandrake y el Dr. Strangelove.

Al igual que Jonathan Swift, quien empleó a Master Bates en Los viajes de Gulliver, los creadores de Dr. Strangelove (Peter George y Terry Southern asistieron a Kubrick) le dieron un significado especial a los nombres que representan varios aspectos del sexo. El general Jack D. Ripper (Sterling Hayden), comandante de la Base de la Fuerza Aérea Burpelson, inicia el ataque a la Unión Soviética. El general Ripper, un demonio sexual a su manera, está obsesionado con la idea de los "fluidos corporales" y lo que les sucede; está seguro de que la fluoración es un complot comunista para destruir la fuerza de Estados Unidos al socavar sus fluidos corporales. La descripción de Ripper del acto de amor ha sido descrita por una mujer que conozco como el momento más sexy de cualquier película que haya visto.

Ripper posee dos objetos que son símbolos sexuales obvios. El primero es su cigarro, que es un accesorio dominante. En segundo lugar, está su pistola. Cuando el presidente descubre el plan de ataque de Ripper, ordena su captura. Solo el código de Ripper puede detener los aviones que se dirigen hacia la URSS. Mientras el ejército intenta derrocarlo, Ripper se atrinchera con el involuntario Capitán Mandrake, un oficial de intercambio británico. Mientras el enemigo lucha contra él, Ripper entra al baño y se suicida con su pistola. (Ver el suicidio de Seymour Glass en Perfect Day for Bananafish de JD Salinger para un paralelo interesante).

El general Buck Turgidson ( George C. Scott ) también tiene una orientación sexual. Cuando llega la llamada telefónica que le informa sobre el ataque, está en un dormitorio con su secretaria. De nuevo, el nombre tiene un valor extra. Buck, por supuesto, significa macho con varias connotaciones, y turgente significa hinchado. Turgidson corre a la sala de guerra donde anima a sus aviones.

Después del suicidio de Ripper, el Capitán Mandrake intenta llevar información sobre el código al presidente. La raíz de mandrágora se asemeja a la forma masculina; esto nos da un tercer carácter con un nombre significativo. Mandrake se mete en problemas en la persona del coronel "Bat" Guano ( Kennan Wynn ), quien irrumpe en Mandrake mientras descifra el código. Al continuar con nuestro patrón de nombres, encontramos que el guano es estiércol, particularmente el de los murciélagos, y se usa como fertilizante. Guano mantiene prisionero a Mandrake a punta de pistola, pero Mandrake finalmente convence a Guano para que le permita llamar al presidente. Aún así, Guano no está seguro y le advierte sobre cualquier "preversión" en la cabina telefónica. Mandrake está bloqueado porque no tiene una moneda con la que hacer la llamada, y el operador no atenderá sus súplicas sin una moneda. Finalmente, Mandrake hace que Guano le dispare a una máquina de cola para obtener el dinero. Toda la escena recuerda el juego de golf de Rabbit (impotencia) en la novela de John Updike, Conejo, corre.

Mientras tanto, la sala de guerra que parece un útero es el escenario de otra acción. El presidente, Merkin Muffley, está tratando de comunicarse con el primer ministro Dmitri Kissoff en Moscú para contarle lo que está sucediendo. Stanley Kauffmann, en su reseña en New RepublicHa llamado la atención el nombre del presidente con las palabras "estudiantes eróticos, observen". Merkin significa pudendum femenino (Oxford English Dictionary), lo que muestra la feminidad del presidente, ilustrada por su falta de acción. El primer ministro Dmitri está en algún lugar con compañía femenina. Eventualmente, Muffley se comunica y le da la noticia a Kissoff. Aunque Mandrake transmite el código y se advierte a Kissoff, es demasiado tarde. Uno de los aviones ha sido alcanzado por fuego de artillería y su sistema de códigos ha sido destruido. El avión lisiado es otro símbolo fálico mientras vuela hacia su destino. Cuando alcanza su objetivo, el mayor King Kong (Slim Pickens), un simio de Texas, monta la bomba para tratar de sacarla de donde está atrapada en el avión. Él tiene éxito y monta la bomba hasta su clímax con un aullido de éxtasis.

Mientras tanto, de vuelta en War Room, Dr. Strangelove, y este nombre captura la esencia de la película, ha hecho su aparición. El embajador soviético revela que los soviéticos han creado una Máquina del Juicio Final, un invento que se disponían a anunciar. Strangelove verifica la posibilidad de tal máquina. Su respuesta al problema de la aniquilación nuclear es que unos pocos hombres pasen a la clandestinidad. Propone, con una mueca emocionada, la provisión de muchas mujeres para cada hombre.

La Máquina del Juicio Final, cuando sea activada por una bomba, destruirá la civilización; pero el hombre puede volver a salir después de noventa y tres años cuando la radiactividad se ha disipado.

Strangelove está en una silla de ruedas, impotente. Es un producto de la ciencia alemana, habla con un acento mesurado y cortante; está mecanizado, su brazo golpea su garganta y su entrepierna en un ataque incontrolable. Él es el resultado final de la ciencia. En su acto final, sus partes toman el relevo; y su brazo mecánico lo tira de la silla. Se tambalea y anuncia estridentemente: "¡Mein Fuhrer! Puedo caminar". Y la bomba explota.

La película concluye con un panorama de hermosas nubes en forma de hongo que destruyen el mundo, mientras Vera Lynn canta dulcemente We'll Meet Again. La impotencia ya no existe. El sexo deformado se ha aliviado. La civilización puede volver a sus comienzos. Dr. Strangelove o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba termina en una purga orgiástica. Kauffmann dice: "Esta película dice... 'La verdadera Máquina del Juicio Final son los hombres'". En realidad, la verdadera Máquina del Juicio Final es el sexo. Como King Kong, Buck Turgidson y el propio Dr. Strangelove corearían: "¡Qué manera de hacerlo!" Me encantaría ver esa bomba que podría verse en algún momento como un amanecer temprano, sería majestuosamente mal.

Quizá sea momento de que nos quitemos la venda de los ojos cinéfilos, y admitamos que la historia no acabó con el fin de la Guerra Fría y el épico triunfo de Occidente sobre el bloque socialista.

Era 1992. La Unión Soviética recién había colapsado. La democracia liberal había triunfado sobre la “dictadura comunista”. El capitalismo había derrotado al socialismo. La Guerra Fría había terminado. Occidente —con todo y su ideario y sus valores— había salido victorioso.

Arrogante y jubiloso, Francis Fukuyama declaraba el fin de la historia: en adelante, vendrían la paz, el progreso, el desarrollo y la expansión de derechos y las libertades en todo el mundo. Todo era esperanza y optimismo.

Pronto sobrevinieron la Guerra de los Balcanes, el genocidio de Ruanda y muchos otros conflictos y golpes de Estado en África, América Latina y Medio Oriente. Al mismo tiempo, diversas regiones del mundo experimentaron un ritmo vertiginoso de crecimiento económico, muchos países se democratizaron, la globalización alcanzó niveles inusitados y el libre comercio se hizo norma en casi todo el mundo.

Las élites políticas, económicas, mediáticas y académicas de Occidente decidieron prestar atención a la segunda parte y dejar en un plano secundario a la primera. El optimismo, cobijado por la llegada del nuevo milenio, seguía vigente. Con la expansión de los principios neoliberales y la globalización, pronto los genocidios y los conflictos armados serían cosa del pasado. Sólo era cuestión de tiempo.

Luego vinieron las guerras de Afganistán e Irak, supuestamente peleadas en nombre de la libertad. Eso, en sí mismo, demostraba que, como toda corriente ideológica, el liberalismo tenía contradicciones y sus principios podían emplearse de manera hipócrita y acomodaticia. Sin embargo, el optimismo teleológico continuó: por fin, la democracia y los derechos humanos llegarían a Medio Oriente.

Después llegó la crisis de 2008, que se extendió más de un lustro y puso de relieve que la libertad total, la desregulación a ultranza, la completa impotencia del Estado frente a los grandes capitales no era una buena idea. Así, el sistema económico neoliberal parecía tambalearse.

Había fieros debates sobre su caída o continuidad. Al final, el neoliberalismo triunfó, aunque con algunas grietas: si bien la credibilidad del liberalismo económico quedó mancillada, la legitimidad de la democracia seguía vigente.

Entre 2010 y 2012 estalló la famosa Primavera Árabe. Ahora sí, parecía que la democracia encontraría una nueva tierra para hacerse fértil: Medio Oriente. Estados Unidos y Europa occidental observaban expectantes los acontecimientos y apoyaban los movimientos democratizadores.

El desenlace fue desalentador: la democracia se asentó en algunos territorios, pero otros países fueron escenarios de sanguinarios conflictos (algunos de los cuales se extienden hasta el día de hoy) y en otros más se implantaron o endurecieron regímenes islamistas o militares. ¿Y si la democracia no era universal?, se preguntó más de uno.

En los años posteriores, distintos movimientos, partidos y políticos populistas triunfaron en una gran cantidad de países en donde la democracia parecía haberse asentado. Por supuesto, los casos más sonados fueron el brexit en el Reino Unido y la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, ambos ocurridos en 2016, pero hay muchos otros ejemplos.

Es una ola populista global, decretaron algunos liberales. Es el desencanto ciudadano con la democracia, precisaron otros. La desigualdad es la raíz de todo esto, arguyeron otros más. Es la democracia haciendo implosión, destruyéndose desde adentro, argumentaron también.

Todos tenían algo de razón. Los diagnósticos eran certeros, agudos, racionales. Y, sin embargo, todos ellos estaban marcados por cierta nostalgia y cierto temor: nostalgia de lo que estaba terminando —una época de supuesto auge y expansión de la democracia liberal— y temor de lo que venía en el futuro —el fin de una era—.

Al mismo tiempo, había un dejo de esperanza en estos análisis: la gran virtud de la democracia es que tiene las herramientas para curarse así misma; luego de algunos años de populismo, los ciudadanos sabrán lo que perdieron y las urnas volverán a traer a políticos institucionales; esto nos enseñará a valorar la democracia. El triunfo de Joe Biden en 2020 avivó esa llama de esperanza.

En los meses posteriores, la inoperancia del gobierno de Biden, su incapacidad para cohesionar a su propio partido y, más ampliamente, la torpe respuesta del mundo occidental frente a la pandemia apaciguaron esas esperanzas, pero no las extinguieron del todo.

Hoy, tras la invasión rusa a Ucrania, leo varios ensayos y editoriales en medios liberales por excelencia —The Atlantic, The Guardian, El País, The New York Times— que son más melancólicos que esperanzadores. Con algunas variaciones, el argumento de estos escritos es que las acciones de Putin exhibieron la incapacidad del mundo occidental para frenar a un dictador expansionista, mostraron la debilidad del orden internacional liberal y develaron la impotencia de las democracias frente a los autoritarismos. Esta desesperanza se ve potenciada por el miedo de las élites liberales a China.

Quizá sea momento de que nos quitemos la venda de los ojos y admitamos que la historia no acabó con el fin de la Guerra Fría y el épico triunfo de Occidente sobre el bloque socialista: las guerras, la violencia y el expansionismo siguen vigentes. Ya es hora de que quienes creemos en la democracia abandonemos su defensa basada en una presunta superioridad moral y en el lugar común: “no hemos encontrado otro sistema mejor de gobierno”.

La nostalgia y la idealización del legado de la era de la ampliación de la democracia y el libre mercado nublan nuestra comprensión del presente. La repetición de los viejos dogmas liberales —estáticos, binarios y apolillados— no sirven para entender una realidad tan compleja como cambiante.

La historia no finalizó. Más bien, sigue su curso. Si no entendemos esto, no comprenderemos nuestro presente y seremos incapaces de evitar que la invasión a Ucrania se convierta en una tragedia humanitaria o, peor aún, que esta clase de atrocidades se repitan. La “superioridad moral e histórica” del liberalismo, por sí misma, no es suficiente.

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