CAPÍTULO 18

Salvo por el hecho de que Leyes considera la homosexualidad una enfermedad que debería tratarse clínicamente, con terapia o pastillas, como una mala gripe que puede ser curada si el paciente pone de su parte, y que Conrad es bi, el grupo está cerrado, en armonía y funciona a pleno rendimiento.

Leyes insiste en que un hombre del pasado tuvo que contagiar a Conrad, que nadie nace bisexual. «El Asintomático», lo llama.

Por suerte, el tamaño y la envergadura de Conrad le obligan a ser prudente y no usar su fuerza contra personas como Leyes, o contra ninguno de los otros, porque lo más probable es que terminara en la cárcel por intento de homicidio. Es una cuestión de honor. El único que podría competir con él es Twain, que además de tener una musculatura tan desarrollada o más que la suya, es profesor de Kickboxing.

Nadie sabe de qué gimnasio los sacó Vladimir.

Conrad y Twain son amigos desde hace años, grandes como hipopótamos y odian a las mujeres. El primero es misógino por naturaleza: desde su punto de vista, la heterosexualidad no es solamente una práctica aberrante, sino una muestra de cuánto les gusta a los hombres débiles revolcarse en lo inmundo, como los cerdos. Las mujeres son una subespecie del género humano. El segundo es misógino por despecho: todas las parejas que ha tenido en su vida le han dejado, la mayor parte de ellas por un amigo o un familiar de él. Su inseguridad le llevó a asumir que encontraría el amor si aumentaba el tamaño de sus bíceps, sus tríceps, sus cuádriceps y sus pectorales, si aprendía a matar con sus propias manos y si se transformaba en el arquetipo de macho alfa, valiente y duro. La transformación no logró modificar su estado sentimental en las redes sociales, y eso le dejó marcado. Es, probablemente, la persona que más veces pronuncia la palabra puta a lo largo del día.

—Todas son unas putas, te lo digo yo —anuncia eventualmente.

El resto asiente con cierta hilaridad, porque su tamaño contrasta con su voz de niño pequeño y su marcado acento ruso.

—Unas putas, putas.

Leyes ha dejado de protestar. Ahora se tapa los oídos.

Los últimos días han sido agitados. La actividad cibernética de todos, especialmente de Vladimir y Glez, ha obtenido resultados imprevisibles: miles de seguidores, varias denuncias por acoso, por incitación a la violencia o por apología del terrorismo machista, tres cuentas cerradas ad infinitum y otras tantas bajo vigilancia, repercusión en blogs y algunos medios de comunicación especializados en temas de género. Un éxito sin precedentes, en apenas un mes. En el ámbito analógico los méritos son todavía mayores: los carteles y las llamadas telefónicas han causado revuelo, sobre todo cuando han hostigado centros de planificación familiar y clubes de lectura especializados en literatura femenina. Algunas mujeres afectadas han denunciado los hechos a la policía, que ha tomado nota mansamente, y otras han mostrado su repulsa en Facebook y Twitter, con notable eco social. En las visitas posteriores que los miembros del club han realizado a los lugares del siniestro para estudiar el alcance de sus acciones, han podido ver lágrimas, episodios de histeria y, en algunos casos, rabia. Las fotografías, tomadas discretamente, aderezadas con comentarios jocosos y subidas a internet en alguna de las cuentas falsas, se han vuelto virales entre un nutrido grupo de hombres que comparten las ideas del club, determinados periodistas deportivos y algunos políticos de extrema derecha.

Hoy ha sido un día especial: la primera operación elaborada.

El objetivo era boicotear un congreso sobre «El espacio del feminismo en el siglo XXI» que daría comienzo en unas horas. Para ello, después de un intenso debate, Glez y los demás organizaron el siguiente programa de actividades:

1) Bloqueo de la puerta de entrada.

2) Obsequio para cada una de las asistentes.

3) Cartel de bienvenida en el centro de la mesa principal.

4) Decoración exclusiva.

5) Atmósfera agradable.

Sellar la cerradura del salón de actos con silicona ha sido lo más fácil y lo último en hacerse. El resto del programa ha costado tiempo y dinero, pero la voluntad del club ha podido sobre las pequeñas rencillas personales. La decoración ha corrido a cargo de Conrad: montones de fotografías en medio formato de penes gigantescos, mujeres arrodilladas en el suelo y escenas de violencia sexual. Nadie quería hacerse cargo del pendrive que contenía el material, y mucho menos acudir a un estudio reprográfico para imprimirlo, pero él tenía un antiguo compañero de trabajo que ahora se buscaba la vida como freelancer y disponía de las herramientas necesarias. No ha sido barato, y tampoco el extra prometido por su discreción, pero ha merecido el desembolso. Ramsés y Leyes han preparado el obsequio: una maquinita de afeitar, un pintalabios y unas pantis. En total, ciento cincuenta de cada. Hubo cierta polémica porque fue necesario repartir las compras tanto en el espacio como en el tiempo: ninguno era capaz de presentarse en un centro de belleza y hacerse cargo de todos los objetos de una sola vez. Además de esto, ni Ramsés ni Leyes quisieron guardarlos en su casa los días anteriores, por lo que pudieran malinterpretar sus esposas. Se propuso a Conrad.

—Nunca. La primera vez que vi una vagina supe que era gay. Una vagina es, posiblemente, junto con los sapos, la creación más repugnante de la naturaleza. Una criatura sin forma, húmeda y apestosa. Tiene pliegues incomprensibles, elásticos, como un chicle que ha pasado por muchas bocas. Huele como un puerto por la tarde, a la hora a la que van a comer los gatos. No me gustan los chicles ni los gatos. No quiero acercarme a ningún puto producto de belleza femenina, ya sea un fanfic o una lencería. ¿Está claro?

Al final, se quedaron en el baúl del auto de Twain, que ha sido el responsable de la atmósfera: cuando las ponentes y las participantes han conseguido entrar en la sala, después de una hora de espera y un cerrajero de última hora, cuando se han sobrepuesto al impacto de las imágenes y de los regalos, cuando han arrancado el cartel de bienvenida que presidía el local y cuando, por fin, las organizadoras han presentado las conferencias y se ha abierto el debate, Twain ha aprovechado la oscuridad, se ha sentado en una de las últimas filas y ha dejado rodar por todo el espacio dos docenas de bombas fétidas.

Según sus matemáticas, el congreso ha durado nueve minutos antes de cancelarse definitivamente.

Lo más problemático, sin duda, ha sido la redacción del cartel de bienvenida, un pequeño homenaje a la Marea verde que lanzaron las feministas con el faro del aborto legal del 2020. De alguna forma era el primer manifiesto público del club, y por lo tanto necesitaba una firma.

El texto definitivo, como diría, de haberla, un acta que anotara las deliberaciones, no ha sido aprobado por unanimidad.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top