CAPÍTULO 11

Rebeca se ha mudado a mi casa, que es más grande que la suya, y yo he descubierto que mi cruzada es inútil.

@femmenisto tiene casi diez mil seguidores, una media de quinientos likes, más de mil retuits al día. Mantengo una rutina diaria de una docena de tuits, aparte de las respuestas que me permito y los mensajes privados. Un periódico de corte nacional me ha incluido entre las feministas más activas y combativas de Twitter. Sigo rechazando entrevistas.

En todo caso, no he conseguido nada, aparte de un poco de ruido y la sensación de que hay muchas mujeres que comparten mis postulados y otras muchas que no. Tampoco sé qué pretendía conseguir. Lo comento con Rebeca, a la que, para no descubrirme, le he contado que ahora trabajo desde casa, y me ofrece una respuesta clarividente:

—Da igual lo que hagamos. Las redes sociales no son el mundo real, son un desahogo, un bar del que se puede salir tranquilamente, sin consecuencias. La universidad, a la que pertenezco, se enrosca en discursos tan abstractos que la gente no es capaz de entenderlos. Algunas posturas del feminismo contemporáneo son tan naifs que dan ganas de quemar cubrebocas, y otras son tan enrevesadas que la gente abandona por impotencia sus brasieres. Intenta explicar a Butler en la tele, mientras el político de turno te interrumpe. Las feministas se pelean entre ellas cuando se tocan temas complejos como la prostitución o el porno. Algunas, incluso, tienen miedo de decir públicamente que lo son, porque temen que las asocien con ideas radicales. Cuando les preguntan si son feministas, dicen: «Depende de lo que quieras decir con “feminista”». ¿Depende? No me jodas, hija de puta. ¿De qué mierda depende? El feminismo es la única conquista social que lleva décadas en la periferia. El patriarcado ha hecho un trabajo finísimo, impecable. Somos la mayor minoría del mundo, y la que más se ignora. Salvo cuando nos matan, claro. Entonces todos se solidarizan con nuestra situación. Un rato. Lo que dura el prime time de los telediarios.

Rebeca no es especialmente concisa.

—Lo único bueno que puedo decir es que nuestra revolución es la única que ha sido pacífica. Por eso va tan lenta.

Y mientras habla se superpone en su rostro el rostro de mi madre, y los rostros congelados de mis seguidoras de Twitter, y en todos ellos reconozco un paradigma que se repite, el esquema de un problema matemático al que le faltan apenas una o dos fórmulas para ser resuelto. La gramática de una lengua. Lo veo de forma intuitiva, y, si puedo nombrarlo, puedo hacerlo real. ¿Cuáles son los síntomas físicos de la cólera?

Elevación de la voz.

Mirada fija.

Exhibición de la dentadura.

Aceleración de la respuesta muscular.

Taquicardias.

Las mujeres que me rodean están llenas de ira. No una ira espontánea, fruto de una insatisfacción pasajera, de un deseo inmediato que se frustra, sino una ira orgánica, interiorizada, contenida por cientos de rutinas. Una ira asumida como un estado natural, desglosada en capítulos de iras menores que alivian, momentáneamente, su condensación. La ira como una enfermedad mental que no se cuenta. Maquillada. Mitigada con medicamentos: opiáceos, antidepresivos, drogas ilegales. Las estadísticas dicen que las mujeres son el segmento de población con mayor consumo de fármacos.

Velocentina, syntheisitiseina o drencromina. En tus manos encomiendo mi espíritu.

@femmenisto
¿Cuántas de vosotras estáis que os lleva la chingada?

Le digo a Rebeca que tengo que bajar a comprar tabaco. Miento: tengo un paquete sin abrir en la mochila.

Bajo a la calle y llamo a mi madre. Le pregunto si está enojada.

—¿Con quién? ¿Con tu padre? —me dice.

Subtexto.

—No. En general. Yo qué sé, con el mundo, con la vida, con el sistema.

Me dice que no. Que está en casa el hijo de mi hermana y que no tiene tiempo para pensar en esas cosas. Que el niño está intentando tocar la cocina caliente. Me pregunta si me pasa algo. Reformulo.

—Si ahora tuvieras dieciocho años, ¿qué te gustaría hacer?

Ella se lo piensa.

—Todo lo que no he hecho —me dice.

Y hace una lista:

Salir de fiesta tres días a la semana.

Viajar por Europa.

Ir a la universidad.

Tener muchos novios.

Ser madre diez años más tarde.

Aprender idiomas.

Tener un sueldo para mí.

Improvisar.

Mis seguidoras dicen que sí, que están hasta la madre. Me explota el móvil de notificaciones. Bato mi propio récord: cinco mil respuestas, casi la misma cantidad de retuits. Soy un hacker. La cifra no deja de subir, creo que he hackeado la realidad con solo una pregunta.

Entonces se me ocurre un experimento.

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