Un último suspiro






Sesshomaru la observó mientras ella escaneaba expertamente el desierto que se abría ante ellos a través de la poderosa mira de su rifle de francotirador, apoyándose contra el pequeño borde de la ventana.

—Logré distinguir algunas huellas, pero no veo nada relevante. Quizás pudo haber sido un coyote —supuso Kagome.

Sesshomaru resopló.

—¿Los coyotes usan aretes, Kagome? Vi un brillo seguramente causado por algún objeto de metal o tal vez de cristal —respondió molesto, ella negó con la cabeza.

—Eso no quiere decir que no pueda ser un coyote. A unos kilómetros de aquí hay una estación de guardabosques. Sé que mantienen bajo control a la población de coyotes con chips de plástico amarillo incrutados a las orejas de los animales. Quizás realmente viste a un coyote con arete —respondió ella apartando la vista del visor para mirarlo con una sonrisa burlona.

—No creo que haya sido un coyote, Kag - replicó resueltamente, ella se encogió de hombros y abandonó el rifle.

—Puedes controlar nuevamente, si eso te hará estar tranquilo, yo tengo que ir al baño.

Sesshomaru asintió y tomó su rifle, sosteniéndolo como ella le había enseñado, y comenzó a observar las vastas tierras desoladas del desierto en busca de ese resplandor.

>> Si encuentras algo ven y dímelo, —agregó mientras se balanceaba lentamente hacia el baño.

—Por supuesto —respondió Sesshomaru, concentrado en su observación.

No encontró ningún otro resplandor, pero, mientras recorría con el visor el desierto frente a él, se detuvo para observar un singular arbusto a unos cuantos metros de su posición. Era mucho más espeso y frondoso que los otros pequeños arbustos esqueléticos que se atrevían a sobrevivir en aquel infierno de sol y arena, y no se movía con la ligera brisa nocturna que refrescaba aún más la tarde.

—¡Kag!, ¿puedo disparar? Solo para estar seguro preguntó en voz alta para que ella pudiera escucharlo.

Nadie le respondió.

>>¿Kag? —volvió a preguntar, alzando aún más la voz.

—¡¡Sesshomaru!!… —su voz se escuchó estridente y temblorosa.

—¿Me escuchaste? —volvió a preguntar, girándose y abandonando el visor para poder observar la puerta del baño tras la cual llegaba su voz.

—Sí… pero creo que sería mejor que fuera a encender el Jeep —respondió con el mismo tono de voz temblorosa.

El Jeep era el vehículo con el que Kagome había llegado allí casi ocho meses antes y con el que Sesshomaru iba a la gasolinera de la autopista a repostar Coca-Cola y patatas fritas cuando ya no toleraba las verduras congeladas “supersanas” que ella le preparaba.

—¡¿El jeep?! ¿Y por qué?!

—Tenemos que ir al hospital; creo que el bebé quiere nacer esta noche.

Sesshomaru casi deja caer el rifle de sus manos.

—¿Qué… qué? —preguntó en voz baja. En ese momento, el cristal de la ventana explotó en mil pedazos. Por puro instinto, Sesshomaru sujetó el rifle y se agachó hasta el suelo para evitar la repentina cascada de fragmentos de vidrio.

—¡¿Qué fue eso?! —gritó Kagome desde el baño, su voz se escuchó alarmada y estridente.

—¡Alguien disparó a la ventana! —gritó en respuesta, levantándose del suelo y corriendo hacia el baño con el rifle todavía en la mano.

La encontró todavía sentada en el inodoro, con los ojos muy abiertos y el rostro pálido, con la mirada fija en él.

>>¿Qué debo hacer? —preguntó desesperado, pues no sabía qué hacer ante tal situación. Su hijo quería nacer, justo en el momento más peligroso.

Kagome permaneció en silencio por unos segundos, considerando la mejor solución.

—Aléjate de las ventanas, si ve a alguien moverse disparará salvajemente. Ve, enciende el auto y vuelve a buscarme. Date prisa, si dentro de unos minutos no detecta ningún movimiento, se acercará y lanzará molotov directamente dentro de la roulotte —respondió con voz de mando.

Sesshomaru asintió, pero no pudo deshacerse de esa inquietante sensación de terror que había surgido en él, adhiriéndose fuertemente a su piel.

—¿Y qué harás? —inquirió alarmado, observando con terror su pálido rostro.

—Estaré bien hasta que empiecen las contracciones. Ahora date prisa, no tenemos mucho tiempo —respondió con un tono extrañamente tranquilo y frío, el de un experto militar en el campo de batalla.

Sesshomaru corrió hacia la puerta trasera del remolque. Cuando la abrió, se encontró ante una reluciente pistola gris y una magnífica sonrisa.

—¡Sorpresa! —exclamó alguien antes de presionar el gatillo.

                   

                                     *

Sango miró fijamente el cuerpo del hombre tirado en el suelo, con la sangre comenzando lentamente a cubrir toda su superficie y un rifle que nunca habría podido usar todavía aferrado entre sus manos.

Desde la distancia en que le había disparado pudo haberle dado directo al corazón, pero por alguna extraña razón, había decidido mantenerlo con vida, aunque dudaba que sobreviviera a aquel golpe que, muy probablemente, le había herido en un pulmón y roto la clavícula.

La verdad es que ese hombre le parecía interesante, a pesar de que era su rival en el amor, sentía una especie de atracción y odio hacia él. Ese hombre, descarado y hermoso, se había enredado en asuntos demasiado peligrosos, sin siquiera darse cuenta, encontrándose en medio de un fuego cruzado.

Le dedicó una última mirada a aquel rostro sublime, ahora profanado con el rojo escarlata y, con pasos decididos, fue en busca de su enemiga; anticipando los momentos en que, desesperada y desarmada, le rogaría que le perdonara la vida.

Obviamente, la clemencia no hacía parte de sus planes, pero pretendía divertirse un poco con ella, antes de matarla. El primer paso habría sido informarle de la muerte de su amado.

—Sabía que vendrías, solamente esperaba que decidieras actuar en otro momento.

La voz de Kagome resonó a sus espaldas e inmediatamente Sango se giró hacia ella con su arma hacia adelante, lista para disparar. Más la bajó al verla sentada en una pequeña cama, con una mano firmemente sobre su enorme vientre y otra detrás de sus caderas como apoyo.

Esa imagen piadosa, de una Kagome patéticamente vulnerable, no hizo más que aumentar la ira y la sed de venganza dentro de la recién llegada.

—Sabes, Kitty, realmente me decepcionaste. Cuando supe que estabas embarazada no quise creerlo. Quiero decir, no podía creer que follar con el psicólogo te pudiera costar tanto. Ese hombre fue tu perdición, —dijo con desprecio.

Kagome la miró fijamente sin responder, sus ojos color marrones fijos en el arma que apuntaba hacia ella.

—¿Qué le hiciste? —preguntó con frialdad y la sonrisa de Sango se amplió.

—Creo que el Doctor ya no nos deleitará con su presencia. Solo somos tú y yo, Kitty —respondió burlonamente.

—¡¡Te mataré, maldita sea!! —gruñó Kagome y la mujer dejó escapar una risa sarcástica.

—¡Esto es realmente gracioso, cariño! — exclamó, —. ¿Y cómo piensas hacerlo? Estás desarmada y embarazada. Quizás, si estuvieras en tu mejor forma física, te habría tomado más en serio, pero ahora eres ridícula —fanfarroneó, sonriendo con maldad.

>>Perdiste, Kitty. Ya no hay salida. ¿De verdad creíste que esconderte en este desierto para dar a luz a tu bastardo, te salvaría de mí? ¡No hiciste el más mínimo esfuerzo para proteger este lugar y solo tenías un rifle en la casa! Esto es tan patético que me has decepcionado más allá de todos los medios. La Kagome que conozco nunca se habría dejado atrapar así. Das pena, cariño.

—Apuesto a que todavía extrañas a esa Kagome, ¿verdad? Esa que te rompió el corazón, ¿no? Estás tan enojada porque él logró ganarse lo que tú nunca tendrás, mi corazón —contraatacó Kagome en tono melifluo.

Sango apretó los dientes.

—¡¡Cállate!! —gruñó. Kagome la ignoró.

—La quieres de vuelta, ¿Cierto? De lo contrario, ¿por qué no me has matado todavía? Si estuviera yo en tu lugar, habría ido directo al grano, nada más entrar, sin tanto rodeo. La verdad es que no quieres matarme porque todavía me amas, Sango. Pero sabes que no hay posibilidad ni siquiera de la más mínima amistad entre tú y yo, no después de que mataste a mi padre —escupió Kagome, recalcando todo su enfado en la última palabra.

—¡¡Que te calles!! —gritó la mujer, levantando el arma y dando un paso hacia ella. Fue entonces que Kagome, con un gesto rápido y fluido, sacó un arma de detrás de su espalda.

—No te muevas —amenazó, apuntándole con el arma, apretando los dientes para resistir el evidente dolor.

—Las contracciones han comenzado, ¿no? —preguntó Sango burlonamente, Kagome no respondió—. Ahora realmente te reconozco. Pensé que no tenías armas aquí y en lugar de eso, descubro que habías escondido una debajo de la almohada. Esto es mucho más propio de ti —continuó con una sonrisa—. Es cierto, extraño mucho a la Kagome del pasado, pero ahora es obvio que nunca podrá regresar. Lo siento mucho cariño —agregó, reafirmando la mira hacia el pecho de su enemiga.

Kagome hizo lo mismo. Sabía que en cualquier momento Sango dispararía.

Una lágrima rodó lentamente por su rostro hasta llegar a su corazón. Estaba a punto de morir y aun así no podía estar triste. Los meses pasados junto a Sesshomaru y esas semanas con él en la caravana la habían devuelto a la vida, abriéndole un mundo que hasta entonces, siempre había estado cerrado para ella; el mundo de la gente normal.

El mundo de las personas que se aman, que tienen una familia y pocos secretos;
lo que antes había podido admirar desde lejos, perdida en el fondo del pozo donde siempre había vivido con la
certeza de estar sola, sumergida en sangre y muerte hasta la garganta. Donde dejar de nadar significaba
hundirse en la misma mugre que ella misma había creado y morir.

Sin embargo, ese abismo estaba lejos en ese momento, había logrado escalarlo, agarrada de la mano de aquel prepotente psicólogo, hasta llegar a la cima y salir,
ganando así su libertad. La libertad de vivir la vida que quería vivir, una vida feliz. Y lo había vivido durante mucho más tiempo del que jamás había
esperado.

Nunca había pensado en una vida futura o pasada, pero en ese momento, estaba a punto de comprobar su teoría y, si tenía razón, simplemente dejaría de ser, deslizándose hacia la inexistencia de la materia orgánica sin vida, dejando atrás sus preocupaciones y su funeral a cualquiera que estuviera dispuesto a hacerse cargo de él.

Si se hubiera equivocado, habría reencontrado a su amor en el más allá. Una victoria en cualquier caso. Y es por eso que, lentamente, bajo la mirada incrédula de Sango, abandonó la pistola sobre la cama.

—Si prometes hacerlo rápido, dejaré que lo hagas —dijo lentamente, mirando fijamente los ojos marrones de la mujer que tenía delante.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó la mujer, ciertamente incrédula, esto no
era lo que ella quería, Kagome tenía que suplicar por su vida, no rendirse como lo estaba haciendo.

—Incluso si te asesinara, las posibilidades de que el niño o yo sobrevivamos al parto son escasas, y
con Sesshomaru muerto, no creo que pueda cuidarlo adecuadamente. Al
final ya sabes quién soy, soy la última persona en el mundo que debería tener hijos… luego de ti, claro —bromeó, a pesar de que lentas y cálidas lágrimas habían comenzado a correr por su rostro sin control—. A ti no te confiaría ni un pez dorado —añadió.

Sango continuó mirarla consternada.

—Kagome, yo…—murmuró Sango, pero cualquier cosa que estuviera por decir fue truncada por las palabras
de su contrincante.

Una última oportunidad de arrepentimiento silenciada por una confesión de digna victoria, sí, digna, porque a pesar de las circunstancias, ante los ojos de Sango, esa batalla la estaba ganando Kagome y no ella.
Rompiéndole nuevamente el corazón con el solo hecho de rendirse y no luchar, de aceptar la muerte con una sonrisa en sus labios, de no mostrarse desesperada, de no aferrarse a ella, pidiéndole piedad.

—Has ganado, de verdad. No queda nada por hacer. Apuesto a que has estado esperando este momento durante mucho tiempo, aunque quizás realmente no querrías matarme —continuó, con esa sonrisa tonta, negándose a abandonar sus labios.

Otra contracción nubló su mente con una repentina oleada de dolor. Cerró
los ojos y apretó los dientes, esperando que el dolor desapareciera.

>>No me queda nada, Sango. Lo que te pido es un favor.

—Está bien —murmuró la mujer, dando pasos lentos hacia su enemiga derrotada,
con los ojos muy abiertos
por la estupefacción y el pulso un tanto tembloroso.

Kagome cerró los ojos y bajó la cabeza, ofreciéndole el lugar más lógico
para atacar y darle una
muerte rápida e indolora.

Aguardó en silencio, esperando lo
desconocido, sin miedo y sin dolor, sabiendo que había tenido más
alegría en su vida de la que jamás había esperado y ahora que la había perdido, la vida misma no tenía significado.

Hubo un disparo y de nuevo tanto dolor. Fue entonces cuando Kagome abrió
los ojos, nunca pensó
que vería lo que sus ojos le mostraban.

                                  

                                  **


Un solo disparo y caigo entre el humo espumoso del olvido y las sombras en las que se esconden los demonios más antiguos, en un peculiar caos que me impide comprender.

Y por un momento no hay dolor, por las cosas que tienen sabor a lo que nunca volverá, a recuerdos de luz que ahora desgarran la oscuridad… y a la muerte, con la que bailaremos una última vez, antes de la eternidad.

La oscuridad se lo ha tragado todo, los ojos bien abiertos no ven la vida, solo queda la fría inquietud que se arraiga en ramas de cuervo cubiertas de espinas ensangrentadas a mi alrededor y dentro de mí. Corro y estoy quieto, los miembros fantasmas se sacuden espasmódicamente y no existen, son una presencia tangible y luego lo único que queda de mí es humo disperso. No son más que una huella en la arena húmeda, que las olas se borran para siempre.

¿Vibro en el centro exacto de la nada o soy un naufragio olvidado al borde de las sombras, estoy cayendo y volando, vivo o muero?

«¿Vivo o muero?»

Un tiempo interminablemente corto, que dura un suspiro o me enreda en los anillos de una agonía infinita. Deambulo por un lugar que nadie conoce, pero ¿me he movido realmente alguna vez? ¿Dónde está mi carne, mi sangre y mi vida? ¿Dónde estoy? Y finalmente, escucho una voz familiar que atraviesa el invierno, tiene un timbre frío y aterciopelado, susurra palabras de consuelo y me encuentro siguiéndola en la oscuridad.

Dice que aún no es el momento, que para volver ambos debemos completar esta vida, pero yo no le encuentro sentido a sus palabras, ¿volver a dónde?

No sé cómo empieza, soy catapultado hacia lo desconocido, no tengo conocimiento real de dónde termino y de dónde surge la oscuridad, estoy empapado de ella de pies a cabeza.

De repente, una luz incandescente devora las tinieblas y es cuando el rostro de la voz que me guiaba se muestra apacible ante mí.

El blanco ha absorbido la noche, todo a mi alrededor está hecho de luz, incluso yo. Una sangre nueva fluye en un fuego de hielo líquido en mis venas, estoy compuesto de brillo y gracia, de una fuerza que palpita brillantemente.

Mi estado de confusión aumenta, tal vez sea solo fruto del último aliento, lo que me permite ver el rostro de mi madre luciendo mucho más joven de lo que recordaba.

Trato de hablarle, preguntarle por qué se encuentra en este lugar, si ella aún seguía con vida. Pero solo soy una masa de humo sin un cuerpo sólido, mi madre mueve la cabeza en forma de negación, lleva ambas manos hacia su pecho, y es cuando me doy cuenta de que la luz que ilumina el espacio infinito que me rodea, proviene del objeto colgado en el cuello de mi progenitora.

A primera vista, la calma silba con fuerza en mis oídos fantasmas, no escucho nada más que un ruido blanco atronador, la muerte me ha invadido con una onda expansiva que ha borrado parcialmente lo que hay de humano en mí, para dejar espacio a la aparición de una violencia insoportable.

Flotando sin forma carnal en el abismo del universo, entre estrellas antiguas, sistemas solares desconocidos, ecos de un tiempo ilusorio, en fragmentos muy alejados de la era moderna, mi forma cambia con las épocas cambiantes, la gravedad ya no me mantiene aferrado, estoy conectado a ese medallón luminoso, en una metamorfosis genética que tiene una singularidad nunca antes experimentada.

De pronto, la pulcra nada regresa a su estado inicial y nuevamente soy abrazado por las tinieblas, mi mente se oscurece otra vez, más el canto del réquiem no es lo que escucho, es la vida bruna y su último susurro...

«Ve, cachorro..»









Me siento muy triste, mas debo decirles que este es el último capítulo de libro. Aún falta el epílogo, donde pienso darle un breve cierre de lo que pasó con algunos personajes. No digo villanos, porque los “malos” no son nada comparados Kagome.

¡Sesshomaru, ay, Sesshomaru!...

Qué decir de este personaje, el cual descompuse y armé nuevamente, tan imperfecto y mundano, enamorado de una Ecate destructora, logrando convertirla en una fémina que siente y ama, capaz de invocar a los titanes por defender lo que ama. ¿Pero qué pasa cuando una diosa de su calibre pierde aquel que, dentro de su oscuridad, pudo crear un universo de luz?  

Si tienen dusdas, yo seré lieta de responderlas, besos.

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