Solus
(Introducción de lo que serán los siguientes capítulos)
Sesshomaru abrió la puerta de la mansión Higurashi con inquietante facilidad, considerando que la habían dejado abierta. Algo verdaderamente singular, teniendo en cuenta que ya eran casi las diez de la noche.
—¡¡Kagome!! —gritó entrando al gran vestíbulo de la casa, siendo recibido por el eco de su propia voz.
Entró en la sala de estar, llamando a Kagome y Naomi, pero nadie respondió.
Deambuló por las habitaciones, continuado a gritar sus nombres, esperando que alguien todavía viviera dentro de aquellas paredes. Pero pronto comprendió no encontraría a nadie allí, cuando llegó a la habitación de Kagome y la encontró desierta.
Los cajones vacíos habían quedado como cuencos hambrientos, y las puertas abiertas de par en par y desiertas de los armarios parecían lúgubres y oscuros arcos en ruinas.
No había rastro de ella.
Furioso, empezó a hurgar en los cajones, pero lo único que encontró fue un par de camisetas sin mangas blancas y un pijama de seda verde, que reconoció como el pijama que ella odiaba. También encontró un par de sus boxers y una camiseta en esos cajones, más una chaqueta suya colgada en su armario.
Un terrible sentimiento de abandono se hizo más intenso dentro de su pecho y tuvo que apretar los dientes para no morderse la lengua por la desesperación.
Abandonó la casa de los Higurashi y se dirigió directamente al estacionamiento del edificio. Entre los distintos coches allí aparcados, encontró Audi negro que Kagome solía manejar con las llaves en el contacto.
La sensación de se volvió tan intensa, que en poco tiempo se había convertido en dolor físico, acreciendo ese malestar pernicioso que continuaba a oprimirle el pecho.
Subió al auto, arrancándolo y haciendo rugir su potente motor con el mismo gruñido de su corazón herido. Salió del aparcamiento de la mansión patinando, adentrándose en el plácido tráfico de aquella tarde, con la misma furia de un toro por las concurridas calles de Pamplona.
No contó cuántas luces rojas encontró en su camino, pero aun así, sentía que iba demasiado lento.
El Audi rugía alegremente cada vez que su pie pisaba el acelerador y él, perdido en el dolor al saberse abandonado, dio riendas sueltas al instinto de destrucción, violando cada límite de velocidad o norma vial que se le presentó.
Cuando alcanzó su objetivo, la sensación de dolor que rondaba por su pecho se agudizó con una nota discordante.
Los estacionamientos de Hell in Edo estaban vacíos y su letrero estaba apagado.
Aparcó frente a la entrada del club, sin molestarse en cerrar la puerta del coche al salir. Las puertas del local estaban abiertas y dentro no encontró nada más que el mismo orden inquietante que había encontrado en la casa de los Higurashi, un silencio gélido.
Corrió alrededor del lugar desierto que parecía extraordinariamente grande y desolado, ahora que estaba libre de la habitual multitud ruidosa que lo abarrotaba casi todas las noches.
En la oscuridad, apenas iluminada por la luz que se filtraba por la puerta que había dejado abierta, marchó hacia la oficina. Cuando abrió la puerta, ya sabía que la encontraría vacía, pero cuando se encontró ante la penetrante desolación de aquella magnífica habitación desierta, no pudo contener un grito de desesperación y dolor.
Cayó al suelo de rodillas. Las lágrimas amenazaban sus ojos, picándoles desde dentro, decidió no hacer nada para detenerlas. Se golpeó los muslos con los puños y gritó a todo pulmón.
—¡¡Kagome!! —llamó de nuevo, hasta que su garganta se volvió seca y áspera, dolorosa y silenciosa. Luego, como un guerrero derrotado, abandonó el campo de batalla.
Estaba solo...
Ya no había nada por el cual luchar, la mujer que ama, la persona por la que incluso su vida y libertad parecían pender de una cuerda floja, había desaparecido, como si nunca hubiera existido, dejándolo solo, abandonado, sin ni siquiera una palabra de adiós.
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Esta historia nació como una simple distracción y se convirtió en todo un desafío, desmontar la verdadera personalidad de los personajes fue todo un reto, sobre todo Sesshomaru.
Hacer a un Sesshomaru humano (no solo de palabras), no fue nada fácil, porque en esta historia él es todo menos que perfecto. Es un hombre profesional, que muestra ante sus pacientes la valía de sus estudios, pero también es un ser humano con vicios mundanos y hábitos no siempre sanos, no es correcto ni se rige por el honor y la gloria. Una persona normal, un hombre que se levanta por la mañana y se mira al espejo con cara de resaca, mientras se rasca los testículos. (Imaginen que se tire un pedo también) XD. Sin embargo, eso no lo hace menos encantador antes mis ojos. Seguramente lo extrañaré. Me olvidé agregar que todo este bla bla bla, es porque la historia está llegando a su fin.
😭😭
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