Revelación
El taxi se detuvo frente al edificio. Sesshomaru agradeció al conductor con un rápido movimiento de cabeza y dos billetes de veinte dólares.
Si bien el esmoquin que vestía lo protegía de las ráfagas de viento frío que azotaban la ciudad en esos días, Sesshomaru se sintió obligado a ponerse el elegante abrigo hecho a medida para verse más imponente.
Cuando ingresó al gran vestíbulo del edificio, fue inmediatamente recibido por una atractiva joven, quien le dedicó una cálida sonrisa, luego de notar el esmoquin que portaba debajo del abrigo.
—Buenas noches, señor. ¿Está aquí para la Gran Gala de los Niños de Help & KS?—preguntó ella, agitando su cabello rubio para enfatizar sus largas hebras doradas.
—Sí —respondió Sesshomaru, preguntándose si a esa joven le pagaban por sonreír de esa manera tan inquietante.
—Muy bien; la celebración tiene lugar en el Penthouse del piso 40 —respondió la chica, manteniendo la misma sonrisa entusiasta con la que lo había recibido.
Luego de un cordial saludo, la joven posó su atención sobre la elegante pareja de cincuentones que acababa de cruzar el umbral.
Sesshomaru se adentró en el elevador y presionó el botón correspondiente al piso, esperando que la joven se tomase el tiempo necesario con la pareja, para no tener que compartir el elevador con ellos. Solo esperaba poder usar su repertorio de sonrisas falsas durante todo el evento, sin dar a demostrar su descontento.
Se había unido a esa organización benéfica unos años antes, invitado por su viejo amigo Inuyasha, un pediatra que conocía desde la universidad. La asociación Help & KS se propuso ayudar a niños y jóvenes desfavorecidos, quizás huérfanos o con padres en prisión o drogadictos, a través de importantes donaciones a orfanatos o con la caridad de miembros individuales.
Como psicólogo, Sesshomaru había creado un grupo de ayuda para adolescentes maltratados en un orfanato del Manhattan que se reunía cada dos semanas y le enviaba a la asociación un cheque de $3,000 dólares cada seis meses. Sabía que la suma era pequeña, pero al menos le permitía sentirse menos culpable por su cómodo estilo de vida. La suma era tan insulsa, que casi se avergonzaba de tener que presentarse en ese lugar vestido de manera tan elegante.
Qué hipocresía.
Finalmente, la molesta melodía del ascensor se detuvo y la pantalla sobre las puertas del ascensor mostró el número 40.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Sesshomaru se encontró con un amplio pasillo, el cual daba a la enorme puerta de ingreso.
Al lado del ingreso se encontraban dos personas, un portero con aires de gorila y un joven encargado de guardar los abrigos de los invitados.
Al ver que Sesshomaru se acercaba, el joven le dedicó una sonrisa, mientras que el enorme hombre moreno, enfundado en un traje de alta gama, se quedó inmóvil, casi como si estuviera ignorando la presencia del recién llegado.
—Nombre, por favor —preguntó el portero, su voz se escuchó un tanto amenazante.
—Taisho Sesshomaru— respondió con aire aburrido.
El portero sacó un pequeño aparato del bolsillo de sus pantalones y hábilmente escribió el nombre de Sesshomaru en la pantalla.
Taisho se encontró casi deseando que su nombre no estuviera en la lista, al menos tendría una excusa para enviar a Inuyasha al infierno e ir a la casa de Miroku a comer pizza y ver algunos episodios de Bleach. No tuvo suerte, ya que el portero le sonrió y, con un gesto sorprendentemente elegante para su tamaño, señaló al sonriente joven guardarropa.
—Bienvenido, Dr. Taisho. Permita que Steven se haga cargo de su abrigo.
Sesshomaru obedeció, dejándole una pequeña propina al chico.
— Muchas gracias, señor— Le agradeció Steven antes de correr a colgar el abrigo en el gran armario.
El energúmeno le sonrió de nuevo y le abrió la pesada puerta.
— Diviértase, Dr. Taisho.
—Sí, claro.
Sesshomaru no pudo contener el comentario y el portero sonrió y arqueó una ceja, probablemente él también conocía la naturaleza de dicha gala benéfica.
Cuando entró en el gran salón, la recepción ya había comenzado y dondequiera que mirara solo podía ver mujeres de treinta años o más con elegantes trajes de diseñador, discutiendo con muchos hombres pingüinos. El psicólogo no pudo contener un suspiro de dolorosa resignación, cuando se dio cuenta de que él también formaba parte de ese grupo de hombres con trajes blanco y negro.
Melancólicamente, se dirigió hacia la barra a un lado del pasillo, pidiéndole al elegante cantinero detrás del mostrador un martini, afortunadamente, al menos la bebida era buena.
Mientras degustaba su dring, no se volvió para observar la refinada humanidad que conversaba amablemente sobre las notas de una elegante melodía de blues, si lo hubiera hecho, se habría ahorrado la palmada en la espalda que por poco no le hacía derramar el martini sobre el costoso traje.
Se dio la vuelta, listo para maldecir a su agresor, pero tuvo que contenerse cuando vio el rostro sonriente de Inuyasha.
—¡Hey, Sesshomaru! ¡Finalmente lograste llegar! Bastante tarde por cierto! — Le regañó Inuyasha.
—Ya llevo aquí mucho tiempo, así que no te quejes— replicó Sesshomaru tomando un sorbo de alcohol, esperando que le ayudara a encontrar fuerzas para soportar toda la conversación a la que Inuyasha pronto lo sometería.
—No te hagas el solitario de siempre. Ahora acompáñame, me gustaría presentarte a mi esposa, no creo que la conozcas —dijo agarrando a Sesshomaru por el codo, obligándolo a salir del área bar.
—Ya conozco a tu esposa Kikyo. No hace falta que me la vuelvas a presentar.
Inuyasha negó con la cabeza y le sonrió.
—No, Kikyo ahora es mi ex. Ven, sin duda debes conocer a mi nueva esposa — respondió arrastrándolo hacia el centro del salón.
—¡Maldita sea! —murmuró Sesshomaru al ver que la copa de martini medio llena se alejaba cada vez más de él.
**
—Y, como seguramente saben, muchos niños llegan a la adolescencia sin recibir una educación adecuada. Esto me parte el corazón, por eso he convencido al señor Thomas para crear un curso integrador para niños especiales en su escuela. Y qué así los niños más desfavorecidos puedan recibir una educación adecuada.
Sesshomaru rápidamente perdió interés en el discurso de la mujer cuyo nombre era Venetia o París. Ignoró sus constantes miradas que, más que llamar la atención sobre el discurso, parecían llamar la atención sobre sus enormes senos.
Aburrido, Sesshomaru comenzó a observar a su alrededor, buscando entre la multitud algún rostro que le inspirase simpatía y no ese nauseabundo aire snob y falso que, en cambio, le provocaba los presentes. Movió la mirada de los rostros arrugados y maquillados, de las narices francesas “naturales” hasta los escotes pronunciados, a los fajines demasiado apretados.
Comenzó a preguntarse qué excusa poner para correr al bar y tomar otro martini. Finalmente encontró uno.
—¡Oh, maldición! —exclamó, fingiendo ver un rostro familiar entre la multitud, asintió y luego se dirigió a su pequeño grupo de altivos benefactores con una sonrisa de disculpa que esperaba que también fuera lo suficientemente encantadora.
>>Disculpen, caballeros, pero acabo de ver a un colega, psiquiatra — dijo haciendo reír a los espectadores—. Realmente tengo que ir a saludarlo —agregó, y, tras hacer una pequeña reverencia, se alejó del grupo.
— ¡Aquí le estamos esperando, Sesshomaru! —exclamó Venetia/Paris/London.
Fingió no haberla escuchado y trató de eludir su mirada, mezclándose con la multitud de hombres en esmoquin que afortunadamente pululaban en la habitación.
Dio la vuelta a la habitación para no ser visto y finalmente logró llegar a la barra, por suerte con un taburete libre. Inmediatamente, tomó asiento, ignorando a la pareja que coqueteaba suavemente a su lado.
Pareciendo aburrido, se volvió hacia el salón repleto de personas y comenzó a escanear a la multitud frente a él. Vio a Inuyasha charlar con su nueva esposa de veintitrés años, Ayumi, quien se reía de todos los chistes que su marido hacía.
Entre caras conocidas y desconocidas, reconoció a tres viejos amigos de Harvard a los que no había visto en toda su vida y que menos deseaba volver a ver:
El hijo mayor del alcalde y su prometida, un embajador africano y una hueste de camareros más esnobs que los mismos invitados.
Se preguntó quién notaría su ausencia si se escapaba.
Tras un breve razonamiento, saboreando las últimas gotas del martini, se dirigió a la puerta. Bajó la cabeza, tratando de no ser reconocido. Entonando un coro de “disculpe” y “permiso” mientras se deslizaba y serpenteaba hacia la salida. Estaba casi en la puerta cuando escuchó una voz, la última que esperaba escuchar.
—Yo, personalmente, me ocupo de verificar que el dinero donado por mi padre y nuestra empresa llegue directamente a los orfanatos y jardines de infancia que decidimos ayudar, nunca soportaría que nos engañaran y que esos niños no reciban nada.
Sesshomaru se volvió hacia la voz y, entre un nutrido grupo de hombres y mujeres, vio a Kagome Higurashi conversando amistosamente con un anciano.
El hombre mostraba una sonrisa encantada que iluminaba su rostro marcado por cientos de arrugas. Probablemente, él también había caído en la trampa de su fascinante voz.
Llevado por la curiosidad, dio un paso hacia delante y estiró el cuello para ver cómo estaba vestida. Sabía que no podía actuar como si la conociera, pero eso no le impedía echarle un vistazo.
Lucía un largo vestido de noche negro de corte sirena que resaltaba las curvas de su cuerpo, dejando a la vista su espalda completamente descubierta junto a su cabello recogido en un refinado peinado.
Se veía hermosa, más sexy que cualquier otra mujer que hubiese visto esa noche. Fue inquietante darse cuenta de que estaba mirando sus labios teñidos de rojo oscuro, mientras ella hablaba con otra persona.
Taisho negó con la cabeza al darse cuenta de que había estado parado allí demasiado tiempo y decidió seguir con su plan original:
Escapar de la fiesta.
Se dirigió a la puerta, pero antes de que pudiera siquiera tocar la manija, alguien le apoyó una mano en su pulso. Se volvió sorprendido, y la vio.
Una sonrisa iluminó el rostro de la mujer cuando sus ojos se encontraron con los de Sesshomaru.
—¿Tan pronto se retira, doctor? —preguntó con aire divertido—. Son apenas las once —añadió.
— Este tipo de fiestas no son de mi agrado —dijo con sencillez, al notar que ella seguía sujetando su muñeca.
—Para mí tampoco lo son — respondió ella sonriendo y soltando su pulso, Sesshomaru inmediatamente sintió la falta de contacto, si bien era la primera vez que lo tocaba.
>>No sabía que usted también era parte de la asociación, estoy impresionada —continuó enfatizando sus palabras, llevándose una mano al corazón.
Sesshomaru sonrió.
—Lo mismo digo —replicó Sesshomaru.
La sonrisa de Kagome se coloreó con una nota divertida.
—Pero no le sorprende — afirmó ella.
— Exacto, sin embargo, pienso que es algo admirable.
Kagome sonrió y asintió, para luego agregar:
—Este sería el momento en el que empiezo con el típico bla-bla de siempre sobre dar y recibir, pero ya lo he repetido demasiadas veces hoy.
—La verdad es que estoy demasiado aburrido para volver a escuchar el enésimo discurso de caridad.
Kagome se echó a reír, su risa era suave y encantadora, tan secreta como su relación.
—¿Le importaría si nos hacemos compañía? —preguntó ella de repente, sorprendiendo al psicólogo.
Él levantó una ceja, un gesto inquisitivo.
—La cuestión es que ambos estamos aquí, ambos odiamos este lugar y a la gente que lo ocupa. La única diferencia entre nosotros, es que estoy aquí con mi padre y no puedo irme ahora como me gustaría, mientras que debo asumir que usted vino solo, ¿verdad?
—Cierto —confirmó Sesshomaru.
Kagome envolvió uno de sus brazos alrededor del brazo masculino, acercándose increíblemente a él como nunca antes lo había estado.
Del mismo modo que un domador de leones lleva a los grandes felinos a sus jaulas, Kagome Higurashi condujo dócilmente a Sesshomaru a través de la multitud, sonriendo a diestra y siniestra como un candidato a la presidencia.
Sesshomaru se sintió importante a su lado, notando cuántos rostros se volvían para verlos caminar juntos por el pasillo. No le importaba a dónde iban, siempre y cuando ella lo guiara, solo tuvo miedo cuando se encontró frente a Kenta Higurashi.
El magnate charlaba tranquilamente con el hijo del alcalde, dándole de vez en cuando algunas palmaditas en la espalda que el joven aceptaba con aire divertido y admirado.
—Padre —dijo Kagome en un tono amable.
Kenta se dio la vuelta con una sonrisa que se marchitó rápidamente cuando vio a quién se aferraba su hija.
—¿Kag?
El tono del señor Higurashi era de sorpresa, mas no de enojo, Sesshomaru tuvo que reprimir un suspiro de alivio.
—Padre, ¿conoce a Taisho Sesshomaru? Es uno de los mejores psicólogos de la ciudad y también es miembro de esta asociación… ¿Desde cuándo, Sesshomaru? —inquirió Kagome, volteándose para sonreírle.
—Tres años, aproximadamente.
—Ya conocí al doctor Taisho en otra circunstancia, pero no sabía que era parte de Help & KS. Estoy realmente impresionado —dijo el señor Higurashi, mostrando una sonrisa que Sesshomaru consideró falsa.
El magnate extendió su mano derecha y Taisho se vio obligado a liberar su brazo del suave agarre de Kagome para responder al saludo.
—Sigue siendo un placer, doctor Taisho —recalcó Kenta Higurashi, haciendo crujir los huesos de la mano de Sesshomaru.
—Padre, si no te importa, me gustaría presentarle a algunas personas a Sesshomaru.
Kagome lo salvó del aplastante agarre del padre, Sesshomaru se sintió más que agradecido, no quería faltarle a respeto al padre de su paciente predilecta.
—Claro, Kag, adelante.
Sesshomaru sintió la mirada del señor Higurashi en su espalda como un láser caliente, cuando Kagome volvió a tomar su antebrazo.
Taisho se dejó guiar nuevamente, sus pensamientos distraídos por la proximidad del cuerpo de su paciente.
—¿Adónde vamos? —preguntó Sesshomaru al darse cuenta de que estaba frente a un gran ventanal que reflejaba el abarrotado salón.
—Necesito tomar aire fresco —contestó ella abriendo una puerta de cristal que daba a una terraza.
Ante ellos se abría el magnífico paisaje nocturno de Nueva York, barrida por un viento frío e iluminada por millones de luces y tan encantadora como una fotografía.
—Es hermoso…—murmuró Sesshomaru antes de que el rostro de Kagome cubriera el panorama de Nueva York y presionara sus labios contra los suyos.
Taisho ni siquiera cerró los ojos, sorprendido de tenerla presionada contra su cuerpo. Permaneció quieto, incrédulo de que todo fuese real.
Un ligero mordisco por parte de la chica lo obligo a abrir la boca, y en un instante sus lenguas comenzaron a danzar, profundizando el beso. Fue en ese instante que Sesshomaru se dio cuenta de lo que realmente estaba sucediendo. Sin embargo, en vez de querer alejarse de ella, sus manos traicioneras comenzaron a deslizarse por la espalda desnuda de la mujer. Su piel era tersa, suave y tibia.
Le dolió cuando Kagome rompió el beso, sintió que sus labios manchados de labial ardían al recordar haber tocado los de ella.
—¿Le gustaría escuchar el final de la historia de mi último encuentro con mi madre?— preguntó Kagome, acercándose nuevamente.
Sesshomaru asintió. Ahora no podía negarle nada a esa mujer.
—Había una pequeña mesa en la habitación con una jeringa lista para ser usada. La agarré y golpeé a mi madre el cuello con ella, introduje la jeringa en su cuello una y otra vez, hasta que el contenido de la de esta se esparció por sus venas y la aguja se rompió. Luego inicie a golpearla con mis manos, hasta hacerla sangrar.
Sesshomaru la miró en estado de shock. Su mirada estaba fija, su rostro era una máscara desprovista de cualquier expresión. Pero ella era hermosa, seguía siendo hermosa.
—¿Sabe lo que eso significa, doctor?
Sesshomaru no respondió, estaba completamente paralizado.
>>Asesiné a mi madre.
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