¿Quién es?

El club, aunque era domingo, estaba abarrotado. Kagome había decidido organizar una velada temática a la que muchos se habían animado a participar. El tema de la velada era “el rojo carmesí” y todos llevaban al menos una prenda de dicho brillante color escarlata.

Ginta se sentía como si hubiera descendido a un círculo del infierno dantesco, excepto que los condenados allí parecían disfrutarlo mucho. Solo ella, sentada en aquel sofá rojo, no participaba en aquellos bailes lascivos en los que participaba la mayoría de los invitados:

Sentada con las piernas elegantemente cruzadas, como una reina en un trono, observaba la humanidad excitada y sensual que parecía bailar para deleitarla.

Siempre había pensado, antes de ver ese extraño lado “sentimental”, que la señorita era una mujer bastante frívola y banal. Por supuesto, lo que ella hacía no podía considerarse como tal, pero él nunca pensó que ella se tomara su trabajo demasiado en serio.

Durante mucho tiempo había tenido miedo de esa mujer que no temía a la muerte ni al homicidio, ella siempre lo había preocupado y aterrado. Pero ahora la miraba mientras, envuelta en aquel magnífico vestido rojo, esperaba a ese afortunado bastardo que por un increíble golpe de suerte había logrado entrar en su corazón, si es que lo tenía. Jamás creyó que alguien sería capaz de sortear esa gruesa y correosa armadura que protegía a la señorita Higurashi del resto del mundo.

Mirándola ahora parecía una chica normal, dulce e inocente. Una imagen tan pura y estereotipada de una chica hermosa que no se puede comparar con la de la verdadera Kagome, la mujer que había visto degollar a un hombre sin pestañear.

La vio consultar su reloj por enésima vez, el cabrón llegaba tarde, sus labios se apretaron en una breve e intensa mueca de fastidio.

«Alguien estará en problemas probablemente» Pensó Ginta.

Inmediatamente, cuando Kagome asintió en su dirección, él inmediatamente corrió hacia el sofá donde ella estaba sentada.

—El señor Taisho parece haber tenido algún contratiempo. Por favor tráeme mi teléfono, está en mi oficina y ponte en contacto con su escolta, quiero cada detalle de sus movimientos—ordenó Kagome, su hermoso e inexpresivo rostro logró ocultar maravillosamente su decepción por el retraso de su amante.

—Inmediatamente —respondió rápidamente Ginta, para luego despedirse y dirigirse hacia la oficina a buscar su teléfono. Sabía cuánto odiaba que alguien no siguiera sus órdenes al pie de la letra, y se preguntaba qué diablos tenía que hacer este hombre para no haber corrido hacia ella tan pronto como ella se lo había dicho. Tenía que ser serio, sin duda. Nadie podría decirle que no a un Higurashi.

                                   *


Cuando Sesshomaru abrió los ojos, el mundo a su alrededor se había vuelto repentinamente de un gris azulado, el mismo color que tiñe el cielo cuando una tormenta cubre el atardecer. De hecho, a sus oídos llegaba el sonido de la lluvia torrencial, golpeando contra el cristal de una ventana, seguido del sordo retumbar de los truenos que sacudían las tristes paredes a su alrededor.

Instintivamente, intentó levantarse, sin embargo, el dolor fue repentino e insoportable. Un fuerte grito surgió de su garganta tanto de sorpresa como de dolor, fue entonces cuando recordó todo:

La cita con Amelia Pond, el edificio destartalado, la vieja y mohosa oficina y el disparo.

Como pudo, miró a su alrededor, realizando que se encontraba en una pequeña habitación con yeso gris en las paredes y una sola ventana a su derecha. El único mueble de la pequeña habitación era una cama, a la que estaba esposado por los tobillos y el brazo izquierdo. En cambio, su brazo derecho había quedado libre, pero el inquietante vendaje manchado de sangre que cubría su hombro, indicaba por qué sus captores lo habían dejado libre.

El dolor le impedía mover el brazo libre, aunque los gestos que intentaba hacer eran pequeños y delicados, al final decidió desistir y dejar el brazo colgando a su costado, inmóvil e inútil como un muñeco de trapo.

La única nota positiva era que al menos el brazo no parecía estar roto, aunque la herida dejada por la bala, incluso cuando la extremidad permanecía inmóvil, le ardía como el Infierno.

«¿Dónde se encontraba?, ¿qué carajo estaba pasando? ¿Por qué Amelia Pond le había disparado

Esas preguntas lo atormentaron hasta que vio el pomo de la habitación girar lentamente y la puerta abrirse para dejar entrar a la Agente Especial Amelia Pond y luego todas las preguntas y respuestas que giraban en su mente se consolidaron en la persona de la agente del FBI.

Inmediatamente, Sesshomaru comenzó a gritarle todas las preguntas que tenía en mente, pero se quedó estupefacto cuando logró concentrarse completamente en el rostro de la mujer, más allá de la película de dolor que dejaban los movimientos que había intentado hacer con su brazo.

El rostro era el de la agente Pond, mas no estaba seguro de que se tratase de ella. La mujer que acababa de ingresar en la habitación, tenía cabello castaño y lo llevaba más largo.

—¿Qué diablos…? —murmuró Sesshomaru, completamente confundido.

La mujer sonrió.

—Buenos días, Sesshomaru, o tal vez sería mejor decir; “buen despertar”, pues ya no es de día —habló, mientras echaba un vistazo a la ventana que mostraba un cielo cubierto de nubes grises y oscuras, hinchadas de lluvia y relámpagos.

Su voz era idéntica.

—¡¡¿Quién es usted?!! ¡¡¿Por qué estoy aquí?!!— gritó Sesshomaru, intentando levantarse por enésima vez, para luego apretar los dientes e inmovilizarse cuando el dolor lo golpeó como una descarga eléctrica.

La mujer sonrió divertida por su esfuerzo y, al verlo caer de nuevo sobre el colchón con la frente perlada de sudor y jadeando, como si hubiera estado corriendo, se acercó a la cama, lanzándole una mirada amenazadora, intimándole que no se moviera.

—¡¿Qué diablos está haciendo?! — preguntó, tratando de parecer amenazador, aunque las circunstancias no lo permitieran.

— Quiero cambiarte las vendas y desinfectar tu herida. Y también te prometo que si eres bueno y no intentas hacer el tonto, responderé a todas tus preguntas.

Sesshomaru asintió notando el botiquín de primeros auxilios que la mujer sostenía con fuerza en su mano izquierda, el cual hasta ahora había permanecido cubierto a su costado.

Lentamente y siempre pendiente de ella, se tumbó completamente sobre el colchón.

—¿Quién eres? —quiso saber Sesshomaru, observando a la mujer abrir el maletín rojo y tomar unas tijeras con las que comenzó a cortar lentamente las vendas que envolvían su hombro. Le sorprendió la delicadeza de sus gestos, tan atentos y profesionales como los de una enfermera experimentada. Si no hubiera sido por su ropa, un par de jeans y un sencillo suéter blanco, fácilmente podría haberla confundido con una enfermera.

—Mi nombre no es de tu incumbencia y no tienes por qué saberlo. Solo debes saber que no soy Amelia Pond ni una agente del FBI —respondió la mujer, aún concentrada en cortar las vendas sin lastimarlo.

Sesshomaru se dio cuenta de que había sido engañado,

—¿Por qué estoy aquí, por qué me disparaste y qué quieres de mí? —preguntó, tratando de mantener un tono de voz tranquilo a pesar de la ira que inflamaba su sangre. Después de todo, esa mujer sostenía un par de tijeras quirúrgicas afiladas junto a su herida abierta. Hacerla enojar habría sido bastante contraproducente.

—Más despacio, vas a un kilómetro por segundo —respondió la mujer distraída sin quitar la vista de su trabajo—¿No crees que sería mejor empezar desde el principio y dejarme hablar? Después de todo, es por eso que te traje aquí. Para hablar sin interrupciones y obligarme a escucharte —continuó quitando los dos bordes del vendaje para mostrar un pequeño agujero en la piel de Sesshomaru.

A pesar de los bordes rojos y la sangre seca alrededor de la herida, su apariencia era buena y no había signos de infección.

—La bala te atravesó sin tocar ningún hueso, vena o arteria. Te mejorarás pronto, pero tu brazo estará fuera de uso durante unas semanas —explicó, girándose para tomar un algodón y una botella de desinfectante.

—Tuve suerte —afirmó Sesshomaru, pero la mujer sonrió y meneó la cabeza.

—Tuviste suerte de que las órdenes que recibí no incluyeran matarte. Solamente tenía que lastimarte —aclaró la mujer con calma, dándole una mirada tranquilizadora, pero él, en cambio, la miró aterrorizado.

Ella sonrió y, con una delicadeza sin precedentes, comenzó a frotar suavemente la herida dejada por el paso de la bala. El dolor todavía estaba presente y era persistente, pero Sesshomaru aún logró resistirlo apretando los dientes.

>>Si hubiera querido matarte, desde esa distancia hubiera sido muy fácil —continuó la mujer.

—Entonces, ¿por qué aún sigo con vida? —cuestionó con los dientes apretados, observando sus delicados dedos, apretando el algodón ahora completamente manchado con su sangre, tanto fresca como seca.

—La razón sigue siendo la misma, debes testificar en contra de los Higurashi. Y esta es la manera más fácil que conozco, para convencerte sin poner en peligro la vida de personas inocentes. Estoy segura de que no querrás involucrar a algún pariente o amigo…—respondió simplemente la mujer, continuando los dulces y lentos movimientos con un nuevo algodón limpio empapado en más desinfectante.

Para Sesshomaru, las palabras de la desconocida era una clara amenaza, no solo su vida corría peligro, sino que también la de sus amigos y familiares. ¿Traicionar a la mujer que amaba o morir en aquella habitación? Su vida y tal vez, las de otras personas dependían de esa decisión. De igual forma estaba jodido, tal vez su secuestradora no lo sabía, pero traicionar a Kagome era como firmar su sentencia de muerte. 

—¡¿Dispararme es la manera más fácil?! —exclamó Sesshomaru, tratando de reprimir un grito de dolor cuando ella presionó el algodón con demasiada fuerza a lo largo de los bordes de la herida. La mujer sonrió.

—Oh, en cuanto a eso, debo admitir que me dieron carta blanca. Lo único que importa es que sigas con vida para declarar, de lo contrario, puedo hacer cualquier cosa para convencerte —confesó, manteniendo su tono tranquilo y amenazante al mismo tiempo.

Sesshomaru sintió recorrer un largo y frío escalofrío de puro terror por su espalda. Las palabras de la mujer prometían mucho sufrimiento, despertando en él el antiguo y primitivo miedo al dolor físico.

—¿Q-qué quieres hacerme? —tartamudeó, buscando una chispa de lástima en los ojos de la mujer, pero la risa fría y cruelmente divertida con la que ella respondió cerró la puerta a cualquier tipo de compasión.

— Todo depende de ti, Sesshomaru. Cuanto más testarudo seas, más lo seré yo. Solo te advierto que, en cualquier caso, ganaré yo. Siempre gano. Tienes suerte, y esta vez lo digo en serio —, continuó, manteniendo los ojos fijos en su herida —. Me doy cuenta de que no tienes nada que ver con esta historia, así que seré franca y sincera contigo —dijo seria y concentrada en vendarle el brazo nuevamente, aplicando primero una tirita para cubrir su herida.

>>Yo conozco a Higurashi Kagome, la verdadera Higurashi Kagome…

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