Preguntas existenciales


Ese día Kagome se veía diferente, incluso parecía más peligrosa que de costumbre.

Llevaba puesto un traje negro de chaqueta y pantalón hecho a la medida. El pelo recogido en un moño le daba un aire austero.

Su andar era demasiado decidido, demasiado firme, sus tacones pisoteaban el pavimento como si de una marcha militar se tratase.

Sin pronunciar una sola palabra de cortesía, Sesshomaru observó a su paciente mientras esta se acomodaba sobre el sofá. La vio apretar los puños contra sus caderas, como si estuviera tratando de controlar sus emociones.  Evidentemente, algo la perturbaba, por esa razón, Taisho prefirió esperar en silencio.

—Buenas tardes, doctor.

Tras varios minutos de silencio, Kagome finalmente decidió hacer uso de su buena educación, su voz se escuchó fría y mesurada como siempre, marcando un contraste con sus gestos bruscos y nerviosos.

—Buenas tardes, Kagome —respondió Sesshomaru con una sonrisa amistosa.

Kagome miró fijamente al techo, como si quisiera derretirlo con la intensidad de su mirada.

—Algún tema especial del que quieras hablar? — preguntó Sesshomaru con cautela.

Kagome volteó a mirarlo bruscamente, dándole la misma mirada furiosa que le había dado al techo.

—Por eso estoy aquí, ¿no?

Sesshomaru intentó sonreír en vano, Era como mirar a una cobra lista para atacar en cualquier momento.

—La escucho.

La voz de Sesshomaru se quebró a media palabra, pero ella lo ignoró y volvió a mirar al techo con odio.

—¿Sabe lo que es trabajar toda la vida para llegar a una meta y descubrir que esa meta era solo el más bajo de los tres peldaños? —inició a decir Kagome—. ¿Se ha sacrificado a Sí mismo, con tal de lograr un objetivo y luego todo su progreso ha sido borrado por un recuerdo, una imagen desvanecida traída a la superficie por un estúpido sueño?

Las preguntas eran tensas, violentas, pero el tono con el que las había pronunciado era tranquilo, casi suave, tan encantador como el canto de una sirena.

>>¿Qué somos sino una proyección de lo que queremos ser? En fin, ¿por qué llevo este traje de asombro y usted me escucha desde ese sillón? ¿Qué son sino puros estereotipos? ¿Cómo hubiese sido mi vida si nunca hubiera conocido a mi padre, si él nunca me hubiera visto leyendo sola en el patio del orfanato, dónde estaría yo ahora?

Mientras hablaba, la tensión abandonó su cuerpo y los puños que había presionado previamente sobre los huesos de sus caderas se aflojaron, mostrando espeluznantes medias lunas moradas a Sesshomaru.

—¿A qué se deben todas esas interrogantes? —preguntó Sesshomaru, incapaz de encontrar el nudo gordiano del asunto.

Kagome lo miró fijamente, pero esta vez sin furia.

—Anoche soñé con mi madre —dijo ella, los ojos del doctor Taisho se abrieron como platos.

—¿Cómo? —inquirió Sesshomaru tomando instintivamente la libreta abandonada en la mesa junto a su silla.

Kagome ignoró esos gestos y volvió su mirada una vez más al techo.

— Anoche soñé con nuestro primer y último encuentro —dijo soltando un suspiro—. Verá, cuando cumplí los dieciocho, le pedí a mi padre un solo regalo. No quería un Porsche o una operación en las nalgas como la mayoría de mis compañeras de clase. Pedí poder ver a mi madre, al menos una vez en mi vida.

Cuando Kagome se quedó en silencio, Sesshomaru notó que su mandíbula se crispaba.

>>Le tomó tres días localizarla, pero finalmente la encontró.

Kagome se echó a reír, su risa fría y sin alegría aumentó la tensión en el estudio.

—Toda mi vida no había hecho más que fantasear con ella, tratando de averiguar quién era, qué trabajo hacía, si mis rasgos los había heredado de ella. Me preguntaba qué terrible destino la había obligado a abandonarme y dejarme al cuidado del estado.

La boca de Kagome se torció con disgusto mientras continuaba hablando:

>> Mi madre vivía en South Bronx, en un lúgubre apartamento de una habitación que compartía con su proxeneta Roberto. Cuando me vio, por supuesto que no me reconoció. Lo primero que preguntó fue: “¿Qué cojones hace una chinita frágil como tú en un lugar como este?” Luego dedujo que me había escapado de casa y me ofreció unirme a su círculo.

Kagome pronunció esa última frase con odio, era como si quisiera estrangular a la persona que años atrás se las había profesado.

Sesshomaru ni soñó con interrumpirla.

>>Cuando le dije quién era, me miró y se echó a reír, luego me preguntó qué diablos quería —Kagome se apresuró a recuperar el control, el tono de su voz se hizo más suave—.
Todavía recuerdo su mirada. Sus pupilas eran del tamaño de un alfiler, probablemente drogada con CK o HN. Respondí que solo quería conocerla y ella volvió a reírse. Cuando paró de reír, preguntó si no le había llevado algo de dinero, que yo parecía una “riquita de papi y mami”.

El labio de Kagome se torció y mostró los dientes durante una milésima de segundo a la luz del atardecer.

≥>Reaccioné instintivamente. Puro y simple instinto. ¿Qué más podría haber hecho frente a esa mujer que se reía de mí, de su hija? Yo había ido a conocerla y, en cambio, ella se burló de mí…

El timbre repentino de un teléfono celular interrumpió el monólogo de Kagome.

Sesshomaru se sacudió en su silla como una rana que acababa de ser golpeada por una descarga eléctrica, debido al ruido inesperado.

Kagome se apresuró a recoger su bolso del suelo y hurgar en él hasta que sacó un teléfono celular de última generación.

—¿Sí? —respondió profesionalmente mientras lanzaba una mirada tensa a Sesshomaru—. No es posible —añadió entonces, mirando al suelo, con sus ojos café muy abiertos—. Enseguida estaré allí —declaró y con esas palabras, terminó esa breve conversación y se levantó de un salto.

>>Lamento tener que terminar nuestra sesión aquí, doctor, pero desafortunadamente se me presentó una emergencia —explicó con una sonrisa convincente de disculpa.

Sesshomaru asintió más por la sonrisa que por la disculpa.

—Descuide —dijo Sesshomaru en un tono monótono y distante, su mente se detuvo en el instante en que la joven de dieciocho años conoció a su madre tóxica y prostituta, imaginando a esa chica elegante y frágil con la misma mirada furiosa que poseía la mujer que ahora estaba parada frente a él.

Sesshomaru se pasó el resto del día pensando en la historia que Kagome le había contado, su obsesión con dicha confesión fue tan exorbitante, que incluso soñó con ella.

En sus sueños la historia de Kagome tenía varias conclusiones. La más terrible, la que lo despertó en medio de la noche, fue la imagen de la chica de dieciocho años cortando el cuello de una mujer, lo más asombroso, fue que en vez de sangre, lo que salía de la herida de la mujer era un polvo blanquecino.

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