No tan bienvenido

Como Naomi había sugerido, Sesshomaru le había dejado el llamativo Audi de Kagome y, para buscarla, había decidido utilizar otros medios, que no fuese el potente coche registrado a su nombre.

Ningún medio de transporte, como el tren o el avión, que, según Naomi, a quien le había contado su conversación con el agente del FBI, eran fácilmente rastreables.

Para salir de Martha's Vineyard le había ofrecido llevarse su Mercedes, diciéndole que de todos modos no lo utilizaba y que, en cualquier caso, consideraba aceptable el cambio por el Audi.

El coche de Naomi era un sedán último modelo registrado a nombre de una tal Penélope Vicent, nombre que resultaba falso al oírlo. También recomendó tener cuidado y no correr demasiado, de lo contrario seguramente alguien tomaría en cuenta su prisa.

A las ocho de la mañana después de su llegada a Martha's Vineyard, Sesshomaru abandonó la isla con un Mercedes gris metalizado y un destino claramente grabado en su cabeza y en el mapa:

El Paso, Texas. Tercera salida de la autopista número nueve, a casi ochenta kilómetros al oeste de la ciudad.

Naomi le había comentado que, en esa zona, Kagome sería el ser vivo más grande que podría encontrar después de un coyote.

Recorrió esos kilómetros que lo separaban de Kagome en cuatro días y, cuando llegó a El Paso, era de noche.  Y él, en su nuevo y elegante auto, olía a sudor y a la comida picante que había comido la noche anterior, después de haberse detenido en un restaurante mexicano de mala muerte en la frontera de Texas y Oklahoma.

Podría haber llegado tarde en la noche o al amanecer, y eso ciertamente haría que su corazón ahora no hiciera nada más que latir salvajemente por la impaciencia de reunirse con el de ella. Mas Ignorando ese sentimiento apremiante, alquiló una habitación en un pequeño, pero modesto motel en las afueras de El Paso, pagando un significativo extra al gerente de claro origen nativo americano para que no anotara su nombre y su habitación en el registro.

El hombre asintió y sonrió, agradeciéndole con un breve movimiento de cabeza.

Esa noche, Sesshomaru durmió soñando que Kagome al verlo llegar en lo que no era su auto, lo sacaba a punta de pistola de la alegre casita que había construido en el desierto, gritándole que volviera en su auto, amenazándolo con matarlo si no lo hacía.

Se levantó a las cinco de la mañana con la frente empapada de sudor. Se secó la frente con el antebrazo, aun jadeando por la terrible pesadilla que había plasmado en sus terribles imágenes su mayor miedo; ue ella lo echara, espantándolo como si de una alimaña se tratase.

Muchas veces se había detenido a reflexionar que la posibilidad de que ella lo rechazara no era del todo remota, esa aterradora eventualidad estaba perfectamente dentro del rango de acciones impredecibles de las que Kagome era capaz. Estaba perfectamente consciente de ello.

Sin embargo, nunca se detuvo a pensar en lo que haría una vez que ella le dijera que ya no lo quería y desapareciera de su vida para siempre. A decir verdad, ni siquiera se había molestado en encontrar una solución a ese problema, probablemente se habría disparado en la cabeza con su arma. Ese era el único camino que estaba dispuesto a recorrer sin ella.

Aunque apenas empezaba a salir el sol, decidió no sentir sueño y, no queriendo retrasar más su cita con el destino, inmediatamente corrió al baño a darse una ducha.

Dejó que el agua caliente corriera sobre él, quedándose quieto bajo el chorro, tratando de borrar de su mente las imágenes de la pesadilla que aún lo atormentaba. Cuando el agua empezó a enfriarse, salió de la ducha y se cubrió las caderas con la toalla de cortesía del motel. Pasó frente al espejo y, por el rabillo del ojo, vio su reflejo.

Sorprendido, volvió sobre sus pasos y se detuvo delante a la imagen de sí mismo.

Frente a él se encontraba un hombre alto, de cabellos plateados, rostro terso y nariz recta; con dos ojos de color dorado profundo con formas felinas que se teñían de marrón en el borde del iris, adornados con cejas igualmente plateadas que seguían la forma de la amplia frente, dando a su mirada una intensidad poco común.

La pronunciada barbilla de hombre adulto, enteramente cubierta por una espesa barba, que cubría sus finos labios, dándole una apariencia desaliñada que lo hacía diez años mayor.

A pesar de su belleza, el rostro delgado y desesperado, debido al estrés y el poco descanso, era la perfecta coronación del resto de su cuerpo que, gracias a los kilos perdidos en esos meses, le otorgaba un aspecto amenazador.

Los músculos de su pecho y abdomen resaltaban orgullosos bajo la piel nívea, ya no oprimidos por esa fina capa de grasa que usualmente los cubría, haciendo que su cuerpo pareciera más atlético de lo que realmente era.

Sonrió orgulloso, mientras se miraba en el espejo, preguntándose si Kagome apreciaría los cambios. Probablemente, no le habría gustado la barba.

Casi en piloto automático, tomó la muestra de crema de afeitar y la navaja que le ofrecía el motel, dejadas a la vista junto al lavabo, y decidió afeitarse.

Sacudió el pequeño frasco blanco de crema de afeitar y vertió el contenido en su mano derecha, que luego usó para esparcir la espuma por toda su barbilla. Finalmente, con precisos y delicados movimientos de la navaja, se quitó esa barba de meses y los sueños rotos, las esperanzas, las pesadillas y la desesperación.

Cuando terminó y su rostro mostró sus verdaderos años, sonrió al reconocerse en el hombre que lo miraba desde el espejo. Era realmente un hombre guapo y atractivo, alardeaba un poco de ello.

Se enjuagó la cara para quitarse los restos de espuma, decidiendo no utilizar la loción barata para después del afeitado que le ofrecía el motel.

Cuando salió de la habitación, vestía unos jeans, una camiseta blanca y una chaqueta de cuero negra. Ropa sencilla, adecuada para quienes quieren pasar desapercibidos, pero con estilo.

Con su vieja bolsa de deporte colgada del hombro, bajó a la recepción para pagar la cuenta. El hombre de la noche anterior casi no lo reconoció sin barba, pero cuando lo hizo, le sonrió, entregándole la cuenta.

—¿Hacia dónde se dirige? —quiso saber el hombre, mientras el viejo cajero escupía lentamente el recibo.

—Hacia el desierto —respondió Sesshomaru simplemente.

El hombre lo miró de reojo.

—¿Con ese auto? Créame, cuando regrese estará en bastante mal estado.

Sesshomaru se encogió de hombros con un gesto indiferente.

—Quién sabe si volveré —replicó y el hombre le dirigió otra mirada escéptica.

—¿No quiere desayunar?

Taisho meneó la cabeza mientras le entregaba dos billetes de veinte.

—No, gracias. Tengo mucha prisa. Quédese con el cambio —dijo antes de darle la espalda.


                                *

El aire caliente del desierto se filtraba en el coche por las corrientes de aire de las puertas y las rejillas de ventilación del salpicadero. El potente aire acondicionado del Mercedes poco podía hacer para combatirlo, logrando apenas crear una agradable brisa fresca.

Sin embargo, Sesshomaru parecía no sentir el calor infernal que hacía, su mente estaba completamente concentrada en seguir el difícil camino de tierra que lo guiaba a su destino.

El nativo americano tenía toda la razón respecto al coche. No estaba hecho para ese tipo de carreteras y la suspensión, los amortiguadores y la pintura probablemente serían los primeros en pagar el precio de su trayectoria.

Frente a él, miles de kilómetros de desierto texano con los clásicos cactus y arbustos, abrasados por el sol de las diez de la mañana que no se ahorra a pesar de que acababa de comenzar su jornada laboral. El horizonte claro y parpadeante se extendía más allá de lo que sus ojos podían ver, prometiendo nada más que calor y arena.

Había salido de la autopista una hora antes y de la accidentada carretera provincial número nueve hacía media hora. Había seguido las instrucciones de Naomi al pie de la letra, pero todavía no había nada ante sus ojos más allá del árido paisaje.

Estaba a punto de agacharse para volver a comprobar el mapa del condado de El Paso extendido en el asiento del pasajero, cuando un destello llamó su atención.

A lo lejos, había algo artificial que había atraído los rayos del sol, reflejándose para crear ese resplandor cegador y breve. Inmediatamente, agudizó su mirada y fue recompensado con la visión de un punto más oscuro en relieve, a casi diez millas de su posición que, para asegurarle que en realidad era real y no una alucinación, debido al calor, volvió a brillar.

Con un entusiasmo renovado, pisó el acelerador, decidido a descubrir qué era ese punto.

A medida que pasaban los kilómetros bajo las ruedas del coche, Sesshomaru reconoció en aquel punto la forma de una caravana, que poco a poco fue haciéndose más y más grande, hasta revestirse de metal y poder identificarse como una de las que estaban de moda en los años sesenta de forma cilíndrica con una antena parabólica en la parte superior.

El coche se acercaba a los ciento treinta kilómetros por hora cuando, ya a menos de un kilómetro del remolque, escuchó un extraño sonido y el espejo retrovisor del lado del conductor explotó.

—¡¿Qué carajos…?! —exclamó corrigiendo el pequeño derrape del coche, pero continuando a pisar el acelerador.

Ya el antiguo remolque se encontraba a menos de trescientos metros, cuando otro resplandor siniestro brilló desde una de sus pequeñas ventanillas.

Nuevamente, se escuchó otro estallido y el faro del coche explotó en mil pedazos.

—¡¿Qué carajo está pasando?! —se preguntó mientras detenía el auto.

Antes de que pudiera salir, en el momento exacto en que abrió la puerta, se escuchó otro golpe en el parabrisas del cual abrió se un agujero gigante en el costado del asiento del pasajero.

Instintivamente, Sesshomaru escondió su cabeza entre sus brazos, protegiéndose de los fragmentos de vidrio voladores, que afortunadamente solo arañaron ligeramente su antebrazo derecho.

—¡¡Sal del auto con las manos en alto o la próxima bala irá directo a tu cabeza!! —gritó una voz femenina.

Sesshomaru la reconoció de inmediato. La alegría superó momentáneamente su terror y se encontró luchando contra el impulso de salir del auto y correr hacia ella con los brazos extendidos. Afortunadamente, recuperó el sentido lo suficientemente rápido como para darse cuenta de que si realmente lo hubiera hecho, ella le habría disparado.

—¡¡Contaré hasta cinco, si no sales desarmado y con las manos claramente visibles, dispararé directo al motor!! ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres!…

—¡¡Kagome, soy yo!! —exclamó Sesshomaru, abriendo la puerta del auto y saliendo a la calurosa mañana del desierto con los brazos en alto y las manos claramente visibles.

El silencio y una ráfaga de viento abrasador lo recibieron. Entonces, la puerta del remolque se abrió y ella apareció desde su oscuro interior con un rifle de francotirador en sus manos y… algo más:

Su vientre, normalmente plano y terso, estaba hinchado como si hubiera escondido una sandía madura debajo de la camiseta sin mangas que llevaba.

Fríamente, Kagome tomó su rifle y apuntó.

Sesshomaru permaneció quieto, su mente enfocada en el vientre abultado de la mujer.
Ni siquiera se dio cuenta de que ella bajó el arma al reconocerlo y que, a pesar del lastre que había puesto en su frente, comenzó a marchar hacia él con pasos ligeramente oscilantes y decididamente poco elegantes.

—¿¡Qué diablos viniste hacer aquí!? —gritó, arrastrando el rifle detrás de ella.

Sesshomaru no prestó atención a aquella pregunta que parecía perseguirlo durante los últimos meses, permaneció congelado en su lugar, su mirada y su mente congelada a pesar del calor.

Cuando Kagome llegó a su lado, lo ignoró completamente, abrió el capó del auto, dándole una breve mirada antes de llevar su brazo hasta el codo y tirar de algo hasta que escuchó el sonido de algo rompiéndose. Luego, satisfecha, sacó la mano y volvió a mirar al psicólogo con ambas cejas arqueadas.

—¿Puedes responder la pregunta?—demandó una vez más en tono ciceante.

Todavía en trance, Sesshomaru señaló su vientre con un dedo tembloroso.

—¿Qué es eso? —tartamudeó y Kagome bajó el rostro para examinar su vientre, buscando una mancha o un residuo de tierra. Cuando se dio cuenta de que en realidad se refería a su vientre, levantó la barbilla con molestia.

—Anoche comí comida picante, creo que se me hinchó un poco el estómago —respondió sarcásticamente entonces, al notar que él la miraba desconcertado, extendió los brazos—. ¿Qué crees que es? —agregó, obviamente molesta.

—¡No puede ser!…

—¿Quieres que te cuente la historia de las abejas y la flor o prefieres ir a lo clásico y hablar de cigüeñas?

Sesshomaru la ignoró y frenéticamente comenzó a hacer algunos cálculos en su mente. No habían tenido intimidad desde enero, así que, haciendo todos los cálculos, todavía faltaba un mes para el nacimiento, el bebé era…

—No lo pienses mucho, Sesshomaru. Es tuyo —respondió con aire tranquilo, acariciando su gigantesca barriga con sus dedos—. Creo que debí haber escuchado a Naomi, ¿sabes? Pero las cosas correctas por hacer siempre te llegan en retrospectiva —reflexionó con calma bajo la mirada incrédula del psicólogo.

Kagome. Embarazada. Las dos cosas no concordaban.

—Kagome, yo… —comenzó a decir, tratando de expresar con palabras lo que rondaba en su pecho, pero ella lo interrumpió, mirándolo fijamente.

—Sería mejor que te fueras —dijo fría y lacónicamente.

Por un momento, Sesshomaru pensó que estaba hablando con esa mujer que se hacía pasar por Clairet Jefferson nuevamente

—¿Qué dijiste?—preguntó incrédulo.

Ella ladeó levemente la cabeza y continuó mirándolo apáticamente.

—Este no es lugar para ti, regresa a Nueva York —recalcó en tono gélido.

Fue ese destello de ira causado por sus palabras lo que lo hizo volver a la tierra. Su peor pesadilla estaba cobrando vida ante sus ojos, pero nunca imaginó que, una vez que se encontrara frente a ella, sentiría ira y no miedo.

—¡No iré a ninguna parte! —declaró él con un tono de amenaza que Kagome inmediatamente percibió, mirándolo con expresión de shock y sorpresa.  No se esperaba tal respuesta de él.

>>¿De verdad crees que después de saber que esperas nuestro hijo, me iré? ¿Qué te dejaré tomar a este niño para criarlo lejos de mí? ¿Permitir que ambos vivan lejos de mí?— preguntó, moviendo lenta y amenazadoramente esos dos pasos que lo separaban de ella. No volvería a dejarse arrastrar por decisiones ajenas. Ya no era esa persona.

Sus ojos coincidían con los de ella, dominándolos con esa nueva fuerza ardiente. En ese momento solo quedaba el vientre de Kagome manteniendo sus rostros a distancia.

>> Llevo siete meses buscándote y ¿de verdad crees que ahora, solo porque tú me dices que me marche, seguiré tus órdenes y desapareceré de tu vida? ¡Creo que hiciste mal tus cálculos; porque no pienso irme! —gruñó y su mirada se endureció aún más cuando Kagome parpadeó en rápida sucesión, asombrada.

>>Solo hay una manera de deshacerse de mí, cariño—, dijo sarcásticamente—. Y sería tomar de nuevo el rifle y dispararme directo a la cabeza —finalizó, bajando elocuentemente la mirada hacia el arma que ella sostenía sobre su hombro.

Kagome también miró el rifle, como si en realidad estuviera contemplando deshacerse de él con una bala.

>>Estoy aquí porque quiero respuestas, porque te amo Kagome. ¿Por qué te fuiste? —preguntó, haciendo que soltara el rifle, para luego acercarla hacia él, jadeando de sorpresa cuando el vientre de ella hizo contacto con su cuerpo.

Ella no intentó liberarse de su agarre, pero evitó sus ojos, agachando la cabeza y mirando el suelo árido y tostado por el sol a sus pies.

>>¡Respóndeme! ¿¡Por qué te fuiste!? ¡¿Por qué no me hablaste del bebé?! —le gritó en la cara, agarrando su barbilla para obligarla a mirarlo. Fue cuando sus ojos marrones se encontraron con los de él, que ella se liberó de su agarre con un fuerte tirón.

—Tuve mis buenas razones. ¿¡No crees!? —, siseó como respuesta—. Mi padre fue asesinado, estoy en la lista negra de su asesino y estoy embarazada. No pensé que fuera necesario un desfile en Times Square para celebrar el evento, ¿qué dices?— gruñó como respuesta. Su sarcasmo sirvió para herirlo y alejarlo, una especie de protección de lo que significaba su presencia.

—Al menos pudiste haberme avisado. ¡No sé, una llamada o un mensaje, algo!

Kagome se echó a reír.

—¡Claro! Debí llamarte y decir:

“Oye, Sesshomaru, ¿sabes las náuseas que tenía todas las mañanas? Bueno, descubrí a qué se debía; estoy embarazada. Ahora que sabes esto, te ofrezco mis más sinceras condolencias, porque hay pocas posibilidades de que este niño nazca y que seas padre, dado que un ¡killer me busca para matarme! Y, tal vez, dado que la barriga sigue creciendo mes tras mes, cuando me encuentre, probablemente logre dispararme sin siquiera empeñarse, ¡ya que me habré convertido en un globo aerostático!” —Kagome gritó la última frase llena de ira.

Sesshomaru la miró asombrada. Nunca hubiera creído que ella pudiera tratarlo así, no con la clara intención de herirlo y hacerlo sentir como un idiota. Claro, habían discutido antes, pero ella nunca lo había mirado con esa mirada.

Sus ojos ocultaban algo oscuro y profundo, más allá de la ira que calentaba sus iris color chocolate. Y cuando finalmente reconoció de que se trataba, Sesshomaru solamente pudo sorprenderse.

Lo que Kagome escondía, lo que intentaba no mostrar, era miedo. Un terror ciego que se mezclaba con la ansiedad y la ira que hervían a fuego lento en su corazón, hirviendo detrás de sus ojos. Ahora era como un animal herido que, escondido en su guarida para lamerse las heridas, gruñía y mordía a todo aquel que se acercaba demasiado a su cueva, sin molestarse en distinguir a los amigos de los enemigos.

—Pude haberte ayudado. ¡Puedo ayudarte! —dijo con amargura.

—Sí, olvidé que en realidad eres un francotirador despiadado. Dime, cuando llegue Sango, ¿qué le harás, la psicoanalizarás hasta la muerte? —preguntó sonriendo como un tiburón, atacando ciegamente, segura de que sus estocadas lo lastimarían, sin darse cuenta de que sus mordaces palabras en realidad ni siquiera hicieron mella en su armadura.

Sesshomaru la miró sonriendo y suspiró con mirada aburrida.

—¿De verdad crees que me iré? Se te da tan bien herir con palabras como hacerlo con una pistola, pero conmigo no funciona.

Fue entonces cuando ella espetó; con un giro experto de su brazo, tomó su rifle nuevamente, apuntando el poderoso cañón del arma a su pecho.

—Vete, Sesshomaru, o te mato yo misma — siseó ella, mirando su corazón en lugar de sus ojos, tal vez imaginando cuando su bala lo destrozaría.

—¡Entonces hazlo, mátame! ¡Hiciste todo lo que pudiste para atarme a ti, entraste a mi vida casi a la fuerza, y ahora que ya no me quieres, que solo soy un estorbo en tu camino, la muerte es la única manera de alejarme de ti! ¡Mátame, mi corazón, mi alma, todo en mí te pertenece!— respondió y cerró los ojos, como si realmente estuviera esperando el golpe mortal.

Pasaron largos y calurosos segundos en los que lo único que se podía escuchar era el viento soplando por el desierto y la respiración lenta y uniforme de Sesshomaru, siguiendo un ritmo tranquilo y soñoliento, como si estuviera durmiendo.

Esos largos y cálidos segundos, se convirtieron en minutos, hasta que abrió los ojos.

Kagome había bajado su rifle y lo miraba enojada.

—¿Quieres un vaso de zumo de frutas? —le preguntó como si nada hubiese pasado.







¡Ta daaann!

¡Gracias por ler!

Quiero agradecer a AbbyTaisho por las hemosas imagenes, gracias ella tenemos nueva portada, también hay una imagen de Kag embarazada, pero la dejaré para el  próximo capítulo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top