Negación
Los rascacielos brillaban tenuemente a la luz del atardecer, el cristal resplandecía como cientos de espejos de oro rojizo cuando los iluminaba la última luz del día. Una visión mágica, que le daba al frío paisaje de la ciudad un toque etéreo y de cuento de hadas.
Era uno de los raros días en que la puesta de sol en Nueva York era realmente una vista magnífica, especialmente desde el edificio donde trabajaba, sin embargo, Sesshomaru ignoraba la costosa vista.
Inmóvil en la ventana, miraba los coches pasar. El ir y venir de personas desesperadas por regresar a casa, las voces subidas de tono y el rumor de los autos, formaban una maraña de estruendos desagradables. Taisho incluso podía escuchar el sonido de las bocinas a pesar de la ventana de doble vidrio.
Se preguntó si el retraso de Kagome se debía al tráfico, pero fue un pensamiento pasajero. Se alegró de que la mujer no hubiera llegado todavía. Habían pasado tres días desde su breve llamada telefónica y, por mucho que le costara admitirlo, había pensado mucho en ella durante esos días.
Miles de preguntas se agolpaban en su mente y muchas de ellas conciernen a aquella mujer altiva y fascinante que ahora comenzaba a morar en sus sueños. La noche anterior, había soñado con hacer el amor con ella en su estudio, justo en el sofá donde acomodaba a todos sus pacientes, incluida ella. Freud podría haber tenido una o dos cosas que decir al respecto, pero él ciertamente no lo habría escuchado.
Aunque hacía tiempo que se había dado cuenta de que se sentía atraído por esa mujer, se negaba a admitir que la suya era una atracción sexual. Bueno, al menos no del todo. Era un eufemismo decir que el cuerpo de Kagome Higurashi era lo único que le importaba. Su mente podía ser mucho más excitante que su cuerpo, solo bastaba recordar el brillante y siniestro psicoanálisis de su última sesión para sentir ese extraño ardor en la boca del estómago. Deseaba poder abrir esa linda cabecita y echar un vistazo a su contenido para poder ver qué misterios había dentro.
—¡Doctor! —La tímida voz de Rin (como siempre) lo distrajo de sus pensamientos.
Sesshomaru se giró hacia su voz. La encontró parada junto a la puerta, observándolo con el rostro sonrojado y aire avergonzado.
Rin era una chica menuda, con un cuerpo pequeño, esbelto, casi juvenil y una melena castaña que apenas le llegaba al cuello. No se podía decir que fuese poco atractiva. Pero nunca se había sentido especialmente atraído por su rostro ovalado y dulce, un rostro infantil hecho para sonrojarse provocativamente con una falsa ingenuidad sensual.
—¿Sí, Rin? —Preguntó Sesshomaru dedicándole una pálida sonrisa solo para que se le pasara el sonrojo, pero no funcionó, ya que la chica terminó sonrojándose aún más.
—La Srta. Jefferson está aquí, doctor. ¿Puedo decirle que entres?
—Por supuesto. Puedes irte a casa si quieres. Yo me encargaré de cerrar el estudio.
La joven asintió y, tras desearle buenas noches, salió del estudio sin hacer ruido. Pero los tacones de Kagome resonaron con fuerza entre las paredes, anunciando su llegada.
Llevaba un tailleur negro combinado con un pantalón pitillo de alta costura. La camisa que vestía era blanca y sencilla, con las mangas arremangadas hasta los codos. Sobria, pero formal. En general, parecía una mujer de negocios recién salida de una reunión importante y agotadora.
—¡Buenas noches, doctor! Disculpe la demora. —Saludó con tono serio, mientras tomaba su lugar en el sofá.
Natural y completamente relajada, desató el apretado moño que sujetaba su cabello, dejándolo caer sobre sus hombros en rebeldes ondas azabaches.
Sesshomaru lo observó atentamente. A pesar de su aire serio de empresaria, Kagome se veía más sensual que de costumbre. Tal vez por ese botón que faltaba y que abría demasiado el escote de su camisa, su cabello, ahora libre y salvaje, o quizás el aspecto formal suyo, lo que la hacía tan atractiva, despertando en él la idea de una buena sesión de sexo en la oficina.
«No, no tendrás ese tipo de pensamiento sobre un paciente tuyo. Una mujer que probablemente padezca algún trastorno mental, sea lo que sea. Y por eso acudió a ti. Quiere que la ayudes, y lo harás, eres su psicólogo, nada más».
Aquellas palabras susurradas en su mente sirvieron a Sesshomaru para encauzar sus pensamientos y, con una sonrisa afable, tomó asiento en su silla, apoyando su habitual libreta en su regazo.
—No hay problema. Sé que venir aquí a esta hora a veces puede ser un poco complicado. —Respondió Sesshomaru, sin mirarla a los ojos.
—A veces lo es. —Concordó Kagome.
Sesshomaru sintió sus ojos chocolate sobre él. No quería decirse a sí mismo que debía ser valiente, no tenía que ser valiente para hacer su trabajo.
—Entonces… ¿De qué hablaremos hoy, Kagome? —Preguntó, levantando la vista de su cuaderno hacia ella. Sus sospechas se confirmaron. Ella lo estaba mirando fijamente.
—¿Usted qué sugiere, doctor? —Respondió ella con otra pregunta, sus fríos ojos café nunca se apartaron de los de él ni por un segundo, para nada avergonzada por haber sido atrapada in fraganti espiándolo.
—Podría hablarme sobre su adolescencia.
Kagome suspiró y se recostó en el sofá, volviendo la cara para mirar el techo sobre ella.
Para Sesshomaru fue como volver a respirar después de un largo período de apnea.
Pasaron varios minutos, lo suficiente como para que finalmente el psicólogo pensara en hacerle algunas preguntas alentadoras, pero la paciente se le adelantó:
—Quiero hablar de mi padre. —Declaró ella, tras una larga reflexión.
Taisho simplemente asintió y guardó silencio.
—Cuando fui a vivir a su casa, simplemente me sorprendió lo que vi —dijo con una sonrisa—. En el poco tiempo que había estado con los Baker había visto cómo era una familia y cómo vivía la gente común. Había leído mucho sobre ellos en el orfanato, tenía curiosidad, quería saber cómo era la vida fuera del dormitorio que compartía con tres putas. —El desprecio dobló los labios de Kagome al mencionar a sus compañeras de cuarto.
«Gente normal» Pensó Sesshomaru.
¿Cuáles terribles complejos de inferioridad habitaban en el alma de esa pobre muchacha?
>>Cuando me dejó entrar a su casa, simplemente me quedé sin palabras. Era la primera vez que veía un departamento y no podía creer que una casa que estaba encima de otra pudiera ser tan grande. Había un piano de esos que hasta ese día solo había visto en las películas, y una biblioteca, una cocina enorme y… un dormitorio para mí sola.
En su radiante sonrisa, Sesshomaru creyó ver a la niña que había estado admirando en mudo asombro todas esas comodidades comunes por primera vez.
>>Fue el dormitorio el que más me sorprendió—, continuó Kagome—. Cuando mi padre me llevó allí, estaba blanco y vacío, completamente desprovisto de muebles. Me dijo que, como esa era mi nueva casa, yo tenía derecho a decidir cómo sería mi dormitorio y de inmediato me llevó a la primera mueblería que encontramos al salir de su edificio.
Kagome se echó a reír, una risa sincera y despreocupada, como una chica de dieciséis años que va de compras. Sesshomaru estaba hipnotizado por ese sonido.
>>Más tarde ese día me llevó a comprar ropa nueva, suficiente para llenar el guardarropa nuevo, también fuimos a un centro de belleza para que me cortaran el pelo —en ese momento, Kagome sonrió una vez más—. Hasta ese día las educadoras del orfanato me habían obligado a atarlos en una trenza para no tener que cortarlos, mi padre, sin embargo, dijo que de esa manera yo parecía, una antigua sacerdotisa amargada deprimida.
Kagome suspiró y el silencio cayó sobre ellos.
Sesshomaru se aclaró la garganta, antes de proceder con la siguiente pregunta.
—¿Cómo es su relación con su padre actualmente?
Kagome volvió a ponerse seria.
—Es la única persona que he amado en mi vida, es toda mi familia.
—No ha respondido a mi pregunta. —Señaló Sesshomaru.
—Mi padre es una persona muy difícil de describir, pero lo amo, a pesar de sus defectos. Desde el día que me llevó a su casa nunca lo dejé y traté de hacerlo sentir orgulloso de mí. Siempre he permanecido cerca de él y con mi vida trato de agradecerle por haberme elegido como su hija.
Aunque decía ser atea, Kagome tenía un concepto muy específico de, “honrar al padre”.
—¿Y ha tenido éxito en su objetivo?
Kagome sonrió y su mirada vagó por la habitación.
—No puedo saber qué tipo de hija quería mi padre, nunca me lo dijo. Solo puedo decir que he aprovechado al máximo todo mi potencial y habilidades para ser quien soy ahora y sé que está orgulloso de mí.
—Hija perfecta. —Esa frase se le escapó al psicólogo antes de que pudiera detenerla. Kagome volvió a sonreírle una vez más, pero esta vez su sonrisa era traviesa, oscura y espeluznante.
—Por mi padre traté de sacar lo mejor de mí, doctor, pero no puedo intentar ser lo que no soy. —Respondió ella y el silencio volvió a caer en la estancia.
«No puedo ser lo que no soy». ¿Qué quiso decir con esa frase? Quién era ella realmente.
>>Después de los primeros tres meses en su casa, leí gran parte de los libros de su biblioteca y aprendí a vivir en el mundo —la chica comenzó hablar nuevamente como si no hubiera habido interrupción y Sesshomaru casi saltó en su silla cuando su voz cortó el silencio, pero se apresuró a volver a centrar sus pensamientos en sus palabras—. Mi padre había pensado en hacerse cargo de mi educación y me preguntó si un profesor particular me vendría bien para terminar mis años de secundaria. Pero rechacé. Estuve encerrada en una institución la mayor parte de mi vida, así que le dije que quería ir a una escuela normal.
—¿Cómo fue tu experiencia allí?
—¡Vaya, Doctor! ¡Hoy realmente está tratando de demostrar que su título no fue comprado!
El sarcasmo de la mujer hirió mucho a Sesshomaru, más de lo que esperaba, pero trató de mantener su expresión neutral.
—¿Qué quiere decir? —Cuestionó él arqueando una ceja.
Kagome le dedicó una sonrisa traviesa.
—No quiero muros entre usted y yo, doctor. Le dije por qué lo elegí y ahora necesito que también sea mi amigo, ¿entiende? No quiero que se esconda detrás de la clásica imagen de un psicólogo anticuado para protegerse de mí.
El corazón de Sesshomaru dio un vuelco. ¿Cómo se había enterado?
—No me escondo. —Rebatió en voz alta.
—En este momento acaba de construir todas sus defensas contra mí, doctor. Un tipo de defensa que se llama, (negación). —Evidenció ella.
—¡No es cierto! —Protestó nuevamente Sesshomaru, antes de darse cuenta de que lo había vuelto a hacer—. Quise decir, ¿de qué me estoy escondiendo y protegiendo exactamente?
—De la atracción que siente por mí.
El silencio cayó sobre el estudio por tercera vez y Sesshomaru tuvo que acordarse de cerrar la boca cuando sintió que el aliento salía directamente de su garganta.
—¿Cómo fue su experiencia en la escuela? —La pregunta de Sesshomaru no era más que una excusa para apaciguar la dificultad en la que se encontraba.
—Lo siento. —Se disculpó Kagome antes de iniciar a contar sus vivencias en la escuela—. Al contrario de lo que muchas otras personas puedan decir, la escuela secundaria pasó rápido para mí. La ventaja de asistir a una escuela privada y tener un apellido rico es que, decidas lo que decidas hacer, nadie se interpone en tu camino. Decidí, por así decirlo, ser la rara de la escuela para alejar a mis compañeros.
El bolígrafo de Sesshomaru marcó automáticamente las palabras:
“Comportamiento asocial e incapacidad para relacionarse con los demás.”
>>A decir verdad, no viví la escuela como todas las demás personas... No hice amigos y solo estudié. Creo que podría ser llamada nerd en todos los aspectos. ¿Tiene pacientes que eran nerds en la escuela, doctor? —Preguntó Kagome de repente.
Sesshomaru decidió satisfacer la curiosidad de su paciente, obviamente evitando comprometer la ética profesional.
—He sido un nerd y no estoy siendo tratado por ningún psicólogo.
Kagome asintió.
—De todos modos no parece un nerd —dijo Kagome deslizando la mirada por sus brazos y torso, admirando el esfuerzo de años de gimnasio y entrenamientos de boxeo.
—No siempre he sido así; cuando tenía dieciséis años, era extremadamente delgado y tropezaba con mis propios pies. Fueron muchas las burlas que recibí gracias al raro color de mis cabellos y mis ojos, me llenaban “el demonio desnutrido”. Me tomó años quitarme la imagen de nerd de mi espalda.
Kagome se echó a reír.
Ese día la joven parecía realmente feliz, Sesshomaru nunca la había visto sonreír y reír con tanta frecuencia.
—Me alegra que me haya confesado estas cosas doctor, se lo agradezco mucho... y por favor no se esconda más de mí —dijo con una sonrisa. Antes de que Sesshomaru pudiera contestar, se levantó ágilmente del sofá, tomó su bolso y se dirigió hacia la puerta—. Lo veo luego, doctor. —Se despidió, cerrando la puerta tras ella.
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