Naomi


Sesshomaru pisó violentamente el acelerador del Audi, haciendo rugir el motor por las magníficas calles de la rica ciudad de Chilmark, donde, entre villas gigantescas, se alzaban pequeñas casas con tablillas de madera blancas y contraventanas azules.

Daba la impresión de estar en la América de los años noventa.

En esa zona de la isla, el olor del océano era más intenso y, aunque impregnaba toda la isla, en esa zona parecía enriquecido por algún otro aroma que no lograba identificar, pero que, sin embargo, lo atraía.

Con cuidado de no atropellar a los niños que jugaban en las calles semi-desiertas; protegidos por la sombra de los grandes árboles que adornaban la calle y el cálido sol del final del atardecer, Sesshomaru revisó el número y los nombres de las calles, con cuidado de no perderse.

Finalmente, después de una larga y agotadora búsqueda infructuosa, desistió y decidió detenerse junto al jardín de una casa enorme, lo suficientemente grande como para llamarla “mansión”, donde unos niños jugaban béisbol en el jardín delantero.

Tocó la bocina dos veces y la vista del potente deportivo logró distraer al grupo de jóvenes jugadores.

—¡WOW! ¡Qué lindo auto, señor! —exclamó un niño, probablemente el líder de aquel pequeño grupo, por su edad y estatura. Con sus once años y su altura, sus amigos debían considerarlo un verdadero líder.

—Gracias, esperaba que pudieran darme alguna información, chicos —dijo Sesshomaru sonriendo, el chico mayor, el líder, asintió con aire confiado.

—Si claro, díganos —dijo, pero, en ese momento, se escuchó una puerta abrirse a lo lejos y una voz femenina gritar a todo pulmón:

—¡Davis, Tom! ¡Vuelvan a jugar en el jardín, muchachos! ¡No es seguro estar en la carretera!

El pequeño grupo de jóvenes se volvió hacia la fuente de la voz y todos inclinaron la cabeza y asintieron.

El niño mayor y otro más pequeño que compartía el mismo color de ojos y cabello que el anterior, marcharon hacia el patio diciendo a coro:

“Sí, madre”, mientras los demás simplemente respondieron, “sí, señora Davis”.

La mujer, una atractiva mujer de cuarenta años con falda y sandalias demasiado altas para ser ama de casa, le lanzó una mirada venenosa a Sesshomaru y, sin acercarse a él, le gritó:

—¿Necesitas algo?

Sesshomaru asintió.

—En realidad sí, señora. Creo que me he perdido, ¿podría ayudarme? —pidió, mostrando su mejor sonrisa de conquista.

La mujer, al ver el rostro y la amable sonrisa, se acercó al auto, notando por primera vez qué tipo de auto era.  Le dedicó una brillante sonrisa salpicada de hoyuelos mientras se inclinaba sobre la ventanilla del pasajero para poder mirarlo a la cara.

—Por supuesto —respondió ella en tono amable, ahora convencida de que no era una amenaza.

—Gracias, ¿podría decirme cómo llegar a Wequobsque Road?

—Nada más fácil; ahora simplemente debe hacer un giro en U y tomar la primera salida a la izquierda. ¿Busca una casa en particular? Los números de las casas están colocados de forma bastante arbitraria en esta zona, no me gustaría que se perdiera otra vez —respondió la mujer con una sonrisa demasiado amigable.

Ahora se encontraba apoyada sobre los codos en la puerta del auto, seguramente consciente de que estaba ofreciendo la visión más completa del hueco de sus senos aún llenos y firmes, dejados voluntariamente al descubierto por el abundante escote de la camiseta sin mangas que llevaba.

—Estoy buscando la casa número 408. ¿Sabe de qué casa estoy hablando?

La mujer le devolvió la sonrisa y asintió lentamente.

—Por supuesto; es la última casa de la calle, y también es una de las más caras, está a unos diez metros de la playa. Para llegar tiene que recorrer todo el largo de Wequobsque Road sin tomar ningún desvío. Escuché que se la vendieron hace unos meses a una señora mayor. Si quería comprarla creo que es demasiado tarde —respondió la mujer con tono arrepentido, Sesshomaru le sonrió una vez más y negó con la cabeza.

—No, no estoy aquí para comprarla. ¡Estoy visitando a una tía que enviudó recientemente y he venido a consolarla! ¡Resulta que soy su sobrino favorito! —dijo pícaramente, viendo la expresión arrepentida de la mujer tornarse entusiasta y luego traviesa en el espacio de tres segundos exactos.

—¡¡Oh, qué afortunada ha de ser su tía!! Si piensa quedarse por un tiempo, debe saber que conozco muy bien la zona y que puedo darle un recorrido panorámico que no olvidará fácilmente —respondió la mujer, dedicándole una mirada lasciva a su interlocutor que era imposible no entender el mensaje que acababa de enviarle.

Debido al comportamiento insinuante y la inclinación a pensamientos evidentemente inmorales de la mujer, Sesshomaru dedujo que seguramente se trataba de una madre divorciada con varios años de insatisfacción sexual. Alguien fácil de manipular, la presa ideal para muchos depravados.

Pero él no estaba allí para psicoanalizar las fantasías de una milf necesitada, ya había obtenido la información que le servía, también había creado la distracción perfecta para no ser considerado un forastero sospechoso, ahora era el momento de continuar con su búsqueda.

—Bueno, creo que lo pensaré, ¿señora...?

—Jenna. Jenna Davis. Piénselo y sepa que no se arrepentirá, ¿señor…? —preguntó la mujer, usando el mismo truco que él había utilizado con ella para preguntarle su nombre.

—Ken Corson —respondió con una sonrisa maligna que la mujer debió interpretar como una sonrisa traviesa, ya que empujó su pecho hacia adelante solo para que él pudiera apreciar la vista del escote insinuante que le ofrecía.

—Muchas gracias, señora Davis, y sepa que realmente tengo la intención de recompensar su generosa amabilidad. Hasta pronto —dijo y la mujer se levantó y asintió con mirada decidida.

—Cuento con ello, Sr. Corson. Nos vemos pronto.

Sesshomaru sonrió divertido. El agente Corson se llevaría una agradable sorpresa de su parte.

                                      *

La charla con la ama de casa desesperada no había puesto a Sesshomaru de tan buen humor como esperaba. La tensión impregnaba cada uno de sus músculos y, aunque había prometido no hacerlo, aún tenía depositada una infinita cantidad de esperanza de encontrar a Naomi.

El Audi rugió todo el camino, cubriendo rápidamente los últimos metros que lo separaban de su meta.

Cuando se detuvo, el coche hizo un ruido profundo antes de tomar el camino de acceso a una gran villa en medio del campo, con un enorme porche y ventanas gigantescas.

Bajó del auto lentamente, disfrutando de la vista frontal de la casona, la cual tenía el número de la casa pintado en letras a un lado de la pared que protegía los parterres colocados bajo los grandes ventanales de la fachada.

—¡¿Hay alguien ahí?! —gritó mientras subía los escalones que conducían al porche.

Nadie respondió.

—¡¿Hay alguien en casa?! —llamó a la puerta tres veces, esperando que alguien abriera. Le tomó tres golpes más antes de escuchar ruidos provenientes del interior de la casa.

—¡Un momento! —se escuchó una voz femenina desde el interior.

La puerta se abrió lentamente, revelando a una sonriente Naomi.

—¡Oh, Dios mío! —murmuró la mujer, quien al ver al recién llegado inmediatamente intentó cerrar la puerta. Sesshomaru, sin embargo, reaccionó rápidamente y la bloqueó.

Naomi rápidamente cedió a sus fuerzas y, con un suspiro, abandonó toda resistencia y dejó de intentarlo. Cuando sus ojos se encontraron con los dorados del psicólogo, en sus clásicos marrones profundos inició arremolinarse una tormenta de ansiedad.

— ¡¿Qué vino hacer aquí, Doctor Taisho?! ¡¿Se ha vuelto loco?! —siseó la mujer.

—Señora Naomi, ¡por favor! ¡Necesito su ayuda! Yo… —comenzó a suplicarle, pero ella lo interrumpió,

—¿Vino solo? ¡¿Alguien lo está siguiendo?!

Sesshomaru negó con la cabeza.

—Tranquila, como puede ver, he venido solo.

—¿Cómo me encontró?

—Investigué un poco y, debo admitir, no fue fácil encontrarla. Pero un conocido de los Higurashi fue de gran ayuda —respondió y los ojos de Naomi se abrieron como platos—. Su nombre es Shippo Petrov —agregó, logrando tranquilizar a la mujer.

Naomi dio otro largo suspiro y se hizo a un lado para dejarlo entrar a la casa.

—¿Está realmente seguro de que nadie le ha seguido hasta aquí? —inquirió nuevamente.

Sesshomaru asintió y pasó a su lado para entrar a la casa. El ambiente era magnífico, con esas paredes revestidas de piedra y los muebles de estilo moderno en mimbre y tela tosca color arena. Le daba a la casa un aire rústico pero a la vez refinado.

—Bonita casa —elogió mirando a su alrededor.

—¿Qué vino a hacer aquí? —preguntó nuevamente la mujer.

Sesshomaru se giró para mirarla, notando por primera vez que vestía un par de pantalones caqui; medio cubiertos por un par de botas verdes, una camiseta blanca manchada de tierra, también un par de guantes de jardinería sobresalían de los bolsillos de sus pantalones. Al parecer, lejos de Nueva York, Naomi llevaba una vida tranquila, como una auténtica cincuentona.

—Necesito su ayuda —respondió, tratando de encontrar una pizca de compasión en los ojos marrones de la mujer.

—No creo que quiera que la encuentren. Por mucho que necesite a Kagome, de corazón le digo que abandone esta búsqueda y regrese a su antigua vida. No volverá a tener una oportunidad así —expresó con el mismo tono frío de antes.

Sesshomaru la miró incrédulo.

—¡¿Dejar de buscarla, volver a mi vida?! ¡¿De qué carajo está hablando?! —exclamó y los ojos de la mujer se pusieron furiosos.

—¿Está completamente seguro de que Kagome estará feliz de verle, incluso si logra encontrarla? —le cuestionó con un tono sarcástico y mordaz que hirió al psicólogo, haciéndolo sentir como un idiota.

—No lo sé, pero tengo que averiguarlo —respondió, intentando parecer confiado. Al igual que Kagome, esa mujer también era capaz de anular sus defensas.

—¿Descubrir? ¿Solamente para sufrir aún más cuando ella lo abandone? Míreme, Sesshomaru. Mire cómo me ha reducido una vida al lado de un Higurashi. Tomo pastillas para la ansiedad durante el día y otras para dormir por la noche. Extraño tanto a Kenta, daría mi propia vida por traerlo de vuelta.  ¿Y para qué? Nunca me pidió matrimonio, no quiso darme un hijo, tal vez nunca me amó y… y… y murió dejándome sola —articuló lentamente, con la voz apagada y las lágrimas comenzando a fluir a lo largo de sus mejillas—. Todavía puede deshacerse de Kagome. Aún hay tiempo. Marchese y busque una mujer normal, que sea capaz de amarle como merece. Mire cómo lo ha reducido, es el fantasma de sí mismo —murmuró, ahora sollozando lenta y suavemente e inclinando la cabeza para ocultar sus lágrimas.

—Ahora odia al Sr. Higurashi porque le extraña. Usted realmente no se arrepiente de haberlo amado, simplemente está sufriendo por él y naturalmente esto la hace sentir muy mal, por eso lo está culpando, acusándolo de morir y dejarla sola —respondió Sesshomaru.

Al escuchar la dura verdad, Naomi se secó las lágrimas, lo miró con expresión furiosa y ofendida.

—¡No se permita psicoanalizarme! No se atreva, ¡no tiene ningún derecho! —siseó dolida.

Sesshomaru negó con la cabeza.

—Sabe que es verdad, de lo contrario no lo negaría tan categóricamente sin haber encontrado un buen argumento para contrarrestarlo. Mírame y dime que no está sufriendo porque amaba al señor Higurashi, porque todavía lo ama —replicó Sesshomaru, observando entonces como los ojos de la mujer bajaban y los sollozos sacudían sus hombros con más violencia. Esto valía más que un “sí” bañado en oro.

Esta vez, fue él quien se apiadó de Naomi y de su alma desgarrada por el dolor.

Lentamente, fue a abrazarla, estrechándola suavemente entres sus brazos en un intento de consolarla.

>>Señora Naomi, sabe que nunca podría amar a nadie más que a Kagome, ¿verdad? La amo tal como usted ama al señor Higurashi. No puedo renunciar a ella —dijo suavemente cuando los sollozos de la mujer se hicieron menos intensos. Ella asintió contra su pecho—. Entonces, ¿cree que si no me dice lo que quiero saber, me rendiré? —agregó.

Naomi rompió el abrazo.
Su rostro surcado de lágrimas ardientes y sufridas estaba serio, tenso y concentrado.

— No lo creo, yo tampoco me habría rendido —respondió ella, volviendo a la habitual mujer firme y segura que Sesshomaru había conocido.

—Por eso le pido que me diga dónde está Kagome, y que me deje evaluar su reacción al verme.

Naomi suspiró y asintió.

—Está bien, le ayudaré. Solo espero que realmente encuentre lo que busca —respondió enigmáticamente…




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