Incidiosa pasión
No era la primera vez que Sesshomaru se tumbaba en el sofá de sus pacientes, pero cada vez que lo hacía, solo podía preguntarse cómo se sentiría contar sus problemas personales a quien, después de todo, era un desconocido habilitado por un papel enmarcado y colgado en una pared.
Siempre había tratado los problemas de los demás como debería hacerlo un psicólogo; de tono sosegado, modales suaves, pero firmes, manteniendo ese hermoso desapego del que ahora se arrepentía.
Porque si realmente hubiera sido indiferente ante los problemas de sus pacientes, nunca habría permitido que Kagome le hiciera un buen psicoanálisis en su segunda sesión, nunca habría soñado con ella cada dos noches, acostada, completamente desnuda en la cama con él.
No la habría besado en la fiesta, se habría escapado después de escucharla decir que ella mató a su madre. Sin embargo, se encontraba recostado en ese sofá, esperando por ella.
Se había sentido culpable al entrar a su oficina, era como usar el lecho nupcial para consumar una traición.
Como si quisiera ocultar sus pecados de las miradas indiscretas de los vecinos, había dejado las luces apagadas y bajado las persianas tanto de la sala de espera como del estudio. Solo la puerta había quedado entreabierta, una señal para que ella supiese que él la estaba esperando.
No podía mentirse a sí mismo tan descaradamente y decir que no estaba ansioso por esa reunión casi clandestina. Tenía miedo.
Por un lado, recordaba perfectamente lo que le había dicho en su apartamento y aún se maldecía por no haber bebido lo suficiente como para olvidarlo. Pero sobre todo, más allá de la vergüenza por haberle dicho esas palabras indecentes, una pregunta rondaba en su mente de manera insistente e insidiosa:
¿Cómo lo había encontrado, acaso lo estaba siguiendo?
Sesshoumaru nunca había creído en las coincidencias. Por supuesto, el hecho de que ella lo llevara directamente a casa podría explicarse simplemente por el hecho de que había tomado la dirección de su permiso de conducir y luego había pedido a su portero que la ayudara a llegar a su apartamento. Sin embargo, eso no explicaba cómo había logrado contarlo.
Otra pregunta que resonaba en los pensamientos de Sesshomaru se refería a su cita.
¿Por qué había elegido su estudio para hablar? La respuesta más lógica que le vino a la mente es que ese era el mejor lugar para aclarar y terminar su relación.
«Relación».
Sesshoumaru sonrió al encontrarse refiriéndose a ese tipo de juego de atracción como una relación. Después de todo, entre ellos no había habido nada más que besos y avances, de hecho, todavía podría definirse un hombre «libre».
Se rio de sí mismo ante ese apelativo, como si alguna vez pudiera deshacerse de Kagome. Incluso si ella decidiera no volver a verlo, estaba seguro de que ella permanecería para siempre bajo su piel.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el suave susurro de la puerta del estudio que se abría lentamente. Inmediatamente, se puso de pie de un salto, como si realmente hubiera cometido un pecado al acostarse en ese sofá.
—¡Sesshoumaru! —llamó la voz de Kagome.
—Estoy aquí —respondió secamente.
Sesshomaru no ocupó su lugar en su sillón habitual, permaneció de pie frente a la ventana, de espaldas al panorama medio tapado por las persianas venecianas.
—No estaba segura de encontrarte aquí —habló Kagome, mirándolo con curiosidad.
A pesar de la luz tenue, Sesshomaru todavía podía ver lo que llevaba puesto esa noche. Para la ocasión llevaba una sencilla gabardina color crema, uno de esos diseños que siempre le habían recordado a Sherlock Holmes, y debajo nada más que unos leggings negros y una camiseta azul larga y holgada que le llegaba hasta la mitad de los muslos.
Esa noche, los sensuales y vertiginosos tacones habían desaparecido para dar paso a unas elegantes bailarinas de charol.
Mirándola así, con su aire dulce y su cabello suelto, parecía una joven como cualquier otra. En su apariencia, nada podría indicar su verdadera naturaleza.
—Me pediste que viniera aquí, pensé que era una buena manera de permitirme disculparme por mi comportamiento de la otra noche —comenzó decir Sesshomaru.
Kagome bajó la mirada levemente, traicionando cierta vergüenza al recordar las palabras y las “proposiciones” que él le había hecho.
— Estabas ebrio, no hace falta que te disculpes —respondió ella levantando la mirada para mirarlo con sus ojos cafés, los cuales se veían brillantes en la penumbra.
—Es cierto que estaba ebrio, sin embargo, sabía lo que estaba diciendo, lo que estaba haciendo… Es por eso que quiero pedirte disculpa —dijo él, bajando la cabeza para ocultar su sonrojo.
Nunca había considerado una humillación disculparse, pero mirar a Kagome a los ojos mientras admitía su error, era demasiado vergonzoso.
>> Agradezco que me hayas rechazado, si no hubiese sido por ti, estaría en muchos problemas ahora mismo —continuó, todavía con la cabeza gacha, sintiendo su mirada inquisitiva, recorriendo todo su cuerpo en un intento de encontrar un resquicio para acceder a sus ojos—. Sin embargo, hay una cosa que me gustaría preguntarte:
Asombrado de poder encontrar esas palabras. Levantó la vista y solo pudo mirarla a los ojos por el peso de sus propias sospechas.
—¿Cómo me encontraste en ese lugar?
Kagome levanto una ceja, sonriendo irónicamente.
—¿Hubieras preferido contrariamente?
Su voz era sarcástica, pero Sesshomaru logró no sentirse herido.
—No, claro que no. Pero me gustaría saber cómo lo hiciste. ¿Me estabas siguiendo? —preguntó y vio que el cuerpo de Kagome se tensaba.
Ella levantó la barbilla desafiante y el peso de su mirada acusadora casi derribó sus insinuaciones, pero se obligó a ignorar la mirada ofendida que la hacía lucir aún más hermosa.
—Sí.
Su respuesta cayó con la misma pesadez de un peñasco, cortando con su estruendo el tenso silencio que se había creado en la sala.
Sesshoumaru no podía creer lo que escuchaba.
— ¡¿Qué?!
Vio su mandíbula apretada mientras sus ojos se estrechaban hacia él.
—Tuve que hacerlo —fue su respuesta cortante.
Las cosas empezaron a ponerse absurdas para Taisho y se echó a reír, una risa amarga y sin alegría.
—¡Esto no tiene sentido, Kagome! ¿Te obligaron a seguirme? ¿Acaso tenía un imán en el trasero y no me di cuenta?
El tono de Sesshomaru era mordaz, sarcástico y perversamente irónico. Tenía toda la intención de lastimarla, pero ella no se inmutó y continuó mirándolo.
—Alguien te estaba siguiendo y yo los estaba siguiendo.
Su tono hizo que su risa se detuviera, reconociendo que ella no estaba mintiendo.
—¿Me estaban siguiendo? ¿Quién?
—Una camioneta negra, la placa era falsa.
—¿Qué querían de mí?
—No lo sé. Simplemente, te siguieron desde tu casa hasta el bar, pero nunca se bajaron del auto. Se fueron después de ver al portero echarte del club. Creo que solo te estaban vigilando.
—¿Y por qué los seguías?
—No puedo responder a esa pregunta, lo siento —se disculpó.
Sesshoumaru sintió que la temperatura de su cuerpo descendía una docena de grados y el mundo se arremolinaba a su alrededor. Tambaleándose, llegó a su escritorio y tomó asiento en su cómodo sillón, mirando al techo, tratando de recuperar la posesión de su cuerpo.
Cerró los ojos, concentrándose en el sonido de su respiración y los latidos de su corazón, tratando de borrar de su mente esa vocecita que no dejaba de decir «no puede ser, no puede ser…»
Escuchó el susurro de su ropa cuando se unió a él en el escritorio y se sentó en la silla frente a él.
Cuando abrió los ojos y miró al frente, la encontró mirándolo con curiosidad.
— No me estás mintiendo, ¿verdad?— preguntó Sesshomaru, tratando de alimentar la última y débil esperanza de que esto fuera solo una mala broma. Ella sacudió su cabeza. — ¿Por qué me seguían, qué es lo que quieren de mí?— volvió a preguntar.
La mirada de la chica se volvió fría y atenta mientras le respondía.
—Probablemente han intuido la existencia de un vínculo entre tú y yo y están planeando utilizarte para llegar a mí —respondió, con un tono duro y cristalino de quien no siente ninguna emoción.
«Si un diamante pudiera hablar tendría esa voz» Pensó Sesshomaru distraídamente.
Las palabras de Kagome se arremolinaron en sus oídos en un enloquecido huracán de emociones:
La ira, el miedo, el anhelo, el resentimiento, la esperanza, volaron a su cerebro como astillas enloquecidas. En ese huracán rojo de sensaciones, en el ojo de la tormenta, quedó atrapada una pregunta sin posibilidad de respuesta.
— ¿Quién eres realmente?
Ella lo miró asombrada, sorprendida de que él hubiera hecho esa misma pregunta. Arqueó una ceja y sacudió la cabeza levemente, como si no creyera lo que escuchaba.
— Hoshi Jasmine Kagome Higurashi —respondió ella con sencillez. Y tal vez esa era la respuesta más sincera que podía darle.
Las manos de Sesshomaru bajaron hasta sus ojos, escondiendo el mundo en la oscuridad para fingir que no existía. ¿Qué sería de él? ¿Quiénes eran esos hombres? ¿Por qué lo buscaban? ¿Por qué necesitaban que él llegara a ella? ¿Qué habrían hecho para lograr sus objetivos? Preguntas que habrían encontrado su respuesta solo con el tiempo, ya que ni siquiera la mujer frente a él, la verdadera incógnita de todas estás preguntas, podría responderle.
— ¿Hablabas en serio?—. Otra pregunta, esta vez dirigida a él en el habitual tono duro pero con una extraña nota incierta.
Cuando Sesshomaru se quitó las manos de la cara, encontró a Kagome parada frente a su silla. Brazos rígidos a los costados y puños cerrados.
—¡¿Qué?! — exclamó, completamente desconcertado.
—¿Hablabas en serio cuando me dijiste esas cosas el viernes por la noche?
— Kagome, ya te dije que estaba borracho y que…
— Y que te disculpabas, pero que aún eras capaz de entender lo que estabas haciendo— terminó por él, sobresaltándolo—. ¿Hablabas en serio? —preguntó por tercera vez.
—¿Por qué quieres saberlo?
—Necesito saber si tengo que seguir protegiéndote — respondió ella, fría y lapidaria.
Sesshoumaru, sin saber cómo responder, optó por decir la verdad.
—Sí —murmuró y esperó firmemente que fuera la respuesta correcta, independientemente de lo que ella quisiera decir.
—Entonces tendré que seguir poniéndote en peligro — fue lo que dijo antes de inclinarse sobre él y besarlo.
Era la tercera vez que lo besaba, pero Sesshomaru todavía sentía esa extraña mezcla de deseo, ira apasionada y una espeluznante especie de reverencia por ella que lo dejó tan aturdido e incrédulo.
Que ella lo besara era lo último que había esperado después de esa conversación.
Kagome separó los labios para permitirle tocar su lengua y saborear su sabor nuevamente. Fue entonces cuando Sesshomaru aprovechó la precaria posición de ella para tomarla por las caderas, tirándola contra su cuerpo.
Kagome cayó sobre su pecho y, por puro instinto de mantener el equilibrio, abrió las piernas, terminando sentada en su regazo.
Sesshoumaru reconoció haber sido demasiado brusco, pero por culpa de ella se había convertido en un salvaje. Kagome era como una droga para él, una de las mejores cualidades. Y como cualquier droga, era nociva, atractiva, peligrosa, adictiva y potencialmente mortal.
Kagome rompió ese beso para recuperar el aliento, perforándolo con la intensidad de sus láseres marrones.
Sesshoumaru no creía estar lo suficientemente despierto en ese momento para poder descifrar esa mirada. Solo sabía que cuando él le quitó la gabardina de los hombros, ella no se opuso, tampoco se opuso cuando su mano se deslizó debajo de su camisa, acariciándola y luego besándola furiosamente de nuevo.
Sesshoumaru tocó fervientemente su piel, moviéndose hacia sus pechos para apretarlos en un agarre delicado, acción que provocó un fuerte gemido por parte de Kagome. Ese sonido era el impulso que él necesitaba para aventurarse a descubrir más del delicado cuerpo de ella, soltando su boca para besar su barbilla y descendiendo hasta su cuello.
Una mano abandonó la delicada exploración de su pecho para agarrar el cuello de su camisa y empujarlo hacia abajo. La suave tela obedeció sin resistencia y ni siquiera se tensó cuando Sesshomaru descubrió sus senos encerrados en un refinado sostén negro, simple y común, casi demasiado para cubrir esa magnífica parte de su cuerpo.
Cuando su boca mordió y besó la delicada piel que dejaba al descubierto la tela negra, Kagome soltó otro grito ahogado, mucho más claro y emocionado que el primero y sus manos, que antes habían estado ocupadas, apoyando su peso en los apoyabrazos del sillón, se unieron detrás de su cuello, tirándolo con fuerza hacia ella.
Sesshomaru soltó la camisa que, ahora rasgada, no cubría completamente su pecho y su mano descendió hasta llegar a su ombligo, pasándola rápidamente para luego llegar a su pubis. Sus dedos acariciaron la cálida tela entre sus piernas y un suave gemido escapó de los labios de ella.
Desesperado por el deseo, Sesshomaru llevó ambas manos a las nalgas de Kagome, acercándola más a él, restregando su dura erección contra su centro.
Se puso de pie y, con ella en brazos como un niño, dio los dos pasos que lo separaban del escritorio y apoyó el trasero de Kagome en el borde. No había tiempo para más besos o caricias, solo quería desahogar esa lúgubre frustración que su presencia traía consigo y vengarse de esa mujer que, quisiera o no, había trastornado su existencia.
Aprovechando de sus piernas abiertas, Sesshomaru tiró de sus leggings bruscamente hacia abajo, trayendo también un par de bragas negras con una mancha húmeda en el medio.
Kagome lo miró con sus grandes ojos oscuros bien abiertos, una mirada indescifrable que él una vez más no se molestó en traducir. Ella no se opuso, no se mostró contraria a lo que estaba sucediendo entre ellos, eso era todo lo que él necesitaba para continuar.
La besó rápidamente mientras su mano corría para desabrochar sus jeans que hacía tiempo que se habían vuelto demasiado apretados. Empujó dentro de ella con un movimiento brusco y su grito cortó el aire. Sin embargo, Sesshomaru no se detuvo y el silencio volvió a caer sobre el estudio, interrumpido por breves gemidos y emocionados suspiros.
Los movimientos de Sesshomaru se volvieron furiosos, violento, cuanto más aumentaba la intensidad de sus embestidas, más se clavaban las uñas de Kagome en su cuello, causándole un extraño y placentero dolor que paradójicamente lo impulsaba a ir aún más rápido.
Cuando un segundo grito de ella atravesó el aire y lastimó su oído, Sesshomaru no supo si era placer o no, pero ese asunto pronto fue borrado por un orgasmo que nubló su mente durante minutos tan placenteros que esperaba no despertar nunca de ese maravilloso sueño.
Después de un par de minutos, abrió los ojos y se dio cuenta de que estaba acostado encima de Kagome y todavía jadeaba como si acabara de correr diez kilometros.
Sintió sus manos sobre su pecho, esperaba un beso o al menos una caricia, al menos una muestra de qué ella también lo había disfrutado. Pero la reacción de Kagome fue todo lo contrario a lo que él esperaba.
—Sesshomaru… Necesito alzarme, por favor — dijo, con una voz temblorosa que nunca le había escuchado antes.
Él obedeció y se puso de pie, mirándola con cautela. No podía arrepentirse de lo que acababa de pasar, pero tampoco estaba seguro de que ella no lo hiciera.
Kagome evitó su mirada y se sentó en el borde del escritorio, ajustando su camisa larga para que cubriera al menos un tercio de su muslo, luego se puso de pie. La vio recoger su ropa del suelo, supuso que algo andaba mal, cuando se arremangó las polainas y las bragas y se puso la gabardina, estaba seguro.
—¿Qué estás haciendo?— preguntó en un tono de voz más alto que de costumbre.
— Me voy —respondió ella secamente y, sin darle tiempo a contestar, se deslizó sobre las bailarinas que había perdido en su abrupta primera vez y marchó con aire tembloroso hacia la puerta.
—¡Espera, Kagome! —gritó Sesshomaru, pero al dar un paso se arriesgó a caer de pie por culpa de los jeans que le ataban los tobillos.
Antes de que pudiera abotonarse los pantalones, ella ya estaba en el ascensor y, aunque Sesshomaru ya se había lanzado por las escaleras, galopando como un purasangre, arriesgándose a caer y romperse el cuello a cada paso, cuando llegó al vestíbulo del edificio, este estaba vacío.
—¿Se encuentra bien, Dr. Taisho? —preguntó Jean, el portero del edificio.
Solo entonces Sesshomaru se dio cuenta de que no estaba solo. Y tal vez también que era la primera vez que Jean le hablaba.
—¿Viste por casualidad a una mujer de cabello oscuro bajar del ascensor? —preguntó, esperando haber corrido lo suficiente para precederla.
Jean desvaneció sus esperanzas al asentir.
—Sí, señor. Acaba de subir a un auto— respondió, marcando su hermosa voz de barítono.
Sesshoumaru sintió que la sangre en sus venas se volvía pesada y fría como si fuera hierro líquido y su sudor se congeló de repente.
«¡Oh Dios! ¡Qué fue lo qué hice?!»
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