Furia inminente

Las cálidas sábanas acariciaban suavemente el cuerpo de Sesshomaru quien, cubierto únicamente por un par de boxers y sus pantalones de pijama de algodón, disfrutaba del calor que le brindaban ocho horas de maravilloso sueño.

La noche anterior, inmediatamente después de regresar del club donde había conocido a la agente Pond, le había costado conciliar el sueño, pero, creyendo que la noche realmente podría traerle consejos, hizo trampa y se tragó un par de pastillas para superar el insomnio. En menos de media hora se había sumido en un sueño profundo, dejando en segundo plano sus nuevos problemas.

Ahora, consciente de que estaba desperdiciando la mitad de su mañana de domingo, seguía obstinadamente manteniendo los ojos cerrados, intentando prolongar ese dulce sueño que parecía mantener a raya los problemas de su vida. A lo lejos escuchó sonar el teléfono un par de veces, mas no se molestó en levantarse para contestar.

Lo único que quería era volver a ser engullido por las sábanas durante unas horas más. Pero claro, el destino decidió no cumplir su deseo. Escuchó a lo lejos, con los sentidos apagados por el profundo sueño, una puerta abriéndose y cerrándose de repente, seguido de pasos marchando por el parquet, dirigiéndose hacia su dormitorio.

Enterró su rostro en la almohada, convencido de que si intentaba ignorar esos ruidos, estos desaparecerían. Este no fue el caso, pues la puerta del dormitorio se abrió repentinamente, añadiendo más luz a la que entraba por las ventanas, iluminando la habitación de manera insoportable.

—¡Estás aquí, entonces! —una voz fría, molesta y amenazante irrumpió en la habitación.

Sesshomaru habría reconocido esa voz, incluso si estuviera en medio de un estadio lleno de gente. Se dio la vuelta entre las sábanas y abrió sus ojos hinchados, buscando la fuente de esa voz. La encontró a los pies de la cama, con las manos en las caderas y su rostro perfecto retorcido en una sutil, pero obvia mueca de disgusto.

Su cabello suelto caía en suaves ondas sobre sus hombros y, “para variar”, vestía un traje negro. Sin embargo, notó que la falda de ese conjunto no le llegaba hasta las rodillas, sino que se detenía a la mitad del muslo.

—Hola —la saludó Sesshomaru sonriendo.

—¿HOLA? Te llamé tres veces y no me respondiste —lo acusó entre dientes.

«¡Ay, está enfadada!» Pensó él.

—Estaba dormido —respondió tratando de justificarse.

—El teléfono estaba colocado en el aparador al lado de la puerta de tu habitación, Sesshomaru. Apuesto a que lo escuchaste —replicó ella, molesta.

—Es domingo y supuse que era mi madre quien llamaba —respondió él buscando una excusa creíble.

—Esto solamente te hace aún más gilipollas —comentó ella.

Sesshomaru decidió que ya había tenido bastante de sus acusaciones.

—¿A qué viniste? —preguntó, resoplando y frotándose el rostro marcado por la almohada.

—Fuiste al Evil Pub anoche, ¿no? —preguntó Kagome.

Sesshomaru sintió que su corazón daba un vuelco. Inmediatamente, decidió que sería estúpido mentir, así que procedió decir la verdad. Al menos, hasta que esta funcionara a su favor.

—Sí —respondió prontamente—. Fui con los chicos.

Kagome asintió y dio un paso hacia el lado de la cama.

—¿Te emborrachaste? —preguntó insinuantemente. Sesshomaru se rio entre dientes, divertido por la pregunta.

—¿Parezco alguien recuperándose de una resaca? —inquirió con sarcasmo. La mujer frente a él levantó una ceja y se vio obligado a explicar.

—Tomé un par de Jack Daniels con Koga y Miroku y luego volví aquí. ¿Por qué me haces este interrogatorio? —preguntó, mirándola sentarse a su lado y jugar con las sábanas arrugadas con sus dedos.

—Te vieron hablando con una mujer— contestó ella levantando la vista para mirarlo con una acusación de supuesta traición —.Te estaba coqueteando y tú parecías muy a gusto. Y cinco minutos después de que ella se fue del club, tú también te fuiste, dejando solos a tus amigos.

La mirada de Kagome era afilada, sus labios apretados en una expresión de ira.

—No fui tras ella —respondió sabiendo que probablemente esa sería una de las últimas verdades que podría decirle. No le sorprendió que los hombres de Kagome lo hubieran visto en compañía de Amelia, solo esperaba que hubieran estado lo suficientemente lejos como para no haber escuchado su conversación.

—¿Cómo puedo creerte?

Su tono tranquilo presagiaba una tormenta.

—Sabes que eres la única —respondió él una vez más con sinceridad. La única nota positiva fue que, afortunadamente, Kagome no tenía idea de quién era Amelia Pond y qué tipo de conversación había tenido con ella.

Fue para distraerlos a ambos de ese delicado momento que él extendió la mano hasta sus caderas, acariciándole suavemente a través de la tela.

—Eso es lo que cualquier mujeriego diría —objetó, su tono tranquilo se torció para ocultar una amenaza.

Si alguien más que no conociera a Kagome tan bien como Sesshomaru, hubiera escuchado esas palabras, probablemente nunca habría notado ese tono bajo e inquietante en su cálida y sensual voz.

—No miento y lo sabes —recalcó, tratando de acercarla a él. De repente, tenerla allí vestida así, empezaba a provocar un efecto en su cuerpo.

—No te creo —dijo ella, sin oponerse ni retroceder ante sus insinuaciones.

Las manos de Sesshomaru ahora se habían metido debajo de su falda, una en su trasero y otra que tocaba el dobladillo de sus bragas.

—Es cierto, intentó coquetear conmigo, pero yo no cedí y es lo que importa —respondió él, preguntándose si esa media mentira la había convencido.

El rostro de Kagome permaneció imperturbable, incluso cuando sus dedos eludieron la tela de sus bragas y comenzaron a acariciar su sexo con movimientos suaves, pero firmes.

Cuando sus dedos alcanzaron un punto delicado entre los cálidos y húmedos pliegues de su sexo, Kagome dejó escapar un pequeño grito ahogado, pero nada más.

—¿Seguro? Me dijeron que era muy hermosa. Pelirroja y de pechos grandes.

La voz de Kagome se escuchó ronca y baja, la música favorita de Sesshomaru.

—Quizás, pero ella no es mi tipo —comentó, intensificando sus caricias e inclinándose para besarla.

Kagome jadeó, pero giró la cara, evitando que él la besara.

—¿Y cuál es tu tipo? —quiso saber ella, dejando que los labios de Sesshomaru descansaran sobre su cuello.

—Una azabache peligrosa y dominante —respondió estratégicamente, asegurándose de no agregar el plural en sus palabras.

Levantó una mano de su trasero y la agarró por la nuca, casi obligándola a besarlo. Ella no se resistió, sin embargo, le devolvió el beso perezosamente.

—Aún no me crees, ¿verdad? —exclamó, rompiendo el beso para mirarla a los ojos—. ¿Qué tengo que hacer para convencerte de que no tuve sexo con esa mujer? —preguntó simplemente.

Kagome entreabrió la boca, sorprendida por aquel pedido inesperado.

—Di que me amas —ordenó escuetamente y esa vez fue el turno de Sesshomaru de sorprenderse. Ella nunca le había pedido que le mostrara sus sentimientos de manera tan directa y nunca con palabras. No pudo evitar preguntarse por qué, de repente, necesitaba toda esa tranquilidad. El coraje y su orgullo de hombre enamorado, le dio la energía necesaria para soportar el dolor que incluso esa última verdad traería consigo.

—Te amo— murmuró suavemente contra sus labios, y esta vez fue Kagome quien presionó sus labios contra los de él, iniciando uno de sus habituales largos y maravillosos besos apasionados.

Tras pronunciar esas palabras, Sesshomaru sintió que su corazón se liberaba de ese peso y flotaba en el aire por unos segundos antes de que otro peso lo aplastara contra el suelo nuevamente.

Encontrarse con la realidad de que probablemente nunca sería correspondido, pesaba sobre su pecho y no podía hacer más que tensar sus músculos y soportarlo para no ser aplastado por ello.

La tiró contra sí, mientras se dejaba caer sobre su espalda, invitándole a ocupar el lugar sobre su pelvis. Naturalmente, ella no puso reparos en tomar el mando y, con una pequeña sonrisa de satisfacción, se levantó la falda hasta las caderas, dejando al descubierto unas húmedas bragas de seda azul que bajó por sus piernas, retirándolas sin quitarse los tacones que llevaba puestos. Hizo el intento de querer quitarse la falda y la chaqueta, pero Sesshomaru la detuvo.

—No —dijo bloqueando sus muñecas con un delicado agarre—. Me gusta la ropa que traes puesta, no te la quites —dijo bebiendo de la mirada llena de lujuria que ella le dedicó, asintiendo y jadeando cuando él extendió la mano para desabotonarle la blusa, exponiendo la piel marfileña debajo de la tela blanca.

Sesshomaru se alzó, apoyándose sobre sus codos para besar su pecho expuesto, Kagome murmuró suavemente su nombre, entrelazando sus dedos en su cabello y acariciándolo suavemente.

—Sesshomaru… —murmuró suavemente, besando el cabello que sus dedos acababan de acariciar.

Él envolvió sus brazos alrededor de su cintura y la abrazó, respirando el olor de su piel y enterrando su rostro entre sus pechos, donde su aroma era más intenso y su piel más dulce.

Cuando él levantó la cara de entre sus senos, ella bajó la cabeza para besarlo una vez más. Mientras, estiraba los brazos, apartando las sábanas debajo de ellos y bajándole los boxers junto con los pantalones.

Kagome inició a acariciar su erección lenta y provocativamente, tal como él lo había hecho con su sexo.

Sesshomaru ahogó un gemido contra su cuello, mordiendo su piel lentamente. La pérfida mujer sabía que cuanto eso lo volvía loco, sabía que lo hacía para provocarlo, para despertar su furia lujuriosa.

Con un gesto repentino, la agarró por las caderas, usando su peso para invertir sus posiciones. Cuando estuvo sobre ella, dominándola con su peso y altura, dejó escapar una sonrisa divertida.

Las manos de femeninas acariciaron su espalda, cubriendo su piel con escalofríos y enviando descargas de pura excitación a su bajo abdomen.

Distribuyendo su peso entre un codo y sus rodillas, Sesshomaru  agarró los cabellos azabaches de la chica y tiró bruscamente de ellos, haciendo que su cabeza se echara hacia atrás y su cuello se arqueara. Besó y mordió la piel suave y tensa que cubría su arteria carótida, sintiendo los rápidos latidos de su corazón haciendo eco en sus labios.

Distrayéndola con esas gentiles atenciones, Sesshomaru movió su pelvis en medio de sus piernas, encontrando naturalmente la entrada a su sexo. Con un solo empujón, se hundió profundamente en su intimidad, provocándole un grito que trató de sofocar, mordiéndose los labios hasta casi sangrar.

Esa muestra de dolor no lo detuvo, de hecho, no dejó de embestir con fuerza, ignorando sus uñas que se clavaban en sus hombros, dejando medias lunas de color rojo intenso como huellas.

El dolor y el placer eran la misma cosa, sumado al placer de hacer el amor estaba el dolor de sus garras clavándose en su carne. Estaba seguro de que ella sentía las mismas sensaciones cuando, mientras el ritmo de su frenético “hacer el amor” aumentaba.

El orgasmo fue una repentina oleada de placer, como una dosis de heroína inyectada en una vena que llega al corazón y al cerebro en un solo latido.

En ese éxtasis que rayaba en lo divino, Sesshomaru vio y escuchó a Kagome gritar su nombre, tirándolo aún más dentro de ella, compartiendo ese intenso placer físico con él.

Percatándose de que todavía estaba encima de Kagome y probablemente impidiéndole respirar al aplastarla con su peso, rodó sobre su costado, dándole la espalda para no verla levantarse de la cama y salir de su habitación con la promesa habitual:

“Te llamaré”

Fue una sorpresa para  él sentir el calor de su cuerpo contra su espalda y uno de sus brazos alrededor de su torso. Su delicada mano derecha tomó su mano izquierda y él las acercó a su pecho.

—¿Sesshomaru? — susurró ella con su voz ronca y adormilada; sus labios le rozaron el lóbulo de su oreja mientras hablaba.

—¿Sí? —preguntó suavemente, llevándose la mano de ella a la boca y besando suavemente todos sus nudillos.

—No me traiciones. Por favor, no me obligues a matarte.

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